
Biblioteca Sociológica Internacional
Santiago Valentí Camp
Director de esta Biblioteca
Premoniciones y Reminiscencias
Prólogo del
Dr. A. Bonilla y San Martín
Catedrático de Historia de la Filosofía,
en la Universidad de Madrid
Barcelona 1907
Imprenta de Henrich y Comp.ª en C. - Editores
Córcega, 348
Libro de 115×165 mm. xx + 177 páginas + cubiertas. [cubierta:] “Biblioteca Sociológica Internacional / Pedagogía · Estética · Criminología · Historia · Economía · Ética · Filosofía / S. Valentí Camp / Premoniciones y Reminiscencias / Prólogo del Dr. A. Bonilla y San Martín / Un tomo - Ptas. 0'75 / Editores - Henrich y Cía. - Barcelona”. [lomo] “S. Valentí Camp - Premoniciones y Reminiscencias”. [cubierta interior] “Henrich y Cª…” [i] “Premoniciones y Reminiscencias” [iii = portada] “Biblioteca Sociológica Internacional | Santiago Valentí Camp | Director de esta Biblioteca | Premoniciones y Reminiscencias | Prólogo | del | Dr. A. Bonilla y San Martín | Catedrático de Historia de la Filosofía, | en la Universidad de Madrid | Barcelona 1907 | Imprenta de Henrich y Comp.ª en C. - Editores | Córcega, 348”. [iv] “Es propiedad.” [v-xx] “Prólogo” [1-175] texto. [177] “Índice” [contracubierta interior] “Biblioteca Sociológica Internacional… Obras publicadas” [contracubierta] “En prensa - En preparación”
Índice
Prólogo, v
I.- La libertad de enseñanza, 1
II.- El objeto de la Sociología, 27
III.- La síntesis sociológica, 41
IV.- Un sociólogo español. Dorado Montero, 61
V.- Locos agresores, 95
VI.- El progreso legislativo, 135
VII.- La novela de una feminista, 169
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, pág. 177. ]
[ Adolfo Bonilla y San Martín ]
Prólogo
El nombre de Santiago Valentí Camp es bien conocido del público y no ha menester de presentación de ninguna especie. Es un gran trabajador, de los pocos trabajadores de veras que hay en este país; y es al mismo tiempo un gran altruista, porque toda la orientación de su pensamiento y de su obra, en el libro, en la revista, en los Ateneos, en la vida social, se endereza al bien de los demás y persigue preferentemente una finalidad sociológica.
Cuando apenas contaba veintidós años de edad (1897) dio a conocer sus aficiones en un libro harto sugestivo por el entusiasmo que revela y por las esperanzas que inspira: Bosquejos sociológicos. Después, su labor anónima y silenciosa ha prestado considerable servicio a la cultura patria, tanto en la Biblioteca Sociológica Internacional, en la de Escritores Contemporáneos y en la de Novelistas del siglo XX, de las que es Director y que edita la casa Henrich y C.ª de Barcelona, como en la interesantísima revista Labor Nueva, que durante el tiempo de su publicación ha suplido la falta, bochornosa para nuestro pueblo, de una revista filosófica española.
La Biblioteca Sociológica Internacional, cuyo éxito es mayor cada día, constituye ciertamente una de las empresas editoriales más meritorias. A precio sumamente económico, ha hecho ver la luz en castellano, mediante traducciones directas y completas, obras de los más importantes escritores contemporáneos de Italia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos y Francia, sin olvidar a los españoles, que, con Giner de los Ríos, Valentí Vivó, Azcárate, Dorado Montero, Diego Ruiz, Antich, Rodríguez García, Gascón y González-Blanco, están representados en la colección junto a Loria, Sergi, Longo, Ardigó, Colajanni, Chiappelli, Rossi, Angiolini, Piazzi, Asturaro, Angiulli, Perrini, Cimbali, Ciccotti, Nicéforo , Vaccaro, Kautsky, Harnack, Fiske, Schmoller, Grosse, Dyroff, Höffding, Emerson, W. James, Carlyle, Patten, Ellen Key, De Greef, Ziegler, France, E. Laurent, Jaurès, Legrain y Thury.
Empeño especial del Sr. Valentí Camp ha sido y es dar a conocer a nuestro público las principales producciones del pensamiento italiano contemporáneo. Para ello está admirablemente preparado por su conocimiento directo de ese país y de su literatura filosófica y sociológica, harto desconocida entre nosotros. Por regla general, los españoles andamos casi ayunos de trato intelectual con los italianos, ni más ni menos que con los portugueses. Las cuatro quintas partes de lo que se traduce, viene de Francia; y apenas si conocemos por otro conducto que por el francés, lo poquísimo que sabemos de alemanes, de ingleses o de americanos.
Quiere decir todo esto, que debe ser muy grande la gratitud que sintamos hacia el Sr. Valentí Camp por esa generosa labor suya; y sirve también para explicar el ambiente nuevo, los aires de afuera que trae al espíritu la lectura del interesante libro que ahora publica con el título de: Premoniciones y Reminiscencias.
* * *
Es una colección de siete estudios, que versan respectivamente sobre La libertad de enseñanza, El objeto de la Sociología, La síntesis sociológica, Dorado Montero, Locos agresores, El progreso legislativo y La novela de una feminista. Todos contienen algo nuevo; en todos se leen observaciones cuerdas y atinadas, y en todos también revela el Sr. Valentí Camp lo enterado que está de la intelectualidad contemporánea. Lo que yo echo de menos en algunos de estos estudios, y especialmente en La libertad de enseñanza y en El objeto de la Sociología, es la acentuación del vigor demostrativo necesario para llevar a la mente el convencimiento acerca de la verdad sustentada, pero reconozco que en esta materia entra por mucho el temperamento de cada uno, y que la buena fe y el entusiasmo del que escribe, logran a veces resultados que no es capaz de conseguir el armazón matemático mejor construido.
También confieso que el misoneísmo, la repugnancia hacia lo nuevo, me parece absurdo y anticientífico, pues, como dice el Sr. Valentí Camp{1}: «La vida no tiene funcionalismo alguno estadizo o inamovible, porque el medio cósmico no lo permite jamás desde que el mundo existe en el conjunto llamado Universo.» Pero asimismo paréceme irracional y contrario a la ciencia lo que llamar podríamos misopaleísmo. Las leyes de la evolución y de la herencia nos enseñan, entre otras cosas, que todo en el mundo está ligado por enlaces que a veces no se descubren, y que en toda generación y en toda obra hay algo de la precedente y de las anteriores. Nunca podrá, por consiguiente, conocerse a fondo la condición actual de un hombre, de una obra, de un pueblo cualquiera, sin tener datos acerca de lo anterior. De aquí lo que podríamos llamar: valor contemporáneo de la historia antigua, apreciado siempre por los grandes sociólogos (v. gr. Spencer).
«La crítica, –escribe el Sr. Valentí Camp– en su más elevada esfera intelectiva, como elemento constituyente o factor del progreso humano, es pura y simple manifestación natural de la razón en funciones inquisitivas del realismo cognoscible, y, en consecuencia, si el profesor carece de la más omnímoda libertad para investigarla, queda anulado para la enseñanza y reducido a precaria condición de instrumento, sujeto al mandato oneroso del gobernante.» Verdad es; pero precisamente por eso conviene distinguir entre la libertad de enseñanza y la libertad del profesor. La libertad de enseñanza no es sino una de tantas manifestaciones de la libertad de conciencia, y admitida ésta como un verdadero derecho, es forzoso admitir aquélla. En una sociedad racionalmente organizada, todo el mundo puede enseñar lo que quiera y como quiera (el Estado histórico pondrá siempre la cortapisa de que no se ofenda a la Moral histórica); si no se sabe, o aun sabiéndose, se carece de habilidad para divulgar los conocimientos, ya se encargará el público de no asistir a las lecciones, y será preciso cerrar el establecimiento. Pero esa libertad, que puede y debe tener la Escuela libre, o el Profesor libre (económicamente), no la posee ni la poseerá nunca el Profesor a quien el Estado paga y mantiene. Ese mandato oneroso del gobernante, a que se refiere el Sr. Valentí Camp, pesará siempre sobre el Profesor oficial, aunque sólo sea desde punto de vista del instinto de conservación de ese Estado, que para aquel Profesor ha de ser un dogma intangible.
* * *
El Sr. de Unamuno, Catedrático de Lengua griega en la Universidad de Salamanca, ha dicho con su habitual e impertinente ligereza que la sociología es una «horrible quisicosa», «el compendio más antiartístico y más iliterario de todas las patochadas que pueden ocurrírsele a un hombre cuando habla de las cosas que hacen los demás hombres»{2}. En algunos sociólogos, especialmente de los que gastamos por España (con muy honrosas excepciones), la sociología suele, en efecto, ser eso; pero es injusto confundir la ciencia con los hombres, como lo sería juzgar de la Crítica en general por los desahogos del escritor mencionado.
El Sr. Valentí Camp parece considerar la Sociología como ciencia de la civilización, y advierte que en ella vienen a compenetrarse la Historia y la Filosofía de nuestro tiempo. Lo indudable es, como con gran penetración se observa en el tercer Estudio, que la obra sociológica tiene un aspecto predominantemente sintético, por lo cual hace notar el autor que nadie pueda tomar parte seria en la ardua labor filosófica moderna «sin una adecuada y honda preparación pedagógica, en cuanto los estudios de geología, botánica, zoología, etnografía, microquímica, psicofísica, &c., son indispensables para conocer en su positiva realidad los principios y las aplicaciones de la historia, la economía, el derecho y la política contemporáneos, con objeto de hallar los fundamentos de la constitución de la ética naturalizada a fortiori».
Los dos estudios: El objeto de la Sociología y La síntesis sociológica, dejan una impresión profunda de lo extraordinariamente complejo de la labor de esa ciencia. Esto mismo me induce a mí a reconocer la imposibilidad actual de una ciencia de la sociedad, si se toman estas palabras como representativas de un estudio completo y total. Sería una pretensión tan absurda como la de fundar una Individuología, donde se comprendiesen todas cada una de las ciencias que hoy se ocupan en lo psíquico y en lo somático del hombre, aisladamente considerado. No habría capacidad cerebral que pudiera emprender un estudio de tal naturaleza, contradictorio con la ley, cada día más viva, de diferenciación y especialización del trabajo.
Pero, por fortuna, no se pretende que sea tal cosa la Sociología, y el Sr. Valentí Camp observa con tino que esa ciencia estudia la sociedad de cierto modo, y que «sólo convencionalmente puede considerarse divisible en ramas». La comparación más adecuada para formarse idea de lo que sea la Sociología en relación con las ciencias sociales particulares (Derecho, Economía, &c., &c.), me ha parecido siempre la que puede establecerse entre la Biología y las ciencias biológicas concretas. Así como la Biología estudia la vida de un modo generalísimo, examinando las leyes de su desarrollo, leyes que luego las ciencias biológicas particulares aplican cada una a su especial esfera, así la Sociología estudia de un modo generalísimo la sociedad, en su estructura, órganos, funciones y evolución, y encuentra leyes que las ciencias sociológicas particulares deben aprovechar después. Fairbanks{3} lo reconoce con gran claridad: «Sociology may embrace all the sciences dealing with society, but it does not destroy the partial independence of any of these branches. It includes economics, politics, &c.; but, instead of supplanting them, as Comte thought, its proper sphere is to lay the foundation for these particular social sciences. Defined from this standpoint, sociology will deal: with the general structure of society, its organs, and their functions; and with the laws governing social progress, or the evolution of new and more complex forms of social life»{4}.
* * *
Los dos capítulos: Un sociólogo español: Dorado Montero y Locos agresores (comunicación leída en el VI Congreso de Antropología Criminal, celebrado en Turín), son escogidas muestras de las aficiones del autor a los estudios de sociología criminal.
Las páginas, en alto grado sugestivas, que el autor dedica a la persona y trabajos del Profesor salmantino D. Pedro Dorado Montero, representan un verdadero acto de justicia en honor del «primero y casi único de nuestros criminólogos contemporáneos». La labor seria y honrada del Sr. Dorado Montero, mejor apreciada en el extranjero que en España, era muy digna de semejante homenaje, y hace perfectamente el Sr. Valentí Camp en indignarse, con este motivo, de que todas las manifestaciones de nuestra vida nacional, sin excepción que valga la pena de consignarse, estén dirigidas por hombres de espíritu frívolo, ineducados y faltos de toda orientación moderna, siendo la literatura amena y el arte barato la única base de nuestra cultura.
En la comunicación sobre Locos agresores, recoge con acierto el autor las principales observaciones de la Psiquiatría moderna, e insiste acerca de un hecho que estimo de singular transcendencia: «para conocer –dice– no los límites, matemáticos e ilusorios en concreto, entre la cordura y la insensatez, sino los caracteres comparativos de la agresividad morbosa y la hígida, importan al jurado, al tribunal y a la sociedad entera más la fijación de las costumbres del acusado, que la ilicitud del acto, considerado como transgresión legal de número y caso escritos en la ley».
Recuerdo a este propósito un suceso típico, que revela cuán distante de tales apreciaciones se halla nuestra administración de justicia. Defendía yo en casación a un hombre honradísimo, trabajador y de los mejores antecedentes; que se había visto obligado a herir mortalmente a un matón de oficio, en legítima defensa. El Jurado había apreciado la circunstancia de riña o desafío, pero no la de legítima defensa (incompatible con aquélla), por haberse negado el Tribunal de Derecho a incluir las preguntas del letrado defensor. El resultado era que se le condenaba a mi defendido a 14 años y pico de reclusión, totalmente inmerecida. Protestaba yo en casación de que no se hubiesen incluido las preguntas referidas, y hacía notar además la honradez y buenos antecedentes del condenado; pero el Ministerio Fiscal, que, con raras excepciones, suele entender su misión a modo del verdugo, me contestó: «¿qué nos importan los antecedentes? ¿qué tenemos que ver con la conducta? ¡dura lex, sed lex!» ¡Mientras esto se oiga y se admita, no habrá esperanza de regeneración en nuestros procedimientos de justicia!
* * *
En La novela de una feminista, el Sr. Valentí Camp hace el debido elogio de una distinguidísima pensadora española, Magdalena de Santiago-Fuentes, que, en una reciente novela: Emprendamos nueva vida, ha dado pruebas de un vigor de espíritu y de una elevación de criterio que ya quisieran para sí muchos de nuestros varones intelectuales. Con este motivo, el autor se siente llevado a exponer algunas consideraciones acerca del problema feminista, cuestión capital que hoy preocupa a numerosos sociólogos extranjeros y que apenas parece interesar en España, salvo contadas y valiosas excepciones.
Considero de tanta importancia este problema, que entiendo no existe ningún otro que le supere, en relación con la vida actual, dentro de la sociología contemporánea. Aunque sólo se le considerase desde el punto de vista pedagógico, es un hecho que el valor de la educación masculina depende, en grandísima parte, del que tenga la educación que a la mujer se dé. Los Estados Unidos de Norte América ofrecen, en este sentido, ejemplos de una eficacia positiva. Los demás pueblos, en general, a pesar de haber consignado en sus leyes, desde el tiempo de los romanos, que la locución masculina comprende a la femenina (salvo advertencia en contrario), al celebrar y defender los Derechos del Hombre parecen haber prescindido de la máxima citada, refiriéndose principal y casi exclusivamente a los derechos del sexo masculino.
El Sr. Valentí Camp, a quien, por lo visto, tanto interesan estas cuestiones, y que tan buenas condiciones tiene para estudiarlas, por sus dotes de observador y psicólogo, debería consagrar algún trabajo a este problema, y mucho nos equivocaríamos si tal intención estuviese lejos de su ánimo.
