Arnaldo Azzati Cutanda 1913-1986
Periodista y traductor español, que vivió treinta y dos años en la Unión Soviética y vertió a la lengua la Historia de la filosofía (dirigida por Miguel Trifonovich Iovchuk en 1960) en dos tomos (I: Historia de la filosofía premarxista, II: Historia de la filosofía marxista-leninista y su lucha contra la filosofía burguesa) que la moscovita Editorial Progreso difundió profusamente en español a partir de 1978. Formó parte de aquel equipo que, mediado el siglo XX, se formó en la URSS para traducir textos al español directamente del ruso, junto con Augusto Vidal Roget (1909-1976), José Laín Entralgo (1910-1972), Lydia Kúper (1914-2011) e Isabel Vicente Esteban (1918-2005), entre otros.
Después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética PCUS (febrero 1956), en plena desestalinización, se publicó en ruso la Historia de la Filosofía (История философии, seis volúmenes, 1957-1961) dirigida por Miguel Alejandro Dynnik (Михаил Александрович Дынник, 1896-1971), editada en español por Grijalbo (Historia de la Filosofía, desde la antigüedad hasta nuestros días, México 1960-1962, 7 volúmenes), en versión firmada por Adolfo Sánchez Vázquez y José Laín Entralgo.
El Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS dispuso en 1960 un compendio de esa Historia colectiva (Краткий очерк истории философии, Una breve historia de la filosofía, Moscú 1960, 815 páginas, 100.000 ejemplares), bajo la redacción de Miguel Trifonovich Iovchuk (Михаил Трифонович Иовчук, 1908-1990), Teodoro Ilich Oizerman (Теодор Ильич Ойзерман, 1914) e Ivan Yakovlevich Schipanov (Иван Яковлевич Щипанов, 1904-1983). En ruso apareció una nueva edición revisada de esta obra en 1967 (30.000 ejemplares), y otras tres a partir de ésta (la 2ª en 1971, 60.000 ejemplares; la 3ª en 1975, 50.000 ejemplares; la 4ª en 1981, 70.000 ejemplares). De esta obra se publicaron dos traducciones distintas al español: la firmada por José Laín Entralgo (realizada sobre la edición de 1967 y publicada por Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo 1969), y la dispuesta por Arnaldo Azzati (publicada por la Editorial Progreso, Moscú 1978). Como se dice en “Dos traducciones de una soviética Historia de la Filosofía”, ignoramos los detalles de la traducción de Azzati.
Arnaldo Azzati fue uno de los hijos del periodista y traductor Félix Azzati Descalci (1874-1929) –de padres italianos nació en un buque en alta mar pero fue inscrito en Cádiz; amigo, discípulo, colaborador y sucesor político de Vicente Blasco Ibáñez, como director de El Pueblo desde 1907, en el escaño de diputado en las Cortes españolas de 1907 a 1923, en el P.U.R.A., Partido de Unión Republicana Autonomista…– y de Esperanza Cutanda (se habían casado en 1900, en el que fue el primer matrimonio civil celebrado en Valencia), nacido en Valencia el 7 de septiembre de 1913. Estudia en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Valencia [incurren en anacronismo quienes repiten que estudió en el Instituto Luis Vives de esa ciudad, pues tal rótulo no se adoptó hasta mediados de 1933, al desdoblarse aquella institución creada en 1859 para constituirse precisamente el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza «Blasco Ibáñez»] y en 1932 –año en el que la Valencia republicana dedicaba una calle al recuerdo de su célebre y fallecido padre– logra un empleo en la Diputación de Valencia (en 1936, a poco de comenzar la Guerra Civil, logra transformar ese empleo, por oposición, en puesto de funcionario). En 1934 ingresa en el Partido Comunista de España. Se dice que colaboró en la revista Nueva Cultura. Información, crítica y orientación intelectual (1935-1937) –aunque con su nombre nada firma en esa publicación– y en Verdad, órgano del PCE en Valencia.
