Notas para la Historia de las Ideas tradicionalistas en Asturias
I Antecedentes
Introducción
Invitado a tomar parte en el Cursillo universitario de Luarca, me propongo, en estas improvisadas conferencias, hacer el resumen de una parte de la Historia de las ideas políticas en Asturias en el siglo XIX, de aquella parte que se refiere a las ideas tradicionalistas. Elegí este tema por ser poco conocido, entrar en mis aficiones y por considerarlo de cierta actualidad.
El Movimiento Nacional, según se dice, tiende a inspirarse en la Tradición, exalta lo que se cree tradicional en España; tiene, en fin, algo de tradicionalista. El partido que llevó este nombre en todo el siglo XIX, se adhirió al Movimiento y le impulsó desde el primer día; fue su precursor. Lo que él llamaba «dar la batalla a la revolución» parece que se está haciendo ahora gloriosamente por el Ejército con la cooperación nacional. Se llaman las milicias, por disposición del Generalísimo, Falange Española Tradicionalista, y sobre todo se desea conocer mejor nuestra Historia y hasta rehacerla con un criterio nuevo o por lo menos distinto y español. No se me escapa que si el tema es de cierta actualidad y de mucho interés, también es muy comprometido: hay que tratar con [2] mucha discreción cosas vivas aún, porque suscitan pasiones, todavía dividen y dividirán por muchos años a las gentes y además me veré obligado a citar y a aludir a personas en torno de las cuales hay partidos, como los hay aún alrededor de la figura de Felipe II, o de la Inquisición.
Esto me forzará a tocar muchos asuntos a la ligera, y sobre todo, a no profundizar demasiado en algunas circunstancias. Para todo pido la mayor benevolencia.
Científicamente existen varías clases de Tradicionalismo, aunque la palabra tiene siempre la misma acepción, y tradición la hay en todo o se aspira a la que la haya en todo; hasta la misma revolución tiene sus tradiciones.
No trataremos del Tradicionalismo teológico ni del filosófico. Sobre éste escribió un interesante ensayo D. Gumersindo Laverde Ruiz que se titula «Del tradicionalismo en España en el siglo XVIII», buscando precedentes a Bonald y a otros, en escritores españoles de aquella centuria, entre ellos, en Jovellanos. Dejaremos estos aspectos del Tradicionalismo, sobre los que recayeron censuras de la Iglesia, y limitémonos al Tradicionalismo político, al que jamás opuso reparos por referirse a las cosas que Dios dejó a las disputas de los hombres, que ni es cosa que haya nacido de pronto, ni fue exclusiva de España.
El tradicionalismo es una manera de entender la vida y todos sus derivados y principalmente la gobernación del Estado y los problemas que con éste se relacionan. Es opuesto a la revolución, pero es progresivo, es decir, las naciones tradicionalistas, las que se rigen o en la historia se rigieron por sistemas que pudiéramos llamar tradicionalistas, fueron eminentemente progresivas y fecundas.
En España, y en virtud de las vicisitudes históricas que todos conocemos, el tradicionalismo aparece unido a una de las ramas dinásticas que dividieron nuestra Patria en las luchas civiles del siglo XIX y este aspecto del Tradicionalismo político es el que quiero presentaros en estas conferencias.
No pueden ser muy completas por falta de datos, que no he podido reunir en poco tiempo, en esta región occidental de Asturias, mientras la guerra, con todos sus temerosos horrores se sostiene a poca distancia de nosotros, presentándonos [3] un nuevo aspecto y continuación de la lucha civil planteada en nuestra desventurada Patria hace más de un siglo.
Para estas conferencias me valdré, en lo que sean líneas generales, de las obras de Menéndez y Pelayo, especialmente de la «Historia de los Heterodoxos» y de la «Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista» de Pirala, y en lo tocante a Asturias, de la Historia de la Universidad, del Libro de Oviedo de Canella y de la Revista de Asturias que publicó en colaboración con Bellmunt; de la Monografía de Asturias de Aramburu así como de los pocos folletos, periódicos y apuntes, que me fue posible reunir a toda prisa. De manera que escasas nuevas os diré y los aficionados a estas lecturas, conocerán, sin duda, más detalles que yo.
Carezco de muchos libros y notas, ya tomadas, por las dificultades de buscarlas y traerlas. Faltan en Asturias los cuatro grandes archivos imprescindibles para esta clase de investigaciones: el de la Audiencia, donde se guardaban todos los procesos políticos y cuanto se refería al gobierno de la provincia; el del Obispado, tan rico en documentos para estudiar un asunto que se relacionó profundamente con las creencias religiosas; el de la Universidad, en el que había cuanto podía ilustrar la parte histórica de las ideas, pues, como es natural la Universidad es donde tienen su adecuada manifestación las corrientes ideológicas y científicas y donde éstas se forman y se propagan; y el de Hacienda, donde se podían encontrar datos insustituibles para la vida económica, para conocer con detalles la Desamortización, que tanto influyó en las ideas, o en las posiciones políticas al menos, del siglo pasado; las listas de purificados; las pensiones, confiscaciones, multas y mil aspectos de la transformación de la propiedad. En fin, no para esto sólo, sino para hacer una historia seria y fundamental de Asturias, faltan esos cuatro archivos incendiados bárbaramente por manos criminales en la revolución vencida y sin sanción de 1934.
Además es asunto éste de las ideas políticas que en ninguna obra hecha con este propósito fue tratado de una manera especial, o por lo menos con cierta amplitud, por los numerosos escritores que se ocuparon de asuntos de Asturias, a veces con repetida atención sobre ciertos temas [4] manoseados excesivamente; pero aún en las historias generales, aunque a ellas se alude, parece que los escritores procuran deslizarse, pasar aprisa –como si les diera miedo– sobre un aspecto tan interesante de nuestra región. Encuéntranse mil apreciables datos sueltos en las obras de D. Fermín Canella, nuestro polígrafo, al que necesariamente han de consultar cuantos deseen escribir sobre cuestiones regionales, el bondadoso D. Fermín que, exponiendo tantos asuntos diversos, jamás molestó a nadie con sus juicios, al que tanto debemos los que quisiéramos hacer cosas nuevas de Asturias y al que quiero rendir un cariñoso recuerdo en este acto universitario. Ni tampoco D. Félix Aramburu, que toca de soslayo estas cuestiones en su Monografía de Asturias, ni aún los colaboradores de Bellmunt y Canella, que apenas deslizan una ligera noticia en la historia breve y superficial de ciertos concejos, se atrevieron a ocuparse de estos asuntos in extenso y con profundidad.
Nos faltan colecciones de periódicos, folletos que es difícil reunir o recoger; artículos y biografías. Habría que visitar los archivos de la Diputación, de los Ayuntamientos y muchos particulares; leer los diarios de Cortes y reunir en fin otros imprescindibles elementos de que no he podido disponer por el apremio de tiempo y por las circunstancias a que ya he aludido.
También desaparecieron las colecciones de periódicos tradicionalistas, como la «Tradición» del año 1857, «La Unidad», el más autorizado, que apareció en 1867, el famoso «La Cruz de la Victoria», «Las Libertades» del año 1893 y los diarios que se publicaron con el mismo nombre hasta 1912, así como muchos semanarios que podrían darnos inapreciables detalles y reflejarnos el espíritu de la época en que se escribieron.
Recogí lo que me fue posible y a pesar de la falta de elementos, me decido a dar estas conferencias, porque no tienen la pretensión de ser una historia completa y terminante del Tradicionalismo en Asturias, sino que modestamente aspiran sólo a ser unas notas aprovechables para una historia más amplía que algún día habrá de escribirse. [5]
Ante todo debo plantear el problema: ¿Hubo en Asturias ideas tradicionalistas en el sentido político de la palabra, o tuvieron bastante importancia para que un historiador se dedique a hacer una investigación sobre ellas?
Religiosidad de los Asturianos
Como el asunto se relacionó tanto con las ideas religiosas, vamos a recoger algunos antecedentes inmediatos desde mediados del siglo XVIII, para de esta manera iniciar debidamente y ordenar de una manera sistemática las notas que han de constituir el objeto de estas conferencias.
Al asturiano, ya de antiguo se le conoce por una semblanza breve, de pocos trazos, como tantas otras inventadas para diversas regiones y ciudades de España y de cuya exactitud peyorativa no me es lícito juzgar por el momento. Se dice de antiguo: «Asturiano, loco o vano, mal cristiano». Prescindamos por hoy de los primeros trazos o brochazos de nuestra semblanza; de la vanidad, tan general y exacta que se traduce, entre otras mil cosas, en lo que un estudioso y querido amigo llama la lapidomanía y no hablemos tampoco de la locura que desgraciadamente puebla, hasta rebosar, nuestros hospitales y casas de salud, constituyendo un verdadero problema para nuestra Corporación provincial y fijémonos solamente en lo de mal cristiano.
¿Es el asturiano, en efecto, mal cristiano? Recorriendo a Asturias, a poco que se conozca nuestra provincia, en toda ella se verán detalles y vestigios de nuestra religiosidad, como en las demás regiones de España. Cierto es que aquí no abundan los cruceros, humilladeros y otros sencillos monumentos públicos, como se ven hoy en alguna provincia española como Galicia y en otras naciones como Portugal o el Tirol. Pero en las más altas cimas de nuestras montañas y en las peñas de nuestras costas, se encuentran testimonios de su antigua religiosidad: santuarios, ermitas, humildes capillas de ánimas abiertas, o cerradas por sencillas verjas de madera, siendo un animoso consuelo cruzar una cordillera, como el Rañadoiro, y encontrarse con tan espirituales avisos [6] y recuerdos de uno de los más fecundos dogmas de la Religión: el de la Comunión de los Santos.
Desde Nuestra Señora del Saúbu, en Amieva y la de Trobaniello y la de Alba, en Quirós y la Carrascontina de León, lindando con Asturias y la iglesia del Monsacro, hasta el Cristo de Candás y la Virgen de Villaoril y Santa Ana de Montarés y las capillas dedicadas a la Virgen de la Guía, frecuentes en nuestros puertos, que eran como el faro que señalaba la entrada a los navegantes, hay una riqueza de Santuarios cuya historia y cuyo enlace sería muy interesante escribir. Todavía no hemos encontrado al escritor que con verdadero interés se ocupe de los Santuarios de Asturias, de su distribución, origen, esplendidez y decadencia. Y en cambio, superabundan los coleccionistas de biografías relámpago, muy semejantes a noticias neurológicas y ninguna definitiva o por lo menos seria y también atrae mucho a nuestros escritores la heráldica y la pompa de las genealogías; es decir, la loca vanidad.
Todas estas pruebas de piedad, que aquí solamente tratamos de esbozar a la ligera y como indicación, tienen por sí mismas grande importancia, sin contar los viejos conventos y famosos monasterios distribuidos en todos los concejos.
Las antiguas casas particulares, las señoriales –no se si podría decirse que en algunas los señores practicaban la Religión por dar ejemplo, «pour le peuple»–, tenían todas sus capillas, más o menos artísticas, algunas parecen templos parroquiales como la del Palacio de Meres y famosas colegialas como la de Cangas, la de Moutas, en Pravia, y muchas otras imposible de citar. A esto, únanse otras manifestaciones religiosas como los exvotos que existían en multitud de santuarios. En algunos como en el de Candás, formaban un verdadero Museo, acaso el más interesante de Asturias, y eran famosos por su cantidad, el del Ecce Homo de Noreña, el de la Capilla de los Alas, el mismo de Villaoril y muchísimos más. Es verdad que la reciente acción revolucionaria destruyó mucho y de gran valor, sobre todo sentimental, pero ya le habían dado ejemplo el incomprensible abandono, cuando no el mal entendido deseo de modernidad, dispersando o destruyendo los antiguos tesoros de devoción del Cristo [7] de las Cadenas y de Santa Filomena, en la iglesia de Santullano de Oviedo. En la Capilla de Santa Eulalia de la Catedral, quedan algunos ejemplares y en Covadonga no se supo organizar un museo de recuerdos de fervorosa piedad, que también podría llenar el tremendo afán del turismo que allí parece imperar.
