Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
<<<  >>>

Capítulo XIX

Sumario. El herético Federico de Prusia y la cismática Catalina de Rusia. –Propaganda de la Compañía en Rusia. –Nombramiento de un nuevo General. –Pío VII restablece el Instituto de San Ignacio. –Alianza de los jesuitas y de los tiranos, y vicisitudes de la Compañía en el siglo XIX.

I.

Que los jesuitas son una secta independiente, para la que el catolicismo y la obediencia al Papa no son más que pretextos para engrandecerse, lo demuestra el hecho de no haber obedecido la bula pontificia que disolvía su Compañía. Si fueran tan sumisos y obedientes al Pontífice romano como aparentan y proclaman, cuando disolvió su Instituto, hubieran quedado los jesuitas dentro del seno de la Iglesia, y como clérigos seculares, los que hubieran recibido las órdenes; pero lejos de eso, revueltos contra el jefe del catolicismo, antes que obedecerle, [239] prefirieron ponerse al servicio del protestante Federico de Prusia y de la cismática Catalina, la emperatriz moscovita, a quienes prestaron juramento de fidelidad, que no podía menos de ser falso como todos los suyos.

Desde entonces no fue Roma sino Rusia, el centro y cabeza de la Compañía de Jesús. Los despóticos emperadores moscovitas, para oprimir y embrutecer a los pueblos en que imperaban, hallaron en los jesuitas un complemento a sus látigos y bayonetas.

Catalina de Rusia, que fue librepensadora, y que miraba con la misma indiferencia, por no decir desprecio, el catolicismo griego que el romano, instaló a los jesuitas en la Rusia Blanca, provincia por ella arrebatada a Polonia; y no tuvo por qué arrepentirse, pues los jesuitas emplearon su influencia para que los conquistados católicos se sometieran humildemente a la cismática emperatriz, renunciando a su patria, de la que habían sido violentamente separados.

Los jesuitas explotaron el desmembramiento de Polonia, nación católica y fueron espléndidamente recompensados por los tiranos, enemigos del catolicismo, con cerca de 10.000 siervos, que para ellos trabajaban en los inmensos terrenos que la munificencia imperial les había regalado. De esta [240] manera los miembros de la Compañía eran señores espirituales, señores feudales, y señores de la tierra.

Amalgame ahora, poniéndolos de acuerdo, quien pueda y sepa, el voto de pobreza que hacen los jesuitas, con todos estos dominios y señoríos.

En Polotsk se congregaron en 1782, y nombraron un nuevo General. ¡Singular situación era la de esta Institución religiosa, católica, rebelde al Papa, sostenida por los reyes cismáticos y herejes! Mas también fueron los jesuitas expulsados de Rusia, como lo habían sido de los países católicos, a los que volvieron cuando el Papa Pío VII deshizo, en 1814, la obra llevada a cabo en 1773 por Clemente XIV.

II.

La inicua y sanguinaria alianza, llamada santa, formada en 1815 por los tiranos de Europa, creyó necesario el restablecimiento de los jesuitas, sus antiguos enemigos, para que les ayudaran a ahogar el espíritu liberal, poniendo en sus manos la educación de la juventud, a fin de que le enseñaran la obediencia pasiva; y les devolvieron, en cuanto de ellos dependía, los antiguos bienes y los [241] monstruosos privilegios que los habían hecho insoportables, incompatibles con los derechos e independencia de los Estados.

Un Papa, excitado por los reyes católicos, había suprimido completamente la Compañía; otro Papa la restablecía, por complacer al cismático emperador de todas las Rusias.

He aquí, en prueba de esto, algunos párrafos de la bula de Pío VII, publicada en 10 de Agosto de 1814, por la que restablecía la Compañía de Jesús:

«Habiéndonos recomendado el emperador reinante Pablo I de Rusia, a los padres jesuitas, en su gracioso despacho, en el que nos manifiesta la benevolencia particular que por ellos siente, declarándonos que le sería muy agradable ver restablecida la Compañía de Jesús... hemos creído conveniente secundar el voto de príncipe tan grande y bienhechor...»

