Ilustración apologética ❦ Discurso XVI
Defensa de las Mujeres
1. Estuve para pasar adelante, omitiendo este Discurso, porque en la substancia el Sr. Mañer vino a hacer lo mismo. Cosa admirable es, que siendo el asunto primario, y aun casi total de mi Defensa de las mujeres su igualdad en entendimiento con los hombres, la cual probé con varios argumentos largamente, a ninguno de ellos tocó con la pluma el Sr. Mañer, ni hizo más que entretenerse en los arrabales del Discurso, con tal cual parte accesoria del argumento. ¿Qué Anti-Teatro es éste? ¿O por qué se le dio este título? Cierto que aunque ya tenía entendido, que había algunos títulos pobres en la Corte, tanto como éste nunca lo pensé.
2. Número 1 exclama sobre la arduidad de mi empeño. Exclame cuanto quisiere. Sabía que tenía caudal bastante para desempeñarme en los libros de mi estudio.
3. Número 2 siente, que algunos censuraron este Discurso de molesto, por muy largo. Lo que yo puedo decir sobre esto es, que de otros me aseguraron, que todo el libro les había parecido corto.
4. Número 3 se pone a probar muy despacio, que los hombres tienen más vigor, o fuerza corporal, que las mujeres. ¡Qué tiempo tan bien empleado! ¿Quién se lo niega?
5. Número 4 me opone, que vio a muchas mujeres discretas confesar su inferioridad respecto de los hombres. Respondo, que no hay discreto, que no yerre en algo. ¿Quién negará, que es muy discreto el Sr. D. Salvador Mañer? Sin embargo, o cuanto... mas quédese aquí.
6. Número 5 me nota el haber omitido dos, o tres especies [63] históricas, que podían agregarse para el intento mismo, a que traigo otras muchas. ¡Hay cosa! ¿Qué, yo tengo de escribir todo lo que al Sr. Mañer se le antoja que escriba? Si mi Discurso pareció molesto por muy largo, ¿qué fuera si añadiera esas tres especies sobre las demás? Díceme en otra parte, que pude excusar tanta copia de ejemplares: que con dos para cada cosa tenía bastante; y ahora quiere que se acumulen cuantos se encuentran en las historias. El hombre batalla tan a ciegas, que sobre su cabeza caen los más de los golpes.
7. Número 6 me supone, que pretendí equilibrar la robustez de los hombres con la hermosura de las mujeres, dando por iguales las dos prendas. Lo contrario consta de la parte misma, donde me cita. El empate lo pongo únicamente en ser una, y otra prenda del cuerpo. En lo demás me explico positivamente a favor de la primera. ¿Puede haber mayor claridad, que la que se contiene en esta cláusula mía? Pero en el caso de la cuestión doy mi voto a favor de la robustez, la cual juzgo prenda mucho más apreciable, que la hermosura. ¡Hay tal hipo de suponerme lo que no digo, o lo contrario de lo que digo!
8. Número 7 quiere probar, que el imperio de la hermosura sobre la voluntad no es apreciable: porque yo digo, que si todas las mujeres fuesen feas, la menos fea tendría el mismo atractivo, que hoy tiene la más hermosa. Y no advierte el buen Señor la evidente instancia, que padece este argumento en la prenda de la robustez: pues es cierto, que si todos los hombres fuesen afeminados, o débiles, el menos afeminado sería tan estimado, como lo es hoy el más valiente.
