Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XXXI

Mapa intelectual

1. Cuanto sobre este Discurso dice el Sr. Mañer, va fundado en un falso supuesto que establece al principio; esto es, que el Vulgo no juzga que hay Naciones Bárbaras por defecto de genio, sino sólo por defecto de cultura y aplicación. Tan falso es esto, que aun fuera del Vulgo se propaga en no pocos aquel errado juicio. [187] Y si lo miramos bien, es casi consiguiente necesario al concepto que comúnmente se hace de la desigualdad de las Naciones en cuanto a la habilidad intelectual. Porque si, pongo por ejemplo, dentro de la misma Europa, y en la corta distancia que hay de Italia a Alemania, se juzga comúnmente que los genios de aquella Nación exceden mucho a los de ésta en sutileza; qué dificultad hay en que esta desigualdad entre Naciones remotísimas sea tanta, que en algunos llegue al punto de barbarie? El P. Dominico Bouhours (que a fe que no era del vulgo), en sus Coloquios de Aristio, y Eugenio puso en cuestión, si puede haber algún Alemán que sea bello de espíritu; y responde que sí: pero que será un prodigio. Si un Autor tan discreto hizo este bajísimo concepto del genio de los Alemanes, ¿cuál le hará el Vulgo de los que oye llamar Salvajes de la América? He dicho del genio de los Alemanes, pues el P. Bouhours no ignoraba que en Alemania se cultivan las letras como en otra cualquiera Nación Europea, y así era defecto de capacidad, no de cultura, el que notaba en aquella Nación. Así que este errado concepto del Vulgo (incluyendo aun a muchos que no se reputan por Vulgo), está tan a los ojos de todos, que no sé cómo hay resolución para negarle. Pero el Sr. Mañer, como Procurador general del Vulgo, unas veces niega los errores que todo el mundo palpa en esta clase de gente, y otras veces defiende que no son errores.

2. Después de sentado aquel falso supuesto, va discurriendo por varias Naciones del mundo, y señalando en cada una, o alguna ignorancia considerable, o algún notable error, o alguna práctica irracional. En esto se extendió con mucha prolijidad, porque en cualquiera libro de tantos como tratan de Naciones, se encuentra forraje sobrado, no sólo para llenar un Discurso, mas aun para un libro entero. ¿Pero a qué fin es esto? O con esos errores pretende probar en las Naciones que inciden en ellos, una barbarie (pues así la llama), que sea defecto de capacidad nativa, o una barbarie que signifique sólo falta de cultura. Si lo primero, incide en el mismo error, que por muy exorbitante niega en [188] el Vulgo; y esto le calificaría (lo que no puede ser) de más ignorante y rudo que el Vulgo mismo. Si lo segundo, nada prueba contra mí: pues yo no niego, antes positivamente concedo mucha desigualdad entre varias Naciones, por la cultura de unas, y falta de cultura de otras. Y ve aquí con un papirote sólo derribada esta gran esquina del Anti-Teatro.

3. La verdad es, que el Sr. Mañer se descuida enormemente; y olvidado de que al principio negó aquel error en el Vulgo, después le afirma en varias partes, especialmente tratando de los Gallegos, de quien dice que entre todas las Provincias de España son reputados por la gente más insipiente; y poco más abajo, que son tenidos los Gallegos por gente ruda. Ahora pregunto: ¿los que tienen a los Gallegos por gente ruda, entienden esta rudeza por falta de capacidad, o por falta de cultura? Precisamente ha de ser lo primero: Lo uno, porque la voz rudeza eso significa propiamente; y así no se dice uno rudo porque no ha estudiado, sino porque es inepto para el estudio. Lo otro, porque nadie ignora que en Galicia hay tantas Escuelas para la instrucción de los naturales, como en otro cualquiera Reino de igual población. Sólo mi Religión tiene en aquel dos Colegios de Artes, y uno de Teología. Los Jesuitas tienen seis Colegios. De las Religiones de Santo Domingo, S. Francisco, Agustinos y Mercenarios, donde se enseñan Artes, y Teología, hay muchos. Sobre esto la Universidad de Santiago es frecuentada de innumerable Estudiantina, y está adornada de dos Colegios, el de Fonseca, y el de S. Clemente, de donde salen cada día excelentes sujetos para varias Iglesias. Luego es preciso que la rudeza que se nota en la gente de Galicia, sea considerada de los que la notan, como defecto, no de cultivo, sino de capacidad.

