Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Carta II

Establécese la máxima Filosófica de que en las substancias criadas hay medio entre el espíritu, y la materia. Con que se extirpa desde los cimientos el impío dogma de los Filósofos Materialistas

1. Muy señor mío. Díceme Vmd. que, leyendo el Tomo IV de mis Cartas, le sucedió lo que al navegante, que habiendo surcado un gran espacio de mar sin azar, o peligro alguno, al fenecer su curso, saliendo a la tierra, tropieza en un escollo que halla a la orilla; esto es, que cuanto leyó en dicha Obra, mereció su aprobación, a excepción de aquella cláusula, con que terminó [92] la última Carta, y en que afirmo, que aunque el alma de los brutos se puede llamar material, por su esencial dependencia de la materia, no es materia realmente, sino un ente medio entre espíritu, y materia. Este medio entre espíritu y materia escandalizó el buen entendimiento de Vmd. pareciéndole ver en él un monstruo filosófico, o un ente de razón digno de ser relegado para siempre al país de las quimeras: de que colijo, o que Vmd. no leyó el nono Discurso del tercer Tomo del Teatro Crítico (Racionalidad de los Brutos), o enteramente se olvidó de lo que contiene aquel Discurso en el núm. 61, y de ahí en adelante; pues en dicho lugar, no sólo pronunció la misma máxima, que ahora tanto desplace a Vmd. mas la pruebo a mi parecer, eficazmente.

2. Sí, señor mío, lo dicho dicho. Así lo escribí entonces: así lo repetí en el lugar, que Vmd. me cita; y así lo siento ahora. Y lo que es más, no desespero de persuadir lo mismo a Vmd. para lo cual le ruego tenga cuenta con lo que le iré diciendo.

3. La doctrina de que hay ente medio entre espíritu, y materia, que a Vmd. y aun acaso generalmente parece nueva, si se resuelven bien los Cartafolios, se hallará, que tiene una antigüedad muy rancia: como asimismo la diametralmente opuesta a ella, apenas más anciana, que la Filosofía de Descartes.

4. Formó Descartes su sistema, haciendo en su fábrica muy poco gasto a la naturaleza, porque tomó de ella sólo aquella imperfectísima entidad, que los Peripatéticos llaman Materia prima; y a quien estiman en tan poco, que casi la equivocan con la nada, diciendo, que es pura potencia sin actualidad alguna; y en fin, un ras con ras de la mera carencia de todo ser, prope nihil. En cuya consecuencia arrojó como inútiles a los espacios imaginarios todas las formas substanciales, pareciéndole, que la materia primera por sí sola podía cumplir con sus innumerables oficios, y satisfacer a la explicación de cuantos fenómenos presenta el teatro del mundo a nuestras potencias, y [93] sentidos, exceptuando de esta general relegación de las formas sólo al alma racional; porque no halló, que para sus particulares, y nobilísimas funciones pudiese substituirla la materia, estando por otra parte determinado a colocarla en una cortísima porción del cuerpo, y cerebro humano, que llaman Glándula pineal, donde hiciese su residencia, porque esta limitación fuese, o padeciese levísima residencia respecto del gran cuerpo del sistema.

5. Y realmente, si en toda la multitud de los objetos de la Física no hubiese otro ente, o substancia animada sino el hombre, con la experiencia mera del alma racional, parece que todo quedaba bien compuesto; porque para la constitución de los cuerpos inanimados ¿qué más es menester, que materia compaginada de esta, o aquella manera? Con dar a un trozo de materia la textura propia de la piedra, ¿no quedará hecho piedra? Con dar a un trozo de materia la textura propia del hierro, ¿no quedará hecho hierro? ¿Y así de todas las demás substancias inanimadas que elementales, que mixtas?

6. Pero el mal es, que fuera del cuerpo humano hay en la colección del Universo un numerosísimo enjambre, no sólo de individuos, mas aún de especies de cuerpos animados; esto es, aquellos a quienes damos el nombre de brutos; y que por consiguiente embarazan infinito la construcción del sistema. Los brutos sienten, perciben, imaginan, recuerdan sus pasados sucesos, sirviendo a muchos esa memoria para precaver varios peligros, semejantes a otros en que se vieron. Es común a ellos una gran parte de nuestras pasiones, la ira, el odio, la venganza: se alegran, y se contristan, según la impresión que reciben de objetos gratos, o desapacibles. ¡Cuán poderoso es en ellos el amor de la prole! Lo mismo digo de la inclinación apetitiva de uno a otro sexo. Quien imagina posibles estas, y otras aficiones semejantes en un trozo de materia, desnudo de toda forma animante, ¿qué dificultad hallará en atribuir hambre, y sed, oído, y olfato a una piedra?

7. Es sumamente creíble, que Descartes, que no era [94] rudo, conoció cuánto peligraba por esta parte su sistema; pero sospechan muchos, que lo conoció tarde; esto es, no cuando trazaba su fábrica, sino cuando ya la tenía formada, y aun publicada, o hecho ostentación de ella al Orbe literario. ¿Y qué haría entonces? Lo que debía hacer es retractarse de lo dicho, y dar lo hecho por no hecho; pero esto no se acomodaba a su genio en alto grado presuntuoso (defecto que hace visible en muchas partes de sus Escritos). Así recurrió al expediente de huir de la dificultad, abriendo camino para la fuga por un despeñadero; esto es, constituyendo a los brutos máquinas inanimadas, y enteramente destituidos de voluntariedad, y vitalidad todos sus movimientos, aun aquellos cuyas circunstancias invenciblemente nos persuaden, que son vitales, y voluntarios.

8. Ésta, que puede calificarse la Reina de todas las Paradojas, se esfuerzan los Cartesianos a introducir en la Física a favor de una reflexión ilusoria, y llena de sofistería. Algunos hombres ingeniosos, dicen, han compuesto máquinas en quienes se admiran movimientos, que sin dejar de ser puramente maquinales, se representan a la vista y a la imaginación como vitales, y voluntarios. Para cuyo efecto nos traen a la memoria las estatuas ambulantes de Dédalo, la Paloma volante de Arquitas: Y por si acaso su mucha antigüedad hace sospechosa de fábula la tradición de estos prodigios, pueden añadir otros más seguros, y más calificados de los modernos, como el León de bronce (obra del famoso Leonardo Vinci), que por sí mismo se presentó muy obsequioso a Carlos V, y la portentosa máquina, vista pocos años ha en Londres, en que se oían dos conciertos suavísimos, uno de violines, otro de voces de varios pájaros.

9. Sobre estos hechos, y otros del mismo género, entra la reflexión con que los Cartesianos juzgan poner en seguro su estupenda Paradoja. Si el hombre (nos vocean confiadísimos) con su limitadísima capacidad acertó a fabricar tan admirables máquinas, ¿cómo se puede negar a la infinita sabiduría, e igual poder de Dios, la facultad de [95] formar otras máquinas incomparablemente más artificiosas, que, en fuerza del mero mecanismo, o disposición de sus partes, ejerzan mucho mayor variedad de movimientos, entre ellos muchos que figuren perfectamente gran parte de los que en nuestra especie se sabe con evidencia proceden de conocimiento, y deliberación? En algunas máquinas de invención humana se han visto tales movimientos, que la mayor parte de los espectadores, tal vez casi todos, los creían efectos de algún espíritu maligno, introducido por pacto, o implícito, o explícito en la máquina. ¿Qué mucho el infinitamente Poderoso, y Sabio haya fabricado otras máquinas, cuyos movimientos, sin dejar de ser puramente mecánicos, a los más sagaces Filósofos representen ser vitales, y voluntarios?