* * *
El penúltimo estudio contenido en este libro, trata, con el título de El progreso legislativo, de una serie de cuestiones capitales de sociología jurídica. El autor se muestra amante del progreso y de la reforma, y confía en que llegaremos a ellos. A pesar de esto, ciertas páginas revelan el justo pesimismo que aflige su espíritu: «no la totalidad, –escribe– pero sí una gran parte de la gobernación de los Estados pseudocultos, está a merced del agio, del financierismo y del ius utendi et abutendi, únicamente en vigor y apoyado en la fuerza eficiente de los ejércitos permanentes, como en los más aciagos días de la Roma imperial y de la Santa Alianza europea. ¡Aún la force prime le droit!»
De todo esto quizá indujese alguno que el autor es radical, o socialista, o revolucionario; pero yo no saco ninguna de estas consecuencias, porque aborrezco la tarea de poner cartelones o motes de sistema a nadie. El Sr. Valentí Camp es un pensador independiente y honrado, que escribe con sinceridad y arrojo. Esto es lo que yo deseaba hacer constar, y a esto quizá debieran haberse reducido las presentes líneas, que sirven de introducción a un libro, al cual espera fundadamente el público que han de seguir otros del mismo autor, no menos sustanciosos y útiles.
Madrid, 14 de Julio de 1907
——
{1} Estudio VI.
{2} Sobre la erudición y la crítica (en La España Moderna de 1.º de Diciembre de 1905). Es el caso que el Sr. de Unamuno dice estas cosas con el único objeto de que se le cite, y yo acabo de darle ese gusto, pero pase por esta vez, y perdóneme el Sr. Valentí Camp.
{3} Introduction to Sociology. London, 1899, página 15.
{4} «Puede comprender la Sociología a todas las ciencias que se refieren a la sociedad, pero sin destruir la parcial independencia de ninguna de esas ramas. Abarca la Economía, la Política, &c.; pero, en lugar de suplantarlas, como pensaba Comte, su esfera propia es dar los fundamentos de esas ciencias sociales particulares. Definida desde este punto de vista, la Sociología se referirá: a la estructura general de la sociedad, a sus órganos y a sus funciones, y a las leyes que rigen el progreso social, o la evolución de nuevas y más complejas formas de vida social.»
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, págs. v-xx. ]
II
El objeto de la Sociología
«Nicht zurück zu Kant, geschweige zu Thomas von Aquino,
sondern vorwärts zum monistischen Positivismus.»
Gustav Ratzenhofen. Positive Ethik. Leipzig, 1901.
Desde que Augusto Comte empleó el neologismo Sociología para significar el estudio metódico de las sociedades humanas, como Historia y Doctrina, procede la necesidad de fijar, si es posible, el contenido de la ciencia social en parangón con las demás ramas del saber, dedicadas a la investigación de la vida colectiva y a la génesis de su evolución. En la antigüedad griega, los filósofos quisieron que se les considerara como antropólogos, en tanto que estudiantes del hombre en el Cosmos, y así lograron dar a la sabiduría helénica la unidad real, cuyos componentes se ofrecen como fenómenos de un conjunto totalizado y verdadero. Hoy el título de Antroposociología expresa bien la necesidad de unir el conocimiento del hombre social y el del hombre de la Naturaleza, y por esto se comprende fácilmente que las locuciones Biología general humana, Antropología social, sean equivalentes a la de Sociología para indicar el estudio natural del hombre, evolucionando éste del estado primitivo al de civilización.
En este sentido no sería impropio definir la Sociología como ciencia de la civilización, puesto que la humana grey evoluciona gradualmente, desembruteciéndose y perfeccionándose a medida del progreso obtenido en el conocimiento verdadero, exacto y objetivado de los fenómenos que la asociación motiva por sí misma con el fin de transformar el hombre en ciudadano. La funestísima manía de los dualismos creó el homo duplex, el animal racional, la inteligencia servida por órganos... hipótesis cuya transcendencia perdura, sin que sea fácil prever su remota desaparición en el ámbito de la Filosofía.
La vida racional, como quiera que se entienda, es por completo imposible sin hipótesis. La mayor parte del contenido de la Historia de las civilizaciones lo forman las creencias y doctrinas{1}. El progreso y la evolución social se concretan en la cerebralidad de los grandes pensadores. Quien inventa una hipótesis útil a la vida colectiva, contribuye directa o indirectamente a la inmensa obra civilizadora en proporción al grado de verdad que logra descubrir analizando y criticando los fenómenos psíquicos inseparables de los cósmicos.
A la Filosofía contemporánea se debe, casi por completo, la posibilidad de analizar las hipótesis, sin excepción, por medio del poderosísimo método experimental y comparativo, empleando procedimientos expeditivos semejantes a los usados en los modernos laboratorios de microspección panóptica para averiguar los fenómenos del Universo. Al escribir este estudio, tomo por base los tres conceptos siguientes, de Protágoras, Kant y Darwin, con el mero propósito de indicar que la sabiduría evoluciona renovando la parte más culminante del helenismo sociogénico con los datos precisos y objetivos de la experimentación actual: «El hombre es la medida de todas las cosas.» «Toda nuestra realidad no es más que un fenómeno»{2}. «La verdad sólo existe en la experiencia. He experimentado a menudo una gran dificultad para hacer una aplicación exacta de las palabras: Voluntad, Conciencia, Intención»{3}.
En Sociología, tanto o más que en Cosmología, el saber griego debe entenderse como una prodigiosa «síntesis prematura», según se ha dicho hace pocos años por la crítica filosófico-naturalista. Seguramente por esto la obra de los pensadores modernísimos es puramente de ampliación demostrativa por el análisis objetivo de la síntesis helénica, y, en consecuencia, se han invertido los términos titulares del especialista que estudia el Cosmos y la civilización por el deseo de saber cómo es el primero y qué puede llegar a ser la segunda.
El filósofo antropólogo del período inicial o embrionario de la cultura cívica, es ahora el antroposociólogo, y al compás del progreso, –cada lustro con mayor motivo o razón,– de suerte, que esto expresa la evolución renovadora y ampliativa; porque si las generalizaciones anticipadas se confirman en todas sus partes con los datos empíricos o de experimentación servida por instrumentos gráficos a los cuales debemos el conocimiento del medio y del hombre, queda probado evidentemente cómo la ciencia social moderna continúa y perfecciona la antigua. El problema supremo de la vida de la psiquis colectiva, se reduce a muy breves términos, casi imposible de ser enunciados con mayor parquedad, expresados así o de otro modo análogo en lo sociológico.
Siendo el conocimiento infinito, la verdad de la Naturaleza, exemplificada en el medio –cósmico y social– y en nuestro organismo, se impone con carácter absoluto para constituir la organización social con elementos de artificio o convención, imitadores de la realidad que, no pudiendo ser naturales, se aproximen a ella y jamás se opongan ni en principio a las acciones mesológicas favorables a nuestra existencia desde el engendro hasta la muerte. La filosofía crítica del famoso pensador de Königsberg y la biología antropológica de Darwin, marcan las dos grandes etapas de la moderna ciencia de vivir ascendentemente, merced al progreso integral: una que analiza la índole del conocimiento sistematizado, sin dogmatismo soñador alguno; otra que investiga la evolución mental sin entelequias ni tautologías, inservibles desde que los sabios pueden emitir con entera libertad sus hipótesis y observaciones personales. De suerte que cuanto se averigüe de la vitalidad cerebral humana, conservada por los alimentos reparadores y ampliada por la instrucción educativa en las masas ciudadanas, ha de ser la primera materia para hacer posible y aun agradable la existencia del hombre y la mujer intelectualizados en comunidad hiperorgánica, que no retrocede dentro de la génesis integrada por la ciencia natural, exacta, positiva, biológica o como se denomine el saber contemporáneo.
La Sociología no puede fundarse en meras abstracciones como en tiempo de Kant, sino en concretismos cada momento más prácticos, porque se refieren a la posibilidad de vivir asociados los que saben vivir sanos, trabajando sin tregua por su bienestar como personas, no a modo de bestias domesticadas. Al expresar el célebre naturalista inglés la dificultad sentida a menudo para aplicar con exactitud las palabras fundamentales del fenomenismo cerebral, que es el más complejo e inextricable en Sociografía y Sociogenia, no hace más que una revelación sincera, explícita, del modo de ser propio del analista contemporáneo que, con nuevos datos, sin sostener polémicas, prohibiéndose abstracciones, agranda los dominios de la certidumbre experimental, completa y metódicamente alcanzada por procedimientos de investigación libérrima, pero sistematizados como fenómenos del psiquismo. Cuantos trabajan en la constitución de la Sociología científica, toda ella nueva, porque se funda ex datis y no ex principis, son bio-antropólogos que cumplen conscientemente su función organizadora, tecnológica, en cuanto la psiquis humana ha de ser conocida por anatómicos y fisiólogos como un conjunto en vivo. Antes se supuso que lo formaban potencias abstractas; ahora éstas se analizan como procesos célulo-viscerales. Y nada más. En consecuencia la Sociología, ciencia de la civilización, sólo convencionalmente puede considerarse divisible en ramas, disciplinæ (a la antigua usanza dialéctica) si el Derecho, la Economía, la Medicina y la Ética, no representan más que especialidades del análisis biológico totalizado; pero subdeterminándose en concreto por la ley fatal llamada división del trabajo esencialmente mental, inquisitivo y de reforma, o de esfuerzo reflexivo, útil a la comunidad cívica.
La Sociología no consiente dualismos, porque ni en el Cosmos existen, ni la civilización los necesita. A ellos se debe casi en totalidad la lentitud desesperante del progreso contenido intrínsecamente como renovación de costumbres, instituciones, leyes, normas; porque arraigada la confusión en las palabras y tecnologías –díganse de bilateralismo causal y finalista, de mixtura biológico-transcendente, de hibridismo dogmático autoritario– hasta después de la proclamación de los derechos del hombre ciudadano, no ha podido existir la ciencia social o, dicho con frase más apropiada, sociológica, por falta de libertad en aquél para analizarlo todo: Naturaleza, Sociedad y Progreso, no para saber lo que son en sí, in esentia, sino en acto o función de interdependencia y relativismo completo.
El hombre en la Naturaleza y el mejoramiento social por obra de la ciencia, como fórmulas o postulados de la sociología –actual o futura,– contienen las mayores y más urgentes síntesis de los problemas vitales para la existencia colectiva en perenne evolución y sin involuciones morbosas de gran cuantía inmediata. Conocer para actuar, estudiar para vivir, gozar de salud el que trabaja en provecho propio y sin daño ajeno como persona social, no son hoy ilusiones, producto de cerebraciones inconscientes ni utopías del socialismo de cátedra u otro cualquiera sucesivo, sino puras manifestaciones de la realidad psicológica, salida del periodo incoativo de infantilismo y entrada en el de adolescencia por ley de desenvolvimiento normal. Por un excesivo sentimentalismo trascendente, la humanidad ha progresado a paso de tortuga, y por un opuesto intelectualismo atomizador va, hace apenas cuatro siglos, buscando la verdad con vuelo de águila; de suerte que la Sociología reúne lógicamente los dos procedimientos, analítico y sintético, para conocer al hombre y lograr la constitución de la ciudad futura, examinando detalles y conjunto, perspectiva poliscópica y contextura microquímica de nuestra progenie en la Naturaleza.
La Sociología no puede salirse del realismo objetivo al examinar hombres y pueblos, razas y formas del civilismo evolutivo, y, por consiguiente, debe proclamar la salud y la alegría como supremo bien individual y base primordialísima de la felicidad y el progreso de la colectividad.
No hay un solo problema en la vida de las sociedades que no pertenezca a la antropología, en cuanto ésta trata de la sanidad y la enfermedad, general y concretamente considerado el individuo asociado a sus semejantes como el más necesitado de higiene desde el punto mismo en que con las grandes aglomeraciones en las urbes populosas se multiplican y exacerban las causas morbígenas (tóxicas, químicas, traumáticas, físico-mecánicas); en series infinitas cuya titulación es suciedad, hambre, sed, cansancio, lesiones, salacidad... añadidos por pura irracionalidad los vicios, maldades, violencias, modas y todo lo que con apariencias de elemento civilizador lo es de enfermedad y crimen.
Si puede existir la ciencia de las sociedades, ha de ser a beneficio de la certidumbre adquirida para fijar las condiciones por medio de las cuales la vida es posible con el equilibrio de todos los órganos y la civilización ilusoria sin éste. No es concebible un socialismo fuera de la profilaxis, por la única razón de que el atraso humano depende casi en masa de un brutal curanderismo disfrazado de terapéutica conservadora con títulos falsos de estudio teológico, filosófico, metafísico, moral, político, psicológico, &c. Aquiles Loria, el insigne economista y crítico italiano, ha demostrado en un libro admirable{4}, prodigio de serenidad y de aguda observación, que la constitución social histórica es obra pura y neta de receta apriorista, presuponiendo a capricho v. gr., que el hombre ha nacido para el mal y en consecuencia que castigándole se le puede corregir ya que no mejorar con intimidación y fuerzas sistematizadas en forma de instituciones, leyes, ordenanzas, reglamentos y demás procedimientos coactivo-represivos.
Mal podría saberse, por ejemplo, cómo el agua es un elemento primordial de cultura cívica, mientras no se conoció su composición elemental en su valor en la constitución del cuerpo humano sin examinarla al microscopio, ni su trascendencia política antes de emprenderse el estudio de la demografía estadística, en suma, considerando ese factor de la Naturaleza involucrado en la civilización.
Lo propio puede decirse tratándose de los alimentos, las habitaciones, el vestido, el trabajo, en tanto que sanitariamente hemos de vivir progresando y no podemos referir jamás la civilización a morbosidades, aberraciones y monstruosidades, obra de locos ignorantes o de sabios alocados, erigidos en autoridad por imperativo escueto de la herencia, la tradición y el egoísmo, amalgamados en las oligarquías burguesas dueñas en la actualidad de la vida jurídica de casi todos los pueblos.
El concretismo objetivo civilizador no va de la ciencia a la experimentación crítica, sino de ésta a aquélla, porque la Biología no puede ser abstracta estando fundado el análisis en el método comparativo y siendo éste dependiente del microscopio, la balanza, el reactivo, el cronógrafo, la vivisección, &c... A nadie puede causar asombro que en Sociología tenga más trascendencia v. gr., la contribución de consumos que la ley hipotecaria, mirando a la sanidad de productores y consumidores, a la seguridad personal en urbes y aldeas, al aumento de la tuberculosis pandémica, a los envenenamientos colectivos por sofisticación de los alimentos, al latrocinio municipal, a la amoralidad sembrada desde la cima de los poderes públicos por medios bastardos y violentos, puestos al servicio del anticivilismo de clase, partido y secta, todos vitandos e insoportables.
Son irreductibles a serie las pruebas que pudieran aducirse demostrando las diferencias enormes entre el ayer y la actualidad de la vida social desde los últimos adelantos de la ciencia en general, y además concreta a la estática y dinámica de la civilización naturalizada en cuanto cabe por la objetividad del estudio moderno, libre y autárquico. No es, pues, insólito que la Sociología luche con dificultades de todo género para constituirse como organismo tecnológico, colocada entre dos inmensas corrientes representadas por la vieja Filosofía de la Historia y la novísima Antropología comparada, a cual más poderosas por sí mismas. Cada lustro se hace más imperiosa la necesidad de aprender a vivir para gozar de salud y bienestar en unión de nuestros convivientes, para formar familia, educar a la prole, instruirnos, cultivando y acreciendo nuestra mentalidad en tanto que seres conscientes, intencionales, y de ahí la vulgarización de la ciencia natural o biológica, única base inconmovible de la cultura cívica, positiva, sobre la cual ha de fundarse toda construcción ideológica, útil y fecunda al desarrollo de nuestra psiquis, si ésta ha de aumentar robusteciéndose por medios preventivos puestos al alcance de todas las clases, especialmente la proletaria, manual o intelectual, no rentistas ni parasitarias de los organismos del Estado.
