Filosofía en español 
Filosofía en español


Vicisitudes y Anhelos del Pueblo Español

Segunda parte ❦ Estructura y dinamismo del pueblo español

§ I
Manifestaciones regresivas

Ausencia de cordialidad en los místicos españoles.– Los intelectuales y la colectividad española desposeídos de jovialidad.– Notas privativas de la tristeza española: sus consecuencias.– Efectos enervadores del pesimismo.– El odio y el amor como fuerzas motrices.– Sistemas pedagógicos actuales. El caudillaje.– Pleitos dinásticos.– El poder del clero.– La mentira y el odio religiosos.– El catolicismo como fuerza retardatriz.– El absolutismo y la religión.– Otras influencias atávicas.– El reinado de la bagatela.– La indiferencia del cuerpo electoral.– El marasmo.– Vanos alardes.– La lógica del absurdo.– El simplismo.– Acción titánica.– El interés jurídico subalternando a los demás.– La fiebre infuturadora.– Las disidencias.– El parlamentarismo.– La indisciplina.– El fracaso de los grandes hombres.– Estragos de la disolución.– Psicopatías ideológicas.– Formas del crimen organizado.– La frivolidad y la galantería como fermentos disolventes del hogar.
 

AUSENCIA DE CORDIALIDAD EN LOS MÍSTICOS ESPAÑOLES.– Examinando en lo moral a nuestro pueblo, observaremos que sus hábitos, sus costumbres, sus supersticiones y algunas de sus mismas leyendas, revelan, en general, una acentuada tendencia hacia el pesimismo más desolador. La mística, que fue una de las modalidades del espíritu nacional que alcanzaron un mayor florecimiento, sólo excepcionalmente está impregnada del ideal intenso de expansión cordial que se echa de ver en el italiano Francisco de Asís. Es muy reducido el número de los místicos españoles, en cuyos libros se transparenta con diafanidad el goce que sentían viéndose atraídos íntimamente por la vida sencilla que loaban, unas veces con arrobamientos de iluminado, otras por incapacidad para disfrutar de los placeres mundanales. Los poetas que con más artificio cantaron la vida solitaria y contemplativa, no tuvieron una representación objetiva del mundo real. Lo cual se evidencia hasta al extremo de que al tratar de hacer un estudio de los espíritus calificados de más vigorosos, nos sentimos deprimidos, en vez de encontrar en ellos confortador aliento.

 
LOS INTELECTUALES Y LA COLECTIVIDAD ESPAÑOLA DESPOSEÍDOS DE JOVIALIDAD.– En España, en la génesis sociológica del fenómeno intelectual, ocurre que, exceptuando la literatura picaresca, que fue jovial y típica desde Mateo Alemán a Quevedo, a partir de La Celestina, pocas veces encontramos reflejado en el ingenio de los temperamentos superiores la alegría, el goce de vivir y el ideal de amor interpretado de una manera sintética. Antes al contrario, el tipo del asceta escuálido, amojamado, espantable, nos hiere constantemente la retina. Cano, con su pincel portentoso, dio vida inmortal en el lienzo a esa barbarie ingénita que perdura en lo más hondo del alma española.

La visión trágica, la paranoia de que nos hablan los psiquiatras modernos, tan bien estudiada por De Sanctis, revive constantemente en este país, que diríase que sólo se preocupa de rendir un culto idolátrico a la incansable segadora, como llamaba a la muerte González Serrano. Hállase hondamente arraigada en las costumbres españolas la inclinación a lo tétrico. En nuestras consejas, casi siempre priva un símbolo que es la encarnación de ideas pavorosas e intimidadoras que gravitan como losa de plomo en el ritmo de nuestra vida, dándole a ésta un tono de gravedad fría y severa, no exenta de belleza, sin embargo, pero absolutamente incapacitadora para cuanto signifique propósito de reobrar contra la inexorabilidad de las falsas tradiciones que sofocan los alientos de santa rebeldía.