10. Con este razonamiento, que realmente no es más que un especioso sofisma, a pocos, pienso del dictamen común, habrán persuadido los Cartesianos su opinión particular; pero a muchos han embarazado, y embarazan aún con él; de modo, que no obstante el conocimiento de su ninguna solidez, no hallan la senda por donde mostrar claramente su futilidad. Esto es común a algunos artificiosos sofismas, que aunque una buena razón natural conoce que hay falacia en su estructura, no acierta a demostrarla, o no atina con el hilo por donde se ha de deshacer el enredo. Son éstos unos oropeles de la Dialéctica, o moneda falsa de la República literaria; en que no pocas veces es difícil desembozar enteramente el cobre de la apariencia, que le oculta. De esta manera tratamos algo en el segundo Discurso del Tomo VIII del Teatro Crítico, debajo del título: Desenredo de Sofismas.

11. Mas por lo que mira al sofisma Cartesiano, que tenemos presente, en ninguna manera es necesario recurrir a esta, que acaso llamarán escapatoria: antes juzgo muy fácil mostrarles clarísimamente, que es un armatoste ridículo, y totalmente inútil para su intento; esto con dos argumentos a mi parecer perentorios.

12. Para hacerme paso al primero, desde luego les [96] concedo redondamente la máxima en que estriban (y ella realmente es innegable) de que Dios puede hacer máquinas inanimadas, sin comparación más admirables, que cuantas hasta ahora hicieron, o harán jamás los hombres. ¿Y qué tenemos con eso? Nada para el asunto; porque esa mayor perfección maquinal tiene en la posibilidad un espacio de infinita extensión por donde creer más, y más sin término, aunque nunca llegue a la imitación perfecta de algunas operaciones, que experimentamos en los brutos: así como Dios puede criar substancias materiales, más, y más perfectas, sin término, y sin que por eso alguna de ellas pueda igualar la perfección de las substancias espirituales.

13. Mas quiero hacerles a los señores Cartesianos una gracia, que ellos no esperarían jamás de mí; esto es, quiero darles que Dios pueda hacer unas máquinas, que sin salir de la esfera de meras máquinas, imiten con una perfectísima semejanza todas las acciones, y movimientos, que vemos en los brutos. Y preguntando de nuevo, ¿qué tenemos con eso? de nuevo respondo, que nada. Doy la razón: porque la cuestión presente no es si Dios puede hacer tales máquinas, sino si efectivamente las hizo, o las hace; y de lo primero no puede inferirse lo segundo por el principio lógico, que de la potencia del acto no vale la consecuencia. Más claro. Dios puede hacer esas máquinas, que pretenden los Cartesianos. Permítiese. ¿Pero son tales máquinas el perro, el caballo, y los demás compuestos físicos, a quienes damos el nombre de brutos? Eso no se ha de decidir por la amplitud de la Potencia Divina; siendo innegable, que Dios puede hacer infinitas cosas, que ni hace, ni hizo jamás. Por otro principio, pues, diverso se ha de resolver la cuestión. ¿Y cuál será éste? Sin la menor perplejidad respondo, que la semejanza, o desemejanza de las acciones de los brutos a las acciones de los hombres, que con evidencia sabemos, que son vitales, voluntarias, y emanan bajo la dirección de alguna facultad cognoscitiva, especialmente aquellas, que se ordenan a [97] la conversación, ya del individuo, ya de la especie.

14. No sólo la Filosofía, mas aún la razón natural por sí sola, destituida de toda instrucción Filosófica, dicta, que la semejanza de las operaciones proviene del mismo grado de semejanza en los principios; de modo, que si aquella es específica, ésta será específica; si aquella genérica, ésta será genérica. En los brutos vemos operaciones, y movimientos perfectamente semejantes a aquellos, con que el hombre procura la conservación del individuo, y de la especie. Buscan el alimento, buscan la bebida, usan de uno, y otro del mismo modo que el hombre: vemos en ellos aquella inclinación recíproca de uno a otro sexo, que en la especie humana sirve a la propagación, y el ejercicio de esa inclinación perfectamente uniforme con el del hombre: evitan como él todo lo que experimentan nocivo, y buscan lo que han reconocido cómodo; huyen como nosotros del nimio frío a sitios abrigados, del nimio calor a los frescos; y lo que es más, se apartan con ademán de despavoridos del hombre, que los maltrata, acercándose con demostraciones de cariño al que los halaga, o alimenta: acuden prontos al llamamiento del dueño, como el siervo más diligente; son visibles en ellos, como en el hombre, las pasiones de la ira, del odio, y de la venganza, de la alegría, y la tristeza; si obstinadamente no negamos el crédito a los ojos, alternan en ellos como en nosotros la fatiga con el descanso, la vigilia con el sueño, la saciedad con el apetito. Finalmente, no hay función alguna de la parte animal, o sensitiva del hombre, de quien no se halle una copia vivísima en el bruto.

15. A la verdad esta objeción de la semejanza de las operaciones de los brutos a las nuestras, en la substancia con más, o menos claridad, y viveza, ya ha mucho tiempo que se propuso a los Discípulos de Descartes. ¿Y qué respondieron? Nada más que volver a lo dicho, que Dios puede hacer mucho más de lo que los hombres pueden concebir; y así, aunque para nosotros sea ininteligible, que las acciones que notamos en los brutos, sean efectos de un [98] mero mecanismo, esto nada prueba respecto de una potencia, y ciencia infinita; pues si no respondieron más que eso, yo también vuelvo a lo dicho, que el pleito presente no es sobre la posibilidad, sino en orden al hecho, esto es, no sobre lo que Dios puede, o pudo hacer, sino sobre lo que hizo, y está haciendo, y no lo que está haciendo allá en la más remota profundidad de los Cielos, o en las impenetrables entrañas de la tierra, sino aquí en la superficie de nuestro Globo; en que el entendimiento humano es legítimo juez para dar sentencia, supuesto el informe de los sentidos, en todo lo que el Criador sujetó al testimonio de ellos. Éstos nos representan en los brutos muchas acciones perfectamente semejantes a aquellas, que en nosotros sabemos con evidencia, que proceden de la facultad sensitiva, y animal: pues no he menester más para juzgar rectamente, que las de los brutos proceden de otra semejante facultad.

16. No pienso que me lisonjearé, juzgando, que este argumento, en la forma que le he propuesto, constituye la justicia de la causa que defiendo, en el grado de certeza moral. Mas si todavía lo alegado no bastare para tanto, confío, que un retoque, o llámese confirmación, con que reforzaré el mismo argumento, saque fuera de toda duda la materia. Para este efecto paso del cotejo, que hice de las operaciones de los brutos con las humanas, al cotejo de los instrumentos, que sirven a unas y otras; a que hago introducción con el siguiente símil.

17. Supongo, que un Artífice Español, sea Arquitecto, Escultor, Platero, Cerrajero, Organero, o Profesor de otro cualquiera oficio mecánico, con el deseo de ver tierras, o por librarse el castigo de sus delitos, pasa a otro Reino, donde parando en alguna Ciudad, donde trata de divertirse algunas horas, visitando parte de las Oficinas de los Artífices, que hay en ella, entre las cuales se le ofrece a la vista la de uno de su misma profesión, Escultor v. gr. donde ve el aparato de los instrumentos propios de ese oficio, la sierra, la azuela, el escoplo, el [99] compás, la escuadra, el barreno, &c. esto es, unos instrumentos enteramente semejantes a los que él usaba en la práctica de su Arte, ¿dudará este hombre ni un momento, de que aquellos instrumentos están destinados a las operaciones propias de Escultor? ¿Y no estará firme en este concepto, aunque cien vecinos de la misma Ciudad le afirmen con juramento, que el destino único de todas aquellas piezas es para fabricar ollas de barro? Nadie se atreverá a negarlo.

18. Es adagio vulgar en Galicia mi patria: Hum exempriño acrara muyto a vista. Un exemplito aclara mucho la vista. Y es una bella locución metafórica. Vamos, pues, a la aplicación del ejemplo, o símil propuesto, en la cual ha de entrar en vez del Escultor un Anatomista.

