Filosofía en español 
Filosofía en español

José María Castellet  1926-2014

El escritor, editor y crítico literario José María Castellet Díaz de Cossío fue uno de los principales ejecutores de los planes federalistas secesionistas trazados para España por el Congreso por la Libertad de la Cultura, su principal agente en el ámbito catalán, siempre al servicio de los intereses imperiales norteamericanos (bien engrasados con dineros de la CIA, la Fundación Farfield o la Fundación Ford). Nacido en 1926, se licencia en Derecho en la Universidad de Barcelona, su ciudad natal. Redactor de la revista falangista Laye (Barcelona 1950-1954), dirigida por Francisco Farreras Valentí. Colaborador de Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura. Invitado por el CLC a Lourmarin 1959, “el único catalán del grupo”, y a Copenhague 1960, a través de Pierre Emmanuel. Secretario de la primera Comisión española del CLC, hasta que ese puesto se profesionaliza con Pablo Martí Zaro. De 1964 a 1967 forma parte de los jurados del Premio de los Escritores Europeos. Asiste a La Ametlla 1964, Toledo 1965, Aix 1966… Miembro del Consejo Asesor de Seminarios y Ediciones SA, &c. Director literario de Edicions 62 (1964-1996). Fundador de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana (1977).

Responde al cuestionario del vidrioso agente Sergio Vilar en Manifiesto sobre Arte y Libertad. Encuesta entre los intelectuales y artistas españoles (Las Américas Publishing Company, Nueva York 1963, págs. 109-111).

José María Castellet

Nace el 15 de diciembre de 1926, en Barcelona. Estudia Filosofía y Derecho en la Universidad de Barcelona y se licencia en la última de las materias mencionadas. En 1953 el Ministerio de Educación le concede la “Bolsa de viaje para escritores jóvenes”. Es miembro del Comité Directivo de la Comunidad Europea de Escritores y de la Sociedad Europea de Cultura. Todas las obras que ha publicado hasta la fecha son ensayos: Notas sobre literatura española contemporánea, La hora del lector, La evolución espiritual de Hemingway, Veinte años de poesía española. Regularmente publica artículos en todas las revistas literarias españolas y en diversas publicaciones iberoamericanas y europeas. Ha prologado diversas obras, como La Ruche, de Camilo José Cela (Gallimard), y Duel au Paradis de Juan Goytisolo (Gallimard) y las Obras completas de John Steinbeck (Luis de Caralt, editor). Como conferenciante ha hablado en Londres, Madrid, Barcelona, Valencia, etcétera y ha asistido a varios congresos internacionales como “Rencontre de Lourmarin”, patrocinado por la Universidad de Aix-en-Provence, “L'ecrivain et le Welfare State”, en Copenhague, “Mythes et fanatismes”, en Roque-fort-les Pins, etcétera. Ha intervenido en cursos de literatura en el Instituto de Estudios Norteamericanos y en el Instituto de Estudios Hispánicos de Barcelona; en el Ateneo Barcelonés; en el “Curso para extranjeros”, de la Universidad de Barcelona, etcétera. Es miembro del jurado en los más importantes premios españoles de novela, ensayo y poesía.

Respuestas

1ª. El arte no se ha basado nunca únicamente en la libre actitud creadora del artista por una razón muy sencilla: la expresión “libre actitud creadora del artista” es una abstracción. La actitud creadora del artista está influenciada por factores complejísimos que la determinan. Esos factores, de orden familiar, de clase, de educación, nacionales, históricos, etcétera, llegan a fundirse en un complejo resultante que es la personalidad del artista, personalidad –por otra parte– fluctuante y con tendencia a cambiar. Por todo ello, podemos decir que es deseable que el artista pueda expresarse con libertad siempre, pero es absurdo decir que el arte debe basarse únicamente en la libre actitud creadora del artista, porque es como no decir nada.

2ª. Ninguna de las enumeradas. El Estado debe facilitar el desarrollo del Arte, pero es evidente que no puede dictarlo.

3ª. No pueden disociarse las que se llaman misiones estéticas y social del arte. Apurando un poco los conceptos podríamos decir que sólo lo estético es social y que sin un contenido social no hay estética que resista el paso de la teoría a la práctica del arte.

4ª. La libertad absoluta es una abstracción, es una utopía, es el gran sueño de la burguesía del novecientos. Eso no quiere decir que el hombre y el artista no emprendan una lucha cotidiana en busca de las libertades concretas, que puede proporcionar solamente una sociedad en la que prevalezca auténticamente la justicia social.