 
NOTAS PRIVATIVAS DE LA TRISTEZA ESPAÑOLA: SUS CONSECUENCIAS.– Donde quiera que el investigador dirija su mirada escrutadora, hallará signos inequívocos de la gran tristeza que, en ciertos respectos, es puramente privativa del pueblo español. Quien haya viajado por Francia e Italia, habrá podido convencerse de que ciertas y determinadas modalidades del latinismo sólo perduran, por desgracia, en nuestro país. Refiérome a nuestra tristeza, a nuestra resignación camelluna, como la apellida Unamuno, la cual demuestra la inercia que ha domeñado durante largos períodos de tiempo al alma española. Verdaderamente hay que asignar a este fenómeno una gran importancia, porque ha revertido en la substancia del pueblo y formado su psiquis. El espíritu español carece de vibración, y por esto la alegría no asoma jamás al exterior espontáneamente, y los cantos a la vida, las incitaciones del amor, la confianza en sí mismo, los ensueños por un porvenir mejor, la esperanza, en suma, no son patrimonio de los pobladores de la Península. Llevamos dentro, muy adentro, la creencia funesta de que la vida es un lugar de expiación donde hemos de encontrar el castigo de haber nacido. Y que esto es exacto, que no hay exageración en los juicios emitidos, lo atestigua una simple incursión por la esfera del Arte. Veamos cuáles son los pintores que han ejercido una influencia más directa y efectiva y cuáles las obras que encarnan la idiosincrasia de la raza. Es indudable que las concepciones tormentosas de El Greco, sus hidalgos secos, apergaminados, exangües, de mirar penetrante de calenturiento y luenga capa parda, recuerdan, por su aspecto de tristeza, los ángeles escuálidos que Fray Angélico pintaba de hinojos. También revelan al carácter español dominado por la tristeza, Velázquez, en algunas de sus obras, y, sobre todo, El Españoleto, con sus temas y cuadros de martirios.

Ahora mismo, la mayoría de las ciudades de España, singularmente las del centro, conservan notas peculiares que las hacen sumamente sombrías; pues, a pesar del sol, visitándolas en un día claro, dan una sensación de ciudadones tétricos, en que las construcciones modernas producen, al destacarse del conjunto, un efecto raro, un contraste que rechaza el resto de la arquitectura de la ciudad. Quien aspire a recibir una impresión semejante, no tiene más que visitar a Segovia, Toledo, Ávila, Sigüenza, Gerona, León, Santiago, Oviedo, Salamanca y Zamora. El ambiente de melancolía es indudable que ha contribuido en no pequeña parte a moldear nuestro carácter, haciéndonos odiar aquella sana alegría helénica que revive en las ciudades del Norte y del Centro de Italia, como Turín, Aosta, Verona, Pisa, Florencia, Pistoia, Bolonia, Padua, Siena, Rávena, &c.

 
EFECTOS ENERVADORES DEL PESIMISMO.– ¿Cómo extrañarnos de que aquí predomine el tono gris que abate, que vuelve a las gentes serias y taciturnas? Para explicarnos la selvatiquez de nuestras gentes, basta con evocar las luchas de encrucijada que tantos puntos de contacto ofrecen con la manera que tienen los marroquíes de dirimir sus contiendas. Basta una somera exploración por los panoramas internos, para persuadirse de que, en general, a la mayoría de las gentes no la preocupan de veras los problemas transcendentales que ofrece la vida. Por esto en la colectividad no se observan signos de inquietud espiritual y son tan raras en el nuestro las emociones que en otros pueblos acrecen el dinamismo psíquico, y al mismo tiempo que afinan la susceptibilidad, vigorizan la contextura moral del individuo y de la raza. Tan sólo en ocasiones poco comunes, cuando creemos haber sido objeto de un ultraje, viene a nuestras mientes el recuerdo de la ofensa y entonces reverdece el amortiguado ideal de dominio, que casi siempre en el fondo tiene un sedimento de intolerancia y fanatismo religiosos. Nuestras contiendas, en su mayor parte, han sido inútiles y perjudiciales, porque las promovía un quijotismo insensato; y las victorias, cuando las hemos obtenido, más que carácter de tales, han ofrecido el de triunfos estériles, de éxitos efímeros.

 
EL ODIO Y EL AMOR COMO FUERZAS MOTRICES.– A nadie que haya buceado en el océano de las pasiones en la esfera individual y conozca a fondo la idiosincrasia del temperamento y las modalidades del carácter español, podrá sorprenderle que el recelo, el odio y la animadversión hayan sido los agentes más activos y perdurables. Ha de convenirse en que muy escasos escritores han considerado el fenómeno del amor y su proceso genético tal cual es en sí y en relación con el influjo que ejerce en la manera de ser de nuestra psicología étnica, totalmente unilateral y obedeciendo siempre a un principio basado en prejuicios y puntos de mira parciales. De, ahí el gravísimo error de partir del supuesto de que los sentimientos pueden ser considerados como procesos psicofísicos rectilíneos, cuando la ciencia nos evidencia que son más bien ondulantes.