Las parroquias son numerosas en Asturias, las Órdenes religiosas no vivían mal y la Iglesia contó siempre con importantes recursos. La Virgen de Covadonga ya de antiguo es patrona del Colegio de Abogados y existe un interesante cuadro del Colegio, pintado por Reiter, en el siglo XVIII, que es necesario conservar, como testimonio de lo que era el llamado «Milagro» de Covadonga, antes del incendio de 1777, sobre todo ahora que no sabemos cómo quedará el Santuario estando en poder de los elementos marxistas.
Había solemnidades religiosas públicas de los Ayuntamientos y en la Universidad las fiestas religiosas eran muchísimas. De la Universidad salían sabios sacerdotes, misioneros y Obispos. Sobre todo esto, se puede entresacar noticias sueltas en Canella, Vigil, Aramburu, Sandoval y otros muchos escritores.
El pueblo era en general religioso y asistía a los Divinos Oficios. En Ambrosio de Morales pueden recogerse datos que lo confirman. Era milagrero, como el del resto de España, muy dado a romerías y promesas, y aún hoy se conservan interesantes testimonios en el «folklore». En los Santuarios que subsisten y fueron debidamente atendidos por sus guardianes, pueden todavía contemplarse emocionantes testimonios de la religiosidad del pueblo. Claro que en todo ello se mezclaba mucha superstición, pero ha de tenerse en cuenta que Asturias, país montañoso y del norte, como Escocia es lugar a propósito para las supersticiones y posee una mitología, estudiada ya, en la que algo se inventó por algún famoso escritor en el siglo pasado, mitología que en líneas generales es muy interesante. Muchas supersticiones tenían un profundo sentido religioso. Nada se iniciaba sin invocar el nombre de Dios; el marinero agradecía con una oración la primera redada... en fin todo ello está hermosamente expresado por el arte; en la poesía y en la pintura, por las bellas obras de Uría, [8] Álvarez Sala, Soria, Piñole, todas meritísimas que culminan, en el famoso cuadro «Salus Infirmorum» de Menéndez Pidal.
Esta religiosidad se traducía en una gran adhesión a la institución real. El pueblo se enteró con lágrimas en los ojos de los detalles de la muerte en la guillotina de Luis XVI por un sermón predicado en la Catedral en el Carnaval de 1793. Las Misiones de los Padres Diego de Cádiz y Calatayud en Oviedo, fueron de gran fruto y de ellas recogen datos interesantes los escritores de la época y aun posteriores.
Aunque Asturias no dio muchos Santos a los altares, sin embargo se guardan en varios templos cuerpos Santos muy venerados, en Oviedo especialmente, que es la ciudad de las Reliquias por antonomasia, tanto que a nuestra Catedral se la llama la Sacra.
No habían actuado sobre el pueblo las influencias que más tarde contribuyeron a empeorarle, a parte de la corriente general de las ideas, o sean la gran industria, el obrerismo y sus consecuencias y la emigración a América.
Pero al lado de esta religiosidad, de esta apariencia externa, casi paradisíaca, a que acabo de referirme, debían existir cosas de muy distinto carácter. Seguramente había una sospechosa corriente importante contraria, iniciada en las clases superiores, que después dio los resultados que hemos de estudiar, porque si no fuera así ¿cómo podemos explicarnos el gran número de reformadores y liberales que produjo Asturias a principios del siglo XIX?
Ya el padre Feijoo, en un informe que se conservaba en el archivo de la Universidad, decía a mediados del siglo XVIII: «Con ser este país tan finamente católico, no faltan en él, así mismo que en otros, quienes se esfuerzan (lo que no se puede recordar sin mucho dolor) en hacer aquí el nombre del fraile tan odioso, o por lo menos tan tedioso, como lo es en Londres, Ginebra o Berlín».
Existía cierta tirantez entre los seculares y religiosos formados en centros distintos, con sistemas de estudios muy diferentes, a parte de las tremendas divisiones de escuela, fundadas en distinciones que hoy nos parecen, algunas, tan poco importantes, pero que hicieron mucho mal.
Los señores de las grandes familias, ricas y propietarias, [9] eran muy influyentes, no solo en Asturias, sino por sus relaciones en la Corte. Más o menos, aspiraban entonces, como ahora las empresas, a mangonear en el Gobierno de la provincia. La nobleza media y territorial, que vivía en sus casas, era culta en general. Los jóvenes pasaban por las Universidades y se retiraban a los pueblos, pero no eran ociosos ni indiferentes al interés público. Tenían buenos libros y de sus antiguas bibliotecas han llegado hasta nosotros algunas muy interesantes. En esas bibliotecas, al lado de los buenos libros españoles, figuraban otros extranjeros y en estos libros se refleja la influencia francesa en el siglo XVIII.
No era moda en las grandes familias de Asturias, como lo fue en las Vascongadas, educar a los jóvenes en el extranjero, aunque muchos se educaron fuera; pero residían en Asturias, en la época de la Revolución, sacerdotes emigrados, que el P. Getino calcula en un centenar y muchos de ellos, para vivir, daban lecciones de idiomas y propagaron el francés entre las clases cultas y aun el inglés, que hablaba Don Agustín Argüelles, y todo facilitaba la lectura de la copiosa bibliografía prohibida de la época, mucha de ella de propaganda política, que a veces parecía ser perseguida en serio, como se ve por las órdenes o disposiciones del Gobierno, que aún se conservan en archivos de algunos Ayuntamientos.
Ejercían una decisiva influencia en los asuntos de la provincia tres asturianos ilustres: Campomanes, Jovellanos y Martínez Marina, los tres muy significados en cuanto a las nuevas tendencias que se habían mostrado en España en el siglo XVIII. Ramiro de Maeztu señalaba concretamente esta corriente, que inició lo que él llamó para siempre la anti España, en el año 1750.
Según Menéndez y Pelayo era Campomanes el adalid de la política laica, de muchas letras políticas e históricas, sabedor de lenguas, de recto espíritu muy positivo. Era regalista acérrimo; por el celo regalista pugnaban sus comunicaciones y las disposiciones que emanaban de la Autoridad Real bajo su influencia y consejo.
Su discurso sobre «La industria popular» fue repartido por el Gobierno y, siguiendo esa peculiaridad tan española de mezclar y confundir lo profano y lo religioso, se mandó, [10] leer en las misas, cosa que más tarde imitaron los legisladores de Cádiz con la Constitución. De este discurso nacieron las Sociedades económicas de Amigos del País, a imitación de la Vascongada, en cuyos centros, que aún subsisten moribundos, se tenía mucha fe para la reforma del Estado, pues se creía en la eficacia de los premios y en los estímulos oficiales.
Asturias, como es natural, creó una de las primeras Sociedades Económicas de España, que se inauguró en 1780 y en ella figuraron todos los hombres inspirados en el espíritu reformista de aquella época, en que no puede negarse que era necesario reformar mucho. Estas Sociedades fueron aprovechadas como medio de conspiración y oposición al poder real y al Gobierno más tarde.
Campomanes dio a la Universidad el plan de estudios de 1774, en cuyo plan, figuraba la enseñanza de autores como Van Spen, Febronio, y otros; es decir de todos los que se reputaban como jansenistas y regalistas exaltados.
Martínez Marina era un digno amigo de Jovellanos, estudioso y conocedor profundo del Derecho español, buen patriota; pero en sus escritos se cebaba contra ultramontanos, autoridad del Papa y otras cosas, aunque era menos absolutista que los demás regalistas. Su obra «Teoría de las Cortes» ejerció mucha influencia sobre los jóvenes y fue, como dice Menéndez y Pelayo, el Corán de los legisladores de Cádiz.
Jovellanos, al abrir el Real Instituto que hoy lleva su ilustre nombre, pidió autorización para traer libros del extranjero, no permitidos en España, petición que fue denegada por el Inquisidor Lorenzana. Pero algo debía haber en aquella biblioteca, muy vigilada por D. Gaspar Melchor, evitando que la vieran personas extrañas, por lo que estaba muy receloso del cura de Somió, que en cierta ocasión hizo denuncias. Cuando Jovellanos escribió a nuestro paisano el Obispo de Lugo, pidiéndole ayuda para el Instituto, mostrábase el Obispo muy desconfiado y aconsejaba a Jovellanos que se casara.
También en la Universidad había libros prohibidos al alcance de los estudiantes.
Ya hemos dicho que como es natural, el vehículo de las nuevas ideas y tendencias y donde éstas se propagaban y enseñaban, era la Universidad, en la que profesaban audaces [11] innovadores en aquella época, como Cuesta, Berbeo, Carneado, autor de una famosa proposición aventurada que dio lugar a grandes y apasionadas controversias, Cuevillas, Peón, José Joaquín Toreno, y algún miembro de la junta general del Principado, enseñándose con apasionamiento y discusión que aumentaban las tendencias de Escuela y altercados de las Órdenes religiosas, asomando lo laico hasta en los seminarios, como dice Menéndez y Pelayo.
Por Asturias circuló una traducción del Contrato social de Rousseau con un elogio a Jovellanos, lo que le causó disgustos, aunque parece que era inocente.
Había pues de todo; contaba Asturias con un cuadro completo de centros e instituciones que servían de vehículo por entonces a las nuevas ideas revolucionarias, como ahora los tenía para las ideas que produjeron la revolución de 1934 y hasta existían ciertos manejos masónicos en Gijón; y porque no faltara nada, vivía aquí un jacobino, a la manera de Don Tocsinos, el noble Guzmán español, que vivió en Francia los días de la Revolución, como Moratín y tantos otros. Figura muy interesante la de D. Domingo Inguanzo y Ciriño, revolucionario que luego fue templando, ilustrado, admirador de Jovellanos, filántropo, pero anticatólico que hizo bastante daño entre los paisanos de los concejos donde vivió.
En una palabra, surgían por todas partes reformistas, como se observa en la carta de Prado al colaborador de Campomanes en el Consejo de Castilla, por el discurso de Don Manuel Ángel de la Vega Infanzón, pronunciado en honor de Jovellanos en la fiesta organizada al ser nombrado ministro de Gracia y justicia y muchos otros testimonios. Y resumiendo, estaba tan cargada la atmósfera de Asturias, que, como dice D. José Rodríguez Busto, en unas notas autobiográficas, la influencia de la Revolución francesa era enorme «sin que pudieran impedir ese torrente las medidas activas y eficaces del Gobierno Absoluto».
Natural es que en este clima hubieran surgido tantas personalidades liberales en Asturias, pues en él se criaron y desarrollaron los que después fueron preparadores y portavoces de la España liberal. Natural es que en este ambiente no pudiera vivir muy pujante una tendencia tradicionalista, [12] aparte de que no tenía Asturias muchas tradiciones que conservar. La más veneranda, la que más carácter le daba, era su organización político-administrativa, la famosa junta general del Principado, que al comenzar el siglo había escrito una página gloriosísima; y sin embargo Asturias la vio desaparecer –con pena, acaso, dice Aramburu, y yo digo aquí: en medio de la mayor indiferencia– y hoy hablamos de ella como pudiéramos hablar de una institución hispano visigótica.