«Una noche de primavera, en los jardines de la Gran Vía de Germanías, ingresé en la Unión de Juventudes Comunistas. Al mismo tiempo y en la misma célula lo hicieron Arnaldo Azzati y Ricardo Muñoz Suay. Arnaldo, delgado, moreno, ojos profundos y viva inteligencia, era hijo de Félix Azzati, famoso periodista que había dirigido…» (Luis Galán, Después de todo. Recuerdos de un periodista de la Pirenaica, Anthropos, Barcelona 1988, pág. 26.)
Estuvo casado cincuenta años con Alejandra Soler Gilabert (Valencia 1913-2017), militante del Partido Comunista de España también desde 1934, quien había de partir para la Unión Soviética el 27 de mayo de 1939, desde el puerto francés del Havre, en el vapor soviético María Uliánova, llegando a Leningrado el 4 de junio, junto con una de las expediciones de niños de la guerra, de los que fue maestra durante la Segunda Guerra Mundial. Después trabajó en la Escuela Superior Diplomática de la URSS, fue coautora de manuales para la enseñanza del español, y reconocida con la Medalla al Valor en la Gran Guerra Patria y la Orden de Lenin por su entrega pedagógica y cultural. Regresó a España en 1971 y desde 1977 vivió en Valencia, donde el 8 de julio de 2013 cumplió los cien años, muriendo el primero de marzo de 2017. En 2005 autopublicó sus memorias, La vida es un río caudaloso con peligrosos rápidos. Al final de todo… sigo comunista (Valencia 2005, 142 págs.), reeditadas en 2009 por la Universidad de Valencia.
«Arnaldo y yo éramos miembros del Partido Comunista, además de muy amigos, y miembros de la FUE, esto explicará que esta amistad desembocara en unas relaciones mucho más íntimas en mayo del año 1936, cosa que ocultamos a nuestros familiares. En aquella época estas situaciones no se toleraban ni se comprendían. Nosotros estábamos bien así y por convicción no queríamos casarnos, éramos refractarios a papeles y compromisos legales. Considerábamos y continuamos creyendo toda la vida que el único compromiso válido es el amor. Sin él no hay contrato que una. Esto, yo lo sabía muy bien por la experiencia de mis padres, que amargó mi niñez. Sin embargo, terminamos contrayendo matrimonio civil el 3 de noviembre de 1936, y tuvo la culpa de ello, como de tantas cosas, la guerra civil. La situación se ponía fea, podían mandarnos a sitios diferentes, y sólo si entre nosotros había un vínculo legal podíamos esperar que se respetarían nuestros deseos de no separarnos. Y a las primeras de cambio funcionó. Cuando el gobierno de España se trasladó de Valencia a Barcelona, y con él todas las entidades que funcionaban en su entorno. Mi marido, que era periodista en la Agencia Internacional del Movimiento Antifascista (AIMA), salió para Barcelona, y yo con él, porque me habían nombrado profesora de Historia y Geografía en el Instituto de Segunda Enseñanza de Tarrasa.» (Alejandra Soler, La vida es un río caudaloso…, Valencia 2005, págs. 17-18.)
Terminada la guerra española ingresa en el campo de concentración francés de Argelès sur Mer, y logra luego llegar, en abril de 1939, a la Unión Soviética.
«El plan dio buenos resultados. Arnaldo recibió mi carta en el campo de Argelés Sur Mer, donde estaba con otros 300.000 refugiados españoles, en una playa a la intemperie y custodiados por senegaleses. De esta manera me pude poner en contacto con Arnaldo. Pronto recibí una carta en la que me decía que su hermano mayor, Renán, que era subsecretario del Ministerio de Agricultura de la República, y que estaba con el gobierno en París, le había propuesto que nos fuéramos con él (que se iba con el gobierno) a Méjico, y me preguntaba mi opinión sobre este viaje. Antes de que pudiese contestarle recibió una segunda carta de Arnaldo, en la que me comunicaba que la URSS nos reclamaba a él y a mí porque nos necesitaba, a él como periodista, y a mí como profesora. Naturalmente siendo comunistas como éramos, entusiastas de nuestras ideas y enamorados de la URSS a la que llamábamos nuestra casa, no lo pensamos más y declinamos el ofrecimiento de Renán (al que por cierto, no veríamos nunca más), y aceptamos el viaje a la URSS que creíamos que sería por poco tiempo.» (Alejandra Soler, La vida es un río caudaloso…, Valencia 2005, págs. 28.)
