[ La Junta Directiva del Círculo Conservador Alfonsino eleva un escrito a la ex reina Isabel II, trasladando su preocupación por las diferencias con el Duque de Montpensier ]
Madrid, 9 de Febrero de 1873
Señora,
La Junta Directiva del Círculo Conservador Alfonsino cree ser fiel intérprete de los sentimientos que la elevaron al puesto de honor que desempeña, así como del espíritu que anima al gran partido conservador español en todos sus matices, fiel intérprete en que de las necesidades más apremiantes de nuestra patria querida, acudiendo respetuosamente a los pies de V. M. para exponerla, con el derecho que da la acendrada y nunca desmentida lealtad de los que suscriben, el dolor profundísimo que han experimentado al ver entregada a la voracidad y a la intemperancia de las pasiones políticas, la noticia de diferencias deplorables entre la Augusta Persona de V. M. y la del Ilustre Príncipe encargado de la dirección política de la causa que defendemos y proclamamos.
Ante un hecho ya consumado, ante un rompimiento que fuera inevitable, habrían inclinado su cabeza con amarguísima resignación los individuos de la Junta Directiva que a V. M., dirigen su voz angustiada porque la desgracia inmerecida de que es víctima V. M. ha acrisolado más y más en nuestros pechos los sentimientos de adhesión y respeto al trono legítimo; pero es el caso, Señora, que no creyendo todavía esta Junta Directiva establecido definitivamente tan lamentable desacuerdo, diferencias acaso más propias para tratadas en el seno de la intimidad, y resueltas con un elevado espíritu, que para lanzadas indiscretamente en la hoguera de la controversia política han sido en Madrid conocidas de muchos de los que suscriben por el extraño conducto de un periódico ardientemente revolucionario, sin que se nos alcance el interés que haber pudiera en esa pública ostentación de la flaqueza de la causa, ni en ese anuncio anticipado de sucesos que para ventura de la Nación desgarrada pudieran no tener lugar todavía con aplauso de los leales.
Los deberes políticos, la veneración a V. M., el imperfecto conocimiento de los hechos no permiten a la Junta Directiva emitir juicio acerca de los documentos que han mediado entre V. M. y el Sr. Duque de Montpensier, pero no cumpliría aquella con las graves obligaciones que voluntariamente ha contraído, si no manifestara a V. M., y a su Augusto Hermano, aunque haya de afligirlos, que el efecto inmediato de la publicidad dada a los mencionados documentos ha sido producir entre los partidarios declarados o próximos a declararse en favor de la legitimidad una incipiente disolución de trabajos y adhesiones laboriosamente llevados a cabo, y el desfallecimiento general que acompaña siempre a la falta de unidad, de cohesión y de armonía entre los que se hallan al frente de una empresa tan patriótica, como erizada de dificultades.
En virtud de este triste conocimiento, penetrados como están todos los que suscriben, de que lejos de la patria ha de haberse avivado más y más el amor que V. M. la tuvo siempre, y demostró con pruebas irrefragables durante su largo reinado, abrigan la certidumbre de que no será duradera la satisfacción que a nuestros comunes adversarios ha producido el rumor de esas disidencias, porque los altísimos intereses que la Augusta Madre de V. M. depositó en manos del Sr. Duque de Montpensier por delegación de V. M. y el espíritu que reinó en la Junta de Notables celebrada en la capital de Francia, como demostración del que animaba al país son a nuestros ojos segura garantía de que han de prevalecer siempre en el nobilísimo corazón de V. M. los consejos de la prudencia, del santo amor maternal, del interés evidente que ha de tener en congregar en derredor suyo cuantos elementos, cuantas fuerzas sociales, cuantas individualidades puedan cooperar al restablecimiento del Trono legítimo, que sería al mismo tiempo, así lo esperamos llenos de fe, el restablecimiento del orden de la paz, del templado gobierno constitucional que engrandeció a España e ilustró con vivos resplandores el reinado de V. M.
Y si fuesen para ello necesarios nuevos sacrificios, y si para alcanzar ese resultado que tanto debe alhagar a la Reina, a la Madre, a la española de corazón magnánimo, aún hubiera V. M. de someterse a las rudas pruebas que tantas veces la impusieron los vaivenes de épocas azarosas, ¿cómo dudar un instante que V. M. satisfecha, gozosa, enaltecida por el cumplimiento de un deber sagrado no vacilaría en satisfacer hasta los escrúpulos que pudieran servir de pretexto a las resistencias? ¡Ah! los que suscriben, entre los cuales hay algunos, que como sabe V. M., han tocado de cerca las amarguras del gobierno en periodos agitados no desconocen los ásperos caminos que, a veces, la razón de Estado obliga a recorrer a los que, objeto de todas las miradas por hallarse en la cima del edificio social, tienen que subordinarlo todo al prestigio del gran símbolo que representan para que desaparezca así hasta la excusa de conmociones y trastornos.
