Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XVII
El siglo de las luces

§ X
Escuelas materialistas

D. José Marchena. –El sensualismo: El P. Muñoz y Capilla. –D. Juan Justo García. –Reynoso. –Lista. –Arbolí. –Martel. –Pascual. –Salas. –Difusión de las teorías de Bentham. –La frenología: Cubí. –El materialismo: Mata. –Sala y Villaret.

No existe término medio en la conciencia religiosa de España. O católica o atea. Avis rarissima será la persona que reniegue del catolicismo para confesar otro dogma. En España no se puede romper la disciplina mental formada por tantas generaciones sin saltar con brusco empuje a la completa negación o a la absoluta indiferencia. Semejante cualidad nos explica que el clero descreído a fines del siglo XVIII, según hemos de ver, abrazara las teorías sensualistas, que sólo un eclesiástico de nota, D. José María Blanco, sentara sus reales en la iglesia inglesa y que la mayoría se hundiera, como el llamado Abate Marchena, en la sima del ateísmo materialista.

D. José Marchena (1768-821), utrerano, estudió humanidades y teología en Sevilla; pero no pasó de las órdenes menores. Huyendo de la Inquisición se refugió en Gibraltar y emigró a Francia. Alma generosa y abierta a todas las ideas, sufrió el vértigo de la innovación, y después de haber cooperado en la Revolución francesa, vino a morir bajo el cielo de su patria.

Su obra como traductor fue inmensa. Sabio humanista, tuvo la humorada de fingir un texto de Petronio, realizando con tal arte su empresa, que todos los eruditos cayeron en el lazo. Alentado con el éxito, repitió la superchería y fingió haber descubierto versos de Catufo en un [482] pergamino de Herculano. Había pasado con brusco salto de ortodoxo a ateo y en París estableció una escuela con el siguiente rótulo: «Se enseña el ateísmo por principios».

Todos los sacerdotes de la escuela sevillana compartían en el fondo las ideas de Marchena. Un hálito de criticismo volteriano había estremecido todo el clero secular español que seguramente habría exteriorizado su descatolización. sin la presión constante de las Órdenes religiosas. En las Cortés de Cádiz, ilustrados presbíteros abogaban por las ideas liberales, en tanto que otros abrazaban el partido francés por amor al mismo credo, y algunos se expatriaban para abjurar públicamente su perdida fe.

Tengo por innegable que en el alma de Marchena subsista un fondo de candor y generosidad visible aun en sus supercherías literarias que trascienden a bromeo andaluz. De la insólita claridad de su mente bastará a dar idea el siguiente hecho: Deseando el general Moreau poseer una estadistíca de cierta región alemana imperfectamenle conocida, Marchena aprendió en brevísimo tiempo alemán, leyó todo cuanto sobre el asunto se había escrito y redactó la estadística como si fuera consumado topógrafo.

Poeta de la duda positiva que minaba su conciencia, no la guisa de los modernos retóricos, exclamaba:

«¿Quién sabe si es la muerte mejor vida?
Quién me dio el ser ¿no puede conservarme
Más allá de la tumba? ¿Está ceñida
A este bajo planeta su potencia?
El inmenso poder ¿hay quien lo mida?
¿Qué es el alma? ¿Conozco yo su esencia?
Yo existo. ¿Dónde iré? ¿De dó he venido?
¿Por qué el crimen repugna a mi conciencia?»

Marchita su juventud, acaso los anteriores versos dentaban un reflorecimiento de su prístina educación que le hizo dudar de su ateísmo. Profesa la moral de la naturaleza, combate el ascetismo; mas no se halla en su pensamiento nada sistemático. Tenía mucho talento, mucha erudición [483], mucha gracia; pero sus aptitudes parecían flores malogradas que daban aromas al aire por no haber hallado la dama merecedora de lucirlas o aspirarlas, el altar que embalsamar con su aliento y adornar con sus colores.