 
SISTEMAS PEDAGÓGICOS ACTUALES.– Sólo con fijar la vista en lo que ocurre a nuestro alrededor, basta para percatarnos de que nuestra obra pedagógica es funesta; cohíbe y coarta el desenvolvimiento normal del carácter; domeña la espontaneidad que aguijonea a los espíritus y que es patrimonio de cuantos individuos aspiran a dejar una huella de su paso por la existencia, y contraría y, en ocasiones, impide que las aptitudes que se inician en la niñez puedan desarrollarse en la mocedad y canalizar más tarde. Los pseudopedagogos que entre nosotros pelechan, contribuyen acaso más que ningún otro factor a embotar la sensibilidad del escolar, agostando, cuando no pervirtiendo, las dotes imaginativas de la infancia. Serviles rapsodas de los sistemas y métodos preconizados por los grandes maestros extranjeros, desprecian el dato experimental que brota de la observación directa y es la única fuente de conocimiento real para descubrir la vocación en el alumno. En todo el dinamismo de la mentalidad española se advierten los efectos corrosivos del dómine.

 
EL CAUDILLAJE.– Como buenos latinos, todo lo esperamos del caudillaje; suspiramos siempre por el dictador; llevamos el mesianismo infiltrado en la sangre; tenemos la vana pretensión de que alguien pensará por nosotros. Actualmente, todas las mañanas aguardamos el periódico, para que nos dé el criterio formado sobre los asuntos del día. Al juzgar los acontecimientos, no lo hacemos, de ordinario, por cuenta propia, sino que apelamos siempre a la opinión de personalidades prestigiosas, intelectuales o políticas. Aquí todo el mundo sus. pira, como se ha podido observar en cien ocasiones, por encontrar un portavoz, un hombre que sea el compendio de cuanto todos anhelamos en secreto.

Individualmente, es general la tendencia a hurtar el cuerpo. Son muy contados los temperamentos firmes, que tienen arrestos, que se sienten acometedores y ansían devolver a la muchedumbre aquello que poseen, porque la labor colectiva les ha permitido adueñárselo con anterioridad. Pocos son los que aspiran a conquistar por su exclusivo esfuerzo un puesto honroso en el palenque. La mayoría prefiere ser conducida por el jefe a la tierra de promisión del bienestar, de la fortuna o de la gloria.

 
PLEITOS DINÁSTICOS.– Al examinar con detenimiento los distintos movimientos políticos y sociales que se han operado en España durante el siglo pasado, sorprende sobremanera la mediocridad, la monotonía y la lentitud con que se llevaron a cabo casi todos ellos. Diríase que en vez de inspirarlos el entusiasmo y la devoción por las ideas, los sugería el recelo y la desconfianza misma en la propia acción. ¿Cómo, si no, explicarse lo trabajoso y estéril de las contiendas entabladas y proseguidas con ensañamiento y ferocidad sin ejemplo en la Historia contemporánea? Nuestras discordias intestinas casi siempre tuvieron por causa visible las diferencias surgidas entre los individuos de la dinastía reinante; pero en el fondo había una lucha encarnizada, sin tregua, entre la Iglesia y el Estado. Los pleitos de familia iniciaron las terribles conflagraciones que perturbaron hondamente el desenvolvimiento gradual y sucesivo de las energías colectivas.

 
EL PODER DEL CLERO.– La Iglesia vio que con sus injerencias en la esfera del poder civil se exponía a perderlo todo, y, de pronto, inclinóse en favor de la rama dinástica reinante. Por esto la última guerra civil fue no sólo infecunda sino esterilizadora. Y por eso el alto clero ha llegado a adquirir en los momentos actuales una pujanza extraordinaria y de todo punto incontrastable. El clero es la única fuerza social que cuenta con una organización vasta y radiada que se extiende por todo el país y obedece a la dirección hábil y perseverante de los prelados. Es evidente que el episcopado dispone por completo de los destinos de la nación.

 
LA MENTIRA Y EL ODIO RELIGIOSOS. Un escritor eminente que goza de justa estimación y es popularísimo en toda Europa, por la audacia del pensamiento y la agilidad del estilo, el insigne Max Nordau, en su celebérrimo libro, ya citado anteriormente, Die Conventionelen Lügen der Kultur Menchsheit, al ocuparse de la mentira religiosa, describe de modo magistral el rencor infinito y la hipocresía con que predican las gracias de la tolerancia y el perdón los que no perdonan nunca, ni dejan de realizar la venganza en cuantas ocasiones les son propicias.

El odio y la animadversión han sido los principios rectores que informan el sentido ético del psiquismo hispano. La displicencia y la atonía, por otra parte, fueron paulatinamente infiltrándose en los más íntimos recovecos del alma de las muchedumbres. Y de ahí el predominio que ejerció en los instantes de lucha, cuando ésta alcanzaba el período culminante, la influencia del papado.