9. Número 8 se empeña en que la docilidad de las mujeres no contrarresta la constancia de los hombres; pero sin dar prueba alguna: sin que le disculpe la acusación de que yo tampoco las dí por mi intento, pues esa misma advertencia debía servirle de aviso, para no caer en la misma falta. Yo no dí pruebas sobre este asunto: lo uno, porque entendiendo (como allí me explico) por constancia, y docilidad [64] la natural inflexibilidad, o flexibilidad de genios, me pareció que el mismo careo de los términos explicaba bastantemente el contrarresto de los significados. Lo otro, porque si a cada proposición, que profiero (especialmente cuando me divierto en una parte accesoria del asunto), había de entrar el sic argumentor, probo majorem, respondebis, contra &c. hiciera un Discurso infinito. ¿Qué dijeran de él en ese caso los que ahora le tienen por prolijo? Así que es preciso dejar muchas cosas en aquella verisimilitud que ostentan a primeras luces, y permitir algo al juicio de los discretos lectores. Esto, como digo, se entiende en los puntos accesorios. Pero los que impugnan, como toman la cualidad de actores, deben probar contra todo aquello que impugnan.
10. De paso quisiera saber, ¿por qué en este mismo número llama el Sr. Mañer fárrago el citar yo unas doctrinas de Santo Tomás, y de otros grandes Teólogos, que me hacían al caso, y no ocupan más de nueve líneas en el número 24? Fárrago, Señor mío, se llama, o la multitud de citas superfluas, o la profusión de especies impertinentes, o la acumulación de argumentos ineficaces. ¿Por qué capítulos de estos será fárrago el mío? Las especies, comprehendidas en aquellas nueve líneas, son oportunísimas al intento que sigo en aquel número (léalo el más apasionado del Sr. Mañer); y ocupando el breve espacio de nueve líneas, tampoco se me puede notar la prolijidad. Cierto que algunas veces fui tentado a dar el nombre de fárrago a varios trozos del Anti-Teatro, que me parecían merecerlo; pero me contuve por la decencia. Ahora ya sé que no estoy obligado a guardar estas atenciones con el Sr. Mañer.
11. Número 9: Por haber dicho yo que la prudencia de los hombres se equilibra con la sencillez de las mujeres: y añadido que aún estaba por decir más, porque al género humano mejor le estaría la sencillez, que la prudencia: nota, al parecer, de arrojado el pensamiento, cuando advierte que no le dí rienda, pues produje en prueba de ello sólo una fabulosidad, incluida en aquellas palabras: Al siglo de [65] Oro nadie le compuso de hombres prudentes, sino de hombres cándidos. Señor mío: Que al género humano en común mejor le estaría la sencillez, que la prudencia, no sólo estaba para decirlo, sino que lo digo. Y más digo, que ésta es una verdad tan clara, que no necesita de prueba; suponiendo, que aquí se habla de aquella, que se llama prudencia humana, y que dirige en buscar las conveniencias de esta vida mortal; no de la prudencia, considerada como virtud moral, o adquirida, o infusa, que precisamente dirige a lo honesto: pues en cuanto a ésta, no hay razón alguna para concedérsela más a los hombres, que a las mujeres. Digo, que tomada la prudencia (como aquí se toma) en aquel sentido, no tiene duda que al género humano en común, mejor le estaría la sencillez que la prudencia. Aquélla desterraría del mundo la mayor peste suya, que es el engaño, y la mentira, de quien nacen otros infinitos daños, sino todos; ésta sólo desterraría la temeridad, dejando lugar al dolo y demás vicios. En cuanto a que la prueba que alego, es tomada de una fabulosidad, digo, que el Sr. Mañer no la tomó por donde debiera. No hay duda de que es fabuloso el siglo de Oro; pero no es fabuloso, que el constituirle de hombres cándidos, no prudentes, los que le fingieron, nació del concepto común y verdadero, en que están los hombres, de que no la prudencia, sino la sencillez del trato, es la que puede hacer feliz el mundo. Por este lado se ha de mirar mi prueba, que es por donde yo la tomo. Pero el Sr. Mañer, al revés de Apeles con Antíoco, siempre en mis razones busca el ojo defectuoso para pintarle, ocultando el sano.
12. Número 10: Nada hay sino recalcarse en lo dicho, y de paso introducir un texto, que dejaba yo explicado (comprehendiéndole en la razón común de las sentencias sagradas, que miran al mismo fin) en el número 5.