En mayo de 1939 ya está trabajando en Moscú, en la redacción de Radio Moscú en lengua española.
«Arnaldo era periodista-redactor en Radio Moscú, en emisiones para América Latina. Todavía no era traductor porque como yo, no sabía ruso aún.» (Alejandra Soler: 35).
«Lo que quedaba del año 1939 y todo el año 1940 fue para nosotros muy agitado: en Europa se había declarado abiertamente la guerra […]. ¡Y nosotros sin saber ruso! No había prensa extranjera, la prensa del país en ruso, la radio en ruso y nosotros sin enterarnos de lo que pasaba en el mundo. Menos mal que como Arnaldo trabajaba en la radio, alguna prensa extranjera caía en sus manos y nos enterábamos de algo. Se imponía con fuerza dominar el ruso, y a eso nos dedicamos con frenesí. Pero el asunto resultaba peliagudo, el ruso no es fácil, y además había que estudiarlo después de una jornada de trabajo duro. Yo daba clases durante el día, y por la noche trabajaba de locutora en Radio Moscú. El precio de la habitación en el hotel Metropol no era precisamente barato y había que pagarlo y comer además, y aunque los sueldos eran buenos y la comida barata, el hotel era de lujo y nos traía por la calle de la amargura.» (Alejandra Soler: 41-42.)
«En Moscú se organizó una defensa civil antiaérea y contra la guerra química y biológica. Prácticamente se militarizó a la población. Arnaldo y yo formábamos parte de ella, nuestra misión en estos meses de verano y el otoño del año 1941 era, cuando había bombardeos inutilizar las bombas incendiarias enterrándolas en arena. […] La Casa de Niños nº 12, donde yo trabajaba, tuvo que ser evacuada, lo que hicimos por el Volga hacia el sur. Unos días más tarde salió Arnaldo con su trabajo de Moscú hacia los Urales, concretamente a la ciudad de Ufa. Otra vez estábamos separados y no sabíamos cuándo y cómo podríamos reunirnos.» (Alejandra Soler: 44-45.)
«Escribí a la dirección de Ufa donde suponía que estaba Arnaldo, pero cuando recibí contestación me enteré de que el Partido lo había mandado a velar por un grupo de chicos españoles, de los mayores, que habían salido a trabajar a una fábrica de armamento situada en un pueblo, Bieloriesk, en la vertiente asiática de los Urales. Escribí inmediatamente a Arnaldo y se regularizó el contacto entre nosotros, hasta que Arnaldo cayó gravemente enfermo con un ataque virulento de malaria, y en situación de guerra en la retaguardia no había muchos cuidados que digamos. Cuando me enteré la extrema gravedad ya había pasado, pero yo estaba muy preocupada por él y decidí ir a verlo.» (Alejandra Soler: 59.)
«Y otra vez a esperar. Hasta que el día segundo de Navidad del año 1943 aún no eran las siete de la mañana de un día muy frío y blanco (la noche anterior había caído una gran nevada), apareció Arnaldo en la puerta de la casa de los viejecitos tártaros, donde yo vivía. Arnaldo había hecho el mismo camino que yo hice al visitarle hacía dos meses escasos. Tenía un aspecto todo blanco, cubierto de nieve, a la vez extraño y conmovedor, ¡tan entrañable! Este fue el día de nuestra reunión definitiva, ya no nos separaríamos nunca más hasta su muerte, muchos, muchos años después.» (Alejandra Soler: 61-62.)
«Llegamos a Moscú a finales de agosto o en los primeros días de septiembre [1944]. En cuanto pusimos los pies en tierra moscovita Arnaldo se apresuró a presentarse en su lugar de trabajo, Radio Moscú, y reanudó desde el primer día su trabajo, pero ahora con una categoría muy superior. La guerra nos había hecho un gran bien: habíamos aprendido el ruso quisiéramos o no. Ahora Arnaldo era redactor y traductor del ruso al español. En esta última faceta él alcanzó cotas elevadísimas, fue uno de los mejores traductores del ruso a nuestro idioma.» (Alejandra Soler: 67.)