4. Realmente es así, que el Vulgo de las demás Provincias de España, midiendo toda la Nación por aquella pobre gente que va a la siega, hacen este juicio: en que se muestran harto más rudos que los mismos a quienes notan de tales; pues son dos errores grandes, regular por la gente del [189] Campo toda la de un Reino, y tener por rudeza nativa la que sólo es falta de cultura. El primer error ya tiene un grande ejemplar en los Españoles, respecto de los Franceses: pues el Sr. Mañer, tratando de la oposición de las dos Naciones, nos deja dicho a la página 223, que los Españoles discurrían que todos los Franceses eran de la misma laya que aquella gente inferior que viene de Francia a España. El segundo, aunque tan craso, juzgo yo que no existe solamente en el que vulgarmente se llama Vulgo, mas también en algunos, que aunque visten mejor, no entienden mejor que el Vulgo. También contribuye a lo mismo oírles hablar a la gente de la siega aquel lenguaje que juzgan ridículo y despreciable, como si el entendimiento de los hombres estuviera vinculado al idioma que hablan, y como si no hubiera rudos en Castellano, insipientes en Latín, y lourdauts en Francés.

5. La falta de reflexión en esta materia no puede ser mayor, porque está a los ojos de todos patente el motivo para el desengaño. En las Religiones, en las Universidades, en los Colegios respectivamente al número de los Gallegos que estudian, tantos sujetos hábiles se encuentran como en los individuos de las demás Naciones. Lo mismo se observa en los de otras Provincias, cotejados entre sí. Por lo cual yo no hallo motivo para dar, en cuanto a esto, preferencia a una sobre otra. Oí en cierta conversación a un Castellano de espíritu sublime, que llevaba una opinión media en cuanto a la habilidad de los Gallegos. Decía, que de Galicia sale mucho menor número de ingenios que de las demás Naciones; pero que había observado que de esos pocos que salen, cada uno vale por seis u ocho de los ingenios de otras Provincias. Juzgo la máxima muy favorable a Galicia, porque en este punto el exceso en la intensión es preferible al de la extensión; siendo cierto, que más adelanta y penetra un ingenio como ocho, que diez ingenios como cuatro. Pero no puedo darle asenso, por la misma experiencia alegada de lo que pasa en las Religiones y Universidades, donde ni se ve la inferioridad en el número, ni el exceso [190] en la penetración. Démonos todos por buenos, permitiendo a los ingenios elevados que discurran singularidades, y a los espíritus burdos que se dejen llevar de concepciones plebeyas.

6. En lo que dice de las demás Naciones a quienes pretende acreditar de bárbaras; o prueba barbarie nativa, o nada prueba; porque todos sus fundamentos estriban, o en la tiranía del gobierno, o en errores absurdísimos en materia de Religión, o en la práctica frecuente de los más brutales vicios. Y como todo esto es contra lo que dicta inmediatísimamente la luz de la razón natural, prescindiendo de toda cultura y estudio, lo que prueban sus argumentos no es sólo falta de estudio y cultura, sino incapacidad o barbarie nativa. Con que, o el Sr. Mañer usa de pruebas que conoce fútiles para inferir lo que no siente; o está en el error (que por demasiadamente grande niega a nuestro Vulgo) de que hay muchas Naciones bárbaras con barbarie nativa. Lo que sería acreditarse de más vulgar que el mismo Vulgo.

7. Pero yo me atengo a lo primero: porque ni el Sr. Mañer es capaz de este error, ni puede menos de conocer la futilidad de los argumentos con que pretende persuadirle. Los vicios más abominables no prueban falta de espíritu, sino cuando más, mala disposición del temperamento para la práctica de la virtud. Así se han visto siempre, y aun se ven hoy a cada paso sutilísimos ingenios y bastantemente cultivados, muy corrompidos en las costumbres. ¿Cuántos en su mente están repitiendo, no sin algún dolor, aquella sentencia Ovidiana: Video meliora, proboque, deteriora sequor? La violencia de las pasiones atropella, si la gracia no le sale al encuentro con armas vencedoras, las más bien formadas ideas. A los absurdos en materia de Religión tengo satisfecho en mi Discurso en todo el §. VII. Y a lo dicho allí añada ahora el Sr. Mañer, que si cualquiera error muy repugnante a los principios naturales en materia de Religión prueba barbarie, es preciso declarar por bárbaras a Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Suecia, y gran parte de Alemania; pues [191] en todas esas Naciones está muy dominante el error de que no pecamos por elección, sino por necesidad: que Dios nos obliga a pecar, de modo que nos es imposible evitar el pecado: y sin embargo, por pecar de este modo nos condena a pena eterna. ¿Qué error más absurdo que éste?

