Filosofía en español 
Filosofía en español


Harald Höffding

En la intelectualidad contemporánea es, sin duda, Harald Höffding, una de las personalidades preeminentes, uno de esos hombres cumbres que sólo de tarde en tarde aparecen en la Historia de los pueblos, como jalones gloriosos que marcan el sendero de luz que traza la Ciencia para el progreso de la Humanidad. Cultivador de las disciplinas filosóficas con un criterio sistemático y objetivo a ultranza, su nombre, aureolado por la fama, traspaso las fronteras, después de ser popular en su país, todo lo popular que puede ser un filósofo que supo substraerse, al revés de tantos críticos publicistas, al deseo de llegar al gran público. Jamás las miras interesadas rozaron aquel espíritu dedicado por entero a la reflexión. Y el maestro, apartado de toda pompa mundana, no pudo evitar que a sus virtudes y a su saber, con ocasión de celebrar, en 1913, el septuagésimo aniversario de su natalicio, rindieran los periódicos de gran circulación de París, Bruselas, Ginebra y otras capitales, un sincero tributo de admiración, dedicándole artículos que encomiaban, en calurosos términos, la vida y la obra del gran pensador. También los estudiantes de Copenhague tributaron a Höffding un cariñoso homenaje prosiguiendo la costumbre establecida de honrar en vida, al cumplir los 70 años, a los hombres de mérito indiscutible.

Las características principales de Höffding, son la seriedad, la modestia y la devoción por el trabajo. No ha tenido el gran pensador más preocupación que el cultivo de las distintas ramas de la Filosofía, y en toda su obra se advierten las cualidades excelsas de la raza escandinava, cuya capacidad psicológica es [216] semejante a la de los alemanes y anglosajones, si bien con un mayor poder de aprehensión y de comprensividad. La intelectualidad danesa tiene, en ciertos respectos, algunos puntos de convergencia con la eslava, si bien la aventaja en disciplina y en serenidad. Los rusos, por lo que tienen de sentimentales, suelen ser más impulsivos y más poetas; son menos dueños de su ego y, aunque en apariencia tienen una personalidad más fuertemente acusada, su energía individual queda muchas veces sofocada por el influjo, deprimente en unas ocasiones, exaltador en otras, del medio social. Estudiando a fondo la obra total de Höffding, se advierte en ella la agilidad de la mente inglesa, la tenacidad y el rigorismo característicos de los pensadores alemanes y el poder de plasmar poemáticamente que distingue a la raza eslava. Hay que reconocer, además, en Höffding, otra cualidad peculiar de los escandinavos y que se halla más acentuada en los daneses que en los noruegos y suecos: la pasión por el laboreo, al que se entregan por completo con devoción y sinceridad, sobreponiéndose a las inquietudes subjetivas, venciendo obstáculos, posponiendo toda preferencia de escuela y dejando de lado cuanto signifique animadversión.

La concepción filosófica de Höffding es admirable, tanto por su solidez, como por la gallardía de su estructura, sólo comparable a las grandes construcciones ideológicas, obra de la Estética transcendental. En conjunto y en detalle, la producción intelectual del insigne profesor de la Universidad de Copenhague puede considerarse imperecedera; por su gran objetividad y por ser el producto espontáneo de un cerebro genial, podrá aguardar sin recelos ni temores los juicios de la posteridad. Höffding ha logrado sintetizar los valores morales en aquello que tienen de permanente y que revela el carácter universal humano, ya que son la resultante psicológica de la individualidad.

Harnald Höffding nació en Copenhague el día 4 de Marzo de 1843. Sus padres eran comerciantes. Empezó sus estudios en la Universidad en 1864 y desde muy joven dio relevantes pruebas de sus aficiones por la especulación, cursando la Teología protestante y la Filosofía. Un año después hubo de sufrir una intensa crisis espiritual; sintió desfallecer su fe en los credos [217] confesionales y, entendiendo que por aquella senda se alejaba de la verdad, abandonó los estudios teológicos. A los 27 años alcanzó el grado de doctor en Filosofía, tardando una década en obtener una plaza de profesor auxiliar en la Universidad de Copenhague, cargo que desempeñó hasta 1883, cuando ya había cumplido los 40 años, en que fue nombrado catedrático numerario.

