Historia de los heterodoxos españoles Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912)

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V. Osio en sus relaciones con el Arrianismo.
Potamio y Florencio

No precisamente para vindicarle, que no lo necesita, pues ya lo han hecho otros, especialmente Flórez y el Padre Miguel José de Maceda{43}, sino por lo enlazada que está su historia con la del arrianismo, y por ser mi propósito no omitir en esta obra [66] personaje alguno que con fundamento o sin él haya sido tildado de heterodoxia, voy a escribir brevemente del grande Osio, aprovechando tan favorable ocasión para refrescar la memoria de aquel ornamento de nuestra Iglesia, varón el más insigne que España produjo desde Séneca hasta San Isidoro.

El nombre de Osio (Santo) es griego, pero el que lo llevó pertenecía a la raza hispano-latina, puesto que en el Concilio Niceno tuvo que explicarse por intérpretes, según resulta de las actas{44}. Nació Osio en Córdoba, si hemos de estar al irrecusable testimonio de San Atanasio{45} y al de Simeón Metaphrástes{46}, hacia el año de 256, puesto que murió en 357 a los 101 años de edad con escasa diferencia. Fue electo Obispo de Córdoba por los años de 294, puesto que en 355 llevaba 60 de obispado, según San Atanasio{47}. Confesor de la fe durante la persecución de Diocleciano, padeció tormento, cuyas huellas mostraba aún en Nicea{48} y fue enviado al destierro, conforme testifica el santo Obispo de Alejandría (Apolog. de fuga sua). De la confesión habla el mismo Osio en la carta a Constancio: Ego confessionis munus explevi, primum cum persecutio moveretur ab avo tuo Maximiano. Asistió después al Concilio de Iliberis, entre cuyas firmas viene en undécimo lugar la suya, como que no llevaba más que nueve o diez años de obispado. Salió de España, no sabemos si llamado por Constantino, a quien acompañaba en Milán el año 313{49}. El emperador tenía en mucha estima sus consejos, sobre todo en cosas eclesiásticas, y parece indudable que Osio le convirtió al Cristianismo o acabó de decidirle en favor de la verdadera Religión, pues el pagano Zósimo{50} atribuye la conversión del César a un egipcio de España, debiéndose entender la palabra egipcio en el sentido de mago, sacerdote o sabio, como la interpretan casi todos los historiadores, quienes asimismo convienen en identificar a Osio con el egipcio, por no saberse de otro catequista español que siguiese la corte de Constantino en aquella fecha.

Levantóse por el mismo tiempo en África la herejía de los Donatistas, sostenida por la española Lucila, de quien daré noticia en párrafo aparte. Depusieron aquellos sectarios al Obispo de Cartago Ceciliano, [67] acusándole de traditor, es decir, de haber entregado a los gentiles en la última persecución los libros sagrados, y eligieron anticanónicamente a Mayorino. Llegó el cisma a oídos del Papa Melquíades, quien, llamado a Roma Ceciliano con doce de los suyos y otros tantos Donatistas, pronunció sentencia en favor del legítimo Obispo, previa consulta a tres Prelados de las Galias y a quince italianos (A. 313). Apelaron los Donatistas, fueron condenados de nuevo al año siguiente, y recurrieron a Constantino, el cual, lejos de oírlos, les amenazó con sus rigores. Vengáronse acusando a Osio, consejero del emperador, y al Papa Melquíades, de traditores, partidarios y cómplices de Ceciliano. Pero ya dijo San Agustín en el psalmo Contra Donatistas:

Sed hoc libenter finxerunt quod se noverunt fecisse
Quia fama jam loquebatur de librorum traditione
Sed qui fecerunt latebant in illa perditione:
Inde alios infamaverunt ut se ipsos possint celare.

De suerte que el crimen estaba de parte de los Donatistas. Decían de Osio que había sido convicto de tradición por los Obispos españoles, y absuelto por los de las Galias, y que él era el instigador de Constantino contra los de la facción de Donato. San Agustín (lib. I, Contra Parmeniano) declara calumniosas ambas acusaciones, y en verdad que riñen con todo lo que sabemos de la persecución sufrida por Osio; siendo además de advertir que sus enemigos los Arrianos nunca repitieron el cargo formulado por los Donatistas. En punto a su proceder con estos sectarios, San Agustín advierte que Osio torció in leniorem partem el ánimo del emperador, enojado con los cabezas y fautores del cisma.

De la sana y enérgica influencia de Osio en el ánimo de Constantino responde la ley De manumissionibus in Ecclesia a él dirigida, que se lee en el código Theodosiano, lib. IV, tít. VII.