8. La tiranía del gobierno está muy lejos de probar la barbarie de la Nación; porque no es la Nación quien la ejercita, sino quien la padece; y así, cuando más probaría la barbarie en los Príncipes. Pero ni aun en éstos la prueba. Póngase un Príncipe, el más sutil de los hombres, el más instruido en Ciencias, y Artes: si está poseido de una pasión violenta de aumentar su soberanía, procurará aumentar sin límites en los vasallos la dependencia, hasta poner vidas y haciendas pendientes de su arbitrio. Esto nace de sobra de ambición, no de falta de habilidad; antes ha menester mucha para colocar su grandeza en este estado.

9. Y aquí ocurre una insigne equivocación del Sr. Mañer, quien tratando de la política de Turcos, y Persas, confunde la rectitud del fin con la sagacidad de la elección. Cuando se celebra la política de los Turcos, no cae el elogio sobre su dirección hacia lo honesto, sino sobre la sutileza en buscar medios que promuevan lo útil. Esto es lo que comúnmente se quiere significar cuando se pondera la conducta política de cualquiera sujeto. El que dice que alguno es gran político, no quiere expresar que sea un santo: tampoco el que dirija sus máximas hacia el bien público; sino que elige con sagacidad, y aplica con maña los medios más conducentes a la propia conveniencia. En este sentido dice todo el mundo que fueron grandes Políticos los dos Guillermos Príncipes de Orange, sin embargo de que entrambos fueron Tiranos, pues fueron usurpadores. Es verdad, que yo nunca concederé que ésta sea la Política más fina; pero tampoco negaré que sea sutil, astuta, delicada: fuera de que cuando hablo con todo el mundo, es preciso que prescindiendo de mis opiniones particulares, use del idioma común, y tome las voces como el mundo las entiende; y el mundo por gran Política no entiende sino lo que hemos explicado. [192]

10. Digamos ahora algo de los Chinos, en quienes harto infelizmente se extiende el Sr. Mañer. Lo primero que aquí reparo, es la absoluta de que ya se mudó enteramente el concepto que teníamos antes de la barbarie de los Chinos. Que se mudó en muchos, yo lo concedo. Que se mudó en todos los que tienen alguna erudición en orden a la política, y gobierno de las Naciones, también. Pero que los vulgares no se mantengan en la antigua opinión, lo niego, y lo negará todo hombre de razón. Estos ignoran enteramente el gobierno y política de los Chinos, y así están en que son lo sumo de la barbarie. Y vuelvo a decir, que con los vulgares se deben contar para este efecto muchos de bonete, y capilla: pues muchos de estas dos clases no ponen aplicación alguna a adquirir noticias de las Naciones, como es claro; así en cuanto a esta parte no hacen clase aparte del Vulgo. El Doctor Martínez, a quien se me cita, no tiene bonete, ni capilla, sino peluca. Y es claro también, que la sentencia que alega el Sr. Mañer, la cual es un gracejo puro, no es lugar a propósito para explicar su propia opinión, siendo muy frecuente fundar los chistes sobre opiniones vulgares.

11. Lo segundo se hace reparar, que el apotegma Chino que yo alegué, de que ellos tienen dos ojos, los Europeos uno, y son ciegos todos los demás hombres, le trastorna el Sr. Mañer, y le pone de otro modo, sin otra autoridad que la suya. Como yo lo he propuesto, le leí en las Relaciones de Juan Botero, que tienen otra autoridad en el mundo que las del Sr. Mañer. Cite el Sr. Mañer otro Autor de igual crédito; y aun después de citado el Autor, y asegurado el crédito, queda lugar a examinar el pasaje, por la desconfianza en que nos han puesto los grandes descuidos del Sr. Mañer en sus alegaciones.