 
EL CATOLICISMO COMO FUERZA RETARDATRIZ.– Es indudable que la atmósfera de abominación hacia todo lo que signifique institución transformadora, la ha ido elaborando el catolicismo, que predicando sus máximas sin el perfume de idealidad que pudieran tener y con el afán de apoderarse de las conciencias lentamente, fue recortando en las gentes la tendencia a elevarse y substraerse a la tiranía de las cosas inmediatas. Por esto, el clero ha hecho tanto hincapié en la propaganda encaminada a confundir la religión con la patria, y ha sido posible que en la política española hubiese un partido como el integrista, que encontró en Nocedal el vocero de la más absoluta y feroz de las intolerancias.

 
EL ABSOLUTISMO Y LA RELIGIÓN.– Todavía existen en las Provincias Vascongadas y en Navarra algunos núcleos de población donde los principios de la doctrina política absolutista cuentan con prosélitos suficientes para enviar representantes al Parlamento. Este dato tiene una importancia extraordinaria, y constituye un grave error no fijar la atención en las concausas que han determinado esta paradoja de que sean los pueblos más ricos de España, por el florecimiento de la agricultura y por la intensidad de producción de las industrias extractivas, los que mantengan el fuego sagrado del tradicionalismo a ultranza. Esto, en parte, viene a contradecir las teorías más en boga acerca de la evolución de las sociedades. En España tenemos el raro y triste privilegio de desacreditar las doctrinas, porque al implantarlas no ponemos el interés y la asiduidad que reclama toda obra de renovación.

 
OTRAS INFLUENCIAS ATÁVICAS.– Estos paros que se observan en varios y distintos aspectos de la manera de ser de nuestro pueblo, son debidos, principalmente, a que aquí los adelantos casi siempre han revestido un carácter discontinuo y a que la falta de vías de comunicación en las regiones muy quebradas o montañosas, no sólo ha impedido el acceso y la penetración continuada de las ideas y los productos de la civilización, sino que ha determinado que en aquellas localidades que poseían un relativo bienestar, pues la fertilidad del suelo les permitía vivir con desahogo, la población flotante fuese exigua y, por lo tanto, el cruce de razas casi nulo. El confinamiento creció de tal manera, que puede decirse que en algunas localidades navarras y vascongadas la influencia castellana ha sido insignificante. Además, el idioma que allí se habla revela la psicología esquinada y angulosa que distingue a los pueblos que no han pasado por la fase del intercambio y la vida de relación propiamente dicha.

 
EL REINADO DE LA BAGATELA.– Ha gravitado constantemente sobre el pueblo español un poder extraño. A la abulia y la inconsciencia se debe el que se hayan agotado los impulsos ingénitos de la espontaneidad. De ordinario, los negocios públicos, los asuntos que conciernen a la organización y a la vida del Estado, no constituyen motivo de verdadera preocupación por parte de los intelectuales y las clases directoras. Por lo general, el descontento y las agitaciones populares obedecieron a móviles mezquinos. Las bagatelas, las nonadas y las fruslerías, ocuparon el lugar y alcanzaron las proporciones que en otros países únicamente revisten las cuestiones de positiva entidad. Tan sólo en contadísimos momentos se han planteado en el Parlamento español aquellos problemas esenciales que reclaman una atención especial y exigen detenidas, amplias y mesuradas discusiones, porque son básicos y constituyen el fundamento de las conquistas de la civilización. Cuanto concierne a las subsistencias, la higiene, la enseñanza, la seguridad individual, la religión, las vías de comunicación, &c., apenas si en alguna ocasión mereció el honor de que nuestros menguados escoliastas demostraran el menor celo.

 
LA INDIFERENCIA DEL CUERPO ELECTORAL.– De puro sabido ha llegado a ser corriente entre los militantes de la política y el periodismo, el empleo de una fraseología huera, reveladora de la profunda postración en que está sumido el espíritu público. La desnaturalización de las funciones del gobierno, convirtiendo la política en una profesión lucrativa, ha dado origen al falseamiento de la vida nacional. El imperio del convencionalismo no puede ser más nefasto y disolvente. Los efectos de la depresión moral se advierten donde quiera que se fije la mirada, y entristecen al investigador dotado de medianas cualidades de percepción. De no haber sido todo el país atacado por esta epidemia psíquica e irradiado las ondulaciones del aura morbífica a la generalidad de los españoles, sería imposible explicarse la situación actual de la nación. De otra suerte, no se comprende que el cuerpo electoral, la prensa, las gentes ilustradas, la opinión pública de todo el país, permanezcan impasibles, consientan y toleren esa burla de una mentida representación parlamentaria. Aunque el poder del indiferentismo se haya extendido tanto, es inconcebible que todavía la voz enérgica y viril de los elementos inteligentes y cultos no surja del fondo de las almas y se condense en una protesta vigorosa y contundente.