«... Y recibiendo cada día peticiones apremiantes de nuestros venerables hermanos los obispos y arzobispos, que piden el restablecimiento de la Compañía de Jesús... seríamos culpables de un grave delito ante Dios, si descuidáramos los socorros que nos concede su especial providencia.»

«Determinado por tantos y tan poderosos [242] motivos, hemos resuelto que las concesiones por Nos concedidas al imperio ruso y al reino de las Dos Sicilias, se extiendan a todo nuestro Estado eclesiástico, y a todos los otros Estados...»

«Nos, ordenamos que las presentes letras sean inviolablemente observadas según su forma y tenor, por siempre jamás; que produzcan su pleno y entero efecto; que no sean sometidas a ningún juicio, ni revisadas de parte de ningún juez, cualquiera que sea el poder de que esté revestido, declarando nulo y de ningún efecto todo embarazo que se oponga a las presentes disposiciones por malicia o ignorancia; y esto a pesar de las constituciones y ordenanzas apostólicas, y de las letras en forma de Breve de Clemente XIV, expedidas el 11 de Julio de 1778, que derogamos en cuanto tengan de contrario a la presente constitución.»

«Que no se atreva, pues, ninguna persona a estorbar o contrariar, con audaz temeridad, todo o parte de las disposiciones de esta ordenanza; y si alguien lo intenta, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso, y de los apóstoles San Pedro y San Pablo. [243]

III.

Espantados de los progresos que las ideas republicanas hicieron en Europa, después de la gran Revolución francesa del último siglo, reyes y papas se reconciliaron, sintiendo la necesidad de deponer sus antiguos odios y de estrechar sus lazos, defendiéndose por la arbitrariedad y la violencia contra las tendencias liberales de los pueblos; y como medio eficaz para conservarlos en el embrutecimiento y la servidumbre, entregaron la educación de la juventud a los jesuitas, viendo en ellos los instrumentos más a propósito para la consolidación de su despótico poder.

Apenas vuelto del cautiverio Fernando VII, imbuido en las ideas de la reacción monárquico clerical, dominantes en las cortes de Europa, se apresuró a abrir las puertas de España a los jesuitas; y, como los borbones de Francia, de Nápoles de Parma y de Módena, les entregó la instrucción de la juventud. Al decir de la juventud, nos referimos a la de las clases aristocráticas, pues la asa de la población, destinada a ser el burro de carga del altar y del trono, no entraba en sus planes que se instruyera por sustentarse en su organización tronos y altares. [244]

Algunas docenas de viejos jesuitas volvieron a instalarse en San Isidro de Madrid, donde establecieron un colegio, al que mandaron sus hijos las familias nobles de la corte; pero los muchachos no pudieron acomodarse a las máximas ni a las costumbres de aquellos viejos jesuitas italianizados, y un día se escaparon todos del colegio, adquiriendo muchos de ellos más tarde la honra de sustentar las ideas liberales contra el realismo clerical y jesuítico.

El mortífero árbol, violentamente arrancado de cuajo por Carlos III, no pudo volver a echar raíces en las tierras ibéricas, fecundadas por la sabia de las nuevas ideas de libertad y de progreso.

IV.

En los tiempos en que los pueblos no eran más que dóciles rebaños encorvados bajo el yugo de reyes y de papas, estos solían reñir por cuestiones de preeminencia, que implicaban siempre las de la explotación y acumulación de la riqueza pública y privada. La Iglesia, pretendiendo usurpar el poder temporal de los reyes, se indisponía con ellos, y los reyes, sometiendo la Iglesia a su jurisdicción, la irritaban exasperándola, hasta el punto de provocar querellas terribles y [245] sangrientas; pero cuando altares y tronos se vieron perdidos se unieron, aunque sin dejar de odiarse.