Sin convertir la Sociología en zona neutral ante los ismos propios de la perpetua lucha por la verdad, bien pudiera convenirse en dar al estudio social un carácter de economía sanitaria con las prerrogativas de sintetizar lo bien adquirido en toda disciplina experimental y crítica, y de analizar los componentes del cosmos, englobando en ellos la humanidad, para poder así construir con hechos reales siquiera el andamiaje del inmenso edificio dedicado a proteger la débil estirpe, que sólo en su cerebralidad puede hallar defensa contra las necesidades de su organismo y guía que la oriente para hacer del hombre un ciudadano inteligente y altruista, empleando únicamente los procedimientos de la intelectualización intensiva y solidaria tal cual ahora se empieza a conocer, sintiendo las angustias del peligro inmediato que integran reunidos el innovar del Risorgimento, el discutir de la Reforma y el demoler de la Revolución.
Asignando a la Sociología las funciones de técnica de la civilización, sus cultivadores habrán de ser forzosamente bio-antropólogos y antropo-filósofos, y no de la clase de diletantes, sino formados en la severísima mesología de los laboratorios, hospitales, manicomios, prostíbulos, cárceles, museos, escuelas, bibliotecas, talleres, minas, &c., y adaptados a las luchas de la verdad austera y noblemente defendida, cual cumple al que la estima, un imperiosísimo deber de conciencia, superior a todos los demás.
La Pedagogía, apenas difundida en nuestros días, la enseñan en la América del Norte profesores de Filosofía; y baste este hecho para mostrar la nueva ciencia sociológica en una de sus más trascendentales virtualidades efectivas y prácticas al mismo tiempo que modernísimas, comparándola con la antigua estructura de las Universitas y el Seminarium, cohibidos por la hostilidad del medio, primero feudal, luego capitalista y siempre ignorante y opresor. Para organizar la sociedad con base científica, el hombre será eternamente la medida de las cosas, al adecuar los fenómenos psíquicos al realismo de la necesidad, empleando para ello el menor número de palabras ajenas al vocabulario técnico; desde la Matemática a la Etnología, porque en esto estriba la nueva ciencia de la Naturaleza, y así ha de proceder con circunspección el sociólogo, contribuyendo con su trabajo intelectual a la obra grandiosa de la civilización modernísima.
——
{1} G. Greef. Evolución de las creencias y doctrinas políticas. Esta obra forma parte de esta Biblioteca.
{2} «Prolegom.», pág. 204, 1783.
{3} «Expresión de las emociones», cap. 14 (final), «Conclusiones y Resumen».
{4} Le bassi economiche della costituzione sociale. Torino, 1901.
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, págs. 27-39. ]
III
La síntesis sociológica
Las necesidades inherentes al estudio del hombre que vive socialmente, no se contienen todas en el análisis de nuestro organismo en los dos respectos de estructura y funciones.
Los datos obtenidos por investigación objetiva de los caracteres simples y complejos de nuestra fábrica vitalizada no pueden permanecer dispersos, pues cuanto más concretos mejor permite su modo de ser comparaciones seriales de más o menos elementos simples o irreductibles hoy, integrados en el individuo como éste se contiene fatalmente en el conjunto social. La síntesis ha acompañado perpetuamente a la obra analítica en todas las épocas de la constitución técnica del saber, pero es de nuestro tiempo la profunda inversión que el método ha impuesto a las relaciones de mutualidad cooperativa, existentes entre el analizar y el sintetizar, ya que en abstracto y en concreto la ciencia ahora procede por inducción previa como fundamento ineludible de la deducción consecutiva.
El estudio natural del cosmos y de la sociedad humana nació con el Helenismo antropológico; pero su desarrollo data de dos siglos, porque del exceso de la abstracción deductiva y autoritaria surgió la protesta del concretismo inductivo y anárquico antes en Biología que en Sociología, siendo la Metafísica racionalista el puente o camino para llegar a la ciencia positiva moderna, cuyos principios forman series, en virtud de leyes descubiertas con entera libertad de examen. Porque el análisis es totalmente libre, la síntesis va quedando reducida a menor categoría en lo didáctico del saber superior o Filosofía aplicada a todas las demás llamadas disciplinas y ramas del estudio, sin que valga en la actualidad dividirlas en morales y políticas, naturales y sociales por error inveterado y costumbre cómoda de dualizar lo divino y lo humano, lo psíquico y lo somático, lo económico y lo político, &c.
Bacon y sus continuadores lograron ya en gran parte el apetecido triunfo de la verdad evidenciada, por experimentación en todo y para toda la existencia social de los pueblos que quieren civilizarse. La totalidad de las construcciones artificiosas de la civilización a base teúrgica y cesarista están en ruinas por obra del análisis metódico que busca la naturalidad de los organismos sociales en leyes cósmicas fatalmente cumplidas al realizarse los actos humanos con estricta y laxa relación de causa a efecto, dirigiendo la razón al cuerpo y éste condicionando a aquélla en el individuo y en la colectividad.
La razón humana progresa con penosa lentitud por exceso de síntesis convencionales y por notorias deficiencias del análisis experimental, que a la hora presente todavía se le tacha de esterilidad civilizadora por dictamen de quienes saben que el mundo moral adelanta, pero en contra de la mentira por ellos explotada de un modo egoísta, porque así conviene a sus vicios y concupiscencias. Fácilmente se imagina en los tiempos prehistóricos la existencia de un orden social completo y habilísimo que descendiendo desde las sublimidades olímpicas a las impurezas de la realidad, la voluntad suprema se cumplía indeclinablemente en la persona del ciudadano insignificante o sabio por ser el soberano en la tierra lo que Dios en el cielo causa absoluta, incuestionable y providente; por cuanto ya el observador satírico había insinuado como analizador naturalista que la labor divina la hace y deshace una misma mano, a capricho, sin ideal sociológico fijo de afirmación y de permanencia integrales.
La teogonía oriental griega, posterior a Hesiodo, evidencia por completo que el sentimentalismo ha legislado ad libitum por efectivo abuso de síntesis dogmáticas, con y sin ideal de procurar el desembrutecimiento del hombre y la mujer en condición de pensar con espontaneidad de seres racionales, no esclavos, ni siervos, ni dependientes de los magnates, de la Iglesia, del Estado o del capitalismo. Los intérpretes de la voluntad divina supra-sensible han tratado, sin cesar un momento, de estatuir los principios cardinales del pensamiento, limitándolos a las leyes de la vida terrenal, deduciéndolos de una inteligencia extraordinaria, infalible, perdurable, eterna y tan providente que contiene en sí el principio y fin de todas las cosas, pero proclamando a la par inescrutables los designios supremos, sometidos a variables contingencias de lugar, tiempo, modo, persona física, social. &c.
Primero la Teología, luego la Metafísica escolástica, contienen un museo completo de las síntesis dogmáticas, que en vano han tratado de crear la vida ascendente del individuo, asociándose para los fines primordiales de la salud, el trabajo, la cultura, el progreso, la paz, la justicia, el arte; fuera de los cuales no hay mayor carga irresistible que la existencia convertida en perpetuo quiero y no puedo sociológico.
El siglo actual, que es de duda filosófica, de investigación y experimentación positiva, ha comenzado los cimientos de la nueva ciencia de la vida cósmica y social, mostrando la trascendencia constituyente del análisis, dado el atraso de la Histología en cuánto se refiere a nuestra estructura y funciones cerebrales, o sea a la certeza poseída por el anatómico y el fisiólogo para explicar los fenómenos de la cerebración humana. No es de extrañar, pues, que la Sociología tenga más de una definición, aparte de la descriptiva, biología de los grupos civilizados, porque en ella están compenetradas la Historia y la Filosofía de nuestro tiempo. Analizando sin cesar, van reduciéndose los enigmas de la cerebralidad y los arcanos de la razón; así lo que antes eran abstracciones son ahora fenómenos concretos; la vida mental es la más compleja, pero nada tiene de excepcional comparada con la del sistema nervioso en su totalidad y éste condicionado por el organismo entero e indiviso en cada ser humano.
Es tal la razón consciente, cual es el cerebro en cada persona. La evidencia de esta verdad, afirma el ilustre pensador austriaco Stricker, débese al análisis anátomo-fisiológico modernísimo, que prescinde de todo cuanto no sea objetivación de fenómenos vitales en los elementos de la substancia gris y blanca en conflicto de actividades tróficas y cinemáticas con la sangre o medio interior para los sistemas, aparatos y vísceras de todo nuestro organismo. No son síntesis con pretensión de perfectas, a la añeja usanza dogmática, las generalizaciones perentorias y condicionales que el análisis actual de la vitalidad mental propone descriptivamente para conocer la estática y dinámica de nuestras actividades en cuanto se exteriorizan por actos de la voluntad reflexiva y consciente.
La Antropología comparada o zoológica (estudio de la especie humana en comparación con las especies vecinas), es la base natural de la Psiquiatría, porque no habiendo saltum anatómico no le hay fisiológico, entre los animales superiores y el homo sapiens, por más que el perfeccionamiento de éste haya llegado a convertirle en agente de la vida colectiva suya, inseparable de la de sus semejantes y convivientes.
El hombre es por sí medio para la vida social, puesto que hace y deja de hacer como causa modificadora de las leyes de la materia cósmica. Y ahí radican dos grandes cuestiones previas, impuestas a los pensadores al proponerse averiguar qué leyes cósmicas existen, cómo son las sociales comparadas con ellas, y cómo debe definirse la ley en abstracto y concretamente.
Varias son las leyes descubiertas en Física, Química, Mecánica y Biología como estática y dinámica de la materia en actividad de cambio molecular entre los cuerpos y su ambiente o medio natural. Muchos son los conceptos de la ley expresando el conocimiento experimental adquirido respecto a las acciones y reacciones de los cuerpos en esfera de reciprocidad como materia y movimiento o trabajo y efecto útil producido con unidad de lugar y tiempo. Puede considerarse como ley: la necesidad conocida en las relaciones mutuas entre los fenómenos y sus agentes; el conocimiento práctico de los fenómenos objetivos necesariamente relacionados entre sí; o la evidencia experimental adquirida respecto de la mutua relación de los cuerpos naturales o no{1}.
Lo fatal, necesario en los fenómenos espontáneos o provocados constituye ley de existencia, de caracteres sensibles en todo cuerpo definido y ley de manifestación de propiedades por agentes y estímulos aplicados a una individualidad. Lo contingente, casuístico en el conflicto material de lo anorgánico con lo organizado es también ley de permanencia del ser en su medio favorable o de desaparición en el que le es adverso.
Las leyes cósmicas son todo fatalidad de acción y reacción interdependientes en absoluto, y las sociales son siempre contingentes, subalternadas a la de la Naturaleza. De ahí que la humanidad, sustraída a las leyes naturales, sea un error y una quimera. Jamás la vida humana puede contraponerse a las leyes cósmicas sin quedar anulada y destruida en breve tiempo. Todas las leyes mecánicas, físicas, químicas y biológicas del universo se cumplen indeclinablemente en nuestro organismo desde el engendro hasta la muerte del individuo. En nada se distingue el ser humano de los seres animales, sus inferiores en cuanto a la vida de nutrición y generación. En lo que concierne a la racionalidad de nuestro linaje, no por compleja y superior comparada con la cerebralidad animal, está exenta de las leyes de substancia y forma propias del sistema nervioso ganglionar general elevado al máximum de complejidad y aumento morfológico posible. La necesidad es ley de todo lo vivo, y así lo proclamó la sabiduría griega formulando el apotegma inolvidable: ni los Dioses resisten a ella.
La diferenciación entre el bruto y el hombre, el ignorante y el sabio, es cuantitativa y cualitativa por selección y por herencia; pero en la evolución mental hay dos estados, el de perfeccionamiento y el regresivo, subordinados a determinadas condiciones en virtud de las cuales la normalidad es o no posible y con ella la robustez del sistema nervioso o su debilidad morbosa. En vano se ha dividido arbitrariamente la vida humana en psíquica y somática, puesto que la unidad de la persona física o social es perfecta en principio y de hecho, considerando el cerebro como aparato instrumental de la razón, sometido a la ley de la necesidad de nutrirse para poder funcionar y a la del trabajo limitado, alternando la producción con el descanso, con mayor imposición de periodicidad que en el resto del sistema nervioso y en la totalidad del organismo.
Discuten actualmente con ahínco meritorio los sociólogos más identificados con los últimos descubrimientos científicos si tiene la Sociología leyes naturales y si éstas son diferentes de las biológicas. En el palenque de la vida civilizada (sensitiva, genética y mental), se está librando la gran batalla técnica entre los radicales y los conservadores, y expresada con más propiedad la tendencia del estudio superior en críticos de la revolución y glosadores de la historia clásica. Los analistas están hoy obligados a admitir la fatalidad nutritivo-genética, interpretada por las doctrinas del determinismo, en relación con la condicionalidad psíquico social, y al paso que una sola doctrina es aceptada por muchos pensadores en todas las manifestaciones de la actividad humana, queda un gran núcleo de tratadistas eclécticos que negando el libre albedrío absoluto, no admiten la esclavitud de la razón, ni la tiranía del medio sobre la conciencia sana, hígida, normal, o como se denomine a la cordura: estado positivo de la mente, distinguible del negativo de perturbación y morbosidad cerebrales.
Los psicólogos deterministas son lógicos y consecuentes no separando por síntesis lo que para el análisis es inseparable. No es el homo duplex: nutritivas et geneticus el socialmente analizado, sino el triplex por sapiens, y en consecuencia resulta ilógico que en Sociología se admita la libertad de la razón separada de la acción, y se controvierta cómo puede ser autónomo el ciudadano sin más capital que su persona y se teorice para distinguir la moral de la justicia, y en fin, se pretenda que para un solo individuo haya dos dinamismos, el material y el mental, aquél estigmatizado por grosero, éste sublimado por hiperorgánico.
Para que llegue a instaurarse positivamente, con estricta naturalidad la síntesis sociológica, precisa un esfuerzo completo del lenguaje empleado por los investigadores, antes economistas que políticos, moralistas al par que filántropos, tan dispuestos al servicio de la verdad como enemigos del convencionalismo jurídico utilitario, que a menudo da para vivir con vilipendio, pero con daño de la conciencia universal.
La Biología impone sus datos y principios a la Sociología, como lo elemental a lo superior, lo simple a lo complejo, lo universal a lo particular, y cuando lo previo hállase en periodo constituyente, lo que le es consecutivo no puede exigir más evidencia que la que le da el análisis. Mientras la certidumbre experimental sea difícil y escasa, no cabe el lujo ni menos el derroche de las síntesis, porque la fuerza actual de la autoridad no está en los hombres, sino en los hechos demostrados.
