Gustavo Le Bon
En los momentos actuales, Francia no cuenta con un número de tratadistas insignes que puedan parangonarse con los que en el último tercio de la centuria pasada encarnaron las distintas corrientes del pensamiento en las principales disciplinas científicas. Las figuras de Renan, Littré, Taine, Renouvier, Guyau, Fouillé y Tarde en la crítica histórica y sociológica, no han sido, hasta la hora presente superadas, ni acaso igualadas. Tampoco la Filosofía biológica cuenta hoy en la nación vecina con cultivadores del renombre de Claudio Bernard, Berthelot, Pasteur y otros. La tónica actual de la intelectualidad francesa puede decirse que se sintetiza en un desarrollo normal de la personalidad, sin llegar a las más altas cumbres del pensamiento. Tiene, sí, Francia, una legión de hombres doctos, de investigadores curtidos en las lides del Laboratorio y del Museo; pero parece haberse agotado la cantera de aquellos tratadistas geniales y de aquellos espíritus casi enciclopédicos que asombraran al mundo y cuyos nombres son una ejecutoria gloriosa para la Humanidad entera.
Entre las personalidades más relevantes de la intelectualidad francesa, destacáronse hasta hace algunos años, el psicólogo Th. Ribot, el filósofo H. Bergson, el humorista Anatole France y el etnógrafo, arqueólogo, biólogo y sociólogo Gustavo Le Bon, que es uno de los pensadores más profundos y originales de nuestro tiempo, pues al cultivar cada una de las principales ramas científicas, ha dejado huella profunda, señalando derroteros en cierto modo nuevos, a la cultura.
Le Bon combatió con denuedo los prejuicios dondequiera que los hallara, sin otro propósito que el de hacer [262] triunfar las conquistas de la Ciencia contemporánea, gozando en la actualidad de inmensa y merecida reputación. Espíritu independiente, porque jamás ha incurrido en el afán proselista, procurando siempre en sus investigaciones adoptar una posición objetiva. Los sabios de los distintos países que han juzgado sus trabajos le compararon unas veces a Darwin y otras, a Lamarck. No puede calificarse de exagerada esta apreciación, por cuanto la obra del eminente investigador y publicista francés, es realmente extraordinaria, tanto por lo que concierne a la extensión, cuanto por la alteza del pensamiento y la originalidad de la concepción. El autor de L’evolution des forces no es sólo uno de los primeros prestigios de Francia, sino una de las más legítimas glorias de la ciencia universal.
Nació Le Bon, en Nogent-le-Rotrou (Eure et Loire), en 1841. Desde la mocedad reveló una vocación sin límites por la experimentación, cursando la Medicina con gran brillantez y obteniendo el título de doctor en 1876, después de una década de trabajos incesantes en los cuales aportó numerosas contribuciones a distintos ramos de la ciencia de curar. Durante un breve lapso de tiempo, ejerció Le Bon su carrera, captándose las simpatías de sus clientes por las singulares dotes de su carácter, afable y modesto. Sin embargo, un espíritu como el suyo, inquieto y hondamente trabajado, por el afán de ampliar los horizontes de las ciencias bioantropológicas, no podía compaginarse con la práctica de la Medicina, que, ejercida por él como un verdadero sacerdocio, no le dejaba tiempo para atender a sus estudios de gabinete.