13. En el número 11, que es muy largo, se dilata en alegar textos de la Escritura, donde se elogia la virtud de la prudencia. Este sí que es fárrago, porque son muchos los textos (no menos que diez), y porque no son del caso. Ninguno hay entre todos ellos, que prefiera, ni aun por consecuencia [66] mediata, la prudencia a la sencillez. Esta es la cuestión. Que la prudencia es buena, y laudable, es lo que expresan los textos; y esto nadie lo niega, especialmente en el sentido en que la toma la Escritura. ¡Qué fácil me fuera a mí amontonar otros tantos, y muchos más textos en elogio de la sencillez! Pero no lo hago, porque soy enemigo de fárragos.
14. Número 12 me impugna sobre haber dicho, que la vergüenza es gracia característica del otro sexo. Dice, que si esto fuera así, valdría esta consecuencia: Tiene vergüenza: luego es mujer. Y también valdría estotra: Es mujer: luego tiene vergüenza: y ni una, ni otra valen, porque hay hombres vergonzosos, y hay mujeres que no lo son. Si el Sr. Mañer advirtiera, que la voz característica, en el uso, que hago de ella, es metafórica, conociera la futilidad de su objeción; pues para que ésta valiese, era menester tomar la voz en su riguroso, y primitivo significado. Vea el Diccionario de Dombes (que bien sé que le ve algunas veces, y no por el pergamino, como la Escritura) v. Carácter, y hallará inserta esta sentencia del discretísimo P. Rapin: La grandeza del alma es el carácter de los Romanos. Pregúntole ahora, si vale esta consecuencia: ¿Tiene grandeza de alma: luego es Romano? ni estotra: ¿Es Romano: luego tiene grandeza de alma? Ya se ve que no: porque no todos los Romanos tienen grandeza de alma (o no todos la tuvieron, si se habla de los antiguos), y la tienen muchos, que no son Romanos. ¿Qué responderá a esto el Sr. Mañer?
15. Concluido este número 12, da un salto mucho mayor que el de Alvarado, plantándose desde el número 27 de mi Discurso en el número 152, y dejando intactos todo el cuerpo, y alma de la cuestión, si el entendimiento de las mujeres es igual al de los hombres. Rara parsimonia en materia de literatura, no morder, sino en los antes, y postres de la disertación, quien toma el carácter de antagonista.
16. Puesto, pues, de golpe en el último § de mi Discurso, creyera yo, que hallándole al espirar venía más como agonizante, que como combatiente, si no le viera luego [67] disparar sobre el pobre moribundo un horrendo fárrago, que dura desde el número 13 del suyo hasta el 17 inclusive. Sí, señor, fárrago es; porque cuantas objeciones se incluyen en dichos números, proceden fuera del intento. Todas van a probar, que aun removida la ocasión, que los hombres suministran a las mujeres, con la desestimación que hacen de ellas para sus fragilidades, quedan en pie otros incentivos. Esto está bien dicho, pero no es del caso; porque yo no propuse aquella ocasión como única, sino como una; no como motivo total, sino parcial. No hay duda, que aun removido aquel tropiezo, y colocadas las mujeres en el grado de aprecio que merecen, tendrían sus influjos las partes amables del pretendiente, la promesa, la dádiva, la amenaza, la porfía, y en algunas su propia intemperie. Pero, señor mío, su galardón merece, y útilmente se ocupa, quien no pudiendo desarmar toda la artillería que bate las murallas de una plaza, clava, o desmonta alguna parte de ella. Esto es lo que yo hice, o pretendí hacer en el § último de mi Discurso. Conociendo, que la existimada inferioridad de las mujeres contribuye en parte a sus flaquezas, y especialmente en las casadas es un incentivo frecuente, y poderoso, para que sean infieles, el desprecio que hacen de ellas los maridos, pretendí remover esta ocasión. Quedan otros cinco, o seis enemigos en el campo: es verdad; pero menos daño harán ésos por sí solos, que juntos con el otro.