Es cierto que ya a principios de siglo y en Cádiz, brillaron asturianos ilustres no liberales, como Inguanzo y Cañedo; es cierto que los asturianos lucharon en la guerra de la Independencia con los ideales de los demás españoles; pero todo ello quedó oscurecido y muerto por lo otro, por los reformistas, liberales y hasta demagogos, en su tiempo, como Flórez Estrada, Toreno, Argüelles, San Miguel, Riego, Canga Argüelles y otros. Estos dieron el tono a Asturias que fue desde los primeros momentos marcadamente liberal, muy avanzada y se preció de serlo con muy fuertes razones y de ello se vanaglorió; y los hombres sobresalientes en los concejos fueron figuras de variado tono liberal, en algunos casos exaltadísimo, porque aquí, como en el resto del mundo, las ideas revolucionarias, según indicamos, tomaron calor y se prepararon por las clases elevadas, en las que hoy son reaccionarias, se creen impulsoras del movimiento y víctimas de la demagogia marxista.
Pero a pesar de todo ello, las manifestaciones de tradicionalismo no fueron tan despreciables que no merezcan la atención que voy a dedicarles con vuestra agradecida benevolencia.
Asturias en la Guerra de la Independencia
Fue Asturias acaso la provincia en la que dio con más claridad la antinomia en las ideas de los españoles, nacida entonces y que aún perdura casi en los mismos términos planteada. Este aspecto está ya estudiado, pero conviene refrescarlo ahora y profundizar más en él; es decir, que mientras el pueblo español luchaba denodadamente y con un ejemplo que [13] asombró al mundo, contra la invasión francesa, por otra parte otros, que a su modo también luchaban contra el invasor, estaban ganados por las ideas de éste y aunque echaban fuera a los soldados, se quedaban dentro con las ideas que las tropas de Napoleón propagaron por el mundo, «difundiendo por campos y ciudades, mucho más que ya lo estaban, las ideas de la Enciclopedia y la planta venenosa de las sociedades secretas».
Entre los que luchaban con las armas por unas ideas y los que hacían política y planeaban un nuevo Estado en las Cortes, o, empleando la terminología de ahora, entre los de vanguardia y los de retaguardia, había un abismo, siendo muy frecuente en España, desde esta época, tanto en el siglo XIX como en el XX, observar el caso de estar vencida la revolución con las armas y vencer la revolución en la política: lo que ahora se llama ganar la guerra y perder la paz, como recordamos los de mi edad, y aún más jóvenes, que ocurrió en 1909, en 1917 y en 1934.
Esto es lo que hacía exclamar a Menéndez y Pelayo hablando del golpe de Estado del 3 de Enero que puso término a la anarquía implantada en España con nombre de república: «Quede reservado a más docta pluma explicarnos por cuál oculto motivo vino a resultar estéril aquél acto tan popular y tan simpático y qué esperanzas hizo florecer la Restauración y cuán en breve se vieron marchitas, persistiendo en ella (en la Restauración) el espíritu revolucionario así en los hombres como en los Códigos».
Estos ocultos motivos son los que jamás se consigue descubrir, porque desgraciadamente es España país en que nunca se llega a saber la verdad.
De Gloriosa podemos calificar con orgullo la intervención de Asturias en la empresa llamada de la Independencia. Desde la declaración de guerra a Napoleón en la sala capitular de nuestra Catedral, en forma animosa, llena de novedad y audacia, planteando un problema interesantísimo de derecho público, Asturias se mostró a la altura de las demás regiones de la Península.
Es verdad que el pueblo bajo, algo indiferente en lo que atañe a los grandes problemas de interés general, era sano [14] aún; no habían llegado a él como ya hemos dicho influencias posteriores que contribuyeron a corromperle. El aldeano obedecía a los señores y se dejaba guiar por ellos; vestía el traje regional, hablaba el llamado bable –no muy puro, que nunca se habló– y era pobre soportando una vida mísera. Podríamos decir que su estado de ánimo respecto a la política, se refleja muy bien en aquellas estrofas virgilianas de «La vida en la aldea», de Caveda, en octavas reales, en las que se advierte un poco de egoísmo pagano y panteísta:
«Mande Xuan, mande Pedro ¿qué cudiao? Quiéranme la muyer y los míos fíos...»
Sin embargo a su espíritu religioso llama Flórez Estrada en una proclama famosa en la que invoca a la Virgen de Covadonga y le excita a empuñar las armas.
Los señores abundaban en esta tierra como en todas las del Norte. Figuran en el censo de 1799, 62.239 nobles, pero de dos clases. Muchos eran como los aldeanos, vivían entre ellos, con sus mismas costumbres y hasta idéntica mísera existencia; había también los descendientes de las viejas familias, ricos terratenientes y ganaderos, con muchas relaciones e influencia, tanto en Asturias como en Madrid. Ya hemos dicho que la nobleza media era en general ilustrada, culta y estudiosa. Aún los señores que vivían en los concejos, no eran ociosos ni indiferentes al bien público; eran como el tipo medio del hidalgo español y como habían pasado en su mayoría por la Universidad, en ella crearon estrechas amistades de la juventud y eran dados a los libros. Ya hemos aludido a las bibliotecas que habían formado y en parte llegaron hasta nosotros. Ellos fueron el principal punto de apoyo para la resistencia contra el invasor francés.
Dio Asturias para el ejército, según cálculos, de 24.000 a 27.000 soldados, más otros 10.000 que fueron llevados a distintos puntos de España. Hubo de improvisarse todo: ejército, fábricas de armas en Castropol, Boal, Oscos, Luarca, Navia, Villaviciosa. La de Oviedo, construía, según dicen, 20.000 al año y podía llegar a 40.000; en Mieres se hacían bayonetas y en Trubia balas de cañón y bombas. Y lo mismo se improvisaron tribunales, organismos, &c. No es cosa de entrar en pormenores de cuanto hizo Asturias en la guerra de la [15] Independencia, por falta de tiempo y por la índole de estas breves indicaciones y aún por ser sobradamente conocidos; pero sí deseo hacer un rápido resumen de los incidentes ocurridos en la dirección y aspecto civil de la misma.
La Junta General del Principado, reunida en Mayo de 1808, resistió a las órdenes del mando francés. El día 24 se formó, con trece miembros de ella, la llamada «Junta Suprema de Gobierno del Principado» que como soberana declaró la guerra a Napoleón, envió la famosa Embajada del Conde de Toreno, D. Andrés Ángel de la Vega y D. José Álvarez Miranda a Londres para pedir socorro al Gobierno Inglés que mandó un comisionado con elementos importantes y dirigió el Levantamiento formando 22 regimientos.
Pero a poco de empezada la guerra, se asturianizó, comenzando los clásicos enfados, protestas por lo bajo, rivalidades y querellas. Al parecer, todos aquellos señores querían, como siempre, mangonear.
La Suprema entró en serio conflicto con la Audiencia, con el Cabildo, con los infinitos descontentos y todos se apoyaron en el Marqués de la Romana, jefe del Ejército de la izquierda, que llegó a Oviedo el 4 de abril de 1809; pidió a la junta que justificase su conducta, la junta contestó en malas formas y La Romana, precursor de Pavía, el día 2 de mayo, aniversario del levantamiento de Madrid, se presentó en el salón de sesiones con una compañía de granaderos y la Suprema quedó disuelta. El 19 de dicho mes entró el Mariscal Ney en Oviedo, dejando el mando de Asturias a Kellermann. La Romana nombró otra junta llamada «Junta de armamento y observación del Principado», que también se la llama de La Romana, pero prácticamente no funcionó, ni tuvo autoridad, huyendo a Teverga.
Jovellanos y Camposagrado, delegados en Sevilla, advirtieron a la Central que Asturias podría salvar su situación interior con otra junta aceptada por todos. La Central dispuso que fuese elegida y para ello comisionó a D. Antonio Arce, Teniente General de los Reales Ejércitos, que tenía como conjuez a D. Francisco Yañez de Leyva, Regente de la Real Audiencia de Extremadura y delegado del Consejo de Regencia. [16]
Pláceme relatar con algún detalle lo que hicieron estos señores delegados, por lo que tiene de interés para Luarca.
En el mes de febrero de 1810, tenían su cuartel general en esta villa y el día 21, convocaron a elecciones. Los representantes fueron elegidos casi exclusivamente por los concejos de Occidente, menos invadidos, que comprendían dos quintas partes de Asturias, aproximadamente. La elección fue precipitada porque el 28 debían estar los elegidos en Luarca. Arce y Leyva deseaban descargar sobre otros el peso de la responsabilidad. El día V de marzo había en esta villa 17 diputados. El 3 se celebró una sesión preparatoria y el 4 la junta, que se llamó «Junta Superior de Armamento y Defensa del Principado», o simplemente la Superior, celebró solemnemente su primera sesión. Hubo misa cantada en la parroquial y luego formóse vistosa procesión, con Leyva y Arce a la cabeza, hasta el antiguo Ayuntamiento, donde debía colocarse una lápida conmemorativa, no para seguir la lapidomanía a que antes me referí, porque en este caso estaría muy justificada.
Presidieron Leyva y Arce, la sesión constitutiva, se leyó la R. 0. de 13 de enero de 1810 que extendía los poderes de las juntas Superiores y se redactó una patriótica proclama en la que se ofrecía multiplicar el celo para expulsar a los franceses y se anunciaba que cumplido su deber, la junta cedería sus poderes a otros que debieran sucederle.
Se juró solemnemente por Dios y en todo ello hubo grandeza, por los honorables hombres allí reunidos, y por los motivos, en medio de la modestia del recinto.
Arce y Leyva dimitieron sus cargos; los nuevos diputados, a los que aterraba la responsabilidad que sobre ellos recala, les pidieron que continuaran; los conjueces dijeron que sí, pero el día 10, sin despedirse, marcharon de Asturias. La Junta se vio muy comprometida y ofreció la presidencia al famoso Obispo de Santander D. Rafael Menéndez de Luarca, refugiado en Asturias que no aceptó y entonces fue elegido su hermano D. Matías Menéndez de Luarca, representante de esta villa. Se iniciaron operaciones, poco afortunadas, y ante la aproximación de los franceses, embarcó la junta el 27 de abril para Coaña, comenzando una lamentable peregrinación por los vericuetos más inaccesibles, perseguida a uña de caballo; [17] y desde este momento sólo cabe admirar a los más asiduos de aquellos hombres abnegados, que no cesaron en el cumplimiento de su deber, ya ancianos, sin recursos, casi abandonados por todos.
Tenía la Superior muchos enemigos, entre ellos todos los de 1808, capitaneados por Santa Cruz, que la llamaba «Asamblea ilegítima y espuria». Los descontentos aumentaban, contra la junta, contra los emboscados, contra las tropas gallegas, y hasta contra las de Asturias; los aldeanos, egoístas, protestaban de todo; los funcionarios hacían resistencia pasiva y el Regente D. Juan Benito Hermosilla, trasladó la Audiencia a Figueras y luego a Castropol, cuando la Junta quería que estuviera en Luarca, por ser el Regente Subdelegado de Rentas y de él dependían los asuntos económicos. Se persiguió a los que propalaban sucesos falsos y no faltaron bastantes afrancesados, desde el Obispo D. Gregorio Hermida, según se asegura, hasta las clases bajas y aún entre los mismos aldeanos.
En fin, un cuadro muy semejante al que podríamos hacer de la situación actual «mutatis mutandis». La Diputación en Luarca, la Audiencia y Hacienda en Castropol; las tropas gallegas...