En el prólogo a sus Lecciones de filosofía moral y elocuencia (1820), presenta al Dios de los cristianos como espíritu inextenso que llena el espacio y el tiempo y ve todas las verdades posibles, de donde infiere que los milagros son indignos de la Majestad divina.

El influjo sensualista se nota en el agustino cordobés P. José de Jesús Muñoz y Capilla (1771-840), notable orador, excelente botánico, exclaustrado por la revolución política y autor de La Florida, extracto de varias conversaciones habidas en una casita de campo que forman un tratado elemental de ideología metafísica y moral para uso y enseñanza, de la juventud (1836). Tres son los interlocutores. «Un joven, hijo de uno de ellos, los oía con profunda atención y después, a la vista del padre, se tomaba el trabajo de formar una especie de extractos de aquellas conferencias», sostenidas en poética quinta de Segura fue la Sierra (Jaén).

De este tratado, bellamente escrito, decía Menéndez y Pelayo: «La psicología del P. Muñoz salva más que la de Eximeno la actividad del alma que trabaja sobre el dato de los sentidos y además tiene el mérito de distinguir claramente entre la impresión y la sensación, definiendo esta última «modificación del alma excitada por los sentidos»; y añadiendo que ninguna sensación por sí sola es idea aunque las ideas se compongan de sensaciones... Yo no alcanzo, por más que Condillac se empeñe en explicármelo, cómo la sensación, aunque se la haga pasar por todas las metamorfosis de Ovidio, puede llegar a ser una percepción, ni mucho menos una idea».

No obstante, mi coincidencia con D. Marcelino no pasa del juicio general de La Florida, sin alcanzar a los pormenores y principalmente a la apreciación del Tratado del verdadero origen de la Religión, donde se propone refutar [484] con exiguos elementos la conocida obra de Dupuis acerca del origen de todos los cultos no sin estimar lo generoso y aun eficaz del esfuerzo dentro del estado de conocimientos en su época.

De todas suertes, la concepción del cerebro como almacén de vestigios de sensaciones y percepciones racionales fundadas en el dato sensible y de las relaciones de las ideas, bastan para afiliar al P. Muñoz en la falange sensualista. Hasta sus comparaciones cuando habla del alma atraen la atención hacia el cuerpo. Al explicar la génesis del conocer, nos dice que los conocimientos «son los alimentos del alma, unos son tales que se convierten en propia substancia o se asimilan a ella y éstos son la parte nutritiva» y continúa asemejando a la digestión la formación de las ideas.

¡Quién pensara que un hijo del mayor platónico cristiano llegaría a rivalizar en criterio sensualista con los citados filósofos de la Compañía de Jesús, hijos de la corriente aristotélica!

D. Juan Justo García, catedrático de matemáticas, publicó Elementos de verdadera lógica (1821), extracto de la Ideología de Destutt-Tracy, donde prescinde de la espiritualidad del alma, que no puede aceptarse por la filosofía, falta de datos, sino por la fe.

También penetró la doctrina condillarista en la escuela sevillana y de ella trazó clara exposición el poeta D. Félix J. Reinoso (1772-841) en el curso de Ideología que explicó en la Real Sociedad Patriótica y en la disertación acerca de la Influencia de las bellas letras en la mejora del entendimiento (1816). Para Reinoso, como para los sensualistas, la materia de conocimiento se limita al fenómeno y la misión del científico se reduce a comparar los hechos entre sí, hallar su origen y sus deficiencias y reducirlos a principios generales. Toda volición nace del deseo: todo deseo de una necesidad. Nuestro bien consiste en el placer, el mal en el dolor. Bueno y útil se dice de lo que produce un placer más radical y permanente, aunque [485] menos delicado y más penoso a veces de conseguir; bello y agradable, de lo que causa un placer más exquisito y puro, aunque menos durable.» Toda esta doctrina procede del sensualismo francés e inglés, transmitida por el Système de la nature, lectura entonces favorita de los eclesiásticos liberales sevillanos.

