Filosofía en español 
Filosofía en español

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Miguel de Unamuno

Tres conferencias sobre
liberalismo español

 
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la bolsa de los libros
montevideo

 
Claudio García - Editor
Sarandí, 441
Montevideo 1924
[ 63 páginas ]
 

 

 

Explicaciones

Naturalmente que no vamos a presentar a nuestro público a Don Miguel de Unamuno, aunque en estos últimos tiempos no han faltado los “posadunculus” como decía Diego Ruiz, que han pretendido decirnos a su modo –¡Santo Dios, qué modo es ese!– quién es el ilustre profesor salmantino. No vamos a presentar a Don Miguel, entre otras razones, porque ahora no se trata de eso, y no porque nos falten ni arrestos, ni conocimientos, ni cariño para ello. Pero es que ahora se trata de una publicación de un género muy distinto. Se trata de algo que es circunstancial aunque siéndolo, en el fondo, es quizá profundamente eterno para decirlo en una forma de absoluta verdad, tan cara y frecuente en el autor de Rosario de sonetos líricos.

Hemos oído decir frecuentemente –demasiado frecuentemente, por desgracia,– que Don Miguel está todo entero en tal o cual libro suyo. Hasta ha habido quien ha llegado a establecer un paralelo entre él y Eugenio D’Ors, diciendo cosas tan chuscas y peregrinas, que más parecían burlas y gracias que agudezas de comentarista enterado. Porque eso es lo que aquí nos falta: estar enterados. Aquí, en materia de información literaria y filosófica, –y barrunto que también en la científica, al menos en lo que a las obras de divulgación general se refiere,– estamos atrasadísimos. Eugenio D’Ors, cuando nos visitó hace poco, al segundo día de estar entre nosotros ya lo dijo: “Aquí falta información, mucha información”. Y así se dan críticos que no leen en más idioma que el castellano, y que ni siquiera tienen el cuidado de seleccionar las traducciones. Para hablar de un libro, lo mismo les da que la traducción la firme un hombre de prestigio, de reconocida y probada competencia en la materia, como un pelagatos cualquiera o que no la firme nadie y aun no lleve pie de imprenta. ¡Y si aun así fuese interesante lo que se les ocurre a los tales! Nuestros Aristarcos de pacotilla no saben más que dos modos de ese, por ellos envilecido oficio de la crítica: o bien la crítica de comadre, que fija en tonterías y detalles nimios, o la alabanza desmedida, venga o no venga a cuento; es decir, siempre la charlatanería de cafetín de barrio. Todo lo substancial del libro, lo que está hondo o alto, aquello que hay que ver con los ojos del alma y que hay que sentir muy hondamente, se les escapa. Y cuenta que no son aspectos microscópicos. A veces se trata de catedrales; a veces, de cosas mayores. Y es así cómo después se pueden hacer paralelos imposibles y cómo se sale diciendo gansadas de un género altamente cómico y risible.

Viene esto a cuento para decir que si esto que hoy presentamos a nuestros lectores es puramente circunstancial en la labor intelectual del señor Unamuno, no lo es más que en su forma o en su fecha; en su fondo, esto es, siempre –y una vez más,– la vida y la obra del autor de Contra ésto y aquéllo. Porque Don Miguel –esto es lo más puro y cristalino de su obra, y esto precisamente es lo que no han visto, ni quizá vean nunca nuestros intelectuales de café– está todo entero, completo, en esencia y potencia, en cualquiera de sus obras, de sus artículos, de sus versos, de sus frases. El que diga que “sólo está en tal obra”, es que no conoce ni esa obra, ni las otras, ni a su autor. Don Miguel está de cuerpo entero en sus Poesías –(que los imbéciles no entendieron),– en ese librito estupendo que se titula El Cristo de Velázquez; en el otro que desde hace mucho es uno de nuestros breviarios más queridos, que se titula Rosario de sonetos líricos; está íntegro en sus dos tomos de viajes por España y Portugal, que sirven de espejo para retratarnos los paisajes del alma profunda de ese coloso del talento; lo está en sus siete tomos de ensayos; y lo está, en fin, en sus novelas cortas, en cualquiera de sus artículos, en sus anécdotas, en cualquiera de sus frases. En este mismo volumen se inserta “Mi primer artículo”, que es un recuerdo del que el maestro escribió y publicó en su ciudad natal hace cerca de cincuenta años. Pues bien: cualquiera que lea ese artículo y sepa leer entre líneas, –(nuestros Aristarcos de pacotilla sólo saben leer entre café y café o entre copa y copa)– verá toda el alma de Unamuno, su extraordinaria imaginación, su exquisita sensibilidad. ¿Y qué es un autor si no es eso, todo junto? Y eso mismo es lo que se halla de él en el más profundo de sus libros.

Ese es Don Miguel de Unamuno.

Y hemos de refrenar con rudeza nuestro cariño y nuestros impulsos para no extendernos ahora en una lección que hace tiempo queremos dar a algunos de nuestros críticos patentados. Pero quédese ello para otra ocasión, que no ha de tardar, en que podamos hacerlo con más tiempo y comodidad.

Ahora, lo que nos interesa hacer resaltar es lo que ya hemos empezado a decir más arriba. Y es esto: que si las tres conferencias y el artículo que van a continuación, son puramente circunstanciales, pues se refieren al momento actual de España, por su fondo, por el alma profundamente liberal que vive en todo eso por la sinceridad con que está dicho, por la claridad con que se exponen todas las afirmaciones, eso, es Unamuno por los cuatro costados; eso, es lo que es dado esperar del hombre a quien el espíritu liberal de España debe más hasta la hora presente.

Son tres conferencias. Las tres, pronunciadas en Bilbao, ciudad en la cual nació don Miguel hace sesenta años. La primera pronunciada el 7 de Enero del corriente año en la Sociedad “El Sitio”; la segunda en el Círculo Socialista el 8 del mismo mes, y al día siguiente la tercera, en el Casino Republicano. Son tres aspectos de una misma cuestión: el momento político español. Después de la primera conferencia –al día siguiente– don Miguel, y el Presidente de la Sociedad “El Sitio” –una de las más prestigiosas entidades de España,– fueron llamados por el capitán general –que debe ser un zoquete como los demás del Directorio– y trató de echarles un sermón por la conferencia. Don Miguel contestó con la altivez y la dignidad propias en él y después de dar las otras dos conferencias, después de publicarse el artículo en defensa del ex ministro don Santiago Alba y después, en fin, de publicarse la carta dirigida a Nosotros de Buenos Aires, y que aquí reprodujo El Día, ha venido el destierro de Unamuno. Con ese hecho culmina la historia de vergüenzas y de ignominias que ha tenido que soportar España desde hace algún tiempo. Y si con ese hecho se culminan las vergüenzas que el régimen imperante en España hace pasar al país, quiere decir que ese hecho es el más vergonzoso de todos.

España ya ha soportado la ignominia de verse gobernada por una beata vieja, fea y enferma: la austríaca doña María Cristina; luego la ha gobernado un rey enfermo, pendenciero y petulante como Alfonso XIII, asesorado por una caterva de ignorantes malvados unas veces, otras, por pillos de apetitos insaciables. Y esa monarquía, esa dinastía carcomida y siniestra, como todas las de origen austríaco y francés, sólo se ha sostenido y se sostiene con sangre: a veces, haciendo matar a los mismos que la sirven; otras, haciendo matar al pueblo o a los que se atreven a acusarla. Cánovas, Canalejas y Dato, han pagado con sus vidas la torpeza insigne de querer servir a lo inservible, imponiéndose por la fuerza; Ferrer y sus cuatro compañeros pagaron también con sus vidas el arrojo de intentar un cambio radical y definitivo en el orden de las cosas; entre unas y otras fosas, la dinastía del rey sifilítico va flotando a la deriva en el mar de sangre de la juventud española sacrificada en Marruecos. Un montón de ruinas, un montón de cadáveres, lágrimas de inocentes, imprecaciones y estallido de bombas… He ahí el cuadro del imperio que fue de Guillermo II, del que fue Nicolás Romanoff, del que fue Francisco José de Austria, del reino cuya corona ostenta el hijo de aquél chulo de baja estofa que en la historia de España se llama el rey Alfonso XII.

Y quien se levanta contra tanta injusticia y tanto crimen, tiene pena de la vida. No se ha condenado a muerte a don Miguel de Unamuno, pero ha sido algo peor: se le ha querido ahogar el pensamiento.

Esa medida, da la justa proporción de la mentalidad de los imbéciles que hoy mandan por “riñones” en España, soldadesca incivil y grosera que no ha tenido el gesto romántico y arbitrario de los ilusos, sino que se ha impuesto cobardemente, es decir, apoyados en el prestigio y en la fuerza moral que prestan los entorchados y los altos cargos. ¿Primo de Rivera, un dictador, un revolucionario desde arriba, autor de un golpe de Estado? ¡Mentira! Primo de Rivera es un botarate, un soldadote incivil y gregario, un matón de cuarto de banderas que, en el golpe del 13 de Setiembre, no ha arriesgado nada y lo ha ganado todo. Todo… por un momento.

Eso, en otra forma, con otras palabras, lo ha dicho don Miguel.

Además, es mentira, falsa de toda falsedad, la obra de regeneración que se supone ha llevado a cabo ese ridículo mandón. Es mentira que ha suprimido o rebajado la lista civil de la Corona, ni las dietas de los senadores ni que haya encarcelado a los principales causantes del malestar de España. Ha encarcelado a unos cuantos alcaldes ignorantes que seguían los rumbos de la vieja política española y ha provocado el suicidio de numerosos secretarios de ayuntamiento que, cuando más, habrán sido negligentes o remisos en el cumplimiento de sus deberes, pero que, desde luego no se merecían la represión brutal con que se les amenazaba. ¿Los culpables de la actual situación de España? ¡Pero si la mayoría de ellos están vivos! Vivos están Romanones, Maura, García Prieto, Sánchez Guerra, Sánchez Toca, La Cierva… ¿Cuántos más? Todos esos viven y están en Madrid, –a propósito no citamos a Santiago Alba que huyó al extranjero en el primer momento–, ante las propias narices del Directorio. Esos son los principales culpables, los responsables directos del estado catastrófico de España como todo el mundo lo sabe. ¿Por qué no han sido enjuiciados esos hombres? ¿Porque no había materia para ello? ¡Mentira! No se les ha procesado por miedo. Tocar a esos hombres es tocar al Rey en persona. El botarate que preside el Directorio no se ha atrevido a eso, como no se atrevía en Filipinas a ponerse frente a las balas de los tagalos, sino que echaba pie a tierra y se escondía detrás del caballo que montaba. ¡Ese es el hombre! ¡Ese es el que ha llegado a general sólo por ser sobrino de otro general, de aquél Primo de Rivera que hizo aquella vergonzosa comedia de la paz con los nacionalistas filipinos metiéndose en el bolsillo una redonda suma de pesos! ¡Ese es el puritano, el juez, el fiscal, que está regenerando a España en la hora actual!

