Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La Institución Libre y la Enseñanza. II. Los instrumentos oficiales

El Centro de Estudios Históricos

Ángel González Palencia

Catedrático de la Universidad Central
Académico de la Lengua

A propuesta de la Junta para Ampliación de Estudios, y de ella dependiente, se creaba por decreto de 18 de marzo de 1910, un Centro encargado de investigar las fuentes de nuestra historia, de organizar misiones científicas para buscar datos, de publicar los textos y estudios necesarios para tal efecto. El principal objeto del Centro, en el aspecto pedagógico, era «iniciar en los métodos de investigación a un corto número de alumnos, haciendo que éstos tomen parte, en cuanto sea posible, en las tareas antes enumeradas, para lo cual organizará trabajos especiales de laboratorio».

En efecto, se organizaron estos laboratorios, y en las Memorias de la Junta de 1912-1913 pueden verse los trabajos de hasta nueve secciones del Centro dedicadas a instituciones políticas y sociales, arte medieval, escultórico y pictórico del Renacimiento, filología española, filosofía árabe e instituciones sociales musulmanas, metodología en la historia, y dos, no tan históricas, como la de problemas de Derecho civil en los principales países y de Filosofía contemporánea. Para cubrir los gastos que ocasionaron estos trabajos el Centro disponía de 50.601,43 pesetas en 1912 y de 65.759 en 1913.

Si se exceptúan las secciones de Árabe, que publicaron enseguida libros, fruto de la labor del Centro, las demás no dieron resultado al exterior. La sección de Filología, que iba siendo la mimada de la Junta, principió a anunciar una «Colección de documentos [192] lingüísticos», en cuya preparación trabajaban ya algunos becarios desde 1910, colección que había de tardar varios años en ver publicado su primer volumen, quedando incompleta.

Desde 1914 se inicia la publicación de la Revista de Filología Española, y en 1915 sufre el Centro una gran desviación al dedicar sus esfuerzos a los Cursos para extranjeros, labor que no tenía que ver con la historia patria, ni estaba autorizada por su decreto fundacional, aunque conviniera mucho a la política expansiva de la Junta. En 1916 cesó la actividad de las secciones de Árabe, por la original idea que el secretario de la Junta tenía de la función de un vocal de oposiciones a cátedras, si el opositor era el secretario. La pobreza del número de publicaciones es notoria, a pesar de que las consignaciones suben en 1914 a 78.500 pesetas, y en 1915 a 89.000, y de que la sección de Filología va siendo cada vez más nutrida. En 1915 reseña la Memoria cuatro publicaciones: una traducción por un profesor del Centro de obra alemana; las tres, preparadas por personas que no trabajaban en el Centro. Tan pobres andaban de publicaciones, que en la Memoria de 1916-1917 acudieron al recurso infantil de desmenuzar el índice de todos los artículos publicados en la Revista de Filología Española y darlos como serie de publicaciones.

En cambio, todo eran obras magnas en preparación: la «Colección de documentos lingüísticos», anunciada desde el principio (1910), dio el primer y único volumen en 1923, aunque lleva fecha 1919. De un «Glosario del Español medieval», de cuya preparación se habla desde 1910 hasta 1936, no debe haber más que papeletas que ningún profano ha podido utilizar. Otro tanto ocurre con una «Crestomatía medieval», continuamente puesta en las listas de obras en preparación; y con un «Corpus Glossarium de los siglos XVI y [193] XVII», para cuya aparición calculaba la Junta que serían necesarios varios años; y con el tomo segundo de los «Orígenes del Español», y con una serie inacabable de proyectos, todos, al parecer, en marcha, acaso entorpeciéndose mutuamente, y sin que a alguno le llegara el fin.

El Centro creció pomposamente, y, contra lo previsto por sus fundadores, no sirvió para adiestrar a los jóvenes en la investigación histórica. En 1933-34 puede recoger la Memoria de la Junta un cuadro deslumbrador de las actividades, que desbordan en la sección de Filología. Aparte de las tres secciones de Arte la de Filología tiene diez subsecciones: Estudios lingüísticos, Estudios clásicos «Corpus Glossarium de los siglos XVI y XVII», Folklore, Laboratorio de Fonética, Atlas lingüístico de ala península Ibérica, Archivo de la Palabra, Archivo de tradiciones populares, Revista de Filología y Bibliografía, más el Archivo de Literatura contemporánea y una sección de Estudios Hispanoamericanos. Contaba, además, con el Instituto de Estudios Medievales, con sus secciones de Instituciones, Fueros, Diplomas y Crónicas, que había de preparar las «Monumenta Hispánica Histórica», libros inéditos porque su director dedicó más actividad a la política que a los trabajos históricos, y pudo permitirse burlar la ley de su fundación, que exigía la publicación de «un volumen de gran formato», al menos, por año, para lo cual pagaba la nación la no despreciable suma de 150.000 pesetas anuales.