Sucediendo esto precisamente en la próspera fortuna, ¿de qué no será capaz el ánimo esforzado de V. M. cuando, víctima del infortunio, se trata del enaltecimiento de la causa de Augusto Hijo, del aumento de sus partidarios, del bien de esta España desventurada?
Presa de la guerra civil, herida en sus sentimientos católicos, amenazada de perder su imperio ultramarino, y con él gran parte de su prosperidad, puesta en peligro su existencia social, próximos los más graves acontecimientos, la patria vuelve los ojos angustiados hacia la legitimidad, como el lábaro de sus esperanzas, e invocándolo como el único remedio a los males que la postran.
No quieren los que suscriben renovar las heridas siempre abiertas en el corazón de V. M. pero la lealtad tiene sus deberes como sus derechos, y ella nos anima, fuertes con la confianza que nuestros sentimientos inalterables deben inspirar en su Real ánimo, a rogar a V. M. que no desaparezca el hecho fausto de la reconciliación de la Real Familia, que no se disminuya en uno siquiera el número de los defensores del que ha de llamarse Alfonso XII, que no se den motivos de júbilo, ni pretextos a los que de malignidades se alimentan, como ha sido el constante anhelo de V. M., que no haya en fin más pensamiento que el de salvar a la patria, utilizando para este santo fin, sin volver atrás los ojos, los esfuerzos de todos los hombres de buena voluntad que se hayan persuadido de que no hay orden posible, ni paz, ni libertad, ni bienandanza, ni progreso, cuando se toca a los cimientos del edificio social, y cuando se suscitan los más pavorosos problemas y la Religión, la propiedad, la familia son objeto de los más descarados ataques.
Todos esos elementos, Señora, caben a la sombra del Trono legítimo, porque si pueden discrepar en el juicio, sobre organizaciones políticas, de que no es ocasión de hablar ahora, se hallan conformes en la necesidad de un símbolo común, permanente, inalterable, a los partidos en lucha; razón que ha movido a esta Junta Directiva y al Círculo que representa, como al partido todo, que ha respondido en provincias a su programa y conducta, a pensar lealmente que ningún servicio mayor podrían prestar a la causa por ellos defendida, que el de hacer y aconsejar desde su modesta esfera una política tan ancha, tan generosa, tan expansiva, que solo los enemigos irreconciliables del sistema constitucional sean capaces de rechazarla.
Si en este mismo espíritu se hallara inspirada la dirección de la causa de la legitimidad, como cree la Junta Directiva, serían colmados, Señora, los deseos de los defensores de la noble Familia de Borbón, y de la sociedad española, y muy especialmente los de esta Junta Directiva que ve aproximarse de nuevo los días de las grandes catástrofes con el sentimiento de que el partido conservador, aislado, abatido y abandonado a sí propio, no esté robusta, activa y convenientemente organizado para cicatrizar las heridas que después de cuatro años de anarquía desangran y consumen a nuestra patria adorada.
Estos son, Señora, los votos desaliñadamente expresados, que a V. M. elevan, llenos de tristeza, pero de confianza los hombres políticos puestos al frente del Círculo Conservador Alfonsino, que todos los días ruegan a Dios por V. M., por su Augusta Familia, y por la salvación del país.
Madrid, 9 de Febrero de 1873.
Señora:
A L. Pr. P. de V. M.
Juan Martín Carramolino, Presidente
Manuel Gasset
El Conde de Toreno
Francisco de Paula Pavía
El Marqués de Villamagna
José G. Barzanallana
Ignacio J. Escobar
Celestino Más y Abad
Agustín de Torres Valderrama
José María Ródenas
Nazario Carriquiri
José Juan Navarro
El Duque de Baena
Eduardo Fernández San Román
Juan Bautista Trúpita
Conde de Heredia Spínola
Gabriel Fernández de Cadórniga
El Marqués de la Puebla de Rocamora
José María Bremón, Secretario
Federico Fernández San Román, Secretario
Faustino María Velasco, Vicesecretario
José de Cárdenas, Vicesecretario
{ Transcripción íntegra, realizada por PFE, del manuscrito AHN diversos 3464 leg. 322, doc. 1 }