«Por estas fechas llegó a Moscú el marido de Paz: Andrés Familiari, un comunista italiano, que había escapado del fascismo de Mussolini. Vino a España durante la República, se casó con Paz durante la guerra civil, y como nosotros, encontró refugio al terminar la guerra civil en la URSS. Fue evacuado con su trabajo de Moscú cuando se acercaron los nazis y ahora volvía de la evacuación. La sección italiana de Radio Moscú, dirigida por una periodista italiana apellidada Mizziano necesitaba un periodista nativo, y Arnaldo que conocía bien las dotes periodísticas de Familiari, porque en España, había trabajado en la redacción del periódico Verdad en Valencia, se lo presentó a Mizziano, y fue admitido Andrés en Radio Moscú en la sección italiana. Entonces no podíamos ni imaginar lo que este hecho supondría para nuestra vida en un futuro no muy lejano.» (Alejandra Soler: 73.)
«En el invierno de 1947, llegaron a Moscú, Vicente Uribe y Fernando Claudín, miembros ambos del Comité Central, y representantes de la generación de los viejos dirigentes del Partido y de la generación joven respectivamente. Venían a conversar con la emigración comunista de los españoles y a conocer, como dijeron, su moral y su actitud hacia la URSS. En consecuencia, convocaron una asamblea que duró tres días, en los que Uribe en su parlamento nos tachó, sobre todo a los intelectuales (por así llamarnos a periodistas, traductores y artistas), de gente que había perdido el sentido revolucionario, que nos habíamos aburguesado, y que hacia la URSS, teníamos una actitud más bien tibia. Y no pararon las críticas ahí. Contra el dirigente del Partido en nuestra inmigración: José Antonio Uribes, lanzó rayos y truenos, lo acusó de haber organizado en la URSS un cursillo de propaganda franquista. Esto era verdaderamente monstruoso, puesto que Uribes era miembro de una familia valenciana que había deshecho Franco, fusilando a dos de sus hermanos, y persiguiendo con la cárcel y el exilio a todos los demás. No satisfecho con este infundio, también le acusó de no haber impedido la salida de la URSS al acabar la guerra, de los españoles que tenían familiares en el extranjero, en Méjico en la mayoría de los casos. Aquellas reuniones eran como una pesadilla, y aunque los que asistíamos a ellas teníamos conciencia de que nuestra actitud y nuestro comportamiento, tanto en la guerra como en la posguerra había sido, y era intachable, salíamos de ellas con un regusto de tristeza y de irritación.» (Alejandra Soler: 78-79.)
Andrés Familiari, el cuñado italiano, pudo salir de la URSS en el verano de 1947 y, ya en Italia, reclamó y logró la repatriación de su mujer valenciana, que por matrimonio tenía nacionalidad italiana, excarcelada de la prisión de Segovia en septiembre de 1948. Familiari, con el pseudónimo Ettore Vanni y los auspicios del famoso adalid anticomunista monseñor Roberto Ronca (1901-1977), en su dialogante cruzada por recuperar comunistas de buena fe, publicó una trilogía: dos opúsculos, difundidos por decenas de millares de copias entre los movilizados por Civiltà Italica, titulados Io, operario in Russia (Il Riccio, Roma 1947, 31 págs.) e Io, contadino in Russia (SAIG, Roma 1948, 15 págs.), y el libro que había de hacerle más famoso, Io, comunista in Russia (Licinio Cappelli, Bologna 1949 [pero impreso por el Istituto per la Specializzazione Industriale IPSI, fundado por monseñor Ronca en el Pontificio Santuario de la Beata Virgen del Santo Rosario de Pompeya, Nápoles], 266 págs.), que él mismo tradujo al español y conoció al menos tres ediciones en Barcelona (Yo, comunista en Rusia, Destino –Ancora y delfín 51–, Barcelona 1950, 281 págs.; 2ª ed. Destino, Barcelona 1950, 281 págs.; 3ª ed. Destino, Barcelona 1952, 281 págs.). Este libro fue recibido, como es natural, como un ataque a la URSS y al comunismo, y su autor y Paz Azzati tuvieron que irse incluso una temporada a México, pues ya no se sentían seguros en Roma. (La identificación de Ettore Vanni con Andrés Familiari no era ningún secreto: el corresponsal de La Vanguardia en Roma asociaba ambos nombres, por ejemplo, ya en su crónica de 29 de junio de 1949: «Desvelado el misterio de los españoles en Rusia».)