17. A vueltas de esta equivocación capital del Sr. Mañer, hay otras en aquella porción de su escrito. Num. 14: Para probar que aun lograda la persuasión de la igualdad entre los dos sexos, lo más que se logrará será que las mujeres no se rindan con presteza, mas no el que no se rindan; propone en el combate al hombre imaginándose superior, y a la mujer considerándose igual. No es ésa la hipótesi en que estamos: pues yo pretendo persuadir la igualdad, no sólo a las mujeres, mas también a los hombres: y así hombre, y mujer se me han de representar combatiendo en el grado de existimación, en que yo los quiero poner para ver qué se seguiría en ese caso. Lo demás es alterar la hipótesi. [68]
18. Número 15 pretende, que si la mujer considerándose igual al hombre, tiene por oprobio el rendírsele, lo mismo sucederá dentro del matrimonio ¡Bella consecuencia! La imaginada superioridad de parte del hombre es un contrapeso, que minora en parte la ignominia de la rendición inhonesta, y por este camino facilita el triunfo: el cual a veces no se logrará, si la ignominia en la aprehensión de la mujer se representára sin aquel menoscabo en el peso. Pero como en el matrimonio no hay ignominia alguna, es la ilación totalmente descaminada.
19. Número 17 dice, que el desprecio que hacen algunos maridos de sus esposas, no nace de la imaginada superioridad de su sexo, sino de otros principios. Concedo los otros principios, y niego que aquél no lo sea. La existimada superioridad del sexo por sí misma, sin otro auxilio minora la estimación de la consorte, y da fuerza a los demás capítulos, cuando concurren otros. Es verdad, que algunos, no obstante la imaginada superioridad, estiman y aman a sus esposas. Eso consiste en que los motivos que consideran en sus prendas para estimarlas, y quererlas, exceden al que contemplan en la propia superioridad para desestimarlas. Pero aun a estas la imaginada superioridad les roba parte del aprecio: y a otras, que no están en ese grado, las precipita a la positiva desestimación.
20. En el número 18 empiezan los que el Sr. Mañer llama descuidos. Dice en este número, que es contradicción, habiendo yo negado en el número 8 de mi Discurso, que la Caba fuese causa de la pérdida de España, llamarla después ruina de España en el número 21. Si el Sr. Mañer hubiera estudiado algo de los distintos géneros que hay de causas, y hecho juntamente reflexión sobre el contexto en que están introducidas las dos proposiciones, no hallaría alguna contradicción en ellas. Ni aun era menester llegar al segundo libro de los Físicos, donde se trata de Causis. Con la distinción subjective, objective, vulgarísima entre los Lógicos, está compuesto el pleito. En el número 8 negamos que la Caba fuese causa eficiente física, ni moral de la pérdida de [69] España. Este sentido califica la prueba, que damos allí, y juntamente el intento, que es relevarla de toda culpa. En el número 21 la reconocemos causa ocasional puramente objetiva, en la cual no hay influjo culpable. Esto consta asimismo del contexto, pues se trata allí del daño que puede ocasionar en los hombres la hermosura, contemplada puramente como objeto. Expliquemos esto al Sr. Mañer en el ejemplo de Judith. ¿Fue Judith causa del incendio lascivo de Holofernes? Sin duda; porque ella lo afirma expresamente en su Cántico: Pulchritudo ejus captivam fecit animam ejus. ¿Tuvo culpa, o fue cómplice en los impuros deseos de aquel Caudillo? No por cierto; porque la Escritura califica su conducta, no sólo de inocente, sino de heróica. ¿Por qué esto? Porque influyó como causa puramente objetiva; no como subjetiva, o eficiente. ¿Quiere más?
