Filosofía en español 
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Tema 30
¿Cuál es la educación física y moral de la mujer más conforme a los grandes destinos que la ha confiado la Providencia?

Discurso leído en la Universidad Central por el licenciado D. Miguel Moreno y Martínez en el solemne acto de recibir la investidura de Doctor en la Facultad de Medicina.

Imprenta de Rivas y Vercher, Segovia 29
Madrid 1865

Al Doctor D. Federico Benjumeda, catedrático de la Facultad de Medicina de Cádiz, en prueba de respeto y profunda gratitud. Su reconocido discípulo, Miguel Moreno y Martínez.

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Excmo. e Ilmo. Señor:

Al hojear ese gran libro que se llama historia, y cuyas líneas, escritas con caracteres de oro, son el más fiel y exacto retrato de la humana especie, no podemos menos de admirarnos al contemplar la diferente posición social de la mujer, esclava unas veces, deificada otras, envilecida o virtuosa, pacífica o guerrera, fuerte o débil, según los países que habita, su educación y sus costumbres.

Pasemos una rápida ojeada por la edad antigua, y veremos siempre a la mujer objeto de la sensualidad del hombre. Acompañándolo en el estado salvaje, sufre y comparte con él las inclemencias del cielo, el frío como el calor, la borrasca como el tiempo bonancible: arma la choza donde se albergan temporalmente, y pasa su vida errante, cuidando sus hijos, mientras el hombre se entrega a la caza o a la pesca, únicos medios conocidos en aquella época para proporcionarse el indispensable sustento. Cuando en su vida nómada abandonan la localidad, que ya les es insuficiente por haberse agotado los medios de subsistencia, ella es la encargada de conducir sobre sus delicados hombros, los pesados palos que forman su tosca habitación; ella la que, colocando entre sus brazos a sus tiernos hijos, ha de conducirlos al nuevo lugar donde han de establecerse. Así sucede en países de naciente civilización, como la Oceanía.

La misma suerte ha cabido a las mujeres pertenecientes a otras razas, todavía salvajes o incultas.

En los pueblos orientales donde todavía permanecen arraigadas sus antiguas costumbres, y que son el reflejo más fiel de las primitivas civilizaciones, la mujer vive esclava en el harén, sin voluntad propia, sin otra ocupación que idear medios de producir solaz y contento a su señor; llorar cuando él llora, y reír cuando él ríe; ansiar una mirada compasiva y tierna, disputar la preferencia a otras desdichadas que como ella participan de su desventura, estando siempre vigiladas por viles espías que acechan sus pasos, averiguan sus intenciones; viéndose unas veces favorecida, otras vilipendiada o postergada porque ya no satisface a su tiránico opresor su caprichosa sensualidad.

En las antiguas civilizaciones de Grecia y Roma la condición de la mujer había mejorado mucho, si la comparamos con el destino reservado entre los salvajes y los orientales. El pueblo griego, artístico por naturaleza, admirador de la belleza, deifica a la mujer y la erige templos, atendiendo más a la belleza física, corrige la obra de la naturaleza, suaviza sus líneas, hace más dulces sus contornos rodeando de un velo de voluptuosidad la materia.

Los rígidos y austeros espartanos separan a la madre de sus hijos, entibiando y aun aboliendo el mejor y más noble de los sentimientos, el sentimiento de la maternidad.

Los romanos, que heredaron su civilización y sus costumbres, fueron tiranos en los hogares como en las naciones sometidas a su imperio. Descuidando la educación de la mujer por entregarse a su pasión belicosa, tuvieron que sufrir las consecuencias de su vida disoluta, de su sensualidad y del mal uso que hacían de la autoridad paternal. La vida más licenciosa y la más inaudita depravación eran el patrimonio de las matronas romanas. Estas contaban el número de maridos por el de cónsules, llegando su depravación hasta llevar a sus hijas a los bailes de las Lupercales, y a las danzas en honor de Flora.

¿Qué podía esperarse de aquellas mujeres que colocaban a sus hijas en los caminos para que pereciesen? ¡Qué lúgubres escenas y qué sangrientas tragedias nos recuerdan los nombres de Dursulina, Livia, Lolia, Mesalina, Julia y Lepida! Pero apartemos nuestra vista de esa época de desdicha y desventura, y contemplémosla en la edad media, ocupando un lugar muy distinguido en la sociedad, mereciendo la más alta consideración del hombre, merced a sus hábitos caballerescos y galantes. La mujer es amada con delirio, ya se la admira presidiendo las justas y torneos, ya distribuyendo premios al vencedor, ya por último, fascinando a sus apasionados amantes con su encantadora belleza.

El cristianismo contribuye no poco a esta gloriosa época de la mujer. Con las sabias máximas del Evangelio, muere la poligamia, y a ésta sustituye el matrimonio, dando así un gigante paso hacia la regeneración de la mujer. Dueña sola del corazón del hombre, es el objeto de constantes caricias, y ese gran sentimiento de la maternidad reaparece en todo su esplendor; ya la madre es la protectora de sus hijos, ya no los abandona a mercenarias manos, ya no cubre su rosado cutis con el impúdico manto de la lujuria y de la sensualidad, ya, en fin, se nos presenta siendo la madre cariñosa, la esposa honrada y virtuosa; en una palabra, la compañera inseparable del hombre.