«…yo decidí ingresar en el Instituto Gorki de la unión de escritores. Claudín avaló mi solicitud de matrícula como alumno libre, a la vez que las de Arnaldo Azzati y Julio Mateu.» (Luis Galán, Después de todo. Recuerdos de un periodista de la Pirenaica, Barcelona 1988, pág. 198.)
Mientras, Arnaldo comenzaba a cursar en 1950, como estudiante libre, en el Instituto de Enseñanza Superior Gorki de Moscú, dependiente de la Unión de Escritores de la URSS, asimilado a la Universidad de Moscú.
«En Moscú tardó en aflorar el asunto dos años, pero en 1952, no recuerdo exactamente el mes, creo que en invierno, Fernando Claudín llamó a Arnaldo y le conminó a que escribiera una carta condenando la actitud de su hermana Paz, por consentir que un traidor la sacara de la cárcel y de España, y además se marchara con él. En esta carta Arnaldo debía renegar de su hermana. La carta en cuestión sería publicada en toda la prensa comunista internacional, para afrenta y escarnio de traidores. Arnaldo rechazó de plano el planteamiento, y se negó en redondo a renegar y descalificar a su hermana. Esta negativa trajo una cola desagradable en extremo para Arnaldo y para mí. En efecto, al poco tiempo de la entrevista con Claudín, a Arnaldo lo llamó la dirección de Radio Moscú. A la reunión asistía un coronel del NKVD (Servicios especiales del Estado, contraespionaje, &c.). Acusaban a Arnaldo de haber propiciado la entrada en la radio de Familiari, un traidor y un anti-soviético probado, con la agravante de ser familiar suyo, con lo que no se podía saber si el entendimiento culpable entre ellos venía de lejos. Después de largas horas de interrogatorio llegaron a la conclusión de cesar fulminantemente a Arnaldo de su trabajo, pero que la forma fuera a petición suya. Así terminó, de mala manera, el trabajo de Arnaldo en Radio Moscú.» (Alejandra Soler: 83.)
Dimitido de Radio Moscú en 1952, y en esas circunstancias, logró sin embargo Arnaldo Azzati inmediatamente un nuevo puesto de trabajo como traductor y corrector de estilo en la sección española del semanario Tiempos Nuevos, puesto en el que se mantuvo hasta su repatriación en 1971.
«Parecía que todo había terminado de la mejor manera posible, pero Arnaldo y yo nos pasamos un angustioso año con el temor de, como se acostumbraba hacer, que vinieran del NKVD una madrugada a por Arnaldo, y que desapareciera como tantos otros. Mucho después de la desestalinización, en un viaje que hizo Claudín a la URSS vino a nuestra casa de Moscú a presentar sus disculpas y reiterarnos su respeto.» (Alejandra Soler: 84.)
En marzo de 1953 muere Stalin.
«Ni Arnaldo ni yo desfilamos con las multitudes ante el cadáver de Stalin, no lo hicimos aunque lo deseábamos como tantos otros, porque nos faltó pasión y fuerza para hacerlo. Temíamos morir aplastados por las masas que sobre un suelo tremendamente resbaladizo (estábamos en marzo y la nieve ya no es dura), se arrastraban en bloque compacto lentamente hacia la Casa de los Sindicatos.» (Alejandra Soler: 88.)
«A partir del año 1961 casi todos los años pasábamos nuestras vacaciones en Italia, estábamos diez o doce días en Roma con nuestros hermanos [Andrés Familiari y Paz Azzati], y el tiempo que nos restaba hasta nuestra vuelta a Moscú, nos dedicábamos a conocer Italia, que llegó a sernos mucho más familiar que nuestra España.» (Alejandra Soler: 103.)