Mayor peligro que el del cisma de Donato fue para la Iglesia la herejía de Arrio, presbítero alejandrino, cuya historia y tendencias expondré cuando lleguemos a la época visigoda. Aquí basta recordar lo que todo el mundo sabe, es decir, que Arrio negaba la divinidad del Verbo y su consustancialidad con el Padre. Enviado Osio a Alejandría para calmar las disensiones entre Arrio y San Atanasio, vio imposible reducir al primero, y opinó por la celebración de un Concilio. Juntóse éste en Nicea de Bitinia el año 325, con asistencia de 318 Obispos, presididos por el mismo Osio, que firma el primero después [68] de los legados del Papa, en esta forma: «Hosius episcopus civitatis Cordubensis, provinciae Hispaniae, dixit: Ita credo, sicut superius dictum est. Victor et Vincentius presbyteri urbis Romae pro venerabili viro Papa et Episcopo nostro Sylvestro subscripisimus» &c. Aquel Concilio, el primero de los Ecuménicos, debe ser tenido por el hecho más importante de los primeros siglos cristianos en que tanto abundaron las maravillas. Vióse a la Iglesia sacar incólume de la aguda y sofística dialéctica de Arrio el tesoro de su fe, representado por uno de los dogmas capitales, el de la divinidad del Logos, y asentarle sobre fundamentos firmísimos, formulándole en términos claros y que cerraban la puerta a toda anfibología. La Iglesia, que jamás introduce nueva doctrina, no hizo otra cosa que definir el principio de la consustancialidad tal como se lee en el primer capítulo del Evangelio de San Juan. La palabra Omousios (consustancial), empleada la primera vez por el Niceno, no es más que una paráfrasis del Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum. El Cristianismo no ha variado ni variará nunca de doctrina. ¡Qué gloria cabe a nuestro Osio por haber dictado la profesión de fe de Nicea, símbolo que el mundo cristiano repite hoy como regla de fe y norma de creencia! «Creemos en un Dios, Padre Omnipotente, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles: y en Jesucristo, hijo de Dios, unigénito del Padre, esto es, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido no hecho, homousios, esto es, consustancial al Padre, por quien han sido hechas todas las cosas del cielo y de la tierra...». Que Osio redactó esta admirable fórmula, modelo de precisión de estilo y de vigor teológico afírmalo expresamente San Atanasio (Ep. Ad Solitarios): «Hic formulam fidei in Nicaena Synodo concepit». La suscribieron 318 Obispos, absteniéndose de hacerlo cinco arrianos tan sólo. En algunos Cánones disciplinarios del Concilio Niceno, especialmente en el III y en el XVIII, parece notarse la influencia del Concilio Iliberitano, y por ende la de Osio.

Asistió éste en 324 al Concilio Gangrense, celebrado en Paphlagonia. Firma las actas, pero no en primer lugar. Los Cánones se refieren casi todos a la disciplina.

Muerto Constantino en 337, dícese que Osio tornó a España. En los últimos años de su vida había parecido inclinarse el emperador al partido de los Arrianos, y hasta llegó a desterrar a Tréveris a San Atanasio, el gran campeón de la fe nicena, aunque es fama (y así lo advierte Sozomeno) que en su testamento revocó la orden, y encargó el regreso de Atanasio. Vuelto a su diócesis de Alejandría el ardiente [69] e indomable atleta, levantáronse contra él los Arrianos, y en el conciliábulo de Antioquía, en 341, depusieron a Atanasio, eligiendo en su lugar a Gregorio. El nuevo Obispo penetró en Alejandría con gente armada, y San Atanasio hubo de retirarse a Roma, donde alcanzó del Papa San Julio la revocación de aquellos actos anticanónicos; pero el emperador Constancio persiguió de tal suerte al santo Obispo, que éste se vio precisado a mudar continuamente de asilo, sin dejar de combatir un punto a los Arrianos de palabra y por escrito. Convocóse al fin un Concilio en Sardis, ciudad de Iliria, el año 347. Concurrieron 300 Obispos griegos y 76 latinos. Presidió nuestro Osio, que firma en primer lugar, y propuso y redactó la mayor parte de los Cánones, encabezados con esta frase: Osius Episcopus dixit. El Sínodo respondió a todo: Placet. San Atanasio fue restituido a su Silla, y condenados de nuevo los Arrianos. Otra vez en España Osio, reunió en Córdoba un Concilio provincial, en el cual hizo admitir las decisiones del Sardicense, y pronunció nuevo anatema contra los secuaces de Arrio{51}. No se conservan las actas de este Sínodo.