A grandes rasgos la hemos visto en las sociedades antiguas; fijémonos un momento en los tiempos modernos, en que la civilización ha llegado a su más alto grado de perfección, y veamos si su condición social ha mejorado, si ocupa efectivamente el lugar que la corresponde. No nos ocuparemos de esas naciones donde no ha penetrado aun la clara luz del Evangelio, donde todavía ocupan el mismo rango que en las antiguas civilizaciones, sino de los pueblos cultos, donde las ciencias físicas y naturales nos abren un ancho estudio a los fenómenos de la naturaleza, donde el vapor y la electricidad nos ha proporcionado fáciles medios de comunicación para engrandecer así la esfera de nuestros conocimientos. En esta época, sensible es decirlo, la mujer ha perdido algo de aquel estado en que la hemos visto en la edad media, siendo la admiración del hombre su verdadero embeleso; engreído con sus conocimientos, ha querido equiparar su desarrollo intelectual, y al contemplarla más pequeña, no ha comprendido que si su cerebro es menguado, su corazón es grande; que si no es capaz de nuevos descubrimientos, de profundos estudios, lo es de sublimes y heroicas acciones. Volvamos un momento nuestra vista atrás y Alceste muriendo por esposo, una indiana precipitándose en la hoguera que consume a su marido, una Eponina yaciendo en el destierro con Savino y sufriendo los horrores de la miseria con santa resignación; a esas magnánimas francesas, en fin, que acompañaban en la proscripción, en el calabozo y aun en el cadalso a sus padres, a sus esposos, a sus hijos y a sus hermanos en medio de la tormenta revolucionaria. ¡Prueba evidente de su complexión! Pero si su educación es insuficiente, si en lugar de las máximas de la moral se le inculcan las del vicio, entonces no es culpa suya, no en verdad, sino de los que descuidando tan altos deberes hacen que caiga en la más horrible abyección.

¿Cuál es la educación física y moral de la mujer más conforme a los grandes destinos que le ha confiado la Providencia?

Este es el tema que me propongo dilucidar, empresa a todas luces ardua, muy superior a mis fuerzas y que seguramente no emprendería, a no estar persuadido de la benévola indulgencia con que se encuentra adornado tan sabio como ilustrado tribunal.

Convencido pues de esta idea emprendo mi trabajo, seguro de que sabréis dispensar sus muchas faltas, hijas sin duda de la escasez de mis conocimientos.

Para llevarlo a cabo estudiaremos primero a la mujer fisiológica, exponiendo los medios higiénicos más apropiados para que su educación física sea lo más completa y acabada, dando luego una rápida ojeada a su educación moral, con lo que habré cumplido mi propósito.

Después que el Creador al eco de su voz omnipotente formó la tierra y las aguas, la luz y el firmamento, pobló la tierra de vegetales, los mares de peces, la atmósfera de aves, los continentes de reptiles y cuadrúpedos, cuando entró todo en equilibrio y estaba preparada la mansión del hombre, formó a este a su imagen y semejanza. Pero aun restaba a la Divina Providencia concluir su obra: era preciso formar su compañera, para constituir así el primer eslabón de esa gran cadena de la especie humana.

Formada de una costilla del hombre y sacada de la misma materia, estaba dispuesto que fuese su compañera inseparable, estableciendo así el Creador la fórmula más clara de su constante unión.

Pocas diferencias notamos entre los dos sexos en sus primeros años; pero no tan pocas que un observador atento no vea algunos contornos, algunos perfiles que ya indican su destino. Así como el niño manifiesta afición a los juegos varoniles, apetece el ruido y el movimiento, quiere ser más forzudo, más osado y valiente que su compañero, ella por el contrario busca el sosiego, viste su muñeca, la arrulla y la atavía, preparándose así a ese afecto maternal y que desde tan temprano se manifiesta.

En estos primeros años en que todavía no ha sufrido las radicales modificaciones que la pubertad establece más tarde, es ya preciso que el médico, que el encargado de vigilar la salud dicte sus medidas, ordene sus preceptos, para que salvando tantas causas de destrucción como se le presentan a su paso, pueda llegar a cumplir los fines para que la Providencia la ha creado. ¡Cuánto cuidado no es preciso en sus primeros albores para que no se marchite!