También formaron parte de la dirección de la Casa de los Españoles en Moscú, y Arnaldo tenía a su cargo Noticiero, el boletín interno semanal con noticias de la emigración. Desde 1960 a 1970 pidieron a las autoridades españolas, cada dos años, que se les permitiese regresar a España, peticiones que fueron denegadas hasta 1970.
«Por fin en mayo de 1970 recibimos la comunicación del Ministerio del Interior de España autorizándonos a regresar a nuestra patria. También recibió autorización de regreso mi amiga Carmen Solero y decidimos hacer el viaje juntos los tres. […] Además, había que echarle valor para venir a España en las condiciones nuestras. De Rusia no podíamos sacar dinero. El rublo no se cotiza en el extranjero, había que sacar dólares pero éstos se consideran divisas del Estado y son por lo tanto intocables. Nosotros por nuestros altos sueldos teníamos bastante dinero en el banco, pero no lo podíamos sacar en rublos y la cantidad de dólares que nos permitían sacar eran 200 dólares por persona. Todo el dinero que teníamos se quedó en Rusia, se lo regalé a una amiga rusa, Velta Pliche, era bastante dinero, pero con los acontecimientos posteriores a nuestra marcha y las sucesivas devaluaciones del rublo no le sirvió a mi amiga de mucho.» (Alejandra Soler: 117.)
«Pues bien, como digo, al cabo de una semana de asiduas visitas a la Embajada de España en París, el día 16 de febrero de 1971 en un vuelo regular de Iberia llegamos a Barajas, los tres: Arnaldo, Carmen y yo, tremendamente emocionados. Llegábamos al fin a nuestra tierra ¿qué iba a pasarnos? Ante nosotros se abría lo desconocido, a pesar de sernos tan entrañable… Lo primero que vi al bajar por la escalerilla del avión que me encogió el corazón y me llenó los ojos de lágrimas fue a todos nuestros queridísimos amigos. Allí estaban todos: José Laín Entralgo con Carmen su mujer, su hija Carmenchu con su marido Mirco y los dos hijos de estos; Concha Bello con su marido Andrés Fierro y sus dos hijas Carmen y Maribel, que se habían convertido en dos muchachas espléndidas. Cuando las despedimos en Moscú tenían Carmenchu dos años y Maribel unos meses. Nos abrazamos con una inmensa emoción y de pronto me sentí en casa, entre los míos se disiparon como por encanto mis dudas y mis temores. […] Nuestros amigos se habían preocupado de solucionarnos los problemas más acuciantes que se nos presentaban: Andrés nos había facilitado una casa donde vivir, que era propiedad de un buen amigo suyo y estaba desalquilada. Allí vivimos casi un mes los tres, hasta que pudimos comprar un piso y trasladarnos. Pepe Laín nos empadronó a los tres en su casa, y Augusto Vidal, que vivía en Barcelona, había dado a la editorial Planeta el nombre de Arnaldo para traducir la novela Ante el espejo del escritor ruso Benjamin Kaverin.» (Alejandra Soler: 119-120.)
Vivieron en Madrid hasta que Arnaldo logró ser repuesto en el cargo que tenía en la Diputación Provincial de Valencia antes de la guerra.
«Vinimos a Valencia en 1977. Arnaldo se reincorporó a la Diputación Provincial, y con ingresos seguros cada mes y siguiendo con traducciones del ruso a un ritmo más tranquilo. Nos pusimos en contacto con el Partido Comunista de Valencia y yo, al no trabajar, me incorporé más a fondo a las tareas del partido.» (Alejandra Soler: 126.)
«Cuando vinimos a Valencia a vivir y nos vimos con frecuencia con nuestros viejos amigos de juventud nos llevamos un gran disgusto. Como era natural, nos preguntaban muchas cosas de la Unión Soviética. Era lógico que quisieran saber de labios de personas que se habían pasado media vida allí la realidad de aquel país al que admiraban ciegamente. Pero al lado de las muy buenas cosas que eran patrimonio del pueblo ruso, había otras de las que no podíamos callar el lado pernicioso, y aunque procurábamos restar las más duras aristas a nuestra visión, hubo quien nos tachó de antisoviéticos, algo que nos dolió profundamente.» (Alejandra Soler: 140.)
