“Vulgocracia”
1876 «¿Hay motivo para rendir culto a un candidato tan prosaico y vulgar como el nuestro? De ninguna manera. Su aspecto es antipático, parece un botijo sin pitorro, y sin embargo, los entusiastas enseñan a todo el mundo su fotografía; es duro, montaraz y enfático en su trato, y no obstante, anda toda la vulgocracia del distrito buscando su mano y deshaciéndose en saludos; sus costumbres son oscuras, rutinarias y hasta ridículas, y a pesar de ello hoy se aplauden su don de gentes, su habilidad, su profundidad y su tacto exquisito; todo el mundo se cree más ilustrado que él, y con todo, le oyen como a un oráculo, aplauden sus apreciaciones, celebran sus ocurrencias, y aseguran que no tiene pelo de tonto.» (Ricardo Becerro{1}, «El cerdo de San Antón», El Solfeo, Madrid, sábado 15 de enero de 1876, año II, nº 136, pág. 2.)
1884 «¿Creéis por ventura que con el sufragio universal dominaría la democracia? No; lo que imperaría con el sufragio universal sería la vulgocracia.» (Francisco Cañamaque{2} en el Diario de las Sesiones de Cortes. Congreso de los Diputados. Legislatura de 1883-1884, págs. 82-84; apud Lidio Cruz Monclova, Historia de Puerto Rico, siglo XIX, Universidad de Puerto Rico, San Juan 1957, pág. 540.)
1886 «Excmo. Señor don Práxedes M. Sagasta. Muy respetado jefe y señor mío: Las declaraciones de La Iberia nos tienen consternados a Capdepont y a mi. […] Allá, a fines de 1883{3}, –seguramente no lo habrá usted olvidado– suscribimos Capdepont y yo un voto particular al proyecto de contestación al Mensaje de la Corona. Aquel voto particular, que entre los tres redactamos o zurcimos con recortes de La Iberia precisamente, iba encaminado a combatir la promesa de universalizar el sufragio que el gobierno de aquel entonces consignaba en el proyecto de contestación al Mensaje. Capdepont dimitió de la fiscalía del Tribunal Supremo para poder decir, con entera libertad, todos los horrores que se le vinieron a la boca contra el sufragio universal. Yo, que ningún cargo tenía que recunciar, porque aun me tenía usted en la categoría de paje candatario sin cóngrua, dimití de golpe de mis antiguas aficiones republicanas y dije del sufragio universal… Vamos, lo que dije mejor lo sabe usted que yo, porque usted fue quien me ensayó el discurso, y de usted era original, sin quitarle un punto ni añadirle una tilde, aquel periodo de efecto que yo largué cuando usted me guiñó desde el sillón presidencial:
—¡Ah, señores diputados! Nosotros los liberales dinásticos, que empezamos por creer que la monarquía es sustancial y esencial en nuestra patria, contra lo que opinan aquellos demócratas que la consideran como un accidente, nosotros combatimos y combatiremos siempre, con todas las energías de nuestra profunda convicción, el sufragio universal. No lo queremos para ahora ni para nunca, porque le juzgamos un peligro gravísimo que, en todos los tiempos y cualesquiera que sean las circunstancias, amenaza a las instituciones permanentes, las cuales, con el sufragio universal, arrastran una existencia efímera sujeta al flujo y reflujo de la voluntad, no de la democracia, sino de la vulgocracia.
Eso dije yo, palabra por palabra y por mandato de usted, en la sesión que celebró el Congreso el 4 de enero de 1884, y poco después derribamos al gobierno. Por eso no puedo yo creer que sea verdad lo que dice La Iberia en estos días. ¿Cómo ha de querer usted correr el riesgo de que salga por ahí otro Cañamaque centralista que repita aquel discurso mío y nos derribe? De todos modos, estaré intranquilo hasta saber por usted directamente que hay de verdad en todo esto. De usted como siempre. Cañamaque.» («Correspondencia privada», La Dinastía, Barcelona, domingo 19 de septiembre de 1886, año IV, nº 1763, pág. 9.)