Primo de Rivera ha destituido a infinidad de empleados públicos; ha suprimido dos gobernadores civiles; ha destituido todos los ayuntamientos. ¿Sobraba toda esa gente? Lo que sobraban eran oficiales y capitanes de la reserva que cobraban del Estado sin trabajar. Primo de Rivera los ha metido en las oficinas públicas, en los gobiernos civiles, en los municipios y con eso proclama que ha regenerado a España.

Primo de Rivera es un despechado, un ignorante y un ambicioso. Pretendía honores y no se los dieron. Quiere ser gobernante y él mismo ha confesado que no ha leído un libro en su vida. Quiere ser dictador y es un tartufo trágico, siniestro, un personaje de los períodos tétricos de la historia zarista. Si lo hubieran hecho senador vitalicio, como pretendía, se hubiera callado. Su gesto no es el gesto del alucinado, sino el alocamiento del miedoso, del que va al encuentro del adversario temblando y sin color. Primo de Rivera tuvo miedo al separatismo catalán y tuvo miedo a la revolución social que provocaría el juicio parlamentario incoado sobre los asuntos de Marruecos. Marruecos huele a podrido. Si se destapase ese inmenso osario, el pueblo español no podría por menos que alzarse en armas y dar al suelo con el régimen imperante. Para evitar todo eso, Primo de Rivera se lanzó a la aventura. Su ignorancia y su miedo cerval le impiden ver que no ha hecho más que acercarse al cráter que ha de devorarlo. Tenemos el presentimiento de que Primo de Rivera será el último gobernante de la infamante monarquía española. Un general la restauró en Sagunto y un general la hundirá ahora. Estamos con el Eclesiastés: todas las cosas caen por el lado que se inclinan. Así también, Guillermo II, Romanoff, Francisco José.

Un periódico español, monárquico y que entra en el palacio de Oriente y llega hasta las manos del rey, La correspondencia de España ha publicado con fecha 5 de este mes de Marzo en que estamos, el siguiente sueltito:

“MADRID, 6.– Hablando del problema de Marruecos. La Correspondencia de España dice: “La realidad ha venido a llamar a las puertas de España despertándola de la indiferencia en que vive, entregada a las preocupaciones de orden secundario. Se han colocado en el primer plano de la vida nacional, problemas secundarios, habiéndose abandonado los problemas trascendentales que son, principalmente, el de Marruecos y el déficit de la hacienda pública. En estos últimos días se ha visto la trascendencia del déficit en la baja sufrida por la peseta. Alabamos la entereza y la sinceridad del Directorio al alentar a la opinión ante la situación marroquí, lamentando las sensibles bajas sufridas, siendo preciso castigar a los rebeldes ya que el país entero está dispuesto a hacerlo, teniendo los gobernantes crédito y confianza tan alta como se precisen. El país pone su atención máxima en África para obtener en su empresa civilizadora el triunfo total”.”

Para cualquiera que sepa leer se echa de ver la tremenda censura que esas líneas significan para el Directorio. Y eso es verdad. El Directorio no ha hecho más que dar carne a la fiera. Pero no ha resuelto, ni ha propuesto siquiera, la menor solución para ninguno de los grandes problemas que agobian a España: ni se cubre el espantoso déficit, ni se acaba con la guerra de Marruecos, ni se hace nada. ¿Qué quiere el Directorio? Convertir a España en un cuartel al servicio de la iglesia católica y de la dinastía reinante. ¿Qué exageramos? Lee tú, lector español que sueñas con el bienestar y el engrandecimiento de tu patria, lee esta notita que emana del Directorio y que ha publicado la prensa de Montevideo:

“HENDAYA, 5.– Se dibuja una posible solución de las dificultades que encuentra el Directorio al tratar de normalizar la situación creada por el asunto Cavalcanti que no ha provocado resistencias como se temía. Se espera que con el nombramiento de Weyler para reemplazar a Aguilera se logrará obtener idéntico resultado en el juicio incoado a Berenguer. Una vez obtenida la absolución de los militares, quedará cumplida la primera parte de la misión del Directorio. Se verá entonces si la nación se conforma con la principal causa de la intranquilidad que es origen primordial de la suspensión de las garantías individuales y del aherrojamiento de la prensa. Entonces se restablecerán las libertades y se empezará por pensar en la renovación del régimen legal siempre bajo la tutela del ejército, única institución regularmente organizada frente a los partidos, gremios y clases que están enteramente desunidos y desarticulados.”

De modo que está claro, con claridad meridiana como dice el socorrido dicho periodístico: no se toque a los militares. Cavalcanti y todos los demás no pueden ser culpables de nada. ¿Que Aguilera no se atreve a declarar inocente a Berenguer? Pues se busca otro –Weyler por ejemplo– y ese lo declarará. La cuestión es que el ejército aparezca puro y sin tacha. Además, cuando tú, lector español, al ver que salen a la calle los presos políticos y que regresan a sus casas los desterrados y que no se amordaza a la prensa ni se cierran las tribunas, pienses que tu patria está libre, –¡no lo olvides!– siempre estará “bajo la tutela del ejército”; no olvides: ¡siempre! ¿Qué país es ese, qué regeneración es esa, qué se pretende hacer de España? Lo dicho: un cuartel al servicio del altar y del trono. ¡En nuestros tiempos! ¡Y aún hay quien dice que en todos estos asuntos no debe mezclarse nadie! ¡Debe mezclarse todo el mundo! ¡Si Garibaldi viviera ya habría organizado a estas horas otra expedición gloriosa para conquistar a España para la libertad!…

Pero si el pueblo está agotado por las guerras y amedrantado por la soldadesca que la domina, todavía hay en España hombres de conciencia, que es decir hombres libres, que no callan ni callarán. Unamuno, Rodrigo Soriano, Marcelino Domingo, Azorín, Ortega Gasset, Marañón y tantos otros proclaman la verdad a todos los vientos y desafían a los simiescos tiranuelos que mandan desde Madrid.

En las tres conferencias que publicamos ahora puede seguir el lector la evolución del liberalismo en España y puede reconfortar su ánimo con las altísimas palabras de esperanza y fe en la raza que brotan de los labios purísimos del Maestro, que es hoy la única luz hacia la cual se vuelven los ojos de todos los que ansían una era de libertad y de progreso para España.

A los lectores uruguayos nos dirigimos pidiéndoles que se mantengan valientemente en la actitud de franca condenación que han adoptado contra el Directorio; a los españoles, que se decidan de una vez a dar el puntapié de gracia a los fantoches que deshonran el nombre de España ante la historia. Para esos grotescos personajes no se precisa ni guillotina, ni cuadro de fusilamiento, ni siquiera la celda carcelaria: basta y sobra con un puntapié.

Luis Bertrán  

Montevideo, Marzo 1924.

(páginas 5-15.)

Primera conferencia

El espíritu liberal de Bilbao

Pronunciada en la Sociedad El Sitio de Bilbao, de dicha ciudad, el 5 de Enero de 1924.

El señor Migoya

El presidente de El Sitio, Sr. Migoya, hizo la presentación del conferenciante. Comenzó el Sr. Migoya diciendo que sus primeras palabras habían de ser un homenaje para el Sr. Unamuno. En todas las Sociedades –añadió– hay una lista de socios honorarios: pero en todas las Sociedades hay también un grupo de buenos amigos de la Sociedad; solamente que los que figuran en este segundo grupo no aparecen inscriptos en ningún registro, figuran en todo momento en el alma de la Sociedad. La Sociedad El Sitio tiene un alma tan noble como la primera, y tiene también un grupo de amigos íntimos. D. Miguel de Unamuno figura en nuestras listas y en nuestros registros como uno de los socios honorarios; pero también figura en nuestro corazón.

Mis palabras son de homenaje y agradecimiento; en primer lugar, por haber tenido la gentileza de aceptar la invitación de dar esta conferencia; en segundo lugar, porque agradecimiento le debe todo el pueblo de Bilbao y la Sociedad El Sitio, que, vuelvo a repetir, es una sociedad muy bilbaína y puede arrogarse la representación de la villa.

Agregó que el Sr. Unamuno es una figura y un prestigio universal, y que le debemos gratitud por aquellos párrafos suyos vibrantes, hermosísimos, del final de su conferencia reciente en el Teatro Arriaga.

Recordó el Sr. Migoya que la Sociedad El Sitio se dispone a conmemorar el cincuentenario de la liberación del último sitio de Bilbao.

Queremos –dijo– que de este cincuentenario quede un recuerdo que no sea un monumento, que sea símbolo de gloria; queremos un monumento que hable al corazón, un monumento cuyos elementos no sean las piedras, que se desgastan, que se deforman con la lluvia y los vientos, sino que sea la palabra humana: un libro que hable del último sitio de Bilbao a los niños de esta villa. Vamos a dejar un libro para el niño que sea el símbolo de la renovación permanente de la vida, sin cuya renovación el mundo perecería; vamos a dejar un libro al niño liberal de Bilbao que sea el símbolo de la renovación de la patria, sin cuya renovación la patria sería un cadáver y no formaría en el concierto de las naciones civilizadas; un libro de paz y amor, que ha de ser un tributo a los muertos.

El Sr. Migoya fue aplaudido calurosamente. Los aplausos se repitieron al adelantarse a la tribuna el señor Unamuno.

Discurso de Unamuno

La tribuna de El Sitio

Señoras y señores: amigos y consocios: Vuelvo otra vez a dirigiros la palabra desde esta tribuna, mi primer tribuna pública. La primera vez que he dirigido la palabra a un público fue aquí, en esta Sociedad de El Sitio, y esta Sociedad de El Sitio puede decirse que fue mi primer hogar civil donde maduré largamente las enseñanzas de la Historia, no sólo leída, de la Historia vivida durante los años de mi infancia, preñada de recuerdos.

Se me ha invitado al mismo tiempo que a hablar en esta mi antigua casa, a hablar en el Círculo Socialista y en el Círculo Republicano. De buena gana hubiera hecho una sola cosa para los tres, y explicar lo que puede ser un liberalismo socialista y republicano, un socialismo liberal y republicano y un republicanismo liberal y socialista, y en qué respectos estas cosas pueden concordarse y en qué respectos pueden diferenciarse. Pero puesto que esto no es posible, y si tengo tiempo y ánimos, que creo que sí, podré hablar en los otros dos sitios.

Lo que significa el liberalismo

Quiero ahora explicaros lo que para mí durante mi vida, no ya muy corta, significa el liberalismo. No es lo que os voy a decir nada doctrinalmente abstracto; es más bien algo histórico. Y me vais a permitir que la mayor parte del tiempo la emplee en desarrollos históricos. Porque la política es Historia y la Historia tampoco es, fundamentalmente, más que política. Puede decirse que en la Historia, lo que en una u otra forma no es política, es arqueología, es algo muerto. La Historia viva es otra cosa, es el esfuerzo constante del pasado por hacerse porvenir, de la tradición por hacerse progreso o hacerse utopía.