Si no con la crudeza de sus expositores clásicos, mitigado por Pedro Laromiguière, que ensanchó el área de la ideología condillarista colocando la reflexión al lado de la sensación, el sensualismo halló aplicación al orden moral y al artístico interpretado por el gran D. Alberto Lista (1775-848), pero más completamente a la filosofía por don Juan José Arbolí y Acaso (1795-863), hijo de Cádiz, que, después de haber sido Doctoral en su patria, se consagró obispo de Guadix en 1852 y pasó a la sede gaditana en 1854. Este prelado, a quien Menéndez y Pelayo llama Aribau (Het., III, p. 695), supongo que por una de tantas erratas de que somos víctimas los autores, sin indicar nombre ni fechas ni título exacto de la obra, cooperó con Lista en la Fundación del Colegio de San Felipe Neri el año 1838 y en sus aulas explicó Filosofía hasta 1848. Por este tiempo dio a la estampa Compendio de las lecciones de Filosofía que se enseñan en el Colegio de Humanidades de San Felipe Neri de Cádiz en cinco pequeños volúmenes. La primera edición, que no he podido ver, se publicó por entregas y éstas se agotaron tan rápidamente que, antes de concluir la edición, acometió la segunda en Cádiz, Imprenta de la Revista Médica, 1846. Los cinco volúmenes, cada uno por el siguiente orden, tratan de psicología, lógica, gramática general, ética y teodicea. La profesión de fe es terminante. «Nuestras ideas, nuestros juicios, nuestros conocimientos no existen en el alma, por lo menos actualmente, sino cuando los sentimos». «Los conocimientos que la constituyen (la inteligencia) todos se derivan próxima o remotamente de los sentimientos». «Luego si para conocer es necesario sentir, infiérese legítimamente que la inteligencia depende de la sensibilidad». Al estudiar [486] el sistema de Laromiguière, declara que «el principio en que descansa es el verdadero, y sólo tiene defectos en la combinación. Además, ha dicho en el prólogo: «sigo las doctrinas de M. de Laromiguière, modificadas por su discípulo Mr. de Cardaillac».

Con sentido empírico, el P. Miguel Martel publicó su Filosofía Moral (1843), en que se nota animadversión al espiritualismo y a la escolástica. Acaso por rendir tributo al estado de la conciencia nacional, no se atrevió a formular en crudo la doctrina y aceptó conclusiones morales propias de las escuelas espiritualistas.

Moralista al modo de Martel se mostró D. Prudencio María Pascual en su Sistema de la Moral o teoría de los deberes, que autorizó con su nombre, y en el Arte de pensar y obrar bien o Filosofía racional y moral (1820), que firmó con las iniciales D. P. M. P. M., obras de escaso valer que no juzgo indispensable extractar.

Idéntico sentido sensualista, sin novedad alguna y robustecido por el utilitarismo de Jeremías Bentham, anima los Principios de legislación civil y penal (1821) de D. Ramón de Salas, catedrático en Salamanca, en casa del cual se congregaban los afectos al volterianismo. Tradujo Sala a Destutt-Tracy y a Bentham y, procesado dos veces, fue obligado a abjurar y desterrado. Su mismo libro citado es una traducción de los Principios de legislación y codificación de Esteban Dumont, luego extractados por D. Joaquín Ferrer y Valls.