* * *
Comienza el estudio moderno a hacer efectivo el antiguo apotegma hechos, no palabras, y además siendo aquél experimental, recomienda la saludable máxima filosófica hypotesis non fingo, de suerte que la decadencia del abuso sintetizador, más se debe a un agotamiento ocasionado por la fatiga dogmatizante, que a la usurpación de funciones, cometida alevosamente por el análisis del cosmos y de la sociedad. Mientras la síntesis fue absoluta, abstracta, subjetivada, autoritaria, la ciencia apenas adelantó durante miles de años; ahora que el análisis es relativo, concreto, objetivo, libérrimo, y demuestra probando y riprovando merced al método experimental, el progreso se realiza en todas las manifestaciones de la actividad y en todas las esferas de la vida social, desde la Pedagogía a la Filosofía, convergiendo la totalidad del esfuerzo civilizador hacia un solo punto, cual es –dice Rodolfo Eucken{2},– naturalizando el hombre y humanizando la naturaleza.
La verdad, analíticamente descubierta por la Biología, es el principio y la fuente de la certidumbre inductiva para conocer los límites de la normalidad y los modos patogenésicos que la suspenden y anulan objetivamente. De la misma manera que es imposible la Fisiología sin la Anatomía, así también lo es la Política sin la Economía, porque la estructura es base indispensable del conocimiento para deducir el funcionalismo micro y macroscópico en todas nuestras vísceras y también en la vida jurídica del ciudadano, elemento del organismo social.
Porque se abusó, por ignorancia técnica, del fisiologismo a priori, no progresaban las ciencias bioquímicas e igualmente no se ha formado la Política científica, mientras la Economía sin la Biología social no ha podido organizarse libremente en el ámbito de la Filosofía moderna kantiana, hegeliana, krausista, lamarkina, darwinista, comtista, spenceriana, haeckeliana, &c. La persona social del ciudadano, analizada económicamente como estructura y funciones naturales, representa e integra la primera etapa del estudio técnico, ético, jurídico y político que la ciencia moderna incluye en el sujeto y objeto de la Sociología. La realidad económica de poder vivir precede necesariamente a la facultad de relación para perpetuar la existencia y acrecer la mentalidad; es el antiguo primum vivere, deinde... amare et progredire, cabe decir hoy en plena popularización de Biología social.
El camino de llegar a la verdad por medio del análisis experimental resulta largo; pero es siempre recto, de dominio público; va de lo material a lo racional de nuestra existencia, y los mejores guías para recorrerlo sin accidentes, la gran masa de curiosos, que aman al prójimo sin explotarle, son seguramente esos incontables y modestos investigadores, que en la cátedra, el laboratorio, la clínica, el periódico, la oficina, el taller, observan, meditan e inducen incesantemente, respetan la opinión ajena, predican con el ejemplo, avanzan sin retroceder nunca y tienen fe (fe racional, se entiende), en el porvenir de la socialización como caudal de la mente, adquirido trabajando la intelectualidad para ser ella y no el sentimiento la directora de la voluntad super-animal.
El análisis comparativo de la certidumbre técnica antigua y moderna, ofrece este resultado palmario en Sociología: a saber, que con la síntesis sentimentalista llegada a todos los extremos de la ilusión teocéntrica y la alucinación antropomórfica, el linaje humano apenas logró salir de su periodo infantil, al paso que en siglo y medio de analítica idealista, dirigida por la crítica concreta de lo cósmico y lo sociológico compenetrados, ha colocado a la mayoría de los investigadores en edad de juventud y en condiciones de conocer cuánto impresiona nuestros sentidos, además de suponer la vida mental sometida a leyes tan naturales como las demás del organismo. Los poetas y literatos empeñados en seguir los derroteros marcados por la Filosofía escolástica (petrificada) van quedando afortunadamente sin público culto a medida que los naturalistas por medios gráfico-estadísticos demuestran vulgarizando en series conjugadas los grados de prosperidad del organismo social sin clases privilegiadas para eludir el trabajo, sin luchas por implantar instituciones pseudo-políticas, sin brutalidad en las costumbres, divorciadas de la moral, sin compraventa de conciencias rudimentarias o semi-educadas, explotando los menos a los más, o en fórmula abreviada: tratando el hombre de no engañar ni engañarse a sí mismo sabiendo lo que es y vislumbrando lo que puede llegar a ser, en una sociedad de personas equilibradas y libres, laboriosas e intencionales.
Nadie puede, por ridícula osadía, tomar parte en la ardua labor filosófica moderna sin una adecuada y honda preparación pedagógica en cuanto los estudios de geología, botánica, zoología, etnografía, microquímica, psicofísica, &c., son indispensables para conocer en su positiva realidad los principios y las aplicaciones de la historia, la economía, el derecho y la política contemporáneos, con objeto de hallar los fundamentos de la constitución de la ética naturalizada a fortiori. En la seguridad de que jamás podrá constituirse la Sociología sin abstracción para descubrir los fenómenos mentales, ni éstos podrán conocerse por el procedimiento comparativo experimental sin concretar objetivamente las condiciones internas y externas de nuestro ser, de ello resulta que la síntesis sociológica puede llamarse un manjar de los dioses, reservado a las potentes inteligencias, aparecidas de tarde en tarde en el festín de la sabiduría, no aspirando a nuevos dogmatismos o vanas hegemonías, fatigada ya la conciencia universal de vanidades estériles y de tautologías pueriles. Si actualmente no hay más que trabajos previos de constitución de la Sociología, insensato será buscar claustros de doctores donde no hay más que núcleos de esforzados investigadores de la Naturaleza y del cuerpo social, dedicados a fundar la civilización, tomando por modelo las leyes inmanentes de aquélla.
La ciencia nueva hállase en pleno periodo formativo, de análisis particular llevado hasta los últimos límites de la microscopia, la cronografía y la dinamometría en la observación activa de los fenómenos vitales humanos. Ya en alguna nación –v. gr., Bélgica– se preceptúa que los psicólogos han de conocer previamente la Fisiología humana, si han de influir en los trabajos de constitución de la ciencia social, y aunque los reglamentos de Instrucción pública no obliguen todavía a estudiar la Psiquiatría a quienes profesan la Filosofía y la Sociología, en las aulas oficiales no está lejano el momento de hacer tabula rasa de toda la impedimenta que el dogmatismo y la superstición acumulasen en el método experimental con sus excesivas generalizaciones convencionales impuestas por una verdadera morbosidad mental de sintetizar en abstracto para conocer en concreto la estática y la dinámica del psiquismo individual y colectivo.
A todo moralista, político, jurista y economista que pretenda elevarse del puro análisis a la generalización sociológica se le ha de exigir la reputación de biólogo consumado, porque de lo contrario el infinitus numerus de dilettantis aumentará más, con detrimento de la cultura cívica que aun siendo acrática o anárquica, ha menester de orden seriado para demostrar la verdad, ascendiendo de menos a más complejidad, de mayor a menor extensión en los fenómenos de la materia, como en los del espíritu. Porque no son biólogos de profesión desde sus primeros estudios sociológicos, la mayoría de los tratadistas pagan crecido tributo a la síntesis de convención abstracta y subjetiva, que mixtifica pero no transforma las antiguas doctrinas mono o bio céntricas al relacionar el hombre y la sociedad y al proponerse que ésta sea lo más naturalizada posible, dándole a la Ética el primer sitio jerárquico en el vasto ámbito de la Filosofía pura y aplicada.
Los más respetables psicólogos contemporáneos no demuestran haber frecuentado los gabinetes de disección y los depósitos de cadáveres, los laboratorios de Fisiología y Medicina legal, los Juzgados, las escuelas, cárceles, penales, asilos, hospitales, manicomios, mancebías, casas de dormir, tabernas, talleres, minas, &c., &c., supliendo con la cita lo que debiera ser criterio propio de observación personal, única fecunda para penetrar en lo más íntimo del dinamismo de las sociedades.
No hay criterio histórico que pueda ser distinguido v. gr., del lógico didáctico, puesto que toda la Biología pre-microscópica es rudimentaria y le falta base exploratoria elemental por notoria insuficiencia en los medios de investigación. A incipiente análisis técnico ha de corresponder exigüidad de generalización en todo y para todo cuanto se refiera a la vida y a la sociedad humana. Téngase en cuenta que a principios del siglo pasado se ignoraba la composición del agua y del aire atmosférico, que la Etnografía y la Lingüística habían surgido en el último tercio de la centuria anterior, que la Paleo-etnografía y la Bacteriología apenas cuentan cinco lustros, que la Psiquiatría, la Criminología y la Antropometría son también muy modernas, con lo cual se evidencia el carácter de la novísima investigación íntima del microcosmos en el universo. No valen hoy las demostraciones por la sola autoridad de tratadistas y sabios, ni arraigan las doctrinas mientras los hechos no sean conocidos por experimentación y con el menor empleo de hipótesis y teorías, que si antes precedían a la inducción, ahora sólo la acompañan como recurso transitorio y mudable por puro formalismo lógico de organización sistematizada.
El análisis lleva consigo la sencillez, precisa para ir de lo conocido a lo ignorado y no siendo aún muy evidente el dinamismo mental, refiriendo los estados de razón a condiciones de sustancia y formas histológicas, todo cuanto se afirma de la socialización, como conciencia ascendente del periodo salvaje al de civilización, no consiente apenas generalización alguna más allá de perentoria, y como tal puede ser sustituida por otra más útil y conveniente a las necesidades del adelanto metodizado aunque libre, por sí mismo, pues el criterio del investigador no sufre coacción alguna desde que el examen biológico se ejercita en pleno Selfgovernment.
La civilización interpretada por los propagandistas del socialismo moderno, atestigua bien de qué campo de operaciones se trata al proponerse todos a una –individualistas y colectivistas, oportunistas y revolucionarios,– evidenciar cómo el hombre puede asociarse por la necesidad y la utilidad reunidas, iluminando la ciencia, la filosofía y el arte intelectual los horizontes de la observación y la experimentación ilimitadas, pues siendo el sujeto infinito no cabe señalar linderos ni fronteras para el impulso intencional dirigido a investigar todo el universo, tal cual es, natural y uno.
La urgencia de los graves, pavorosos problemas sociales del orden económico, impele a los críticos hacia las generalizaciones cuyo valor práctico se impone, dice mi entrañable maestro el insigne escritor Alfredo Calderón, con imperio de catástrofe, puesto que a pesar de los modernos estudios debidos a la especulación filosófica, los grandes descubrimientos científicos, los nuevos horizontes del derecho que tienden a la emancipación completa del ciudadano, éste ve que, con el progreso, la miseria en vez de disminuir aumenta; «nos encontramos –escribe el famoso apóstol del socialismo Henry George{3}– con hechos que no dejan la menor duda a una total decepción. De todas partes del mundo civilizado llegan quejas del abatimiento industrial; trabajadores condenados a involuntaria ociosidad; capital acumulado e inútil, crisis monetaria entre la gente de negocios; escasez, sufrimiento y congojas en la clase obrera. Hoy aflige al mundo la pena mortal, la aguda y cruel angustia que envuelven las palabras malos tiempos para las grandes multitudes».
Así se explican las síntesis sociológicas prematuras, pero inevitables de los que aplican los principios de la vida sub-humana a la social, buscando remedio a los males que nos aniquilan a causa de la artificiosa organización del orden social capitalista, en cuanto la desigualdad crece haciendo millonarios a los privilegiados y pordioseros a los proletarios.
Son abstractas y concretas a la vez las especulaciones de los pensadores y críticos socialistas antes y después de Carlos Marx al formular los principios y corolarios de la civilización; pero la gran dificultad depende del estado teratológico, monstruoso, habitual de las sociedades desde la más remota a la actual sin excepción, pues siempre han sido éstas engendros desmedrados por falta de espíritu de justicia que ha de basarse en la igualdad económica, armónicamente practicada amándose, ayudándose y respetándose los hombres por ingénita voluntad de serlo al diferenciarse de los brutos. El siglo XIX, sean cuales fueren sus errores y miserias, logró llevar el espíritu de investigación a todos los fundamentos del organismo social, y conocidos en gran parte los puntos de origen de la anormalidad en la estructura y el funcionalismo de esa incipiente civilización contemporánea, no deben concretarse los sociólogos a formular planes de reformas, sino que precisa acompañarlos de una enérgica y activísima campaña para lograr su implantación inmediata.
La civilización si puede intentarse en contra de la Lógica no llegará jamás a ser sin ella. La realidad nunca fue ilógica porque las leyes naturales se cumplen por modo fatal, ahora llamado determinismo, sin excepción alguna, y sólo el sectarismo y la inferioridad intelectual de ciertos pseudo-pensadores más o menos católicos, se opone a la unidad de la vida universal desintegrando la humana, como si la razón fuera un exceso, una novedad y un adorno en el plan general y en la evolución de todos los seres naturales. En nuestra época sufrimos y padecemos por incontables convencionalismos y preocupaciones, éticos y económicos, heredados los más sino todos de luengos tiempos; pero es tal la intensidad de la investigación llegada y asentada en todos los puntos cardinales de la civilización, que el cambio en las instituciones fúndase ya en bases positivas, nacidas en lo más hondo de la conciencia de las muchedumbres que observan y comparan, anhelan y se impondrán, no por la violencia sistemática obstinada, sino por la virtualidad de lo que Ardigó considera la idea fuerte{4}, que se convertirá en esfuerzos conjugados y dirigidos a una finalidad el día que lleguen a convencerse de que no basta tener la justicia para aplicarla, y de que los detentadores de la riqueza no dispondrán siempre impunemente de la fuerza en contra de la solidaridad y del humanismo, cuya aspiración es el triunfo de los ideales redentores que simbolizan la paz, la libertad y el amor.
——
{1} «Ley es la relación necesaria que existe entre todo fenómeno y las condiciones en donde este fenómeno aparece.» Guillaume De Greef, Les lois sociologiques. París, 1896. De esta obra existe una versión española publicada en esta Biblioteca.
{2} Der Kampf und einen geistigen lebensinhalt. Leipzig 1895.
{3} Progress and Poverty.
{4} Il Vero, La Regione y todas sus obras filosóficas.
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, págs. 41-60. ]
IV
Un sociólogo español{1}
Dorado Montero
Señores:
Siempre que trato de bosquejar, al correr de la pluma, con estilo llano, como en la ocasión presente, la personalidad intelectual de algún gran maestro, me asalta la misma duda y hace presa en mi ánimo el mismo temor. Pero si alguna vez he desconfiado de mi ego hasta llegar a la negación, ha sido ahora.
Si no consagrara, por encima de todas las cosas, el culto a la amistad, seguramente habría faltado a la palabra empeñada a mi entrañable compañero Luis de Zulueta, vuestro presidente, a cuyo cariñoso requerimiento se debe que ocupe esta cátedra, aun sabiendo que voy a defraudar vuestras esperanzas.
No es fácil empresa el revelar un carácter, esbozar una personalidad intelectual tan vasta, compleja y armónica como la del célebre profesor salmantino Pedro Dorado.
Es indudable que trazar su semblanza requeriría una educación mental tan objetiva e integral como la suya, y un hábito de observación tan agudo y perspicaz como el de que está dotado el primero y casi único de nuestros criminólogos contemporáneos.
Aunque nos duela, es preciso confesarlo, el propio honor impídenos continuar esta farsa macabra nacional, a cuya representación hemos asistido impasibles y sin hacer nada por evitar que degenerase en la más luctuosa de las odiseas que país alguno ha tenido. Pero es aún más doloroso bucear en lo íntimo y en lo vivo de nuestro psiquismo. La vacuidad del intelecto hispano me parece que es incuestionable y que ya nadie que haya examinado en serlo el desenvolvimiento mental de los pueblos europeos osará poner en tela de juicio. Si alguien llegase en su ligereza a hacerlo, la más somera observación bastaría para comprobar su error.
