Alocución a los españoles desde los estudios de Radio Nacional de España
(Madrid, 18 de julio de 1943.)
Como un alerta contra todas las interpretaciones torcidas del Alzamiento, Franco decidió que el 18 de julio fuera en España la Fiesta del Trabajo.
Y si el 1 de mayo internacional y judío era un trágala clasista, el 18 de julio español no puede ser una revancha sarcástica, ni siquiera una insincera ceremonia para entretener la justicia.
El día de hoy hay que entenderlo como la fiesta de los trabajadores, de todos los trabajadores, y la misma unidad con la que ayer los puso en pie el rencor y la amargura, debe resucitarla hoy la hermandad y la alegría de la Patria. Si otros fueron capaces de hacerles sentirse extranjeros en el pensamiento y en la fe, nosotros tenemos el deber de despertarlos al orgullo de España; si otros les mostraron toda la amargura de trabajar, a nosotros nos toca enseñarlos toda la alegría de servir.
Hemos venido contra las clases, contra las divisiones y contra los frentes interiores por la unidad española, pero entiéndase bien, por la unidad en el trabajo y en el servicio. No para intentar acercamientos imposibles ni uniones injustas sobre diferencias intolerables, no para presidir una parodia de revolución en la que, con unas cuantas migajas y unos cuantos golpes, formen aparentemente hermanados los que viven de su trabajo y los que viven a costa del de los demás.
Toda esta unidad apasionada que en el 18 de julio tenemos deber de hacer vivir a los trabajadores no se consigue con frases literarias. Porque que el trabajo es un honor es verdad y que sea un honor incómodo no vamos a poder evitarlo nunca, pero que el no trabajar pueda ser un deshonor teórico compensado con muchas ventajas prácticas, eso sí que tenemos orden de evitarlo.
El 18 de julio no es la fiesta de una clase social; es la fiesta de una clase de hombres, de la única que puede existir en la Patria de mañana, la de todos aquellos cuyo esfuerzo eficaz desde su puesto de trabajo han de contribuir a ganarla. Esta formación resuelta, aligerada de todos los lastres, es la que quisiéramos hoy ver en pie como una milicia de paz gritando por todos los caminos de la Patria el ¡Arriba! de su presencia fervorosa.
Para lograrlo hay que unirlos en la idea, pero también hay que unirlos en el interés. Porque si intencionadamente se falsean las realidades para enfrentar precisamente a quienes están más cerca de ese interés, nosotros necesitamos demostrar sin palabras que se puede organizar la vida de trabajo haciendo consubstancial y solidaria la prosperidad de todos los que la viven. Hace falta que se conciba la unidad de trabajo, no como un eventual mercado donde el propio esfuerzo puede venderse, sino como empresa en la que nuestra individualidad participa más allá de lo económico y de cuya prosperidad se goza nuestro orgullo al tiempo que se beneficia nuestro interés. Para unir los espíritus en el amor de la Patria hay que derribar las vallas que separaron las vidas en el odio de la clase. El trabajador no puede ser un extraño en la fábrica, en la mina ni en la besana; deben de alcanzarle las oscilaciones favorables de los rendimientos que su esfuerzo contribuye a crear, como un acicate para su voluntad de servir y una compensación del coraje que ponga en su servicio. En este camino el Jefe Nacional de la Falange ha decidido que constituya un primer paso la próxima reglamentación nacional de seguros, que ensayará una fórmula de participación obrera en los beneficios de la empresa. José Antonio vislumbró como meta un sistema en el que las relaciones de trabajo perdiesen ese perfil de venta de sí mismo que representan para el trabajador. Nuestro deber es avanzar en la persecución de estos sentidos tan serenamente como lo requiera la delicadeza de cada situación, pero con la decisión y la tenacidad que la orden de sus palabras nos exige.
Contra todos los que ya quieren retroceder, contra todos los que pudieran entender la exaltación del trabajo como una necesidad teórica y superficial, la mejor manera de servir la consigna de nuestros Jefes de ayer y de hoy es el homenaje silencioso y constante de dignificar en la vida, con realidades ventajosas, la condición de todos los hombres que trabajan.
Porque hasta ganar ese mañana de justicia que decidió la guerra no puede haber paz ni alegría definitiva para nosotros y cada 18 de julio deben encontrarse todavía un poco a media asta nuestras banderas.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!