Oí este nombre de liberal, cuando por primera vez lo oí, opuesto a un nombre muy concreto: al nombre de carlista, y lo oí en mi propio hogar. Y sonaba ese liberalismo doméstico con un cierto son que podríamos llamar religioso, iba unido a una cierta modalidad de sentir, de entender y hasta de practicar la religión aparentemente común a unos y a otros: a liberales y a no liberales. Llevaba consigo una cierta nota de sobriedad en ciertas manifestaciones puramente aparenciales, litúrgicas, o que yo diría supersticiosas. Llevaba también aquel liberalismo una nota puritana, casi cuáquera y cuando yo más tarde me percaté de aquella manera de sentir la religión común, la de la Iglesia oficial española, con un cierto tono, con una cierta modalidad, como os digo, puritana y cuáquera, comprendí desde luego, qué había en el fondo de liberalismo y cómo el liberalismo político era un hijo de la Reforma.

Un recuerdo histórico

Y, ahora, vamos a hacer una breve excursión sobre esto. Poco después del bombardeo, que pasé en esta villa y que todavía tengo mucho más presente que las cosas de ayer (me figuro que se me olvidará difícilmente el día 2 de Mayo de 1874; se me olvidará inmediatamente el 13 de Setiembre del año pasado {1} … … (Aplausos); recuerdo que a raíz de aquello oí a un viejo liberal de aquellos sin doctrina, casi sin programa: “Aunque todos los bilbaínos, “bilbaínos”, se hagan carlistas, Bilbao seguirá siendo liberal”. Este hombre sentía cómo el liberalismo va unido a la Historia, al desarrollo, a la significación de la villa mercantil del Nervión.

Eran las postrimerías de la Edad Media cuando iba pasando gran parte de España, y esta tierra nuestra sobre todo, de un antiguo régimen social y económico a otro régimen moderno. Iba agonizando aquello que podríamos llamar una concepción rural, en otro sentido pagana, de aquellos aldeanos que, encerrados en sus caseríos, colocados cada uno de ellos en el centro de la tierra que labraban, era dominio con hogar central, pues podían hasta cierto punto bastarse a sí mismos. Eran unos pequeños Robinsones; cultivaban las tierras, mantenían sus ganados, algunas veces recogían lino que hilaban en sus propias casas, se vestían, se arreglaban sus carros.

Los aldeanos contra los francos

Pero, ¡claro!, la vida económica fue haciéndose más compleja. Empezaron a nacer oficios, vino la necesidad del cambio, y, al mismo tiempo, el desarrollo del numerario, y con él, de la riqueza mueble por diferencia de la inmueble. Y entonces ocurrió lo que hasta aquella época: que cuando el rey de Castilla quería cobrar de algún modo tributos, venía y hacía una especie de “razzias”, como se hacían en Marruecos; pero llegó un momento en que fue más cómodo para las necesidades del Estado convertir a las villas en las cuales residían los mercaderes, los francos, convertir a las villas en una especie de alambiques, que reducían la riqueza en numerario; cobrar los impuestos en las villas y darles a éstas una cierta jurisdicción, un cierto dominio sobre las tierras llanas o el infanzonado, para que el mercado se ejerciera en ellas y cobraran derechos por hacer mercado.

Y entonces nació una lucha, no como se suele decir otras veces, sino más bien entre el rey por una parte, apoyado en los mercaderes, en los francos, en las gentes de las villas, en los villanos, contra los grandes señores o pequeños señores territoriales, los jefes de las banderías, los banderizos, que se apoyaban en la aldeanería, en las gentes del infanzonado. Y entonces ya arranca la lucha, que continúa todavía.

El instinto aldeano, el instinto del hombre que sirve o es criado del señor de la tierra, del que está pegado al terruño, es un instinto en cierto modo igualitario, a las veces demagógico, no democrático, pero, desde luego, no liberal. El liberalismo nació principalmente en el espíritu de los mercaderes, en las gentes que ponían la riqueza en numerario, la riqueza inmueble que les traían y llevaban, sobre la riqueza de la tierra. Y esta es toda la lucha que ha construido la Historia constante de esta nuestra tierra. Constantemente ha sido una lucha de las anteiglesias a veces de las pequeñas villas, contra la villa del Nervión, que era la villa mercadera, que era el puerto de Castilla desde la Edad Media, y aun posteriormente, por donde entraban y salían y se recibían, con la sal de las mareas, sales del mundo todo, y con todo el mundo se relacionaba.

Los comuneros de Castilla

Juntamente con esto hubo, poco después, cuando esta lucha se entabló en Castilla, la lucha de las Comunidades. Y la lucha de las comunidades castellanas fue una cosa análoga. Eran los villanos, eran los tejedores de Segovia, por ejemplo; eran los pelaires en otro pueblo; eran los mercaderes también del centro los que lucharon con aquel primer Aubsburgo que vino a España {2} … … y esta fue una gran desgracia.

Cuando murió el príncipe D. Juan, el hijo de los Reyes Católicos –murió en Salamanca–, desapareció la posibilidad de una dinastía genuinamente española, que acaso hubiera podido llegar a ser una dinastía genuinamente liberal. En aquella época y con la lucha de las Comunidades, venció el emperador, y se convirtió casi toda España en un vasto campo, de donde luego sacó soldados para llevarlos como Tercios a Flandes, o para llevarlos a América más tarde. Era la época en que la Reforma, hija del Renacimiento, movimiento ciudadano, anticampesino, antirrural, es decir, antipagano (pagano y aldeano significan lo mismo); era la época en que la Reforma hija del Renacimiento, estaba renovando la conciencia europea; es decir, estaba haciendo nacer la conciencia individual, oponiéndola a aquella conciencia colectiva de la Edad Media, en que el hombre quedaba completamente ahogado, bien en los gremios, otros en una corporación, otros en una clase, otros en un convento.

La esencia del liberalismo

Y ved toda aquella lucha por la libertad civil, y es curioso considerar que muchas veces defendían la libertad civil, los que negaban la libertad absoluta del albedrío. Y es que creían que uno lleva la ley dentro, y, por consiguiente, que no hay por qué imponérsela desde fuera que es la esencia de todo liberalismo. El liberalismo político no es ni ha sido llevado a lo civil más que en una extensión del liberalismo de la Reforma, que estableció el principio del libre examen, hizo nacer la conciencia individual y puso al hombre cara a cara con Dios, sin medianeros de ninguna clase, sin revendedores de la gracia divina. (Ovación).
Y ved cómo aquellos hombres que negaban, ya digo, esa libertad, sostenían, por otra parte, la libertad civil. También este movimiento tuvo alguna repercusión en este país vasco. También en el país vasco se infiltró el principio de la Reforma. También aquí hubo hugonotes, y la otra tarde recordaba a Juan de Lizarraga, que fue el primero que tradujo los Evangelios al vascuence.

El comercio de productos y de ideas

Iba desarrollándose este espíritu liberal de libre examen, primero religioso, después civil, de libre crítica, más bien que en esta tierra, en los puntos de esta tierra que tenían, por sus relaciones mercantiles, una conexión con el resto del mundo culto. Aquí, por ejemplo, se podría (no es cosa de entrar en estas historias); nos llevaría muy lejos, demostrar cómo ese espíritu palpitaba en esta hija del Nervión, aun a pesas de sus mismos habitantes. Es que no se puede comerciar libremente en productos de manufactura sin comerciar también libremente en ideas y en sentimientos. No es posible tener relaciones con las gentes de otras creencias, de otro régimen político, sin tener una amplitud, una cierta amplitud también de espíritu. No es posible romper aduanas mercantiles y mantener aduanas religiosas o aduanas políticas. Es absolutamente imposible. (¡Muy bien, muy bien!)

En tanto, en toda Europa, por ahí fuera, iba marchando todo el proceso que lleva desde la Reforma, hija del Renacimiento, a la Revolución francesa. Todo el proceso de concentración del Poder en Francia, sobre todo con los Borbones o los capetos franceses no era más que una preparación de la Revolución francesa. Desde el momento en que Luis XIV –acaso el rey más revolucionario, sin quererlo que haya habido–; desde el momento en que Luis XIV dice: “El Estado soy yo”, prepara el que mañana el Estado diga: “El rey soy yo”. El tránsito era perfectamente claro. Hasta entonces, el Estado no era individual. El estado era una serie de grandes señores, una especie de aristocracia, una nobleza, las quejas contra la cual se ven muy bien en los Cuadernos de agravios de la Revolución. Pero desde el momento en que los iguala a todos un rey absoluto, prepara el absolutismo de la colectividad, que es, después de todo, lo que vino a hacer la Revolución francesa.

Espíritu aldeano y espíritu ciudadano

Aquí, en España, también iba soplando el espíritu de la Revolución –todo el reinado de Carlos III no es otra cosa–; y llega por fin la revolución, o una oleada, un choque de la revolución, llega a nuestra España. Llegó cuando aquella lamentable escena con que acaba el reinado de Carlos IV y se prepara el de aquel mal hijo y luego pésimo rey que fue el abyecto Fernando VII.

Por ese tiempo, cuando iba la ola revolucionaria corriéndose hacia España, por ese tiempo se riñó aquí, en Vizcaya, una de las más bravas batallas de la aldeanería, de la gente rural, del infanzonado contra la villa, que fue la batalla de lo que se ha llamado “la zamacolada”. Y es curioso que Zamácola fuera un afrancesado y, probablemente, un descreído. Fue el cabecilla y el representante del espíritu de los aldeanos.

Bilbao luchaba, como siempre, por lo que hoy llamaríamos una representación proporcional, porque estuviera representada, no la colectividad, sino la suma de sus individuos, por un principio perfectamente liberal, en el sentido que os he dicho de la Reforma, de poner sobre todo el valor de la individualidad.

En cambio, todas las anteiglesias, todos los demás, estaban contra la villa y querían otro sistema de representación que ahogaba continuamente los instintos ciudadanos y las necesidades ciudadanas, que son las necesidades del libre comercio y del trato con los pueblos de fuera. Los pequeños Robinsones no querían que se les metiera nadie en casa y les alterara su tranquila marcha.

Y es curioso. De ahí se llamó malos españoles a aquellos afrancesados. ¡Habría que ver qué es ser buen español y mal español! Así, los mejores españoles podrían llegar a ser los que sostuvieran la tradición más antigua: la de las Cuevas de Altamira, que es la tradición troglodítica. (Risas).

Y es curioso que cuando vino aquí el que se llamó el rey intruso, aquel José Napoleón, de los seis ministros que tuvo dos fueron de aquí, de Bilbao: Urquijo y Mazarredo.