La experiencia de muchos siglos ha venido a demostrar hasta la saciedad que el espíritu de crítica de los españoles juzga, por lo común, de hombres y cosas con una superficialidad y un neurosismo insoportables. Aquí, salvo contadas excepciones, se suele hablar por pura impresión. El meridionalismo ha tomado proporciones que casi no se conciben en pleno siglo XX. La actualidad, el momento, lo son todo.
Se acepta o se rechaza sin vacilar, porque carecemos de vida interna. Los juicios formulados por la generalidad toman carta de naturaleza; se convierten en verdades incontrovertibles. Y por si esto fuera poco, existe para la mayoría de las gentes pseudo ilustradas el prurito de motejar, encasillando a cada cual según las cualidades que se le atribuyen, que casi siempre son contrarias a las que posee.
Este apriorismo tiene profunda raigambre en la conciencia social de nuestro pueblo. La posición social que se ocupa; el círculo de las relaciones en que uno se mueve; la crítica trivial de la prensa y la versatilidad de la opinión pública, acaso sean las causas primordiales del actual desquiciamiento del alma española. Por esto alcanzan con menos esfuerzo gran popularidad y consiguen más fácilmente notoriedad entre la gran masa social un dramaturgo fantaseador, afectado y demodé; un poeta mediocre y un artista amanerado y aun cursi, que un científico, un pensador, un sociólogo laborioso, abnegado, sincero.
Las creaciones del artista, más fáciles, más asequibles y rápidas en sus efectos, porque se hallan más al alcance de la obtusa comprensión de las muchedumbres, cautivan y seducen de momento; mientras que la labor del sabio es lenta y circunspecta en su génesis; silenciosa y oculta a las miradas de una curiosidad volandera y necia, cuando no malsana. Tan sólo puede ser apreciado por el reducido núcleo de iniciados y competentes, hasta que trasciende a la colectividad entera en una forma plástica, turgente, remediando una lacra social.
España tiene en este respecto el triste y bochornoso privilegio de presentar semejante fenómeno morboso en unas proporciones que no reviste en ningún otro país. Todas las manifestaciones de la vida nacional, sin excepción que valga la pena de consignarse, están dirigidas por hombres de espíritu frívolo, ineducados y faltos de toda orientación moderna. La literatura amena y el arte barato son la única base de cultura.
En tanto, la Ciencia, la Filosofía y las nuevas disciplinas sociológicas logran entre nosotros una existencia lánguida y misérrima; les falta el ambiente social adecuado y a sus cultivadores aquel estímulo y acicate que sólo pueden hallarse compensados por medio de una remuneración que les permita vivir con holgura, aunque sin esplendideces, y además abrigando la seguridad de que su obra jamás alcanzará la gloria callejera y periodística.
A pesar de la inopia y de la carencia de preparación del público español, afortunadamente el mérito positivo, indiscutible de Dorado Montero rompió el hielo de la indiferencia con que aquí se acogen las lucubraciones científicas y a los grandes fraguadores de ideas.
Pedro Dorado Montero es el criminólogo español de mayor reputación en Europa. Su nombre, antes sólo conocido por los escasos amateurs de la ciencia penal, hoy se ha extendido por todos los ámbitos de la Península, y ya los que de cultos se precian reconocen que Dorado es un pensador, un sabio, pero no hecho a la española, improvisado con bombos y reclamos a tanto la línea en los periódicos de mayor circulación, sino un publicista eminente, sincero, original, de conocimientos vastos y de firmes y honradas convicciones; tan modesto como enemigo irreconciliable de toda manifestación que tienda a exaltar la personalidad.
Nació Pedro Dorado en Navacarros, pueblo del partido de Béjar, provincia de Salamanca, en Mayo de 1861. No contaba más de cuatro años cuando perdió el brazo derecho a causa de un accidente desgraciado, y esta vicisitud parece que ejerció influjo decisivo en la orientación de su porvenir, desviándole de las faenas y labores del campo que, por la posición modesta de sus padres, hubieran seguramente esterilizado y obscurecido su talento.
Su pobre madre, precisada a ganarse la subsistencia y sin el desahogo pecuniario indispensable para dar la instrucción debida a su hijo, consiguió, mediante sus gestiones, que le admitieran en un colegio de Béjar. Allí fue el joven alumno todos los días, salvando a pie la legua y media que separa a Béjar de su pueblo natal, hasta que, gracias a su inquebrantable tesón y a los relevantes méritos de que había dado prueba, logró obtener el título de bachiller.
Dado el primer paso y vencidas las primeras dificultades, quiso proseguir el estudioso joven su penosa carrera, estimulado ya por los triunfos de adolescente y contando con el vigor de la juventud para continuar con perseverancia y mayor resistencia a la adversidad aquel camino que le obligara en su anterior etapa a recorrer a diario tres leguas.
Y el insigne pensador triunfó, porque el hombre que pone la voluntad a contribución de un ideal logra vencerse a sí mismo, con lo que fácilmente se obtiene sobre los demás segura victoria.
Al cuarto año de cursar en las Facultades de Derecho y Filosofía y Letras de Salamanca, obtuvo por oposición una beca de las creadas merced a la iniciativa del malogrado catedrático de Metafísica D. Mariano Arés; obtenidas las dos licenciaturas pasó a Madrid para doctorarse en Derecho; el rector de la Universidad Central, haciendo justicia al comportamiento académico de Dorado, le nombró alumno del Colegio español de San Clemente de Bolonia. Ambas distinciones otorgadas a sus merecimientos le permitieron continuar los estudios en Italia durante los cursos de 1885 a 87.
Nombrado este último año profesor auxiliar de la Universidad de Salamanca, explicó diversas asignaturas de Derecho, hasta que en 1892 ganó, mediante brillantísimos ejercicios de oposición, una cátedra en la Universidad de Granada y por permuta pasó a Salamanca, donde actualmente profesa el Derecho Penal.
Con esta honrosísima y envidiable serie de méritos positivos, a los cuales debe añadirse su singular aptitud y vocación para la didáctica, como lo atestigua la juventud estudiosa que proclama a Dorado Montero uno de los maestros más doctos y respetables, se comprende que su autoridad esté sólidamente cimentada y su personalidad científica sea de todo punto indiscutible.
La cualidad preeminente en este sociólogo es la seguridad y firmeza con que va aduciendo con admirable seriación las ideas. Es, indudablemente, el expositor menos palabrero y, por lo tanto, más diáfano con que cuenta la dirección realista del Derecho. Dorado Montero, que labora día tras día con una constancia que no tiene igual en este país de turiferarios y charlatanes, desde su rincón de la ciudad del Tormes escribe libros que, aguardados con verdadera ansia, son acogidos con avidez y leídos con delectación por las grandes sumidades de la criminología contemporánea. Varga, Wan Hamel, Liszt, Alimena, Carnevale, Enrico Ferri, Vaccaro, Angiolini, &c., citan en sus obras con gran encomio al ilustre solitario de Salamanca. Ningún sociólogo ha traspasado la frontera de España con tanta rapidez como él. Y la razón es obvia: los libros de Dorado no parecen en realidad obra de un español.
Original por temperamento, no por prurito como Unamuno, educado en un medio tan culto como el de algunas ciudades italianas en las respiró una tradición científica hondamente arraigada en aquel país; formado en la escuela de la adversidad y habiendo conquistado la posición que hoy ocupa por su solo y exclusivo esfuerzo, la personalidad de Dorado tiene toda la energía y dominio de sí mismo que alcanzaron aquellos castellanos que siglos atrás dominaron el mundo. Pero Dorado es un castellano sui géneris; ha sabido desechar los defectos característicos de su raza. No tiene, ni por asomo, la angulosidad, la rigidez y la sequedad, casi peculiares del pueblo castellano. Su espíritu, vigoroso y audaz, enérgico y acometedor, es, sin embargo, modelo de frescura y flexibilidad. En sus libros se advierte una movilidad de estilo, una espontaneidad y al propio tiempo una tersura que los hace asequibles a las inteligencias de cultura más rudimentaria y menos capacitados para el estudio de los complejísimos problemas que en los mismos aborda.
Un lector medianamente enterado del movimiento que se está operando en la esfera del Derecho Penal moderno, no podrá menos de reconocer que el eximio catedrático es un obrero infatigable. Ha escrito libros de Derecho, de Sociología, de exposición de doctrinas extranjeras; ha dado a conocer en España a los tratadistas contemporáneos más célebres, traduciendo, prologando y, a menudo, comentando las obras de Garofalo, Carnevale, Sighele, D'Aguanno, Nitti, Gumplowicz, Stricker, Mommsem, Sohm, Eltzbacher, Lombroso y Liszt; colabora asiduamente en revistas españolas, francesas, italianas y alemanas; concurre a todos los Congresos de Antropología criminal, &c., y aún le queda tiempo para consagrarlo a sus alumnos en la cátedra de Derecho Penal que profesa en la Universidad salmantina desde 1892, como os he dicho antes.
En sus mocedades fue becario del Colegio Mayor de San Clemente de Bolonia. Su estancia en el país del arte duró tres años. Regresó a España con un libro –La Antropología Criminal en Italia,– excelente modelo de erudición y de doctrina, del cual se agotaron dos ediciones.
En mi humilde concepto, no se ha publicado ninguna crítica de la escuela positiva italiana que pueda, en justicia, comparársele. Es inmensamente superior a la del docto magistrado francés Gabriel Tarde. Algunos profesores italianos han calificado, no sin motivo, de maravillosa su refutación de la absurda teoría de la defensa social.
En 1891 lo refundió, completándolo en otro muy notable titulado: El Positivismo en la Ciencia Jurídica y Social italiana, en el cual estudia con suma detención el desenvolvimiento de la filosofía del positivismo y su aplicación a las disciplinas jurídicas y sociales en Italia comparativamente a España. Lo poquísimo que aquí se conoce de los tratadistas y libros de Derecho de aquella nación se debe a los trabajos de Dorado.
No sólo es el expositor más concienzudo del gran movimiento llevado a cabo en Italia por Rosmini, Romagnosi, Lombroso, Ardigó, Mantegazza, Morselli, Mosso, Marro, Ferri, Grossi, Zuccarelli, Tamburini, Buonomo, &c., sino que al hacer una acabada crítica de todas las tendencias sociológicas dominantes, señaló las distintas corrientes que se manifestaban en la esfera de la Economía Política, el Derecho Civil, el Político, el Romano y otras ramas jurídicas.
La especialidad de Dorado es la ciencia penal en los tres aspectos de Criminología, Derecho punitivo y Régimen Penitenciario. Sus trabajos son en la actualidad en número muy respetable, sobresaliendo en primer término los Problemas jurídicos contemporáneos, obra de verdadera importancia y que presenta caracteres de novedad en todas sus páginas. En ella abordó una cuestión muy ardua y acerca de la cual en España nadie había dicho una sola palabra: la referente a la responsabilidad por causa de delito y su difusión. En este estudio es, sin duda, donde muestra el sociólogo español una amplitud de miras, una agudeza de percepción y un poder sintético que aquí nadie ha poseído nunca.
Apoyándose en los datos que le prestaba su observación personal y en los estudios realizaos por Kovalewsky, Simmel, Lebon, Tarde, Loria, Colajanni y el mismo Spencer, dedujo que la delincuencia no era un fenómeno aislado, que el delincuente no obraba jamás obedeciendo a su propio impulso, sino concatenado por una serie de concausas, impelido fatalmente, irremisiblemente, a cometer un hecho criminoso, y que por lo tanto la criminalidad es una eflorescencia sulfurosa, producto de una profunda perturbación del organismo social.
En 1895 publicó el primer tomo de los Problemas de derecho penal. En este libro se dedicó a investigar cuestiones tan complejas como las que hacen referencia al valor de la ley como única fuente de Derecho en materia penal; si existían además de la ley otras fuentes de derecho penal; la interpretación de las leyes penales; la ley penal en el tiempo y sus efectos, y por último desentraña las causas y resultados de la ignorancia de la ley penal. En este libro es donde acentúa con más vigor su divergencia de criterio de las doctrinas que se dicen clásicas y refuta con más copia de razonamiento las opiniones de Pessina, Buccellati, Inpallomeni, Conti, Garrand, Aramburu y aun las mismas de Lucchini, Liszt, &c. Tampoco acepta la concepción criminológica de aquellos autores que, como Magri, Alimena, Carnevale, Tarde, Poletti, intentaron edificar algo semejante a una teoría intermedia.
Sostiene que llegó ya la ocasión o el momento de que en la ciencia penal se inaugure la época de las grandes generalizaciones, o expresado con frase más adecuada, la época propiamente filosófica. Proclama la necesidad de coordinar unas relaciones con otras muchas de carácter particular y saber descubrir el nexo que existe entre todas ellas. Y afirma, por último, resueltamente, que el filósofo se coloca en un punto de vista superior, siempre real, desde el cual le es dable hallar la conexión entre las cosas que escapan al ojo poco avizor de las gentes de cultura fragmentaria. Problemas de derecho penal es, en síntesis, un libro de extraordinario valor, por la profundidad de la investigación que en él realiza Dorado.
Otro trabajo de gran alcance es El Reformatorio de Elmira, bosquejo de Derecho penal preventivo, donde estudia un ensayo interesantísimo para resolver una de las cuestiones más trascendentales de la ciencia penitenciaria; el referente a las sentencias indeterminadas, y cuya implantación necesariamente acabaría con todos los sistemas penales que informan los Códigos vigentes. Dorado expone los resultados obtenidos por la institución de Elmira, fundada en los Estados Unidos de América en 1876, analizando y comentando cuanto han dicho los lear Books respecto a la obra realizada, la de más importancia de cuantas ha intentado llevar a cabo la ciencia penitenciaria en el siglo XIX.
En 1891 publicó los Estudios de derecho penal preventivo. Para que se comprenda la suma trascendencia de los problemas tratados por el sabio criminólogo con la competencia y la valentía que le son peculiares, enumeraré los artículos que contiene la interesantísima colección, pues con sólo enunciarlos basta para formarse una idea, siquiera sea aproximada, de la orientación que imprime Dorado Montero a todos sus trabajos. Hablan con más elocuencia de lo que yo pudiera hacerlo, los epígrafes siguientes:
«Del derecho penal represivo al preventivo», «Misión de la justicia criminal en el porvenir», «El caso del loco delincuente en el derecho penal moderno y enseñanzas que del mismo pueden sacarse». «La pena propiamente dicha, ¿es compatible con los datos de la Antropología y la Sociología criminales?», «Algunas indicaciones sobre el concepto de las faltas y sobre el tratamiento penal de quienes las ejecutan», «Ideas de algunos antiguos escritores sobre la prevención de los delitos», «¿Es posible dar una definición del delito?», «La Sociología y el derecho penal», «Concepciones penales y sociales de Tolstoi según su novela Resurrección,» «Sobre el libro Hampa del señor Salillas».
Este libro de Pedro Dorado revela un filósofo de altos vuelos, originalísimo; un espíritu abierto a todas las corrientes del pensamiento y a todos los efluvios de la vida, para el cual no existen sombras en las mismas regiones de lo inexplorado.
El eximio catedrático no milita en ninguna escuela filosófica cerrada; es un espíritu independiente que gusta de la más absoluta autarquía. No es correccionalista ni positivista, en la acepción histórica, ni socialista en el sentido autoritario y gubernamental.