 
EL MARASMO.– Produce honda pena y abate el ánimo más templado el aletargamiento del cuerpo social. Abruma el espectáculo que ofrece la nación entera, sumida en el peor de los marasmos, aquel que aflora a la superficie desde lo íntimo de la mente colectiva, cuando ésta, sin percatarse de lo que significa el hecho, ha adquirido la vaga presunción de que nada representa en el concierto de los pueblos contemporáneos. La situación actual de España es grave, y acaso sea irremediable, porque el desaliento ha invadido a casi todos los hombres de espíritu refinado, que se consagran al estudio. La inmensa mayoría, por no decir la totalidad de los intelectuales, son pesimistas. Algunos de ellos pretenden engañarse a sí mismos. No pocos tratan de disimular los juicios empleando el eufemismo para velar la profunda amargura que atenacea sus espíritus. Y otros, los más avisados, no sólo ocultan sus opiniones, sino que fingen un optimismo que están muy lejos de sentir.

 
VANOS ALARDES.– Siempre ha sido una característica peculiar de los publicistas y oradores españoles en los períodos de extrema decadencia, el hacer gala, el blasonar en público de determinadas cualidades, que en privado reconocen paladinamente no poseer. La vehemencia del temperamento exaltado conduce a la exageración, a sacar las cosas de quicio y habituarse a la mentira.

La fatuidad nos lleva no pocas veces a ciertas jactancias reñidas con la más elemental noción de buen sentido. Tenemos el prurito de hacer alarde constantemente de poseer cualidades para acometer empresas superiores a nuestra energía virtual. Dominados por la quimera, hemos presupuesto que teníamos capacidad y dotes suficientes para la expansión de nuestra nacionalidad, para extraterritorializar nuestro genio, y ha sido precisa una experiencia luctuosa de cuatro siglos para que advirtiéramos nuestro error. En cambio, los anglosajones y los germánicos, que han evidenciado aptitud en empresas similares a las nuestras, aun habiéndoles sonreído el éxito, nunca han blasonado, como nosotros, de triunfadores. Este predominio de la fantasía sobreexcitada y enfermiza, nos ha lanzado a cometer las mayores torpezas.

 
LA LÓGICA DEL ABSURDO.– Cabe afirmar que la constitución y el modo de ser de este desdichado pueblo lo informa un tejido de errores. Hace cuatro siglos que no tenemos otra lógica que la del absurdo. Como los sonámbulos, soñamos despiertos. Sufrimos alucinaciones místicas. Es notorio que hay un desacorde entre la representación, los móviles internos y la vida. Las energías acumuladas no hallan cauce adecuado para expansionarse. Precisamente por la marcada inclinación a divergir la acción, ha venido a ser un imposible «la encarnación orgánica del espíritu», que con tanta sagacidad señalaba Maudsley hace treinta años. Así se comprende el perpetuo vacilar, las oscilaciones y la inestabilidad de la opinión española.

 
EL SIMPLISMO.– Pero acaso nuestro defecto capitalísimo sea debido a que aquí esté arraigada en lo profundo de la mente colectiva, una marcada predisposición por las ideas simplistas. Sentimos irresistible preferencia por las afirmaciones escuetas. Nos cautivan las frases que suenan a hueco, y seducen a los cerebros romos e incultos los gestos amanerados y descompuestos de los oradores de mitin, porque se nos figuran actitudes gallardas y semiheroicas. Somos más representativos que afectivos, y por esto es tan invencible el santo horror que en todas las clases sociales se advierte en contra de los intentos serios y que signifiquen estudio sostenido y circunspecto. La labor callada, perseverante y tenacísima, el trabajo ímprobo y silencioso de seriación ideológica, la rumia mental, en suma, para los españoles no existen. Aquí, tan sólo por excepción se concibe la nostalgia de los goces inefables. La tristeza y la desilusión de lo que nos rodea, el contagio, incapacitan al individuo para hacerse superior a los rigores de la adversidad ambiente y acentuar la personalidad, anegándola en el todo social. Hablar en España del valor, la significación y la transcendencia, de la conjugación de los esfuerzos, del concierto de las voluntades y la convergencia de las aspiraciones mismas de reivindicación, es perder el tiempo lastimosamente.

 
ACCIÓN TITÁNICA.– Ante el poder incontrastable de los hechos consumados, no nos queda más recurso que aceptarlos tales como son y rendirnos a la evidencia; pero, no porque nos demos cuenta de la abrumadora situación actual de nuestra patria, hemos de renunciar a explicarnos la índole de los móviles que generaron un presente miserable y oprobioso. Muy al contrario, en un país pobre, atrasado y decadente, como éste, es en donde deben, en todas ocasiones, multiplicar la actividad los hombres de espíritu abierto y cultivado.

