Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza | Editorial Española. San Sebastián 1940 |
La Institución Libre y la sociedad La Institución Libre de Enseñanza y el ArteJuan de Contreras, Marqués de LozoyaCatedrático de la Universidad, Director general de Bellas Artes La Institución Libre de Enseñanza tuvo, en el estudio de la Historia del Arte y de la Arqueología en todos sus aspectos, una de sus actividades predilectas, pues la aparente objetividad de este género de disciplinas se avenía bien con su designio de estudiar y hacer amar las cosas de España, pero «desde fuera», esto es, desde un punto de vista apartado del pensamiento y el sentimiento tradicional de España. De aquí la difícil anomalía de un amor apasionado, de un cuidado exquisito por las catedrales españolas y por las obras maestras de nuestra pintura religiosa, compatible con la hostilidad, más o menos encubierta, hacia el espíritu que había hecho surgir esos templos o esos lienzos. Hay, en algunos de sus más destacados elementos, el prurito de interpretar con un criterio laico el arte español, que no puede ser comprendido sin conocer y sentir el aliento católico que lo inspiraba; este prurito es bien patente en obras como El Greco, de Cossío, o el Pedro de Mena, de Orueta, y origina el que, a través de un entusiasmo aparente, se deje ver en el fondo cierta antipática frialdad. El ideal de la Institución sería, sin duda, el conservar los templos maravillosamente cuidados y dispuestos; convertidos en museos y no ver sino piezas de pinacotecas en estatuas e imágenes, en las cuales sus autores habían buscado inspirar el [222] calor de unas devociones. La Institución Libre intentaba sustituir el espíritu religioso del pueblo español, creador de tantas obras artísticas maravillosas, con una falsa y estéril cultura artística, como, por ejemplo, exhibiendo en ambulantes «Museos del Pueblo» fotografías de los cuadros del Prado, que no eran capaces de despertar en los campesinos el destello de una emoción; de esa emoción que encontraban en sus fiestas y en sus romerías auténticamente populares. No fue en materia artística tan sectaria la labor de la Institución Libre de Enseñanza como en otros aspectos de la cultura. Sin duda se debió este fenómeno a que el grupo de personas «de derecha» que existía en todas las secciones y que tan cuidadosamente cultivaban los manejadores de la entidad era en ésta más numeroso y más decidido, y en él se operó, como veremos luego, una saludable reacción. Sin embargo, no es difícil vislumbrar, a través de las campañas inspiradas por la Institución, un objetivo bien concreto y perseguido con notable constancia que sabía adaptarse a todas las situaciones: la «secularización» del arte español, religioso en su inmensa mayoría; la incautación por parte del Estado de las obras de arte que constituyen el tesoro de la Iglesia española. Para esto era preciso probar que la Iglesia no sabía cuidar de los tesoros artísticos que la piedad de muchas generaciones de fieles le había encomendado, y se inicia una serie de campañas violentísimas con diversos motivos; campañas que, desgraciadamente, encontraron eco en personas de derechas que, cegadas por la pasión, no acertaban a distinguir lo que hay en estas cosas de accidental y accesorio en orden a una función más elevada. Se encerraba, además, en esta actitud una enorme injusticia. Porque la Iglesia, a cuyo mecenazgo de ilimitada generosidad se debe casi todo el arte español, fue , además, en guardarlo, mucho más celosa que el [223] Estado y los particulares. Si en España se conservan tesoros artísticos se debe a la acción tutelar de la Iglesia. A raíz de la desamortización, una gran parte de los edificios monumentales pasaron a poder del Estado o fueron vendidos en escandalosa almoneda; a unos y a otros no les ha cabido, en general, sino una misma suerte: el abandono o la destrucción. Recordemos el Monasterio de Poblet, con sus tumbas reales profanadas y destruidas, con su retablo mutilado, con sus estancias convertidas en escombreras. La lista de monumentos que pasaron entonces a poder del Estado o de particulares y que han caído bajo la piqueta demoledora sería inacabable: San Agustín y San Francisco, de Segovia; San Francisco y Santo Domingo de Vitoria, otros mil sacrificados al prurito urbanizador de los Ayuntamientos liberales. De los cuadros y objetos de arte español que son gala de museos extranjeros, son muy pocos, en proporción, los vendidos por entidades eclesiásticas. Es, en cambio, conmovedor el darse cuenta de cómo la Iglesia, empobrecida, perseguida y esquilmada durante el último siglo, supo conservar, a costa de imponderables sacrificios, su patrimonio artístico. Cabildos arruinados, para los cuales era un problema insoluble cualquier retejo en su Catedral, poseían tapices, terciopelos, esmaltes y