Me falta tiempo para seguir reflejando mi impresión. Son tantas las ideas que me sugiere la atenta lectura de este libro de Dorado, que prefiero transcribir sus mismas palabras:
………
«A medida que avanza el estudio realista de los fenómenos sociales, se va haciendo más firme la convicción de la solidaridad y del determinismo que en ellos dominan, y de que se hablaba hace poco. Solidaridad y determinismo, que se perciben tanto o más claramente que donde quiera en los hechos delictuosos, y que tienen como consecuencia obligada, por un lado, la negación de la antigua (aunque dominante todavía en buena parte) responsabilidad subjetiva e individual, y sustitución por la responsabilidad objetiva y colectiva y por la difusión de la responsabilidad{2}, y por otro lado, la proscripción absoluta en la pena de su sabor de castigo y de represión, para convertirla en puro tratamiento preventivo. Pues, si el delito es un hecho engendrado por elementos de orden perfectamente natural, que se combinan de una determinada manera para producirlo, y no es el efecto de la ruda voluntad de agente, quien no viene a ser otra cosa que la víctima de esos elementos, parece llano que se atribuya, que se ponga en cuenta, que se impute, no al individuo que lo ha realizado y que no ha sido el autor del mismo más que en la apariencia, sino a aquellas causas naturales de que deriva y en las que todos tenemos más o menos parte. Ni es racional pensar en este caso en hacer uso de un castigo. El castigo es una exigencia de la teoría del libre albedrío; pero no me parece que cabe en una concepción determinista.
En efecto, en ella el delincuente, en vez de merecer odio y saña por parte de sus conciudadanos (odio y saña, que son justamente los sentimientos que provocan el deseo de castigo, de venganza), lo que merece es nuestra mayor conmiseración, nuestra mayor simpatía{3}, nuestras mayores atenciones y cuidados. Él ha tenido la desgracia de venir a ser, sin voluntad ni culpas suyas, un loco en donde convergen multitud de factores criminógenos; como los que se llaman hombres normales y honrados han tenido la suerte de encontrarse exentos, también sin voluntad ni mérito, del influjo de los factores dichos. Ahora, precisamente por hallarse el delincuente en una situación de inferioridad relativa, por ser delincuente, se encuentra más necesitado que los no delincuentes de protección y ayuda; precisamente por eso tiene derecho a que los hombres honrados pongan cuanto esté de su parte para sacarle del angustioso estado a que le han traído culpas ajenas.
Lo que procede, por consiguiente, con él, no es el castigo por el delito cometido, es más bien un tratamiento especial, tutelar y curativo, que tienda a impedir las futuras recaídas y a convertir en beneficioso a quien era antes nocivo y antisocial. Y por lo que toca a las causas exteriores (sociales y físicas) productoras de la delincuencia, no parece caber duda de que tampoco son acreedores a un castigo, pues en ellas no se admite libertad alguna de determinación interior. Aquí, lo único que cabe es el estudio persistente de las mismas, del valor y fuerza de cada una de ellas, de sus combinaciones e interferencias, del aumento o disminución de su intensidad según los momentos, los lugares, las circunstancias, y el correlativo estudio de los procedimientos y medios más adecuados para impedir, atenuar, suspender o desviar la eficacia de semejantes causas. Habrá, pues, que investigar y aun tantear por medio de ensayos cuál sea el sistema de organización política y social, el sistema educativo, el régimen económico, el administrativo, el religioso, el familiar, etcétera, &c., que den mejores resultados para disminuir la delincuencia, y habrá que promover y fomentar el desarrollo de aquel conjunto de medios preservativos del delito, que llaman muchos (desde que los bautizó Ferri) sustitutivos penales, y que otros (Carnevale) denominan auxiliares de la pena.»
* * *
Es realmente asombrosa la laboriosidad de Dorado. Sus trabajos se suceden con una rapidez que casi no se concibe; cuando apenas la crítica señala lo que representa y el valor que tiene uno de sus libros, ya se anuncia la aparición de otro.
En el folleto Del problema obrero se nos ofrece bajo un aspecto distinto: como crítico en extremo comprensivo. Antes de hablaros sucintamente de este folleto, quiero deciros a qué fue debida su publicación.
Entre los premios ofrecidos en la convocatoria de los Juegos Florales celebrados en Salamanca el año 1901 había uno destinado al autor de un artículo periodístico que no excediese de veinte cuartillas, acerca «Del problema obrero». Dorado envió un trabajo que no llegaba a las veinte cuartillas y el Jurado, por unanimidad, le concedió el premio que consistía en 500 pesetas.
Esta es, si no recuerdo mal, la génesis del folleto que, con algunas adiciones, se imprimió a expensas del donante del premio D. José M.ª Motta.
El trabajo de Dorado es un estudio breve pero substancioso y diáfano del problema obrero. No cabe en lo posible hacerlo mejor.
Empieza definiendo lo que es el problema obrero y hace la distinción –en mi concepto acertadísima– de que no es lo mismo que el problema social. «El primero –dice– no es sino una manifestación concreta y parcial del segundo. Toda injusticia social y toda aspiración a remediarla, implican un problema social. Según la extensión de tal injusticia y la importancia de los esfuerzos que se hagan para ponerle término, los problemas sociales agitan y conmueven a mayor o menor número de personas y alcanzan más o menos resonancia. Problema social fue en su día el de la esclavitud, como lo fue asimismo el de la igualdad de todos los hombres; problema social es actualmente el del feminismo; problemas sociales son también los miles y miles de ellos que están surgiendo a cada paso en la vida y de que a diario se habla en la prensa periódica, en los libros, en las reuniones públicas, en los parlamentos, &c. Toda reforma legislativa supone, en tal concepto, un problema social, y no supone necesariamente un problema obrero. Por donde se infiere que los problemas sociales no son cosa peculiar de nuestros días, son comunes a todas las épocas de la historia.»
Y algo más adelante añade:
«Bien miradas las cosas, el núcleo del llamado problema obrero, la esencia del mismo consiste, pues, en esto: en una lucha entablada, respecto a las condiciones en que ha de prestarse el trabajo, entre dos elementos cuyos intereses parecen encontrados: el que necesita utilizar y comprar la mano de obra ajena y el que necesita venderla, o, según suele decirse, entre el capitalista y el trabajador.»
Después de señalar varias cuestiones secundarias con que se halla íntimamente relacionada la fundamental, estudia Dorado la solución del problema obrero.
«La solución del problema obrero, –escribe,– estará en hacer que desaparezca la lucha en que el mismo consiste, y de que hemos hablado anteriormente, o en arbitrar los medios de apaciguarla.
¿Cómo se debe proceder para ello? Aquí está lo difícil. En este particular (lo mismo que en todos), cada uno juzga las cosas desde el punto de vista que las ve, y siendo éstos por necesidad variadísimos (efecto de causas psicológicas de que no nos es posible hablar ahora), forzosamente han de ser también distintos los planes de reforma propuestos.»
Expone a continuación las principales soluciones propuestas, haciendo una crítica concisa y metódica de las mismas, e insinúa la que a su juicio es más aceptable.
La imperiosa necesidad de tener que limitar a breves términos la exposición de las doctrinas, le obligó a fijar su atención en las que presentan caracteres más divergentes y contradictorios. Sin embargo, no por esto deja de apuntar las demás.
Dedica Dorado el resto del folleto a reseñar lo que han realizado la mayor parte de las naciones para resolver el problema obrero, y termina con estos párrafos:
«La economía capitalista, el régimen de producción capitalista lleva consigo, sin remedio, el rédito o provecho del capital, y con él, lo que desde Marx vienen los socialistas denominando plusvalor, que representa trabajo no pagado, utilidades que se embolsa gratuitamente el patrono, es decir, un exceso inequitativo en la distribución del producto, una parte del mismo que recibe de manos del trabajador, y que va a parar, sin sacrificio alguno equivalente por el lado del patrono, a manos de éste.
»Y en tanto no concluya tal estado de cosas, habrá injusticia, el trabajador se dará cuenta de ella y protestará en la forma que le sea factible contra ella; habrá, por lo tanto, problema obrero. El único medio de buscarle solución definitiva sería acabar de una vez con la injusticia que le da pábulo; de no hacerlo así, los capitalistas y patronos no lograrán aquella tranquilidad que tanto apetecen. Y como éstos no se hallan propicios a sacrificar sus intereses inmediatos, ni a renunciar a su presente situación privilegiada; como, por otra parte, de las revoluciones violentas no hay que esperar nada bueno, sino más bien retroceso y empeoramiento; como, en fin, el problema obrero tiene que resolverse, pues no es posible irlo soslayando indefinidamente, pero se habrá de resolver de un modo lento y relativamente pacífico, lo acertado parece afrontarlo sin cobardía ni pusilanimidad, trabajando todos por ir preparando un ambiente social en el que no sea posible el dualismo sobre que dicho problema se asienta.
»Mi opinión, por tanto, respecto del problema obrero –lo mismo que respecto a la mayoría de las reformas sociales– se viene a resumir en aquella frase que Alejandro Manzoni pone en boca del canciller de Milán, Antonio Ferrer, cuando ordena a su cochero avanzar por medio de la multitud hambrienta y amotinada en las calles: Adelante, Pedro, con juicio.»
El folleto del docto profesor de Salamanca, revela gran cultura, perfecto dominio del asunto y algo, mucho, que vale más que todo esto y que va siendo muy raro en España: serenidad de juicio, alteza de miras, independencia de criterio, honradez, en fin.
Posteriormente publicó las Bases para un nuevo Derecho penal, en donde resume y puntualiza las doctrinas desarrolladas en varios de sus libros anteriores, y Valor social de leyes y autoridades. Pocas veces, acaso nunca, ha dejado un libro una huella tan imborrable en mi espíritu como la que me causó la lectura, repetida dos y tres veces, de Valor social de leyes y autoridades. Por más que he tratado de buscar precedentes en mi memoria, no recuerdo de otro libro moderno que me haya impresionado de modo tan vivo. Y es que por mucha que sea la impasibilidad del lector y grande el dominio que sobre su emotividad ejerza, llega un instante en que todos los esfuerzos inhibitorios resultan vanos ante la fuerza incontrastable con que nos subyuga la sugestión.
En Valor social de leyes y autoridades, plantea Dorado una cuestión que en todos los tiempos ha tenido gran trascendencia y hoy la tiene todavía mayor: «si las leyes y las autoridades merecen ser consideradas como instrumentos de bienestar y de progreso, o, por lo contrario, como trabas para los mismos». Para que os hicierais cargo de la capital importancia que entraña el asunto, sería de todo punto indispensable que os adentrarais la idea de que en el fondo se debate una cuestión eterna: la de la libertad o la servidumbre de la persona humana. Dorado considera el problema en todas sus modalidades y aspectos, desde las luchas en la vida social primitiva hasta las reivindicaciones que actualmente proclaman los libertarios. Discurre acerca de la ley y la autoridad en los grupos simples y en los compuestos; los servicios de una y otra; los problemas relacionados con la tutela del Estado y la acción de la Moral y del Derecho; discute los juicios de Lilienfeld, Ferrero y Yhering, y, por último, después de hacer atinadas consideraciones sobre cuál es nuestro punto de partida y a dónde nos encaminamos, concluye deduciendo que la supresión gradual de las leyes no puede implicar la abolición del Estado, porque al reemplazar el autoritarismo basado en la coacción por el cooperatismo solidario, en el que los gestores de los intereses comunes serán designados por la colectividad entera, surgirá una acción tutelar benéfica y cordial.
En su, basta ahora, último libro, que hace poco ha aparecido en la «Biblioteca Sociológica Internacional», y que lleva por título Nuevos derroteros penales, prosigue Dorado, con los bríos de siempre, su noble campaña, que ya reviste los caracteres de un verdadero apostolado científico y pedagógico.
Dice en la «Advertencia preliminar» –y en mi humilde sentir su gran modestia le lleva a juzgar con pasión y con alguna injusticia su obra–: «aspiraba únicamente a condensar en el menor número posible de páginas, que iban destinadas a formar un artículo de Revista, las principales observaciones que en los últimos tiempos han trabajado mi espíritu relativamente a los capitales problemas de Filosofía, Psicología y Sociología criminales, fruto, en parte, de las lecturas críticas hechas en la soledad y mucho más aún de las sugestiones e impresiones recogidas en la cátedra al conversar día por día con mis discípulos, a los cuales por eso y por otros muchos beneficios, me muestro desde aquí públicamente reconocido.»
¡Cuán pocos profesores españoles se han expresado en términos tan efusivos para sus discípulos!
A continuación añade: «sin la cooperación auxiliadora de mis alumnos, sin el grandísimo favor que me han hecho, aunque no se hayan percatado ellos mismos, avivando constantemente mi actividad mental, teniéndola en tensión, removiendo con sus dudas –y ¡asómbrense ustedes!– con sus preguntas, con sus enseñanzas, con sus aportaciones diarias todo el contenido de mi ser anímico hasta sus raíces más hondas, seguramente que ni esta obra ni otras que espero han de seguirla podrían haber sido pensadas y maduradas, cuanto menos escritas...» Y más adelante exclama: «¡Bendito mil veces el día en que abandoné el sistema rectilíneo y canalizado de la exposición oral monologuista, de la llamada explicación de la lección correspondiente, luego aprendida y mecánicamente repetida por los discípulos como en acto y homenaje de servidumbre mental, y lo sustituí por el de la conversación más bien desordenada que lo contrario, polifórmica, sin tema fijo, casi, casi a salga lo que saliere, en que se mezcla de todo un poco, según lo exigen la materia, la oportunidad, el saber y las dotes de los que toman parte en la tarea!»
Un profesor que tiene la lealtad de confesar de plano que la colaboración de los alumnos le ha sido fecunda, es una cosa inaudita en este país de dómines. Y perdonen ustedes. No puedo resistir al deseo de seguir transcribiendo las palabras del maestro: «Lo que sé de cierto es que yo, uno de tantos miembros de la clase, un discípulo de mis discípulos, he ganado lo que no es decible. La flexibilidad de mi espíritu ha aumentado, habiéndome hecho imposible el encastillamiento y el dogmatismo pedante y estirado del dómine, del cual no sé cómo habría logrado librarme de otro modo».
¿No es cierto que un libro que en su Preliminar lleva estampados estos conceptos predispone a leerlo? Tras de una introducción breve, brevísima, a la que dedica poco más de una página, se interna Dorado en la selva nunca bastante explorada de El Problema trascendental y nuestra posición frente al mismo, y logra dar en solo siete páginas una idea completa del asunto. Con vuelo de águila analiza la gran perplejidad en que se halla el investigador al pretender trazar la esfera en que se mueve el sujeto y la serie de concausas que hacen muy difícil e inseguro definir el orden moral, y señala la diversidad de criterios y el valor propio de los mismos. Lo que más llamará la atención de los lectores poco avezados en esta índole de estudios, son, con seguridad, estas dos preguntas que formula escuetamente así: «¿Hay hombres honrados? ¿Hay delincuentes?»
Pasa luego a analizar el elemento intencional y a este propósito dice:
«Si por parte de la conducta que uno y otro observan no hay realmente distinción alguna entre el hombre delincuente y el honrado, tampoco la hay atendiendo a otro elemento que también se invoca para diferenciarlos, y es la intención con que realizan sus actos. Si la del primero se califica de mala, de mala hay que calificar igualmente la del segundo; y si buena es la de éste, buena es la de aquél. Ambas merecen ser medidas por el mismo rasero. Los motivos que al hombre honrado le guían son idénticos a los que guían al delincuente legal; la mecánica psicológica del uno y la del otro no discrepan absolutamente en nada. No se trata de almas diversas, sino de almas sustancialmente iguales. El honrado se porta lo mismo que el criminal, y el criminal como el honrado; uno y otro hacen las mismas cosas y con análogos intentos; si a aquél se le juzga y trata de manera distinta que a este –por lo menos desde el punto de vista legal,– la causa de ello es accidental y fortuita del todo: es que las circunstancias se han colocado favorables para el uno y perjudiciales para el otro, sencillamente. Por eso se dice muy a menudo que ni todos los delincuentes son condenados, ni todos los condenados delincuentes. Con variar las circunstancias un poquito, el hoy honrado hubiera caído o habrá de caer en las redes de la justicia, y el hoy delincuente se hubiera libertado de ellas.