Conviene recordar que en Dinamarca y, en general, en los países escandinavos, el ingreso en el profesorado sólo se consigue después de haber evidenciado poseer dotes indudables para ejercer la función del magisterio superior. Por esto, cuando los hombres de ciencia logran el acceso a los puestos universitarios, no son una esperanza, sino una realidad.

El propio Harald Höffding refiere en una breve autobiografía que antepuso a su tesis doctoral, según la práctica establecida en las Universidades alemanas y danesas, que no sintió la vocación filosófica hasta tener ya muy avanzados sus estudios. En un principio, pensó dedicar su actividad a la Filología, sin duda por la preferencia que sentía por la Historia y por las lenguas griega y latina. Más tarde se despertó en su espíritu el sentimiento religioso y por esto emprendió la carrera eclesiástica. En el desenvolvimiento de la personalidad de Höffding ejercieron una positiva influencia, por una parte, los trabajos de Sören Kierkegaard, Rasmus Nilsen y Hans Bröchner y, por otra, la imperiosa necesidad que sintió de hallar un principio de unidad y de armonía en la concepción del mundo. Este ideal le impulsó a perseverar en sus indagaciones para mantener el espíritu en constante tensión, llegando a tener una posición personalísima en la Filosofía, después de haber cultivado a fondo la Historia de la Civilización, la Literatura y las Lenguas antiguas y haber contrastado la antigüedad clásica y el escolasticismo. Por esto, sin duda, su producción filosófica revela un caudal de cultura inmenso, asombroso. Igualmente admirables son en Höffding su intelecto poderosísimo, su perspicaz sentido crítico, sus cualidades de expositor y su información copiosa, enciclopédica, toda ella de primera mano, recogida pacientemente y con raro acierto seleccionada. Su conocimiento de la bibliografía moderna y contemporánea es completo, siendo realmente maravilloso el [218] esfuerzo de atención que hubo de dedicar a esa tarea fatigosa de leer con los ojos de la conciencia miles de volúmenes en distintos idiomas para poder documentar sus libros con tantas cifras colocadas siempre en el lugar adecuado, con lo que ofrece al lector más exigente, elementos bastantes para que, de no satisfacerle el parecer sustentado por el autor, pueda, una vez orientado y con auxilio de los textos, comprobar la veracidad de las apreciaciones y los fundamentos doctrinales o experimentales en que hubo de apoyar sus juicios.

Como Wundt, Spencer, William James y otros grandes maestros del pensamiento de nuestra época, ha experimentado Höffding un proceso semejante a la evolución que ha seguido la Humanidad. En efecto, analizando su abra, se advierten en ella varios períodos fácilmente diferenciables: en el primero predomina el elemento religioso; en el segundo la Poesía y la Historia fundidas, y en el tercero la Crítica y la Ciencia por igual. Al empezar a cultivar la Filosofía, Höffding había llegado ya a la plenitud de su desenvolvimiento intelectual y a una concepción personalísima, de suerte que ya en sus primeros pasos no se nota ninguna divagación. Otra de las características del ilustre indagador es la robustez de su intelecto. Los desengaños y las amarguras que hubo de experimentar, no llegaron a hacer mella en su ánimo, permitiéndole, en cambio, substraerse a las corrientes encontradas que desviaron de su trayectoria a varios insignes pensadores menos preparados que Höffding. De ahí que pudiera éste resistir la crisis de su fe, sin ser víctima de los prejuicios de escuela, y de ahí también que la Ciencia haya sido para él más que un consuelo, una necesidad imperiosamente sentida. Es posible que halla tratadistas que aventajen a Höffding en alguna especialidad de la Filosofía; pero cabe afirmar, sin temor a incurrir en error, que no hay a la hora actual en Europa ni en los Estados Unidos ningún publicista que posea un temperamento tan fuerte y vigoroso y que haya logrado alcanzar la autarquía como Höffding. Así no es de extrañar que todas las Corporaciones científicas de París, Berlín, Londres, Roma, &c., acogiesen su obra con tanta simpatía y se disputaran el honor de tenerlo en su seno como individuo correspondiente. [219]