Para aunar los esfuerzos individuales y colectivos, de distinto género, hay que prescindir del sinnúmero de lugares comunes que la sabiduría popular ha reputado como principios incontrovertibles y sublimados, aceptándolos casi de la misma suerte que si se tratase de axiomas. Nada de esto; hay que combatir con inaudita franqueza, sin mentidos temores, cuantos prejuicios y preocupaciones hallemos en forma de refranes, proverbios, sentencias y dichos arcaicos.

 
EL INTERÉS JURÍDICO SUBALTERNANDO A LOS DEMÁS.– La mayoría de los españoles, intelectualmente considerados, no tienen otra cultura que el mero imitacionismo. Doce o trece millones de compatriotas se hallan sumidos en una ignorancia crasa y absoluta. ¿Cómo extrañar y mostrarnos asombrados de que hayan fracasado las iniciativas que se han dirigido a promover en el país un cambio político? Por muy superficiales que sean los políticos de oficio, no se les ha podido ocultar que en tanto no orientasen la propaganda en un sentido más amplio y comprensivo, habrían de resultar inútiles, y aun contraproducentes, las predicaciones. Mientras las campañas no se contraigan más que a lo estrictamente formal y se enquisten en la esfera de lo jurídico, los partidos democráticos no conseguirán ejercer en la opinión general de la nación el menor influjo inmediato, positivo. Es cada hora más apremiante cambiar de rumbo y abandonar la impedimenta de los antiguos partidos liberales. En toda Europa, a los corifeos del liberalismo histórico, ya nadie les presta atención. Se han quedado solos con su doctrinarismo seco y anguloso.

 
LA FIEBRE INFUTURADORA.– La época contemporánea se distingue de las anteriores por el desasosiego, la impaciencia y la fiebre de reivindicaciones, en todos los órdenes de la existencia. El maquinismo, de una parte, y el afán de poseer, de otra, han modificado la faz del mundo. La honda inquietud para conquistar en lo porvenir un puesto seguro y adecuado a la idiosincrasia de cada individuo, es el sentimiento que late en el corazón de todos los oprimidos. La enorme difusión de los postulados de la democracia socialista lo demuestra elocuentemente.

Los que habitamos el viejo solar español constituimos una excepción, harto dolorosa por cierto, en ese hermoso resurgir del cuarto estado en toda Europa y gran parte de América, Australia, Nueva Zelanda y el Japón mismo. El esquinamiento, la falta de cariño, la dureza de corazón, la inflexibilidad y la irreflexión son los enemigos mortales de la resurrección del genio español. El catolicismo nos aniquila y hace inexorables. Nuestra crueldad legendaria, el desamor y la hostilidad a toda rebeldía religiosa, no obedecen a otra causa. Aquí nadie confía su triunfo a la virtualidad de la simpatía y la afinidad. Ciframos todos los éxitos en la eficacia de la imposición brutal y el atropello grosero. Tantos siglos de fanatismo e intolerancia, han producido una superfetación en el carácter y han anulado la personalidad colectiva,

 
LAS DISIDENCIAS.– Uno de los motivos de honda aflicción que apenan el ánimo del investigador más experto y curtido en la exploración de nuestra historia contemporánea, es el de que vaya asociado a cada uno de los fracasos del régimen constitucional el nombre de alguna personalidad prestigiosa. Tal vez sea España la nación que ha contado con la más brillante pléyades de varones ilustres, de oradores famosos, de artistas insignes de la palabra hablada y escrita y, sin embargo, no hemos tenido un solo político a la moderna en estos últimos cincuenta años.

De cuantas figuras de primer orden se han sucedido en las Cortes españolas, ni una sola se destaca del nivel general. ¡Cuán triste y doloroso es confesarlo! Pero no se registra en los anales de nuestro Parlamento ninguno de esos grandes acontecimientos que señalan una orientación y significan un derrotero para el país.

 
EL PARLAMENTARISMO.– Recientemente, Álvaro de Albornoz, que es sin disputa el escritor político más inteligente y docto de la generación actual y el que con mayor brío y seguridad se internó en lo íntimo del psiquismo colectivo, analizando con perspicacia la intrahistoria española, ha puesto en evidencia los defectos capitales de la educación y las estratificaciones que, sofocando el carácter, han disminuido por modo considerable la capacidad emprendedora que en tiempos, ya un tanto remotos, constituyó la cualidad peculiar de nuestro pueblo. El funcionamiento del sistema parlamentario ha sido entre nosotros meramente aparente. Por lo mismo, no hubo jamás ambiente propicio para que las iniciativas de los espíritus selectos y comprensivos alcanzasen aquella notoriedad indispensable entre las gentes distinguidas y un tanto cultivadas que forman los núcleos directores en todos los partidos.