El 17 de julio de 1986, se cumplía medio siglo del Alzamiento, Arnaldo transformó a Alejandra en viuda.
Renán Azzati Cutanda, su hermano mayor, masón como su padre y sucesor suyo en el blasquismo, diputado republicano valenciano, fue nombrado, tras el triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936, Delegado del Gobierno en la Confederación Hidrográfica del Júcar, y él designó inmediatamente a su joven hermana Paz como auxiliar suya. Pocos meses después, ya comenzada la guerra, Azaña le nombró, el 23 de septiembre de 1936, Director general de Obras hidráulicas y Puertos, en el Ministerio de Obras Públicas, con la categoría de Jefe superior de Administración civil (Gaceta de Madrid, 24 septiembre 1936, página 1951). Luego, en junio de 1937, tomo posesión como Director general de Agricultura, siendo ministro del ramo el comunista Vicente Uribe. Terminada la guerra marchó para América, desembarcando en Veracruz del vapor Ipanema, el 7 de julio de 1939, siendo admitido como asilado político: México le autorizó el 20 de enero de 1940 a ejercer allí actividades lícitas y obtuvo la carta de naturalización el 15 de octubre de 1940 [Pares].
Paz Azzati Cutanda, su hermana menor (Valencia 1917-1995), ingresó en el PCE al comenzar la guerra y casó con el periodista italiano Andrea Familiari, asentado en Valencia huyendo de Mussolini. Tras la guerra su esposo pudo marchar a la URSS, donde fue compañero de Arnaldo en Radio Moscú, regresando a Italia en 1947. Mientras, Paz era detenida en el Madrid de postguerra, donde trabajaba de doméstica, acusada de activismo comunista; condenada a 30 años de cárcel no los cumplió, pues, reclamada por su marido, fue deportada a Italia en 1948. En 1971, al poco de enviudar, volvió a España. Muerto Franco, gracias a que su hermano Renán (Delegado del Gobierno en la Confederación Hidrográfica del Júcar) la había designado más de cuarenta años antes auxiliar suya, el 1º de abril de 1936, cuando sólo tenía 18 años y 9 meses, le fue reconocida pertenencia «al extinguido Cuerpo de Auxiliares de los Servicios Hidráulicos» y, en plena restauración borbónica y dialogante transición, aún preconstitucional, fue nombrada por orden de 24 de noviembre de 1978 funcionaria del Cuerpo General Administrativo de la Administración Civil del Estado, «destinándola con carácter definitivo al Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, Madrid, con efectos administrativos de 1 de enero de 1965 y económicos de la fecha en que tome posesión del destino que se le asigne», reconociendo «al funcionario mencionado como tiempo de servicios prestados a efectos de trienios, el comprendido entre el 1 de abril de 1936 y el día anterior al de la toma de posesión del destino que se le asigna, ambos inclusive.» (BOE, 14 diciembre 1978, página 28105).
Tuvo otros hermanos: Néstor Azzati Cutanda, el “Hands” redactor deportivo desde finales de los años veinte de El Pueblo, diario de la mañana, de Valencia; Octavio, Angelita, Pilar y Marga Azzati.
