José Vasconcelos Calderón (1882-1959)
 
Obras de José Vasconcelos

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José Vasconcelos

El Proconsulado, cuarta parte de Ulises Criollo [1939]

Domingos españoles

Al principio, la República trajo alegría; multiplicó el modo y los sitios de diversión; parques y palacios que antes eran privados, quedaron abiertos al público. El Palacio Real, cuyos interiores guardan tesoros de arte, se convirtió en museo y embobaba con su cuarto de mayólica, sus salas del Tiépolo, cargadas de historia. En El Prado lucían tapices de Goya, y jardines como el de la Casa de Campo y el Retiro llenan el día de cualquier viajero. Se animaban los sitios públicos con grupos de muchachas vestidas de blanco, agarradas de las manos en rondas de bailadoras o cantando bajo la floresta. Cruzaban las calles grupos de excursionistas, que tomaban por asalto autobuses y tranvías para dirigirse al campo. Trenes enteros transportaban visitantes de un día a las aldeas y las sierras de Gredos y el Guadarrama.

Al mismo tiempo, ninguna Metrópoli del mundo tiene en su radio mayor número de ciudades de arte incomparables: Avila, Toledo, Segovia, Alcalá de Henares, El Escorial, o vergeles deliciosos como Aranjuez y La Granja, todo a menos de dos horas, por carreteras modernas, seguras. Toda España es Museo, pero en torno a Madrid se acumulan los tesoros. Al principio causa vértigo artístico pensar en las posibilidades de un domingo, un día cualquiera de excursión. Se va, para comenzar, a Toledo, pues se desconfía de la suerte, se teme que algo impida la prodigiosa ocasión ya inmediata. Perderla, teniéndola a mano, amargaría toda una vida. En familia habíamos ido, no sé cuántas ocasiones, de suerte que, cuando llegó a Madrid Iso Brante Schweide, lo dejamos que partiera solo y fijamos el siguiente domingo para una excursión al Escorial. Nos acompañó una señorita mexicana, amiga de mi hija, Zelina Zubiaga, de Tampico, radicada por entonces, en España. Buena conversadora, inteligente, agraciada, interesaba y hacía [547] reir con el relato de sus aventuras iniciales en la Península. Llegó a España con toda su familia para visitar parientes, y después de una larga permanencia en Los Angeles de California, donde se había apochado y se lo celebrábamos. Iso, que también es muy ocurrente, compitió con la mexicanita, todo sin perjuicio de un lunch al aire libre y la visita detenida de la Iglesia y el Palacio, la Biblioteca, el Van Dyck y los Boscos, que entretenían y agradaban la melancolía de Felipe II.

En Alcalá, en un hotel arreglado para el turismo, daban una comida tan buena y barata, con un vino tan delicioso, servido en jarra, que era la moda tomar el auto entre semana para almorzar en la fonda a la antigua. Y ya ni se asomaba el cliente a la fachada plateresca, tan reproducida, imitada en las ciudades de nuestra América. Caminando media hora más, para el pousse café, se estaba en Guadalajara y su patio plateresco, incomparable, que la guerra brutal ha hecho pedazos.

Segovia es un sueño, con su acueducto y La Granja y sus juegos de agua. Y los jardines de Aranjuez, los más bellos del planeta; sin la geometría francesa y, sin embargo, con orden artístico en la disposición de las florestas; los prados con estatuas, las alfombras de flores abiertas. Esplendor de lo vegetal en su aristocracia. Y en la antigua mansión real un derroche de cuadros, mapas, estampas, tapices, cámaras de mayólica; ostentación de señorío que supera a todo cuanto las Cortes de otros imperios han dejado en Europa. Nobleza sin cortesanía la de los españoles, temperamento hidalgo, en el amo y en el plebeyo; fuerza sin la barbarie de los alemanes, sin la escasez de los ingleses. Unicamente Italia, que todo lo supera, produce sensación parecida de humanidad grandiosa. Y en las fondas, los merenderos, un lujo alegre, claro, y abundancia de frutos y flores; despreocupación de una raza que sin estiramientos y con naturalidad realiza la distinción.

[Transcripción del texto ofrecido en las Obras completas publicadas por
Libreros Mexicanos Unidos, México 1958, tomo 2, págs. 546-547.]


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José Vasconcelos
Obras completas
México 1958, II:546-547