5ª. Me considero solidario e integrado en la sociedad en que vivo, aunque ésta no me guste. Formo parte de ella y sólo desde dentro se puede intentar una transformación que nos acerque a una sociedad más justa.

6ª. La sociedad, ni merece ni deja de merecer. Esta pregunta presupone un concepto idealista del escritor o del artista. ¿Nos preguntamos, acaso, si la sociedad merece que el obrero se juegue su jornal y su empleo en una huelga reivindicativa? La sociedad la formamos los obreros, los intelectuales y todo hombre que vive en ella. Y la lucha por los derechos humanos afectan tanto a unos como a otros.

Cuando el obrero reivindica un salario mejor, ayuda directa o indirectamente mis reivindicaciones –y viceversa–. Es decir, que eso que se llama la abnegada y corajuda actitud del artista –¡qué pocos casos conozco!– no es más que un elemental deber comunitario.

Sergio Vilar, Manifiesto sobre Arte y Libertad. Encuesta entre los intelectuales y artistas españoles, Nueva York 1963, páginas 109-111.

1970 «Catalanes como Miguel Coll y Alentorn, Juan Coromines, Jordi Pujol, Juan B. Cendrós, José María Vilaseca Marcet, Heribert Barrera, José María Castellet y Manuel Jiménez de Parga se pronuncian por la Federación.» (Dolores Ibárruri, España, Estado multinacional, Informe presentado por la camarada Dolores Ibárruri ante el Pleno ampliado del Comité Central del Partido Comunista de España, septiembre de 1970.)

2010 «P. ¿Y usted, Castellet, es un visionario y también un fracasado? R. Fui un visionario y soy un fracasado. Tengo el convencimiento y la vanidad de que si no hubiera pasado 40 años en el franquismo no habría sido premio Nobel, pero sí una personalidad importante en el mundo de la cultura europea; en la española, por descontado. Y no lo he sido. Perdí el tiempo por culpa de Franco. Esto lo cuento tranquilamente porque es así y porque no pasa nada al expresar el reflejo de mis propios fracasos... Soy el último, en cierto sentido. En 1972 se suicida [Gabriel] Ferrater, en 1980 muere [Alfonso Carlos] Comín, en 1985 desaparece [Manuel] Sacristán, y en 1989 y 1990 mueren Carlos [Barral] y Jaime [Gil de Biedma]... En la muerte de cada uno de ellos te das cuenta de su fracaso.» (Entrevista de Juan Cruz a Castellet, El País, Madrid, 28 noviembre 2010.)

Textos de José María Castellet en el proyecto Filosofía en español

1964 “Intervenciones de José María Castellet Díaz de Cossío” en el Coloquio Cataluña-Castilla (La Ametlla del Vallés, 5-6 de diciembre de 1964)