Desde la leche que le ha de servir de alimento en sus primeros meses, hasta los movimientos que ejecute, todo ha de ser bien dirigido, todo proporcionado a su delicadeza, para que pueda llenar dignamente los fines de la naturaleza. Sin entrar en consideraciones sobre la época en que deben dársele los primeros alimentos sin embargo es preciso confesar que no pocas veces las madres, desoyendo la autorizada palabra del médico, introducen en su estómago sin fuerzas digestivas suficientes, alimentos pesados, que alterando su delicada constitución, menoscaban su organismo y les produce infinitas enfermedades que a la larga no pueden menos de presentarnos jóvenes enfermizas, incapaces de contribuir al sostenimiento y desarrollo de la especie. Entregadas en esta época a manos mercenarias, con quien ningún lazo de cariño les une, sufren no pocas veces todas las consecuencias de su triste situación. Sus huesos blandos, dispuestos a tomar conformaciones viciosas, torceduras más o menos fáciles de remediar, producen en sus caderas y en sus pelvis alteraciones que en la época del parto, cuesta no pocas veces la vida de la infeliz que por una mala dirección en sus primeros años, faltando a los preceptos higiénicos, la exponen a una muerte casi cierta. Comprimidas entre las envolturas, en embalsamadas atmósferas, privadas del aire puro y oxigenado, y de todo ejercicio saludable, se nos presentan las niñas de las familias acomodadas. Basta enunciar esto, para comprender lo grave de semejante conducta; mientras más elevada es la posición social de la familia, a mayores torturas las someten, presentándonos luego tristes ejemplos de su pervertida dirección, de su punible olvido de los preceptos higiénicos.

Es necesario pues, que en estos primeros años de la niña, una educación física bien entendida ayude a la naturaleza en su desarrollo, evitando ese número de enfermedades que por todas partes la asedian. Pero sigámosla en su desarrollo y veremos que aquellas formas infantiles y delicadas que apenas nos permitían distinguir el uno del otro sexo, aquellos suaves contornos se han trasformado ya en rasgos pronunciados, característicos y distintivos de ambos, y mientras que en el niño se van endureciendo cada vez más, sus facciones se hacen más angulosas y pronunciadas, en la niña por el contrario, sus contornos se hacen más delicados, toman mayor suavidad, su piel se hace extremadamente fina, y en todos sus actos, en todos sus movimientos se echa de ver esa dulce languidez, esa seductora debilidad, que dando mayor realce a su belleza, imprime al propio tiempo en sus facciones esa expresión singular e indefinible. Sus conceptos reciben un baño desconocido de sensibilidad, y el sistema nervioso empieza a hacerse más potente; su sistema circulatorio empieza a tomar mayor actividad, y todo en fin nos indica que se prepara una gran revolución.

Pero antes que este cambio se verifique, antes que la pubertad se declare, es preciso preparar la naturaleza, es necesario que la ayudemos en su desarrollo, permitiéndole esos juegos al aire libre, esos ejercicios corporales que son la mejor gimnástica a que pudiéramos someterlas. Uniendo a esto una buena y sana alimentación, conseguiremos que la niña atraviese con felicidad sus primeros años, y que su tránsito a la pubertad le sea fácil, sin molestias ni enfermedades.

Desde este momento se puede decir que es cuando la educación física bien dirigida tiene que empezar con nuevo vigor, ya los preceptos comunes a los dos sexos no pueden seguir en todo su valor; la joven necesita reglas especiales, si ha de atravesar con fortuna este peligroso tránsito.

Su físico varía completamente; ya sus pechos empiezan a abultarse, sus caderas se anchan, su voz toma un timbre agradable, su circulación un nuevo impulso y la matriz se convierte en centro de donde van a partir nuevas y extrañas simpatías; esta que hasta ahora no ha dado señales de existencia, va a empezar a funcionar, y desde este momento todo va a estar bajo sus órdenes, ella sola imperará y mandará hasta que haya cumplido su misión, hasta que abrigando en su seno gérmenes que continúen la grande obra de la conservación de la especie, le llegue su época de descanso, la edad crítica.

Este tránsito de la niñez al estado núbil se puede decir que es un período de crisis y trastornos, en que se decide de la suerte futura de la mujer, ya curándose algunas enfermedades ya presentándose otras nuevas y graves. La clorosis, la tuberculosis, la anemia y otras varias se presentan cuando no son bien dirigidos estos notables cambios que van a operarse y cuando la educación física ha sido descuidada. En lugar de cómodos y holgados vestidos para que la circulación se efectúe con entera libertad, para que ese líquido vivificante llegue a todas partes con desembarazo y facilidad, se ajustan y comprimen su delicado pecho con crueles armaduras que la tiránica moda llama corsés, no tardando en presentarse sus consecuencias. Los pulmones no tienen espacio suficiente para dilatarse, el aire no puede llegar hasta sus últimas ramificaciones, la sanguinificación se efectúa incompletamente, y la pneumo-fimia se apodera de la joven que llevada por su fantasía y por su constante deseo de agradar, no perdona medios aunque sean sus propios destructores.

Colocadas unas en elegantes habitaciones, donde no se renueva el aire, donde una atmósfera embalsamada con los perfumes y las flores, sustituyen a un aire rico en oxígeno, tan necesario en esta época de la vida, en que la sanguinificación tiene grandísima importancia; su sangre se empobrece, carece de los principios constitutivos necesarios y la clorosis se apodera de su organismo dando lugar a los variados y múltiples fenómenos con que se presenta.