19. Un Profesor, digo, del Arte Anatómico, después de haberse ejercitado bastantemente en la disección, y examen de cadáveres humanos, con el deseo de adquirir nuevas luces en su Arte, pasa a ocuparse algunos ratos en la disección, y examen de cadáveres de brutos (llaman los de la Profesión Antaomía Comparada esta promiscua investigación, y cotejo de las entrañas de los hombres con las de los brutos). Efectivamente la aplicación de algunos Profesores a la inspección de las entrañas de varias bestias ha servido no poco para perfeccionar en parte, no sólo la Ciencia Anatómica, mas aún otros ramos importantes de la Física. Echa, pues, nuestro Anatomista el cuchillo a un perro, a un gato, a un carnero, a un caballo, o a otra cualquiera bestia, que sea de las domésticas, que de las montaraces: destrózala, siguiendo el método de su Arte: ¿y qué halla en ese cadáver? Unos órganos de la misma estructura, que aquellos que en el hombre sirven a todas las funciones de la facultad sensitiva. Ve unos ojos, como los nuestros, con la misma distribución de túnicas, y humores: unos oídos como los nuestros, compuestos como ellos de la membrana, a quien dan nombre de Tímpano, de las mismas cavidades, de aquellos huesecillos; que llaman Martillo, Yunque, &c. dentro de la nariz el hueso criboso, [100] y aquellos filamentos nerveos, de que se forma la delicada túnica, que es instrumento inmediato de la facultad olfativa: en la lengua, y el paladar, aquellas papilas, o pezoncillos, en quienes reside la percepción de los sabores; por todo el ámbito del cuerpo las ramificaciones de los nervios, que sirven al sentido del tacto.

20. Pasando a abrir la cabeza, ve en la concavidad del cráneo aquella glándula conglomerada, que llamamos cerebro, dividida en dos substancias de algo diversa textura, la cortical, o cenicienta algo más blanda, y la medular, o callosa más blanca, y dura, con todos los cuatro ventrículos, o senos, que hay en el cerebro del hombre. Ve allí asimismo el origen de todos los nervios, que se extienden por todas las partes del cuerpo, entre ellos los que sirven a las funciones de los cinco sentidos, de cuyas extremidades se comunican todas las especies sensibles a aquel sitio, adonde se hace el uso de ellas. En suma, ve allí todo lo que en el cerebro del hombre, a excepción de una particularidad muy digna de notarse, y es, que el cerebro humano excede en mucho en magnitud al de todos los brutos, aun los más corpulentos. Asientan los que han hecho el cotejo, que es mayor que el del Elefante: otros, que abulta, y pesa más, que juntos los de dos Bueyes: acaso se podrá tomar por equivalente lo uno de lo otro.

21. Finalmente, ve una multitud prodigiosa de músculos, y nervios, unos instrumentos perfectamente parecidos a aquellos de que usa el hombre para todos sus movimientos voluntarios. Materia es ésta a que se pudiera dar una grande extensión, de que me abstengo: lo uno, por no afectar con Vmd. la posesión de la Ciencia Anatómica, de que realmente sólo tengo una tintura superficial: lo otro, porque estoy satisfecho de que lo dicho basta para convencer a cualquiera, que muy de proposición no quiera cegar a otros, o cegarse a sí mismo. El cotejo, que hice de las acciones de los brutos con las humanas, a mi parecer, constituye, como he dicho, una especie de certeza moral en la materia; pero añadido sobre el [101] cotejo de las acciones el de los órganos, eleva a un muy alto grado dicha certeza moral: siendo claro, que el caso del Anatomista, que en las entrañas de un bruto reconoce los mismos órganos, que repetidas veces vio en el cuerpo humano, es idéntico con el del artífice, que en la ajena oficina halla todos los instrumentos, que manejó en la suya.

22. Sin embargo, porque tal vez con Filósofos muy encaprichados ninguna razón concluyente está de sobra; al argumento alegado daré otro retoque, o confirmación nueva, la cual propongo así. Si los brutos fuesen meras máquinas, y todos sus movimientos puramente maquinales, siempre que cualquiera de esas máquinas en todas sus partes es íntegramente la misma, y está colocada en las mismas circunstancias, resultarían los mismos movimientos: sed sic est que esto es falso: luego, &c. La mayor evidentemente consta de aquel principio admitido de todos los Filósofos: Idem manens idem semper est natum facere idem.

23. La menor pruebo con el caso de un Toro, que habiendo sido corrido en toda forma, pasado algún tiempo, para la otra fiesta le sacan segunda vez a la plaza. A esta bestia, a quien la primera vez por su inexperiencia insultaron los Toreros con pesadas burlas, ya no le hallan tan fácil a ser engañada la segunda. Ya al salir de toril examina el teatro: ya no se precipita ciegamente al llamamiento de la capa, o de otras invenciones, con que antes le provocaron: ya tal vez interrumpe la carrera, lo que antes nunca hacía, como que sospecha algún peligro en la continuación de ella; de modo, que en la primera corrida le burlaban los Toreros; en la segunda no pocas veces los burla él a ellos. Así es como axioma entre los profesores de este Arte, que es más peligroso, y pide más habilidad su ejercicio con un Toro ya corrido, que con el que la primera vez se presenta en el circo. De suerte, que el Toro con media hora que tuvo de ejercicio en otra ocasión, aprendió lo bastante para evadir en gran parte las insidiosas provocaciones de los Toreros; pero el Torero, por muy ejercitado que esté, ha menester estudiar más para desafiar [102] sin mucho peligro de la vida a un Toro corrido.

24. Puesto lo cual, arguyo así. Si el Toro fuese mera máquina, los mismos movimientos resultarían en él a la segunda corrida, que a la primera: esto por el principio: Idem manens idem, &c. pues en razón de máquina íntegramente es la misma a la segunda, que a la primera, compuesta de las mismas partes internas, y externas, con el mismo enlace, y colocación: también se halla en las mismas circunstancias: esto es, excitado por los Toreros con las mismas acciones, señas, y ademanes; sed sic est que no resultan en el Toro los mismos movimientos a la segunda corrida, que a la primera: luego no es mera máquina.

25. El mismo argumento se puede proponer en otros brutos, v. gr. un Perro, a quien alguno engaña con fingidos halagos, o mostrándole un poco de pan para que se acerque; y acercado le da dos buenos puntillazos: en verdad, que si segunda vez quiere atraerle con el mismo dolo, no lo logrará, antes huirá el Perro; en caso que por no ser de los más sagaces, no le escarmiente una experiencia sola, le escarmentará la segunda, o la tercera.

26. ¿Será bueno que algún Cartesiano nos respondiese, que los puntillazos, que recibió el Perro, o los piques, que padeció el Toro, alterando la colocación de algunas de sus partes externas, o internas, dieron otra disposición a la máquina, en virtud de la cual resultan después distintos, o contrarios movimientos? Esto sería lo mismo que decir, que una máquina artificiosísima, compuesta de muchos millares de piezas, exquisítamente labradas, adquiere mucho mayor perfección, recibiendo un golpe violento el cualquiera parte de su cuerpo; pues la eminente perfección, que los Cartesianos contemplan en esas máquinas, que llamamos brutos, y por la cual dicen, que sólo el Soberano Artífice puede fabricarlas, consiste en que siendo meras máquinas, imiten con tanta propiedad las acciones animales del hombre, que parezcan animadas como él. ¿Pues quién no ve, que el Toro, y el Perro en los casos propuestos de querer [103] engañarlos segunda vez, no sólo imitan mejor las acciones animales del hombre, mas aún copian vivísimamente su memoria, reflexión, y sagacidad? Luego se perfeccionaron más esas máquinas con los golpes que recibieron.