Siendo muy joven, su afán investigador llevóle a dedicarse a la Fisiología y sus deberes de ciudadano le indujeron a trabajar por la colectividad en un sentido inmediatista, dedicándose a la Higiene. Compartió ambas formas de la actividad intelectual con las investigaciones etnológicas y arqueológicas, conquistando también en estas ramas del saber una gran fama. El Gobierno francés, convencido de sus dotes, realmente excepcionales, de escudriñador, le confió en 1884 la ardua misión de estudiar los monumentos búdicos en la India, donde permaneció durante algunos años, dedicándose a las exploraciones con gran provecho. [263]
Entre los libros escritos por Le Bon en su juventud, figuran: La mort apparente (1866), Physiologie de la génération (1868), Traité practique des maladies des organes genito-urinaires (1869), Hygiéne pratique du soldat et des blessés (1870), La vie: physiologie humaine (1872), L’homme et les societés, leurs origines et leur histoire (1877) –estudio del desenvolvimiento físico e intelectual del hombre y de las sociedades– que tuvo un gran éxito, agotándose en poco menos de un año la primera edición y viendo la luz la segunda en 1880; La méthode graphique et les appareils enregistrateurs á l’Exposition de 1878 (1879) y La civilitation des arabes (1884). En todos estos volúmenes, la personalidad de Le Bon tan sólo aparece de un modo fragmentario, pues el egregio tratadista se hallaba en un periodo de formación, por lo que deben considerarse dichas obras, más que como el fruto sazonado de su intelecto, como una promesa de lo que hubo de ser más tarde.
Resultado de la misión que le confiara el Gobierno fueron dos libros titulados Les civilisations de L’Inde aparecido en 1887 y Les monuments de l’Inde, publicado en 1894. Sus investigaciones fueron recibidas en el mundo culto con grandes elogios, considerándolas la crítica notabilísimas, por haber aportado Le Bon datos hasta entonces por completo ignorados acerca de la psicología religiosa del pueblo indio.
Le Bon abordó los innumerables aspectos de este problema con gran seguridad, poniendo de manifiesto lo íntimo de la vida del budismo. Puede decirse que con estos dos estudios no sólo cimentó su reputación de indagador, sino que conquistó uno de los primeros lugares entre los arqueólogos del mundo.
De regreso a Francia, prosiguió Le Bon sus trabajos de alta investigación, con una orientación más definida que antes de realizar su viaje y siguiendo con rigor, el método analítico, escribió en 1899 Les premiéres civilisations de l’Orient, que con la ya citada de Les monuments de l’Inde, constituyen una obra colosal y única en su género, tanto por la espléndida documentación de mapas e ilustraciones, como por su contenido doctrinal, que le valió a Le Bon la admiración de los indianistas del mundo entero. Es de advertir que el eminente escritor, para componer sus libros, no empleó otros materiales que las [264] propias observaciones que llevara a cabo sobre el terreno, excluyendo las investigaciones de los autores que le habían precedido en tan difícil tarea, por considerar que carecían de verdadero valor.
Prosiguiendo Le Bon sus trabajos sociológicos que iniciara en L’homme et les societés, publicó en 1894 Les lois pshychologiques de l’évolution des peuples, que alcanzó un éxito pocas veces registrado en Francia, habiendo sido traducido a siete idiomas. Poco después vio la luz La Psychologie des foules (1895), que actualmente se considera como una obra clásica y que ha sido vertida a todos los idiomas, habiéndose hecho de ella solamente en Francia diez y siete ediciones de muchos millares de ejemplares.
Gustavo Le Bon, después de haber analizado las características generales del alma de la muchedumbre, examinó los elementos que la constituyen, poniendo de manifiesto la diferencia que existe entre ella y los individuos que la componen, lo mismo en sus sentimientos, en sus ideas y en sus razonamientos, que en sus actos. Demostró que los individuos, que tomados aisladamente, son personas perfectamente razonables, pueden cometer locuras, formando parte de una muchedumbre. Asimismo, estudiando con gran perspicacia el dinamismo de la multitud, compuesta casi siempre de individuos mediocres, evidenció que ésta puede realizar actos de generosidad y de admirable heroísmo, de los cuales son incapaces los individuos considerados aisladamente. Con su sagacidad habitual, desentrañó los fenómenos de la psicología colectiva, explicando minuciosamente un sinnúmero de cuestiones complejas y difíciles, proyectando la luz de la investigación en la Historia de las épocas moderna y contemporánea y evidenciando el movimiento ascensional de las clases populares, cada vez más capacitadas para el ejercicio de la soberanía.