Los jesuitas desde entonces, explotando el terror de papas y de reyes, obtuvieron de unos y de otros carta blanca, y so pretexto de servirles, los dominaron.

Los jesuitas hacen voto de pobreza, y sin embargo, al suprimirse la Compañía, poseían miles de millones de bienes temporales, cuando apenas habían pasado 200 años desde su fundación, lo que prueba la imposibilidad de separar lo espiritual de lo temporal, puesto que aquél domina a éste, y la historia de todos los tiempos y de todos los países demuestra que son inseparables.

La Compañía de Jesús, continuando su vida, a pesar del decreto de disolución del Papa, probó que tiene vida propia, independiente de la del catolicismo, que es una secta con intereses, miras y política propios. Así, cuando después de su catástrofe, reyes y papas restablecieron la Compañía de Jesús, creyendo ver en ella un instrumento, se aliaban a un enemigo más egoísta, sagaz y fuerte que ellos, que en lugar de servirles los dominaba, dispuesto siempre a abandonar su causa, en cuanto viera comprometidos en ella sus intereses. [246]

Sí; la Compañía explotó hábilmente el terror que a las dinastías triunfantes inspiraban las ideas liberales; pero se guardó bien de aceptar la responsabilidad de sus actos, y al verlas en peligro de caer, en lugar de correr su suerte, se apartó para no ser con ellas aplastada en su ruina; y si el vencedor les fue propicio, llamárase monárquico, imperial o republicano, se adhirió a él, para continuar prosperando y extendiendo su dominación, bajo la protección de los poderes constituidos.

La Compañía de Jesús como ya hemos visto, obedece o desobedece a los papas, combate o sustenta imperios, repúblicas y monarquías, según le conviene.

Así la vemos hacer causa común con los sublevados de las colonias americanas, que proclamaban la república, contra la monarquía constitucional establecida en España, no citamos más ejemplos por no ser prolijos.

V.

En las épocas en que los reyes estuvieron en pugna con los papas, defendiendo las prerrogativas de su patronato, que la curia romana no quería reconocer, suponiéndolas, y [247] no sin razón, incompatibles con su independencia y supremacía, los jesuitas fueron ardientes defensores de los privilegios de los papas; y de aquí que fueran perseguidos por los reyes. Mas en cuanto los pueblos manifestaron que no pertenecían a reyes ni a papas, sino a sí propios, y quisieron reivindicar sus derechos y soberanía, contra todo señorío de procedencia humana o divina, se amortiguaron los inveterados odios que separaban a papas y reyes, y, obligados por la necesidad, al ver que los rebaños escapaban de los rediles, se unieron y tornaron un solo cuerpo, sin distinción de religiones, sirviéndoles de mastines a los jesuitas, para someter las ovejas descarriadas, que se empeñaban en vivir por su propia cuenta.

Los defensores del altar contra el trono, se convirtieron en defensores de ambos contra los pueblos, y de éstos, como era natural, les vinieron desde entonces las persecuciones, cuando triunfaron revolucionariamente.

Los jesuitas cayeron en Francia antes que el trono en el pasado siglo; salieron de Nápoles expulsados, en cuanto se estableció el sistema constitucional; la revolución española los expulsó de nuevo cada vez que el pueblo salió en ella triunfante; Nueva Granada, [248] el Ecuador, las repúblicas de la América Central, Méjico, los Estados Unidos de Colombia, Bolivia, la República Suiza, los Estados Escandinavos, Rusia, Portugal, Alemania y Francia, por último, los han expulsado de sus territorios. Estos hechos de carácter tan general, repetidos en este siglo como en el pasado y en los anteriores, en pueblos regidos por las formas de gobierno más distintas, prueban que en todas partes los gobiernos consideran a la secta jesuítica peligrosa para la independencia de las naciones, para la moral, las buenas costumbres, y la pública prosperidad.


filosofia.org Proyecto Filosofía en español
filosofia.org

© 2000 España
Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 238-248