27. Yo bien percibo posible el caso, de que cayendo un reloj al suelo, sea para su dueño tan afortunado el golpe, que con él se restituya a la debida positura una pieza, que estaba algo desquiciada. Pero sobre que dista infinito este caso del que yo propongo en los brutos, ese es un accidente rarísimo, que en un millón de caídas de relojes sucederá sólo una vez; cuando el Toro, y el Perro obrarán regularmente con el mismo resguardo, sobre la experiencia de los insultos padecidos. Lo mismo diré del caso de Protógenes, cuando queriendo pintar el Perro de Jaliso anhelante, y afanado en la carrera, y no acertando, por más que varió los rasgos del pincel, a representar con propiedad la espuma de los labios, lo logró arrojando colérico a la tabla la esponja embebida de los colores. En caso que esta historia sea verdadera, fue menester el dilatado espacio de más de veinte siglos, para que en él arribase tan extraño accidente. Digo, en caso que la historia sea verdadera, lo que se puede dudar, y mucho más, que después se repitiese igual prodigio en la espuma del Caballo de Neacles, lo que ya Plinio refiere como una noticia incierta, con la desconfiada expresión dicitur.

28. No pretendo por ahora, que en los casos expuestos de los dos brutos interviniese discurso, raciocinio, o ilación formal, sí sólo lo que por evidentísimo no se me puede negar; esto es, que hubo alguna memoria, o representación intencional de las burlas anteriormente experimentadas; la cual representación, practicada por medio de la facultad imaginativa, los precaucionó para no caer después en los mismos lazos. Ya se ve, que en toda pura máquina, destituida de toda vitalidad, y animación, repugna esta memoria, o representación intencional de cosas pasadas. [104]

29. Ahora bien, señor mío, Vmd. si quiere confesarme la verdad, extrañará que yo me haya detenido tanto en impugnar la opinión de Descartes en orden a los brutos; o tomado tan de intento desterrar de la Filosofía esta quimera de que las pobres bestias no son más que máquinas inanimadas: Ad quid perditio haec? cuando ya esta opinión, y aun todo el sistema Cartesiano tiene tan poco séquito, por los innumerables desertores de Descartes, que se han pasado a las banderas de Newton. Confieso que es así. Y con todo aseguro a Vmd. que la impugnación, que acabo de hacer de Descartes, procurando restituir su tal cual alma a los brutos, es de una suma importancia en orden al asunto más grave de todos: quiero decir, in rebus Fidei, & Morum. Y a no mirar yo a un fin tan santo no me metiera, al cabo de mis días, en revolver los desecados huesos de la doctrina de Descartes. ¿Por qué camino, pues (me replicará Vmd.) puede conducir para que creamos lo que debemos creer, y obremos, como debemos obrar, el manifestar la falsedad de la doctrina Cartesiana, en orden a la constitución puramente maquinal de los brutos? De mi cuenta es explicárselo a Vmd. y al momento voy a ejecutarlo.

30. Es así, señor mío, que esa opinión Cartesiana tiene ya poco séquito entre los Filósofos; pero tiene mucho el principio en que Descartes la fundó; y ese principio, aplicado diferentemente que le aplicó Descartes, si son verdaderas varias noticias, que nos vienen de Reinos extraños ha ocasionado, y ocasiona actualmente por allá una no leve ruina en la Fe, y en las costumbres.

31. Contempló Descartes, como una cosa evidentísima, que el ente real, o este ser, que llamamos substancia, tomado en toda su latitud adecuadamente, se divide en espíritu, y materia; por consiguiente, que todo lo que no es espíritu es materia, todo lo que no es materia es espíritu. Descendiendo, imbuido de esta máxima, al examen de los brutos; y dando por supuesto, como debía, que no tienen alma espiritual, como el hombre, infirió [105] de aquel principio, junto con esta suposición, que en los brutos no hay conocimiento, no hay percepción, no hay sensación, no hay apetito de objeto alguno; porque todo eso es extraño, o repugnante a la idea de la materia, en la cual sólo podemos concebir extensión, divisibilidad, impenetrabilidad de una parte de la materia con otra, de movilidad pasiva; en fin todo aquello que concebimos en una piedra, en un pedazo de hierro, plomo, en los elementos aire, tierra, agua, fuego, &c.

32. Esta doctrina de Descartes fue diversamente recibida, según la variedad de genios, o disposición de los ánimos. Unos la aceptaron enteramente, asintiendo, no sólo al principio de que no es posible medio alguno entre espíritu, y materia, mas también al consiguiente, que de él infería Descartes de la total animación de los brutos. Otros, admitiendo el principio, no pudieron asentir a la consecuencia, pareciéndoles, que la experiencia reclamaba evidentísimamente contra dicha inanimación. Y en cuanto a la segunda parte tenían razón; pero la razón en que se fundaban para negar el consiguiente, debía moverlos a negar el principio. ¿Pero qué hicieron? Le aceptaron, no para inferir lo que infería Descartes, sino otro mucho mayor absurdo; porque al fin la constitución puramente maquinal de los brutos, parando en ella sin alguna ulterior ilación, no viene a ser más que un error filosófico, que repugna a la experiencia, y aun a la razón natural. Pero los que admitieron el principio, excluyendo la ilación de Descartes, se dejaron conducir de él, no sólo a otro grande error filosófico, mas a un error teológico, el más pernicioso de todos; esto es, al Epicurismo.

33. Los pasos que dan, o daban para llegar a este principio, son pocos, porque discurren así. Si no hay medio entre espíritu, y materia; o, lo que es lo mismo, si todo lo que no es espíritu es materia, y todo lo que no es materia es espíritu, se sigue que en los brutos todo es materia, y nada más; pues si tuvieran espíritu, o forma espiritual, ésta sería una alma como la humana, inmortal [106] como ella, capaz como ella de mérito, y demérito; por consiguiente de premio, y castigo, que recibiría después de su separación del cuerpo, como la alma del hombre. Esto no se puede conceder; pero ni tampoco negar a los brutos la sensación, percepción, o conocimiento de varios objetos; como asimismo los actos correspondientes a varias pasiones comunes a ellos, y al hombre, el hambre, la sed, la ira, la concupiscencia, &c. Luego todos esos actos ejercen sin otro misterio, actividad, o influjo, que el de esa solitaria, y desnuda materia, que constituye todo su ser.

34. Imaginando haber logrado por ese camino la empresa de excluir de la constitución de los brutos la alma sensitiva, juzgan, que siguiendo la misma senda, sólo les resta un paso más que dar, y ese nada difícil, para despojar también al hombre de la racional, el cual, a su parecer, adelantan procediendo de este modo. Es cierto (dicen) que la idea, o concepto, que formamos de la materia, nos la representa totalmente inepta para la producción de aquellas acciones, que comúnmente se consideran privativamente propias del alma racional. Mas éste es un motivo muy insuficiente para negar a esa substancia la capacidad de producirlas; porque asimismo la idea, que tenemos de la materia, nos la representa totalmente inepta para las acciones, que comúnmente se atribuyen a la alma sensitiva. No obstante lo cual, del principio alegado, que no hay medio entre espíritu, y materia, se infiere evidentemente, que ésta es capaz de la elicencia de tales acciones. Luego asimismo representaremos la materia por la idea, que tenemos de ella, inepta para las operaciones, que comúnmente se atribuyen a la alma racional, no obsta a que sea capaz de ellas.

35. Mas: la extensión, divisibilidad, impenetrabilidad, movilidad pasiva, atributos propios de la materia, ciertamente se nos figuran igualmente desproporcionados para las operaciones de la alma sensitiva, que de la racional, porque ¿quién hay, que en una piedra conciba menos [107] repugnancia para ver, oír, gustar, sentir placer, o dolor, que para entender, discurrir, o reflexionar? Luego si aquella aparente desproporción de la materia para las operaciones, que comúnmente se atribuyen al alma sensitiva, no estorba que realmente sea apta para ellas, como queda aprobado por el citado principio; tampoco su aparente desproporción para las operaciones, comúnmente atribuidas al alma racional, puede asegurarnos de que esa desproporción sea real, y verdadera, y no meramente imaginaria.