21. Número 19: De las expresiones con que yo celebré la habilidad Poética de Antonieta de la Guardia, y de Marta Martina, diciendo de la primera, que no hubo en Francia hombre alguno que la pusiese el pie adelante; y de la segunda, que, a haber tenido oportunidad para estudiar, fuera prodigio entre las mujeres, y aun entre los hombres, colige, que tácitamente insinuó la superioridad de los hombres. No es así. Aun supuesta la igualdad en aptitud de uno a otro sexo, es ponderable en una mujer el que iguale en cualquier facultad a los hombres más aventajados en ella. La razón es, porque son poquísimas las mujeres, y muchísimos los hombres, que se aplican a aquella facultad; y es más fácil hallar la excelencia entre muchos, que entre pocos. Por cuya razón sería muy ponderable que en una compañía de cincuenta hombres se hallasen dos tan valientes, como dos los más valientes de todo un gran Ejército.
22. Número 20 me tacha el haber notado la falta de energía en las Obras Poéticas de la célebre Monja de México, y añadido, que la agudeza que muestra en la crisis del Sermón del P. Vieira, es mucho menor que la del impugnado. Confiesa el Sr. Mañer ser esta crítica ajustada; pero dice estar fuera de su lugar: porque allí no se trajo [70] la monja de México para la censura, sino para el elogio. Respondo, que en elogios puramente panegíricos sólo tienen lugar las perfecciones; en los elogios críticos caben también los defectos, mayormente cuando no exceden, ni igualan a las perfecciones. Y aun cuando el Sr. Mañer en esto tuviese razón, ésta sería una de las que el Castellano llama fruslerías, el Francés petitesses, el Italiano vagatelas, y el Portugués parvuizas, de que está lleno todo el Anti-Teatro.
23. Número 21, 22, y 23 impugna la noticia que di de las Amazonas de la América. En entrándose el Sr. Mañer en las Indias Occidentales, se halla en su elemento. Sería lástima que perdiese el público las noticias que adquirió el tiempo que anduvo por aquellas Regiones. No tiene el Sr. Mañer más fiador para la negativa de las Amazonas de la América, que al P. Vicente María Coroneli en su Atlante Veneto. Por la afirmativa está la opinión común, (como no niega Mañer) la cual tuvo su origen, y subsiste desde que el Capitán Francisco de Orellana descubrió las orillas del gran Río, que por este respecto se llamó, y aún se llama hoy de las Amazonas. ¿Quién no ve, que un Autor particular, y Veneciano, que siempre vivió distantísimo de aquellos Países, es poca cosa para contrarrestar una opinión común, derivada de los mismos que fueron testigos de vista?
24. Pero no valga la opinión común, ni aun valga la deposición de Francisco de Orellana, y de sus Soldados (que todo esto puedo darle de barato al Sr. Mañer), sea la apuesta no más que de Autor a Autor. El P. Cristobal de Acuña, de la Compañía de Jesús, afirma en su Viaje que imprimió en Madrid, de aquel gran Río el año de 1641, que en la Ciudad de Quito se hizo información, de orden de su Real Audiencia, acerca de las Amazonas; y se probó en ella por muchos testigos, el que las había. También afirma haberse hallado en la Ciudad de Pasto al tiempo que se hizo otra información jurídica sobre el mismo asunto, y que en la misma Ciudad trató, y comunicó a una India, que había vivido mucho tiempo con ellas. Este Viaje está reimpreso en un Tomo en folio intitulado el Marañón, y [71] Amazonas, que dio a luz en Madrid el P. Manuel Rodríguez, de la Compañía de Jesús, Procurador General de Indias; y traducido en Francés por Monsieur de Gomberville, de la Academia Francesa, se añadió ad calcem del Viaje que hizo al Mar del Sur Wodes Rogger, Corsario Inglés. Vea ahora el discreto lector a quien hemos de creer, si al Autor Veneciano, que no pudo tener tan seguras noticias, o al Español, que se funda en tan valederos testimonios.