La obra de las Cortes de Cádiz

Y nacieron para toda España, y como para toda España también para esto, nació toda aquella obra de las Cortes de Cádiz que es la obra de la revolución en España. Aquellas Cortes que fraguaron una Constitución que llegó a ser una especie de fetiche casi, a la cual en un tiempo se le rindió un culto casi religioso, que llegó a constituir para generaciones españolas de quienes hoy mucha gente se sonríe, llegó a constituir la Constitución algo así como una diosa, como una entidad ideal, y que apenas si se podía concebir encarnada aquí en la tierra.

Por esa Constitución, o por otra, por tener una Constitución, una garantía escrita, votada y discutida públicamente por todos, que atara lo mismo al rey que a los vasallos, por tener un principio que sujetara y que en un caso dado, impidiera hasta el dominio de la mayoría, por esa Constitución perecieron muchas gentes, y por eso hace poco, un siglo, murió, es decir, fue asesinado en Madrid el pobre Riego. Y era el anhelo de poner a salvo y sobre todo los derechos individuales, intangibilidad de la conciencia de cada uno, que, vuelvo a repetir otra vez, pasó al orden civil del orden religioso en que lo había establecido la Reforma.

Y también aquí se quiso quitar cierto carácter a los medianeros; también aquí se quiso acabar con una especie de sacerdocio político, y que, así como en la Reforma cada uno es su propio sacerdote, cada ciudadano pudiera, en un momento dado, representar a todos los demás y hasta representarse a sí mismo. Y esto, en un país como España, donde la base de toda esta concepción de la vida, donde la base y todo este modo de sentir la política y la Historia, tenía un muy pobre sostén. Porque aquí no ha habido clase media.

Se habla de burguesía y se habla de clase media. En España, si se exceptúa muy pequeñas regiones, algo de Cataluña, aquí gracias al movimiento mercantil, no ha habido clase media. Porque no es clase media, no es burguesía, esa famélica burocracia que así se llama a todo ese ejército de empleados de los que un tiempo había dos turnos: el de los que disfrutaban el Poder y el de los cesantes. Eso no ha sido nunca clase media, Y esa clase media, sostén en toda Europa del liberalismo histórico, del que pone por encima de todo los derechos individuales, la libre crítica, la opinión absolutamente libre; el de la libertad de comercio lo mismo que con los productos con las ideas, esa clase media fue aquí bien pobre, bien triste y bien sumisa. Mas, a pesar de todo, esta lucha por esa clase que no existía, pero que quería existir, por esos que deseaban elevarse a una posición y a una organización análoga a la de la clase media de todo el resto de Europa, todo eso explica nuestras guerras del siglo XIX que ha sido acaso el siglo más fecundo en la historia de España.

Las guerras civiles son las nobles

Las guerras civiles –vuelvo a repetirlo– y esto ya lo dijo hace muchos años alguien en medio de un gran escándalo, son las más santas de las guerras y, además, las más nobles, generalmente, las guerras civiles que llenan, en una u otra forma, casi toda la Historia, desde la muerte de Fernando VII hasta ahora mismo, que aunque latente, estamos también en guerra civil. Y en esas guerras, las del 33 al 40, esta villa fue la que ofreció el sentir de cada uno de sus hijos, esta villa sostuvo los principios de ese liberalismo, esta villa sostuvo los principios de los derechos de la individualidad, y estuvo luchando sin que muchos de los que lucharon supieran a ciencia cierta por qué estaban luchando. ¡Ah, es que hay una especie de sentimientos subconscientes, algo que tiene más fuerza que los otros y que, a veces, le hacen a uno querer, no lo que él cree que debe querer, sino realmente lo que debe querer, aunque él no lo cree!

El primer sitio

Entonces hubo aquel primer sitio. Aquel primer sitio se debió a la testarudez de los campesinos vizcaínos, de las gentes del infanzonado, de tomar a Bilbao. ¿Era por necesidades estratégicas? ¿Era porque este era un paso definitivo para el triunfo de la causa carlista, de aquel primer Carlos V? No. Zumalacárregui veía más claro. No era, fundamentalmente, más que un estratega, no era un guerrero; veía las cosas desde el punto de vista estrictamente militar, y sabía que era un empeño un poco baldío el empeñarse en tomar a Bilbao; pero es que para las masas carlistas de entonces, acaso terminaba todo con tomar a la villa. Les interesaba mucho más tomar a Bilbao que tomar a Madrid. Yo creo si llegan a tomar a Bilbao y establecen aquí un pequeño reino, no se preocupan para nada de sentarle en el reino de Castilla o de España a Carlos V. De eso se hubieran ocupado los demás, los carlistas castellanos. Los de aquí, no. (Risas).

Y terminó aquella guerra con el abrazo de Vergara y siguió luego aquel accidentado reinado de Isabel II, hasta que vino la revolución de setiembre, y esta señora tuvo que salir de España, encontrándose, precisamente, en esta tierra, en Lequeitio, cuando tuvo que marchar.

La segunda guerra

Y empezó a prepararse ya desde entonces la segunda guerra carlista, aquella de que yo, niño, he llegado todavía a ser testigo. Y uno de los recuerdos más vagos que tengo es cuando volvieron aquí, a la villa, en son de protesta de unas Juntas liberales del Señorío, los apoderados de las villas, protestando –uno de ellos, era, me parece, el señor Villabaso,– y se les levantó aquí unos arcos de triunfo y fueron recibidos en medio de una gran aclamación popular. Volvían protestando, precisamente, del eterno pleito, del sistema de representación proporcional, que hacía que los intereses de los mercaderes, que los intereses liberales, que los intereses internacionales –podríamos decir europeos– fueran sometidos a los sentimientos también a los intereses, pero sobre todo a los sentimientos, del pequeño caserío, que había heredado el espíritu de aquellos que pelearon con los antiguos francos de las villas.

Y entonces, vagamente, fui traído con esa riqueza que traen las cosas históricas, la historia que se vive, no en enseñanzas concretas, no en doctrinas, sino en leyendas, en canciones, en frases, en anécdotas, en toda una cosa que forma un nimbo; entonces empecé yo a sentir lo que era aquello. Posteriormente, claro está, sobre todo este trabajo sentimental, vino un trabajo de reflexión, vino un trabajo de estudio. Me encariñé con aquella historia que había vivido, empecé a recoger todos sus ecos que estaban, y estuve durante un período de más de doce o catorce años consagrado principalmente a reunir cuidadosamente todos los datos, todas las noticias que de aquella pequeña epopeya de la villa podía ya meditar, no solo en ella, sino recorriendo nuestras encañadas, las riberas de nuestros ríos, de las montañas y en las cimas de éstas, en lo que aquello podía haber sido dentro del espíritu universal, porque el espíritu universal vive hasta en la más pequeña aldea.

Después, en esta guerra, ocurrió lo mismo que en la anterior. Tampoco eran ningún acierto, desde el punto militar, aquella tozudez de sitiar a Bilbao. Se daba como pretexto, que tomado Bilbao, se podía levantar un empréstito en Inglaterra y se dominaba el puerto y se podía recibir embarcaciones. No era que había que satisfacer los sentimientos de la aldeanería, que, una vez más, quería ahogar a la villa y someterla a su antigua concepción de la vida y de la Historia. Y es curioso, es curioso. Estaban rodeando a esta villa, estaban sitiándola, aldeanos de las provincias. ¡Ahora! resistiendo empuje de las fuerzas libertadoras en Somorrostro, castellanos o alaveses (Risas). Es que no podían apartar los ojos y estar mirando aquí, a esto.

La Restauración

Terminó aquella guerra, no con un convenio como el de Vergara, de una manera acaso más lamentable; pero terminó y vino lo que se llamó la Restauración y poco después esa Constitución híbrida de 1876 llena de contradicciones íntimas, en que no se sabe bien {3} … … si el rey es constitucional o es rey por la gracia de Dios, {4} … … Es una obra maestra de logomaquia, pero no deja de tener sus ventajas. Esa misma hibridez permite muchas cosas.

La Regencia

Y transcurrió todo este período –éste ya es más moderno, lo conocéis la mayor parte de vosotros–; transcurrió todo este período de la revolución. Vino después el período gris y plúmbeo de la Regencia, que culminó en 1898, y detrás de la Regencia vino la tras-regencia, que todavía dura (Risas), y se ha venido al estado actual, y hoy nos encontramos, al cabo de un siglo, casi con los mismos problemas del tiempo en que se asesinó a Riego, y muchos de ellos planteados exactamente de la misma manera. Con decir que si aquí se estaba luchando por el sistema de la representación, hay todavía quien habla de representación por clases. ¿Y qué se entiende por clases? Porque hay que ver qué es eso de clases. Puede ser profesiones, puede ser gremios, y un gremio moderno no puede ser un gremio medieval. Puede ser clases democráticas, clases eclesiásticas y clase militar, entre otras cosas.

A una de ellas se oponen los profanos y a la otra los paisanos. Y a favor de todo esto y de estas sacudidas que ha traído la trasguerra o postguerra europea, se ha vuelto a poner en duda una porción de valores y se ha vuelto a plantear problemas como estaban planteados hace mucho tiempo, no de una manera distinta –se ha renovado el planteamiento, pero es lo eterno, lo de siempre–, lo cual quiere decir, no que había fracasado una solución, que no ha habido una solución. Ha fracasado el liberalismo. ¡Pero si no se ha ensayado el liberalismo todavía en España! Y, entre otras cosas, a favor de esto, han vuelto problemas de los que dicen las gentes “De eso ya no se ocupa nadie”, entre ellos el problema que se llama, mal llamado, religioso. Es decir, mal llamado puede ser que no; acaso profundamente sea eso, no un problema eclesiástico, sino un problema religioso.

Los derechos individuales eternos

Y vuelve hoy a plantearse el problema de los derechos individuales, de los límites de la autoridad, que son, a la vez, los límites de la libertad, de dónde termina la una y empieza la otra. Y cómo nace la libertad de la autoridad y de cómo la autoridad puede y debe ser una garantía para la libertad y no otra cosa: pero de la libertad para todos. La libertad para todos, es lo que se ha llamado en otro sentido igualdad, palabra que nunca me ha gustado. Me gusta más justicia. La justicia es dar a cada uno lo suyo. No puede haber justicia donde no haya el reconocimiento de cada uno. La justicia es una santidad individual y una conciencia personal individual. Yo no entiendo mucho de la justicia para colectividades; la justicia es para individuos. El alma es un individuo vale por todo el Universo. El alma, no he dicho la vida, ni mucho menos el cuerpo.