Conforme se ha dicho anteriormente, todo el mundo, igual los honrados que los criminales, perseguimos nuestro bien, bajo la forma de interés pecuniario, de goce sensual o intelectual, de quietud y tranquilidad, de mando y prepotencia, de honores y fama, de bienestar y dicha de quienes nos rodean. El placer, sólo el placer que esperamos ha de provenirnos de nuestros actos es lo que nos impulsa a ejecutarlos; aunque conviene advertir que ese placer no es siempre de la misma clase, sino que se nos ofrece bajo multitud de formas: junto a los placeres corporales, de índole animal, o si se quiere sobre ellos, están los altos y delicados goces del espíritu, los estéticos, los intelectuales, los morales, que no por ser espirituales pierden su condición de placeres. Las más elevadas y nobles acciones, las más generosas y abnegadas, se ejecutan por el placer íntimo que su práctica proporciona al que las realiza.
El egoísmo es, en resumen, el móvil propulsor de la conducta humana. Pero ese egoísmo se refracta a través del temple psíquico de cada hombre y da color a dicha conducta. Cada cual entiende su utilidad y sus fines de una manera personal suya, más o menos afín a la de otros, y proporciona los medios conducentes a la obtención de aquéllos. Los procedimientos que cada uno reputa adecuados a tal objeto, y por lo tanto racionales, no son los mismos que reputan otros. Tiene éste una representación mental y aquél otra. Pero todos propenden hacia el mismo sitio, que es el logro de lo que apetecen, la consecución del mayor goce posible. No hay, en este sentido, hombre alguno que no se mueva, en cuanto tal hombre, intencionalmente, teleológicamente; no hay ningún acto humano que no sea intencional, lo mismo los de los buenos individuos que los de los malos, los de los delincuentes como los de los hombres honrados.»
Examina después en qué se diferencian unos de otros, no obstante, ser todos sus actos intencionales, y hace notar las dificultades que aparecen cuando es preciso determinar de una manera clara e indudable qué acciones han de ser calificadas de punibles y cuáles no, para, en una síntesis suprema, fijar los caracteres de la culpabilidad moral.
El capítulo titulado: «De la certidumbre en la conciencia de los jugadores», es, a mi entender, una de las más audaces y vigorosas páginas que se han escrito en lengua castellana. Es una disección minuciosa y perfecta del estado actual de la justicia histórica. Me es imposible señalar la multitud de reflexiones que aporta a su crítica Dorado. A quienes sientan deseos de aquilatar mi aseveración, les invito a que lean y mediten el libro.
En el capítulo siguiente: «Fines de la lucha actual contra el delito», patentiza con datos irrebatibles la ineficacia del tratamiento empleado hasta ahora para combatir la criminalidad; hace notar las contradicciones y errores de semejante sistema y evidencia el fracaso de todos los juristas que han sostenido la concepción penal basada en el temor y la sanción expiatoria.
En el capítulo «Rectificación de procedimiento», afirma que «los métodos empíricos que ahora están en práctica, dan malísimos resultados». «En los países más adelantados –añade– la función penal, que en los otros sigue siendo predominantemente retributiva e intimidadora, es ya hoy casi del todo educativa. Ejemplo de ello, los Estados del Norte en la gran República de los Estados Unidos».
El capítulo XII lo dedica a probar la virtualidad y eficacia de «El nuevo derecho penal de los jóvenes». Describe en el mismo la criminalidad infantil y afirma que del Derecho penal creado para los jóvenes delincuentes se halla proscrita toda sanción y casi toda intimidación.
Según los sostenedores de la concepción penal profiláctica, es axiomático, fundamental y supremo, de este sistema el principio: «los jóvenes delincuentes no merecen jamás ser castigados; necesitan siempre ser corregidos».
Todo el capítulo XIII lo consagra a robustecer lo afirmado en el anterior y singularmente a hacer pertinentes comentarios a las instituciones creadas en varias ciudades de Inglaterra, Irlanda, Estados Unidos, Canadá, Australia del Sur, Nueva Zelanda, Nueva Gales, &c., con objeto de disminuir las causas que determinan y aumentan la criminalidad de los niños y los jóvenes anómalos.
Admirables, profundos, hondos de veras son los capítulos XIV y XV. Desentraña con gran maestría la trascendencia que reviste el elemento psicológico en las antiguas y en las modernas teorías penales y hace hincapié en la importancia decisiva, que reviste el hecho de que, aunque con alguna lentitud y con menos intensidad que en lo que atañe a los jóvenes delincuentes, vaya acentuándose un nuevo tratamiento penal análogo para los adultos.
Y si bien se mira, la aspiración de esos propagandistas de la criminología, va ganando terreno; ha conquistado ya a los hombres de ciencia, a algunos magistrados esclarecidos, como Magnaud y otros.
«Aquí también –dice– se va pasando desde fuera a dentro en busca del factor psicológico; también aquí se procura sondear el alma del individuo y poner a la vista la índole peculiar de ella y los elementos y causas que determinan su manera de ser y producirse. La retribución sancionadora y expiatoria y la intimidación violenta por medios exclusivamente externos y brutales ceden poco a poco el puesto, cada día más, a los anhelos de corrección y enmienda, al cambio de personalidad interior mediante el curso de recursos racionales, amorosa y humanitariamente empleados. Más que al cuerpo y a sus movimientos actuales, se quiere atender al espíritu y a sus movimientos posibles.»
En el último capítulo sostiene Dorado por modo muy expresivo la quiebra del sistema sancionador y retributivo que ha venido rigiendo y en la actualidad aun rige y que lleva en su seno el germen de su propio aniquilamiento, y termina afirmando: «No se puede saber lo que es delito; no hace falta tampoco saberlo. Es suficiente con una idea muy relativa de lo que sea un individuo que, por sus especiales condiciones internas, en relación con las circunstancias que le cerquen, constituya peligro para una determinada forma de vida social. Con exactitud no podrá hacerse nunca esta determinación; aproximadamente y con muchas probabilidades, si, tanto más, cuanto más escrupulosa y detenidamente, se haya verificado el indispensable examen analítico previo».
Los estrechos límites en que forzosamente ha de contenerse esta conferencia, que ya debió haber terminado, impídeme analizar como se merecen los dos folletos de Dorado Montero publicados en Francia y en Italia y titulados respectivamente: De la responsabilitè en matière de délit et de son extension e I correzionalisti spagnuoli e la scuola positiva.
Dorado sigue una tradición honrosa para la ciencia jurídica hispana, que ya desde el siglo XVIII ha tenido eximios cultivadores, pudiendo decirse, en cierto modo, que resumen el proceso de nuestra ciencia penal, cuyas tres tendencias principales están representadas en el sentido ecléctico, por Pacheco; la teoría correccionalista a la antigua, por Luis Silvela; y la doctrina antropo-sociológica, por Dorado; si bien éste se formó dentro del movimiento iniciado y sostenido por la escuela positiva italiana y, en ocasiones, algunos juristas y sociólogos extranjeros le han comparado con Enrico Ferri. Pero no cabe negar que Dorado se halla en una situación singular, independiente y personal, debido a sus primeros estudios jurídicos, a la influencia que en su psiquismo ejercieron las enseñanzas recibidas en la cátedra de Filosofía del Derecho del ilustre maestro D. Francisco Giner de los Ríos y a la crítica profunda y circunspecta de las corrientes novísimas de la ciencia social.
Dedica Dorado su generoso esfuerzo a una labor de revisión completa, sin atenuaciones, de todos los problemas que los autores clásicos, correccionalistas y positivistas, viendo la realidad social de lado y fragmentariamente, dieron por resueltos prematuramente. Se inspira, de una parte, en la biología y las ciencias experimentales, como ya he indicado en el curso de esta conferencia y en las investigaciones de la escuela positiva italiana, y de otra en las modernas concepciones sociológicas de célebres pensadores cuya fórmula concreta aún no se halla establecida en la legislación positiva, pero ya se vislumbra merced a los descubrimientos de la Fisiología, la Psiquiatría, la Química biológica, la Toxicología, &c.
Así es posible afirmar resueltamente que el carácter expiatorio de la pena ha de proscribirse en absoluto del Derecho, cuyo carácter ético importa robustecer a toda costa, anulando la coacción. La función represiva ha de ser sustituida por el establecimiento de una tutela penal basada en un sistema racional, profiláctico, previsor y preventivo.
En su libro, como en El positivismo en la ciencia jurídica y social italiana; en los Problemas de Derecho penal; en los Problemas jurídicos contemporáneos; en El Reformatorio de Elmira; en los Asilos para los bebedores; en la Contribución al estudio de la Historia primitiva de España (El Derecho Penal en Iberia); Valor social de Leyes y Autoridades, &c., demuestra la vasta y profunda cultura que posee, con la cual ha logrado dominar a la perfección las más complejas y hondas cuestiones jurídicas, económicas, sociales, biológicas... Pocos escritores siguen con mayor atención y más de cerca el enorme movimiento bibliográfico contemporáneo y menos aún han logrado que la erudición no anulara, o cuando menos atenuase la propia personalidad.
A Dorado Montero su inmensa sabiduría le ha servido para acentuar aquélla de modo extraordinario, único en España. Es tan exacto mi aserto, que sus colegas extranjeros le citan siempre en sus obras con elogio, y al examinar y juzgar sus doctrinas, afirman que la característica del famoso profesor español son la lógica y la elevación. Ahí está el mérito y por esto ha conquistado un lugar preeminente en la ciencia universal.
«Es un hombre –dice Martínez Ruiz– que se abraza a la realidad y piensa». Todo cuanto publica, interesa aun a los que son menos afectos a ese género de estudios. Sus libros se leen con verdadera fruición, sin experimentar nunca la menor fatiga. Y es que en Dorado no se sabe qué admirar más, si al científico profundo y sagaz o al literato de refinado y exquisito gusto.
En síntesis, la personalidad de Dorado, como las de Concepción Arenal, Menéndez Pelayo, Joaquín Costa, Clarín y Ganivet, es evidentemente completa, porque no sólo manifiesta una potencialidad mental circunscrita a la esfera de la pura ideación, sino que además influye directa y poderosamente en la solución de las más arduas cuestiones sociales.
He dicho.
——
{1} Conferencia leída en el «Ateneo Enciclopédico Popular» el 25 de Noviembre de 1905.
{2} Véase mi estudio citado La responsabilidad por causa de delito y su difusión, en el libro Problemas jurídicos contemporáneos.
{3} Al contrario de lo que piensan ciertos escritores de la escuela de antropología criminal, como Garofalo y Fioretti, quienes afirman que los delincuentes no provocan ni son dignos de la simpatía de los hombres honrados, porque la simpatía es engendrada por la semejanza, y los criminales no son semejantes a los demás hombres, sino que difieren de ellos orgánica y psíquicamente. – Sobre que las premisas de donde esta conclusión resulta son muy discutibles (y ya se sabe si han sido y están siendo objeto de discusión las afirmaciones del tipo criminal y de los caracteres de los delincuentes), parece bastante extraño que quienes por ser deterministas no pueden atribuir a la voluntad libre del sujeto las anomalías físicas y psíquicas que en él radican, quieran hacerle responsable de las mismas, como si estuviera en su mano el hacerlas desaparecer, y justifiquen y aun exciten por eso el odio y la antipatía de sus coasociados. Y es natural que, colocados estos autores en el punto de vista dicho, no tengan inconveniente en tratar al delincuente como si fuera «carne de cañón», y digan de él que no puede invocar derecho alguno frente a la sociedad, la cual está facultada para hacer con él lo que mejor le plazca, incluso eliminarlo para siempre, y desde luego objeto de los más duros e inconsiderados tratamientos. ¡Cuán distinto de éste, y cuánto más profundo y superior a mi juicio, es el criterio de los correccionalistas!
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, págs. 61-94. ]
VII
La novela de una feminista
En la actualidad la vida moderna presenta en las grandes urbes una gran complejidad, efecto de una serie de concausas fatales. De entre ellas, acaso sean las principales, de un lado, el creciente malestar que por doquiera se advierte y de otro, la reacción natural que lleva aparejada toda lucha en que juegan distintos y contrapuestos elementos. Esta preocupación llega, en ocasiones, a revestir verdaderos caracteres de visión trágica para no pocos de nuestros escritores, y les sojuzga y les atrae hasta el extremo de matar en ellos en flor la cualidad más excelsa en el artista: la espontaneidad.
La influencia, algo trasnochada, que en nuestro espíritu, ya por demás impresionable, han ejercido los novelistas rusos, pésimamente traducidos y con ensañamiento mutilados por mercachifles metidos a editores, ha producido un estado de hiperestesia cerebral que no podía causar en nuestra desmedrada psiquis otro efecto que el de trastornarla, de tal suerte que casi toda la producción literaria de diez años acá es un reflejo fidelísimo de las morbosidades que han adquirido carta de naturaleza en Francia. ¡Y cuán triste y doloroso es que la mentalidad española vaya siempre a la zaga de las corrientes que privan en los bulevares de Paris! ¡Con qué penetración y agudeza previó el insigne y nunca bastante llorado Clarín el actual desquiciamiento del alma hispana! Ni el mismo Galdós, que es el prototipo del escritor circunspecto y equilibrado, libróse de estas influencias malsanas. Véase, si no, Nazarín, por no citar más que una de sus obras magistrales. En ella se nota la poderosa huella que dejara en el ánimo de su autor la lectura de Tolstoi. Y si esto observamos en un novelista del asombroso poder creador de Galdós, ¡qué no ocurrirá a nuestros escritores jóvenes! Blasco Ibáñez carece en absoluto de personalidad. En Entre naranjos, se ve a la legua que acababa de leer a D'Annunzio; en Sónica la cortesana, que pretendió escribir la novela histórica y sólo consiguió, con escasísimo acierto, remedar a Sienkiewicz, como en La Catedral a Huysmans, y en La bodega, que se propuso estudiar el complejísimo problema agrario en Andalucía, y no logró penetrar, ni por asomo, en la entraña del mismo, cosa que había realizado de un modo perfecto Timoteo Orbe –tres años antes de aparecer La bodega– en su intensa novela Guzmán el Malo. A Pío Baroja le ha sucedido lo propio, aunque en menor proporción. Yo no concibo la trilogía de Baroja, La mala vida, sin Los vagabundos y Los ex hombres, de Gorki.
Es forzoso reconocer, sin embargo, que si los novelistas que gozan de más fama no son un modelo de probidad literaria, según la feliz expresión de Maeztu; hay, en cambio, una porción de escritores que habiendo alcanzado menos renombre que los anteriormente citados, revelan una idiosincrasia intelectual, llena de originalidad, en la cual apenas si se advierten reminiscencias de otros autores.