12. Reparo lo tercero, que condena en los Chinos el echar mano de hombres sabios para los gobiernos. La razón que da, es, porque dan toda la estimación a las letras, descuidando de las armas, a cuya causa atribuye el haberlos superado varias veces los Tártaros; y en fin, haberlos dominado del todo. Aquí hay muchas equivocaciones. Lo primero, [193] la elección de sabios para el gobierno civil no infiere inatención a la pericia Militar; y así, porque sea reprehensible ésta, no es culpable aquélla. Lo segundo, yo alabé la estimación de las letras, por la parte que es laudable; si por otra parte hay exceso, será capítulo aparte: y así no deberá condenarse lo que alabo, sino lo que omito. Lo tercero, es falsa la total inatención que supone el Sr. Mañer en los Chinos, en orden a lo Militar. La grande muralla que hicieron para defenderse de los Tártaros, un millón de hombres que la guarnecía, el inmenso número de fortalezas que entre mayores, y menores llegaban a dos mil trescientas y cincuenta y siete, siendo seiscientas y veinte y nueve las que llaman de primer orden (sin incluir, ni en aquel número, ni en este las infinitas torres de la gran muralla), un Supremo Tribunal de la Guerra que tiene siempre por Jefe uno de los mayores Señores del Reino, y cinco Subalternos: Todas estas providencias, digo, ¿son de gente que no presta alguna atención a la Milicia? ¿u de hombres, que como dice Mañer, quieren oponerse sólo con libros a las armas enemigas, que los invaden? ¡Hay tal hablar de fantasía! Pues estas noticias las hallará el Sr. Mañer en Tomás Cornelio, y en otros muchos. Lo cuarto, aunque es verdadera la ineptitud de los Chinos para la guerra, por la cual los vencieron varias veces los Tártaros; pero no la atribuyen los Autores que hablan de la China, a falta de inteligencia u de cuidado, sino a falta de valor, porque es cierto que naturalmente son muy tímidos. Lo último, el haberlos en fin sujetado los Tártaros no dependió de su impericia, sino de sus grandes discordias civiles. Los Chinos mismos pusieron en el Trono a los Tártaros, siendo su conductor, y padrino el mismo General Chino que militaba contra ellos. El Sr. Mañer está muy atrasado de noticias Chinesas.

13. Lo cuarto que reparo, es, que rebaje tanto el ingenio y habilidad mecánica de los Chinos. Isaac Vosio, en su libro de Varias observaciones dice, que juzga el genio de los Chinos superior al de todas las demás Naciones del mundo; y que después de haber aprendido nosotros de ellos la fábrica de la Pólvora, la Imprenta, el uso de Aguja Náutica, [194] y otros secretos, retienen aun otros muchos, que acá no hemos alcanzado. En el Diccionario de Moreri se lee, que los Holandeses, por más que han trabajado en ello no pudieron imitar sus carros que se mueven con velas. Allí mismo se añade, que casi en todo género de profesiones mecánicas tienen invenciones particulares para facilitar las obras, y aliviar los Artífices. Oponer a todo esto el exceso que les hacemos en la Pintura, es muy poca cosa para contrapeso. Y aun es mucho menos para contrarrestar las tres invenciones de Pólvora, Imprenta, y Aguja Náutica, la invención del Espejo Ustorio, que es sin duda muy inferior a cualquiera de aquellas tres. Fuera de que aún no se sabe, si esta invención es de Europa, u del Asia, del Poniente, u del Oriente, y el Sr. Mañer se la adscribe voluntariamente a la Europa, para tener con qué empatar de parte nuestra las invenciones de la China. Lo más es el error craso de que el Sr. Villete fue el inventor del Espejo Ustorio, confundiendo el ser artífice, como lo fue, de un Espejo Ustorio excelente, con ser el primer inventor del artificio. Más antiguo es el artificio del Espejo Ustorio, que el trigésimo abuelo de Mons. Villete; pues, aunque condenemos por fábula, que Arquímedes con el uso de él quemó las Naves de Marcelo en el sitio de Siracusa, y Proclo las de Vitaliano en el de Constantinopla, consta evidentemente de Plinio, y Plutarco, que este artificio fue conocido y usado de los antiguos. Véase el primero en el lib. 2 de la Historia Natural, cap. 107. Y el segundo en la Vida de Numa Pompilio. ¿Pero qué es menester ver a Plinio, y Plutarco? Muy poco ha leído quien ignora que más de cien Autores de los últimos siglos escribieron de la construcción del Espejo Ustorio, antes que naciese el Sr. Villete.