 
LA INDISCIPLINA.– La causa primordial de que los proyectos mejor concebidos no llegasen a plasmar, salvo en muy contadas ocasiones, en la esfera de la política militante y como condicionando de una manera efectiva las luchas candentes que sostuvieron los distintos elementos que han intervenido más o menos directamente en la dinámica política, debióse, y todavía se debe en la actualidad, a que los partidos jamás adquieren la fuerza y la pujanza necesarias para imponer los programas que elaboraron y difundieron cuando se hallaban en la oposición.

El germen de la indisciplina está siempre latente en casi todos los partidos, sin distinción de derechas e izquierdas, de monárquicos y republicanos. Hay constantemente una tendencia manifiesta a la disgregación y el atomismo, la cual hace difícil y aun imposibilita que los partidos políticos consigan la eficiencia que en otros países alcanzan de ordinario en la opinión pública.

La inestabilidad de los Gobiernos ha de achacarse a la falta de coalescencia de las comunidades políticas. Por lo general, dominan en las mismas los hombres que, sin poseer gran capacidad, tienen agilidad mental y perspicacia. Y dominan porque son, a la vez, más dúctiles que los que atesoran ingenio creador, honda preparación y conocimiento profundo de las doctrinas.

 
EL FRACASO DE LOS GRANDES HOMBRES.– Para convencerse de que en España no han podido triunfar los hombres doctos en ninguno de los diversos períodos que abarca la historia del constitucionalismo, basta con observar los acontecimientos desarrollados en las Cámaras y fuera de ellas y con recordar el sinnúmero de disidencias que han surgido en todas las épocas. Disidentes famosos fueron Pacheco, Olózaga, Ríos Rosas, Rivero, Martos, Carvajal, Gamazo, Romero Robledo y Silvela, y ahora lo son Urzáiz, Sánchez de Toca y Lerroux, hombres de positivo valer unos, hábiles y cultos otros, y los más experimentados y sagaces políticos que pocas veces supieron adecuarse al medio psicológico y social que les circundaba, ni acertaron a acomodar sus puntos de mira peculiares a lo que las circunstancias demandaban imperiosamente de su esfuerzo desinteresado.

Y lo más triste es que la inadaptación de gran número de las personalidades insignes no estriba en lo esencial, sino en cuestiones de detalle; a veces en mezquindades motivadas por el amor propio y jamás respondiendo a intereses colectivos.

 
ESTRAGOS DE LA DISOLUCIÓN.– La crítica histórica, ampliando su visión merced al espíritu científico, pone de relieve que la civilización española, en casi todas las épocas, se ha resentido del influjo que en la vida del país ejerció el marcado exoterismo: en el arte, por ejemplo, predominan el color y el dibujo, pero con ausencia de la interpretación psicológica. Esta tendencia lentamente fue apoderándose del alma del pueblo, falseándola y corrompiéndola. Y así vemos que la evolución hispánica es toda ella un producto de la vanidad, del orgullo, de la soberbia y de la implacabilidad del hombre. Las costumbres, las instituciones, las leyes, las ideas, los procedimientos de gobierno, la oratoria y casi todas las manifestaciones del psiquismo, concuerdan, coinciden en la desconsideración, rayana en el desprecio, en que se ha tenido a la mujer. Sólo excepcionalmente algún espíritu exquisito ha demostrado valor para hacerse superior a la tiranía imperante, que aquí siempre ha prevalecido al tener un concepto totalmente erróneo de la mujer. El atropellamiento y la precipitación son defectos que han calado muy hondo en el alma individual y colectiva de nuestro país. A pesar de nuestras pretensiones, de nuestra falta de modestia al exaltar las virtudes étnicas, es irrebatible que toda la cortesía, la amabilidad y la finura, son aparentes. Es falso nuestro misticismo; afectado nuestro culto idolátrico al honor; fingida la devoción por la austeridad; mentido el horror al vicio, porque estudiando a fondo a nuestras clases directoras de ayer y de hoy, a nuestro clero, a nuestra aristocracia, a nuestro ejército, &c., se llega a convencer el investigador de que el afán que nos hace aparecer pudorosos y recatados, es sólo producto de la falsía y la miseria moral, que nos impiden presentarnos tal cual somos y arrostrar con arrogancia la adversidad.