1889 «Congreso. 23 noviembre 89. A las tres y veinte minutos ocupa el sillón presidencial el Sr. Alonso Martínez y declara abierta la sesión. La más espantosa soledad reina en la Cámara: las tribunas están desiertas, en los escaños hay 20 diputados y en el banco azul se ve al presidente del Consejo. […] Orden del día. Sufragio universal. El Sr. Cañamaque hace uso de la palabra para alusiones, comenzando por recordar que cuando él se levantó a defender su voto particular contra el sufragio universal, siendo presidente del Consejo de ministros el Sr. Posada Herrera, contaba con el apoyo de la mayoría y con el del Sr. Sagasta, haciendo notar que dicho voto fue defendido también por el Sr. Sagasta, que presidía la Cámara y por 225 diputados. Yo –exclama– ahora como entonces, porque soy consecuente con mis principios, combato ese proyecto de sufragio universal que habeis presentado a las Cámaras, y que no sólo no responde a ninguna necesidad del país, sino que no encarna ni puede encarnar en él, por su historia, por sus costumbres y por sus tradiciones. Dice después que la reforma que se discute no tiene arraigo en la opinión pública y es peligrosa para el país. Asegura que hay muchos diputados de la mayoría contrarios al sufragio universal, el cual, según el orador, es incompatible con la vida normal de la monarquía. (Ocupa la presidencia el Sr. Cárdenas.) Con esta reforma –exclama– no habrá Gobierno posible, pues vendrán a las Cámaras numerosas representaciones de los partidos avanzados, que estorbarán la discusión de todo aquello que no tenga sus simpatías. Cita las opiniones de Stuart Mill y Víctor Hugo en apoyo de sus manifestaciones, y recuerda lo que respecto del sufragio han dicho demócratas como los Sres. Martos y Moret, respecto de que el sufragio universal debe considerársele como una ponderación de fuerzas, porque los pueblos deben ser considerados como menores de edad. Afirma después que en ningún país monárquico hay sugrafio universal. El Sr. Becerro de Bengoa interrumpe al orador diciendo: Van a él. El Sr. Cañamaque: Van a él, pero no llegan. Dice que cuando él presentó su voto particular en contra del sufragio, el partido liberal, con el señor Sagasta a la cabeza, prefirió retirarse del poder a transigir con esta reforma. Nos fuimos a casa –añade,– pero no quisimos el sufragio. Recuerda que un notable estadista ha dicho, hablando del sufragio universal: "La vulgocracia es el triunfo de todos los que tienen veinticinco años." Termina recordando que decía cierto fraile de un penitente: "Si llega a arrepentirse, que no se arrepentirá…" Pues eso digo yo –añade:– si el Sr. Sagasta da el sufragio, que no de dará… El Sr. Figueroa (D. Alvaro) contesta al señor Cañamaque, en nombre de la comisión, diciéndole que no ha debido pronunciar el discurso que acababa de oir la Cámara, porque, como individuo de la mayoría, debía acatar las resoluciones del partido y defender el proyecto de reforma electoral. (Fuertes murmullos en los banco de las oposiciones. El Sr. Cañamaque interrumpe al orador, y varios diputados protestan.)» (El Día, Madrid, sábado 23 de noviembre de 1889, nº 3.438, pág. 2.)
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{1} Ricardo Becerro de Bengoa (nacido en Vitoria en 1845), articulista habitual de La Ilustración Española y Americana y El Solfeo, fundador de Aquello, catedrático de Geografía e Historia del Instituto Cardenal de Cisneros de Madrid, donde falleció en 1902 militando en el partido republicano gubernamental.
{2} Francisco Cañamaque Jiménez (nacido en Gaucín, Málaga, en 1851), periodista y propietario del diario liberal La España (1881), diputado en las Cortes españolas de 1881 a 1884, elegido (en las elecciones de 21 de agosto de 1881) por el distrito de Guayama de la circunscripción de Puerto Rico (obtuvo 115 votos de los 121 votantes). El 4 de abril de 1886 fue elegido de nuevo diputado, ahora por su distrito natal de Gaucín (obtuvo 1296 votos de 1306 votantes), cargo que desempeñó hasta finales de 1890. Fue Subsecretario (hasta que dimitió en diciembre de 1886) de la Presidencia del Gobierno de Práxedes Mateo Sagasta.
{3} «Madrid 30, a las 6'30 tarde.– Se ha reunido la comisión del Mensaje con Posada Herrera, López Domínguez y Moret. En el despacho presidencial del Congreso está el señor Sagasta. El Gobierno ha presentado una fórmula idéntica en el fondo al criterio de los señores Capdepont y Cañamaque. Estos mostráronse dispuestos a suscribirla. El Gobierno dijo que aceptando la opinión de los señores Capdepont y Cañamaque, éstos admitirían las interpretaciones lógicas, estando unida la comisión para sostener la universalidad equivalente al sufragio universal. Los señores Capdepont y Cañamaque lo rechazaron pasando a consultar al señor Sagasta. Acaban de volver reanudándose el debate. Madrid 30, a las 7'45 noche.– Reunida la comisión del Mensaje con asistencia del Gobierno, no hubo avenencia posible, quedando rota la conciliación.» (La Vanguardia, Barcelona, lunes 31 de diciembre de 1883, pág. 16.)