1981 «Sería prolijo relatar ahora los orígenes de lo que posteriormente se llamaría Comité Español del Congreso por la Libertad de la Cultura. En 1959 y en la Provenza –en Lourmarin, concretamente– se celebró un coloquio para tratar sobre los problemas de Europa. Fuimos invitados, entre otros, si no recuerdo mal, Pedro Laín, Julián Marías, José Luis Aranguren, Camilo José Cela, José Luis Cano y yo mismo, que era el único catalán del grupo. Tuvimos allí la suerte de conocer y entablar lo que ha sido una larga amistad con el poeta francés Pierre Emmanuel, quien demostró en seguida un vivo interés por las cuestiones españolas, con una sensibilidad especial por los problemas de las nacionalidades hispánicas quizá, como me comentó en una ocasión, por ser él mismo un occitano cuyas raíces se diluían en la historia. En todo caso, Pierre Emmanuel nos incitó –no sé si en aquel momento, o al año siguiente en Copenhague, en un coloquio internacional sobre el Welfare State, en el cual nosotros evidentemente jugábamos el papel de los parientes pobres– a constituirnos en una comisión más o menos subterránea –políticamente hablando– que recibiría ayuda cultural (en forma de libros, becas, bolsas de viaje, etc.) del Congreso por la Libertad de la Cultura desde París y del cual él era uno de los directores.
Formamos el Comité Español del Congreso por la Libertad de la Cultura, con sede (clandestina, evidentemente) en Madrid y secretariado en Barcelona, que llevaba yo mismo. Presidió el primer Comité Pedro Laín Entralgo y lo formaban Fernando Chueca, que sería el segundo presidente, Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren, José Luis Sampedro, José Luis Cano, Antonio Buero Vallejo, Julián Marías, José Antonio Maravall, Joaquín Ruiz Jiménez, Dionisio Ridruejo y Carlos María Bru, entre los asistentes asiduos a las reuniones. Otros nombres se adhirieron con posterioridad o estuvieron desde el principio aunque con presencia menos activa: recuerdo los de Julio Caro Baroja, Domingo García Sabell, Paulino Garagorri, Raúl Morodo, Ramón Piñeiro, Carlos Santamaría, Miguel Delibes y algún otro nombre que, posiblemente, se me escapa ahora, además de Pablo Martí Zaro, quien acabó ocupando la secretaría después de los acontecimientos que explicaré a continuación. Posteriormente, cooptamos para el Comité, en Cataluña, a Mariá Manent, Josep M. Vilaseca i Marcet, Llorenç Gomis y Josep Benet, aparte de la colaboración de otros muchos amigos.
En el año 1962, aconteció el hecho político conocido por todos con el nombre de «Contubernio de Munich», gracias a la inefable denominación de las autoridades y de la prensa franquista. Quienes asistieron a él sufrieron a la vuelta innumerables molestias, entre ellas el destierro o las multas, aparte de los pesados interrogatorios. Otros, no volvieron ya, previendo males mayores; entre ellos, claro está, Dionisio Ridruejo, quien encontró acogida y ayuda incondicional en París por parte del Congreso por la Libertad de la Cultura y, muy particularmente, de Pierre Emmanuel. De las largas conversaciones que sostuvieron en Francia quedó, para el objeto que hoy nos ocupa, el convencimiento de los dirigentes del Congreso de que una de las actividades de mayor urgencia –aunque atípica dentro de las finalidades fundacionales del mismo– era la dinamización del diálogo entre las culturas hispánicas, empezando por lo que llamábamos entonces “Diálogos Cataluña/Castilla”, preocupación fundamental de Ridruejo, buen conocedor, desde su confinamiento en tierras catalanas, de los hombres, historia y cultura de nuestro país. Por otra parte, desde París, Ridruejo cuidó de fortalecer la posición del Comité español y de obtener mayor ayuda económica para estas actividades. De ahí que, entre otras muchas causas, se me ocurriera empezar estas líneas con el párrafo de Carlos Fuentes.
El exilio de Dionisio Ridruejo duró dos años, del 62 al 64. Entretanto, había regresado a España su colaborador Pablo Martí Zaro –otro de los participantes en el «contubernio» de Munich– con el encargo de organizar, clandestinamente todavía, pero con una mínima burocracia operativa, las actividades del Comité, que desde entonces se multiplicaron. Para lo que nos concierne, el primero de los llamados «Diálogos Cataluña/Castilla» tuvo lugar en la residencia que Félix Millet i Maristany tenía en la Ametlla del Vallès, en 1964. Aparte de muchos miembros del Comité, asistieron otras personas que iniciaron así, «institucionalmente» por llamarlo de alguna manera, un diálogo que prosiguió durante toda la década y, más allá, hasta la muerte del general Franco. El año siguiente (1965), se repitió el encuentro en el cigarral de Fernando Chueca, en Toledo. A los invitados al primer encuentro –entre los que estaban Jordi Carbonell, Víctor Hurtado, José María Valverde y otros muchos que no recuerdo con exactitud ahora– había que sumar los de Antoni M. Badia i Margarit, Miguel Batllori, Ernest Lluch, Maurici Serrahima, Joan Reventós, Rafael Tasis, Fernando Baeza, Luis Díez del Corral, Rafael Lapesa, Vicent Ventura, &c.
De las conclusiones de estos diálogos –cuyo primer resultado fue el conocimiento personal y, en algunos casos, amistades que durarían a lo largo de los años– había una que se imponía: tenían que ampliarse los «Diálogos Cataluña/Castilla» a los problemas de un Estado plural, en la que tenían que tener voz el País Vasco, Galicia, el País Valenciano, &c. y, en definitiva, todas aquellas voces que frente al centralismo falsamente unitarista del franquismo propugnaban un Estado descentralizado reconocedor de la diversa personalidad de sus pueblos y de sus afanes de organizarse y autogobernarse administrativa, política y culturalmente.» (José María Castellet, «El diálogo durante los años sesenta o la institucionalización en la clandestinidad», en Relaciones de las Culturas castellana y catalana: Encuentro de Intelectuales: Sitges, 20-22 diciembre 1981, Servei Central de Publicacions de la Presidència, Generalitat de Catalunya, Barcelona 1983, pág. 120-ss.; en La cultura y las culturas, Editorial Argos Vergara, Barcelona 1985, pág. 112-115.)

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