Por este tiempo habíase puesto resueltamente Constancio del lado de los Arrianos, y consentía en 355 que desterrasen al Papa Liborio por no querer firmar la condenación de Atanasio. No satisfechos con esto el emperador y sus allegados, empeñáronse en vencer la firmeza de Osio, de quien decían, según refiere San Atanasio: «Su autoridad sola puede levantar el mundo contra nosotros: es el Príncipe de los Concilios; cuanto él dice se oye y acata en todas partes: él redactó la profesión de Fe en el Sínodo Niceno: él llama herejes a los Arrianos»{52}. A las porfiadas súplicas y a las amenazas de Constancio, respondió el gran Prelado en aquella su admirable carta, la más digna, valiente y severa que un sacerdote ha dirigido a un monarca{53}. «Yo fui confesor de la fe (le decía) cuando la persecución de tu abuelo Maximiano. Si tú la reiteras, dispuesto estoy a padecerlo todo, antes que a derramar sangre inocente ni ser traidor a la verdad. Mal haces en escribir tales cosas y en amenazarme... Acuérdate que eres mortal, teme el día del juicio, consérvate puro para aquel día, no te mezcles en cosas eclesiásticas ni aspires a enseñarnos, puesto que debes [70] recibir lecciones de nosotros. Confióte Dios el imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia. El que usurpa tu potestad, contradice a la ordenación divina: no te hagas reo de un crimen mayor usurpando los tesoros del templo. Escrito está: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni tú, emperador, la tienes en lo sagrado. Escríbote esto por celo de tu salvación. Ni pienso con los Arrianos ni les ayudo, sino que anatematizo de todo corazón su herejía, ni puedo suscribir la condenación de Atanasio, a quien nosotros y la Iglesia romana y un Concilio han declarado inocente». Separación maravillosa de los límites de las dos potestades como tales, anticipado anatema a los desvaríos de todo príncipe teólogo, llámese Constancio o León el Isáurico, Enrique VIII o Jacobo I, firmeza desusada de tono, indicio seguro de una voluntad de hierro; hondo sentimiento de la verdad y de la justicia: todo se admira en el pasaje transcrito, que con toda la epístola nos conservó San Atanasio. Cien años tenía Osio cuando escribió esta carta, que hizo bramar de cólera al altivo y pedante emperador, el cual mandóle comparecer en Syrmio, ciudad de la Pannonia. En el Concilio allí celebrado hiciéronse esfuerzos sobrehumanos para doblegar la constancia del Obispo cordobés; pero se negó tenazmente a firmar contra Atanasio, limitándose su condescendencia a comulgar o comunicar con los arrianos Ursacio y Valente, debilidad de que se arrepintió luego, como testifica San Atanasio: «Verum ne ita quidem eam rem pro levi habuit: morituras enim quasi in testamento suo vim protestatus est, et Arianam haeresim condemnavit, vetuitque eam a quoquam probari aut recipi». Y es lo cierto que Osio murió el mismo año 357 a la edad de 101 años, después de haber sido azotado y atormentado por los verdugos de Constancio, conforme testifica Sócrates Escolástico (Lib. II, capítulo XXXI){54}.

Increíble parece que a tal hombre se le haya acusado de heterodoxo. ¡Al que redactó el símbolo de Nicea y absolvió a San Atanasio en el Concilio Sardicense, y a los cien años escribió al hijo de Constancio en los términos que hemos visto! Y, sin embargo, es cosa corriente en muchas historias que Osio claudicó al fin de su vida, y que no contento con firmar una profesión de fe arriana, vino a la Bética, donde persiguió y quiso deponer a San Gregorio Iliberitano, que no quería comunicar con él. Y cierran toda la fábula con el célebre relato de la muerte repentina de Osio, a quien se torció la boca con feo visaje{55} [71] cuando iba a pronunciar sentencia contra el santo Prelado de Iliberis.

Cuento tan mal forjado ha sido deshecho y excluido de la historia por el mayor número de nuestros críticos, y sobre todo por el Padre Flórez en su Disertación Apologética, y por Maceda, en la suya Hosius vere Hosius, ya citada. No hay para qué detenernos largamente en la vindicación. Las acusaciones contra Osio se reducen a estos tres capítulos:

a) Comunicó con los arrianos Ursacio y Valente. Así lo dice un texto que pasa por de San Atanasio: «Ut afflictus, attritusque malis, tandem aegreque cum Ursacio et Valente communicavit, non tamen ut contra Athanasium scriberet{56}. Dando por auténticas estas palabras, discurrían así los apologistas de Osio, incluso Flórez: en el trato con herejes excomulgados, severamente prohibido por los antiguos Cánones, cedió Osio a una violencia inevitable, de la cual se arrepintió después amargamente; pero ni pecó contra la fe, ni suscribió con los Arrianos. Hizo, en suma, lo que San Martín de Tours, que (como veremos en el capítulo siguiente) consintió en comunicar con los Obispos ithacianos, para salvar de los rigores imperiales a los Priscilianistas, aunque después tuvo amargos remordimientos de tal flaqueza, y moestus ingemuit, dice Sulpicio Severo. El hecho de Osio, en todo semejante, lo refiere San Atanasio sin escándalo, y no fue óbice para que él diese repetidas veces el nombre de Santo al Obispo de Córdoba.