En el egregio filósofo danés, como en todos los pensadores preeminentes de nuestra época, adviértese la influencia decisiva que ejerció en su espíritu el relativismo fenoménico, es decir, el triunfo de la corriente experimentalista. A pesar de los distintos cambios y de las continuas transformaciones por que hubo de pasar Höffding pana acomodarse a los nuevos derroteros de la Psicología, ha conservado siempre íntegramente aquellos aspectos privativos que moldearon su personalidad desde el comienzo de su labor, tan notable coma concienzuda.

Al iniciar su trabajo intelectual hace cuarenta y ocho años, Höffding era un espíritu mucho más afirmativo que en la actualidad, lo cual no es de extrañar, porque en el primer período de tanteos y sondeos el elemento dogmático y unilateral ha de prevalecer, ya que de otra suerte sería imposible todo intento constructivo. Algo parecido aconteció a otros filósofos y críticos de primera línea como Roberto Ardigó, el maestro de tres generaciones de profesores en Italia, y Héctor Denis, el ilustre profesor y diputado belga. También en la obra del filósofo británico Francisco Heriberto Bradlley, se advierte una evolución análoga.

Ahora Harald Höffding se halla colocado en una posición que podría denominarse semiespectante. Habiendo acentuado el sentido criticista, ha llegado a desprenderse de las nociones aprióricas. El vínculo que une su pasado a su presente no es otro que el concepto que asigna a la importancia que debe concederse a la vida interna. Höffding, como todos los grandes pensadores de nuestro tiempo, se substrae, en lo posible, a los principios de la escuela y cree en la necesidad imperativa de expresar adecuadamente, por medio de imágenes o pensamientos, el significado y el valor de la existencia y de su destino. Por esto afirma con tanta precisión como firmeza su convicción íntima de que el pensamiento es una exigencia a la cual ha de reducirse el hombre y que esto se siente tanto más cuanto más cultivada es la mente. Asimismo constituye para Höffding una pasión el anhelo de inquirir, el deseo, nunca satisfecho par completo, de ampliar la esfera de la indagación. Estima que constituye una obligación ineludible el laborar por hacer más consciente a la humanidad de los fines que han de perseguirse con objeto de que sea más fecunda la [220] actividad psicológica y en este orden de ideas coincide con el filósofo yanqui Lester F. Ward. La tarea investigadora, afirma el maestro danés, ha de realizarse, no de una manera calculada y fría, sino con una sincera e íntima confianza en nosotros mismos. Esto preconiza también otro gran filósofo norteamericano, Ralp Waldo Emerson.

Pertenece Harald Höffding a esa gloriosa pléyade de inquiridores infatigables que poseen un concepto perfectamente definido de la elevada misión que incumbe cumplir a cuantos han hecho de la investigación el norte de su vida. Su ansia de saber, nunca colmada, su fe racional vivísima, su entusiasmo, siempre creciente, impulsáronle a laborar con desinterés, poniendo su alma entera en la obra objetiva, sin preocuparse de los resultados, pero seguro, persuadido de que la utilidad que reporta a la colectividad el factor intelectual es superior a lo que de ordinario le atribuyen los hombres mediocres, que en las sociedades burguesas se asignan el título de clases directoras. La personalidad de Höffding es inconfundible. Tiene un relieve extraordinario, acaso porque ni excepcionalmente ha transigido con el convencionalismo. El filósofo danés no ha replegado nunca su espíritu, que, por ser muy equilibrado, siempre avanzó con firmeza, sin que hicieran mella en él las dudas que el empirismo a flor de piel sugiere a algunos filósofos sin arrestos bastantes para hacerse superiores a las contrariedades que hallaron en su camino. A Höffding los escollos le sirven de estímulo y su comprensividad, servida por una gran potencia analítica, le lleva, de ordinario, a sentir una profunda simpatía hacia las figuras rebeldes que, por haberse libertado del conformismo, se superaron a sí mismas. Y es que no se doblegaron jamás ante la presión social, que tantas veces apaga el fuego sagrado de las almas que suspiran por la incesante renovación y frustra las más vigorosas iniciativas encaminadas a enaltecer la conciencia humana.