 
PSICOPATÍAS IDEOLÓGICAS.– La ruindad de las almas, como consecuencia del pietismo blandengue que nos ha infiltrado el catolicismo, revierte en todas nuestras acciones. Por esto son tan raras en la literatura las obras que tienen un contenido doctrinal de abierta lucha de ideas y en las que se plantean los problemas que atraen la atención general, porque afectan a la conciencia en esta época de transición en la cual riñen el último combate la tradición y la utopía. La indelicadeza y la chabacanería han echado hondas raíces en no pocos aspectos de la manera de producirse de todas las clases sociales, pero singularmente de la burguesía y de la pseudo-aristocracia que aquí padecemos. El afán de dominio que constantemente ha caracterizado al clero católico en todos los países, en España se ha acentuado extraordinariamente. En infinidad de ocasiones y por motivos distintos, se ha evidenciado la escasa mentalidad de los ministros del culto católico. Jamás asoma en sus actos la unción evangélica que predican, y su conducta cauta, solapada, tortuosa, se asemeja, por su astucia, a la del zorro, atento sólo a hincar el diente en la presa. Por otra parte, al pueblo la vehemencia y la candidez le hacen víctima de los arrebatos pasionales, de la inflexibilidad, y de ahí que el contingente de los crímenes de sangre alcance cifras tan elevadas. La estadística criminal revela a un pueblo primitivo, que todavía no ha despertado a la vida de la civilización. Para las gentes toscas y zafias, no hay más ideales que la posesión inmediata y el predominar brutalmente sobre sus convecinos, sin otro propósito que el de vanagloriarse estúpidamente de su situación y sin obtener ventajas positivas.

 
FORMAS DEL CRIMEN ORGANIZADO.– La pusilanimidad y el apocamiento no han dado lugar a ninguna civilización, y todos los grandes sociólogos están contestes en afirmar que la cobardía máxima se sintetiza en el matonismo, hasta el punto de que una de las emanaciones mefíticas ha dado lugar al bandolerismo, en las distintas formas en que se ha manifestado, ya en los campos, ya en las ciudades, como la Maffia y la Camorra en Italia, el apachismo en Francia, y aquí, en España, esas formas típicas y tan conocidas del roder valenciano, el salteador de caminos en Cataluña, el bandido generoso en Andalucía, y en una palabra, el hampa social que tan bien han estudiado Ferri, Sighele, Nicéforo, Alongi, Caggiano y Rossi entre los italianos, Garraut, Albanel, Fleury y Maxwell, entre los franceses, y en nuestro país el maestro Salillas, Bernaldo de Quirós y Llanas Aguilaniedo{1}.

 
LA FRIVOLIDAD Y LA GALANTERÍA COMO FERMENTOS DISOLVENTES DEL HOGAR.– Aunque nos pese, hemos de reconocer que el cosmopolitismo sólo deja sentir sus efectos en sus formas exteriores, aparentemente, aunque en el fondo haya de asignarse enorme transcendencia al triunfo ruidoso que en la actualidad alcanza, en los grandes centros de población, la cortesana, cuyas sonadas victorias conmueven a la opinión pública. Puede decirse que vivimos en el reinado de la hétera. El fotograbado y la interviú han difundido, hasta popularizarlos, los éxitos de determinadas divettes, que ahora alcanzan mayor celebridad que las mismas testas coronadas. El poder fascinador del lujo y la ejecutoria de la galantería, como fenómenos psicológicos y sociales, atestiguan la enorme avalancha que supone el aura psicopática que ha invadido la mayoría de los hogares, llevando a ellos el ambiente callejero, saturado de miasmas destructores de los vínculos más sagrados. El desmoronamiento del hogar es, infortunadamente, evidente en los países latinos, en donde la lucha contra el alcoholismo y la lujuria apenas se ha organizado de una manera esporádica y más formal que real. Demostración del hecho registrado la hallamos en la escasa consideración que la sociedad en masa concede a la virtud abnegada que permanece oculta a las impertinentes miradas del curioso, lo propio que a la honradez, a la que se suele pintar como andrajosa y misera. En la civilización contemporánea es incontestable que en muchos respectos se viene operando una selección al revés. Veamos si no el interés con que se acogen los caprichos de la moda y cómo prenden los devaneos que sugiere la frivolidad. Que es cierto que la muchedumbre se deja llevar por las falsas apariencias y como incauta alondra es víctima del espejuelo del oropel, demuéstralo los encantos que se asignan a la mujer mundana. En cambio, ¿dónde y cómo se loa a la mujer de su casa, que tan admirablemente estudió Concepción Arenal? Es terriblemente doloroso lo que ocurre en España, en donde los pseudofuertes quieren ver la condensación de un país sano y sobrio, cuando precisamente los poemas de la soledad, escritos con lágrimas, jamás han encontrado un cantor digno del heroísmo en silencio.

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{1} Antes los habían estudiado y retratado los escritores satíricos, cultivadores de la novela picaresca.