El nuevo liberalismo

Y ahora se oye hablar de nuevo liberalismo. Yo quisiera saber cuál es ese liberalismo que llaman nuevo los que no han sentido nunca el antiguo ni acaso lo conociesen; ni sé cómo se puede establecer un nuevo liberalismo fuera de la Historia y sin rozar en ella, y estableciendo en la Historia, y con razón en ella, ese liberalismo que llaman nuevo no será más que el antiguo. Diréis renovado; todo lo vivo se renueva, y si no se renueva es que no vive. Así como esta Sociedad representa, quiera o no quiera, por su historia, a la que está ligada, los sentimientos –no diré la concepción,– los sentimientos liberales de esta villa de los mercaderes de esta villa que goza del Nervión, de un régimen de librecambio de comercio lo mismo que de productos de ideas, de que no debe haber riqueza atada a la tierra y sujeta que impida y abogue el libre desenvolvimiento de la otra riqueza, de la que los hombres pueden llevar consigo donde quiera que vayan; que no puede haber un espíritu, diríamos de terrateniente, de labrador, que aboga el espíritu del ganadero, del que pueda ir con su ganado de pasto en pasto y recorrer la tierra del hombre que no estaba atado al suelo.

Este sentimiento, que por obscuros caminos ha nacido aquí, lo ha representado, como un hogar del liberalismo bilbaíno, esta Sociedad El Sitio, y por eso dirigió hace poco aquel llamamiento, al cual se esperaba que contestaran unos y otros. Han ido contestando. Acabo de leer una contestación del señor conde de Romanones, al cual contesté yo, pero contesté en público, contesté en público y bastante claro, porque no soy político, en el sentido que aquí se ha solido dar a los políticos. En el otro desde luego, de los muy pocos que hay en España. No sé si los contaremos con los dedos de la mano. (Risas). Como en el otro sentido, no soy político, es decir, no soy hábil. Puede ser que sí, porque hay gentes que con tal de aparecer hábiles dejan de serlo, y eso le pasa al amigo que acabo de nombrar. (Risas). Como no tengo la preocupación de la habilidad y no estoy nunca dispuesto a rectificar la apariencia de austeridad o de sinceridad en los sentimientos a la realidad de ellos, y lo he probado en algún momento muy solemne de mi vida en que he hecho lo que debía hacer, y en casos análogos volvería a hacerlos, por no sacrificar la realidad a las apariencias; como no soy hábil, no se me ocurre decir, como a un político: “Sí, es verdad; pero como ahora no podemos hablar, como estamos cohibidos, como se nos cercena, como no pueden hablar más que las derechas…” No es verdad. Esos señores, como yo, pueden decir lo que quieran. Lo que hay es que por otras razones distintas no les conviene decir. (Ovación).

Estos señores, para no hablar claramente ni definir su liberalismo, sacan el pretexto de que hoy no hay libertad nada más que para las derechas, y los que nos llaman, no sé por qué, gentes de izquierda, no nos dejan expresarnos libremente, y aluden a la censura y a otra porción de cosas. Yo os digo que no es verdad. La censura les hace un gran favor a ellos, porque les sirve de pretexto para no definir claramente su liberalismo, que no quieren definirlo porque están esperando, otra vez, la merced del rey. (Grandes aplausos).

No es porque se les coarte la libre expresión por lo que no quieren o dicen que no pueden expresarse en este que hemos dado en llamar nuevo régimen. Es porque tienen que definirse de una manera que acaso les imposibilite para que vuelva a llamarles el régimen, el verdadero régimen, o se comprometan a acabar con él. Esa es la verdadera razón de su silencio; todo lo demás son pretextos completamente. Y es que se ha llegado a un punto que hay que definirse.

El liberalismo es un método

El liberalismo es, ante todo, como el socialismo, un método, no es un dogma. Es un método, es una manera de resolver, de tratar, de criticar las cuestiones, es, sobre todo, un método de libre examen. En religión, la Reforma significaba el libre examen, la posición del individuo libre de lazos con otros frente a Dios, a solas con él, la concepción individual del credo. El liberalismo en política es lo mismo, es poner al ciudadano por encima de toda otra cosa y no tratar a los hombres, ni como ricos, ni como pobres, ni como de este oficio, ni como del otro, sino simplemente como ciudadanos y agruparse como tales ciudadanos; y es el libre examen, la crítica pública, es el régimen de la opinión pública, que obliga a todo ciudadano a intervenir en la cosa pública y a preocuparse de ella, y a no delegar. Lo terrible es delegar. ¡Y es tan humano! La mayor parte de las gentes ni tienen tiempo ni tienen facultades, ni tienen posición para dedicarse a ciertas cosas. Dicen: ¡Bueno! y se dice aquello que yo recuerdo que me decía uno: “Mire usted, si yo me pongo a leer las enfermedades, creo que tengo todas las que leo, de modo que no quiero ocuparme en eso, ni saber dónde tengo el hígado ni dónde tengo el bazo, ni para qué sirven. Le llamo al médico, me receta, si me mata, allá él por su cuenta, si me sana habrá que agradecérselo. Lo mismo me pasa con las cosas del alma. Déjeme usted a mí de todas estas cosas. Hay un cura a quien se paga para estas cosas. Llego, me confieso, si me da la absolución, bien, si me salvo, bien, y si no, allá él por su cuenta.”

Se delega, y lo mismo se ha estado delegando en las cosas civiles. Las gentes han estado delegando y han estado delegando en lo que se llama los caciques de la política. Una cosa perfectamente natural o sea los que pensaban civilmente por todos los ciudadanos de una provincia o de un pueblo, y que en la mayor parte de los sitios eran como pensamiento, los más capaces para pensar en esas cosas, eso es indudable. Ahora, por ejemplo, se ha dado en perseguir a secretarios de una porción de pequeños pueblos, que eran, probablemente, los únicos que sabían leer y escribir en el pueblo. Los demás eran una masa y les tenía completamente sin cuidado. Ahora, claro está, abandonando la política.

Dicen que tauromaquia es un arte y que tiene sus principios, y creo que matar a un toro en una plaza no será como matar a otra cosa cualquiera, y que no basta que un hombre sepa manejar una espada para que se presente en una plaza de toros a matar. Como sucede con otras cosas como, por ejemplo, la cirugía, es una obra de arte, naturalmente, pero hay que entenderla. Costa hablaba de un cirujano de hierro. ¡Ah! pero ni los cirujanos son matarifes, ni la espada es bisturí.

Hay que volver a la política

La política tendrá que volver España a que la hagan los políticos. Y el modo de evitar que los políticos la hagan mal es, sencillamente, hacerse todos políticos, y no venir, no, aquello de: “No me hable usted de la guerra.” “Yo en mi vida me he metido en política.” ¡Y, luego se queja usted de que le suban las contribuciones! Usted no tiene derecho a quejarse. Métase usted en política. Tiene usted obligación, como ciudadano, a preocuparse de eso. Mientras tanto, no se queje usted.

El liberalismo es un método. Consiste en eso, en un libre examen, es una cosa de opinión pública, de absoluto respeto de las garantías individuales, de hacer que todos nos preocupemos de eso y en que se llegue a hacer una opinión y no se falsifique la opinión. Se dice que en España no hay opinión; pero… Pero de ésta no hay opinión, de la que se han servido algunos para hablarnos recientemente de unanimidad, de mayoría etcétera. Y se están buscando por todas partes adhesiones, y esas adhesiones que cuando no se encuentran se fingen.

Los momentos son graves

Los momentos son verdaderamente graves. A favor de esto, hay una porción de gentes que ya se ha excitado. Creen ya que han muerto las libertades públicas, creen que ha muerto la Constitución, y ya se ve revoloteando a los cuervos para caer sobre su carroña. se oyen cosas verdaderamente extraordinarias. Todos los arbitristas de la leyenda, todas esas gentes de la representación por clases, de los antiguos gremios y otras cosas más fantásticas todavía, entre ellas la de una llamada libertad de enseñanza, que viene a reducirse a que la enseñanza quede acaparada por una Orden religiosa, todas esas gentes están ya batiendo las alas negras y están creyendo que esto es pan comido. Y lo será si no despierta ese sentimiento de los pueblos que quieren relacionarse con los demás y quieren el libre comercio lo mismo de los productos que de las ideas, que quieren que sobrenade el espíritu de los ciudadanos, el espíritu del hombre que se hizo tratando con todos los hombres del resto del universo, del que supo libertarse, del que supo hacer una riqueza. Y no una riqueza que como un grillo le ate al suelo de esta villa, cuya historia toda es una historia de lucha consciente por la civilización que es la civilidad, que es lo contrario de la ruralidad, lo contrario de la aldeanería. Porque es menester hacer de todo el campo una sola ciudad y con casas esparcidas, y que todas las gentes de nuestra tierra tengan sentimientos ciudadanos. {5} … …

Esta Sociedad tiene la obligación de levantar la frente y decir: “No todos estamos dispuestos a que se nos trate de menos que a niños”.

Al terminar su discurso el Sr. Unamuno, estalló en la sala una prolongada ovación.

(páginas 17-39.)

Segunda conferencia

(No tiene título en el texto que ha llegado a nuestro poder).

Fue pronunciada en el Círculo Socialista de Bilbao el 7 de enero de 1924

Cuartillas de Zugazagoitia

El acto tuvo principio con la lectura de unas bellas cuartillas de Julián Zugazagoitia, las cuales insertamos a continuación:

Señores, compañeros: D. Miguel de Unamuno, cuya presentación entre nosotros es innecesaria, aceptó sin reservas la invitación que en nombre de la Juventud y Agrupación Socialista le hicimos. Y es que D. Miguel no puede olvidar, no olvidará nunca, la admiración que nosotros sentimos por su vida –clara como la linfa de nuestros regatos,– y por su obra gigantesca y serena como la más alta montaña de esta tierra vasca.

En el cielo fuliginoso de España, la única persona que destaca con vigoroso trazo, que recibe en el rostro el pequeño caudal de luz que desgarra el flanco de un nubarrón, es la figura de D. Miguel de Unamuno. Individualmente no creo que haya quien pueda sostener la mirada de este hombre; colectivamente, sólo una agrupación política: el partido socialista. De aquí la transcendencia de ese acto. Frente a frente, como aliados que se reconocen en un accidente de la pelea, se encuentran esta noche ambos. D. Miguel va a hablar a los socialistas bilbaínos, y su palabra refluirá mañana a grandes distancias. Son los socialistas españoles, el parado entero, quienes están pendientes de su conferencia de hoy. La expectación no puede estar más justificada. ¿Qué irá a decir D. Miguel? ¿Cómo repercutirán sus palabras en el corazón de los indiferentes? Pronto vamos a saberlo.

Refrenad por un instante vuestra curiosidad. Dejadme decir dos palabras más.

Don Miguel: Revive hoy, encerrado en estas cuatro paredes, el capítulo XI del libro de Cervantes. Mañana los periódicos dirán: “Lo que sucedió a Don Quijote con unos cabreros”, y dirán bien. Usted es el Don Quijote; nosotros, los cabreros, que le brindamos nuestro espíritu para que nos lo alimente, y nuestro cariño, para que de él se alimente. Y no tanto por deber como por gusto, yo, que represento a los cabreros de esta casa, repito emocionado las palabras del cabrero del libro:

“Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero andante, que le agasajamos con pronta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro…”

La canción es hoy el silencio que fluye de nuestros corazones que anhelan llevar a su alma el convencimiento de que “también por los montes y selvas hay quien sepa de música”.

