Filosofía en español 
Filosofía en español


En Valdepeñas

(Valdepeñas, 21 de noviembre de 1943.)


Camaradas: Actos como el de hoy, en los que se inicia la realización de un nuevo avance, que nos ordenó, en cumplimiento de las consignas falangistas, llevar a cabo el Caudillo, no pueden entenderse todavía como expresiones de satisfacción, ni utilizarse como plataforma de propaganda.

Tampoco, empero, puede calibrarse su importancia con la medida pequeña del egoísmo propio, porque más allá de la mezquindad de una ayuda económica vive el gesto de tender la mano a los que sufren.

Al margen de estas dos consideraciones, ninguna de las cuales nos hubiera decidido a hablar con vosotros, estamos aquí para tomar contacto con una zona nueva, la campesina, en la que tenemos el propósito y la orden de movernos en ofensivas futuras con toda la fuerza de nuestras posibilidades.

Con frecuencia no es la urgencia de remedio que las situaciones nos crean la que determina el orden conforme al cual han de irse aplicando las soluciones. Nos es preciso atender muchas veces con prioridad a sectores que no viven en una angustia más acentuada tan sólo porque está más al alcance de nuestras manos su liberación. No hay otra razón para que hayamos volcado nuestro esfuerzo –más o menos eficaz– en el mejoramiento de determinados núcleos de trabajadores industriales en estas primeras etapas. Ni entienda nadie que con estas palabras consideramos alcanzada ninguna meta definitiva en lo social, adormecida una lucha por la justicia de sus reivindicaciones, ni manifestada ninguna alegría por unas realidades logradas que ni nos desalientan ni nos satisfacen.

Sencillamente queremos afirmar nuestra decisión de llevar a cabo entre las muchedumbres campesinas una campaña de defensa y de ayuda con toda la lentitud a que las circunstancias presentes nos obligan, pero con toda la voluntad a que nuestra condición de soldados de la Revolución nos fuerza.

Con la misma descarnada desnudez con que hablamos a nuestros hermanos de las fábricas y de las minas cuando iniciamos con ellos una lucha común en el terreno de las realidades sociales, donde todos los españoles de buena fe necesariamente coinciden, estamos resueltos a producirnos con vosotros.

Debemos sentar como primera afirmación que estimamos en toda su amarga dificultad la situación del trabajador campesino de algunas regiones de la Patria. Exponer claramente esta verdad con la intención de estudiar sobre una base real la forma de remediarla, de fijar concretamente el terreno que pisamos, seguramente se entenderá por algunos como imperfección de demagogia; encubrirla con amaños e inexactitudes, es para nosotros una perfección de estupidez y de inconsciencia. Es un engaño para nosotros mismos, porque es una torpeza a caballo de una mentira.

No nos ha tentado nunca la prestidigitación de las verdades adversas como sistema sobre el que asentar su corrección.

Ni siquiera dentro de los núcleos exclusivamente industriales hemos podido llevar una línea igualada de avance, precisamente para aprovechar nuestras posibilidades más inmediatas, para ejercer toda nuestra presión exclusivamente donde la entendíamos eficaz.

En el campo, sector más difícil y más complejo de toda actuación, se vive todavía un régimen de vida que no responde al que la Falange propugna. Justo es reconocer que la radical modificación que muchos de nuestros camaradas campesinos ilusionadamente os anunciaron para el día de nuestra victoria aún no la habéis sentido en vuestras vidas. Y tanto habéis perdido con ello como nosotros, porque la redención de tantos miles de hermanos hubiera representado en nuestra lucha una nueva base de fuego para proseguir, con su ayuda moral y con su fe, el camino difícil de la Patria libre.

Todo esto es verdad, y negar evidencias que están ante los ojos de todos es el peor camino para entenderse.

Ahora bien: con la misma sinceridad que reconocemos estos extremos queremos exponer otras consideraciones no menos verdaderas. Porque hay quien se complace en echar alegremente todas las culpas sobre la Falange, calificándola de comodín de todas las jugadas desgraciadas, cuando está luchando sola, rodeada por completo de enemigos y en las circunstancias más desfavorables para la prosperidad nacional de cuantas han existido en los últimos lustros.

Fijemos los términos con exactitud. La primera base de una eficaz protección del campesino es una transformación en la organización económica y social de la tierra. Sin ella, el intento de elevación de su nivel de vida se estrella contra una barrera de imposibilidades económicas, y todo lo que se puede conseguir son avances mínimos, remiendos costosos de una vestidura inservible. Porque nosotros, que no somos clasistas, a los que nos interesa el rendimiento de la riqueza agrícola española, nos encontramos con una organización en la que el aumento de los ingresos obreros hasta un límite de justicia representa una quiebra efectiva e injusta para el empresario, peligrosa a la larga para los dos.

