Filosofía en español 
Filosofía en español

Emeterio Valverde Téllez (1864-1948) · Crítica filosófica o Estudio bibliográfico y crítico de las obras de Filosofía escritas, traducidas o publicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días (1904)


Introducción

HEMOS procurado, en lo posible, ser fieles a nuestro antiguo propósito, de invertir el poco tiempo que nos dejan libre las múltiples ocupaciones del sagrado ministerio, en el cultivo de la Filosofía y en la grata, aunque laboriosa tarea, de buscar y estudiar las obras de los pensadores mexicanos, para ver qué hallamos en ellas de original, o para seguir al menos la marcha de las ideas filosóficas en nuestra Patria. No han sido pocas, ni de escasa importancia, las dificultades que en contra nuestra han surgido a cada paso; mas, con el favor divino, hemos venido venciéndolas hasta el presente. El primero y exiguo fruto de nuestros afanes, fue la obra que en 1896 dimos a la estampa con el título de: Apuntaciones Históricas sobre la Filosofía en México.

No se dio por satisfecho nuestro anhelo, pruébalo el modesto nombre que impusimos a aquel ensayo; por eso continuamos persiguiendo el mismo ideal, de buscar siempre y sin tregua, algo nuevo, que acreciera el corto caudal de nuestros conocimientos histórico-filosóficos. Ante todo, urgía hacer acopio de materiales, dejando a la sana crítica el deber [II] de quilatarlos y darles su justo valor. Entramos a un terreno enteramente virgen, nadie había intentado explorarlo siquiera. Nuestra labor, casi se ha restringido a recordar algunos nombres y a desenterrar algunos libros que yacían cubiertos con el polvo del olvido, a ordenarlos cronológicamente y clasificarlos según las tendencias más francas de sus autores, a fin de que resalten las líneas generales del pensamiento mexicano.

Acariciamos aún la grata ilusión de que estas humildes faenas, podrán contribuir a despertar en nuestros seminarios y colegios, la afición al estudio de la verdadera Filosofía. Y ¡ojala! que el uso de un recto criterio en la juiciosa e imparcial comparación, sea parte a suprimir de las escuelas el positivismo, en lo que tiene de ridículamente exclusivista como método científico, y en su volteriano desdén a la metafísica y a la Religión; porque esa doctrina, que se afana en adjudicarse los progresos científicos alcanzados, no solo por ella, sino a pesar de ella, con sus negaciones sistemáticas precipita a los ingenios en el materialismo, los enerva para la Filosofía, para la ciencia, para el arte, y esteriliza los corazones para el bien y la virtud. Las verdades religiosas y de cualquier manera trascendentales, no entorpecen el progreso material y científico de los pueblos, y sí levantan muy alto el espíritu de la juventud, para realizar las halagüeñas esperanzas de la familia, de la patria y de la humanidad.

¿Qué hemos hecho los mexicanos, qué podemos hacer en pro de la sana Filosofía?

Supuesta la noble idea que tenemos del hombre, como de un ser inteligente y libre, dotado de innata aspiración al saber; supuesta la noción genuina de Filosofía que subjetivamente considerada es el amor, o la irresistible tendencia al conocimiento evidente de la verdad; prescindiendo de la espontaneidad creadora del genio, y sin negar su vital importancia al medio ambiente, es natural que hayamos tenido y [III] tengamos ahora nuestros filósofos, más o menos en número, más o menos originales, más o menos profundos, más o menos afortunados; pero que han pretendido mirar de frente los grandes problemas del espíritu humano, y levantar el tupido velo que envuelve la íntima naturaleza de los seres todos. Al cabo han sido pensadores y conceptum sermonem tenere quis poterit?{1}

¿Quién puede contener la idea que brota en forma de palabra? han propalado sus opiniones en el libro, en el periódico, en la tribuna, en la cátedra y hasta en la conversación privada, y proporcionadamente al talento y elocuencia, habrán tenido su radio de acción en el medio en que respiran, al cual también habrán rendido pleito homenaje.

Por diminutos e insignificantes que a primera vista parezcan tales trabajos, no merecen el desprecio del curioso crítico que solícito busca las huellas, vicisitudes e influencia de las ideas filosóficas en la sociedad en que vive.

Excusado parece advertir que, conocida la baraunda de opiniones las más disímiles, en que nos han envuelto las modernas libertades, en libros de esa clase hay de todo, excelente, bueno, malo y hasta pésimo. Alguna vez quizá tendremos que elogiar a escritores disidentes en materias religiosas; pero así lo requiere la augusta imparcialidad de la historia, y, ¿por qué no hacer justicia al talento y laboriosidad donde quiera que se encuentren? Por el contrario, vituperaremos y reprobaremos con toda la energía de nuestra alma el error donde nos parezca que existe, aunque sea en los propios. No sería fácil ni corta labor la de señalar en concreto y detalladamente todo lo bueno o todo lo malo que digan los autores; no, nuestro capital objeto es delinear, como en un mapa general, las diversas corrientes de las ideas filosóficas, prefiriendo las que han influido en los sucesos y las que van preparando el porvenir: refutaremos, sí, los errores más [IV] graves de la falsa filosofía, y expondremos de sucinto modo, las soluciones que la verdadera ha dado a los grandes problemas que agitan a la humanidad.