El Padre Maceda fue más adelante; sostuvo que el texto de la epístola Ad Solitarios no podía menos de estar interpolado (lo cual ya habían indicado los apologistas del Papa Liberio), porque resultarían, si no, contradicciones cronológicas insolubles, v. gr., la de suponer vivo en 358{57} al Obispo de Antioquía Leoncio, y porque no enlaza ni traba bien con lo que precede ni con lo que sigue. Y como son tres los peajes de San Atanasio (en las dos Apologías y en la epístola Ad Solitarios, donde se dice de Osio que flaqueó un momento (cessit ad horam), el Padre Maceda declara apócrifos los tres, ya que la primera Apología parece escrita hacia el año 350, y la segunda en 356. Pero ¿no pudo San Atanasio intercalar después estas narraciones? La verdad es que en todos los Códices se hallan, y siempre es aventurado [72] rechazar un texto, por meras conjeturas, aunque desarrolladas con mucho ingenio. Ni la defensa de Osio requiere tales extremos. Constante el apologista en su plan, dedica largas páginas a invalidar por apócrifos los testimonios de San Hilario, cuando bastaba advertir (como advierte al principio), que desterrado aquel Padre en Frigia, y poco sabedor de las cosas de Osio, se dejó engañar por las calumnias que Ursacio y Valente habían propalado, y tuvo por auténtica la segunda fórmula de Syrmio.

b) Firmó en Syrmio una profesión de fe arriana. En ninguna parte lo indica San Atanasio, que debía de estar mejor informado que nadie, en asunto que tan de cerca le tocaba. Se alega el testimonio de San Epifanio. (Adversus haereses, lib. III, haer. LXXIII, núm. 14); pero esas palabras no son suyas, sino interpoladas por algún copista que las tomó del Hypomnematismo de Basilio Ancyrano y Jorge de Laodicea{58}. Allí se habla de las cartas que los Arrianos cazaron o arrancaron por fraude al venerable Obispo Osio: «Quo nomine Ecclesiam condemnare se posse putarunt in litteris quas a Venerabili viro Episcopo Hosio per fraudem abstulerunt». El silencio de San Atanasio es prueba segura de que no hubo carta firmada por Osio, aunque los Arrianos lo propalaran, y el rumor llegase a los autores del Hypomnematismo. Además, si la firma fue arrancada por fraude, es como si no hubiera existido.

Cierto que San Hilario en el libro De Synodis, al trascribir la herética fórmula de Syrmio, encabézala con estas palabras: Exemplar blasphemiae apud Syrmium per Hosium et Potamium conscriptae; pero semejante rótulo riñe con el contexto de la fórmula, donde ésta se atribuye a Ursacio, Valente y Germinio, nunca a Osio ni a Potamio, Obispo de Lisboa{59}. Parece evidente que San Hilario (o su interpolador, según el mal sistema del Padre Maceda) cedió a la opinión vulgar difundida en Oriente por los Arrianos en menoscabo del buen nombre de Osio y Potamio. Y que no pasó de rumor lo confirma Sulpicio Severo: Opinio fuit. ¿Hemos de creer, fiando en el testimonio de Sozomeno{60}, [73] que Osio juzgó prudente prescindir de las voces Homousio y Homoiousio, por amor de paz, para atraer a los herejes y disipar la tormenta? El Padre Maceda no anda muy distante de este sentir, y defiende a Osio con ejemplos de San Hilario y San Basilio Magno, quienes, en ocasiones semejantes, se inclinaron a una prudente economía, sacrificando las palabras a las cosas. Admitido esto, todo se explica. La condescendencia de Osio fue mal interpretada, por ignorancia o por malicia, y dio origen a las fábulas de Arrianos y Luciferianos.

c) San Isidoro en los capítulos V y XIV De viris illustribus refiere, con autoridad de Marcelino, la portentosa muerte del sacrílego Osio, que iba a dar sentencia de deposición contra San Gregorio, después de haber trabajado con el Vicario imperial para que desterrase a aquel Obispo, que se negaba a la comunión con él teniéndole por arriano. Esta narración queda desvanecida en cuanto sepamos que Osio no murió en España, como supone San Isidoro, sino desterrado en Syrmio, a lo que se deduce del Menologio griego: έν έζορία τον δίον χατέλυσε (acabó la vida en el destierro), y se convence por las fechas. Constancio salió de Roma para Syrmio el día 4 de las calendas de Junio de 357. Allí atormentó a Osio para que consintiese en la comunicación con Ursacio y Valente. Osio murió dentro del mismo año 357, según San Atanasio, y el día 27 de Agosto, como afirma el Menologio griego. En mes y medio escasos era muy difícil en el siglo IV de nuestra era hacer el viaje de Syrmio a España, aunque prescindamos del tiempo que tardó Constancio en su viaje a la Pannonia, y del que se necesitaba para la celebración del Concilio. Y en mala disposición debió de estar Osio para viajes tan rápidos con ciento un años de edad, y afligido con azotes y tormentos por orden de Constancio.