La organización actual de la tierra presenta un margen tan pequeño para servir la protección justa, que aun aprovechándolo íntegramente, y hasta con perjuicio del empresario y riesgo de la economía agrícola, no representa para el obrero el cumplimiento de nuestra consigna falangista del pan. Por eso, que nadie se haga ilusiones aquí; podemos ayudar en la medida reducida de estas posibilidades a paliar las dificultades de las vidas, pero nada más. Porque es haciendo la necesaria transformación que el campo español necesita como puede llegar a todos la justicia. ¿Por qué no se hace esa transformación? Y aquí es donde, como siempre, se busca en la Falange la explicación de todas las lentitudes, precisamente por aquellos que inmovilizan con su fuerza oculta nuestros movimientos. Esta es la gran mentira de España, el gran engaño que para los que vemos y palpamos su doblez constituye la más irritante de las maniobras.

Nadie que posea un mínimo de buen sentido y de buena voluntad puede creer que sea posible llevar a cabo una revolución en la agricultura exclusivamente si en todos los demás sectores de la Nación no se sigue paralelamente esa transformación, como yo no puedo avanzar uno solo de mis dedos sobre una mesa si no avanzo la mano con todos los demás.

Supongo que ninguno de vosotros escapa a la seguridad de que existen interesados en que este orden de cosas actual se estabilice y hasta se haga retroceder a líneas más antiguas, ni tampoco la apreciación de la fuerza que por su privilegiada situación poseen al margen de la voluntad de los Mandos específicos de la Nación.

Mientras nosotros no seamos capaces en esta lucha oscura de acabar con su poderosa influencia, que las circunstancias hacen difícil rebasar, pocos pasos definitivos pueden darse en el camino de unas realidades revolucionarias que ellos tienen medios indirectos sobrados para detener. Y ya pueden nuestros hombres desesperarse en el sector concreto que se les confía, en intentos de transformación, porque siempre estará a tiempo el lazo corredizo de la contrarrevolución estrangulando toda su actividad. El avance es lento, y no sabéis vosotros cuánto esfuerzo cuesta a nuestros compañeros de lucha cada realidad favorable que se ha logrado instaurar en el campo. Esto es sencillamente reconocer que la Agricultura es el frente más difícil en que la Falange combate, cosa que está bastante clara para todos; no implica desánimo, sino esperanza, puesto que se pelea con decisión. Con frecuencia, las mentes más afiladas por el interés adoptan una apariencia intencionada de cerrazón. Por eso, quienes nos achacan lentitud, fingiendo no entender las dificultades, buscan el descrédito que les evite nuestra presión. Pero cuando se está decidido a seguir adelante, todas las habilidades no hacen sino retardar nuestra llegada.

Tampoco entendáis que buscamos, como una razón para justificarnos, estos frenajes que desde algunos sectores de la Patria la vieja política emboscada nos impone. Es exclusivamente el convulsivo pataleo de un régimen que al morir se agarra desesperadamente a la vida; actitud que nadie podía dejar de prever. Y no es una queja ni una confesión de impotencia la que nos mueve a hablar así; es la necesidad de mostrar a todos claramente la verdadera situación de la lucha y de explicar a los que deben estar interesados en ella sus incidencias importantes. En ninguna cabeza medianamente organizada puede caber la idea de que la conquista de un orden revolucionario, como la de todo lo que en la vida significa esfuerzo y modificación, puede hacerse sin choques. Como un ejército no puede quejarse ni anatematizar al enemigo por su resistencia, pero debe informar a su retaguardia para que no se desanime con versiones tendenciosas, así nosotros os decimos descarnadamente la verdad de una fuerza adversa, la verdad de nuestra posición y la verdad de nuestra esperanza de triunfo. El que vosotros, campesinos y trabajadores de la Patria, veáis claro en ello nos interesa, porque de vuestra indiferencia o de vuestra incorporación depende en mucho la urgencia del remedio. El Caudillo ha alzado una bandera tras la que muchos luchamos con fanatismo por la liberación de las muchedumbres trabajadoras. Él mismo ha reconocido lo lejos que estamos en el campo español de la justicia en sus palabras a las Juventudes de la Patria, que sabe educar en el lenguaje de la sinceridad.

Para esta segunda batalla está abierto el alistamiento. Él nos manda como nos mandaba en la guerra, y el que esta vez algunos estén sordos a su grito de justicia debe abriros los ojos para elegir con quién y contra quién es vuestro deber combatir.

¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(Valdepeñas, 21 de noviembre de 1943.)