En el segundo tercio del siglo, Bentham ejerció positiva influencia en la filosofía del Derecho sobre los profesores y tratadistas hispanos, principalmente en la universidad salmantina, donde Meléndez Valdés profesaba el ateísmo, y en la hispalense, según se ha visto antes. D. Toribio Núñez (1777-834) dio a la estampa Sistema de la ciencia social, ideado por el jurisconsulto inglés Jeremías Bentham y puesto en ejecución conforme a los principios del autor original (1820); D. José Joaquín de Mora, Consejos que dirige a las Cortes y al pueblo español, traducidos [487] (Madrid, 1820); D. Santiago Villanova y Jordán, Aplicación de la panóptica de Jeremías Bentham a las cárceles y casas de corrección españolas. Se publicaron varias traducciones, unas anónimas, otras con iniciales, por ejemplo: Teoría de las penas y las recompensas, sacada de los mss. de Bentham, traducida por D. L. B, (París, 1826; Madrid, 1838); Táctica de las Asambleas legislativas, traducida por F. C. de C. (Madrid, 1835); Deontología o ciencia de la moral, ordenada por M. J. Bowring y traducida por D. P. P. (Valencia, 1836), y otras firmadas, como la del Tratado de las pruebas judiciales, por D. Diego Bravo y Destonet, escritor sevillano fallecido en 1889, sin contar la completa colección de obras del filósofo insular vertidas al español que lanzó a la publicidad en catorce tomos el año 1847 D. Baltasar Anduaga y Espinosa (1817-61), jurisconsulto y naturalista, fallecido en la Habana.

Secuela del materialismo, la doctrina frenológica y craneoscópica formulada por Gall y Spurzheim, confundida con el mesmerismo, acerca de la cual habían visto la luz en España algunos libros y folletos, encarnó en D. Mariano Cubí y Soler (1801-75), catalán educado en América, el cual se impuso penoso apostolado recorriendo casi toda España y sufriendo críticas, burlas y un proceso ante el tribunal eclesiástico de Santiago. Entre los muchos libros escritos por Cubí, se refieren a nuestra materia Introducción a la Frenología (N. Orleans, 1836), Manual de Frenología (Barcelona, 1844), Sistema completo de Frenología (id.) y varios opúsculos de controversia. Llevó con paciencia los contratiempos, escribiendo que «el hombre que de buena fe abraza una causa filosófica... debe bendecir los embates que le obligan a explicarla...» En su excursión a Sevilla el año 1845 dio pruebas prácticas de sus conocimientos en el Presidio, abrió gabinete de consulta en la Fonda de Europa y, dando un modelo de cabeza humana con indicación de los órganos referentes a las cualidades y pasiones del individuo, la fábrica de loza conocida por La Cartuja, sin rival en España, construyó numerosos y bellísimos ejemplares [488] que aún se ven en los despachos de personas estudiosas.

En el teatro Principal pronunció un hermoso discurso, muy aplaudido, a modo de preparación para los dos cursos que explicó en la Universidad ante considerable número de alumnos matriculados. No cabe duda del relevante servicio prestado por Cubí a la cultura pública popularizando conocimientos entonces poco cultivados. Algo me sorprende que Menéndez y Pelayo en sus Heterodoxos, III, p. 698, busque antecedentes a las doctrinas de Gall y de Cubí, olvidándose del primero y más filosófico de los precursores, del gran Alonso de Fuentes, que en su Filosofía natural señaló las localizaciones cerebrales, vía en que siguieron sus pasos con menos exactitud el Br. Sabuco y Huarte de San Juan. Ni tampoco era novedad en Sevilla, donde desde el primer cuarto de siglo se extendió la afición a estos estudios, al punto de que los Sres. Herrera Dávila y Alvear, editores de la biblioteca titulada «Colección de tratados breves y metódicos», ofrecieron en 1826 un tratado de Frenología.

El materialismo halló, si no profundo, elocuente apóstol en D. Pedro Mata y Fontanet (1811-77), natural de Reus, alcalde de Barcelona, rector de la Universidad Central, académico, senador, gobernador civil de Madrid y autor de muchas obras de distinta índole. Las más interesantes para nuestro estudio son Filosofía española (1858), Compendio de psicología (1866), De la libertad moral (1868), Tratado de la razón humana en estado de salud (1878) y Tratado de la razón humana en estado de enfermedad (id.).

