Manuel de Omaña y Sotomayor 1735-1796
Clérigo católico novohispano, nacido en Tianguistenco en 1735, doctor en Teología, Cura del Sagrario y Canónigo Magistral de la Catedral Metropolitana de México, rector del Real y Pontificio Colegio Seminario Conciliar de México, hermano de Gregorio José de Omaña y Sotomayor [1729-1799, Rector de la Real y Pontificia Universidad de México, obispo de Oaxaca]. Se recuerda a Manuel Omaña principalmente por haber sido coautor, junto con José de Uribe, del «Dictamen sobre el sermón que predicó el padre doctor fray Servando Mier el día 12 de diciembre de 1794».
El 24 de diciembre de 1794 el Arzobispo Alonso Nuñez de Haro encargó a José Patricio Uribe, en tanto canónigo penitenciario, y a Manuel de Omaña y Sotomayor, en cuanto canónigo magistral (hermano del rector de la Universidad), un informe sobre el famoso sermón que el dominico fray Servando Mier había pronunciado el 12 de diciembre en la colegiata de Guadalupe.
El «Dictamen sobre el sermón que predicó el padre doctor fray Servando Mier el día 12 de diciembre de 1794», rubricado el 21 de febrero de 1795 y que parece que es obra principalmente de Uribe, es una pieza magnífica que prueba la potencia crítica y la superioridad, dentro de la lógica interna católica, que sobre las estupideces sostenidas por fray Servando Mier y su inspirador, el licenciado José Ignacio Borunda, podían mantener clérigos con potente formación filosófico crítica y sentido común que seguían la estela iniciada, medio siglo antes, por el padre Feijoo en su Teatro Crítico Universal.
Llama la atención la contundente ironía con la que está escrito todo el Dictamen, y sus continuas referencias al Quijote. De resultas del alucinante episodio del sermón del dominico, no exento sin duda de componentes políticos, fue fray Servando Mier apartado al monasterio que los dominicos tenían en las Caldas de Besaya, en Santander, a muy poca distancia por cierto de Buelna, en Asturias, de donde procede la ilustre familia de los Mier.
El 1796 falleció Manuel de Omaña y Sotomayor (mientras, fray Servando, que se había escapado de las Caldas de Besaya, había sido reducido de nuevo y se encontraba entonces en el convento de San Pablo en Burgos).
Un cuarto de siglo después de que Mier pronunciase el sermón que hizo posible se elaborase el magnífico Dictamen crítico, y más de veinte años después del fallecimiento del canónigo Uribe, disponiendo el antiguo dominico de mucho tiempo, preso como estaba en los calabozos de la Inquisición de México, escribió entre 1817 y 1820 una «Apología del Dr. Mier» y una «Relación de lo que sucedió en Europa al Dr. D. Servando Teresa de Mier de julio de 1795 a octubre de 1805» (a finales de 1820, preso entonces en el Castillo de San Juan de Ulúa, en Veracruz, escribió un «Manifiesto apologético», resumen de las dos obras anteriores, que creía se habían perdido), en los que se despacha a gusto contra Manuel de Omaña (aunque José de Uribe se lleva la peor parte). La «Apología» y la «Relación» fueron publicadas en ciudad de México en 1865, y en Monterrey en 1876 por su paisano el médico regiomontano José Eleuterio González Mendoza (1813-1888) (a) Gonzalitos, bajo el título Biografía del benemérito mexicano D. Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, Juan Peña editor, Monterrey 1876, 368 páginas. Estas obras de Mier, bien curiosas y entretenidas, han conocido bastantes ediciones, casi siempre bajo el rótulo de Memorias, por lo que servirá ofrecer aquí sólo unos párrafos que muestren el recuerdo ponzoñoso que Mier reconstruyó entonces de Omaña (citamos por la edición de 1876):
