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Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Segunda
/ Capítulo tercero

§. V
De los cuidados que se deben a la madre


Consecuentes a lo que hemos dicho al principio de este tratado, repetimos que el estado de la mujer aun después del parto es más bien fisiológico, que patológico, así es que muy raras veces necesita salir del régimen higiénico: sin embargo, no siempre es la mujer tan feliz, que no la sobrevengan varios accidentes que exigen el mayor cuidado durante el tiempo del sobreparto.

La mujer apenas ha pasado aquel trance doloroso que la ha dado el placer de poder llamarse madre, queda debilitada y cansada; su cuerpo mortificado y rendido por algunos días, necesita silencio, tranquilidad y descanso. La vulva, la matriz, y el bajo vientre tienen más sensibilidad, y los miembros todos quedan en un estado de relajación y atonía. Su cara pálida, sus ojos lánguidos, su voz desfallecida, el pulso tardo y débil, y una agradable y casi [285] voluptuosa frescura la incita al descanso, y la conduce al sueño. Feliz, si consigue entregarse a este don precioso de la naturaleza, porque él es el mejor tónico y el más activo medicamento.

Este sueño pasajero y momentáneo la restituye su energía, reanima su calor natural, da fuerzas al pulso y un mador general al cuerpo, que la alienta y la presta una alegría indecible. Parece que la naturaleza la inviste en aquel momento de un carácter nuevo, y la dice con una voz secreta y agradable, eres madre, eres feliz.

Sin embargo el profesor no debe dejar pasar sin atención la más leve circunstancia. Luego que la mujer se haya desembarazado de las secundinas, debe dejarla por espacio de algún tiempo en la cama que ha parido. Su postura debe ser echada horizontalmente, extendidos y aproximados los miembros pelvianos, rodeados de sábanas secas. Debe prescribírsela el silencio y el reposo, y se la cubre con alguna ropa más de la ordinaria, para preservarla del frío; se procura que reciba aire puro y fresco, y si puede ser se alejan las visitas que puedan causar en ella afectos de alegría o de tristeza.

Moreau aconseja, que al cabo de quince o veinte minutos se introduzcan dos dedos en la vulva al mismo tiempo que se comprime el útero con la otra mano apoyada sobre el hipogastrio, y se desembarace a la vagina de los coágulos que contenga; el objeto que se propone en esta precaución es estimular el útero por las fricciones que la mano ejerce sobre el bajo vientre para [286] favorecer su retracción, y prevenir o disminuir las causas que determinarían la acumulación de la sangre en su cavidad.

Después de esto es de parecer que se proceda al aseo de la parida. Para esto lo primero es lavar las partes genitales, y los muslos. Cuando el parto ha sido feliz y nada ha tenido de extraordinario, puede emplearse para esta operación agua tibia, y sólo en el caso de temerse una hemorragia debe usarse de agua fría. Es también bueno echar en el agua una pequeña cantidad de vino; mas si los órganos genitales han padecido lesiones graves, durante el parto, debe usarse de un cocimiento de malvavisco. Limpias perfectamente las parles, se las enjuga con paños secos y calientes, se la quitan todos los vestidos que se hayan manchado y se les reemplazan con otros, teniendo sumo cuidado de que el pecho y los brazos queden bien abrigados. Se la coloca entre los muslos un paño caliente, y se la rodea el vientre con un vendaje de cuerpo. Este vendaje debe estar medianamente apretado y ser puramente contentivo, porque si se aprieta demasiado sería muy perjudicial, y ocasionaría quizá congestiomes peligrosas. Hecho esto, se traslada la parida a su cama ordinaria, la cual debe estar calentada y provista de suficientes sábanas, donde se la prescribe la quietud y el abrigo.

Acontece que después de esta operación suceda frío como de terciana, este frío si es moderado es de buen pronóstico, mas si es excesivo debe atenderse con cuidado porque suele preceder a las convulsiones, así [287] como la agitación, la locuacidad y la piel seca, son precursoras de una hemorragia.

El útero pretende volver a su volumen primitivo mas para verificarlo procede de un modo lento y graduado. Unas veces este fenómeno se verifica sin pena alguna, mas otras los dolores que experimenta la mujer, son muy parecidos a los del parto, por lo cual se les llama vulgarmente entuertos. Al mismo tiempo la vulva arroja un flujo más o menos abundante, que se llama loquios.