14. Si el Sr. Mañer tuviese más noticias, dejaría el Espejo Ustorio en casa de su dueño, y echaría mano de la Máquina Pneumática, que es invención de Othón Guerrico, Alemán, para apostarlas a las invenciones de la China, pues es, sin comparación, de más ingenio que el Espejo Ustorio, y también de más utilidad, por el grande uso que tiene para observaciones físicas: y le añadiría por equipaje el [195] Compás de proporción, la Péndula, los Logaritmos, &c. Pero el Sr. Mañer no sabe salir de su Espejo Ustorio; y aquí le vuelve a contar el número de rayos que se congregan en él. Sobre que le volvemos a advertir los yerros que le notamos en la Paradoja primera. Pero a estos errores va expuesto el que traslada sin más reflexión (añado yo, y aun sin más conocimiento), que tomar lo que en otros halla.

15. Tampoco sirve el decir que los Europeos perfeccionaron aquellos tres Artes, que deben su invención a la China; porque facile est inventis addere. Siempre pide espíritu más alto la invención de un artificio, que el adelantamiento del que ya está inventado.

16. Reparo lo quinto, cuán sin fundamento niega a los Chinos el conocimiento Médico, que les aseguran tantos Autores. Isaac Vosio, Andrés Cleyero, el Diccionario de Moreri, demás de varias Relaciones que se hallan en la República de las Letras, y Memorias de Trevoux, a que añado la deposición del Ilustrísimo Sr. D. Manuel José de Andaya y Haro, Obispo de esta Diócesi, como testigo de vista, dicen lo que yo refiero. Oponer a todo esto un hecho particular, en que no atreviéndose a curar los Médicos Chinos a su Emperador, le sanó el P. Cerbellon con la Quina, es oponer a un Elefante una Mona. ¿En qué materia no sucede que una, u otra vez rara acierta el ignorante, y yerra el docto? ¿Cuántas veces logró la infeliz temeridad lo que se negó al prudente encogimiento?

17. Reparo lo sexto, que el Sr. Mañer nota com bárbarie de los Chinos, el no pagar al Médico cuando no sana al enfermo. De aquí se infiere, que fue un Bárbaro D. Francisco de Quevedo, que deseaba entre nosotros la misma práctica. A fe, que si la hubiese, trotarían menos, y estudiarían más nuestros Físicos. ¿Eso me llama barbarie el buen Sr.? Dios traiga por acá tal barbarie. A lo que dice el Sr. Mañer, que nosotros tenemos la misma ley en el Fuero Juzgo, digo, que lea el Sr. Mañer la glosa que está al pie de la ley que cita, y verá que no la entendió bien, y que es muy distinta de la que se observa en la China.

18. Finalmente, por lo que mira a la policía de los Chinos, [196] le remito a Tomás Cornelio que trata de ella largamente, y allí verá si es excelentísima, no sólo comparada con la de los demás Asiáticos, mas también con la de los Europeos.

19. Pasando de los Chinos a los Americanos, lo que de éstos nos dice el Sr. Mañer es derechamente opuesto a lo que nos refiere el Sr. D. Juan de Palafox en su Retrato natural de los Indios. Y no hallando modo de conciliar a los dos, me resuelvo a conformarme antes con el dictamen de su Ilustrísima, que con el de su merced. Y pienso que sus mismos Contertulios me han de aprobar la elección. Por tanto aquella exacta distinción genealógica de Criollos, Gachupines, Mestizos, Cuarterones, y Saltaatrases, puede guardarla para mejor ocasión.

20. También me parece que en orden a los Pueblos Septentrionales de la América, sin escrúpulo de conciencia, podré subscribir al P. Lafitau que refiere lo que halló por trato y experiencia, antes que al Sr. Mañer que habla sólo por adivinanza. Y sepa de camino, que la mejor elocuencia es la que a un entendimiento claro perspicaz y sólido dicta la misma naturaleza: no la que se granjea a fuerza de artificio en el Aula. Aquélla persuade eficazmente, y convence los ánimos; ésta es puro sonsonete de los oídos. Así no extrañe que en selvas y montes se hallen hombres elocuentes. A fe que he visto más de cuatro Labradores, cuyas razones me hacían más fuerza que las del Sr. Mañer. Y por ahora le remito al Reverendísimo P. Maestro Fr. Benito Pañelles, General que fue de mi Religión, y hoy reside en el Monasterio de Monserrate de esa Corte, a quien podrá preguntar, si es verdad que su Reverendísima me dijo varias veces, cuando tuve la fortuna de ser compañero suyo en el Colegio de S. Salvador de Lerez, que no había visto hombre, ni de entendimiento más claro, ni más elocuente que un pobre Harriero llamado Francisco de Seixo, natural de una montaña distante seis leguas de Pontevedra, quien tratamos mucho los dos; bien, que creo que el Sr. Mañer, si le tratara oyéndole hablar Gallego cerrado (que no sabía otro idioma), le tendría por insipiente, y rudo. [197]