36. Refuerzan los Materialistas estas objeciones con otra reflexión, en que juzgan tener un firmísimo apoyo. Ningún Filósofo (dicen) puede lisonjearse de que conoce todas las propiedades de la materia, o certificar, que no tenga algunas otras distintas de aquellas, que conocemos; porque para esto era menester tener conocimiento comprehensivo de ella; el cual conocimiento es negado al hombre, respecto de cuantas substancias Dios produjo, así espirituales, como corpóreas. Luego es inevitable la duda de si, demás de esas propiedades conocidas de los Filósofos, hay otras impenetrables a toda nuestra Filosofía; y consiguientemente preciso a esa duda vaga la particular de si entre esas propiedades incógnitas de la materia está la de entender, y discurrir aun sobre especies abstractas, o genéricas.

37. No pienso, que se quejen los Materialistas de que no explico cuanto cabe toda la aparente persuasiva, que ellos pueden pretender en sus argumentos. Pero también es cierto, que el hacerlo no me tiene inconveniente; porque ya que no en mi ingenio, en la buena causa, que defiendo, estoy seguro de hallar sobrada fuerza para desbaratar sus artificiosos sofismas; lo cual ejecutaré, manifestando la falacia de aquel su descantado principio, que no hay medio entre espíritu, y materia: único fundamento de su quimérico dogma; y principio sí, pero principio fecundo de monstruos intelectuales; esto es, de los más intolerables errores. [108]

38. Ciertamente bastaría para la más severa proscripción de aquel principio en la Filosofía, la consideración de los absurdos, que de él se derivan. Los Cartesianos infieren de él la visible paradoja de la constitución puramente maquinal de los brutos: los Materialistas usan de él para negar al hombre alma distinta de su cuerpo. La primera ilación por sí sola basta para hacernos evidente la falsedad del principio. La atenta inspección de las acciones de los brutos nos hace asentir tan invenciblemente a su vitalidad, que yo siempre he dudado de que haya hombre alguno en el mundo capaz de obtener, con el más leve mérito, el nombre de Filósofo, que en su interior asienta a la insensibilidad de los brutos. Claman los Cartesianos, que están persuadidos a ella. ¿Pero de dónde nos consta, que en esto hablan sinceramente? Yo creo que como Séneca dijo contra los Ateistas: Mentiuntur, qui dicunt se non sentire Deum, en que son de la opinión de Séneca innumerables Filósofos, y Teólogos, acaso se podría decir contra los Cartesianos: Mentiuntur, qui dicunt non sentire bruta. Y por cierto, ahora que ningún Cartesiano me oye, no hallo peligro alguno en decirlo abreviadamente.

39. Mas al fin, como yo no puedo dar tortura a los Cartesianos para que confiesen lo que tienen de botones adentro, no insisto tanto en esto, como en los argumentos tomados arriba, ya de la perfecta semejanza, que se halla entre las operaciones de los brutos, y las sensitivas del hombre: ya de la igual conformidad, que nos presenta la Anatomía en los órganos, que sirven a ellas en ellos, y en él. Yo, sin libertad, juzgo aquellos argumentos demostrativos, cuanto las materias Físicas permiten demostrarse de la alma sensitiva de los brutos; y como la repugnancia de ésta es ilación forzosa de aquel principio: No hay medio entre espíritu, y materia, probada invenciblemente la falsedad del consiguiente, está probada asimismo la falsedad del principio, de donde se deriva. Por cierto, que no me hubiera yo tan de veras aplicado a combatir [109] la opinión de la maquinal constitución de los brutos, la cual miro con desprecio, si no viese su impugnación conducente para arruinar el principio de donde la deducen sus patronos; lo que importa sumamente, por estribar en el mismo, por consecuencia mediata, el detestable dogma del Materialismo.

40. Mas no contento con esto, paso a expugnar directamente en sí mismo aquel principio. Para lo cual quiero que me digan Cartesianos, y Materialistas, ¿de qué les consta la verdad de ese principio, o por donde saben que no cabe ente medio entre espíritu, y materia? Sobre que los reconvengo, con que negar la absoluta posibilidad de ese medio, es negar a Dios el poder para producirle; y para negar a Dios este poder, es preciso alegar alguna razón concluyente; pues quedando pendiente alguna duda, la posesión está siempre de parte de la Omnipotencia. Mas no sólo no podrán alegar razón alguna concluyente sobre este asunto, pero ni aun medianamente probable.

41. Yo, en cuanto he leído, no he visto otra que la que propone, no me acuerdo en que parte de su Diccionario Crítico, aquel sagaz artífice de sofismas Pedro Bayle, el cual discurre así. Ente medio entre espiritual, y material, o entre espíritu, y materia, implica en los términos; porque sería espiritual, y no lo sería. La razón es, porque siendo medio entre los dos, no sería materia, o material. Si no meramente material, luego inmaterial; y por consiguiente espiritual, porque inmaterial y espiritual son sinónimos. Y del mismo modo se puede probar que no sería espiritual; porque si lo fuese, ya pertenecería a uno de los dos extremos, y por consiguiente no sería medio entre los dos.

42. Pero yo no sé cómo aquel famoso protector de opiniones, o erróneas, o arriesgadas, no advirtió un insigne vicio incluido en su argumento, que es suponer lo que debiera probar. Lo cual demuestro así. Cuando yo digo que hay ente medio entre espíritu, y materia, en eso mismo envuelvo la proposición afirmativa de que ese [110] ente, ni es materia, ni espíritu; pues si fuese uno, u otro, no mediaría entre ellos; esto es, sería uno de los dos extremos, y no medio entre los dos. Luego cuando Bayle supone contra quien afirma ente medio entre espíritu, y materia, que todo ente, que no es materia, es espíritu, evidentemente supone lo que debiera probar.

43. Asimismo lo de los adjetivos inmaterial, y espiritual son sinónimos, sería verdad en el lenguaje de los Cartesianos, y Materialistas, mas no en el idioma de los que llevan mi opinión, si no se determina en cierto modo, que diré, la significación de la voz inmaterial. Explícome. A esta voz se puede dar significación más lata, o más estrecha según se diere más lata, o más estrecha a su opuesta voz material. Puede la voz material estrecharse a significar aquella substancia inadecuada, parte esencial del compuesto físico, que llamamos materia primera, o simplemente materia; y puede extenderse a significar todo ente, que para su producción, y conservación depende esencialmente de la materia: como en la Escuela Aristotélica todas las formas substanciales, a excepción del alma racional, aunque distintas realmente de la materia, se llaman materiales, porque de ella dependen esencialmente para su producción, y conservación. Asimismo de la voz opuesta inmaterial se puede usar, o en la acepción estrecha, que sólo excluye la materia entitativamente tal, o en la lata, en que excluye todo lo que depende esencialmente de la materia.

44. Digo, pues, que la voz inmaterial, en la segunda acepción es sinónima de la voz espiritual, mas no en la primera. Esto es decir, que la inmaterialidad de un ente, en cuanto sólo significa no ser ese ente la misma materia, no infiere que sea espíritu; pero lo infiere en cuanto significa, ni ser ese ente la misma materia, ni depender esencialmente de ella. Y si no; distinguiré esta proposición, todo lo inmaterial es espiritual, usando de voces de la Escuela, de este modo: todo lo inmaterial precisamente substantive, niego: todo lo inmaterial, tam substantive quam adjetive, concedo. En estas dos palabritas se compendia [111] todo lo que dije antes: que esta gran comodidad tienen los terminillos de las distinciones escolásticas, de que suelen hacer asunto para la zumba algunos Profesores de otras Facultades, porque ignoran la importancia de su uso para desenredar sofismas, y aclarar proposiciones capciosas, o equívocas, a cuyo fin son en su amable concisión como monedas de oro de mucho valor en corto volumen.

45. Y ve aquí Vmd. con lo que he razonado hasta ahora convencido de ilusorio el absurdo filosófico de la inanimación de los brutos; y asimismo arruinado, como consiguiente suyo, el impío sistema de los Filósofos Materialistas. A uno, y otro hice servir el descubrimiento de la falsedad de la máxima, que no hay medio entre la substancia espiritual, y material, en que tenían su apoyo, como si fuese un principio irrefragable, así los Materialistas, como los Cartesianos; y que yo al contrario miré siempre como una paradoja indefensable; admirando al mismo tiempo, que la hayan aceptado como verdadera varios Filósofos de otras Naciones, que aún conservan la denominación de Aristotélicos, negando su sufragio a todo sistema corpuscular; y por otra parte veneran como deben los dogmas de la Religión, de los cuales el importantísimo de la inmortalidad del alma queda muy descubierto a los ataques de los impíos, que le niegan, como expuse arriba.