Poco tiempo después, Le Bon, comprendiendo la transcendencia incuestionable que reviste el movimiento del proletariado, publicó otro volumen dedicado a la mente colectiva e intitulado Psychologie du socialisme, inferior en mérito al volumen precedente, pues el autor juzgó con determinado apriorismo el valor intelectual y moral de las doctrinas socialistas y con un criterio un [265] tanto unilateral las derivaciones que en la esfera de la acción, han tenido los principios igualitarios. Fiel Le Bon a su credo científico, acaso no comprendió el significado íntimo del socialismo, haciéndole su concepción biologista, incurrir en errores de cierta importancia, que le apartaron de la objetividad de que tantas pruebas ha dado en otros estudios análogos.
El infatigable polígrafo francés, continuando la serie de ensayos sociológicos, hizo en la Psychologie de l’Education un estudio realmente brillante acerca del valor, significado y alcance del factor educativo, aplicando el mismo método que le había servido para sus anteriores investigaciones psicológico colectivas. En sentir de Le Bon, la educación tiene por objeto convertir lo consciente en subconsciente. En este libro del famoso investigador francés, hay puntos de vista sumamente originales y fórmulas que, al trascender, contribuirán a modificar hondamente el criterio pedagógico que inspira la organización de las instituciones docentes en Francia y en otros países. Le Bon no es sólo un analista, sino que al propio tiempo, su obra, y, en especial, el mencionado volumen, le acreditan de pensador profundo y de artista de la palabra. Pone de manifiesto el denodado laborante, que la antigua Universidad francesa se halla ante el dilema de transformar su estructura y su dinamismo, impulsada por las nuevas corrientes científicas, siendo el elemento propulsor máximo de la actividad social entera, o dejar de cumplir la misión que le incumbe en la hora presente, quedando reducida a su pasado histórico. En este último caso, en sentir de Le Bon, la Universidad sería responsable del enervamiento del espíritu público y al perecer, ocasionaría graves males a la nación francesa, porque contribuiría al fracaso del factor intelectual.
En la Psychologie Politique (1910) reunió Le Bon algunos estudios relativos a las más importantes cuestiones de Política y de Sociología de nuestros días, poniendo de relieve, con su método analítico, las tendencias de la democracia contemporánea y patentizando los defectos y los errores que, a su juicio, malogran en parte las conquistas del espíritu renovador. También demuestra Le Bon los perjuicios que irroga a la conciencia social el predominio de determinados grupos, unidos por [266] intereses mediocres y por idealidades subalternas, que impiden el aflorar de la iniciativa individual, libérrima y constructiva. Con su gran talento de escritor de primer orden, tiene el privilegio excepcional de tratar los temas más arduos con claridad meridiana, consiguiendo siempre su propósito de hacerse superior a muchas de las ideas dominantes en el mundo latino, y, en especial, a la logomaquia conceptista, que tanto oscurece el estilo de algunos tratadistas de renombre. Le Bon expone sus ideas con sencillez y tratando de persuadir al lector, más que por la argumentación, por la cuestión misma. En todos los capítulos de la Psichologie Polítique, habla el egregio investigador en nombre del buen sentido, iluminado por el conocimiento profundo del hombre y de la vida. Le Bon, demostrando arrojo y sinceridad ejemplares, examina los conceptos del estatismo, igualitarismo, humanismo y colectivismo, y con juicio a veces certero y frase adecuada, los califica de fetiches, mostrando el peligro y la inanidad de muchas de las soluciones preconizadas como panaceas de los males que afligen a la colectividad. La crítica que hace Le Bon de las doctrinas elaboradas por los pensadores pertenecientes a las principales escuelas es, en general, acertada, y evidencia cuán hondamente ha estudiado la realidad ambiente. Considera que las decadencias provienen, ante todo, del debilitamiento de la voluntad, que es la cualidad principal de los individuos y de los pueblos, por lo que afirma que la misión esencial de la educación debe ser el fortificar las cualidades volitivas, convirtiéndolas en permanentes.