Los asturianos en las Cortes de Cádiz
En medio de tantas angustias y serios peligros de la guerra, la Junta Central convocó a elecciones de diputados para las nuevas Cortes que se anunciaban, cosa que deseaba toda la Nación y para las que se emplearon procedimientos inusitados en nuestra Patria. La cédula Real encareciendo a las provincias que eligieran pronto, para que las Cortes comenzaran cuanto antes, llegó cuando los franceses forzaron la línea del río Navia y llegaban a Castropol. Mientras la Superior, huída, andaba trepando por las montañas de Ibias y Somiedo. De modo que a su regreso a Castropol, en septiembre, se procedió a la elección del representante de la junta, operación que se verificó el día 14. Resultaron elegidos después de repetir las votaciones, bastante confusas, D. Rafael Menéndez de Luarca, el famoso Obispo, del que ya hemos [18] hablado, D. Manuel M.ª Acevedo, del que se ha de hablar luego, pues fue el principal motor del liberalismo en Asturias y agente aquí de otros elementos ausentes, el cual era entonces oidor de la Audiencia y Consultor de la junta, y el tercero fue don Alonso de Cañedo Vigil, personaje importante del que también hemos de hablar, dignidad de Toledo, muy amigo de Jovellanos, con el que se carteaba. Este fue el designado por la suerte y el que representó a la junta en las Cortes.
Los diputados de la provincia fueron elegidos más tarde, a fines de diciembre, y con muchos incidentes que pudieron degenerar en motines ¡y eran las primeras elecciones! Resultaron designados D. Agustín Argüelles, el famoso, el que tanta influencia tuvo en las Cortes aquéllas y en el Gobierno luego, hasta su muerte; D. José M.ª Queipo de Llano, conde de Toreno, tan influyente como el anterior; D. Andrés Ángel de la Vega, profesor de la Universidad, que representaba a Asturias en Londres desde 1808; D. Felipe Vázquez Canga, Secretario de la junta y también profesor de la Universidad; D. Francisco José Sierra Llanes, que mandaba una División de la Alarma de Asturias; el canónigo, después Cardenal, D. Pedro Inguanzo y Rivero, egregia figura que destacó notablemente en las Cortes, y el Brigadier de la Real Armada D. José Valdés Flórez, que renunció y fue sustituido por D. José Rodríguez del Calello Miranda, Jefe de la Alarma de Salas.
Argüelles y Toreno estaban ya en Cádiz y los otros tardaron mucho en marchar. En la junta se oyeron voces contra los diputados, que no daban la impresión de cuidarse mucho de la provincia.
Como se ve, respecto al asunto que a estas conferencias interesa, en la elección hubo de todo. Si por un lado vemos cómo representaban a Asturias dos elementos de tendencias renovadoras y padres del posterior liberalismo, otros dos, Inguanzo y Cañedo eran hombres eminentes de sentido y tendencia tradicionalistas, y así hubo de manifestarse bien pronto en las Cortes. Argüelles, antiguo agente de Godoy en Londres, que tan altos cargos desempeñó siempre; diputado, ministro, honrado tutor de Isabel II y hasta Gran Oriente de la Masonería, fue el alma de las Cortes, autor del preámbulo y del articulado de la Constitución y uno de los santones del [19] progresismo más tarde. Se le conoció con el nombre de «el divino», por su fácil oratoria.
Al lado de él, Toreno, «contagiado hasta los tuétanos de filosofía irreligiosa que le inculcó un monje de Montserrat».
Los dos diputados asturianos, intervinieron, cuando no dirigieron, todos los asuntos importantes que se trataron en las Cortes, lo mismo los Constitucionales, en que eran maestros, que los puramente políticos, administrativos y de cualquier otro carácter.
Fue Argüelles el que provocó la cuestión de la libertad de imprenta, mostrando el ejemplo de la libre Inglaterra, donde había vivido y tronando contra la ignorancia y el despotismo de España. Dejemos esta grave cuestión, tan debatida siempre, que nos trajo hasta los males en que nos vimos últimamente, pero será oportuno aludir, no solo a las trabas que tiene la prensa en otras naciones, incluso Inglaterra, sino también a la poca libertad de que se disfrutó en este punto en España desde el advenimiento de la República, bajo cuyo régimen imperó, sin interrupción casi, la previa censura y sobre todo recordemos un hecho de mucha gracia y fue que el mismo día que se presentó el proyecto de libertad de imprenta, tomaron las Cortes medidas para que no se hablase mal de ellas.
Cuando se planteó el asunto de abolir la Inquisición, cuyo dictamen firmaba Argüelles, D. Alonso de Cañedo, formuló voto particular e Inguanzo lo combatió con mucha ciencia, debiéndose a éste que en la Constitución se haya añadido al artículo 11: «La Religión Católica es y será perpetuamente la Religión de los españoles, prohibiéndose en absoluto el ejercicio de cualquiera otra», que conservaba la unidad católica de España; con cuya fórmula transigieron los otros porque deseaban sacar adelante diversos y distintos proyectos que les interesaban más.
Toreno estuvo a la misma altura. Contestó al discurso de Inguanzo, mostrando un avanzado espíritu, lo mismo que al tratar de la reducción de conventos.
Es verdad que al discutirse el asunto de los señoríos, imitando a los nobles franceses del 4 de Agosto, renunció a los [20] que le correspondían, pero en todos los asuntos intervino como un aprovechado discípulo de los enciclopedistas.
En el que originó Gallardo, de tanta resonancia donde mucha parte activa tomó el joven diputado, resultó lo que Menéndez y Pelayo llama «la primera victoria del espíritu irreligioso, y de la antropofagia de carne clerical», con la cooperación de nuestro conde. Hubo en todo ello, mucha arbitrariedad a la española, tan frecuente en todo el siglo XIX, que no hay que confundir con la dictadura, ni con los sistemas llamados de fuerza, que pueden, y deben, ser de mucha fuerza, según las circunstancias, pero no arbitrarios.
Por estos tiempos de las Cortes, comenzó a sonar en España la palabra «liberal», no en el sentido antiguo español, sino en el nuevo de los que llevaban sin cesar la palabra libertad en los labios, llamándose «serviles» a los opuestos a las nuevas ideas.
En las Cortes, que no tenían nada de las antiguas, como se sabe, se respiraba un ambiente antiespañol. Muchos de sus componentes ni parecían nacidos en España o que hubieran estudiado en Universidad española. No se hablaba más que de la tiranía, de la ignorancia, del fanatismo de España, de sus defectos, cuando el pueblo luchaba de aquella brava e improvisada manera y velamos a nuestros buenos señores de la Superior de Asturias huyendo por las montañas perseguidos.
Pero era inevitable, y así sucedió, que «las ideas dominantes del tiempo, se convirtieran en leyes jansenistas y regalistas: tanto el espíritu de la Enciclopedia, como el Contrato Social, vueltos de espaldas a antiguas leyes españolas y desconociendo el valor del elemento histórico y tradicional». Así fue y así salió la constitución abstracta e inaplicable que pronto cayó sin pena del pueblo español, siendo, como dice Menéndez y Pelayo, como una legislación non nata de aquellas Cortes, que tanto bien pudieron hacer en tiempos en que no estaba todo maleado, en que había un pueblo excelente, como lo demostraba en la guerra y no desunido hasta el punto inconcebible en que lo estuvo después. Se perdió, acaso, la mejor ocasión de nuestra historia.
Desde entonces se inició la división de los españoles en dos bandos iracundos e irreconciliables que aún persiste y allí [21] se incubó la guerra civil española que a través del siglo XIX llegó a nuestros días como un nuevo y sangriento episodio, que quiera el Señor concedernos la gracia de que sea el último.
Pidiendo perdón por esta digresión tan larga que nos detuvo más de lo debido en la guerra de la Independencia, volvamos a nuestro asunto un poco más deprisa. Vemos pues, que si en Asturias salieron aquellos adalides furibundos del liberalismo, también hubo quien sostuviera de una manera franca el sentido tradicional, sin olvidar a Jovellanos, que en su consulta sobre las elecciones llama herejía política a la soberanía nacional y no admite las constituciones a priori «que se hacen en pocos días, se encierran en pocas hojas y duran pocos meses», ni al famoso marqués de Santa Cruz, que arremetía con las Cortes y los charlatanes de ellas.
Como es sabido, ocurrió en Asturias lo que en el resto de España; las tropas de Napoleón vehículo de las ideas liberales, propagaron en todas partes costumbres irreligiosas. En Oviedo se distribuían folletos con ese carácter. En Belmonte, las tropas incendiaron el viejo monasterio ante millares de aldeanos que no hicieron el menor esfuerzo por sofocar el fuego, pero luego entraron muy apretados al saqueo.
El Obispo se negó a cumplir la orden de leer tres domingos en las misas el decreto aboliendo la Inquisición y fue recluido en un convento. También se dieron órdenes para hacer desaparecer cuantos signos, muebles, atributos y papeles recordaran al Santo Tribunal, y ese afán podría ocultar el deseo de borrar antecedentes que nos serían ahora valiosísimos, para saber cuántos tremendos anticlericales y avanzados más tarde, contaban, entre sus ascendientes, con familiares del Santo Oficio.
La Constitución se proclamó en Asturias con grandes ceremonias.
En la Catedral se verificó el juramento el 16 de Agosto, ante un Crucifijo y los Evangelios, como era costumbre jurar.
Antes de la misa cantada, dirigió una exhortación al pueblo el Canónigo Sánchez Ahumada, el mismo que con el Santísimo Sacramento en las manos salvó la vida a los afrancesados que el pueblo tenía en trance de muerte en el campo de San Francisco, episodio histórico que Uría llevó al lienzo en [22] su magnífico cuadro, destruido por las llamas en el incendio de nuestra querida Universidad.
Juraron el Sr. Obispo, dignidades, canónigos, beneficiados y otra gente de Iglesia.
Hubo también vistosas ceremonias en otras corporaciones y fue especialmente solemne la verificada en la Universidad, a la que la Catedral prestó sus mejores galas y ornamentos, reanudando por entonces sus enseñanzas suspendidas durante la guerra.
En el mismo año de 1812 imprimió en Oviedo una obra en latín –cosa rara–, titulada «Fidelitatis Sacramentum», dedicada a las Cortes, otro distinguido liberal D. Pedro Díaz Canel Acevedo, de Boal, hombre de extrañas peripecias, autor también de unas «Reflexiones críticas sobre la Constitución española, Cortes nacionales y estado de la presente guerra» prohibida por la Inquisición y de otro libro notable que, tratando de diversas materias, merece un estudio más detenido y se llama «Principios de la moral Universal o catecismo de la Naturaleza, para uso de las escuelas del reino.»
Celebráronse de nuevo en Asturias elecciones para las Cortes Ordinarias, cediendo para ello el Cabildo la Sala Capitular. Ya había entonces entre los partidos más separación y recelo, es decir ya había partidos. Entre los elegidos vuelve a sonar D. Rafael Menéndez de Luarca, el conceptuoso Obispo. Santanderino, que debía ser hombre de mucho prestigio. Con él figuraban D. Domingo Fernández Campomanes, D. Carlos Martínez Casaprín y Argüelles y otros. Frente a ellos salió un gran laboral, D. José Canga Argüelles y Cifuentes, que ya había sido Ministro de Hacienda, en 1811.