25. Lo peor para el Sr. Mañer es, que aunque creamos a su P. Coroneli, tengo con él cuanto he menester para mi intento: pues éste, aunque cree ser fabulosas aquellas circunstancias añadidas en la Relación de Orellana, que hacen a las Amazonas de la América en todo semejantes a las de la Asia, confiesa que de hecho en un desembarco, que hizo Orellana con su gente a las orillas de aquel Río, salió a hacerle oposición la gente del Pais, en que venían armadas las mujeres juntamente con los hombres: esto para mi intento basta; pues en el lugar donde toco esta especie, trato del esfuerzo y espíritu marcial de que son capaces las mujeres. Junto para este fin varios ejemplares, entre ellos el de las Amazonas de la América. Y éstas es claro, que me hacen al caso, consideradas únicamente con la cualidad de mujeres guerreras, aunque falten las demás circunstancias de no admitir hombre alguno dentro de su Estado, buscar fuera de él amantes para fecundarse, &c. Con que es contra producentem este testigo, y viene a caerle al Sr. Mañer sobre la cabeza todo el Atlante Veneto de su P. Coroneli.
26. En el número 24 tenemos otra como la pasada. También toca a Indias, y otra vez sale a danzar el P. Coroneli. Condéname como yerro el haber hablado del Río de las Amazonas, y el Marañón, como si fuesen un solo Río. Dice, que los primeros Geógrafos que escribieron de la América, lo creyeron así; pero ya se sabe que los mencionados son Ríos distintos, y recibidos como tales, ha más de un siglo entre los Geógrafos modernos. Para esto trae el apoyo de su P. Coroneli, y del Diccionario de Moreri.
27. No obstante esta universal aseveración, le quedó una [72] espina atravesada, que no disimuló; esto es, la descripción del Río Marañón con su mapa tirado, hecha por el P. Samuél Fritz (Manuel le llama el Sr. Mañer), de la Compañía de Jesús, en que se halla ser el Río Marañón uno mismo con el de las Amazonas. Pero responde, que esto no obsta, porque aquella descripción es sacada de una Memoria Española, y hecha sobre el sentir antiguo.
28. Por desgracia del Sr. Mañer, su merced no vio de sus ojos el mapa del P. Fritz; y yo sí, que le tengo dentro de mi Celda. Y de él consta con evidencia no ser fundado en el sentir antiguo, sino en noticias prácticas, frescas, recientes, y seguras. La inscripción colocada en la frente del mapa es ésta: El gran Río Marañón, o Amazonas, con la Misión de la Compañía de Jesús, geográficamente delineado por el P. Samuél Fritz, Misionero continuo en este Río. Inmediatamente prosigue así: P.J. de N. Societatis Jesu, quondam in hoc Marañone Missionarius sculpebat Quiti, ann. 1707. Es el P. Juan de Narváez el que se nota con aquellas letras iniciales. En la relación puesta al pie del mapa se halla ésta entre otras cláusulas: Tiene la Compañía de Jesús en este gran Río una muy dilatada, trabajosa, y Apostólica Misión, en que entró año 1638.
29. Díganos ahora, el Sr. Mañer: ¿Si un Misionero continuo del Marañón, una vez que se puso a formar mapa de aquel Río, le haría sobre memorias antiguas, no pudiendo a él faltarle noticias recientes y segurísimas, adquiridas, ya por sus propios viajes, ya por la comunicación de los demás Padres de aquella gran Misión? El Padre Juan de Narváez, que abrió la lámina, y fue también Misionero en aquel Río, contribuye a la seguridad de aquellas noticias, y viene a ser otro testigo de la identidad del Río Marañón con el de las Amazonas. ¿No son estos dos testigos harto más fidedignos en la materia presente, que los otros dos alegados por el Sr. Mañer, Moreri, y Coroneli, que no salieron jamás de Europa? ¿Qué duda puede haber en esto?