A esa frondosidad en las secciones correspondía, naturalmente, un aumento de gastos respetable. De las 50.000 pesetas con que empezara el Centro en 1912-13, se pasó en 1933-1934 a la cifra de 375.359,82. ¿Rendimiento? Un poquitín más, pero inadecuado. Dejando aparte el hecho de que pocos jóvenes han salido iniciados en la investigación, y la circunstancia de que los [194] becarios hicieran, por regla general, sólo labor de acarreo para los gerifaltes, sin ocasión de lucimiento personal, sin tener la satisfacción de ver su nombre en la Bibliografía de su especialidad, con lo que eso significa para la juventud que empieza, debe considerarse que gran parte de los libros publicados por el Centro son obra de personas ajenas a él. Así, de los 21 volúmenes publicados hasta 1934 en los anejos de la Revista de Filología, 17 son de personas que no pertenecen al Centro; de los 10 volúmenes de las publicaciones de la Revista, seis son de no «centristas». Una vez más se ha repetido el adagio de que «unos fuman y otros escupen».

Elocuente es el siguiente resumen, tomado de la Memoria de la Junta, de 1933-34, época de máximo apogeo del Centro. Publica en estos dos años veintiún volúmenes. De ellos, seis son obras de personas extrañas al Centro; de los quince restantes, ocho son revistas periódicas; entre los demás, algunos meros folletos, los hay de traducciones, de reimpresiones y de simple copia de documentos. El total de los créditos del Centro en estos dos años suma setecientas cincuenta mil pesetas largas, o sea un coste de 35.714 pesetas por volumen. Resulta un poco caro para nuestra modesta economía.

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Las publicaciones del Centro llevaban fama de ser perfectas, y recibían el bombo y la propaganda a que las gentes de la Institución nos tenían acostumbrados. Algunas veces no dejaban de producirse incidentes cómicos, como aquél en que, para contestar a un extranjero que pedía bibliografía para el estudio creo que de Góngora, el jefe de la sección de bibliografía, obra de largos años de «vigilias» y de preparación, le indicó que mirara la página correspondiente en la [195] Enciclopedia Espasa. (Justo es reconocer que el erudito enciclopédico fue confinado a una bohardillita; pero siguió haciendo sus papeletas inacabables.)

Las revistas, en especial la de Filología, adolecen del defecto de parcialidad sectaria. Acostumbraba a silenciar las publicaciones de personas de derechas. Por ejemplo, no dio cuenta de los originalísimos trabajos de don Julián Ribera acerca de los orígenes de la lírica y de la épica castellanas, y de la música, no obstante estar tan íntimamente relacionados con su especialidad. Calló igualmente la aparición del libro de don Miguel Asín Palacios acerca de las relaciones de la Divina Comedia con la literatura islámica, uno de los libros de más resonancia y en la literatura comparada de Europa en lo que va de siglo. No dijo haberse publicado la Historia de la Literatura española, de don Juan Hurtado, catedrático de Madrid, a pesar de llevar ya tres ediciones el libro y de la aceptación que supone haber vendido cerca de 20.000 ejemplares hasta el principio del Movimiento desde 1922. Pero, ¿qué más da? Jamás ha honrado sus páginas bibliográficas con la reseña de ningún libro de Menéndez y Pelayo. Y eso que el director de la Revista se decía su principal discípulo.

En cambio, las reseñas de los amigos habían de ser laudatorias; y casos conozco de haberse quedado en pruebas porque al autor de la crítica no le parecía bien la obra criticada.

En resumen, la obra del Centro resultó cara y sectaria, como todo lo que lleva el sello de la Institución Libre de Enseñanza, y sirvió para encaramar a las alturas a ciertos personajes que se aprovecharon del esfuerzo de estudiantes y personas modestas, a quienes explotaban con la sordidez del más avaro editor, y a quienes a veces calificaban despectivamente, en lugar de agradecerles que, con el dinero de la nación, les proporcionaran plumas para adornarse.

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Ángel González Palencia Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 191-195