Höffding, dotado de una clarividencia pocas veces igualada, tiende a contrastar el valor y el alcance que ha de asignarse, de un lado, al ansia de creer, y de otro, a la conveniencia de dudar, y ha colocado una categoría superior a la incertidumbre y a la fe y es el deseo inextinguible de saber, como elemento substantivo de perfeccionamiento. Aceptando el punto de mira de algunas [221] críticos eminentes, podríamos distinguir entre los filósofos de nuestro tiempo, dos modalidades principales, que pueden apreciarse sin necesidad de extremar el análisis: la de los filósofos que con un mínimo de personalidad y con un cultivo intensivo y falto, a veces, de método, llegan a considerarse como tipos representativos y ofrecen en la juventud frutos en agraz, y la de los pensadores que, poseyendo una individualidad patentísima, latente, por una cierta reserva que significa prudencia y modestia, no llegan a producir con plenitud hasta que alcanzan la edad de la madurez. A estos últimos pertenece, en mi opinión, Harald Höffding, que tuvo la abnegación de sacrificar la edad de las ilusiones a un trabajo silencioso y obscuro. Durante algunos años dedicóse a la lectura, al estudio y a la reflexión, hasta que se convenció de que su espíritu, en lo fundamental, se hallaba formado. Persuadido de que hasta llegar al otoño de su vida no conseguiría libertarse de la influencia agobiante y deprimente de las preocupaciones, tuvo Höffding la suficiente fuerza inhibitoria para reprimir el ansia legítima de expansionar su yo y siguió estudiando y meditando hasta que alboreó en su espíritu el derivativo de sus prístinas creencias. Con sencillez digna de elogio, se expresaba así el sabio profesor de Copenhague: «Me preguntaba a mí mismo a dónde debía dirigirme impulsado por la claridad que sentía en lo bando de mi espíritu y si hallaría alguna vez campo de acción para desenvolverme.» Harald Höffding, como Ernesto Renán y como Roberto Ardigó, al abandonar los estudios teológicos, halló ante él un dualismo que, según su propia confesión, le torturaba. Atravesó una verdadera enfermedad espiritual, que pudo vencer sin apelar a la terapéutica moral, empleando sólo las reservas que poseía en sí mismo. Dice a este propósito el maestro: «Saliendo de mi celda, entré en relación verdadera con la vida»; expresión que por lo concisa y vigorosa revela un gran carácter.

A pesar de la gran cultura que atesora de su amor a la Ciencia, de su optimismo, de la convicción íntima de lo que represente la especulación, es Höffding un enamorado del método experimental y declara paladinamente que aprendió a conocer el valor de las relaciones humanas, más que en los libros, en la propia [222] experiencia. Así se comprende que, una vez orientado en la dirección objetiva, halla proseguido su marcha ascendente con tanta seguridad y sin haber de rectificarse jamás. Podría decirse, parafraseando un concepto de L. Stein, el indagador y crítico húngaro, que la vida entera de Höffding viene a ser como una espiral que tiende constantemente hacia lo infinito.

Höffding, cuya preparación filológica, histórica y filosófica asombra, es uno de los pensadores contemporáneos que han hecho de la investigación una especie de sacerdocio laico. Cuenta uno de sus biógrafos, que el profesor danés, por indicación de Juan Bröchner, estudió a fondo, cuando apenas contaba 29 años, las Cartas de Spinoza y que también influyeron predominantemente en su espíritu Kant y Rousseau. Por otra parte, la filosofía experimental inglesa y la concepción pietista propugnada por los filósofos alemanes, determinaron el proceso evolutivo del pensamiento höffdianio.