Aprisionadas otras en estrechos recintos, pisando delicadas alfombras, reclinadas sobre muelles divanes, sin hacer otro ejercicio ni otro paseo que por los salones, en los teatros y en los bailes, en una palabra, olvidando todas las reglas higiénicas, no pueden menos de adquirir un temperamento linfático, predisponiéndolas a el escrofulismo, que ya iniciado en sus primeros años, toma grande incremento, presentándose en sus variadas formas rebelde a los más acertados tratamientos y que no pocas veces las conducen a la muerte.

¡Tristes pero fieles cuadros de lo que sucede cuando la educación física ha sido descuidada! Cuando entregándose a todos los placeres de la moderna sociedad, desatendemos la voz de la naturaleza que prefiere lo sencillo, que rechaza lo complicado y perjudicial y que en vano grita, porque la juventud ávida de emociones, deseosa de novedades, prefiere las destructoras causas que rodean a la opulencia, a los sencillos y apacibles excitantes del modesto labrador.

Pero veamos lo que sucede, después que la pubertad aparece, cuando por sucesivos esfuerzos la naturaleza triunfa, cuando nuevas funciones tiene que ejercer; entonces veremos a su natural belleza presentarse con todos sus encantos, porque su desarrollo físico ha terminado, y solo le queda que sufrir modificaciones en su incremento; pero ya es núbil, ya el tejido celular ha terminado su obra, contorneando sus miembros, haciendo más graciosas las formas, dándole en fin esa hermosura que tanto nos encanta.

Si la joven ha sido bien desarrollada, si enfermedades anteriores no han venido a turbar la marcha de la naturaleza, la función se presenta, sin más modificaciones que las relativas al desarrollo; pero si por su posición social, sus costumbres o enfermiza constitución la naturaleza no triunfa, entonces se presentan los más alarmantes fenómenos, entonces deploramos, harto tarde, la falta de cumplimiento en los preceptos higiénicos, entonces es preciso que el médico haga lo que ella por sí sola hubiese hecho, si se hubiera encontrado en su natural lozanía.

Comparemos por ejemplo la alegre aldeana, con la delicada señorita de la ciudad, y veremos a la primera atravesar este período, sin molestias, y sin alteraciones en su salud, mientras que la segunda ¡a cuantos sufrimientos y a cuantas enfermedades no la expone, efecto de su organización débil, de la mayor susceptibilidad nerviosa, consecuencia inevitable de su educación y de su manera de vivir.

El asma, la hemotipsis, y las palpitaciones de corazón, son frecuentes resultados de la perversión o supresión de la función mensual.

Es pues indispensable en esta época aumentar los cuidados, seguir los saludables consejos de la ciencia para no alterar en nada la marcha majestuosa de la naturaleza. Solamente así se podrá llegar al resultado apetecido, solo así podrá atravesarse ese período tan expuesto a enfermedades y en que tan comprometida se halla la salud.

Trocad pues, vuestro fastuoso lujo, por la modestia y sencillez, no sacrifiquéis vuestras preciosas vidas en aras de la vanidad, imitad a las que con ligeros vestidos en verano, calientes o templados en invierno, evitan los perniciosos cambios atmosféricos, a las que paseando al aire libre, evitan las reuniones, los teatros y los bailes; a las que prefiriendo la vida del campo a la de las ciudades, os presentan un ejemplo práctico de su lozanía y frescura. En vano buscareis entre ellas rostros pálidos y desencajados, con ese fatal sello de prematura vejez, que tan a menudo se presentan a nuestra vista y que son el reflejo más fiel de sus costumbres. No necesitan estímulos para poner en juego su sistema nervioso, porque su sensibilidad no está agotada, porque su organismo fuerte y riguroso, responde a las más leves insinuaciones. En vano alcanzareis una longevidad extraordinaria, comparad un momento vuestra vida muelle y holgada, pero corta, con la modesta, pero larga de la aldeana; esta sin perfumes, ni cosméticos, sin criados, sin vuestros elegantes trajes y veréis cuán preferible es a las vuestras. Su alimentación sobria, produce una sangre reparadora, al paso que, vuestros manjares agradables y delicados, jamás producirá un quilo capaz de acallar las necesidades orgánicas.

Olvidad esa vida nocturna que pasando en los bailes y saraos la mitad de vuestra existencia, son altamente perjudiciales a vuestra salud, alteran vuestra economía y solamente os dejan como patrimonio sufrimientos sin cuento, dolorosas enfermedades, justo castigo de vuestros locos desvaríos.

Cambiad ese perjudicial reposo por el ejercicio saludable, y si no os es dado entregarse a verdaderos ejercicios de gimnástica, no como lo efectuaban las Lacedemonias en las márgenes del Eurotas, al menos como la practicaban en Atenas aquella juventud brillante, cuyas principales fiestas las hacían al aire libre, adquiriendo un desarrollo físico que en vano alcanzareis en vuestros salones herméticamente cerrados.