No faltarán, quizá, quienes desdeñen o reciban con burlona sonrisa la empresa que hemos acometido y seguido con tanto ardor; mas, el desprecio que ahora se haga de este ramo del saber, no destruye su positiva importancia, ni ahoga la esperanza de que, en no lejanos días, la bella reina de las ciencias ocupará en nuestros estudios el eminente puesto que por derecho la corresponde. Por lo demás, sea cual fuere la suerte de nuestros humildes juicios, satisfecha quedará nuestra ambición, si logramos al menos zanjar los fundamentos de la Bibliografía filosófica mexicana.

La escasez de producción netamente filosófica, y el método un tanto rutinario, que se empleara en la enseñanza durante el largo período de dos siglos, hasta promediar el XVIII, no deben en manera alguna engendrar necio desdén hacia los maestros y escuelas de esos tiempos; pues a la sombra de aquella paz octaviana, fue México asimilándose los más sanos elementos de vida para ser un gran pueblo; su desarrollo iba siendo silencioso, pero uniforme, sólido y duradero.

En efecto, es un hecho innegable que en los tres siglos de la dominación española, realizándose paulatinamente la fusión de dos razas vigorosas, formóse el quid tertium del pueblo mexicano, uniforme en su educación religiosa, moral, científica y aun física, hasta llegar a conseguir el modo peculiar de ser que le dio conciencia de su vital energía, a cuyo impulso emprendiera intrépido, continuara sin descanso, y llevara a término feliz, la ingente obra de su emancipación política.

Desde este elevado punto de vista consideraremos nuestra historia filosófica.

Nos incumbe el deber de estudiar las manifestaciones diversas de la cultura mexicana; pues todo el que ame la gloria [V] de la patria, se gozará en derramar meridiana luz sobre los monumentos de nuestra civilización, y en no dejarlos perecer.

La poesía, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, han producido en esta bendita tierra numerosas obras de peregrina belleza, y han contado también con sus historiadores. Ahí están, entre otros varios trabajos, la Historia crítica de la Literatura y de las Ciencias en México, por Don Francisco Pimentel;{2} la Reseña histórica de la Poesía mexicana, por D. José María Vigil;{3} El Arte en México, por el Lic. D. Manuel G. Revilla;{4} los Diálogos sobre la Pintura en México, por el Lic. D. José Bernardo Couto{5}. La Jurisprudencia, la Medicina y otras ciencias han gozado a la vez de amiga fortuna; pero no ha sucedido lo mismo con la Teología y la Filosofía. Sobre la última no conocemos otro trabajo de crítica histórica que La Filosofía en la Nueva España, obra del Presb. Dr. D. Agustín Rivera y Sanromán, de la cual hemos tratado ya en las Apuntaciones sobre la Filosofía en México{6}.

Insistimos, pues, en el camino comenzado; ahí vamos con el entusiasmo de siempre, sin desconocer por eso la suma debilidad de las propias fuerzas: lo abstruso de la materia, la falta de ingenio, la rudeza de lenguaje, son de seguro las peores condiciones que pueden rodear a quien escribe para un público, en el cual el positivismo de doctrinas y costumbres, ha infundido horror a las disquisiciones metafísicas.

Confiamos, empero, en el buen sentido de la juventud mexicana, especialmente en aquella parte que se ha substraído a la maléfica influencia del enervante sensualismo, de que [VI] adolece la enseñanza oficial. Desde los luctuosos días que siguieron a la conquista, han sido admiradas y reconocidas las sobresalientes dotes de los jóvenes de esta nación, para el cultivo de las ciencias; hanse distinguido por su rara precocidad, pronta penetración y extremada facilidad en asimilarse los más profundos conocimientos; han sido lustre y orgullo de nuestras aulas, que en su prolongado apogeo, poco, o nada, han tenido que envidiar a las que lograron fama proverbial en el viejo mundo; muchos de ellos han ascendido de los humildes escaños de la escuela a la honrosa cátedra, para formar nuevas y nuevas generaciones de sabios, que a su vez han sido gloria inmarcesible de la Iglesia, del foro, y de todas las nobles profesiones.

¡Oh amada juventud!, que sientes dentro de ti los generosos anhelos del saber: te dirigimos nuestra débil voz, no para enseñarte, sí para invitarte a pasar los umbrales del gran templo de la verdadera Filosofía, ahí tu inteligencia se bañará de luz, tu corazón palpitará de gozo en la contemplación y posesión de la verdad.

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{1} Job IV, 2.

{2} Impresa en México, en la Librería de la enseñanza, 1885.

{3} Introducción a la Antología de poetas mexicanos, publicada por la Academia Mexicana... Segunda edición. México 1894.

{4} Se ocupa especialmente de la pintura, escultura y arquitectura. México, Tip. de la Secretaria de Fomento, 1893.

{5} Se publicaron primero en el periódico La Sociedad Católica, vol. VII, año 1872, y luego en la Biblioteca de Autores Mexicanos, por el Lic. D. Victoriano Agüeros, año 1898.

{6} Véase dicha obra, l. V, cap. IV, pág. 307.