A partir de 1870, en que escribió su tesis doctoral acerca de La concepción de la voluntad en la filosofía estoica, ha publicado Höffding un sinnúmero de volúmenes, mereciendo ser citados los siguientes: La filosofía en Alemania después de Hegel (1872); La filosofía inglesa contemporánea (1874); Los fundamentos de la Ética humana (1876); La doctrina y la vida de Spinoza (1877), y Bosquejo de una psicología experimental (1882) --de la que se hicieron cinco ediciones en el idioma original, la última en 1905--. Esta obra ha sido traducida a casi todas las lenguas europeas y al japonés. En 1887 publicó la Ética y dos años después Carlos Darwin; en 1892, Sören Kierkegaard como filósofo; en 1894-1895, Historia de la Filosofía moderna; en 1896, Rousseau y su filosofía; en 1899, Pequeños trabajos; en 1901, La filosofía de las religiones; en 1902, Problemas filosóficos; en 1904, Filósofos contemporáneos; en 1910, El pensamiento humano, y en 1914, La filosofía de Enrique Bergson.

Cada uno de estos libros tiene un positivo valor y revelan que Höffding, sin ser un especialista, en el sentido en que comúnmente se emplea esta palabra, es un tratadista insigne en cada una de las disciplinas antes mencionadas. Además de la profundidad de pensamiento y del método con que estudia y expone los problemas [223] fundamentales, aporta siempre a todos ellos datos y observaciones que evidencian su sagacidad como indagador; juicios certeros acerca de las cuestiones más complejas y una clarividencia extraordinaria, que le permite columbrar el porvenir. Höffding es uno de los contados filósofos que en la hora actual, teniendo una primera formación teológica, han podido substraerse al dogmatismo común a los corifeos de todas las confesiones. De ahí que sólo conserve de su pasado una marcada tendencia a dignificar los valores éticos, concediéndoles la importancia que requieren, no sólo por lo que tienen de función social, sino por su aspecto de religiosidad, en su más elevado sentido. El maestro danés es adversario decidido de que en la Filosofía contemporánea se conceda una excesiva importancia al idealismo, y contradice con argumentos irrebatibles la tesis de los pensadores que afirman que el procedimiento analógico nos puede conducir a la verdad. El famoso catedrático de Copenhague sólo es partidario de sustentar aquellas afirmaciones que pueden ser comprobadas por la experiencia; pero, a pesar de haberse colocado en una posición realista, no niega la existencia de las necesidades espirituales, que llevan a defender la creencia en un más allá. A su juicio, la misión del filosofo es contrastar por medio del estudio histórico y psicológico, las exigencias del espíritu y toda la literatura a que dieron lugar. Para Höffding, la Filosofía debe apoyarse en la explicación, la prueba y la valoración. En síntesis: dos ideales de la Filosofía de nuestra época han de consistir, a juicio del maestro, en armonizar los puntos de vista científico, sistemático y crítico, cuidando de que ninguno de ellos se sobreponga a los demás y dejando un margen al modo de ser individual, pero evitando incurrir en la concepción subjetivista, que, más que obra filosófica, es poemática. En esta concreción está la clave para distinguir la Filosofía basada en el razonamiento y la experiencia de la Estética trascendental.

Afirma Höffding que la producción intelectual, para ser fecunda en resultados, necesita acomodarse a los procesos de la Naturaleza, por lo que tienen éstos de indeclinables, lo cual, en su sentir, no es obstáculo para que la originalidad surja potente cuando existe en el yo. Por esto ha sido motejado Höffding de positivista y aun [224] de determinista: porque defendió siempre el principio de que el filósofo tiene el deber ineludible de comprobar sus afirmaciones experimentalmente. Para afiliar la personalidad de este gran pensador podríamos recordar que Höffding es un filósofo de procedencia kantiana, que ha acertado a ensamblar la especulación con la inducción. Para comprender su sincretismo, precisa no olvidar que, tanto o más que la Filosofía, propiamente dicha, ha contribuido a la formación intelectual de Höffding la influencia que en su ánimo ejercieron las obras de Shakespeare, de cuyo teatro es un admirador fervoroso.

El homenaje que en 1913 le dedicó la juventud estudiosa y anhelante de Dinamarca, aparte de ser una demostración calurosa de afecto al egregio maestro, significó una afirmación de la orientación intelectual y política danesa, basada en el amor a la tradición liberal de los pueblos escandinavos.