Citaré en primer lugar a un ingenio en cuyas obras resplandecen el humour y la ironía más delicados y a quien seguramente conocen y estiman los que siguen con algún interés nuestra producción novelesca; al escritor que ha hecho célebre entre los aficionados a la literatura enjundiosa, el pseudónimo Silverio Lanza. Pero no es este el único novelista que hace arte sincero y personal; hay una pléyade de escritores jóvenes que, apartándose de los estrechos moldes en que se encierra nuestro rancio casticismo, se libran de las perniciosas corrientes literarias, hoy en boga. Felipe Trigo, Mariano Turmo, Juan Arzadún, Timoteo Orbe, Ricardo Carreras, José Segarra, Gabriel Miró y Magdalena de Santiago-Fuentes, han aportado a sus creaciones novelescas algo inusitado, inaudito en nuestra literatura, petrificada hasta hace poco; una nota en extremo simpática: el verismo.
En una obra reciente, que acabo de leer con gran delectación, he creído advertir el planteamiento de una cuestión que nadie, hasta la fecha, había llevado a la novela, por no tener suficientes arrestos. Esta cuestión es el feminismo; el problema de los problemas; el más arduo que se ha presentado en el siglo XIX en el terreno de la sociología.
El feminismo interesa y preocupa en gran manera a todos los pensadores del viejo y del nuevo mundo. Se le ha consagrado en estos veinte últimos años una enormidad de libros y folletos.
En todas las revistas se le estudia con atención especialísima. En las Academias de Londres, de Berlín, de Viena, de París, &c., se discute seriamente sobre la condición jurídica de la mujer. Todo cuanto dice relación con el trabajo de la misma, es objeto de preocupación constante, no sólo de intelectuales, sino de hombres de acción. Y hasta en determinados Parlamentos algo se ha legislado sobre este asunto candente, que no ha mucho puso de nuevo sobre el tapete el célebre y malogrado escritor alemán Otto Weininger, en su hermoso libro Geschlecht und Charakter.
En España, no ha habido ningún escritor que se preocupara lo más mínimo de estas materias –hecha excepción de la inolvidable D.ª Concepción Arenal, que las trató concienzudamente desde un punto de vista objetivo y filosófico– hasta que una escritora joven, la Srta. Magdalena de Santiago-Fuentes, ha publicado su novela Emprendamos nueva vida, en la cual se revela como novelista de grandes alientos y pensadora da alto vuelo. Y en verdad que no sé qué admirar más en esta obra: si la audacia y el civismo que supone el abordar con resolución una mujer española este problema de infinitas caras que se llama la condición de la mujer, o el haber llevado a cabo su intento con la elevación de miras y la circunspección con que ha acertado a hacerlo. El esfuerzo, que ha sido coronado por el éxito más franco, merece no sólo los plácemes de todos los espíritus de veras libertados, sino que es digno de admiración. Mas no quiero trasladar al papel cuanto acude a los puntos de mi pluma a este propósito. Prefiero pasar de soslayo y dejar los comentarios que me sugiere el hecho de que haya sido una mujer la que ha lanzado el primer grito discreto de protesta en la esfera del intelectualismo español, en defensa del mal llamado sexo débil.
Magdalena de Santiago-Fuentes, plantea con gran mesura y discreción y con estilo luminoso y diáfano, el asunto que constituye el fondo de Emprendamos nueva vida. Encarna el espíritu innovador en el tipo de Almudena, la cual, al regresar al pueblo que fue su cuna, se halla rodeada de sepulcros blanqueados en el seno de su familia; narra con sobriedad digna de encomio la serie de amarguras y tristezas que ensombrecen y laceran la existencia de aquella extraordinaria mujer; hace la descripción de Castrugar de una manera espléndida, derrochando los colores de una paleta rica en tonalidades y matices, y presenta al lector uno por uno –sin llegar nunca a lo que en la jerga novelesca se llama inventario– los detalles necesarios, indispensables para que se forme concepto cabal de la estructura y vida de aquel ciudadón manchego, tétrico y sombrío.
Rápidamente traza la silueta de los personajes principales y aun la de los secundarios. Úrsula, genuina expresión del fariseísmo hipócrita y sórdido; D. Bruno, cacique inconsciente e irresoluto; Fidel, neurasténico en quien revierten la astucia y la avilantez de su madre, y Emilia, fiel imagen de la señorita de pueblo ineducada, antojadiza y supersticiosa, están estudiados con mucho acierto. Pero en Emprendamos nueva vida, como su título indica, no ha pretendido Magdalena de Santiago-Fuentes hacer una obra negativa, demoledora; antes se ha preocupado de edificar la ciudad futura, personalizando en Javier, un ingeniero culto y humanista, la confianza en sí mismo y la devoción por las ideas emancipadoras; en Almudena, la mujer virtuosa y abnegada que no consiente poner precio a su cuerpo, y abandona para siempre el ambiente mefítico en que no podría hallar jamás la paz de su espíritu, abierto a todas las corrientes del pensamiento y a todos los efluvios de la vida; y en el psicólogo D. Ignacio, el hombre comprensivo como pocos y que está cien codos por cima de una sociedad de intransigentes y tornasolados, en la cual se desenvuelven y medran con artes mezquinas don Rufo, la familia de las Macabeas y D.ª Isabel Victoria, tipos presentados con mucho relieve y que en ocasiones sirven a la autora para ensamblar hábilmente los episodios de la acción, que, de otro modo, acaso hubieran quedado sin la cohesión que ahora ofrecen.
La característica de Emprendamos nueva vida es, sin duda alguna, la sensación que da, tanto por la génesis de la acción, que se desenvuelve con naturalidad pocas veces igualada, como por la seriación de los tipos principales, cuya psicología está finamente observada merced al agudo espíritu de percepción de que prueba estar dotada la autora aun en los momentos más difíciles.
Y termino afirmando que, al revés de lo que suele ocurrir con la mayoría de las novelas contemporáneas, la de Magdalena de Santiago-Fuentes deja una impresión amable y alentadora en el ánimo del lector y hace ver en la vida, no un lugar de expiación, sino un palenque en el que, a la postre, el triunfo corona todo esfuerzo generoso, cuando sale de lo más íntimo de las almas fuertes y obedece a un imperativo de la conciencia.
FIN
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, págs. 169-175. ]
Henrich y C.a – Editores – Barcelona
obras publicadas y en publicación
Biblioteca Ilustrada de Novelistas Contemporáneos
Autores | Ilustración de | |
Insolación (3.ª edición) | E. Pardo Bazán | J. Cuchy |
Morriña (3.ª edición) | E. Pardo Bazán | J. Cabrinety |
La Honrada (agotada) | J. Octavio Picón | J. L. Pellicer y J. Cuchy |
La Espuma (2 tomos) | A. Palacio Valdés | M. Alcázar y J. Cuchy |
Al primer vuelo (Ag.) (2 t.) | J. M.ª de Pereda | Apeles Mestres |
Las personas decentes | Enrique Gaspar | P. Eriz |
La Hembra (agotada) | F. Tusquets | P. Eriz |
El Padre Nuestro | F. Tusquets | P. Eriz |
En Roma | Andrés Mellado | R. de Villodas |
Cuentos Ilustrados (1 t.) | Nilo M.ª Fabra | Reputados artistas. |
Cada tomo en rústica, 4 ptas. - En tela, 5 ptas.
Biblioteca de Novelistas del Siglo XX
Novelas publicadas | |
Amor y pedagogía | Miguel de Unamuno |
La voluntad | J. Martínez Ruiz |
La dictadora | Antonio Zozaya |
Guzmán el Malo | Timoteo Orbe |
La juncalera | Dionisio Pérez |
Reposo | Rafael Altamira |
El mayorazgo de Labraz | Pío Baroja |
A fuego lento | Emilio Bobadilla (Fray Candil) |
Ganarás el pan (1.er premio del Concurso) | Pedro Mata |
Miguelón (2.º premio del Concurso) | Mariano Turmo Baselga |
Cuartel de inválidos (3.er premio del Concurso) | R. Pamplona Escudero |
Doña Abulia | Ricardo Carreras |
La humilde verdad | Gregorio Martínez Sierra |
Emprendamos nueva vida | Magdalena de Santiago-Fuentes |
Marín de Abreda | J. Menéndez Agusty |
Vocación (Recomendadas por el Jurado) | José Segarra |
¡Abajo las armas! (Premio Nobel) | Berta de Suttner |
Cenizas | Gracia Deledda |
Mi infancia | M. Martínez Barrionuevo |
Un hombre de oro | Maurus Jókai (dos tomos, 4 ptas.) |
En prensa | |
El encantamiento | Enrique A. Butti |
Ñaññ | J. Betancort (Ángel Guerra) |
Cada volumen en rústica, 3 pesetas.
Biblioteca de Escritores Contemporáneos
Obras publicadas | |
La literatura del día | Urbano González Serrano |
Al través de mis nervios | Emilio Bobadilla (Fray Candil) |
Psicología y literatura | Rafael Altamira |
Letras e ideas | E. Gómez de Baquero |
El histrionismo español | Eloy Luis André |
Los místicos españoles | Pablo Rousselot |
En prensa | |
Arte de batalla | J. Betancort (Ángel Guerra) |
Crítica militante | Ramiro de Maeztu |
La filosofía de Leopoldo Alas (Clarín) | Adolfo Posada |
Apuntes y pareceres | R. D. Perés |
Cada volumen en rústica, 3 pesetas.
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, cubierta interior. ]
Biblioteca Sociológica Internacional
Publicadas bajo la dirección de Santiago Valentí Camp
obras publicadas
R. U. Emerson. Siete ensayos. 2 vol.
G. de Greef. Las leyes sociológicas.
A. Loria. Problemas sociales contemporáneos.
Carlos Kautsky. La defensa de los trabajadores y la jornada de ocho horas.
F. Giner de los Ríos. Filosofía y Sociología.
G. Sergi. Leopardi a la luz de la ciencia. 2 vol.
A. Harnack. La esencia del Cristianismo. 2 vol.
G. de Greef. La evolución de las creencias y de las doctrinas políticas. 2 vol.
Th. Ziegler. La cuestión social es una cuestión moral. 2 vol.
A. France. El Jardín de Epicuro.
E. González-Blanco. El Feminismo en las sociedades modernas. 3 vol.
W. James. Los ideales de la vida. 2 vol.
G. de Azcárate. Concepto de la Sociología y un estudio sobre los deberes de la riqueza.
N. Colajanni. Razas superiores y razas inferiores, o latinos y anglo-sajones. 3 vol.
T. Carlyle. Sartor Resartus. 2 vol.
J. Fiske. El destino del hombre.
M. Longo. La conciencia criminosa.
Roberto Ardigó. La ciencia de la educación. 2 vol.
Ignacio Valentí Vivó. La sanidad social y los obreros. 2 vol.
Emile Laurent. La Antropología criminal.
P. Dorado. Los nuevos derroteros penales.
A. Chiappelli. El Socialismo y el pensamiento moderno. 2 vol.
Diego Ruiz. Genealogía de los símbolos. 2 vol.
G. Sergi. La evolución humana individual y social. 2 vol.
G. Schmoller. Política social y Economía política. 2 vol.
P. Rossi. Místicos y sectarios. 2 vol.
Alfredo Angiolini. De los delitos culposos. 2 vol.
G. Piazzi. El Arte en la muchedumbre. 2 vol.
Adolfo Dyroff. El concepto de la existencia.
P. Rossi. El Alma de la muchedumbre. 2 vol.
A. Asturaro. El materialismo histórico y la sociología general.
Andrés Angiulli. La Filosofía y la Escuela. 3 vol.
C. Perrini. El Mundo y el Hombre.
J. Antich. Egoísmo y altruismo.
J. Jaurés. Acción socialista. 2 vol.
M. Legrain. Degeneración social y Alcoholismo.
P. Rossi. Los sugestionadores y la muchedumbre.
Ellen Key. El siglo de los niños. 2 vol.
G. Rodríguez García. La Nueva Pedagogía.
E. Grosse. Los comienzos del arte. 2 vol.
M. Thury. El paro forzoso (chômage moderne).
G. Cimbali. El derecho del más fuerte. 2 vol.
E. Ciccotti. El ocaso de la esclavitud en el mundo antiguo. 3 vol.
J. Gascón. Los sindicatos y la libertad de contratación. 2 vol.
Alfredo Nicéforo. Fuerza y Riqueza. 2 vol.
M. A. Vaccaro. Génesis y función de las leyes penales. 2 vol.
H. Höffding. La Moral: Principios de Ética.
H. Höffding. La Moral: La moral individual, social y de familia.
H. Höffding. La Moral: La libre asociación de cultura.
H. Höffding. La Moral: La cultura religiosa y filantrópica. El Estado.
Simón N. Patten. Los fundamentos económicos de la protección.
S. Valentí Camp. Premoniciones y Reminiscencias.
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, contracubierta interior. ]
en prensa
T. Carlyle. Los héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia.
Emilio Reich. El éxito de las Naciones.
A. Menger. El Estado socialista.
G. Bovio. El Genio.
A. Albornoz. Individualismo y socialismo.
Lino Ferriani. Delincuentes astutos y afortunados.
R. Ardigo. Lo verdadero.
en preparación
G. Barzzelloti. Santos, solitarios y filósofos.
H. George. Progreso y Pobreza.
Simón N. Patten. Teoría de las fuerzas sociales.
Tito Vignoli. De la ley fundamental de la inteligencia en el reino animal.
Pedro Dorado. Cuestiones psicológicas y sociales.
R. Ardigó. La unidad de la conciencia.
A. Groppali. Elementos de Sociología.
Aquiles Loria. La propiedad territorial y la cuestión social.
C. R. C. Herckenrath. Problemas de Estética y de Moral.
E. Littré. Los Bárbaros y la Edad Media.
O. Perrini. El Hombre y la Ciencia.
Rodolfo Stammler. La economía y el derecho según la concepción materialista de la historia.
W. D. Withney. La vida del lenguaje.
Gustavo Ratzenhofer. El Conocimiento sociológico.
H. Höffding. Filosofía de la Religión.
M. A. Vaccaro. Las bases sociológicas del Derecho y del Estado.
B. Bataglia. La dinámica del delito.
T. Fukuda. El desenvolvimiento económico y social del Japón.
G. Amadori-Virgili. El sentimiento imperialista.
E. González Blanco. El Hilozoísmo como medio de concebir el mundo.
G. Simmel. Filosofía de la moneda.
Rafael Urbano. Ante el misterio.
J. M. Baldwin. El desenvolvimiento mental en el niño y en la raza.
R. Ardigó. La Razón.
S. Valentí Camp. Atisbos y disquisiciones.
A. Loria. Las bases económicas de la constitución social.
P. Dorado. El Derecho y sus sacerdotes.
Eugenio d’Ors. Genealogía ideal del Imperialismo.
T. Carlyle. Pasado y presente.
R. E. Funcke. Los fundamentos históricos del Cristianismo.
R. Ardigó. Lo incognoscible de H. Spencer y el Noumeno de M. Kant.
R. U. Emerson. Sociedad y Soledad.
Dr. Hilty. Felicidad.
R. Altamira. Cuestiones obreras.
Ludwig Stein. La cuestión social a la luz de la filosofía.
E. Durkheim. Las reglas del método sociológico.
A. Gropalli. La génesis social del fenómeno científico.
A. Majorana. Teoría sociológica de la constitución política.
P. Schwartzkopff. La vida como individuación y asociación.
A. Loria. El Capitalismo y la Ciencia.
Carlos Groos. La vida psíquica del niño.
H. George. Un filósofo perplejo.
L. Orchansky. La herencia en la familia enferma.
E. Troilo. La doctrina del conocimiento en los modernos precursores de Kant.
Cada volumen en rústica, 0'75 pesetas
De venta en las principales librerías de España y América.
[ S. Valentí Camp, Premoniciones y Reminiscencias, Barcelona 1907, contracubierta. ]