Monita Secreta
o Instrucciones Reservadas de la Compañía de Jesús

Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo IV

Lo que debe recomendarse a los predicadores y a los confesores de los grandes.

1. Que los nuestros dirijan a los príncipes y a los hombres ilustres, de suerte, que parezca que sólo tienden a la mayor gloria de Dios, y a la austeridad de conciencia que los príncipes consientan en ceder, porque la manera de dirigirlos no debe atender al principio, sino insensiblemente, al gobierno exterior y político.

2. Por esto deben con frecuencia advertir, que la distribución de los honores y de las dignidades en la república, pertenece a la justicia, y que los príncipes ofenden gravemente a Dios cuando proceden apasionadamente. Que protesten con frecuencia y seriedad, de que no quieren mezclarse en la administración del Estado, y que si hablan es por deber y a pesar suyo. Cuando los príncipes hayan bien comprendido esto, debe explicárseles las virtudes que necesitan tener los escogidos para las dignidades y cargos públicos, y procurar que nombren para ellos a los amigos sinceros de la Sociedad.

Sin embargo, esto no debe hacerse inmediatamente por los nuestros, sino por los que [288] son familiares del príncipe, a menos que éste no lo exija.

3. Por eso los confesores y predicadores nuestros deben estar informados de quiénes son propios para desempeñar los cargos, y, sobre todo, liberales con la Sociedad, a fin de que insinúen sus nombres a los príncipes, por sí mismos o por medio de otros.

4. Que los confesores y predicadores recuerden que han de tratar a los príncipes con dulzura y acariciándolos, y no chocar con ellos en los sermones, ni en las conversaciones particulares, apartando de su ánimo todo temor, y exhortándoles principalmente a la fe, a la esperanza, y a la justicia política.

5. Casi nunca deben recibir regalitos para su uso particular, pero sí recomendar la necesidad pública de la provincia o del colegio; y deben contentarse en la casa con una habitación sencillamente amueblada, no vestirse con mucho esmero, y acudir prontamente a ayudar y consolar a las gentes más viles del palacio, para que no se crea que sólo están prontos a servir a los grandes.

6. Cuando muera algún dependiente deben no descuidarse en hablar de sustituirle con amigos de la Sociedad; pero evitando sospecha de que pretendan arrancar el gobierno de entre las manos del príncipe. Por esto, no deben mezclarse inmediatamente, sino servirse de amigos fieles y poderosos, capaces de arrostrar el odio si lo hubiera. [289]


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 287-288