Para evitar pues, ese cúmulo de enfermedades que asedian a la femenina juventud, es indispensable una fiel observancia de los preceptos higiénicos, y solamente así conseguiremos conducirla, en el revuelto mar de la vida, a puerto seguro, solo así se evitará el naufragio a que las modernas sociedades, tratan de lanzarnos.

Aún no hemos concluido, la mujer tiene un alto deber que llenar; y para el cual han sido todas las modificaciones, que la hemos visto sufrir, la reproducción de la especie. En esta época de la vida la mujer ofrece cambios tanto en su moral como físico. Desde el momento en que su organismo se encuentra apto para la procreación, una voz oculta, una imperiosa necesidad, le indica que su vida no es suya, que necesita consagrarla al cuidado de sus hijos, y el amor que en sus primeros años dedicara a sus juguetes, se convierte ahora en verdadero cariño, en amor constante hacia el otro sexo. Necesitan amar y aman, su complexión blanda y su sistema nervioso, todo en ella está dispuesto para el amor. «Virey nos dice que la mujer cuando niña ama a su muñeca, cuando joven a su amante, casada a su esposo y a sus hijos, y en la vejez no pudiendo embelesar a los hombres con su cariño, ama a su Dios.» Cura un cariño con otro, su destino es amar incesantemente.

Ahora bien; estos cambios se hacen más notables desde el momento en que la mujer cumpliendo con su destino en la tierra, abriga en su seno un nuevo ser que ha de perpetuar su memoria, a quien ha de alimentar con su propia sangre, que va a ser su reflejo, su bello ideal y por quien daría cien vidas si posible fuera; porque el amor de madre no conoce límites, y la historia nos conserva los nombres de muchas que generosamente se sacrificaron por sus hijos; entonces es cuando debemos estudiar esos cambios, puesto que de su buena dirección ha de resultar la felicidad de entrambos. La matriz cargada con el producto de la concepción, refleja su potencia sobre toda la economía, todas las funciones le están esclavizadas, y la vida toda parece reconcentrarse allí donde la necesidad es más urgente, donde el nuevo ser ha de nutrirse por espacio de nueve meses. No referiré los innumerables trastornos que este estado presenta porque me llevaría demasiado lejos y porque tampoco lo creo indispensable para el fin que me propongo; sin embargo, no he querido dejar pasar sin apuntarlo, un estado que tan grandes modificaciones imprimen en el físico de la mujer.

Ella sufre con resignación todos los desórdenes, todos los dolores que esta nueva posición le proporciona, y sin duda que estos mismos sufrimientos, hacen que su cariño sea mayor, porque en la naturaleza todo está compensado, el dolor al lado del placer, lo bueno al lado de lo malo y solo así podemos formar comparaciones y juicios.

Durante este período, el olvido de los preceptos higiénicos podría acarrear las más terribles y funestas consecuencias, ¿qué sucedería si la mujer embarazada se entregase a los mismos ejercicios, a las mismas ocupaciones que antes de estarlo? La muerte de su hijo querido y tal vez la suya propia serían la consecuencia. ¿Qué punibles no son aquellas que en el estado de gestación, se dirigen a los bailes, que no perdonan los agitados movimientos del carruaje y tantas otras causas que tan en peligro ponen su vida? Pero no, no es culpa suya, faltas de instrucción, halagadas por la sociedad, que no le condena sus extravíos y que por el contrario se los aplaude, no pueden menos de traer en pos de sí la ruina y menoscabo de la especie. Mirad la estadística y ella con su elocuente palabra os dirá cuán grande es el número de víctimas en las grandes ciudades y cuántos más abortos no presencia el médico que en las pequeñas aldeas o en medio de los campos.

Después del parto aún no ha concluido su misión, puesto que tiene que lactar a su hijo, educarlo y enseñarlo para que pueda ser útil a la sociedad y a la familia.

Réstame decir algo de ese último período de la vida de la mujer, en que habiendo cumplido los sagrados deberes de la maternidad, su existencia se marchita, y como la flor que ha arrojado su fecundante polen empieza a declinar en su carrera porque ya no le queda nada que hacer, ha concluido su grande obra. Réstale solo preparar su alma para el eterno descanso, y si su educación física ha sido descuidada, si no ha observado los preceptos higiénicos, entonces nuevas y crueles enfermedades le harán conocer sus extravíos, el cáncer y otras no menos dolorosas y graves que no se abusa impunemente de la vida, porque la naturaleza justa y bondadosa castiga severamente a los que desoyen sus saludables consejos, y entonces también llorará amargamente, culpará a la sociedad que bajo la máscara del placer le brindaba con la copa del dolor.

Hemos visto aunque a grandes rasgos la necesidad de una buena educación física, sus ventajosos resultados y las innumerables enfermedades que acarrea cuando se ha descuidado, olvidando los más venerandos preceptos que la higiene con sabia mano nos traza, y solo nos resta para llenar nuestro cometido aunque imperfectamente dar un ligero bosquejo de su educación moral, tan necesaria como la que acabáis de ver, y que no pueden separarse puesto que la una sin la otra no producen el efecto apetecido quedando incompleta la obra del Creador.