Como su compatriota Payot, Le Bon es un panegirista del voluntarismo, coincidiendo también con el eminente psicofisiólogo alemán Wundt, si bien el polígrafo francés, no alcanza en su estudio la amplitud y la alteza de pensamiento que el maestro alemán, pero ha hecho aplicaciones más concretas de su concepción, relacionándola con la actividad política. Dice Le Bon que no es difícil querer en un instante determinado, pero sí lo es la persistencia en el propósito, el no cejar, abrigando firmeza en las resoluciones y trabajando tenazmente para conseguir el triunfo. Para Le Bon la voluntad es algo comparable a la fe y la verdadera creadora de las cosas, agregando que si la Historia moderna [267] nos demuestra que hay naciones que cada día acrecientan su patrimonio, en tanto, que otras permanecen estacionarias o declinan, la razón de estos fenómenos se encuentran en las cantidades variables de voluntad que estas naciones poseen.
Termina Le Bon su alegato afirmando su firme convicción de que no es la fatalidad lo que dirige el mundo, sino que la voluntad es el móvil generador de la acción en todos los aspectos. A juicio de la mayoría de los críticos, al parecer de Le Bon hay que oponer no pocas reservas, pero de todas suertes es innegable su clarividencia y la potencialidad de su talento. Los peligros que Le Bon pone al descubierto con gran sagacidad analítica son indudables y en los momentos actuales, ha quedado patentizada la relativa ineficacia de no pocos puntos de mira de las escuelas igualitarias y humanitarias. Le Bon previó el fracaso de la idealidad semimística del colectivismo, que está muy lejos de haber ganado la adhesión de la élite de Europa.
En su volumen Les opinions et les croyances, aparecido en 1911, afirma todavía más su criterio antirracionalista. Algunos críticos, al juzgar este libro, declararan que Le Bon había acentuado su independencia, apareciendo como un combatiente más que como un analista. Estudiando el problema de la coexistencia, en el espíritu humano de muchas concepciones lógicas irreductibles, Le Bon las agrupa en cinco: 1ª, la lógica biológica; 2ª, la lógica afectiva; 3ª, la lógica colectiva; 4ª, la lógica mística y 5ª, la lógica racional. El autor se declara partidario de un pluralismo decidido en la lógica, siendo lo esencial de su pensamiento la idea de la pluralidad de las lógicas que dividen el espíritu. Su concepción tiene derivaciones que alcanzan no sólo a la Filosofía y la Ciencia, si que también a la Moral y a la Educación. La idea de la pluralidad de las lógicas humanas y del débil papel que ejerce en las Sociedades la lógica racional, surge como el principio central de la psicología de Gustavo Le Bon, y es, sin duda, el argumento más formidable que emplea para poner de relieve cuanto hay de falso y exagerado en las pretensiones del intelectualismo.
Cualquiera que sea la opinión que se formule acerca de las conclusiones sentadas por el ilustre [268] publicista, algunas de las cuales repugnan e incluso causan indignación, no cabe dudar que son producto de un pensamiento pletórico, que ha estudiado hasta lo más íntimo la fenomenología psíquica y cuyos juicios sagacísimos, apesadumbran y obligan a la meditación. También hay que reconocer que Le Bon, con sus análisis acerados, es uno de los hombres de ciencia que ha planteado problemas completamente nuevos o ha presentado desde nuevos puntos de vista, cuestiones que se consideraban poco menos que definitivamente resueltas.