La presentación, pues, no puede ser más sencilla. Yo os digo: “Ecce homo”. Este es el hombre; éste es D. Miguel de Unamuno, que hoy habla a los cabreros, al partido socialista. “Ecce homo” camaradas.

San Antonio, los peces y las ranas

Al levantarse a hablar, fue nuevamente ovacionado el Sr. Unamuno, quien comenzó diciendo:

Amigos y compañeros: Cuando vuestro amigo Julián Zugazagoitia leía estas cuartillas, que yo no conocía previamente, he recordado los comentarios que hice antaño en uno de mis libros al pasaje en el que en el libro –y al decir el Libro me refiero al “Quijote”–, en el que en el libro se habla del discurso que Don Quijote dirigió a los cabreros. Y decía allí que no hay que hacer esfuerzos para ponerse demasiado al alcance de los que uno cree, o presupone siempre con razón, que tiene menos cultura que él y que tiene malas entendederas. No; debe cuidar uno de hablar siempre en el tono que le parezca más elevado y más noble, seguro de que si no le entienden los que le oyen el lenguaje, entienden por lo menos, la música. El peligro no es éste. El peligro es otro. El peligro en estos discursos –y yo estoy acostumbrado a ello– es el tropezar con espíritus hipercríticos, o que se creen obligados a cernir las cosas con un tamiz o menos especial, y que muchas veces no se enteran precisamente de lo que oyen.

A este respecto os voy a contar un apólogo que hace todavía muy poco tuve ocasión de contar. Dicen que San Antonio de Padua, desengañado de los hombres, que no le entendían a derechas, se fue una vez, con un espíritu franciscano, a las orillas de uno de aquellos ríos de la Italia, a predicar a los peces. Corrió la voz de que San Antonio había ido a predicar a los peces, y acudieron una porción de curiosos allí, a ver qué era lo que había dicho. Llegaron; preguntaron. Los peces, que son discretos se callaron; pero unas ranas que había en la charca dijeron: “Cro, cro”. Y de ahí vino la leyenda de que San Antonio de Padua había dicho “cro, cro”. No hay nada peor que la rana crítica.

Y hay otro peligro en los que llevamos fama, merecida o no, de ser hombres de segundas o terceras intenciones y de estar continuamente cultivando la ironía, la ironía es un arma terrible. En ciertas situaciones, es la más eficaz. Se la teme. Con el hacha no se consigue gran cosa. Y basta de prólogo.

Los tiempos de La lucha de clases

Yo no puedo olvidar que aquí, en esta mi villa natal, empecé una campaña socialista, hace ya de esto treinta y dos años. Fui de los fundadores de La Lucha de clases de nuestros primeros tiempos. Se puede decir que la aportación mayor a ese semanario la llevábamos Timoteo Orbe, que hoy está retirado de estas cosas, en Sevilla, y yo. Contribuía por lo menos, con un artículo a cada número. Generalmente con dos, anónimos. Han sido, creo, los únicos escritos anónimos que yo he hecho en mi vida. Y, además, gratuitamente. Y sin embargo, creo que son las cosas en que ha ido más mi nombre sin ir, y que mejor me han sido pagadas.

Recordó a continuación el Sr. Unamuno que durante aquella campaña, en la que dedicó algunos artículos a comentar la teoría de los salarios altos y a la técnica de las huelgas, algunos compañeros le consideraban como anarquista porque acentuaba siempre con gran fuerza el espíritu que se podría llamar liberal del socialismo. Porque ha sido muy frecuente creer que el socialismo es lo contrario del liberalismo, que es algo limitativo de la libertad, que es, en cierto modo, la tiranía del Estado.

El Estado, garantía de la libertad

El Estado, un Estado como debe ser, libera al ciudadano de otras trabas, de otras tiranías mucho mayores: la tiranía gremial, la tiranía corporativa. El Estado es la garantía individual del ciudadano y del trabajador también. Por ejemplo, se dice con frecuencia libertad de contratación. Estaría bien la libertad de contratación si se encontraran los dos que contratan en las mismas circunstancias. Como uno tiene grillos en los pies, y donde quiera que pise la tierra será de otro, que sólo es libre, hasta cierto punto, la carretera, en la que ni se siembra ni se siega ni se cosecha, y como tiene grillos en los pies, no hay verdadera libertad. Pongamos a ese uno en condiciones iguales, libre de otras trabas, y entonces libremente lucharemos.

Yo también –añadió– soy partidario de la libre concurrencia. Me parece que lo contrario podrá ser sindicalista; socialista no lo es. Las limitaciones anteriores para matar las diferencias naturales, individuales, y matar toda competencia, eso no tiene nada de socialista. Pero eso de la concurrencia tiene muchas caras. Vence el más apto. El más apto según para qué. Unos son los más fuertes para unas cosas y otros lo son para otras. Lo que se necesita es tener inteligencia. No teniendo inteligencia no sirven ni las buenas intenciones. Lo que hace falta es, sencillamente, inteligencia y competencia.

El materialismo en la historia

Nunca me ha acabado de convencer la interpretación –y digo interpretación vulgar, porque hay otras– de lo que se llama el materialismo histórico de Carlos Marx. La idea de que en el fondo de todos los fenómenos sociales está como lo último y sustentándolos, el fenómeno económico, y que es el estómago el que rige al hombre. No creo que esto es tan cierto. Maquiavelo, que sabía muchas cosas de debilidades humanas, creía que en el hombre la vanidad es todavía mucho más fuerte que el hambre. Yo también lo creo. Las luchas más terribles no suelen ser las luchas por el pan; las luchas más terribles suelen ser las luchas por la preeminencia. Vosotros mismos habréis podido ver cómo las luchas más enconadas, las más feroces, las que han desgarrado ciertas colectividades, han sido siempre luchas de vanidad y de empeño de prepotencia.

Es muy peligroso vender el alma, vender la personalidad por un plato de lentejas. Es una cosa verdaderamente terrible. Eso se paga siempre y se paga muy caro.

Dijo que hay que repetir constantemente que el socialismo no es un dogma, porque el proceso dogmático de toda doctrina es una degeneración.

La conquista del pan, por Kropotkin

Habló con extensión de las doctrinas de Marx, deducidas del estudio del desarrollo industrial en Inglaterra, y, no en el estudio del proceso mercantil, que tiene una gran importancia, pues lo mercantil es lo verdaderamente internacional, porque los pueblos se unen y se relacionan por el comercio, no por la industria. El comercio no puede ser nacional, tiene que ser internacional. La industria puede ser nacional.

Citó el caso de un obrero que en cierta ocasión discutía con él acerca de la cuestión. Era un obrero que había leído, por ejemplo, una novela, la novela más divertida que hay, que se llama La conquista del pan, de Kropotkin, y que al cabo de la discusión le decía: “Si, como en el fondo usted es un burgués y yo un proletario”. ¿Proletario? –le pregunté–. ¿Cuántos hijos tiene usted? –No tengo ninguno –contestó el obrero–. Pues yo tengo ocho. El proletario soy yo.

Y es que hay gente que se satisface con ponerse un mote. Esto de querer superar, de ir más allá, de mantener a la sociedad en un estado de agitación, suele ser cosa de muchachos entre los dieciocho, los veinte y los 22 años. Lo lamentable es que, ¡si no fueran más que mozos! Me parece muy bien; a esa edad yo también era ¡qué se yo! Lo malo es que esas cosas contagian el ambiente, toman formas agresivas y se llega a cosas verdaderamente lamentables como hemos visto en España últimamente, que dan pie para que contra esas cosas vengan otros del otro lado, de enfrente, que tienen, por lo menos explicación.

Elogio de Pablo Iglesias

Manifestó que con su campaña influyó él algo en la dirección que tomó, en general, el socialismo. Recordó las luchas de los socialistas por apartar a los obreros del peligroso apoliticismo, y recordó también que en Bilbao se estuvo votando a ese hombre admirable y titánico –dijo–, que es el que ha educado el alma de las generaciones obreras españolas que tienen alguna conciencia de ciudadanía, y que es Pablo Iglesias.

Era la época –añadió– en que este hombre, sistemáticamente calumniado, en que a propósito de Pablo Iglesias se hacían correr toda clase de absurdos y se hablaba de su pobreza de ideario. No hace falta tener muchas ideas: lo que hace falta, es que las que se tengan tenerlas muy claras. Y se le reprochaba que todos sus discursos eran iguales. Pero, señores ¿qué hacer? Si no le aprenden ustedes, ¿qué hacer sino repetir? Y es que hay quien cree, como decía el humorista yanqui, que las ideas son como los sellos de correo, que una vez que se ponen en una carta se matan y no sirven para otra vez.

La huelga de 1917

Refiriéndose a la huelga de 1917, dijo que fue una huelga de la que se está viviendo todavía en España.

Dicen que fracasó aquella huelga. ¡Ca! Aquella huelga fue lo que se llama una huelga política, de aquellas huelgas que tanto desconcertaban, por ejemplo, al Sr. Dato. Y es que no comprenden que una persona puede cruzarse de brazos, no solamente porque no la suban el salario, sino, sencillamente, porque la merman la libertad civil, la libertad de conciencia. Después de aquella huelga, los condenados, los que estuvieron en Cartagena, volvieron, por el voto del pueblo, triunfadores al Parlamento, y de acusados se convirtieron en acusadores. Es una lección que no hay que olvidar nunca y que hay que pensar en ella. Y su acusación fue tan formidable, que tuvo que abrirse una información parlamentaria y se nombró una Comisión extra parlamentaria, que por cierto, se ha deshecho, como tantas otras cosas. No se sabe, por ejemplo, que se haya hecho nada al que pegó a Marcelino Domingo cuando iba con las manos atadas. Y si se sabe quién era es porque he dicho yo públicamente su nombre.

Desde aquella huelga, el movimiento socialista ha culminado en el triunfo que obtuvo la candidatura del partido socialista en Madrid, por haber acertado a tomar una posición en los problemas nacionales del momento. Puede decirse que la minoría socialista era la que, por debajo, llevaba al Parlamento y el Gobierno iba a la rastra del Parlamento. No era ya el Poder Ejecutivo el que manejaba y podía sujetar al más legislativo fiscalizador; era el fiscalizador. Y si no hubiera ocurrido el cambio que ocurrió últimamente, yo no sé lo que a estas horas hubiera resultado. Probablemente que lo que se quiere ahora desarraigar estaría ya desarraigado. Porque aquella gente atacaba en la raíz y todo eso que se llama ahora políticos del antiguo régimen, y que es mejor llamar antiguos políticos del régimen, todo eso, atacado en sus raíces, hubiera caído.