30. Que el Sr. Mañer no vio de sus ojos (prescindiendo si le vio con los de alguno de sus compañeros de Tertulia) [73] el mapa citado, es claro. Lo primero, porque le supone formado sobre memorias antiguas, y de él consta lo contrario. Lo segundo, porque llama al Autor Manuel, siendo su nombre Samuél. Esta equivocación es muy fácil suceder a quien escribe sobre noticias de Tertulia, u de corrillo, donde, cuando no yerre el que refiere, frecuentemente entre dos voces que tienen las mismas vocales, toma una por otra el que oye. Lo tercero, porque dice que el mapa señala el origen del Río en el Lago de Zurima; y no es así, pues le pone en la Laguna de Lauricocha. ¡Oh qué mal le está al Sr. Mañer el fiarse tanto en las noticias de colectoría, que le administran sus camaradas de Tertulia!
31. Otra sentencia media hay en esta materia; y es, que siendo dos Ríos distintos en su origen, el uno llamado Marañón, el otro de las Amazonas, y juntándose después cerca de Santiago de las Montañas, retienen para el agregado de los dos, ambos nombres; y así, el Río grande que resulta de ellos, se llama Marañón, y de las Amazonas. Vease a Medrano en el tom. 2. de su Geografía, Descripción del Río, y Imperio de las Amazonas, cap. 2, donde dice, que al Río general que consta de entrambos, llaman comúnmente Río de Orellana, Marañón, u de las Amazonas. Esto a mí me sobra: siendo cierto, que el que llaman Imperio de las Amazonas está a la margen del gran Río, que consta de los dos. Luego hablando yo de éste (como hablo) no yerro en darle ambos nombres.
32. Yo quiero, con todo, darle de barato al Sr. Mañer (que es mucho dar, y aun es dar mucho, y remucho) que sea más probable la opinión, que él sigue. Cuando yo no instituyo alguna disertación geográfica, sino que hablo por incidencia, y de paso para otra cosa muy distinta de todo lo que es Geografía, del Río de las Amazonas, ¿qué importará que hable según esta, o según aquella opinión? ¿No es este reparo (como otros innumerables del Anti-Teatro) propio de un hombre que no teniendo con qué vestir un libro, no hay trapo inútil que no agarre?
33. Número 27 impugna lo que dije del noble instinto de [74] los Delfines. Cité a Gesnero. Pero eso mismo me nota, culpándome de que me haya dejado ir sobre la fe de Gesnero. Pues pregunto: ¿Es Gesnero algún Tertulio de los ocho del Anti-Teatro? ¿No es Autor de primera nota entre los que han escrito de Animalibus? Lo bueno es, que a Gesnero, y a mí nos contradice sólo, sobre su palabra, pues no cita Autor alguno. La satisfacción alabo. Sólo a aquella parte de la noticia, en que se dice, que los Delfines retiran los cadáveres de su especie cuando hay riesgo de que sean devorados por otras bestias marinas, le pareció que derribaba bastantemente con decir: ¿A qué sitio los retiran? Porque el Mar es casa común de los peces, sin que haya sitio prohibido para los mayores. ¿Cómo que no? ¿Pues no podrá retirarse un Delfín muerto entre una tropa de Delfines vivos? ¿No podrán tener sus cavernas, por cuyas bocas no quepan los peces mayores? ¿Dice algo el P. Coroneli sobre que puede haber cavernas en el suelo del Mar? ¡Oh qué tiempo tan desperdiciado el que se gasta en esto!
Advertencia
Aunque el Sr. Mañer, entrando con su crítica en mi segundo Tomo, numera los Discursos como los halló numerados en el primero, segundo, &c. no debió hacerlo así; pues ya colocados para la crítica en un Tomo, debió llamar decimoséptimo al que llama primero, decimooctavo al que llama segundo, y así de los demás, como yo lo haría si reimprimiese incorporados en un Tomo el primero, y segundo: o por lo menos debiera decir: Discurso primero del segundo Tomo, Discurso segundo del segundo Tomo, &c. para evitar la confusión: la que yo evitaré nombrándolos como es razón.