21. Vamos ya a los descuidos que en este Discurso me nota el Sr. Mañer. El primero es, que diciendo en una parte que en la Política no hay Nación que iguale a los Turcos, digo en otra, que los Persas son de más policía que los Turcos; y en otra que el gobierno Político de los Chinos excede al de todas las demás Naciones. Pretende que hay aquí contradicción; y el pretenderlo consiste en que al parecer ignora, que Política, como comúnmente tomamos esta voz, y como se explicó arriba, tiene distinto significado que policía, y gobierno político. La voz policía tiene entre nosotros dos significados, que en Francés se exprimen por dos distintas voces, police, y politese, de las cuales la primera significa reglamento de las cosas públicas pertenecientes a una Ciudad, o Villa; y la segunda cortesanía, o urbanidad. La voz Política entre nosotros significa determinadamente, o por lo menos, según la más común acepción (como notamos arriba), la habilidad en promover con las Artes Aulicas las conveniencias personales, aunque entre los Franceses es indiferente la voz politique para significar esto, o el gobierno del Estado. Puesto esto, vuelva el Sr. Mañer a leer los tres lugares que cita, atienda al contexto, y verá que se habla de cosas distintísimas en aquellas tres expresiones.

22. El segundo descuido es haber atribuido a los Chinos la invención de la Imprenta. Es verdad, que no niega el Sr. Mañer, que no hayan inventado y ejercido un género de Imprenta antes que nosotros; sí sólo que la nuestra es muy distinta de la suya, pues ellos imprimen con planchas grabadas; nosotros con caractéres separados; y así añade que no pudo servirle a Juan de Catemburg (así llama al primero que en Europa introdujo la Imprenta) la noticia de la China. Muchas inadvertencias se le notan en esto poquito al Sr. Mañer.

23. No advirtió lo primero, que el imprimir con caracteres separados no toca a la invención del Arte, sino a la perfección; y como se dijo arriba: Facile est inventis addere. No advierte lo segundo, que en las primeras impresiones que en Europa se hicieron, se usó de planchas grabadas, ni más ni menos que en la China. Esto pudo verlo en [198] su favorecido Diccionario de Dombes. Y Moreri insinúa lo mismo: uno y otro, verb. Imprimerie. Luego pudo servirle al primer Europeo que acá introdujo la Imprenta, la noticia de la China. No advirtió lo tercero, que a los Chinos les es imposible servirse de caracteres separados, por ser los de su escritura innumerables; y así, el no usarlos no nace de falta de ingenio o invención, sino de imposibilidad. Esta advertencia también la hallará en el Diccionario de Dombes. Paso el que llama al inventor, o primer Impresor Europeo, Juan de Catemburg, debiendo llamarle Juan de Guttemberg. Esto depende de apuntar muy de priesa en la Biblioteca, u de escribir lo que oyó mal a algún Contertulio. Paso también, el que sin contingencia atribuya a dicho Juan de Guttemberg la gloria de ser el primer Impresor Europeo, cuando esta cuestión aún no está decidida, compitiendo a Guttemberg, en la pretensión de esta gloria, Juan Fausto, natural de Moguncia, Juan Mentel, o Mantel, natural de Strasburgo, y Lorenzo Coster, vecino de Harlem en Holanda.

24. El tercer descuido es, haber dicho, que si en todo el mundo hubiese más oro que azofar, en todo el mundo sería preferido este metal a aquel. A esto opone el Sr. Mañer lo primero, que yo confieso en otra parte que el oro es el metal más noble, y así siempre los hombres estimarían más el oro, en atención a su nobleza, que el azofar. A esto respondo, que los hombres no atienden en las cosas la nobleza física (que es de la que aquí se habla), sino, o lo raro, o lo útil. Así se ve, que nadie estima más, ni tanto una hormiga, como un diamante; siendo así que aquélla, como ente animado y sensible, es sin comparación físicamente más noble que éste.