La autoridad de San Isidoro tampoco hace fuerza, porque su narración es de referencias al escrito de Marcelino. Este Marcelino, presbítero luciferiano, en unión con otro de la misma secta, llamado Faustino, presentó a los emperadores Valentiniano y Teodosio un Libellus precum, que mejor diríamos libelo infamatorio, donde pretendían justificar su error, consistente en no admitir a comunión ni tener trato alguno con el Obispo o presbítero que hubiese caído en algún error, aun después de tornado al gremio de la Iglesia. El escrito de los Luciferianos ha sido fuente de muchas imposturas históricas, especialmente del relato de la tradición del Papa San Marcelino. Lo que se refiere a Osio, a Potamio y a Florencio, españoles todos, merece [74] traducirse, siquiera como curiosidad histórica, muy pertinente al asunto de este libro.{61}

«Potamio, Obispo de Lisboa, defensor de la fe católica al principio, prevaricó luego por amor de un fundo fiscal que deseaba adquirir. Osio, Obispo de Córdoba, descubrió su maldad, e hizo que las Iglesias de España le declarasen impío y hereje. Pero el mismo Osio, llamado y amenazado por el emperador Constancio, y temeroso, como viejo [75] y rico, del destierro y de la pérdida de sus bienes, ríndese a la impiedad, prevarica en la fe al cabo de tantos años, y vuelve a España con terrible autoridad regia, para desterrar a todo Obispo que no admitiese a comunión a los prevaricadores. Llegó a oídos del santo Gregorio, Obispo de Iliberis, la nueva de la impía prevaricación de Osio, y negóse con fe y constancia a su nefanda comunicación... El Vicario Clementino, a ruegos de Osio, y obedeciendo al mandamiento imperial, llamó a Gregorio a Córdoba y decían las gentes: ¿Quién es ese Gregorio que se atreve a resistir a Osio? Porque muchos ignoraban la flaqueza de Osio, y no tenían bien conocida la virtud del santo Gregorio, a quien juzgaban Prelado novel y bisoño... Llegan a la presencia del Vicario, Osio como juez, Gregorio cómo reo... Grande inquietud en todos por ver el fin de aquel suceso. Osio con la autoridad de sus canas; Gregorio con la autoridad de la virtud. Osio puesta su confianza en el rey de la tierra; Gregorio la suya en el Rey sempiterno. El uno se fundaba en el rescripto imperial; el otro en la divina palabra... Y viendo Osio que llevaba lo peor en la disputa, porque Gregorio le refutaba con argumentos tomados de sus propios escritos, gritó al Vicario: «Ya ves cómo éste resiste a los preceptos legales: cumple lo que se te ha mandado, envíale al destierro». El Vicario, aunque no era cristiano, tuvo respeto a la dignidad episcopal, y respondió a Osio: «No me atrevo a enviar un Obispo al destierro: da tú antes sentencia de deposición». Viendo San Gregorio que Osio iba a pronunciar la sentencia, apeló al verdadero y poderoso juez, Cristo, con toda la vehemencia de su fe, clamando: «Cristo-Dios, que has de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, no permitas que hoy se dé sentencia contra mí, indigno siervo tuyo, que soy perseguido por la confesión de tu nombre. No porque yo tema el destierro, pues todo suplicio me es dulce por tu amor, sino para que muchos se libren de la prevaricación al ver tu súbita y prestísima venganza». Y he aquí que repentinamente a Osio, que iba a dar la sentencia, se le torcieron la boca y el cuello, y cayó en tierra, donde expiró, o como otros dicen, quedó sin sentido. Cuentan luego que el Vicario se echó a los pies del santo, suplicándole que le perdonase.»

«No quedó impune (prosiguen diciendo) la prevaricación de Potamio. Murió cuando iba a aquel fundo que había obtenido del emperador en pago de una suscripción impía, y no vio, ni por asomos, los frutos de su viña. Murió de un cáncer en aquella lengua impía con que había blasfemado.»