El último volumen dedicado a la Psicología colectiva, que apareció en 1912, es un estudio interesantísimo, en el que Le Bon trató de reconstituir en sus elementos principales los caracteres del movimiento revolucionario y en especial, de la gran conmoción ocurrida en Francia a fines del siglo XVIII. Se titula el volumen La Révolution française et la Psichologie des Révolutions. Le Bon en este análisis estudia las variaciones de Historia, examinando algunos problemas que ya había bosquejado en La Psichologie des foules y en Les opinions et les croyances, afirmando que muchos acontecimientos históricos quedan a menudo incomprendidos, porque se consideran a través de una lógica poco eficaz para penetrar en la génesis de los fenómenos colectivos. Hace observar que en muchas ocasiones, las leyendas conservan a través de las generaciones mayor vitalidad que la Historia, y a este propósito, afirma que las masas populares prefieren las quimeras, a la verdad, que sólo es buscada afanosamente por la élite.
Las falsas ideas tienen un poder superior a los hechos comprobados, sobre todo, cuando de estos hechos se induce un concepto que contraríe el sentimiento y la opinión que de un acontecimiento trascendental, hayan formado las gentes semiilustradas. Leyendo la introducción de este libro se adquiere el firme convencimiento de la necesidad de reconstituir la Historia, para desvanecer los múltiples errores que tanto dificultan el estudio de los orígenes y el proceso de los grandes acontecimientos, que tuvieron lugar durante la Revolución francesa. Puede decirse que Gustavo Le Bon, aportó su esfuerzo con gran desinterés, para descubrir las ilusiones y separarlas de los hechos reales, que confundidos nos legaron nuestros antepasados, al escribir las [269] narraciones de aquel drama social. El trabajo principal que se impuso Le Bon, fue el descubrir lo irreal y fantástico que algunos autores, por ligereza y precipitación, dieron como hechos comprobados.
El perspicaz indagador analiza en la primera parte de su libro los elementos psicológicos de los movimientos revolucionarios, fijando con seguridad de trazo, los caracteres de las Revoluciones y distinguiendo las científicas de las políticas. A continuación, señala la importancia de las Revoluciones religiosas y sus resultados, y examina la misión de los gobernantes y del pueblo en los actos revolucionarios. Lo más interesante de esta obra en su exposición y crítica de las formas de la mentalidad predominantes, durante las Revoluciones y para ello tiene en cuenta el autor las variaciones individuales, operadas en el carácter en los períodos revolucionarios; la mentalidad mística y la mentalidad jacobina; la revolucionaria y la criminal; la Psicología de las muchedumbres revolucionarias y la de las Asambleas, fijándose en los caracteres generales de la muchedumbre y desentrañando la estabilidad del alma de la raza, que limita las oscilaciones de la multitud. Asimismo, investiga el papel de los sugestionadores y la psicología de los Clubs, haciendo un ensayo para interpretar las exageraciones progresivas de los sentimientos en las Asambleas revolucionarias.
La segunda parte del libro, enteramente dedicada la Revolución francesa, es un bosquejo de los orígenes de aquel formidable movimiento y de las influencias nacionales, afectivas, místicas y colectivas durante la Revolución.
Le Bon cita las opiniones de los historiadores de mayor renombre, analizando a continuación los fundamentos psicológicos del antiguo Régimen y poniendo de manifiesto la anarquía mental, reinante en las instantes de la Revolución y el papel atribuido a los filósofos del siglo XVIII, en la génesis del movimientos revolucionario. También, hace resaltar la antipatía de los pensadores por la democracia y reconstituye las ideas que profesaba la burguesía en el período anterior y coetáneo a la Revolución. Son sumamente interesantes las páginas en que el polígrafo francés describe las ilusiones psicológicas de los propugnadores de la corriente revolucionaria [270] y en las que esboza la psicología de la Asamblea Constituyente, la Asamblea Legisladora y el examen de la Convención y de su Gobierno. Descuellan por su intensidad los capítulos dedicados a estudiar las vivencias revolucionarias y la psicología de los jefes de la Revolución.
Es sensible que al escribir las semblanzas de Danton y Robespierre, Fourquier Tinville, Marta y Billand Varemire, no profundizara más en su examen, que acaso se resiente de falta de documentación.