«El día infraoctava de Corpus, se me embarcó, convaleciente de fiebre, y bajo partida de registro en la fragata mercante la Nueva Empresa. Mientras ella navega, yo voy a dar cuenta del dictamen que dieron sobre mi sermón los dos Canónigos Uribe y Omaña, escogidos por el Arzobispo a propósito para condenarme.» (Servando Mier, pág. 80)
«III. Las pasiones bajo el disfraz de censores calumnian a la inocencia. Decían los conquistadores de los indios que eran esclavos a natura: ¿será verdad de sus antecedentes? Siendo puestos en acción por algún europeo poderoso contra sus paisanos, no hay esclavos más leales, aduladores más viles, ni perseguidores más enconosos y rateros. Escogió el Arzobispo por censor a Uribe, porque ya se sabía su opinión en lo que había escrito de Guadalupe, y porque todos sabían que no podía decir como San Pablo, nunquam fuimus insermone adulationis, sicut scitis. Omaña tenía por imagen de su devoción un retrato magnífico del Secretario del Arzobispo, Flores; y en efecto se me aseguró que no había hecho más que conformarse con el dictamen de Uribe como una criatura. Su censura demostrará que fueron mandados hacer. […]
Entregado todo esto al Notario, sacó un papel, y leyendo en él, todo pensativo y misterioso, comenzó a hacerme de parte de Uribe algunas preguntas tan insidiosas, que el Notario se enredó, y me preguntó algunos absurdos, como si las pruebas que yo tenía del sermón, eran de autores Infalibles, inmutables e invariables. Toda esa jerga se reducía a saber si tenía más pruebas, o si estaban en autores impresos, únicos que respetasen sus obras como el Sr. D. Quijote de la Mancha. […] También se me preguntó si sabía mexicano, aunque yo tenía más derecho para preguntar si lo sabían los censores para juzgar de un sermón todo fundado en frasismos de la lengua. Uribe dice en su dictamen que él no lo hablaba; pero que había estudiado la gramática, y que su compañero había sido cura de varios pueblos de indios. Es decir, que Uribe era como aquellas gramáticos macancones [82] que han estudiado la gramática en el aula, y no hablan latín, ni lo entienden. Y Omaña sabía algunos términos machucados, que es lo que saben muchos Curas para preguntar a los indios casaderos su consentimiento, y tomar los derechos. Si hubiera sabido más, no hubiera usado Uribe de este circunloquio. Pero asegura que según su gramática todos los términos de Borunda estaban bien explicados. Llegándome a preguntar de Borunda, en lugar de decir que él me había instruido en aquellos términos e ideas, dije haberlas tomado de su obra, porque aunque no la había visto, sabía que las contenía. Viendo fraguado el rayo, quise más bien recibir yo todo el golpe, que hacerlo resentir sobre un infeliz padre de familia, que si me había sorprendido y engañado, era con buena intención. Borunda pagó mal la mía, porque en España ví en los autos una esquela a Uribe, en que procuraba echar el cuerpo fuera, cuando ni yo había imaginado en mi vida tal sistema, ni me hubiera atrevido a predicarlo sin sus pruebas incontrastables. Aún se atrevía a llamar a mi sermón rudis indigestaque moles cuando confiesan los censores que sin la clave de mi sermón, que contenía la quinta esencia de la obra de Borunda, les hubiera sido imposible penetrar en su inextricable laberinto. Acaso por su lectura yo tampoco hubiera hallado salida; pero él hablaba mejor que escribía, y mi sermón era sólo análisis de lo que le oí. El dictamen de Uribe en su mayor parte está sobre el género de la impugnación del Padre Isla al Cirujano, que es una burla continuada, sin decir un ápice de sustancia. Asienta que Borunda desbarraba sobre el punto de antigüedades americanas, como D. Quijote sobre caballerías, y se ocupa en comparar varios pasajes de su obra con las aventuras del caballero de los Leones. […]» (Servando Mier, págs. 81-82.)