46. A los ojos se viene la dificultad de cómo pueden salvar su Aristotelismo, admitiendo la máxima, de que cuanto ente substancial se distingue realmente de la materia, es espíritu, a la cual es consiguiente preciso negar todas las formas substanciales Aristotélicas, las cuales en la Escuela Peripatética, sin ser espirituales, son real adecuadamente distintas de la materia.

47. No ignoro, que muchos de estos Aristotélicos, o apellidados tales, pretenden poner en salvo la autoridad de Aristóteles diciendo, que dichas formas no son invención de aquel gran Filósofo, sino de sus discípulos, o sectarios. [112]

48. Y yo repongo, que aquí no litigamos sobre el respeto que se debe a Aristóteles, sino sobre el que merece la Religión, el cual exige el repudio de toda doctrina, que poco, o mucho pueda perjudicar a sus sagrados dogmas. La exclusión de toda forma substancial material, dejando a los brutos sin otro ser, que el de la materia, abre camino para discurrir, que la materia por sí sola es capaz de inteligencia, como es capaz de sensación; porque aunque Descartes de la exclusión de toda forma material pretenda inferir la inanimación de los brutos, como esta ilación es tan claramente contradicha por la razón, y por la experiencia, el Filósofo Materialista del mismo antecedente infiere otro consiguiente extremamente opuesto; esto es, que la materia, sin forma alguna que la actúe, es capaz de sentir, apetecer, recordar, &c. y de aquí por el camino que propuse arriba, pasa a inferir, que es capaz asimismo de las otras operaciones, que creemos privativamente propias del alma racional; con cuyo motivo, por inútil, destierra a ésta del mundo, y deja al hombre sin derecho alguno a la inmortalidad.

49. Considerando yo esto, y viendo por otra parte, que muchos Filósofos, ya de la Escuela Cartesiana, ya fuera de ella, no sólo adictos a los dogmas de la Religión, mas aún píos, y devotos, como algunos que pudieron informarse bien, aseguran, que lo fue el mismo Descartes, aceptaron como incontestable aquella máxima, de que no hay medio entre espíritu, y materia, para negar toda forma substancial material; no puedo pensar otra cosa, sino que por falta de ocurrencia (defecto en que tal vez involuntariamente, respecto de varias materias, caen muy buenos entendimientos) no advirtieron las peligrosas consecuencias de dicha máxima.

50. Y es cosa dignísima de repararse, que conviviendo en esa misma máxima, y usando de ella, como principio, Cartesianos, y Materialistas, se disgregasen tanto, que viniesen a parar en conclusiones tan opuestas, y distantes, como está el Cenit del Nadir. Convinieron, digo, [113] Cartesianos, y Materialistas, en que no hay medio entre materia, y espíritu. ¿Y qué infirieron unos, y otros? Los primeros, que el bruto el insensible: los segundos, que la materia es inteligente. ¿Quién tal pensaría, si no lo viese? No sería cosa muy extraña, que con esta ocasión saliese a luz algún nuevo Luciano, que sobre tan extravagante discordia, imitando al antiguo, renovase ahora la pretensión de hacer irrisible la Filosofía, y despreciables los Filósofos.

51. Procedieron en esta materia uno, y otro partido, como si hablara con ellos aquella voz del Cielo, que dio la sentencia contra el árbol de Nabuco, ordenando, que le cortasen las ramas, dejando salva la raíz: Succidite arborem, & praecidite ramos eius... verumtamen germen radicum eius in terra sinite (Daniel cap. 4). En la serie de vegetación intelectual procedente del expresado principio, se aplicaron ambos partidos a cortar las ramas, se entiende, cada uno la que fructificaba para el partido opuesto, favoreciendo su opinión, pero convencidos en salvar la raíz; esto es, aquella máxima capital, de que no cabe medio entre espíritu, y materia, cuando esta raíz es la que se debiera arrancar, y entregar al fuego, como fautora de un dogma pernicioso.

52. Pero aun dejando aparte los intereses de la Religión, la experiencia, el discurso, el sentido común, nos muestran claramente en los brutos una forma substancial Aristotélica, que es su alma sensitiva: y admitida una, como ésta por sí sola basta para mostrar la falsedad de aquel único principio, en que los contrarios fundan la denegación de todas, abierta queda la puerta para que entren en la Aula Filosófica todas las demás. Arriba probé con argumentos ineluctables la existencia del alma sensitiva en los brutos. Pero aun los argumentos se puede decir, que están aquí por demás. No es menester ser Filósofo: basta no ser bruto, para conceder, que el bruto oye, ve, apetece, se irrita, se contrista, se alegra, padece sus dolores, goza sus deleites, &c. [114]

53. Todo esto es tan claro, que casi se puede dudar, si los que le niegan, hablan de veras. Y aun acaso no faltarán quienes se avancen a sentenciar, que como Séneca pronunció contra los Ateístas: Mentiuntur, qui dicunt se non sentire Deum, se podría articular de los Filósofos que en esta parte no son contrarios: Mentiuntur, qui dicunt non sentire bruta. Yo no lo digo, aunque apunté arriba el pensamiento; pero no extrañaré, que algunos lo digan.

Apéndice contra los Gasendistas

54. Aunque yo no vi libro alguno de los que han salido a luz a favor del errado dogma de los Materialistas; porque a las producciones de esta impía secta justísimamente se prohibe la entrada en España; con suficientísimo motivo creo, que igual apoyo hallan en el sistema de los Gasendistas, que en el de los Cartesianos. No niegan aquellos descubiertamente toda alma a los brutos; pero se la conceden tal, que viene a serlo sólo en el nombre; y así tan Bruticidas (permítaseme el uso de esta voz) son como éstos, porque igualmente, cuando está de su parte, despojan a los brutos de aquella vida, que les dio el Autor de la naturaleza. Sí, vida les dan; ¿pero qué vida? Hable por sí, y por sus sectarios el Jefe de los modernos Atomistas Pedro Gasendo.

55. Este célebre Filósofo, y Astrónomo, en el Tomo II de Física, sect. 3, membro posteriori, lib. 3, cap. 3, tratando del principio de las operaciones de los brutos, desde el título del capítulo empieza a llamar Alma aquel principio, proponiéndole con estas voces: Quid sit anima brutorum? Y en todo el contexto del capítulo, prosigue constante en darle el nombre de Alma. ¿Pero qué les da en ese nombre a los brutos? No más que la voz, no más que el nombre; porque llegando a declararse, dice, que esa Alma no es otra cosa, que la parte, o partes más delicadas; o sutiles [115] de la materia. Para cuyo efecto distingue en la misma materia dos diversas porciones, una crasa, ruda, pesada, ignoble: otra tenue, activa, nobilísima, y (digámoslo así) refinada. A la primera deja el nombre de Cuerpo, apellidando Alma la segunda, y como si pudiese llenar una voz hermosa el vacío, que deja en la realidad, le da a esta porción delicada el lisonjero título de flor de la materia: Videri ergo potius esse animam substantiam quamdam tenuissimam ac veluti florem materiae.

56. ¿Pero qué es todo esto (y perdone el ilustre nombre de Gasendo) mas que sonido vano, denominaciones huecas, títulos sine re? La flor de la materia tan materia es como todo el resto de su cuerpo; ni más, ni menos, que la flor de una planta, tan dentro de la humilde esfera de vegetable se queda como la raíz, tronco, ramas, y hojas, sin que su hermosura, y suave olor, por excelentes que sean, puedan elevarle a otra clase más noble.