Donde revela el sociólogo francés su gran sagacidad es al hablar de la lucha entre las influencias ancestrales y los principios revolucionarios, si bien al pintar las últimas convulsiones de la anarquía, el Directorio, el restablecimiento del principio de autoridad, la República consular y los principios revolucionarios, durante un siglo, adviértese cierta precipitación y algunas deficiencias, pues sólo en treinta y tantas páginas aborda estos problemas por demás complejos.
La tercera y última parte de La Revolution Française et la Psichologie dés Revolutions es un brevísimo y harto incompleto examen de la evolución moderna de los principios revolucionarios. Le Bon hace un a modo de sinopsis de los progresos de las creencias democráticas después de la Revolución, de las consecuencias del proceso democrático y de las nuevas fórmulas de este credo, pasando como sobre ascuas por las luchas, entre el capital y el trabajo, la evolución de la clase obrera y el movimiento sindicalista y las causas determinantes de que algunos Gobiernos democráticos, se transformen actualmente de un modo antiprogresivo en poderes que él denomina, de castas administrativas.
Le Bon, sin darse cuenta de ello, hace un gran elogio de la Revolución francesa al repetir y demostrar que una de sus consecuencias lejanas, fue el espíritu de igualdad de que se hallan actualmente imbuidas las doctrinas y tendencias democráticas.
Le Bon, que considera perniciosa la influencia igualitaria, ejercida por la Revolución, olvida que es este uno de los mayores timbres de gloria de los propugnadores de aquel admirable movimiento y la conquista más preciada de la democracia, porque de ella deriva todo el movimiento ascensional del proletariado. [271]
Los críticos de la obra total de Gustavo Le Bon y los panegiristas de su doctrina, declaran que el motivo verdadero de su celebridad, más que a sus ensayos sociológicos hay que atribuirlo a sus investigaciones de Física experimental, condensadas en sus notables libros L’evolution de la matiére, que vio la luz en 1905 y del cual se han publicado 24.000 ejemplares y L’evolution des forces, aparecido en 1907 y que obtuvo también, un éxito extraordinario de librería, pues rebasó los 14.000 ejemplares.
Desde que Le Bon comenzó sus investigaciones en 1897, se ha admitido por los más insignes científicos, que el Universo se halla formado por una acumulación de átomos innumerables, infinitamente pequeños, indivisibles y eternos. Este es un principio considerado como irrebatible y aceptado por todos los sabios del mundo entero.
En una veintena de Memorias, sintetizadas en los dos libros mencionados, el genial investigador demuestra el error del principio de la indestructibilidad de la materia y prueba que el átomo, conservador de una cantidad inmensa de fuerzas, no es en sí mismo más que una forma estable de la energía. El calor, la electricidad, la luz, solamente son, a juicio del publicista francés, formas inestables de la misma energía. Le Bon sintetiza su concepción científica afirmando que todas las fuerzas son un resultado de la desmaterialización. Por la sucinta exposición de esta doctrina, se comprenderá la originalidad de Gustavo Le Bon y el inmenso valor de sus obras en la esfera científica.
El último libro de Le Bon, publicado a principios de 1917, se titula La vie des vérités, y en opinión de P. Gautier, el docto crítico de la Revue Bleue es de todos los libros de Le Bon el más original, el que mayor emoción produce y el que desde el punto de vista filosófico más poderosamente estimula la facultad de pensar. La audacia es la característica de La vie des vérités. Demuestra en esta obra Le Bon que las verdades tienen vida propia y dirigen a los hombres, terminando con esta frase: «No hay más verdades definitivas para el hombre que seres definitivos para la Naturaleza». Con fundamento dice Gaston Rageot que este [272] libro de Le Bon es una hermosa lección, no de escepticismo, sino de tolerancia y de trabajo.
En resumen: Le Bon es uno de los hombres doctos más eminentes que actualmente posee la vecina República, pues con su laboreo científico ha contribuido como pocos a conservar en el mundo de la cultura, las glorias de la Francia intelectual.