«Le tiembla la voz, pero no los números. Treinta y dos años fuera de España, 27 desde que murió su marido y 100 a punto de estrenar. Un siglo de vida dedicado a la militancia comunista. Una ideología que Alejandra Soler (Valencia, 1913) antepone ante lo que ella considera “los últimos atropellos humanistas”. Por un lado, los recortes en educación y sanidad. Por otro, el regreso del fanatismo. […] En esos estantes atesora dos volúmenes de La vida es un río caudaloso con peligrosos rápidos. Al final de todo… sigo siendo comunista, el libro que publicó en 2005 y que fue reeditado hace tres años por la Universidad de Valencia. En él repasa sus inicios en la Federación Universitaria Escolar (FUE) y, sobre todo, su vida ligada a Arnaldo Azzati. “Estuvimos 50 años juntos”, recuerda emocionada. Su marido era el hijo de Félix Azzati, célebre político y periodista valenciano que dirigió el diario El Pueblo tras la marcha de Vicente Blasco Ibáñez. Nada más conocerse, se casaron en los juzgados. “Yo solo aparezco como católica por culpa del bautizo”. A partir de entonces unieron su camino de represaliados en un país que entraba en una guerra fraternal. “Tuvimos que marcharnos en el 39”. En Barcelona se separaron. Cada uno cruzó a Francia por su cuenta y pasaron unos meses alejados en distintos campos de concentración galos. “El médico del mío me ayudó a encontrarle”, relata. El reencuentro se produjo en San Petersburgo, entonces Leningrado. “Pudimos haber ido a México, pero para nosotros Rusia era como la segunda patria”, asevera comprometida. Llegaron con escasas pertenencias y un manojo de palabras: pan, gracias, camarada. Su salvación fue el puesto de locutor de él en Radio Moscú y el de ella como maestra. “Necesitaban a alguien que diera clases a los niños españoles que el régimen soviético había acogido”. Pasaron una temporada en la ciudad de los zares y otra en la capital. Cuando el ejército nazi implantó el cerco, escaparon al sur. En la orilla derecha del Volga resistieron uno de los ataques más cruentos de la II Guerra Mundial. La batalla de Stalingrado le trae a la memoria el frío ártico, la gangrena y las extremidades congeladas. De allí sacó con vida a 14 niños que tenía a su cargo. Rondaba los 30 años y ya se autodefinía como expatriada. “El comunismo es útil, pero lo que hizo Stalin es intolerable”, sostiene. “No desacredito las ideas de Marx y Engels, que eran unos genios, pero hay que evolucionar. No puede funcionar teoría del siglo XIX en el siglo XXI. El mundo marcha hacia adelante y cada vez está más globalizado. Ahora, el ‘fantasma del comunismo’ que recorría Europa lo tiene que hacer a escala mundial”. […] Cuando se acabó la guerra, Alejandra y Arnaldo regresaron a Moscú. En 1958, dejando atrás los peores años de diáspora republicana, fue elegida jefa de la cátedra de Lenguas Romances de la Escuela Superior de Diplomacia. Cargo que desempeñó hasta su jubilación, en 1971. Entonces regresaron a un Madrid muy distinto al que ella había visto en una excursión escolar. “Volvimos con 200 dólares cada uno y sin ningún contacto, porque nos habían impedido todo tipo de comunicación”. ¿Y los hijos? “No hubo tiempo”, lamenta lacónica. En Madrid consiguió la célula de identidad después de “una semana de interrogatorios en la comisaría de la Puerta del Sol”. Y gracias a algunas traducciones clandestinas sobrevivieron hasta que pudieron instalarse en el piso valenciano donde vive. “Lo llenamos de pósteres para que se supiera lo que éramos”, y señala las octavillas republicanas y los recortes de prensa.» («La lucha no acaba a los 100 años», El País, Madrid, 17 de febrero de 2013.)
★ Selección bibliográfica de Arnaldo Azzati
1972 Traducción del ruso de Alexei Eisner, La 12ª Brigada Internacional, Prometeo, Valencia 1972, 192 págs.
Traducción del ruso de Veniamin Aleksandrovich Kaverin, Ante el espejo, Planeta (Fábula 3), Barcelona 1972, 284 págs.
1975 Traducción del ruso de Vasili Alexándrovich Sujomlinski, Pensamiento pedagógico, Progreso, Moscú 1975, 353 págs.
1978 Traducción del ruso de Miguel Trifonovich Iovchuk, Teodoro Ilich Oizerman e Ivan Yakovlevich Schipanov, Historia de la filosofía, Editorial Progreso, Moscú 1978, 2 tomos.
1979 Traducción del ruso de Abdizhamil Karimovich Nurpeisov, Sangre y sudor. Novela, Planeta (Omnibus 87), Barcelona 1979, 624 págs.
★ Sobre Arnaldo Azzati en Filosofía en español
→ Dos traducciones de una soviética Historia de la Filosofía
★ Textos de Arnaldo Azzati en Filosofía en español
1978 Traducción del ruso de Miguel Trifonovich Iovchuk, Teodoro Ilich Oizerman e Ivan Yakovlevich Schipanov, Historia de la filosofía, Editorial Progreso, Moscú 1978, 2 tomos.