Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo II
Época pagana

Predominio español en la edad de plata de la literatura latina. –Lucio Anneo Séneca: sus obras filosóficas, su carácter, su originalidad, su relación con otras escuelas, su obra científica. –Moderato: su doctrina. –Quintiliano. –Anneo Sereno y Deciano: su insignificancia. –Juicio de esta etapa.

Nota característica de las aetas argentea de la civilización romana es que la mayor parte de sus hombres ilustres son españoles, y principalmente andaluces. Lucio Anneo Séneca (¿2?-65), cordobés, hijo de Marco A. Séneca, el retórico, poseyó acaso la inteligencia más extraordinaria de este período literario. Después de una vida accidentada, ora condenado a muerte por la envidia de Calígula, ora recogiendo misterios en Egipto y enseñanzas en Grecia; calumniado de adúltero por Mesalina; desterrado por Claudio en conmutación de una segunda pena de muerte impuesta por el Senado; vuelto ocho años después a Roma para instruir a Domiciano; elegido por Agripina para que su hijo saliese de la niñez aconsejado por tal maestro; cuestor, cónsul: preceptor de Nerón; acumuló grandes riquezas y excitó la envidia de su discípulo el emperador. Séneca, temiendo por su vida, hizo donación de su hacienda al tirano: mas ya era tarde, fue condenado a muerte y sucumbió a la asfixia, después de fracasar la rotura de las venas y la absorción de la ponzoña. Aquel cuadro del sabio dictando sus últimos consejos a los discípulos y [10] consagrando a la divinidad su último aliento, recuerda la muerte de Sócrates, preludio de la tragedia del Calvario.

Las obras filosóficas de Séneca son doce, a saber: De Ira, libri III; De consolatione ad Helviam matrem liber, notable por el vigor y hermosura del discurso; De consolatione ad Marciam, una de las más elocuentes y sentidas composiciones de Séneca; De Providentia, en que trata la eterna cuestión del triunfo del mal en la tierra y aconseja a los desgraciados la medicina del suicidio; De consolatione ad Polybium liber, de dudosa autenticidad; De animi tranquilitate ad Serenum; De constantia sapientis; De clementia ad Neronem Caesarem, celebrando la piedad y abominando del rigor: De Brevitate vitae ad Paulinum, considerando que la vida humana es larga para el sabio y sólo breve para quien la malgasta; De Vita beata, donde se establece que el soberano bien reside en la virtud y no se opone al disfrute de riquezas legítimamente adquiridas; De Otio sapientis, obra de difícil y delicada labor, y De Beneficiis, tratando el modo de hacerlos y de aceptarlos. Al mismo grupo podrían agregarse las ciento veinticuatro Epístolas ad Lucilium, reputadas por uno de los libros más excelsos de la antigüedad.

En Séneca se admira siempre la profundidad del pensamiento y la dignidad, a veces exagerada, del estilo. Sus aforismos presentan algo de vivo, se aplican a la crisis, a los dolores de cada día; se esculpen en el alma y el hombre se siente y se reconoce en su expresión.

Las ideas filosóficas del gran andaluz y la solemnidad de su lenguaje, despiden reflejos de amargura, matices de aquella inmensa tristeza que abrumaba las almas entre los horrores de la orgía imperial.

Séneca tiende a reducir la filosofía a la moral. Diderot considera que «no ha podido la antigüedad legarnos un curso de moral tan grande como el suyo»; en fin, se alza tan insigne pensador y moralista, sintetizando a su modo el estoicismo y el cristianismo, que los Padres lo tuvieron por su precursor e incluyeron sus máximas en los textos [11] cristianos. De todas suertes, se nos antoja el único filósofo del imperio romano. Es verdad que Marco Tulio estudió filosofía, pero ¿qué revelación trajo? ¿Dónde están sus discípulos? ¿A quién enseñó a vivir ni a morir?

Con viriles acentos proclama Séneca la fraternidad humana: «¿Son esclavos? Di que son hombres. «¿Son esclavos? Lo mismo que tú. El que llamas esclavo nació de la misma simiente que tú... cual tú vive y muere» (Ad Luc).

La originalidad del pensamiento de Séneca estriba en su anhelo de llegar al conocimiento y a la perfección por sí mismo. No rehuye el maestro, no desprecia el libro, pero «nuestros maestros no son nuestros dueños, sino nuestros guías; la verdad patente a todos, por nadie se agota y aún hemos de dejar mucha a nuestros sucesores.» (Ep. XXXIII.)

El sabio es superior a los dioses: éstos son buenos por naturaleza, el sabio se hace bueno. Mas, aun estimando su propia alteza, se puede saber sin infatuarse: «licet sapere sine pompa, sine invidia». (Ep. 103.)