No basta a la mujer el dedicarla a sus labores, a sus ocupaciones domésticas, y que tan en armonía están con su organización; es preciso instruirlas en los sagrados misterios de la religión, inculcarles buenas máximas de moral, conocimientos generales sobre el idioma patrio, algunas nociones de literatura, conocimientos de historia y bellas artes, en una palabra, en todos aquellos ramos necesarios para alternar en la buena sociedad. Pero al mismo tiempo es necesario evitar la vanidad a que tan propensas se muestran, y porque sería ridículo exigirlas conocimientos profundos en las ciencias; sin embargo que la historia nos presenta honrosas excepciones que no podemos menos de admirar, Santa Teresa de Jesús, Doña Oliva Sabuco de Nantes, Doña Beatriz de Galindo, Mad. Sevigné, Mad. Stael, Mad. Lachapelle, Mad. Boivin son otras tantas mujeres que en filosofía y medicina han alcanzado justo renombre, y la posteridad las admirará siempre con respeto. Pero por regla general debemos evitar esa instrucción vasta, pues que no haríamos más que excitar su cerebro con menoscabo de su organización.

Así pues, una moderada instrucción acompañada de los conocimientos más puros de la moral, han de formar la base de sus ideas, y ya con el ejemplo cuando niñas, ya por medio de los conocimientos cuando su cerebro puede discernir, podremos conseguir hacer madres virtuosas, cariñosas hermanas y obedientes hijas.

No necesito levantar mi voz contra la lectura de novelas, más propias para excitar las pasiones que para inspirar sublimes pensamientos, a que la juventud moderna se entrega sin comprender el inmenso daño que se acarrean, puesto que su imaginación siempre dispuesta a admitir todo aquello que por sus formas exteriores le produce nuevas y variadas sensaciones, sin penetrar en el fondo de cuanto leen, hacen más punible este loco deseo que tan graves perjuicios ha ocasionado y ocasiona.

Tampoco olvidaremos la necesidad de gravarles desde muy niñas las verdaderas máximas de la religión, principio fundamental de la sociedad, y que sin ella seguramente no tendríamos esos ejemplos patentes de virtud y resignación, que olvidándose de sí mismas se entregan al consuelo del pobre, al cuidado del huérfano, sufriendo todos los horrores de las epidemias, fundando hospitales, dedicándose con fraternal cariño al cuidado de los enfermos como Santa Isabel, Santa Paula y otras no menos célebres y que con justicia merecieron ser colocadas entre las santas.

Sí, sin los conocimientos exactos de la religión que son los de la moral más pura, no podremos inculcarles ese amor y sumisión tan necesarias en la mujer, puesto que su principal objeto en la sociedad es sostener ese cariño, sin el cual se vería amenazada; el hijo no reconocería a su madre; esta, como las matronas romanas, le colocaría en los albañales para que pereciese, el parricidio y el infanticidio estarían a la orden del día y el caos más horrible se nos presentaría a nuestra vista.

Tal es su influencia que no pocas veces decide de la suerte futura de los pueblos, y la historia nos conserva los nombres de las cuatro reinas que plantearon el cristianismo en Oriente. La hermana de los emperadores Basilio y Constantino hizo abrazar a su esposo, llamado Volodimero, la misma religión ejemplo que más tarde siguieron los moscovitas: Gisela convirtió al catolicismo a su marido rey de Hungría; y las emperatrices Irene y Teodora restablecieron en Constantinopla el culto de las imágenes volcado por los iconoclastas. Ved pues cuán grande es la necesidad de una educación moral bastante extensa, y por qué sin los conocimientos verdaderos de nuestra religión no podemos obtener mujeres cariñosas, compasivas y modelos de virtud. Esta es sin disputa una de las dotes más recomendables; pero para adquirirla se necesita que desde pequeña reciba provechosos ejemplos de sus mayores, pues que en esta época de la vida solamente los ejemplos pueden ir preparando el terreno sobre que se han de levantar más tarde las fuertes y duras murallas que el pernicioso embate de las pasiones no alcanzará derribar. A las madres incumbe señaladamente esta noble tarea, puesto que son las confidentas de sus hijas, las que más constantemente se encuentran a su lado, y a quienes toman como tipo de su vida ulterior. Es pues indispensable que la madre con sanos y rectos principios trace la verdadera senda que han de seguir para que en un día puedan ser útiles a la sociedad y a la familia. ¡Desgraciadas aquellas que olvidándose de la educación de sus hijas las precipitan a una lamentable perdición!

Aun después que la niña en el regazo materno ha recibido la instrucción moral e intelectual necesaria, la madre debe continuar la obra empezada, y a manera que el artista se esfuerza en completar su trabajo para cobrar sus honorarios, lo mismo la madre se esfuerza para concluir su obra, para en sus últimos momentos recoger una lágrima de su hija querida, en vez de una maldición por haber olvidado preceptos tan indispensables.