El partido socialista como esperanza

Esta posición concreta que en los problemas nacionales ha tomado últimamente el partido socialista serenamente defendida, es lo que ha hecho volver los ojos hacia él, con la esperanza de que cuando termine todo esto, los únicos a quienes se puede dirigir, son precisamente, quienes han venido serena y tranquilamente luchando porque se establezca un término de justicia social y económica, que impida que a un solo individuo se le pueda atropellar y que impida que nadie, por herencia, venga con fuerzas que impidan la sobreconcurrencia con los demás.

Yo espero que llenen estos días. {6} … …

Al fin este es un régimen transitorio. Lo dicen los mismos que lo han establecido, y hay que ir preparándose para mañana, cuando pase esto transitorio y ver qué es lo que puede ser permanente. Y yo creo que todas estas muchedumbres tranquilas, serenas, que no se dejan por violencias, todas esas muchedumbres que educó ese viejo titán del socialismo español, serán mañana las que acusen con más autoridad, con más autoridad moral, y los que puedan regir los destinos de nuestra patria.

Al terminar su discurso el Sr. Unamuno, fue largamente ovacionado repitiéndose la ovación en la calle, cuando D. Miguel salió del Círculo Socialista.

(páginas 41-50.)

Tercera conferencia

La Constitución

Pronunciada en el Casino Republicano de Bilbao el 8 de Enero de 1924

El acto

A la hora anunciada, penetró en el salón el señor Unamuno, acompañado por el presidente del Casino Republicano, D. Manuel Carabias, por el señor Madariaga y los miembros de la directiva.

El público, puesto en pie aplaudió largamente al señor Unamuno.

Hizo la presentación del conferenciante el señor Carabias, quien comenzó diciendo que el señor Unamuno había tenido la atención de aceptar la invitación que se le había hecho para que diera la conferencia, a pesar del trabajo tan grande que ha tenido estos días.

Añadió que el señor Unamuno no necesitaba de presentaciones en el Casino Republicano ni en ninguna parte, pues todos conocen al maestro que ha hecho vibrar el espíritu del ideal republicano.

Dijo que, por esa razón, se concretaba a saludar al señor Unamuno y a todos los concurrentes al acto.

El Sr. Unamuno

Al ocupar la tribuna el señor Unamuno fue acogido con una larga ovación.

Comenzó diciendo que como no había dicho aún nada en el Casino Republicano, los aplausos con que se le recibía no eran corroboración de ninguna manifestación suya, y os digo esto –añadió–, porque parece ser que la importancia, no digo la gravedad, de ciertas manifestaciones, no consisten en las manifestaciones mismas, sino en si son o no son recibidas con aplausos; de tal manera, que si las manifestaciones no fueran recibidas así, pasarían perfectamente tranquilas. Lo grave es el apoyo, cosa que sucede en todos los períodos de las manifestaciones. No es lo grave el modo en que se hagan, lo grave es cómo sean recibidas.

El sentido del republicanismo en España

Dicho esto, quiero deciros unas cosas breves, sobre el sentido que pueda tener en España el republicanismo. El republicanismo español, casi se puede decir que ha deshecho, se ha despedazado en grupos y grupitos, que muchas gentes no sienten su verdadero sentido. Pero acaso haya más republicanos que nunca en España, aunque no se llaman así. Durante mucho tiempo se ha creado una especie de fetichismo; se adoraba al nombre y debajo de él no puede haber un gran contenido doctrinal. Era una cosa absolutamente externa.

Alguien habla de la accidentalidad de la forma de Gobierno, y cuando no es más que una forma, es accidente. Lo que hay es que cuando se llaman formas, suelen ser muchas veces fondo. Todas estas cosas hay que sentirlas en un terreno histórico. Fuera de la historia, en realidad, no hay política. La política es Historia, y la Historia, puede decirse que no es, en el fondo, más que política.

Hay monarquías –en el sentido de que el jefe del Estado es hereditario– que tienen una Constitución completa y absolutamente republicana, y, en cambio, hay Repúblicas que tienen una Constitución ultramonárquica; lo que llamaban, por ejemplo, los antiguos, tiranía; pero hay tiranías que son mucho más útiles que muchos reyes del otro género.

Algunos políticos –agregó– en España han hablado de la accidentalidad de las formas de Gobierno. Melquiades Álvarez hablaba de eso; pero en esto, nadie ha ido más lejos que el conde de Romanones, que en un libro muy interesante, y del cual, si hoy pudiera borraría bastantes líneas, y que se titula El Ejército y la Política, dice que las Monarquías constitucionales sustituyeron a las de Derecho divino, y que hasta aquéllas han de desaparecer, para ser sustituidas por una forma democrática de Gobierno, muy parecida a una República burguesa.

Fundamentalmente, lo que puede marcar una diferencia es, sencillamente, la existencia de una Constitución; pero una Constitución que se cumpla, una Constitución que sea efectiva. Una Constitución, por ejemplo, como la inglesa, puede decirse que es una República con un jefe de Estado que es vitalicio y que es hereditario, y al cual puede destituir, simplemente, un voto de las Cortes.

El concepto de Derecho divino tiene un aspecto que pudiéramos llamar teológico; pero tiene otro histórico, teológicamente, según San Pablo. El Derecho divino es potestad, y potestad viene de Dios; es decir, que tiene Derecho divino un rey, un alcalde, un alguacil, todo el que ejerza una autoridad. Históricamente es más complicado y nos llevaría a un desarrollo que en este momento no puedo abordar, pues aunque tengo buena memoria, me gusta, cuando hablo de Historia, tener a la vista anotaciones. Todos sabéis cómo ocurrió en España la revolución de Setiembre de 1869. Cuando ocurrió en España esa revolución, apenas si había republicanos; estoy por decir que había más socialistas, aunque tampoco había muchos; pero a aquella buena señora de doña Isabel II –y digo buena porque realmente lo era, pues pagó muchas culpas que no eran suyas– no la echaron los republicanos; la echaron los monárquicos. Vino después el período de Amadeo. Aquella breve República, que apenas duró un año, y de cuya historia se cuentan muchas cosas muy a la ligera, se encontró con una guerra civil, y, a pesar de eso, hizo muchas más cosas y mucho mejor hechas de lo que se cree. Cayó el 3 de Enero del 74; es decir, no cayó; siguió llamándose República. Después vino el Gobierno provisional militar, que continuó llamándose República. Entró el general Serrano; quiso afirmarse levantando el sitio de Bilbao, para lo cual retiró al general Moriones que, probablemente, lo hubiera levantado antes; pero no convenía, y el general Serrano tampoco logró levantarlo, y tuvo que venir el general Concha, marqués del Duero. Luego ya vino lo que se ha llamado la “saguntada”, la proclamación de Alfonso XII en Sagunto por Martínez Campos.

Vino la Regencia y ha venido el régimen actual, otra Regencia.

Incumplimiento de la Constitución

El señor Unamuno siguió hablando lo que fundamentalmente debe ser el sentimiento republicano, y refiriéndose de nuevo a la Constitución, dijo que ha pensado muchas veces que la Constitución del 76 es, en varias partes, muy ambigua. Empieza por aquella mezcla del concepto de la Monarquía de Derecho divino y de la Monarquía constitucional; pero esa Constitución –agregó– mejor o peor, hubiera sido más que suficiente si se cumpliera; pero hemos visto que durante muchos años la Constitución no ha estado viviente, sino casi siempre yacente. Unas veces por una cosa, otras por otra, se han suspendido sus garantías, y cuando no se han suspendido, ha sido peor.

Todo el problema es hoy en España de Constitución. Cuando la Liga de los Derechos del Hombre iba a iniciar una campaña pidiendo la reforma de la Constitución –recuerdo que la inicié yo–, di en el Ateneo de Madrid una conferencia sobre esto, sosteniendo que lo más perfecto sería hacer una Constitución de tal índole, que fuera indiferente la forma de gobierno; es decir, que con Monarquía o República en España pudiera seguir la Constitución siempre lo mismo, y en ella sólo se hablara del jefe del Estado. Esto permitiría una mayor elasticidad, pues hay que evitar ciertos cambios cuando se hicieran necesarios.

Habló de la marcha de los piamonteses sobre Crimea y de la Historia de Grecia, para decir que es absurdo sostener el concepto de cosoberanía, pues o el régimen es el soberano o lo es el Estado.

Agregó que actualmente el régimen no puede ejercer la soberanía.

La debilidad y fortaleza del Parlamento

En España –dijo– lo más lamentable que ha habido en toda la última época era la debilidad de los Parlamentos frente al Poder Ejecutivo. Se ha dicho que los Gobiernos hacían los Parlamentos. No había Gobierno que tuviera mayoría, sea la que fuere. Se marchaba ese Gobierno y al venir otro, lo hacía con mayoría en las Cámaras. Pero esto fue cambiando. Últimamente ya no ocurría así. El Parlamento ha ido tomando una fuerza sobre los Gobiernos. El número de diputados que no debían su nombramiento a los ministros era cada vez mayor, no siempre por buenos medios, naturalmente, y se iba llegando a una época en que el Parlamento dominaba al Gobierno, y el penúltimo Parlamento, sin ser muy fuerte, era más fuerte que el Gobierno, y le llevaba a rastras a éste. Ese Parlamento entró en un trabajo de depuración, después de vencer una porción de dificultades. El Parlamento, en un momento, derribó a un Gobierno. Se hicieron unas elecciones, vino un Parlamento más fuerte también que el Gobierno. Entonces se empezó a iniciar una labor de fiscalización y de depuración.

Yo tengo una absoluta convicción de que las cosas iban de tal modo, que había una fuerza de opinión rodeando al Parlamento. El Parlamento iba a rastras de la opinión pública, no muy sensible, porque en España la opinión pública no es muy sensible y la mayoría de las gentes no opinan nada; pero de las gentes de opinión, había creado una opinión pública que iba imponiéndose al Parlamento y el Parlamento, a su vez, se imponía al Poder Ejecutivo. Yo creo que, si aquel movimiento hubiera continuado, muchos de los males que dice viene a curar lo que llaman el nuevo régimen se hubieran curado, posiblemente con más eficacia que se curen, si llegan a curarse. Aquella masa iba a las raíces; iba, si no a las raíces, por lo menos al tronco; iba a derribar una porción de árboles viejos. Y ahora temo mucho –no se trata de sentencias, pongo a salvo las sentencias– que no se logre. Nunca abrigué demasiadas esperanzas, y me temo mucho que por unas cosas o por otras esos esfuerzos sean no construir: derribar un edificio no es una cosa tan fácil. Además, no me cabe duda, en cuanto pase este que llaman período de saneamiento, período destructivo, el primer problema que se presentará será la reforma constitucional. Las Cortes próximas tendrán que ser unas Cortes Constituyentes, unas Cortes en las que se discuta todo, incluso la forma de gobierno. Eso tendrán que ser por fuerza.