25. Opone lo segundo, que hay mucho más copia de plata, que de azofar, sin embargo de lo cual, es menos estimado el azofar que la plata. Respondo, negando el antecedente en todo caso, hasta que venga un buen Contador que tome razón con toda exactitud de la cantidad de plata, y azofar que hay en el mundo: que el Sr. Mañer es natural que quedase muy fatigado de contar los millones de rayos del Sol en el Espejo Ustorio, y por no cansarme más, echaría [199] estotra cuenta por mayor. Mas también puede ser, que en esta objeción haya alguna zancadilla. Es el caso, que el azofar es metal facticio, y se compone, a lo que entiendo, de cobre y calamina, que es una especie de mineral de que hay grande abundancia en el País de Lieja, y en otras partes. Podríamos, pues, permitir que del metal compuesto haya menos cantidad en el mundo, que de plata; pero basta para envilecerle el que abunden mucho más que la plata los dos ingredientes de que se compone.

26. El cuarto descuido es, haber dicho que parece más razonable pensar que los Egipcios en aquellas viles criaturas que adoraban, atendiesen a alguna mística significación, y que el culto fuese respectivo, y no absoluto. Para graduar esto de descuido, no alega sino una fábula extravagante, que tiene todo el aire de ficción Rabínica; esto es, que el motivo de adorar los Egipcios los puerros, y las cebollas, fue, que cuando se anegaron los Egipcios que iban en seguimiento de los Hebreos en el Mar Bermejo, todos los que se excusaron de aquella jornada, por estar ocupados en varios ministerios, adoraron después los mismos ministerios (los objetos de ellos querría decir), en que estaban ocupados; y así, los que entendían en aquella sazón en la siembra de puerros y cebollas, adoraron después los puerros, y las cebollas, como a libertadores de su ruina. Para justificar tan ridícula noticia, no alega otra cosa, sino que lo dice S. Agustín, y otros Escritores, sin expresar quiénes son esos otros, ni en qué parte lo dice S. Agustín: lo que verdaderamente fue descuido notable, porque un cuento tan fallido como este, necesitaba de fianzas más determinadas. Realmente mejor le está al Sr. Mañer que a la falta de cita llamemos descuido, que no cuidado. Pero démosle norabuena de barato al Sr. Mañer, que la noticia sea verdadera. ¿Por dónde se infiere de ella que la adoración de los Egipcios a puerros y cebollas fuese absoluta, y no respectiva? ¿Qué consecuencias hay de lo uno a lo otro? Lo más natural es, que adorasen en aquellas plantas alguna falsa Deidad, a quien antecedentemente daban cultos, considerándola libertadora suya, y juzgando que el conducto más proporcionado para dirigir [200] la adoración, eran las mismas plantas que por inspiración suya habían dado asunto para excusarse de aquella expedición. Lo que no tiene duda (porque consta de varios lugares de la Escritura) es, que los Egipcios antes de la salida de los Hebreos eran Idólatras.

27. El último descuido se señala, en que habiendo dicho en el primer Tomo que la singular extravagancia de los antiguos Egipcios en materia de Religión los acredita de muy corta luz intelectual; ahora digo, que los errores en materia de Religión no prueban absolutamente rudeza en los hombres. Este es el único argumento de cuantos se hallan en el Anti-Teatro, que tenga alguna eficacia aparente; y en el careo de aquellas dos cláusulas es donde únicamente se pretende con un poquito de verisimilitud, que padecí algún descuido. Vea el Sr. Mañer, si soy hombre de equidad. Ahora oiga mi solución. Digo, que en el segundo pasaje hablé respondiendo, en el primero arguyendo. ¿Qué quiere decir esto? A otro que hubiese frecuentado las Escuelas no era menester explicárselo. Al Sr. Mañer sí. El que responde, siempre debe hablar según su mente propia, y usar de la doctrina que juzga verdadera. Pero el que arguye, muchas veces funda el argumento en la doctrina misma de los contrarios, o en la sentencia más común, aunque la juzgue falsa, siéndole libre el sacar consecuencias, u de principios que juzga seguros, o de los que, aunque para sí falsos, admiten los contrarios. Arguyendo yo, pues, en el lugar citado contra una sentencia común, tomé por antecedente una proposición que los contrarios me admiten por verdadera, aunque yo para mí la tengo por falsa. Esto se ve a cada paso en las Escuelas. Aquí acaba el Anti-Teatro, y aquí acaba la Ilustración Apologética.

