Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XIV
El siglo de Oro

§ VIII
Los antiaristotélicos

Bocarro y Herrera. –Dolese. –El escepticismo. –El Brocense. –Francisco Sánchez, lusitano. –Pedro de Valencia.

El aristotelismo en sus distintas formas, clásica, escolástica, tomista, suarista o baconiana, pasado lo más recio de la pugna con los renacentistas platónicos, recobra su [234] imperio en las escuelas del siglo XVI, aunque algunos adeptos difieran en puntos singulares de la tradición peripatética, mas no faltaron pensadores que, sin formar en las huestes platónicas, combatieran la tiranía del Peripato.

Antes que el astrónomo portugués manuel Bocarro (1588-662) levantara bandera contra el preceptor de Alejandro, Hernando de Herrera (¿1460-527?) escribió en destemplado estilo Breve disputa de las ocho levadas contra Aristóteles y sus secuaces (1517), obra bilingüe y rarísima, si no de extraordinario valor filosófico, pues casi más se refiere a la gramática que a la filosofía, notable por la audacia de romper contra la autoridad del estagirita, rebatiendo la confusión entre cantidad y extensión.

El médico valenciano Pedro Dolese, en su Suma de Filosofía y Medicina, combatió la cosmología aristotélica y, resuelto atomista, defiende los átomos y la incorruptibilidad de los elementos.

Al rechazar la dialéctica tradicional, un momento de escepticismo se produce en el pensamiento, pero la Scepsis no es por si una filosofía, sino un remanso o posición del espíritu que, reconfortado, se abre a nuevos dogmatismos y hasta a hiperbólicas idealidades.

A vanguardia de los adversarios de Aristóteles se presenta Francisco Sánchez, el Brocense (1523-661), eminente gramático y retórico, fulminando rayos y centellas contra ergotistas y dómines. Popularizador del ramismo, por más que Degerando afirme que merced a su atraso, España, totalmente divorciada del movimiento científico, no se hallaba preparada para asimilar la doctrina de Ramus, se vio procesado por la Inquisición, cuyas garras logró embotar del peor modo para él, pues, a causa de su fallecimiento, el Tribunal no llegó a dictar sentencia. En Los errores de Porfirio, libro recientemente traducido por el Sr. Alcaide, se encarniza en la dialéctica del Liceo, y en el Organum dialecticum et rethoricum cunctis discipulis utilissimum et necessarium (Lyon, 1579), asoma su ojeriza al escolasticismo, sin que tampoco olvide combatir la ética [235] del estagirita rechazando el aforismo in medio virtus y adhiriéndose a la solución epicúrea.

Rechaza los argumentos de autoridad (Quia cuiuslibet quaestionis causas et vera principia eruere conamur: improbantes cum Cicerone Pythagoricum illud: Ipse dixit) y otorga el mayor crédito a la razón con preferencia a la fenomenología (Min. 1. I, cap. I), pues, desconociendo las causas, no podemos responder de nuestro conocimiento.

Propende a absorber la Preceptiva Literaria en la Dialéctica, dejando solamente a la Retórica el estudio de la acción y de la elocución. Como todos los escépticos, da de cuando en cuando alguna nota mística y prefiere las escuelas de decadencia a las grandes escuelas socráticas. No sólo ataca a Aristóteles, sino que coloca a Platón en plano inferior a Epicteto, mero moralista e intérprete del Pórtico (Pról. a la tr. de Epict.)

En su Minerva preconiza la moral epicúrea y por todas partes se advierte su filiación decadentista.

Sin empañar su valor critico, no puede atribuirse al Brocense gran importancia filosófica. Mayor la ostenta su homónimo Francisco Sánchez, a quien, no sin que algunos lo nieguen, se tiene por lusitano, nacido hacia mediados del siglo XVI y fallecido en Toulouse, donde ejercía la medicina el año 1632. Además de sus tratados médicos, publicó De multum nobili et prima universali scientia quod nihil scitur (Lyon, 1581), de tendencia notoriamente escéptica; su Tractatus philosophici (Rotterdam, 1649) o reunión de comentarios, antes aisladamente publicados, a libros aristotélicos, y, según Moreri, un Tractatus de anima, al parecer, no conocido. Contra el peripatetismo cierra denodadamente combatiendo el principio de autoridad, aconsejando el método experimental, sequi ratione naturam. Coincide con los modernos positivistas en negar valor al conocimiento racional y en declarar que si la Ciencia ha de ser rei perfecta cognitio, debe reputarse ideal inaccesible, porque no podemos rebasar la esfera de lo relativo, ni debemos, por tanto, preocuparnos del porqué de las cosas. [236]

No por arrancar del Quo magis cogito, magis dubito se le estime escéptico absoluto, sino de la ciencia escolástica. Sus aficiones corrían por la pendiente de la experimentación y sólo otorgaba crédito al conocimiento de las cosas singulares. Así, con gesto dantesco, cerraba su obra diciendo: Unde ergo scientia? Ex his nulla. At non sunt alia, esculpiendo el No hay otra con los ígneos caracteres del Lasciate ogni speranza.

De uno y otro Sánchez puede predicarse que buscan sinceramente la verdad, reentrando en sí para rehacer sus conocimientos. Ambos toman por guía la naturaleza y disparan contra el silogismo. La autoridad, dicen, manda creer; la razón demuestra. Dejemos la primera para la fe y basemos la ciencia en la segunda. En realidad, no son escépticos absolutos, sino desconfiados de lo suprasensible. Todo este alzamiento contra la autoridad del maestro de Alejandro coincide con la proclamación del libre examen. El protestantismo, a mi juicio, lleva en las entrañas la huella platónica y ya el mismo Lutero consideraba que Aristóteles era a la teología lo mismo que las tinieblas a la luz (Aristoteles ad theologiam est tenebra ad lucem).

Entre los pensadores que clausuraron el siglo XVI se distingue Pedro de Valencia (¿1552-620?), medio andaluz medio extremeño, porque su pueblo más tiene de Sevilla que de Extremadura. Acaso por eso se llama él mismo Zafrensis in extrema Betica.

Vivió en su ciudad natal, cultivó la amistad de Arias Montano, recibió el nombramiento de cronista real de Felipe III, con sueldo, y falleció en Madrid.

Titula su obra propiamente filosófica Academia sive de iudicio erga vervm ex ipsis primis fontibus (Amberes, 1596). Es un libro de carácter histórico-filosófico en que se proponía indicar la clave de las «Académicas» ciceronianas. Estudia los filósofos griegos, deteniéndose con marcada delectación en los escépticos. Crítico admirable, sereno expositor, historiador a la moderna, nada original nos legó en orden al problema de la certidumbre, que tan [237] hondamente le preocupaba. Sus restantes trabajos pertenecen a la esfera práctica o de aplicación, aunque por todos ellos derrama las luces de su perspicacia.

Ostenta en su haber la disimulada pugna contra la superstición, pues si no niega, ni podría en aquel tiempo negar impunemente, la intervención del demonio en lo universal del dogma, movido de «horror por los autos de fe contra los brujos de Logroño, aconseja que en lo particular del hecho, en cada caso es mui lícito i aun prudente i devido el dudar en las cosas que pueden acontescer de muchas maneras, de qual dellas acontesció la de que se trata.

»Y la presunción está siempre por la via ordinaria, humana i natural, no averiguándose con los requisitos necesarios milagro o exceso sobre lo natural y común».

Feliz escepticismo el que nace del amor a la sabiduría y se acompaña de noble sinceridad, porque desde cualquier punto que honradamente inicie la investigación, irá, como pensaba Sócrates, derecho a la verdad.


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 233-237