La razón es la revelación divina; la filosofía está en nosotros y consiste en conocer las cosas, no en jugar con los vocablos, non est philosophia populare artificium, nec ostentationi paratum: non in verbis, sed in rebus est; así el conocimiento propio eleva el alma a lo absoluto. Dios se muestra en la conciencia, y viéndose el individuo en su razón suprema, se convence de la inmortalidad. No podemos, pues, calificar a Séneca de mero sectario de Zenón. Irá su reflexión a análogas conclusiones, pero va por su propia indagación; como coincidente, no como discípulo, porque no ha llegado por la senda de la enseñanza, sino por su individual y primitiva lucubración. Bien claro lo expresa en De Vita Beata: «Cuando digo nuestra doctrina no me sujeto a la de ninguno de los estoicos principales, porque también yo tengo libertad.»

Se ha opinado que Séneca se parece a Schopenhauer porque para ambos el mundo es un conjunto de apariencias sometidas a determinismo; la verdad consiste en nuestras percepciones reales e inmediatas; la voluntad [12] individual, la Voluntad absoluta determinándose en cada uno, y la filosofía preparan a la muerte, que es la liberación. Pero Séneca, fundiendo la Voluntad y la Razón, no llega al desconsuelo de la indiferencia, sino, sobreponiéndose a las miserias terrestres, se prepara para una existencia superior. Nuestra alma viene de Dios, habita en nosotros, vino al mundo para purificarse, pero tiende hacia arriba. Desde todos los puntos se puede mirar al cielo. Así fue el primer filósofo romano que enseñó a vivir y a morir, aun hallando preferible no haber nacido (ad Lucilium). De todas suertes, hay que confesar que pocos escritores han dejado huella tan honda como Séneca en la memoria y en la conciencia de la humanidad.

Un literato francés confiesa lo que su teatro nacional debe al poeta andaluz diciendo: «C'est de Sénèque, à beaucoup d'égards que relève particulièrement la tragédie française». En la Medea (Acto II, vs.-371-5) se estampa la rotunda afirmación, que traduzco, de la existencia en nuestro planeta de nuevos e ignotos continentes, como si fuera predestinación geográfica e histórica del genio andaluz presentir la invención del mundo americano.

Tiempo vendrá, pasados muchos siglos,
En que rompa el Océano sus lindes,
En que Tetis descubra nuevas tierras
Y no sea Thule el término del mundo.

La obra científica de Séneca es la intitulada Cuestiones de Historia natural (Quaestionum naturalium, libri VII), curiosa producción en que se mezcla la física y la moral, con seria intuición de la unidad de la esencia.

Contemporáneo de Séneca, discípulo de los pitagóricos y natural de Cádiz, brilló Moderato, autor de Lecciones pitagóricas, obra distribuida en diez libros, de que sólo nos quedan tres fragmentos conservados por Estobeo en su Florilegio. Gozó de sólido prestigio en su tiempo, vir eloquentissimus le apellidó San Jerónimo: Mr. Fouillé estima su intento de conciliar a Platón con Aristóteles, [13] ideal de toda la filosofía hasta los tiempos modernos, más feliz que el de Alcinóo, y D. Federico de Castro opina que, en cuanto a los principios, la idea de Moderato supera al neoplatonismo, por aparecer en él la voluntad como razón activa, ligando y distinguiendo lo finito y lo infinito. La inteligencia puede conocer la nouç, del mundo, sin confundirse con él, mas también puede alcanzar por el éxtasis la perfecta unión, abismándose en la divina esencia.

No me atrevo, siguiendo a Bonilla, a incluir entre los filósofos al retórico M. Fabio Quintiliano.

La exposición de la preceptiva en sus Instituciones oratorias, está realizada con claridad, y en la parte crítica se nota una marcada preferencia por el lenguaje y estilo, relegando los conceptos a secundario lugar. Menos español que Séneca, no aportó nada al conocimiento de las primeras causas ni envía ningún aura de regeneración a la amanerada oratoria de las escuelas. Su espíritu romano se deleita en los clásicos maestros; tiene su ideal en el pasado; su preceptiva trasciende a culto y, aceptando la perfección consumada, se limita a actuar de inteligente pedagogo.

Tampoco añaden nada al pensamiento nacional el estoico Anneo Sereno, prefecto de la guardia neroniana, ni el emeritense Deciano, prosélito de la misma escuela.

Al cerrar esta etapa, que llena Séneca con su nombre, no podemos dudar de una filosofía española y añadir con legítima satisfacción que en todo el mundo no existió más filosofía que la de este inmortal andaluz, pues ni los epicúreos ni los estoicos, incluyendo a Marco Aurelio, supieron dilatar el molde forjado por los maestros helénicos. No investigaron ni pensaron con originalidad, humildes escolares y rumiadores de aforismos. La Historia podría sin violencia omitir sus nombres.

Por el contrario, Séneca desborda sobre la ortodoxia estoica la abundante savia de su acentuada personalidad y, si no crea sistema nuevo, al modificarlo, sepulta el antiguo convirtiendo la uniformidad en modalidad progresiva, el estoicismo en senequismo.


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 8-13