57. De aquí se sigue, que la doctrina de Gasendo, no menos lleva al principio del Materialismo, que la de Descartes, aunque por distinto rumbo. Porque, dé aquel el nombre que quisiere a esa porción más atenuada de la materia, en que constituye la alma de los brutos, como por otra parte concede a éstos verdadero sentimiento, y las demás operaciones vitales, propias del alma sensitiva, en lo cual directamente se opone a Descartes; evidentemente incide en el absurdo, de que la materia por sí misma, sin añadirle alguna virtud distinta de su entidad, oye, ve, gusta, apetece, &c. Y colocado en esta consecuencia el discurso, está en un camino sumamente resbaladizo hacia la ilación, de que asimismo es capaz la materia de entender, discurrir, reflexionar, extendiéndose a todo género de objetos, que corpóreos, que espirituales. Es capaz la materia de lo primero por la grande tenuidad, que supone en una porción de ella Gasendo; pero por grande que sea esa tenuidad, puede sin duda ascender a mucho más alto grado, y en virtud de él constituirse capaz de lo segundo.

58. A que añado, que no sólo esa porción más noble [116] de la materia, que supone Gasendo tan sutilizada, puede arrivar a dicha pefección, mas aún la otra, que llama crasa. La razón es, porque siendo toda materia, según comunísimo sentir de los Filósofos, infinitamente divisible o divisible in infinitum, no puede señalarse grado de tenuidad, por alto que sea, del cual no pueda ascender a otro más elevado, con que la crasa podrá atenuarse hasta ser sensitiva. Y como Gasendo constituye en razón de cuerpo la crasa, y en razón de alma la tenue, podremos hallar aquí la maravilla filosófica, de que el cuerpo pase a ser alma.

59. No sólo eso. También sucederá, o puede suceder, que el alma sensitiva pase a ser cuerpo, conglutinándose, o enredándose unas con otras las partículas, que constituyen la porción tenuísima de la materia, en cuyo caso se hará de ellas un trozo de materia crasa, del modo que en el Sistema Cartesiano las sutilísimas partículas, que constituyen el primer elemento, uniéndose entre sí, se incrustan, y hacen masas, que pertenecen al tercer elemento. Con que consistiendo, según Gasendo, la alma de los brutos en la porción tenue de la materia, y el cuerpo en la crasa, degradada aquella de su nobleza, se reducirá de la alteza de alma a la bajeza de cuerpo. Así la alma sensitiva será como la alma de aquel Limosino, o natural de Limoges (están reputados en Francia los de esta Provincia por muy rudos) de quien en una Comedia del inimitable Moliere se dice, que tenía un alma tan material, que en caso de necesidad podría hacer muy bien el oficio de cuerpo. ¡Oh cuantas cosas han dicho los Filósofos, más dignas de jocosidad poética, que de la seriedad filosófica!: Por lo cual no carece de toda verosimililtud la célebre sentencia de Cicerón: Nihil es tam absurdum, quod non sit dictum ab aliquo Phylosophorum. Entiéndase lo dicho sin perjuicio del derecho, que a la veneración de todos los verdaderamente doctos tiene por su eminente saber el Ilustre Pedro Gasendo. Mas si como tan sabio tenía este derecho a la estimación pública, ninguno tenía, no como hombre, ni aún como sabio, para acertar en todo lo que discurría, o estampaba. [117]

60. Confieso que verosímilmente los Gasendistas no pasarán por la reconvención, que hago a su Maestro, fundada en un argumento, que supone la infinita divisibilidad de la materia, lo cual parece que Gasendo no admitía, antes la daba infinita, y terminada en la pequeñez de los átomos; pues éstos, cuales los suponen sus defensores, no son capaces de ulterior división.

61. Mas lo primero: esto no salva los inconvenientes propuestos, porque los Materialistas, que no son Atomistas, quedan cargados de los absurdos, que resultan de la infinita divisibilidad de la materia; sin poder evitar los precipicios a que lleva su errada doctrina. Lo segundo: de la composición atomística de la materia, se sigue, que toda es igualmente atenuada, o atenuable; porque toda, y en todas sus porciones, según los Atomistas, se compone de átomos; y así, aun la porción crasa será tan delicada, o por lo menos podrá adquirir tanta tenuidad, como la que se asienta más sutil, y por consiguiente podrá pasar de ser cuerpo a ser alma.

62. Acaso nos querrán responder a esta objeción los Atomistas, que aunque toda la materia se compone de átomos, y todos son indivisibles, no por eso son iguales entre sí, sino mayores, o de más corporatura unos que otros; y así queda lugar a que haya una porción de materia más crasa, y otra más tenue: áquella compuesta de los átomos mayores, y ésta de los menores. Mas yo no veo por qué un átomo de duplicada corporatura que otro, no pueda dividirse en dos porcioncillas iguales a dos átomos menores. Si para mantener la indivisibilidad del átomo mayor nos quisieren decir, que los átomos, así mayores, como menores, son infinitamente duros, y así todos resisten igualmente la división, sobre que es visible la suma voluntariedad de este recurso, por no detenerme más en esta materia, concluyo diciendo, que desdichado el sistema, que necesita tantos remiendos. Muy defectuoso está el edificio, que a cada nueva inspección descubre la necesidad de nuevos reparos. [118]

63. Dijo sabiamente el gran Canciller Bacon, que una Filosofía superficial suele conducir a los hombres al Ateísmo; pero la sólida, y bien reflexionada los dirige al conocimiento, y culto de la Deidad (Interiora rerum cap. 16). Fácil es la aplicación al asunto de esta Carta. ¿Qué Filosofía más superficial, que la que piensa componerlo todo con lo grosero de la materia? ¿Qué Filosofía más superficial, que la que, parando en la exterioridad de las acciones del alma, no descubre en ellas el fondo de la substancia espiritual, que las influye? ¿Qué Filosofía más superficial, que la que sin más fundamento, que el de que acaso no conocemos todas las propiedades de la materia, le atribuye la de raciocinar, y entender, que claramente le repugna? Mas déjolo ya, que esto de lidiar con monstruos, no sólo fatiga, también fastidia. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Oviedo, y Julio de 1756.

Apéndice a la Carta de arriba,
en que se coteja el sistema de los Filósofos Materialistas con el de los Pitagóricos

64. Esta es una comparación instruida, no entre bueno, y malo, sino entre malo, y peor, en que lo peor tocará a los Materialistas por el examen que voy a hacer.

65. De los Escritos de Pitágoras, si los hubo (lo que algunos dudan), ninguno llegó a nosotros. Pero de lo que nos dicen varios Autores, en orden a su principalísima doctrina, consta, que este antiguo Filósofo enseñaba que las almas racionales fueron criadas fuera de los cuerpos; y por delitos, que cometieron en aquel estado de separación muchas de ellas fueron condenadas por la Deidad a vivir encarceladas en los cuerpos humanos, con la facultad de usar de ellos bien, o mal; y con el destino para [119] las que obrasen mal, de ser después trasladas a otras prisiones más bajas, más incómodas, y más viles; esto es, a los cuerpos de varios brutos; observando en este nuevo castigo la proporción de la especie de la culpa, con la especie de la prisión: de modo, que la alma de un hombre cruel pasase a habitar el cuerpo de un León, o un Tigre: la de un inverecundo, y lascivo en el de un Perro: la de un doloso, y maligno en el de un Zorro, &c.

66. En esta doctrina Pitagórica ocurren desde luego dos incongruidades notables. La primera, que por observar en el castigo la proporción física, olvidó la que en tal materia principalmente se debe atender; esto es, la moral, dando a las almas más delincuentes las más molestas, o trabajosas prisiones, trasladándolas a los cuerpos de aquellos brutos, que viven en más miseria, angustia, y fatiga: v. gr. mulas de tahona, rocines de molineros, caballos de posta. Pero en el sistema Pitagórico totalmente se invierte una providencia tan justa, porque la alma de un hombre cruel, trasladada a un Tigre, hallará en las interpresas de aquella fiera una ocupación muy grata a su nativa sevicia: la alma de un voluptuoso, colocada en una bestia lasciva, tendrá la complacencia de continuar sus torpes deleites en ella. El rumbo opuesto se debiera seguir, si la ejecución, como es sólo imaginable, fuese posible; la alma de un voluptuoso se colocaría en alguna de aquellas bestias, cuya mutilación hace su servicio más útil: la de un soberbio en un escarabajo, o en otro insecto aún más despreciable: la de un afeminado, y presumidillo petimetre en un sapo; y así las demás.