Conclusión

Lo que resulta de todo este crítico examen, es, que subsisten indemnes cuantas máximas estampé en mis dos primeros Tomos, y que de setenta descuidos, que ofreció notarme el Sr. Mañer, sólo justifica uno, que está en la especie [201] del Elefante blanco de Siam (tom. 1, pag. 13) y éste es de bien poca monta, habiendo consistido la equivocación en tomar de dos Reinos vecinos, el de Siam, y el de Bengala, uno por otro. En el de Bengala es cierto que se adora el Elefante blanco. Pero la vecindad de los dos Reinos, y el que en el de Siam es alhaja también de singularísima estimación el Elefante blanco, y que aprecia sumamente aquel Rey, hasta hacer que le sirvan como esclavos los Mandarines, indujo insensiblemente aquella equivocación, que no puede computarse por más que medio descuido, por no caer el yerro sino en una circunstancia accidental de la noticia. Pero en recompensa de medio descuido sólo, se los dejamos notados por centenares al Sr. Mañer. Quien quisiere divertirse en contarlos, hallará que no fue hipérbole el estampar en la frente de este escrito que pasan de cuatrocientos, que a la verdad es mucho para un libro de tan pocas hojas. Repárese, que en varias partes encontramos racimos de ellos en el breve recinto de pocas líneas. Pero mucho más sería, sin comparación, si se notasen los que se omiten. Aseguro con toda verdad, que exceden mucho en número los omitidos a los notados, porque me contuve en señalar precisamente los que hacían al propósito de mi defensa. Sólo de los que pertenecen al defecto de Gramática Latina y Castellana, se puede hacer un rimero monstruoso. Por lo que mira a la Gramática Latina, se puede hacer concepto, advirtiendo que a la pag. 102 del Anti-Teatro, en menos de cuatro renglones hay cinco solecismos. Lease desde el medio de la línea 8: Huic corporis magnitudine respondebat animorum, & virum magnitudo, donde está magnitudine por magnitudini, y virum por virium. Y desde el fin de la línea 10: Populos magnus, & validus, & tam excelsus, ut Enacim stirpe quasi Gigantes crederentur, & essent similis filiorum Enacim. Aquí se pone populos por populus, falta la proposición de antes de stirpe, y se dice similis por similes. Que todo esto fuese puramente yerro de Imprenta, a nadie se hará creíble, pues tantos solecismos juntos ni puede dejar de advertirlos el que corrije, ni el Impresor de enmendarlos, puesta la corrección. Que a un corrector muy descuidado se le escape [202] un solecismo en cada página, vaya; pero cinco en menos de cuatro renglones, no puede ser. En el Castellano tampoco hay cosa con cosa: y pocas cláusulas se encuentran donde no haya, o impropiedad de la voz, u de la frase, o mala colocación, o yerro en el género, o en la conjugación, &c.

Resulta asimismo que ningún Escritor hasta ahora pecó, ni tan enormemente, ni tan frecuentemente contra el precepto más esencial de la Crítica, que es de referir con legalidad, así las doctrinas que se impugnan, como las que se alegan. En su Prólogo ofreció el Sr. Mañer ser exacto en esta materia; pero viéndole faltar a lo ofrecido casi en cada página, y en cada número, parece ser que aquella promesa no miró más que a preocupar falazmente al lector, para gozar, abusando de su buena fe, una libertad sin límites en corromper mis pasajes, y suponer muchas veces los que no hay en los Autores que cita.

Item resulta, que aquella capa de modestia con que salió el Sr. Mañer embozado en el Prólogo, se tiró luego al suelo para ajarme con modos insultantes en todo el discurso de la obra. De donde puede colegirse, que aquella protesta venero las líneas con toda la reverencia que se merece el pincel, no debe entenderse como una sincera exposición del ánimo, sino como una exposición irrisoria, donde transparentándose el velo de la ironía, salta a los ojos el desprecio.

Resulta en fin, que mis lectores tienen, en vista de este escrito, un motivo nuevo y más eficaz que todos los antecedentes, para desconfiar enteramente de las reconvenciones que me hacen mis contrarios. Sobre que les repito, y recomiendo nuevamente y con mayor instancia lo que les dije en el Prólogo del tercer Tomo, desde el num. 66, hasta el 68 inclusive.

F I N.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 186-202.}