Hubo función al abrirse la legislatura para que Dios la iluminara. En estas Cortes ya no era tan grande la mayoría liberal, si la había, como en las de 1810; pero no hicieron gran cosa porque afortunadamente terminó la guerra de la Independencia, guerra gloriosa, sin que aportara grandes ventajas para la nación, al menos en el exterior. Carecíamos entonces, como tantas otras veces, de hombres que estuvieran a la altura de las circunstancias. [23]
Asturias en la primera reacción
Regresó Fernando VII, como un héroe de epopeya, como un santo y dio sus famosos manifiestos, en los que tuvo mano Pérez Villamil y que luego no cumplió, dándose tan mala maña en el Gobierno, que tenía enfrente, no solo a los liberales doceañistas que persiguió, sino a los mismos realistas sinceros que tanto entonces como ahora y siempre aborrecen el despotismo, la dictadura y sobre todo la arbitrariedad. En Oviedo se celebró también con gran pompa el fin de la guerra y el regreso de Fernando VII. El Claustro le felicitó por su libertad. El Cabildo dispuso en la Catedral un Te-Deum por la llegada del Rey a Madrid. Fueron a visitarle el Deán D. Ramón de la Quadra y el Doctoral D. Pedro Inguanzo, ofreciendo al Monarca un donativo de 150.000 reales.
Llegó aquí el decreto prohibiendo las denominaciones de liberales y serviles, como si esos asuntos pudieran solucionarse con una disposición legal.
Cuando los 69 diputados de las Cortes ordinarias, dirigieron a Fernando VII el famoso manifiesto llamado de «Los persas», en el que pedían que se restaurara la antigua Constitución española, mezclando en esto lamentables errores políticos, firmaban los dos diputados por Asturias D. Domingo Fernández Campomanes y D. Carlos Martínez Casaprín, ya citados y además el que era entonces Obispo de Oviedo y diputado por otra provincia, D. Gregorio Ceruelo de la Fuente, al que llama D. Fermín recalcitrante absolutista, lo que le valió serios disgustos y el destierro años después.
El Cabildo de la Catedral de Oviedo y también el del Ayuntamiento, pidieron se restaurara la Inquisición; el Gobierno quiso buscar el origen de la tendencia liberal en las Universidades y de las tres en que mandó abrir una investigación por sostener o difundir ideas perniciosas contra la Religión, el Rey y subversión a legítimas potestades, fue una la de Oviedo.
Con esto no hubo gran ensañamiento, ni fue grave, ni confirma aquello que tanto se repitió y se repite, de feroz reacción y negro absolutismo. Hablamos de este caso concreto, [24] porque se nombró comisionados para investigar a D. Fernando Lamuño y al Arcediano de Gordón D. José Antonio Palacios, ambos del Gremio y Claustro de la Universidad. La investigación fue somera y rápida, pero sí pudo comprobarse, efectivamente, que en la biblioteca de la Universidad existían muchos libros prohibidos religiosa o políticamente y al alcance de las manos de los estudiantes. Se decidió que fueran, no destruidos, sino encerrados en un local apartado del edificio, y bajo la especial vigilancia del bibliotecario, que era el profesor de Matemáticas y como ocurre siempre en Asturias, en casos semejantes, la Universidad no se limitó a defenderse, sino que por el contrario, hizo además peticiones entre otras, que volviera a concedérsele el plan de enseñanzas que Campomanes le dio en 1774 y esto y otras cosas fueron aceptadas por el Gobierno. De modo, que a distancia y vistas las costumbres posteriores, en casos parecidos de España, se observa que sólo se trató de una investigación pro-fórmula, encargada a unos asturianos, miembros del centro que habían de investigar.
Hubo las consiguientes depuraciones, de funcionarios y de otras muchas personas. Lástima que las listas de depurados, que yo he visto, hayan desaparecido en el incendio del Archivo de Hacienda. Tampoco hubo ensañamiento ni mucho menos, y todo quedó en compadreos que fueron luego clásicos en Asturias, como para andar por casa, hasta que el marxismo puso las cosas más foscas.
Es cierto que existió tirantez en los bandos de la sotana y la polaina, es decir entre estudiantes y gentes del pueblo entre «blancos» y «negros»; que había cuestiones –lo que aquí llamábamos quimeras– entre realistas y liberales; hubo procesos y encarcelamientos, pero las cosas no pasaron a mayores ni creemos que fueran para asustar a los que después vimos cosas más tremendas.
La ciudad en diferentes ocasiones de fallecimientos, bodas, natalicios y demás acontecimientos de la familia real, mostró su monarquismo y su adhesión al Rey, aunque los primates liberales, que aquí abundaban, movidos también por elementos preeminentes, asturianos que se hallaban fuera y [25] desde fuera manejaban a sus agentes, mantuvieron el inextinguible ardor liberal de Asturias.
Lo peor es que el Gobierno lo hacía muy mal. Fernando VII, que no cumplió sus promesas, gobernó de manera desacertada por medio de camarillas, perdiendo una ocasión que no volvió a repetirse hasta ahora, para hacer una España grande, cuando aún se conservaban reliquias de tiempos gloriosos de la Patria y había gran acuerdo entre su monarquía, la Iglesia y el pueblo.
Los tiempos eran, por otra parte, difíciles. Las ideas revolucionarias vivían en un gran sector influyente de la nación, que no se resignaba ni quería cooperar con el Rey. «Constitución o muerte», como en el año 12, era la idea dominante; y puesta la nación en ese trance del «todo o nada» en que lo plantearon los liberales, era difícil el arreglo. Así es que los constitucionales apelaron a la masonería sirviéndose de ella para conspirar. Las conspiraciones, mal atajadas y peor reprimidas, fueron constantes, y en 1814 se había levantado Espoz y Mina –que luego jugó importante papel–; en 1815 Porlier, el «Marquesito», que tanto había guerreado en Asturias, donde emparentó con la familia del Conde de Toreno, el cual «Marquesito» se sublevó en La Coruña donde fue fusilado; Lacy el 16... en fin, comenzó a correr la sangre y a crearse la saña feroz que nos caracterizó desde entonces.
Don Rafael del Riego
Pero de todas las sublevaciones la más importante fue la de nuestro paisano D. Rafael del Riego y Flórez que inauguró, podemos decir que con brillantez, la serie de pronunciamientos militares en que fue tan opulenta nuestra historia, y pasaron con este nombre, en castellano, a la literatura política universal.
Riego fue alumno de la Universidad y en 1807, antes de terminar la carrera, se marchó a Madrid donde ingresó como guardia de Corps. Al levantarse Asturias contra Napoleón, la junta, en la que tuvo un hermano canónigo, D. Miguel, le hizo capitán, siendo ayudante del General D. Vicente Acevedo, [26] hermano del otro famoso D. Manuel, de muy distintas ideas ambos.
Fue preso en la desdichada función guerrera de Espinosa de los Monteros y conducido a Francia. Viajó algo por Inglaterra y Alemania y regresó a España en 1811. Era hombre sobre todas las cosas poco reflexivo, bastante alocado, como buen asturiano y también picado de vanidad. Las circunstancias le hicieron aparecer como traidor a la Patria.
No es cosa de entrar en detalles de su famoso pronunciamiento en Cabezas de San Juan. Para nadie es un secreto, ni lo niega radie, que todo ello fue obra de la masonería, en la que Riego había ingresado cuando se hallaba en Francia, donde también se dejó conquistar por las ideas revolucionarías. El acto de Riego no fue bonito, teniendo en cuenta sobre todo que mandaba fuerzas que habían de batirse en América.
Se había dado una disposición contra la masonería en 1815, pero entonces, como tantas otras veces, no se dio con el verdadero foco ni se acertó con los jefes. En todas las plazas principales había logias a las que estaban afiliados los militares, y la de Cádiz era activa, rica y numerosa, entendiéndose con el Conde de La Bisbal, nombrado con desacierto Jefe de las tropas de Andalucía. Con dinero de América y de los ingleses y judíos de Gibraltar, preparó lo de Riego, prometiendo grados y honores. Para muchos no era un secreto que se preparaba el levantamiento.
El segundo periodo constitucional
Sin embargo, el pronunciamiento de Riego, del que falta un estudio completo, y muchos datos que no salieron a luz, no tuvo gran éxito por el momento. Llegó el joven General a verse solo con 300 hombres, caminando de una en otra población sin que nadie se le uniera. Oviedo fue la segunda provincia en adherirse al movimiento en los últimos días de febrero, es decir, dos meses después de lanzado el grito, siendo, agente en esta ciudad, un capitán de artillería venido de La Coruña, D. Manuel de la Pezuela, marqués de Viluma, fundador de la primera logia ovetense en la calle de la Vega, [27] que después de conferenciar con significadas personas liberales, se valió de los estudiantes de la Universidad para producir la agitación. Los estudiantes fueron el núcleo principal del movimiento proclamando la Constitución, que nadie solicitaba, en el atrio de la Universidad, destacando varios, cuyos nombres se ven en los libros de D. Fermín Canella.
Entre los cooperadores suenan títulos de Castilla, Canónigos, propietarios y comerciantes. La junta Suprema Provincial que se constituyó el 1º de marzo la componían don Ramón de la Pola, presidente; D. José Saavedra, Vice; don Juan Armada y Guerra, marqués de San Esteban, D. José Argüelles Meres, D. Pedro Álvarez Celleruelo, D. Ramón Couder, D. Juan Díaz Laviada, D. José Mª Menéndez Romadonga, D. José Rodríguez Busto, D. Joaquín González Río, párroco de Coto de Lavío, D. Pedro Pascasio, R. Valdés, vocales y D. Juan Argüelles Toral, Secretario.
Esta Junta revolucionaria se componía en gran parte de miembros del claustro universitario. Juró el Rey la Constitución y así se inauguró el segundo periodo constitucional.
Los realistas, que eran muchos, pero no estaban organizados ni habían sufrido lo que más tarde sufrieron, sin deslindar los campos, descontentos del mal gobierno de Fernando, se mostraron indiferentes y no resistieron al movimiento, esperando lo que iba a pasar.
Y lo que pasó vino a hacer bueno a todo lo anterior, pues ocurrió como siempre ocurre y tuvimos ocasión de ver todos el año 1931, que los demagogos se hicieron dueños de la situación, como en estos pasados años los socialistas, e iniciaron la política que no podemos decir que haya tenido en nuestros días más amplio ni más encendido desarrollo. Se persiguió a la Iglesia, protestando el Papa Pío VII, se suprimieron los jesuitas, se cerraron conventos y monasterios, se obligaba a los curas a que explicaran y ensalzaran la constitución en las misas; el bárbaro Rotten, a las órdenes de Mina, inició el terrible sistema de paseos que tanto se imitó después, siendo víctima suya, entre otros, el Obispo de Vich; muchos jefes militares se mostraron sanguinarios, despertándose de este modo nuestra innata ferocidad «que convirtió en lucha de razas la que debía ser lucha de partidos», como dice Menéndez [28] y Pelayo, tocando a estas liberales gentes el ser los primeros culpables en plantear la política en trances más acerbos e irreductibles que en 1814.
En Asturias no llegó la cosa a tanto como en otras partes por el acostumbrado compadrazgo y en el fondo buena amistad que entonces unía a todos, hasta que desgraciadamente también desapareció, como hemos podido comprobar dolorosamente en estos pasados meses. Pero hubo sin embargo lo suyo. Vino a Oviedo Riego desterrado en el mes de septiembre del mismo año 20, haciéndosele aquí gran apoteosis. Hubo pugna entre la Sociedad patriótica y el Ayuntamiento por preparar el recibimiento, creyendo la Corporación que a ella correspondía. Entró Riego por la Puerta Nueva a pie. Ante el Ayuntamiento pidió permiso para dar vivas y vitoreó: a la Religión Católica apostólica y romana, a la Nación, a la Constitución, a las Cortes, al Rey constitucional y dio las gracias al pueblo por el recibimiento. Luego le saludaron bajo el arco de Cimadevilla niñas con ramos de flores y recitando versos, muy del gusto de la época.