«También fue castigado con nuevo género de suplicio Florencio [76] (Obispo de Mérida), que había comunicado con los prevaricadores Osio y Potamio. Cuando quiso ocupar su silla delante del pueblo, fue arrojado de ella por un poder misterioso, y comenzó a temblar. Intentólo otra vez y otra, y siempre fue rechazado como indigno, y caído en tierra torcíase y retemblaba como si interiormente y con gran dureza le atormentasen. De allí le sacaron para enterrarle.»

¿Qué decir de todas estas escenas melodramáticas, que por otra parte no dejan de acusar fuerza de imaginativa en sus autores? Ese Osio que viene revestido de terrible autoridad, ese San Gregorio Bético que pide y alcanza súbita y terrible venganza, plegaria tan ajena de la mansedumbre y caridad, y aun de la justicia, tratándose de Osio, columna de la Iglesia, aun dado caso que hubiese incurrido en una debilidad a los cien años; ese Vicario, que es pagano y tiene tanto respeto a la dignidad episcopal, cuando en tiempos de Constancio era cosa frecuentísima el desterrar Obispos, y luego pide a Osio que deponga a Gregorio, como si para él variase la cuestión por una fórmula más o menos; esa duda, finalmente, en que los autores del libelo se muestran, ignorando si Osio cayó muerto o desmayado, ¿qué es todo esto sino el sello indudable de una torpe ficción? Adviértase, además, que la muerte o castigo de Florencio se parece exactamente a la de Osio, coincidencia natural, puesto que las dos relaciones son de la misma fábrica. Hasta terminan con la misma protesta: «Bien sabe toda España que no fingimos esto (scit melius omnis Hispania, quod ista non fingimus); esto lo sabe toda Mérida: sus ciudadanos lo vieron por sus propios ojos». Pero no hay que insistir en las contradicciones y anacronismos de una ficción que por sí misma se descubre.

De Florencio y Potamio poco más sabemos, y por eso no hago de ellos capítulo aparte. Probablemente fueron buenos Obispos, libres de la terquedad y bárbara intolerancia de los cismáticos Luciferianos. San Febadio habla de una epístola, De possibilitate Dei, que los herejes Fotinianos hicieron correr a nombre de Potamio{62}.

Contra ese cuento absurdo que llama avaro y tímido al Osio autor de la carta a Constancio y dos veces confesor de la fe, hemos de poner el testimonio brillante de San Atanasio, que con él lidió bizarramente contra los Arrianos: «Murió Osio protestando de la violencia, condenando la herejía arriana y prohibiendo que nadie la siguiese ni amparase... ¿Para qué he de alabar a este santo viejo, confesor insigne de Jesucristo? No hay en el mundo quien ignore que Osio fue [77] desterrado y perseguido por la fe. ¿Qué Concilio hubo donde él no presidiese? ¿Cuándo habló delante de los Obispos sin que todos asintiesen a su parecer? ¿Qué Iglesia no fue defendida y amparada por él? ¿Qué pecador se le acercó que no recobrase aliento o salud? ¿A qué enfermo o menesteroso no favoreció y ayudó en todo?»{63}.

La Iglesia griega venera a Osio como Santo el 27 de Agosto. La latina no le ha canonizado todavía, quizá por estar en medio el libellus de los Luciferianos{64}.

Los escritos de Osio que a nosotros han llegado son brevísimos y en corto número, pero verdaderas joyas. Redúcense a la profesión de fe de Nicea, a la carta a Constantino, y a quince Cánones del Concilio de Sardis. San Isidoro le atribuye además una carta a su hermana, De laude virginitatis, escrita, dice, en hermoso y apacible estilo, y un tratado sobre la interpretación de las vestiduras de los sacerdotes en la Ley Antigua{65}. San Atanasio parece aludir a escritos polémicos de Osio contra los Arrianos. Pensó en traducir al latín el Timeo de Platón, pero no llegó a realizarlo, y encargó esta tarea a Calcidio, que le dedicó su versión, señalada en la historia de la filosofía por haber sido casi el único escrito platónico que llegó a noticia de la Edad Media.

¡Hasta en los estudios filosóficos ha sido benéfica la influencia de Osio, representante entre nosotros del platonismo católico de los primeros Padres!{66}.

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{43} En su disertación Hosius vere Hosius (Osio verdaderamente santo), impresa en Bolonia, 1790, 4º, XVI-492 págs. Comprende tres disertaciones: 1ª De commentitio... Hosii lapsu; la 2ª De sanctitate et cultu legitimo Hosii; en la 3ª, vindica a Potamio.

{44} Lib. II. De eo quod oportet tres personas intelligi, &c.

{45} «Reversus in patriam suam, (Ep. Ad Solitarios).

{46} «Corduba... urbs Hispaniae de eo se jactabat.» (Narratio eorum quae gesta sunt Niceae a Sinodo).

