Filosofía en español 
Filosofía en español

Tomás Lapeña, Ensayo sobre la historia de la filosofía desde el principio del mundo hasta nuestros días
Burgos 1807, tomo III, páginas 230-235

Capítulo XVIII · § IV
Principios de la Pneumatología de Thomasio y de su moral

La esencia del espíritu considerado generalmente, no consiste solamente en el pensamiento sino en la acción; porque la materia es un ente puramente pasivo, y el espíritu enteramente opuesto a ella. Todo cuerpo se compone de uno y de otro, y los opuestos tienen predicados opuestos. Hay espíritus, [231] que no piensan, si no que obran; a saber, la luz y el éter. Toda potencia activa es un ente subsistente por sí mismo, y una subsistencia que perfecciona la potencia pasiva. No hay potencia pasiva subsistente por sí misma; tiene necesidad de una luz suficiente, para que la veamos. Todas las potencias activas son invisibles; y aunque la materia también es invisible, no por eso deja de ser el instrumento y signo de la potencia activa. Bajo cierto aspecto la luz y el éter son invisibles. Todo lo que no se puede concebir privado de acción es espiritual.

El bien consiste en la armonía de las cosas con el hombre y sus fuerzas, no con su entendimiento solamente; bajo este ultimo aspecto el bien es la verdad. Todo lo que disminuye las fuerzas del hombre, y que no aumenta la cantidad mas que por cierto tiempo, es un mal. Toda conmoción de los órganos, y toda sensación consiguiente a ella, es un mal, si es demasiadamente fuerte. La libertad y la salud son los mayores bienes que hemos recibido de la fortuna; no las riquezas, dignidades, ni amigos. La felicidad del hombre no consiste en la sabiduría ni en la virtud. La sabiduría tiene relación con el entendimiento solamente, y la virtud con la voluntad. La felicidad soberana se ha de buscar en la moderación del deseo y en la meditación. Si por la felicidad soberana se entiende el conjunto más completo de todos los bienes que el hombre puede poseer, no consiste seguramente en las riquezas, honores, moderación, libertad, ni amistad; es una quimera de la vida. La salud es una de las cualidades necesarias a la tranquilidad del alma; pero no es su constitutivo. La tranquilidad del [232] alma supone la sabiduría y la virtud; quien no las tiene es verdaderamente miserable. El deleite del cuerpo es opuesto al del alma; es un movimiento inquieto.

Dios es la causa primera de todas las cosas variables. La materia primera ha sido creada; Dios la produjo de la nada; por consiguiente no puede serle coeterna. Las cosas inconstantes no pueden conservarse por sí mismas; esto es obra del creador. Es preciso pues, que haya una providencia divina. Aunque Dios en cada momento da a las cosas vida, esencia, y existencia nuevas; su estado pasado, presente, y futuro es uno, por lo cual son las mismas siempre. El conocimiento de la esencia divina es una regla, a la cual el hombre sabio debe conformar todas sus acciones. El sabio amará a Dios sinceramente, tendrá confianza en él, y le adorará humildemente. Hay dos errores principales relativamente al conocimiento de Dios; el ateísmo, y la superstición; esta es peor, que aquel. El amor es un deseo de la voluntad, por unirse y perseverar en unión con la cosa, cuya bondad ha reconocido el entendimiento. Se puede considerar bajo dos aspectos el amor desarreglado; el uno cuando el deseo es inquieto, el otro cuando el objeto amado es malo y dañoso, o se confunden en él cosas incompatibles, &c. Hay diferencia entre el deseo de unirse con una mujer por el placer, o con la idea de propagar su especie. El amor racional de nuestros semejantes es uno de los medios de nuestra felicidad. No hay más virtud que el amor, es la medida de todas las demás cualidades loables. El amor de nuestros semejantes es general, o particular. [233] No hay más que una inclinación común a la virtud, que establece entre dos entes racionales un amor verdadero. No se debe aborrecer a nadie, aunque los enemigos de nuestros amigos lo deban ser también nuestros. Cinco virtudes constituyen el amor universal y común; la humanidad, de la cual nacen la benevolencia y gratitud, la vivacidad y fidelidad en las promesas aun con nuestros enemigos y los de nuestro culto; la modestia, la cual no se debe confundir con la humildad; la moderación y tranquilidad del alma, y la paciencia, sin la cual no hay amor, ni paz. El amor particular es el amor de dos amigos, sin esta unión no hay amistad. El matrimonio solo no hace lícito al amor. Cuanto mayor es el número de los que se aman, tanto más racional es el amor. Es injusticia, aborrecer al que ama lo que nosotros. El amor racional, supone conformidad en las inclinaciones, pero no las exige en un mismo grado. La grande estimación es el fundamento del amor racional. De esta estimación nace el deseo continuo de agradar, la benevolencia, la confianza, los bienes y acciones en común. Los caracteres del amor varían según el estado de las personas que se aman: no pasa lo mismo en los iguales, que entre los desiguales. El amor racional de sí mismo es una atención absoluta, a no hacer nada de lo que puede interrumpir el orden que Dios ha establecido; según las reglas de la razón general y común, para el bien de los otros. El amor del prójimo es el fundamento del amor de nosotros mismos, su objeto es la perfección del alma, la conservación del cuerpo, y la preferencia del [234] amor a los otros al de la vida. La conservación del cuerpo exige la templanza, la pureza, el trabajo y la firmeza. Porque los hombres no aman razonable y tranquilamente hay tantos desgraciados.