Los médicos entienden por loquios a todos aquellos materiales que salen por las partes genitales externas, desde el momento del alumbramiento, hasta que el útero ha recobrado sus proporciones y su consistencia normales. Los dolores que padece la parida para expulsarlos sobrevienen unas veces más pronto, otras más tarde, pero siempre después de las veinte y cuatro horas del parto. Los loquios se distinguen en sanguíneos, serosos y purulentos. Los loquios sanguíneos consisten en un flujo de sangre que se presenta poco después del alumbramiento, y que dura hasta la calentura de la leche en las mujeres de temperamento sanguíneo, y que apenas pasa de las veinte y cuatro horas, en las que son de un complexión débil, y linfática.

Los loquios serosos suceden a los sanguíneos, y regularmente duran el mismo tiempo que la calentura de la leche; e inmediatamente sobrevienen los loquios purulentos, que son el producto de una verdadera irritación supurativa como dice Moreau. Estos loquios duran más, o menos tiempo según la constitución, de la [288] mujer, y la distinta temperatura de la estación. Las mujeres en caso de una excesiva abundancia de flujo, deben guardar la postura horizontal.

La calentura de la leche o puerperal, se manifiesta al tercero o cuarto día después del parto, aun cuando hay casos en los que se ha prolongado hasta los nueve días: en unas es más intensa, y en otras apenas merece el nombre de tal. Dura generalmente la calentura, de diez y ocho a veinte y cuatro horas, y termina con sudor. En el mayor acceso de esta calentura los pechos suelen hincharse tanto, que llegan hasta las clavículas y sobacos. Entonces la parida se ve obligada a tener los brazos abiertos, sin poderlos arrimar al tronco, y su respiración es dificultosa.

Este estado de irritación no dura más que veinte y cuatro horas, después de las cuales cesa todo, y vuelven los loquios, la parida siente como unos picotazos; la hinchazón de los pechos disminuye, y principia a fluir por el pezón un líquido seroso, llamado vulgarmente calostros que desaparece al cabo de uno o dos días, y es reemplazado por la leche propiamente dicha. Entonces la madre entra en su estado normal.

Durante el curso de la calentura, prescribe Moreau que deben prohibirse a la parida los alimentos hasta el caldo, administrarla bebidas diluentes como agua de cebada, y el agua azucarada, que puede aromatizarse un poco. Prohibe que se cubra mucho a la mujer, y mucho menos que se le aprieten los pechos como hacen generalmente las parteras; mas al mismo [289] tiempo debe evitarse que se enfríe, porque podría causar graves males.

Durante el puerperio, debe cuidarse de renovar el aire de la habitación de la parida, procurando que las corrientes de aire fresco y renovado, no la den inmediatamente; deben sacarse de la habitación toda clase de perfumes, y olores; de la misma manera debe abstenerse de bebidas estimulantes, y las diluentes que tome, deben administrársela tibias.

Debe alimentársela con moderación, y hacerla que permanezca en la cama siquiera los ocho primeros días después del parto, para evitar los descensos del útero. Las partes genitales deben conservarse en el mayor estado de limpieza, cuidando sobremanera de las tres excreciones importantes en esta ocasión, que son la transpiración, la secreción urinaria, y las deyecciones alvinas.

La transpiración se mantiene permaneciendo en la cama, y usando de bebidas tibias, y conservando la habitación en una temperatura suave. La orina puede presentar dos síntomas, que son: la retención, y la incontinencia. La primera se remedia por medio del cateterismo dos o tres veces al día, hasta que la libertad de la excreción se haya restablecido: a la segunda si sobreviene durante el puerperio deben administrarse lociones astringentes, y si subsigue al puerperio son útiles los baños de mar, y las aguas ferruginosas.

Debe combatirse también el estreñimiento, y procurar que el vientre esté libre; para lo cual pueden [290] usarse de las lavativas, con miel, o con aceite de ricino.

Finalmente debe tenerse sumo cuidado en no incomodar en lo más mínimo a la recién parida, porque en estas circunstancias su exquisita sensibilidad la expondría a gravísimos males. Debe ocultársela el sexo de la criatura, sus deformidades o muerte, hasta que se crea oportuno, y se la haya preparado de antemano. Estos, y otros, que pueden leerse con más detenimiento en varios autores, son los cuidados que se deben a la madre.


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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