{47} Todas estas fechas fueron concordadas y puestas en claro por Flórez, (España Sagrada, tomo X, págs. 200 y sig.)

{48} Niceph., lib. VIII, cap. XIV.

{49} Vid. Carta de Constantino a Ceciliano, Obispo de Cartago en Euseb., lib. X, cap, VI.

{50} Lib. II, Hist.

{51} Quapropter Cordubae Episcopus Sanctissimus πανόσιος, Osius, Synodum Divinam et Sanctam Episcoporum sua in Civitate convocans, divinitus expositam iliustravit doctrinam, condemnans eosdem quos Sardicensis abdicaverat Synodus, et quos ea absolverat recipiens.» (Libell. Synod. in Fabricii Bibliotheca Graeca, tomo XI, pág. 185). Es documento del siglo IX, pero sobre originales más antiguos.

{52} Ep. Ad Solitarios.

{53} Vid. Apéndice, núm. II.

{54} En estas noticias biográficas de Osio sigo principalmente a Flórez y a Maceda.

{55} Palabras de Mariana.

{56} Μή τπογράψαι δέ κατά Αθανασιου. (Ep. Ad Solitarios).

{57} El argumento de Maceda es éste: o la epístola Ad Solitarios fue escrita antes del 357, y en ese caso no pudo hablar en ella San Atanasio de la caída de Osio, o fue escrita después, y entonces no pudo mencionar a Leoncio como a persona viva. Maceda se inclina, con buenas razones, a la primera opinión.

{58} Vid. Maceda, págs. 176 y sig., y D. Petavio, Animadversiones in Epiphanium.

{59} «Quoniam de fide placuerat disceptationem fieri, omnia cum sedulitate inquisita et examinata fuere Syrmii, in praesentia Valentis, Ursacii, Germinii, caeterorumque omnium. Constitit ergo unum esse Deum Omnipotentem, sicuti in universo orbe praedicatur, et unum ejus unigenitum filium, Dominum nostrum Jesum Christum, ex eo ante saecula genitum... Caeterum quae multos conmovet vox, latine quidem dicta substantia, graece autem ousia, hoc est (ut diligentius cognoscatur) illud quod omousion aut omoiousion dicitur, nullam eorum vocum mutationem debere fieri, neque de iis sermocinandum in Ecclesia censemus, quod de iis nihil sit scriptum in sacris litteris, et quod illa hominum intellectum et menten trarscendunt...» &c.

{60} Lib. IV, caps. XII y XV.