Observemos un momento a la joven que llega a la pubertad y veremos qué cambios más marcados se efectúan en su moral, tan notables como hemos visto se efectúan en su físico; pues bien, entonces es cuando la madre tiene que redoblar sus esfuerzos para que las pasiones que con tanto ímpetu se desarrollan, tengan un saludable dique para que no se desborden, un contentivo fuerte y que no puede ser otro que la virtud, fuente inagotable de bondad. En esta época se establece la lucha más encarnizada entre la naturaleza y el pudor, entre la materia y el espíritu y cuando desgraciadamente este no vence, cuando las pasiones no han sido contenidas, ¿qué espectáculos más tristes presentan a nuestra vista entregándose cual atroz Aspasia en aras del vicio más repugnante, menoscabando y aun destruyendo su delicada organización y conduciéndola algunas veces hasta cometer los más terribles crímenes? Alejemos nuestra vista de esos cuadros de desmoralización, y que solo pueden traer en pos de sí la ruina de la sociedad. La fuerte y gigantesca Roma paga bien caro ese descuido de la educación moral de la mujer: dentro de sus murallas han tenido lugar los mayores crímenes, las más repugnantes escenas. ¿Pero que podía esperarse de jóvenes que en lugar de educarse en el santo temor de Dios, pasaban la vida en el circo aplaudiendo a Laureolo que era devorado por un tigre, contemplando con cínica calma al esclavo condenado que se abrasaba la mano para representar el heroísmo de Muscio Scevola?

Ahora bien; si hemos visto los tristes resultados de la educación moral descuidada ¿a quién sino a las madres corresponde evitarlos, alejándolas de esas reuniones en que el íntimo contacto con el otro sexo no hace más que estimular sus organizaciones sensibles e irritables, de esos salones donde el más refinado coquetismo y los espectáculos más seductores se le presentan a su vista? Apartadlas pues de esos sitios donde todo conspira contra la salud del cuerpo y del alma, y solo así conseguiréis vuestra misión, de otro modo las pasiones vencerán, su organismo se destruirá y veréis como se os escapa el objeto más querido, como la muerte con negra y fatídica mano destruye en un momento vuestra obra, porque no la habéis reforzado con la práctica de las virtudes, única capaz de contrarrestar las desbordadas pasiones.

Necesario es que sean instruidas en lo tocante a el matrimonio, puesto que este es su único y natural destino.

«Marmontel ha dicho, que si es peligroso en muchos casos revelarlo todo a las jóvenes, no lo es menos también que lo ignoren todo.» Por consiguiente, es preciso seguir la marcha de la naturaleza, y así como en temprana edad sería peligrosísimo, luego pierde ese carácter y necesita que su inteligencia se ilumine para que no se extravíe y que la refulgente luz de sabias y saludables doctrinas les sirva de faro que las conduzca a puerto de segura salvación.

Las madres, pues, deben tener especial cuidado en preparar convenientemente a sus hijas para contraer en su día ventajoso enlace, no según las máximas corrompidas de los materiales intereses, ni tampoco según los consejos de fugaces pasiones, sino como el resultado de serias y profundas meditaciones en que, tanto por parte de sus padres como por la bien dirigida índole de sus hijas, se haya consultado todo lo que más convenga para su constante felicidad. Por consiguiente, es necesario hacerles comprender cuál es el verdadero amor para que la elección sea acertada y su nuevo estado de paz y de ventura no se convierta en continua y estéril reyerta, labrando así su desdicha y tal vez la de sus inocentes hijos que sin culpa alguna suelen no pocas veces verse abandonados en medio de la sociedad.

El fijar bien la época en que han de contraer matrimonio es de gran interés no solo para la familia sino para el Estado. Diariamente observamos uniones en que olvidándose de la edad forman consorcios monstruosos por la desigualdad de los cónyuges, incapaces de llenar cumplidamente sus deberes y que por consiguiente en lugar de paz conyugal, tan necesaria en el recinto de la familia, solo encontramos la discordia por todas partes, los celos y disgustos. Deben, pues, las madres gravar en el corazón de sus hijas saludables ideas para que no se dejen llevar de sus primeras impresiones y que en tiempo no lejano llorarían sin remedio alguno. Por regla general y para evitar males que deploramos, es indispensable que los contrayentes sean jóvenes; solamente así podrán llenar sus principales deberes, solo así podrán evitarse esas intestinas luchas que se establecen en el hogar doméstico, cuando se ha desoído la autorizada voz de la ciencia que un día y otro viene clamando contra esas unión es que estériles por lo general, cuando presentan un nuevo ser a la sociedad para que ayude a su sostenimiento, se encuentra que es un individuo inútil, enfermizo y cuya vida triste y penosa es el anatema que constantemente fulmina contra los que le legaron una existencia tan penosa.