Siguió hasta la plazuela de las Dueñas donde vivían sus hermanos, reproduciéndose allí los nuevos vivas y entusiasmo. Siempre se recuerda que uno de los más exaltados fue don Pedro José Pidal, estudiante entonces y redactor de «El Aristarco» cuyo pedantesco título denunciaba plumas universitarias.
A todos estos actos contribuyeron los estudiantes, principales agentes de las refriegas, pero no asistieron los catedráticos por la división que había en el Claustro, lo que quiere decir que eran mayoría los realistas. Se formó la Milicia nacional, o sea el partido liberal armado y en el patio de la Universidad se instruyeron los batallones. Se crearon cátedras para explicar la Constitución que enseñaban Canella y Busto, los cuales asistían a clase de uniforme de Miliciano.
Se enviaron felicitaciones a las Cortes. Había varios ministros asturianos, entre ellos el «divino» Argüelles y el humano Canga Argüelles que se ocupaba como siempre de asuntos económicos. Había sido diputado por Valencia y por Oviedo. En Cádiz intervino en la preparación de la Constitución; fue desterrado al retiro de Benedicto XIII en Peñíscola y por [29] amigo de Fernando VII libertado el año 816. Era de Oviedo, alumno de la Universidad y competente en algunas cuestiones de Hacienda, habiendo formado el primer presupuesto de la Nación. Propuso reformas y también hacer una venta de bienes del clero. Escribió algunas obras como el Diccionario de Hacienda y otras puramente literarias, dimitió al ser abiertas las Cortes y huyó a Inglaterra el año 823. Más tarde fue jefe del Archivo de Simancas y con su hermano D. Vicente salvó muchas riquezas bibliográficas en la época de la desamortización, no pudiendo evitar que tantas obras tan nuestras y tan españolas, hayan ido a enriquecer las bibliotecas extranjeras.
Su nieto fue carlista, diputado por Crevillente en 1871 y luego separóse para ingresar en la Unión Católica con Pidal. De todo hablaremos en momento oportuno.
En este segundo período constitucional, sobresalieron igualmente los avanzados políticos de nuestra provincia, en su mayoría muy jóvenes. Fueron elegidos diputados para las dos legislaturas del período, entre otros de más oscuro nombre político, el Obispo de Michoacán, en Méjico, Abad Queipo, consejero de Fernando VII en algunos asuntos el «divino» Argüelles, Martínez Marina, Flórez Estrada, Toreno, D. Evaristo San Miguel y el General Riego, que presidió la Cámara, como Toreno.
En fin, ya más diestros en las Artes políticas, sin enemigo serio enfrente, aunque ya iban distanciándose las tendencias, como no podía menos de suceder, en las dos elecciones se llevaron los constitucionales todos los puestos, es decir «coparon» según la expresión de que se usó más tarde.
En aquellas Cortes, que iban ya mejor dirigidas a los fines que se proponían los liberales, Argüelles mantuvo la reputación y el carácter que había conquistado en Cádiz, Canga Argüelles apuntó serias reformas de hacienda a que antes aludimos, y Toreno se mostró volteriano y exaltado, Flórez Estrada, demagogo, y, en el fondo, muchos eran tan revolucionarios como cualquier jacobino y republicanos, como Riego y San Miguel.
Los liberales de acá, además de los de las Cortes, hicieron todas las cosas que los tiempos reclamaban so pretexto de [30] ciertos movimientos en algunos concejos y comenzaron las persecuciones de realistas. El P. Mariño fue sentenciado a destierro, por un tribunal revolucionario, buscándole el populacho para asesinarle. Después de estar preso algún tiempo, le llevaron a Gijón, donde embarcó para La Coruña, en medio de insultos y befa de las turbas. Hubo catedráticos expulsados y sustituidos por interinos; también al Obispo Ceruelo de la Fuente, firmante del manifiesto de los «Persas», fue desterrado como algunos capitulares y ya el día 22 de diciembre del año 20 hubo serios altercados que pudieron apaciguarse.
Los vencedores liberales querían organizarlo todo y arreglarlo a su modo y manera, dando órdenes a quienes no tenían por qué obedecerles.
En abril de 1821, las masas agitadas por conocidos agentes que luego citaremos, estaban enardecidas, según ellos decían y por desgracia era cierto, pues a la menor autorización hubieran cometido sangrientos desmanes. Aprovechándose de la agitación provocada, se reunieron los Regidores. Una comisión formada por los Sres. Rubiano, Acevedo, que ya de mucho antes actuaba, pero aquí empieza a sonar en primera línea y del Procurador Valdés, fueron a invitar al General para que asistiera a la reunión y volvieron diciendo que las autoridades civiles y militares, con los ciudadanos, querían ir a las Consistoriales para hacer presente el estado del pueblo.
Se reunieron todos y se leyó la comunicación del ministro, de la Gobernación de la Península –ya no dicen el Reino, ni siquiera la Nación– enviada el día 9 al jefe político excitándole a que se tomaran medidas enérgicas «para contener a los enemigos ocultos del sistema» y en adelante, todos estos documentos no hacen más que referirse al sistema, que creemos debe ser el constitucional, aunque no lo dicen.
Se anunció que el pueblo –¡pobre pueblo el año 1822!–estaba en conmoción por la insolencia de los enemigos del sistema, conmoción contenida por esfuerzos y persuasión de los partidos.
El sistema marchaba mal por influjo de los ocultos, y los ciudadanos reunidos, como órganos del pueblo y como particular y personalmente interesados, querían llevar adelante la Constitución y los decretos del Soberano Congreso, [31] pidiendo medidas ejecutivas y extraordinarias contra los que se manifestaron enemigos del sistema, en especialidad de los más marcados, y en definitiva se acordó encerrarlos o colocarlos en el extinguido Colegio de los Benedictinos en San Vicente, para asegurar la tranquilidad y sus personas, que de otro modo serían irremisiblemente víctimas del furor del pueblo.
Las personas que según ellos había designado el pueblo para ser encerrados en San Vicente, fueron D. Domingo de las Casas, provisor del Obispado; D. Juan Prieto Giraldo, Fiscal eclesiástico; D. José Antonio Palacios, Arcediano de Gordón, el que tan benévola visita hizo a la biblioteca de la Universidad el año 15, D. Jacinto Tadeo Montes, Canónigo; D. José Cedrón, Canónigo-tesorero, D. Andrés Álvarez Perera, abogado, D. Pedro Ronzón –debía ser propietario en Pola de Lena donde tiene descendientes–; don Juan Cienfuegos, Conde de Peñalba; D. Alfonso Cabía, Magistrado; D. Juan Junco, Fiscal de la Audiencia; Fr. José de San Vicente, dominico y el último ex Provincial de San Francisco.
Estos eran los que no dejaban marchar al sistema, y al parecer temibles enemigos ocultos del mismo.
Luego los ciudadanos reunidos en las Consistoriales, desvarían porque disponen que el jefe político, es decir el Gobernador, debía oficiar al Cabildo diciendo, que hallándose vacante la silla episcopal, por destierro del Obispo y por tanto inhabilitado el Provisor, nombrara gobernadores, que con arreglo a las Reales Órdenes, «hayan dado pruebas de adhesión a las nuevas instituciones y los tengan en tal concepto el público» y luego, lo más práctico, mandar otro oficio al Intendente, para que proceda a la ocupación de las temporalidades y no le oculten los intereses.
Terminó la sesión con el acuerdo de pedir a las autoridades que velaran por el orden y se restableciese la Milicia nacional voluntaria, respondiendo el Ayuntamiento de los sujetos que la compusiesen y se publicase un edicto para apuntar a los que aspirasen a tal honor.
Respecto a otros sujetos sospechosos, que el pueblo señaló por anticonstitucionales también pedían que el jefe político tomase las medidas que creyera dentro de sus atribuciones.
Firma él primero el acta de estos acuerdos, D. Manuel [32] María Acevedo, que era entonces jefe político, primer motor inmóvil de todo el movimiento liberal de Asturias, uno de los más importantes agitadores y órgano y agente a su vez de otros de mayor influencia que se hallaban fuera, tachado de «argüellista» y muy amigo de Flórez Estrada.
Era el tal D. Manuel María Acevedo, como ya hemos dicho, hermano del general D. Vicente, muerto gloriosamente por los soldados franceses, que se ensañaron con su cadáver, después de la desdichada batalla de Espinosa de los Monteros; del también famoso Padre cadete, soldado y carmelita, muerto en olor de Santidad, objeto de un apreciable trabajo de Vigil, y de una señora doña Concepción, de la que se conserva interesante correspondencia, con datos preciosísimos, para la historia política de Asturias.
Todos ellos nacieron en Vigo, pero por su madre estaban emparentados con ilustres familias de Asturias y aquí vinieron muy niños.
De D. Manuel Mª hace una breve semblanza Alcalá Galiano en sus memorias, presentándole como eficaz colaborador de la difusión de las ideas liberales en España.
Después de él firman don Juan Fernández Trapiella, Alcalde 2º, muy significado también; –el Alcalde 1º, Marqués de Ferrera, no figura–, José Mª Rubiano, otro Acevedo (don Miguel), Juan Pérez, Juan Suárez Navaliega, José Manuel de Aspe, Manuel Secades, Santos Carriles, Rafael de la Cerra, José Argüelles Quiñones Meres, Pablo Vallaure, Álvaro Valdés Inclán, Marqués de San Esteban, Antonio Rozada, regidores, Ramón Álvarez Valdés y José Álvarez Bernardo, síndicos, Ramón de la Pola, Comandante general, Higinio García de Burunda, Intendente, Pablo Santa Fe, Gonzalo Luna, Pedro Álvarez Celleruelo –liberal de arraigo y mucho relieve– magistrados, Pedro Méndez Vigo, coronel del Provincial, Ramón Julián de Muñiz, Gobernador militar, Juan Argüelles Meres, comandante del segundo batallón de la Milicia nacional, Francisco Bernaldo de Quirós Benavides, primer jefe de la Milicia nacional de caballería, Pedro Pascasio R. Valdés, Juez de primera instancia, Manuel Zacarés, teniente coronel de Artillería, Miguel del Riego, canónigo, Marcelino Calero Portocarrero, administrador de Rentas, José Mª Rivera, [33] comandante del primer batallón de la Milicia nacional, Miguel Hermida, hermano acaso del Obispo afrancesado y desterrado, canónigo, Felipe Argumosa Gándara, presbítero y Joaquín Galiacho, Ayudante del comandante general, que hacía de Secretario.
Aquí está, pues, como se ve, toda la plana mayor de la provincia y resulta una buena mezcolanza de paisanos, militares y clérigos. Al lado de nombres de familias ilustres de Asturias, figuran otros de personas forasteras indudablemente y de gentes insignificantes o de poco arraigo, de los que ni apenas se conservan apellidos en nuestra tierra, pero eran éstos los más significados liberales del segundo y breve período constitucional, que encarcelaban canónigos, desterraban obispos y se dejaban guiar por las agitaciones del pueblo... agitado por ellos.
Así empezó a implantarse el sistema, por las clases altas, por el Marqués de San Esteban, título que recayó en el condado de Revillagigedo, señores como Argüelles Meres, Bernaldo de Quirós y Benavides, unidos a canónigos y militares. Nobleza, milicia y clero.