{61} Potamius Odissiponae civitatis episcopus, primum quidem fidem Catholicam vindicans, postea vero praemio fundi fiscalis quem habere concupiverat, fidem praevaricatus est. Hunc Osius de Corduba apud Ecclesias Hispaniarum et detexit et repulit ut impium haereticum. Sed et ipse Osius, Potamii querela accersitus ad Constantium Regem minisque perterritus, et metuens, ne senex et dives exilium proscriptionemve pateretur, dat manus impietati et post tot annos praevaricatur in fidem, et regreditur in Hispanias majore cum auctoritate, habens regis terribilem jussionem, ut si quis eidem Episcopus jam facto praevaricatori minime velit communicare, in exilium mitteretur. Sed ad Sanctum Gregorium, Eliberitanae Civitatis Episcopum constantissimum, fidelis nuntius detulit impiam Osii praevaricationem. Unde non acquievit, memor sacrae fidei ac divini judicii, in ejus nefariam communionem... Erat autem tunc temporis Clementinus Vicarius qui ex conventione Osii, et generali praecepto Regis, Sanctum Gregorium per officium Cordubam jussit exhiberi. Interea fama in cognitionem rei cunctos inquietat, et frequens sermo populorum est: quinam est ille Gregorius qui audet Osio resistere? Plurimi eorum et Osii praevaricationem adhuc ignorabant, et quinam esset Sanctus Gregorius nondum bene compertum habebant. Erat etiam apud eos qui illum forte noverant, rudis adhuc Episcopus... Sed ecce ventum est ad Vicarium... et Osius sedet judex... et Sanctus Gregorius... ut reus adsistit... Magna expectatio singulorum ad quam partem victoria declinaret. Et Osius quidem auctoritate nititur suae aetatis, Gregorius vero nititur auctoritate veritatis. Ille quidem fiducia regis terreni, iste autem fiducia regis sempiterni. Et Osius scripto imperatoris nititur, sed Gregorius scripta divinae vocis obtinet. Et cum per omnia Osius confutatur, ita ut suis vocibus quas... scripserat, vindicaretur, commotus ad Clementinum Vicarium: «Non, inquit, cognitio tibi mandata est, sed executio: vides ut resistit praeceptis regalibus: exequere ergo quod mandatum est, mitte eum in exilium.» Sed Clementinus, licet non esset Christianus, tamen exhibens reverentiam nomini Episcopatus, respondit Osio: «Non audeo (inquiens) Episcopum in exilium mittere, quandiu in Episcopi nomine perseverat. Sed datu prior sententiam, eum de Episcopatus honore dejiciens, et tunc demum exequar in eum quasi privatum quod ex praecepto imperatoris fieri desideras.» Ut autem vidit Sanctus Gregorius quod Osius vellet dare sententiam, appellat ad verum et potentem judicem Christum, totis fidei suae viribus exclamans: «Christe Deus, qui venturus est judicare vivos et mortuos, ne patiaris hodie humanum proferri sententiam adversum me, minimum servum tuum, qui pro fide tui nominis ut reus assistens spectaculum praebeo. Sed tu ipse, quaeso, in causa tua hodie judica: ipse sententiam proferre dignaveris per ultionem. Non hoc quasi metuens exilium fieri cupio, cum mihi pro tuo nomine nullum supplicium non suave sit: sed ut multi praevaricationis errore liberentur, cum praesentem et momentaneam videant ultionem.» Et cum multo invidiosius et sanctius Deum verbis fidelibus interpellat, ecce repente Osius, cum sententiam conatur exponere, os vertit, distorquens pariter et cervicem, defessus in terram eliditur, atque illic expirat, aut, ut quidam dicunt, obmutuit. Inde tamen effertur ut mortuus. Sed et Potamio non fuit inulta sacrae fidei praevaricatio. Denique cum ad fundum properat, quem pro impia fidei subscriptione ab Imperatore meruerat impetrare, dans novas poenas linguae per quam blasphemaverat, in via moritur, nullos fructus fundi vel visione percipiens. Sed et Florentius qui Osio et Potamio jam praevaricatoribus in loco quodam communicavit, dedit et ipse nova supplicia. Nam cum in conventu plebis sedet in throno, repente eliditur et palpitat, atque foras sublatus vires resumpsit. Et iterum et alia vice cum ingressus sedisset, similiter patitur... Nihilominus postea cum intrare perseverasset, ita tercia vice de throno excutitur, ut quasi indignus throno repelli videatur, atque elisus in terram, ita palpitans torquebatur, ut cum quadam duritie et magnis cruciatibus eidem spiritus extorquerentur. Et inde jam tollitur, non ex more resumendus sed sepeliendus.» &c. (Libellus Precum, en Flórez, Esp. Sag., tomo X, apéndice).

{62} ¿Será este Potamio persona distinta del Lisbonense? El Padre Maceda sostiene la identidad.

{63} Ποιας γάρ ού καθηγήσατο συνόδου; καί λέγων όρθως ού παντας έπειβε; ποια τις Εχχλεσία τής τόυτου προστασίας όυκ έχει μνημεϊα τά κάλλιστα; τίς λυπόυμενός ποτε προσήλθην αύτώ, καί ού χαίρων άπήλθε παρ ΄αύτοϋ; τίς ήτησε δεόμενος, καί όυκ ανεχω-ρησε τυχών ών ήθέλησε... (Apología De fuga sua.)

{64} Sobre la santidad y el culto inmemorial de Osio véase la segunda disertación de Maceda.

{65} «Hosius Episcopus Cordubensis Ecclesiae civitatis Hispaniarum, eloquentiae viribus excercitatus, scripsit ad sororem suam De laude virginitatis, epistolam pulchro ac disserto comptam eloquio. Composuitque aliud opus De interpretatione vestium sacerdotalium, quae sunt in Veteri Testamento, egregio quidem sensu et ingenio elaboratum.» (De viris illustribus.)

El Padre Maceda (según su costumbre) duda que sean de San Isidoro estos capítulos.

{66} Al tratar de Osio no he hecho mérito de la carta de Eusebio Vercellense a Gregorio Iliberitano, donde se leen estas palabras: Transgressori te Hosio didici restitisse et pluribus cedentibus Arimino in communicatione Valentis et Ursatii, porque esta carta es tenida por apócrifa; y bastaría a demostrarlo el anacronismo de suponer vivo a Osio en la fecha del Concilio de Rímini, cuando dormía en el sepulcro desde 357.

Vindicaron a Osio, además de Flórez y de Maceda, el Cardenal Baronio, el Dr. Aldrete, D. Francisco de Mendoza, el Cardenal Aguirre, Gómez Bravo, Sánchez de Feria, y otros españoles y extranjeros, entre éstos Josafat Massaro.

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Marcelino Menéndez Pelayo
Historia de los heterodoxos españoles
Librería Católica de San José
Madrid 1880, tomo 1:65-77