Palabras finales

Hablando de la concentración liberal dijo que llegó al Poder con el programa de la reforma constitucional, y que luego no se atrevió a abordarlo.

Yo –añadió– combatí todas las tendencias de la concentración. Hoy no quiero combatir a aquellos hombres, pues no me parece conveniente ensañarme ahora con ellos; no por eso de que se debe dejar en paz a los muertos, pues no creo que estén tan muertos: son demasiado vivos.

Recordando a Canalejas, dijo que a pesar de que figuraba en la extrema izquierda de la Monarquía fue el que más estuvo sosteniendo los principios del Poder personal, y que fue muy pernicioso en ese sentido, habiéndoselo dicho así el señor Unamuno en alguna ocasión. Canalejas le contestaba que no tenía apoyo en la opinión, replicándole el Sr. Unamuno que si no tenía opinión debía dejar que gobernaran otros y esperar el momento propicio.

Agregó que lo fundamental es que haya una Constitución; pero una Constitución vigente y no yacente; de tal índole, que no haya en realidad más que un soberano, como hay en todos los países constitucionales, que represente únicamente a la nación, sobre todo ante las demás naciones.

De todos modos –terminó diciendo–, quiero deciros dos cosas: primera, que en España, con el régimen anterior a la Restauración y el del período de Isabel II, acabaron los monárquicos; segunda, que repito cuanto dije en el Ateneo de Madrid. A aquellos mismos que lo hacían muy mal los hubiera preferido al régimen éste que se llama nuevo.

El señor Unamuno fue objeto de una larga ovación al terminar su discurso.

——

Nos resistimos a creer que esa conferencia haya sido tan breve. Por otra parte, en su texto no hay tachaduras de la censura. Esto nos hace pensar que, probablemente la dirección del diario, harta ya de las tachaduras y cortes de la censura no ha publicado más que aquella que no había manera de prohibir.

(páginas 51-58.)

Mi primer artículo

El Noticiero Bilbaíno cumplió el 8 de Enero último los cincuenta años de su fundación. Con ese motivo, en el número extraordinario correspondiente, don Miguel Unamuno publicó el artículo que aquí insertamos:

¡El primer artículo! Hay que considerar lo que el primer artículo significa para quien ha escrito luego miles de ellos, para quien lleva más de cuarenta años de articulista, contribuyendo con sus artículos a la historia literaria y política y moral de su patria. Cuando vuelvo mi vista atrás y contemplo mi obra y remontando el tiempo llego con la memoria hasta mi esperanzosa mocedad de los dieciséis años, cuando empecé a escribir, ese misterioso y para mí mismo ya casi mítico primer artículo se me aparece como el último, como el definitivo.

¿Esperanzosa mocedad? No; a los dieciséis años no se tiene esperanzas porque no se tiene recuerdos. Las esperanzas se construyen con recuerdos. La visión del camino recorrido. Es ahora, ahora, cuando voy a llegar a los sesenta, cuando brotan las más frescas esperanzas en mi pecho como en el roble viejo brotan cada primavera frescas hojas. Es ahora cuando me brotan esperanzas. Y surgen éstas, en gran parte, de aquél mi primer artículo, mi primera obra pública.

No lo conservo; no conservo aquel primer retrato de mi alma; no puedo mirarme en aquel espejo de mis dieciséis años. No podría reproducirlo en mi “Juvenilia”. Ni recuerdo bien su fecha; ni si estaba firmado con pseudónimo o si iba anónimo.

Debió de ser hacia 1880, hace ya, pues, cerca de cuarenta y cuatro y se publicó aquí, en las columnas de este diario, en El Noticiero Bilbaíno, que tenía entonces seis. Sólo me acuerdo de su título: “La unión hace la fuerza”, de un detalle de candorosa e ingenua pedantería moceril, y es que hacía en él alusión al lema que figuraba en las monedas belgas –erudición numismática barata– y era el del título del artículo y me acuerdo del sentido general de éste. Su estilo, estoy seguro, sería en su fondo, en sus huesos, el mismo de que hoy me valgo para desnudar mi pensamiento, no para revestirlo. Porque hombre que haya permanecido más fiel a sí mismo, más uno y más coherente que yo difícilmente se encontrará en las letras españolas. A esa fidelidad y coherencia, a esa unidad central, a esa espesura de caudal me han servido las que los tontos que me motejan de paradojista llaman mis contradicciones, el juego de las antítesis y antinomias de todo pensamiento vivo.

Me acuerdo también de las circunstancias públicas de aquel entonces. Hacía cuatro años que la ley del 21 de Julio de 1876, el año fatídico de la Constitución restaurativa hoy yacente, había arrancado al Señorío de Vizcaya los restos de sus fueros dejándole unas escurrajas de autonomía administrativa. Habíase formado lo que se llamó el partido euscalerriaco, de que era mentor y guía don Fidel de Sagarmínaga el que soñaba en su biblioteca de su casa de la sombría calle de la Ronda, de la calle en que nací. Aún no germinaba el bizkaitarrismo. Sabino de Arana, un chiquillo entonces más joven que yo, no había aún ido a Barcelona y a lo más rumiaba en su casa de Albia la anexión de Abando a Bilbao, acicate primero de sus elucubraciones. Yo pasaba por un fervor fuerista, euscalerriaco, pre-bizkaitarresco. Guardo unos cuadernillos de aquel tiempo en que apuntaba mis desahogos en un estilo falso y artificioso, “osiánico”, a semejanza de aquel en que Chao inventó a Aitor. En una de aquellas imprecaciones maldecía a la serpiente negra –el tren– que horadando nuestras montañas verdes nos había traído la ponzoña de la estepa. Aun no se conocía la palabra maqueto, que desde Portugalete se extendió al resto de Vizcaya. El Bilbao los muchachos llamábamos pozanos a los que luego se llamó maquetos.

En tales circunstancias me sentí llamado a exhortar a mis paisanos, a mis conciudadanos, a la unión, a olvidar las diferencias entre liberales y carlistas –entonces no había más– a borrar el recuerdo del 2 de Mayo de 1874, a formar todos un solo frente bajo la enseña de Euskalerría. Tampoco se conocía ese disparate lingüístico de Euzkadi, invención desatinada de Sabino. No había surgido el pseudo-vascuence de alquimia. Escribí mi artículo La unión hace la fuerza, procurando darle el tono más severo y grave posible, y se lo envié, por correo interior, a este diario, donde reinaba entonces don Antonio de Trueba. Y Trueba se apresuró a publicarlo.

¿Cuál fue mi emoción al ver por primera vez en letras de molde mis juveniles elucubraciones? No lo recuerdo, pero seguramente me sentí ligado ya a mi pueblo para siempre, obligado a aleccionarle. ¡Había empezado mi carrera de apóstol civil! Trueba, por su parte, creyó –así me lo dijo después– que aquel artículo era obra de un hombre maduro y sesudo y hasta se lo atribuyó a don José María de Lizana, marqués de Casa-Torre. Y es que Trueba era entonces, y siguió siéndolo, más infantil que yo cuando escribí mi primer artículo.

Después de algún otro que envié en la misma forma, me presenté a Trueba, acudí de vez en cuando a la Redacción de este diario y escribí en él, artículos literarios, con mi firma ya. Son mis obras virginales. Aquí, en estas columnas de El Noticiero Bilbaíno fui vertiendo mi visión y mi sentimiento de mi tierra nativa, de la Vizcaya que me ha hecho con los huesos del cuerpo, los del alma. Aquí publiqué mis impresiones de Guernica, la del árbol legendario, cuando iba a ella en busca de la que después hice para siempre mi mujer. Aquí publiqué mis primeros versos. Eran doce líneas, referíanse, sin nombrarlo, al árbol de Guernica, y Trueba se creyó obligado a ponerles otros suyos, por contera, y en que se revolvía, a su modo, contra lo que yo decía. Los míos decían: “Árbol solitario se alza en campo yermo –desafía las iras– del rayo del cielo. –Bramó la tempestad; el rayo vino– tronchó del árbol el robusto tronco; –¡ay del árbol solo que en campo yermo– desafía las iras del rayo del cielo!” Se me habla ya enfriado el primer fervor euscalerriaco y volvía al espíritu de la fecunda división del 2 de Mayo de 1874, volvía al liberalismo.

¡Qué tiempos aquéllos! ¿Aquéllos? ¡Estos, estos, porque aquellos son estos! Porque sí, sí, aunque apenas lo recuerdo le tengo aquí, en el tuétano de los huesos de mi alma, le guardo aquí a aquel mi primer artículo. Y al hacer mi último, siento no la pesadumbre sino el alivio de cuarenta y cuatro años. Cuarenta y cuatro años con más de cuatro mil artículos sin duda. Aquel artículo es el patriarca de una familia de más de cuatro mil hijos que de él salieron. ¡Ni Abraham!

Estoy releyendo estos días a mi Tucídides y he vuelto a repasar aquel eterno pasaje en que dice –dice todavía y no sólo dijo– que escribía para siempre. ¡Para siempre! ¿Es la fecundidad prenda de duración, de eternidad? Esos miles de artículos, como las hojas que el viento del otoño arranca al roble van rodando por el suelo, amarillos y ahornagados, a podrirse en montón y a formar el mantillo que abrigará a la tierra de que han de salir mis nuevas hojas de primavera. ¡Ay hijos voladeros de mi espíritu! ¿Para siempre? ¡Ay verde hoja feliz que en la naciente primavera de mi vida temblaste a las brisas de mi Nervión del alma! ¿Para siempre? Y al pensar que estas líneas queden estereotipadas en el mismo diario en que lo fueron aquellas, me pregunto: y toda esta labor: ¿para siempre? ¡Cuarenta y cuatro años!

“La unión hace la fuerza”. Sí, mi unión interior, la unidad íntima de mi alma, sobre mis huesos espirituales vascos, esa unión ha hecho mi fuerza. Al ir a tocar a mis sesenta, abrazo estremecido al que fui a mis dieciséis. ¿Para siempre?

Miguel de UNAMUNO  

(páginas 59-63.)

[ Notas a pie de página renumeradas ]

{1} Frases tachadas por la censura militar, al publicarse esta versión taquigráfica en El Liberal de Bilbao.

{2} Frases tachadas por la censura militar al publicarse esta versión taquigráfica en El Liberal de Bilbao.

{3} Más tachaduras hechas por la censura militar.

{4} Más tachaduras hechas por la censura militar.

{5} Aquí la servil censura militar debe haber tachado un párrafo entero –o varios– de la brillante conferencia. ¡Imbéciles!

{6} Aquí la censura cuartelera ha debido hacer un corte fenomenal.

(páginas 20, 23, 31, 31, 39 y 50.)

[ Versión íntegra del texto contenido en un libro impreso de 63 páginas publicado en Montevideo en 1924. ]