Si para elegir al que ha de ser su esposo no tienen en cuenta más que la belleza física que es pasajera y transitoria, verán no pocas veces convertirse días de alegría y felicidad en días de lágrimas y tristeza, pues como dice Plutarco «el amor fundado en la belleza física no es duradero, es necesario que lo esté en las cualidades del espíritu;» y San Gregorio añade, que los matrimonios carnales empiezan rodeados de júbilo y contento y concluyen en la desesperación. Es pues indispensable hacerles comprender que los días de ventura son escasos, que la pesada carga del matrimonio es insoportable cuando no ha predominado otra idea que la de la unión sensual altamente pequeña para abrazar un estado que va a durar toda la vida, cuyos lazos son indisolubles y que en vano reclamareis vuestra primitiva libertad.

Por todas las razones que dejamos expuestas y que pudiéramos aumentar con innumerables ejemplos, creemos que si solícita es la vigilancia que sobre las niñas han de ejercer sus padres, mucha mayor ha de ser en esa época de la vida en que van a variar de estado, de posición social; de una vida sin cuidados, sin ocupaciones más que las propias a su sexo, van a pasar a otra, en que ya no pueden ocuparse de sí misma. Dueña de la casa, sobre ellas pesan todas las obligaciones, todo está bajo su tutela y su cuidado.

Es de gran interés y de la más alta importancia el hacer una sabia elección de las personas que han de tratar con intimidad a la joven; procurando que tengan una instrucción moral y religiosa bastante sólida, evitaremos esas funestas amistades que producen las más torcidas ideas, en su corazón virgen, dispuesto a admitir todo aquello que se le presenta cubierto con el tupido velo de la felicidad. Esos tratos siempre son perniciosos y la madre que desee labrar la felicidad de su hija, tendrá que poner especial cuidado en alejar de su casa a aquellas personas que con la máscara de la hipocresía, vienen a sembrar la corrupción y el desorden, en el lugar doméstico.

Solamente de esta manera, inculcándoles desde pequeñas rectos principios de moral, dándoles una instrucción intelectual conveniente a su estado y posición, procurándoles una lectura religiosa al par que recreativa, ocupándola en los quehaceres propios a su sexo, solamente así podrán ser útiles a la sociedad y a la familia.

No terminaré este desaliñado trabajo sin recomendar lo bastante a las madres el cuidado más especial para que educando a sus hijas en la más sana moral, puedan algún día con orgullo levantar su frente y mostrar a la sociedad, todo lo grande y sublime que es la mujer, cuánta magnanimidad encierra su corazón, de cuánta perfección es capaz y por qué con justicia ha merecido ocupar la atención de los poetas, de los filósofos y de los sabios, en todos los tiempos, en todas las edades y en todos los países.

A vosotras pues está encomendada esa gran obra de la educación, penetraos bien de vuestro sublime ministerio y comprended en toda su latitud las obligaciones rigorosas que os imponen, los inmensos privilegios y la dignidad de que al Omnipotente le plugo investiros, y que el hombre no puede negaros siempre que a ella os hacéis acreedoras. Acatad con profundo respeto la sublime religión del Crucificado, que os emancipó de la antigua servidumbre elevándoos desde la más vil abnegación hasta la noble jerarquía, que debáis ocupar, y para la cual, habéis sido creadas. Nunca desatendáis sus leyes venerandas, ni descuidéis gravarlas hondamente en el alma virgen de vuestras hijas. Excitadlas a que cumpliendo fielmente sus deberes, sean pacientes y laboriosas, caritativas y afables, modestas y candorosas y sean así el encanto de su padre, el embeleso de su esposo la gloria de sus hijos y la admiración del mundo.

Ellas os bendecirán, su agradecimiento será eterno y cuando en el lecho del dolor se os acerque la muerte, moriréis tranquila, porque habéis cumplido vuestro santo deber, porque habéis trasmitido a vuestra hija todas las dotes que con vuestra experiencia supisteis alcanzar, porque dejáis una digna sucesora que continuará por la senda árida pero santa de la virtud, porque como vos sabrá educar hijos que también la bendigan y aun cuando vuestra preciosa existencia desaparezca del mundo, vuestro nombre será siempre pronunciado con respeto, vuestra tumba admiración de vuestros nietos y la sociedad entera os presentará como constante modelo de virtud a las generaciones venideras.

He terminado, Exmo. e Ilmo. Sr., este pequeño e incompleto trabajo que solo es un ligero bosquejo de los medios más apropiados a la educación física y moral de la mujer. Trabajo digno en verdad de otro talento más claro, de inteligencia más despejada, para que desenvuelto con mejores formas oratorias, y estilo más elegante tratado con la madurez, que solo se puede adquirir con un estudio concienzudo y dilatado, tan necesario a un asunto que como este encierra en sí, no solo el porvenir de las familias, sino que puede decirse que es la síntesis de la sociedad. Confiado en vuestra indulgencia nunca desmentida, y en que sabréis disimular con vuestra sabia ilustración, los innumerables errores que haya cometido, me atrevo a suplicaros la investidura de Doctor en la más grande y más sublime de todas las ciencias.

He dicho.
Miguel Moreno y Martínez.

Mayo 31 de 1865.

{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de 35 páginas.}