La fuente de nuestras penas es necesario buscarla más bien en la voluntad e inclinaciones secretas, que en el entendimiento. Las preocupaciones de este nacen de la voluntad. La inquietud de un amor desarreglado es la base de la desgracia. Dos preocupaciones seducen la voluntad; la de la impaciencia, y la de la imitación: esta se desarraiga difícilmente. Las afecciones están en la voluntad, y no en el entendimiento. La voluntad es una facultad del alma que inclina al hombre, por la cual se excita a hacer, u omitir alguna cosa. La voluntad se mueve siempre de lo desagradable a lo agradable; de lo incómodo a lo dulce. Todas las inclinaciones del alma se dirigen hacia lo futuro y hacia un objeto ausente. Las afecciones nacen de las sensaciones. El corazón es el paraje en donde se hacen sentir las conmociones de los objetos exteriores más que en otra alguna parte. La conmoción extraordinaria de la sangre es siempre consecuencia de una impresión violenta; pero esta conmoción no siempre es acompañada de la de los nervios. No hay más que una primera afección, que es el deseo, el cual se puede distinguir en amor y odio. La admiración no se debe contar entre nuestras inclinaciones. Las afecciones e inclinaciones en sí mismas no son buenas ni malas; cuando se especifican por los objetos, entonces toman una cualidad moral. Las afecciones que roban al hombre asimismo son malas; y las que le vuelven asimismo, buenas. [235] Toda conmoción demasiadamente violenta es mala; son buenas solamente las templadas. Hay cuatro inclinaciones o afecciones generales; que son, el amor racional, el deseo de los honores, la codicia de las riquezas, y el placer del deleite. Los hombres sanguíneos son voluptuosos, los biliosos ambiciosos, y los melancólicos avaros. La tranquilidad del alma es una consecuencia de la armonía entre las fuerzas del pensamiento, o las potencias del entendimiento. Tres cualidades conspiran a formar y perfeccionar el amor racional, que son el espíritu, el juicio y la memoria. El amor racional es taciturno, sincero, liberal, humano, generoso, templado, sobrio, continente, ecónomo, industrioso, pronto, paciente, animoso, obligante, oficioso, &c. Toda inclinación viciosa produce vicios contrarios a ciertas virtudes. Cierta mezcla de vicios produce un simulacro de virtud. En todo hombre hay un vicio dominante, que se mezcla en todas sus acciones. El arte de conocer a los hombres depende de una atención que analice esta mezcla. Hay tres cualidades principales las cuales es necesario observar en esta análisis con cuidado, que son la ociosidad, o pereza, la cólera y la envidia. Es necesario ahogar las inclinaciones viciosas, y excitar el amor racional; en este penoso trabajo es menester aplicarse primeramente a la afección dominante.