marfiles por valor de muchos millones. Pobres «clarisas» pueblerinas que muchas noches se acuestan sin cenar, son guardadoras de un tesoro de Las mil y una noches. Ningún particular, de los que tanto chillaban cuando una excepción venía a interrumpir esta regla general, hubiera llegado a tan inverosímil abnegación. Pero lo que, en el fondo importaba, era despojar a la Iglesia de aquel último giran de su patrimonio. Así en los últimos años de la Monarquía, como algún cabildo catedralicio quisiese trasladar el coro desde el lugar tradicional que suele ocupar en las catedrales [224] españolas, al presbiterio, con objeto de desembarazar las naves, se desencadenó una campaña de inaudita violencia que, desgraciadamente, personajes que se decían de derechas fomentaron y alentaron. En la Prensa liberal aparecieron artículos en que se acusaba a la Iglesia de mala administradora de sus riquezas culturales, de vender cuadros al Extranjero; se dijo que los lienzos y retablos famosos debieran ser llevados a los museos del Estado con pretexto de que se ahumaban con el humo de los cirios. Es preciso, ciertamente, carecer de toda sensibilidad para arrancar a una obra de arte del ambiente para que fue creada; de la luz y de la altura con las cuales hubo de contar el artista, para situarla en la frialdad de las salas de una pinacoteca, hospitales y hospicios de cuadros y esculturas. Como algunos Cabildos pensasen en exponer al público sus tesoros, los periódicos de izquierda –aquella Prensa virulenta y mendaz de la posdictadura, nunca execrada suficientemente– emprendió otra campaña: la de los «Museos Diocesanos». El advenimiento de la República significó el triunfo de la Institución Libre de Enseñanza, y los gerifaltes de la crítica creyeron llegado el momento de realizar su sueño dorado: la secularización del tesoro artístico de las iglesias. Marcelino Domingo era ministro de Instrucción Pública; uno de los Barnés era subsecretario, y Orueta, director general de Bellas Artes. Cualquier pretexto servía para iniciar agresiones virulentas; la venta de unos terciopelos en Zaragoza o de un retablo en Soria. En tanto ardían, ante la pasividad de los agentes del Gobierno, todas las tallas de Pedro de Mena –el artista estudiado por Orueta–, en Málaga; la Inmaculada, de Saltillo, en Murcia; la biblioteca de los Jesuitas, en Madrid, e iglesias bellísimas en todas partes. La farsa hipócrita de los dirigentes es aún más repulsiva que la misma embriaguez de las turbas [225] incendiarias. Al cabo, el anhelo institucionista fue ampliamente realizado, y la ley de Congregaciones privó a la Iglesia española de unos bienes que poseía con títulos por nadie igualados. Los huesos de los donantes debieron temblar de indignación en sus tumbas. Tales monstruosidades despertaron al cabo la adormecida indignación de los elementos derechistas o simplemente moderados que formaban parte del «Centro de Estudios Históricos». Singularmente, la quema de los conventos, afrenta eterna de la segunda República española, fue para muchos revelación violenta de cómo terminan ciertas campañas iniciadas bajo la bandera de Cultura. Ni aun los sucesos de Asturias, que ocasionaban la voladura de la Cámara Santa de Oviedo, uno de los conjuntos de arte medieval más ricos de Europa, bastaron para hacer entrar en razón a otros, como Jiménez de Asúa, que veía en tales sucesos una expresión heroica de la tensión republicana del pueblo español. Algunos iniciaron una política contemporizadora, y se pensó en crear un organismo rector del Patrimonio Artístico Nacional, en el cual figurarían eclesiásticos de los reputados por menos intransigentes, y que procuraría llegar a un acuerdo con la Iglesia expoliada. En otros elementos, y precisamente los más valiosos, la reacción fue más franca y tomó, en ocasiones, caracteres de verdadera violencia. En esta situación de discordia interna sorprendió al «Centro de Estudios Históricos el viril levantamiento del Ejército y de la juventud española, una de cuyas más eficaces consecuencias ha sido el desarraigar de la cultura española los innumerables y sutiles tentáculos de la Institución Libre de Enseñanza. Ignoramos cuál haya sido en la zona roja la actuación del funesto engendro de Giner de los Ríos. Lo que no parece demostrado es que aquellos cuyo exquisito celo les llevaba a organizar furibundas campañas de [226] Prensa cada vez que unas monjas vendían unas varas de damasco para poder comer, hayan creído prudente protestar de la quema del Museo Diocesano de Valencia con sus maravillosos primitivos, ni de la destrucción de centenares de iglesias con todas sus obras de arte, ni de la emigración al Extranjero de lo más valioso del Patrimonio Artístico Nacional.
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Una poderosa fuerza secreta San Sebastián 1940, páginas 221-226 |