Puede llamarse Mata el creador de la Medicina legal, mas en materia filosófica no mostró superior originalidad. Experimentalista que no experimentaba; materialista que no se resignaba a pasar por serlo y lo negaba en su artículo Vindicación inserto en La España Médica; no expreso negador de la existencia del alma, pero desarrollando su sistema sin contar con ella; confundiendo la experiencia psicológica con el estudio del encéfalo (cada [489] órgano supone una facultad y cada facultad un órgano) y procurando refundir la psicología en la fisiología, con lo que preparaba la vía a los psicólogos actuales que la confunden con la patología; aunque señale su huella personal en los pormenores, ninguna originalidad ofrece en el fondo sobre los materialistas de su tiempo y suele considerársele como el tránsito del materialismo al positivismo contemporáneo.

Su opinión respecto a la irresponsabilidad de los locos conduce, dice Menéndez y Pelayo en son de vituperio, «a considerar el crimen como estado patológico y a sustituir los presidios con los manicomios». Cierto, y por eso aplaudo, en vez de censurar, al ilustre pensador español que se anticipó a las conclusiones de la moderna ciencia penal.

Aunque él proteste, no ha podido evitar el ex sacerdote D. Pedro Sala y Villaret, director de El Diluvio, que la crítica lo moteje de materialista. Verdad es que da por cimiento a la ciencia la especulación metafísica, pero no menos cierto que en su Materia, forma y fuerza (1891) se acerca a las conclusiones de Haeckel. Numerosos trabajos, además del citado, consagró a la filosofía, tales cual Verbo de Dios (1890), La clave del misterio, Lo absoluto (1912) y sus artículos contra el neoescolasticismo en la Revista Contemporánea, 1877. No puede dudarse, visto el diseño de su sistema, que la lógica conduce al materialismo sus pasos, mas su fidelidad a la metafísica y su resuelta afirmación de Dios no se compadecen con la tendencia atea de todo materialismo.

La edición de Materia, forma y fuerza antes citada es la segunda, pues la primera, salida a la luz hacia 1869, fue recogida por la autoridad eclesiástica. Quizá hubiera acertado clasificando a Sala entre los eclécticos, ya que su libro mereció un elogio de Alejandro Pidal y otro de Suñer y Capdevila. «La materia es la base de todo ser finito». Por la forma se distinguen los objetos. «La fuerza es una entidad distinta de la materia» y su atributo es la [490] intensidad. Coincide con el tomismo en considerar la perfección de la fuerza y de la forma en razón inversa de la masa. El estudio de las facultades anímicas le conduce al monismo, a la indistinción de espíritu y materia como seres opuestos y su concepto de la relación cuantitativa entre la materia y la fuerza a admitir la posibilidad de la inmortalidad del hombre, la comunicación de los espíritus, la metempsícosis y el transformismo como ley del universo sin afirmar su realidad.

Entrando en plena metafísica, sostiene la verdad de las ideas generales. «Lo finito no agota jamás las inspiraciones de lo infinito; nada de lo que existe es necesario en particular ni en general. Sólo es necesario lo absoluto». Al trazar la sinopsis de lo absoluto, ora acepta con los escolásticos el principio de contradicción, ora al definir el Derecho, emplea casi literalmente la fórmula de Krause, «la condición para cumplir el deber de realizar los fines de la vida», aun cuando en otro lugar ha declarado no conocer la filosofía de Krause. Al tratar del Bien dice que «los actos del ser libre deben estar (no asegura que lo estén) arreglados a ciertas leyes eternas». Se trata, pues, de una metafísica de posibilidades.

En la teodicea admite los dogmas fundamentales del cristianismo, o sea la Trinidad, la distinción entre Dios y el mundo, la Encarnación, la Gracia, para cerrar su excursión de Haeckel a Cristo, con estas palabras: «Esto es la religión cristiana, ni más ni menos. Todo lo que no sea esto, son añadiduras humanas». En realidad, el Sr. Sala era un protestante. Bien lo evidencia la serie de folletos titulados ¿Los místicos españoles son protestantes?, editados por la comunidad evangélica de Madrid. Aunque los folletos no llevan nombre de autor, se descubrió el Sr. Sala al firmar la contestación a la Revista Carmelitana de Segovia, que había calificado sus afirmaciones de «disparates y ridiculeces». [491]


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 481-490