No debió resultar a su gusto el asunto, ni caer bien en la opinión, ni tener las consecuencias que esperaban los firmantes del acta, porque el Ayuntamiento constitucional de Oviedo, se creyó obligado a publicar una exposición, el día 6 de junio del mismo año, justificando la necesidad y la justicia de los arrestos del día 16 de abril.
En esa exposición, recuerda el Ayuntamiento que Oviedo –ya no se llamaba Asturias– fue la segunda provincia que se pronunció por la Constitución en 1820 y habiéndose producido la escandalosa conmoción de Lena, de la que no pudimos recoger datos, que, según el Ayuntamiento, podía repetirse, era necesario ejecutar el decreto contra los «persas», –que como se recordará eran tres de Asturias–, después de los sucesos del 22 de diciembre y del 16 de abril. Además continuaba el Obispo en su ministerio, más una vez echado, nada pasaría si el Deán y Cabildo hubieran nombrado Gobernador que mereciera la confianza pública.
Pero el Cabildo no quiso y continuó rigiendo el Obispado el Sr. D. Domingo de las Casas, Provisor y Gobernador [34] detenido, como se recordará, nombrado por el Obispo. Esto hace que el público –ya no dice pueblo– desconfíe.
Pero había otro cargo más grave. Al parecer los curas se alegraban de la desgracia de Italia y véase cómo el Ayuntamiento de Oviedo, se constituía en defensor de la revuelta constitucional de Nápoles, donde también andaba en juego nuestra Constitución del 12.
En vista de que los curas se alegraban de que en Italia no se consolidara por entonces el sistema constitucional, fueron detenidos algunos eclesiásticos en San Vicente, se ocuparon temporalidades y se nombró nuevo Gobernador. Termina el Ayuntamiento amenazando con hacer nuevas cosas.
Firman la exposición el mismo alcalde, regidores y síndicos que en el acta anterior se han nombrado, con D. Joaquín Bustamante, Secretario.
Además, la Diputación Provincial de Asturias, por su parte, enviaba peticiones al Congreso, poco administrativas, es decir que como se vio más tarde hasta nuestros días, las Corporaciones se mezclaban en asuntos puramente políticos y de entonces recibieron las primeras lecciones.
El día 23 de mayo elevó al Augusto Congreso una larga exposición en la que debió tener mucha mano el famoso don Manuel María Acevedo, a juzgar por el lenguaje, muy liberal y precursor del empleado luego por los progresistas.
Dice en su escrito la flamante Diputación provincial que desde su instalación, se dedicó a construir su régimen municipal, pero que otros cuidados de mayor gravedad fijan su atención, y por el punto de vista bajo el que mira los sucesos de varias provincias, temores que le rodean y consecuencias que prevé, indica remedios que deben adoptarse para ahogar los gérmenes de división que se observan en los patriotas y pueden ocasionar la ruina del sistema, que en vano intentarían por otros medios los enemigos interiores y exteriores. La Constitución se estableció con un orden que causó la admiración de Europa.
Es cosa frecuente en España, pues también la segunda República vino así, causando admiración. La petición como [35] digo es muy larga, pero muy interesante. Lástima es no poder incluirla entera, pero extractaré lo más sobresaliente de una manera rápida.
Se lamentan los autores, de que el pueblo español, cansado por una guerra gloriosa (ciertamente gloriosa: la de la Independencia) originó la mayor de las calamidades: la ninguna parte activa que tomó en la Revolución. Los perseguidos, los liberales, hicieron gala de moderación, generosidad, virtud y cálculos bien combinados. Pero la moderación degeneró en apatía. Los enemigos de la Constitución quisieron sembrar la división entre la junta provisional y la de las provincias, que formaban una especie de federalismo. Se apoderó la efervescencia de la juventud, fermentada por sociedades patrióticas, –ya sabemos lo que eran– y no pudieron prevalecer en las elecciones las clases privilegiadas y ofendidas.
Luego siguen unas frases que parecen escritas ahora y se pueden recoger en documentos, discursos y proclamas de nuestros días. Dicen que aliviar la miseria pública es imposible de verificar sin grandes sacrificios de los poderosos de todos los estados –no había entonces banqueros– que debían ser excluidos. Habla de otros asuntos militares interesantes y de los bienes monacales que no proporcionan beneficios reales a la masa general. Luego aluden a lo que más de cerca les interesaba, al asunto del Obispo, y dicen: «La Diputación ve con dolor la funesta influencia que tiene en Asturias la conducta del Obispo y la debilidad con que se procedió en este asunto.»
En lo internacional aluden a los planes del Norte –la Santa Alianza– y a la protesta de Merino, el cura guerrillero, que quiere hacer una nueva Vendée; atacan la osadía de los serviles, a la juventud inexperta y realista; sostienen que se exageró en los sucesos (revolucionarios) de los últimos días, pero reconociendo que «se quiso aterrar a los serviles y se consiguió, pero a costa de darles pretexto para desacreditar el sistema».
Termina el cronista pidiendo concretamente la venta de los bienes del clero, atraer a las Instituciones la tercera parte de la población de Asturias y la muerte civil del Obispo.
Firman este importante documento don Manuel María [36] Acevedo, Presidente; don Higinio García de Buruceda, intendente; don Isidro Suárez del Villar, don Marcos Bernaldo de Quirós Navia, don Diego García San Pedro, don Juan Argüelles Mier, don Ramón Rodríguez, don Manuel Rodríguez Valentín y don José María Menéndez, Secretario.
Esta literatura fue la invariablemente seguida en todo el siglo XIX, descontando aquellas cosas como la venta de bienes del clero que, poco a poco o mucho a mucho iban consiguiendo.
Pero en esos documentos, se ve entre líneas que no estaban muy seguros de la firmeza y estabilidad del sistema, que en Asturias eran muchos los opuestos y que asomaban las temibles divisiones.
En efecto vinieron, pues ya Menéndez y Pelayo escribe que los instigadores de los sucesos, que eran las sociedades secretas, estaban hondamente divididas. No se pudo dar lo que se prometió a todos y estalló la pugna y oposición entre los hombres de 1812 y los de 1820. Se proscribió y expulsó a muchos como Toreno. Se crearon nuevas masonerías a la española, que influyeron grandemente en el Gobierno así que los asuntos públicos no podían ir peor. fue Quintana el que dijo que no se podía gobernar por los mismos medios que se conspiraba.
Los realistas, ante aquel régimen de terror, espantados de lo que ocurría en forma hasta entonces desconocida en España, se lanzaron a la lucha sin preparación y casi sin jefes, especialmente en Cataluña, como se sabe, y se constituyó la Regencia de Urgel, que se entendió con las potencias extranjeras.
En Asturias ya el mismo año 20, se formaron algunas partidas realistas especialmente la ya citada de Lena, concejo que más tarde dio muchos voluntarios a la causa carlista. Esto fue pretexto de la reacción de los liberales que ya hemos relatado. En 1822 se levantaron nuevas partidas en distintos concejos, siendo la más importante la de Siero, mandada por el Bachiller Roces Lamuño del gremio de la Universidad, que fue ejecutado en el Campo San Francisco. [37]
La Escandonada
Pero la mas importante de todas, o por lo menos la que terminó de un modo más dramático, fue la que organizó y mandó el valiente y desdichado brigadier D. Rafael Salvador Escandón y Antayo. Este pundonoroso militar había nacido en Parres en el último tercio del siglo XVIII. Su padre era capitán de milicias. Se educó en las Escuelas Pías de San Antón, de donde salieron hombres tan eminentes en su tiempo. Entró muy joven en la Real Armada, estuvo en el sitio de Tolón y en Orán le estropearon una mano. En la guerra de la Independencia mandó como Coronel el Regimiento de Cangas de Onís, primero o de los primeros en el oriente de Asturias, Peleó a las órdenes de Porlier, que le apreciaba mucho. Barcos ingleses llegados a Lastres, le proporcionaron a él y a Ballesteros armas y pertrechos. Hallándose Escandón en Carabia, hicieron los franceses un desembarco en la Isla, siendo sorprendidos y apoderándose el coronel español del cargamento de municiones, vino, paños, &c.
Sus soldados y los paisanos cantaban:
«El Coronel Escandón gasta canana de plata que la ganó a los franceses en el puente de la Espasa.»
La familia fue muy perseguida por los invasores que arruinaron sus bienes, como los de tantos otros. También fue condecorado con la Cruz de San Hermenegildo por haber estado en el sitio de Zaragoza. Al regreso de Fernando VII le trasladaron a la Coruña, donde, como ya hemos dicho, se sublevó Porlier en 1815. No pudo atraerse a Escandón, realista exaltado, que mandaba el regimiento de las Órdenes militares. Intentó detenerle pero Escandón de acuerdo con un primo suyo, también militar, huyó a Santiago, donde avisó de la sublevación. Se dirigió contra Porlier logrando apresarle por lo que fue ascendido a Brigadier. Intervino en el consejo de guerra que terminó con el fusilamiento del desdichado Marquesito.
Los liberales le hicieron blanco de su rencor y le amenazaron con terrible venganza. Escandón pidió el retiro y fue [38] desterrado a Puebla de Sanabria. Cuando marchaba al destierro, enterado de la sublevación de partidas realistas, se levantó el 18 de Octubre de 1822. Publicó un bando religioso político y envió proclamas a toda la provincia, pero a los pocos días fue apresado con sus hijos mayores José M. y Juan, llevado a la cárcel de Cangas de Onís, y de allí trasladado a la fortaleza de Oviedo el 4 de Noviembre, con acompañamiento de golpes y befas, haciéndole entrar por las calles principales a pié, descubierto y con las manos atadas atrás, entre insultos del populacho, y del que no lo era, que pedía su muerte.
Entre los liberales hubo mucha alegría por esta detención, y como prueba de la confusión de ideas de entonces, que aún perdura por el peculiar carácter español, aficionado a mezclar las cosas divinas y humanas y lo religioso con lo profano, como ya hicimos notar, hubo misas de gracias al cielo en Infiesto y otros puntos, pues somos así, como nos pintan los Quintero con mucha gracia en la canción de «Españolita» de «La Patria Chica».
Escandón estuvo ocho meses encarcelado en un calabozo que llevó su nombre muchos años. Se vio su proceso, fue condenado a muerte con defectos legales oponiéndose el Auditor de Guerra y la sentencia fue revocada por el Capitán General de Castilla la Vieja. Se le volvió a condenar y de nuevo se rechazó la sentencia por el Auditor y por el mismo Capitán General.
Su esposa hizo cuanto podía hacerse por salvar la vida de su marido, pero poco atendida en Oviedo, aún por antiguos amigos, se marchó a Valladolid donde la acogieron mejor, pero luego fue también encarcelada en la Galera, que conocimos todos, por el supuesto envío de una carta al prisionero, avisándole que se acercaban las tropas contrarias al nuevo régimen.
Porque en realidad las tropas se acercaban y el 23 de Junio huyeron los elementos liberales. El Alcalde 1º sacó a la señora de Escandón de la Galera, pero el Brigadier y sus hijos, con otros presos, alguno de los cuales murió en el camino, fueron llevados a la Coruña.
Llevar a la Coruña a Escandón era decretar su muerte, pues allí se le odiaba desde el fusilamiento de Porlier, así [39] es que fue puesto a disposición del General de la plaza, asturiano y liberal exaltado el tristemente célebre Méndez Vigo, el cual dio una de las mas grandes pruebas de crueldad de toda aquella lastimera época, pues encerrando en un quechemarín llamado el Santo Cristo de Sevilla, a Escandón y a otros cincuenta prisioneros, el 23 de Julio, es decir cuando la Coruña iba a rendirse, los mandó arrojar a todos al mar, reproduciendo así las lúgubres y terribles noyades de Carrier en Nantes, de triste recordación.