67. La segunda incongruidad, que hallo en la transmigración Pitagórica, es, que en ella veo castigo para los malos, pero no premio para los buenos; siendo así, qué sería fácil señalarle dentro del mismo sistema. La razón es, porque Pitágoras no sólo ponía transmigraciones de las almas de los cuerpos de los hombres a los de las bestias, mas también de unos hombres a otros. Así decía, que su alma propia primero había informado el cuerpo de un [120] hombre, llamado Etálides: después pasado a otro llamado Euforbo, el cual fue herido, y muerto por Menelao en la guerra de Troya: luego a otro llamado Hermotimo: muerto Hermotimo, a Pirro, Pescador de Delos, Isla del Mar Egeo: últimamente al cuerpo, que actualmente poseía; esto es, a la persona del mismo Pitágoras. Ovidio en el 15 de los Metamorfoseos, hablando en nombre de Pitágoras, no expresa otro anterior hospedaje de su alma, que el cuerpo de Euforbo:

Ipse ego, nam memini, Troiani tempore belli.
Pantoides Euphorbus eram, &c.

68. Tomás Stanley, en el lib. 8 de la Historia de la Filosofía, nombra lo que he expresado, y cita dos Autores, que añaden otras tres estancias sucesivas entre el cuerpo del Pescador de Delos, y el del Filósofo, un hombre y dos mujeres: una de ellas llamada Alee, famosa Ramera. Acaso fabricó todas estas nominaciones la envidia de otros Filósofos, para desacreditar a Pitágoras, cuyo nombre era sumamente ilustre en aquellos siglos de tinieblas, en que aún los días eran noches; pues los hombres, los mismos que estaban reputados por sabios, no menos soñaban despiertos, que dormidos. Pero en cuanto a la substancia del dogma de la transmigración de las almas, no sólo de hombre a brutos, mas también de unos hombres a otros, parece que todos, o casi todos los Autores están convenidos.

69. En cuya suposición, dentro del mismo sistema, así como se señaló castigo para los malos, era fácil arbitrar premio para los buenos. Esto se componía mejorando a los buenos de domicilio dentro de la misma especie: v. gr. pasando la alma de un mendigo virtuoso al cuerpo de un mercader opulento, o al de su heredero principal: la de un esclavo justo al de un gran caballero, en que a un mismo tiempo se podría hacer justicia a buenos, y malos, trocando las suertes; esto es, como se podía pasar la alma de un esclavo justo al cuerpo de un gran caballero, se podría asimismo trasladar la alma del amo de este esclavo, en caso que fuese con él inicuo, y despiadado, [121] a un cuerpo que la adversa suerte redujese al infeliz estado de la esclavitud. Siguiendo este método, cuando la virtud, y la iniquidad fuesen muy sobresalientes, se cumpliría con entrambas, haciendo (pongo por ejemplo) de un Labrador un Magnate, y de un Magnate un Labrador, de un vasallo humilde un Príncipe poderoso, y de un Rey tirano un vasallo desatendido.

70. No se puede negar que son grandes los dos defectos de la doctrina Pitagórica, que acabo de reconocer. Pero sin embargo de ellos, es claro que disuena mucho menos a la razón, que el sistema del Materialismo. Lo primero, éste degrada infinitamente el ser del hombre, dejándole tan material, y corpóreo, como el tronco, y la piedra. Pitágoras le deja como le halló compuesto de cuerpo, y alma. Lo segundo, los Materialistas, quitándole la inmortalidad, le conceden sólo una vida, o existencias tan pasajera, como la de los brutos, y plantas. Pitágoras le deja en la pacífica posesión de su inmortalidad, aunque deteriorada con la mísera condición de que esa Alma que la hace inmortal, por la mayor parte ande peregrinando de unas bestias en otras. Lo tercero, en el sistema del Materialismo sólo puede dar un culto pasajero, y de cortísima duración a su Criador. En el Pitagórico, obrando bien, como está a su arbitrio, puede servir por toda la eternidad al fin para que Dios le crió, que es amarle, y servirle.

71. Últimamente (y esto es lo principal) en el sistema Pitagórico, aunque directamente no se le presenta al hombre algún incentivo hacia la virtud, porque no se señala premio a sus buenas obras, se lo retrae del vicio con la amenaza de la pena, y aun con esto mismo es impelido indirectamente a la virtud; porque huyendo de las acciones viciosas, es preciso que vaya a dar con las honestas en todos aquellos casos, en que ni puede abstener la voluntad de todo ejercicio, ni en la senda por donde toma la fuga encuentra actos indiferentes, los cuales muchas veces no ocurren, aunque, según opinión [122] bien probable, sean posibles en la práctica. Pero en el sistema de los Materialistas, como no se advierte premio ni castigo (sino cuando más, muy contingente, y de cortísima duración), falta todo incentivo para la virtud, y casi todo freno para el vicio. Con que suelta toda rienda a las pasiones humanas, ¿a qué se reducirá la sociedad humana, sino a un trato bárbaro, y ferino de unos hombres con otros? ¿Quién tendrá segura la honra, la hacienda, y la vida? Siendo cierto, que el insulto contra cualquiera de estas tres especies de bienes puede ser, y es frecuentemente objeto de la pasión de otros hombres.

72. De aquí se sigue que los Materialistas, no sólo son unos ciegos desertores de la buena Filosofía, mas también unos detestables enemigos del género humano; por consiguiente merecedores de que no sólo toda nuestra especie conspire a aborrecer tan infernal secta, mas también a exterminarla. Si con razón dijo Plinio, que el mayor número de males que padece el hombre, proviene de la iniquidad de los individuos de su especie: Homini ex homine plurima sunt mala (Prólogo lib. 7); ¿qué será, si librándolos del miedo del castigo, se suelta a su libertad la rienda para todo género de delitos? Lo peor es, que no sólo subscriben los Materialistas a esta licencia universal con el motivo de la impunidad, mas algunos de la secta pretenden autorizarla con la razón. El famoso Materialista Inglés Thomas Hobbes, estatuía la regla de que la naturaleza entre los hombres no exigía unión, o sociedad, sino discordia; y conformes a esta buena Filosofía natural, eran su Filosofía Moral, y Jurisprudencia, pues por la primera constituía último fin del hombre su amor, o comodidad propia; y por la segunda no conocía otro derecho en unos hombres, respecto de otros, que el que da la superioridad de la fuerza: de modo, que el más valiente, o más hábil puede, sin ofender la razón, hacerse propios cualesquiera bienes ajenos, y aun tiranizar a todo el mundo, si de tanto son capaces su fuerza, o su industria. ¡A tales extremidades conduce la [123] bella doctrina de los Filósofos Materialistas!

73. ¿Pero qué fin llevan, qué interés tienen estos miserables en diseminar tan impía doctrina? Ninguno veo: cuanto lograron los más felices, fue únicamente ser tolerados. De que colijo, que no sólo su entendimiento es torcido, mas también su voluntad depravada, cuando en vez de dolerse de los muchos males que padecen los hombres por sus recíprocas injusticias, ¿qué pueden conseguir autorizando las injusticias, sino aumentar, y multiplicar los Males? Muchos creen con harta verosimilitud, que todo el mal viene de su viciado corazón, pareciéndoles muy difícil, que con el entendimiento asientan a lo mismo que publican. Nuestro Señor, por su infinita bondad, se digne de apartarlos del error, o sea ilustrando su entendimiento, o rectificando su voluntad.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 91-123.}