Perecieron en aquel acto criminal Escandón y otros varios asturianos indudables, a juzgar por el apellido, como Campón, Andrés Navia, Juan Piedra Cueva, Juan Magadán, José Manuel Noriega, Ventura Villamil y más algunos me parece que clérigos. A los hijos de Escandón no los embarcaron. Llegaron a decir los liberales que era una calumnia la muerte de Escandón, que lo habían sacado del agua y llevado a Mallorca.
Este fue el fin triste de un asturiano valeroso, héroe de la Independencia muerto por su exaltado amor a la soberanía Real.
Se le hicieron funerales memorables en la Iglesia de San Vicente de los Benedictinos en Oviedo en 1824, pronunciando la oración fúnebre el Maestro de estudiantes P. Rafael Díaz sobre un texto del Libro de los Macabeos: «Mejor es morir en la guerra, que ver los males de nuestra gente y de los Santos» que en estos tiempos se han repetido mucho en esta misma forma o en otra parecida. El P. Maestro, como si fuera también un depurado de nuestros días hace protestas de «sentimientos siempre inalterables de la más decidida adhesión a la justa causa».
Se refiere a las ideas de Escandón, defensor del altar y del trono; a los ultrajes, afrentas y atroces tratamientos sufridos por Escandón en Oviedo, «ciudad esclava entonces de unos monstruos que la oprimían.» Estos monstruos que la oprimían, según el P. Díaz, y que de nombre conocemos, fueron los mismos que a los pocos meses de los sucesos que acabamos de relatar, pedían ya amnistía, transacción y olvido, como con favorable éxito que hicieron varias veces los revolucionarios que nosotros hemos visto vencidos en lo que va transcurrido del siglo XX. [40]
Pero no ocurrió así; como la guerra civil aunque breve fue dura y sin cuartel y como los actos de terror habían sido sangrientos, dejó un sentimiento de feroz venganza en los realistas.
La política de Europa y la Regencia de Urgel dieron otro curso a los acontecimientos, es decir, que se produjo la intervención extranjera, entrando en España un ejército francés al que se llamó de «Los cien mil hijos de San Luis», al mando del Duque de Angulema, con el propósito de restaurar en su trono y en su poder o mando absoluto a Fernando VII.
Fue muy significativo el hecho de que el pueblo español, que diez años antes luchaba desaforado contra los franceses, el año 23 no opuso resistencia popular al ejército que venía a derribar el sistema constitucional, a pesar de los encendidos, manifiestos de nuestro paisano D. Evaristo San Miguel, Ministro de Estado, en aquellas complicadas circunstancias, cuando el memorable año 8, bastó un simple bando del alcalde de Móstoles, obra de otro asturiano, para conmover a toda la nación.
Se luchó con mucho ardor y Riego combatió con Extremera y otros Generales, siendo cogido preso en Málaga. También por Asturias vinieron las tropas francesas, mandadas por el barón Huber y después de ligeros combates en Avilés y otros puntos, quedó la provincia pacificada.
Las consecuencias de esta guerra fueron dolorosas y de nuevo mostraron cómo aumentaba la división y el encono de los españoles. Las víctimas fueron muchas en todo el país, pero la principal, la más significativa, fue el General que con su pronunciamiento había traído el segundo período constitucional, el asturiano D. Rafael del Riego Flórez, que fue luego, aún sigue y seguirá siendo el símbolo del liberalismo y de la libertad en sentido liberal, el que sirve de término de comparación para esta cualidad en la frase tan española «más liberal que Riego», el que adquirió una popularidad que, aunque sólo por el nombre, perdura; el que con toda justicia, repito, mientras haya liberalismo y liberales en España, será su ídolo y su modelo por dos circunstancias, por el «Trágala perro», la canción que él popularizó con la que hería e insultaba a realistas y serviles, y por el famoso himno. [41]
El «Trágala» llegó a ser procedimiento de Gobierno que en muchas ocasiones se utilizó para implantar reformas que el pueblo español rechazaba o al menos no aceptaba de buena gana, imponiéndose las novedades inadaptables a palos, en forma de «trágala» expreso o tácito y a los acordes del himno hemos visto caer por dos veces la Monarquía en España y hasta llegó a ser himno nacional y sí por las imprevisibles circunstancias que nos reserva el misterioso porvenir, de nuevo se instaurase sin la raigambre tradicional, volvería a desaparecer por tercera vez a los mismos sones, que tienen son de muerte para la Monarquía liberal de España.
La letra, obra de D. Evaristo San Miguel, es francamente floja, porque, aunque llena de los tópicos liberales en armonía con el carácter de aquella época de decadencia literaria, había, dentro del mismo género, cosas mejores. Dicen que los padres de D. Evaristo, desearon dedicarlo a las letras; él optó por las armas. Como militar, que llegó a las más altas categorías, a los cargos más sobresalientes del Estado y obtuvo todos los premios y recompensas que pueden apetecerse en este mundo mísero, no fue cosa notable, por ser uno de los primeros y más significados Generales políticos que produjo el siglo XIX, tan fecundo en contrasentidos y cosas disparatadas. Dedicado a las letras no hubiera sido superior, porque era víctima de un cerebro fácilmente sugestionable por la multitud de mitos y frases sonoras que entonces nacían y se propagaban con profusión abrumadora. fue periodista de nervio en multitud de publicaciones que fundó o dirigió para hacer su política y hasta cultivó la historia en grande, escribiendo la D. Felipe II como era de rigor en un liberal de su época y categoría... Como poeta vale poco, como hemos dicho, pero le hicieron ganar una inmortalidad pasajera –y perdóneseme esta inocente facecia– los versos del himno de Riego, que con poco gusto que se tenga y aunque esté ahora por desgracia embotado, se pueden calificar de huecos y simples.
Véase la muestra que presentamos porque los versos primitivos del himno, son en general poco conocidos: [42]
Soldados, la patria nos llama a la lid juremos por ella vencer o morir.
Serenos, alegres valientes, osados cantemos soldados el himno en la lid...
Sus huestes cual humo veréis disipadas y a nuestras espadas fugaces correr...
Y osados quisimos romper la cadena que de afrenta llena del bravo el vivir...
Que tiemble, que tiemble que tiemble el malvado al ver al soldado la lanza blandir...
Volemos que el libre por siempre ha sabido del siervo vendido la audacia humillar.
En fin, es literatura de época y como poesía francamente mala. Claro que no es ni remotamente nuestro propósito analizarla literariamente, sería una simpleza; pero a pesar de cuantas faltas puedan señalarse, en su tiempo y mucho después estos versos hicieron su efecto aún entre personas que creían picar alto y distinguían en política con tanta suficiencia los [43] que eran libres de aquellos otros que eran esclavos o siervos cuya audacia había que humillar y démonos cuenta del efecto que hicieron y de lo que el himno «electrizó a las masas» según se decía y cómo, bajo su influjo se hicieron muchas cosas feas y rudas y sangrientas en España. Por eso son de admirar las consecuencias que pueden traer y muchas veces traen, cosas que en sí tienen escaso valor, pero deben encerrar alguna virtud que nosotros no atinamos a descubrir, mas tampoco podernos negar, como en el caso presente, en que tras unos malos versos puede ocultarse un buen liberal.
Los últimos años del Rey
Vino pues la reacción del año 23, inaugurándose el período que los liberales llamaron «la ominosa década» y duró hasta la muerte del Rey.
Esta segunda reacción tampoco tuvo en Asturias un carácter tan violento como en otras regiones de España, aunque algún historiador asturiano llame a estos años, igual que todos los demás escritores liberales, años de ignorancia, de despotismo, de persecución e intolerancia. Como si en esta época salieran los españoles de disfrutar las delicias de la Arcadia feliz. Se repitieron los hechos del período anterior en el otro sentido.
Por ejemplo: en la Universidad fueron expulsados, parece, hasta 26 entre catedráticos, doctores del Claustro y estudiantes, uno de ellos D. Pedro José Pidal. Todos los funcionarios fueron purificados en primera y segunda instancia y en el incendiado archivo de Hacienda tuve ocasión de leer las listas, con los resultados, lamentando ahora no haberlas copiado.
El Claustro celebró funerales solemnes por el bachiller Roces Lamuño, el luchador realista ejecutado como ya hemos dicho, en 1822. Se llamó a Lamuño «primer mártir de la lealtad asturiana» y se calificó con los adjetivos de desleales, cobardes y perjuros, a los liberales sublevados en Oviedo.
Se pensó en levantar un monumento al bachiller en el lugar del campo de San Francisco donde fue ejecutado y la gente sencilla y supersticiosa, muy dada a lo sobrenatural y extraordinario, temía pasar por aquellos alrededores pues se decía [44] que por las noches aparecía una paloma blanca, que era el alma del realista muerto, la que se presentaba, parece, no como alma en pena, sino triunfante, a la manera del espíritu de Santa Eulalia nuestra patrona, en el martirio.
Se usaba mucho en España, como siempre, hablar de milagros y de la intervención divina.
La Universidad se hizo francamente realista, pagó uniformes para los voluntarios, pidió que no se redujera el número de éstos, llamó perjudicial a la Cámara, felicitó al Rey, mandando una comisión a la Corte, formada por Méndez Vigo, R. San Pedro, Pérez Villamil y Torres Cónsul, ofreciendo un donativo al Monarca, lo mismo que hizo la comisión enviada por el Cabildo. También organizó vistosa procesión por las calles con el retrato del Rey.
Pero ni se mató a nadie, aunque dicen que las gentes exaltadas quisieron asaltar la Cárcel fortaleza, entonces reedificada y sacar a los presos para cometer desmanes, sin que sucediera así, afortunadamente, ni tampoco se expatrió, ni se persiguió con encono y crueldad. Existía, sí, ese ambiente antipático y tan molesto, que luego se repitió en varias ocasiones, lleno de suspicacia, vigilancia y sospecha, propicio a la denuncia anónima y a la minúscula venganza personal.
Las cosas en un principio se llevaron con cierto rigor, marchándose muchos estudiantes a Universidades más tolerantes, según D. Fermín Canella. Se estableció severa censura de las conclusiones para la colación de grados. El Fiscal, era el censor regio de la Universidad. El año 1828, las imprentas se negaron a editar algunas repeticiones, por no estar censurados. fue calificada de herética y sospechosa por el Colegio Teológico, alguna proposición que más tarde, en 1829, absolvió el Obispo, después de retractarse los autores públicamente.
Se implantó en Oviedo el plan de enseñanza de 1824, llamado de Calomarde, aunque no fue su autor; plan raquítico, como lo califica Menéndez y Pelayo, que no impidió ni la depravación de los estudiantes ni tampoco evitó que se conspirase, antes al contrario –lo que convendría tener siempre en la memoria para que jamás en España vuelvan a repetirse lamentabilísimos hechos antirreligiosos, –ni que calladamente [45] se organizasen logias donde figuraban estudiantes, lo que dio motivo para que se suspendieran las enseñanzas de dos cursos, cerrándose las Universidades, signo más de debilidad y de flaqueza que de intolerancia, según dice el mismo D. Marcelino.
Un asturiano ilustre, Inguanzo, al que vimos en las Cortes de Cádiz como campeón de las ideas antirrevolucionarias, contendiendo con sus paisanos Argüelles y Toreno, el gran Inguanzo, ahora Cardenal Primado, protegió la que se llamaba Biblioteca de Religión, para contrarrestar los efectos de los malos libros que como a fines del siglo anterior circulaban por todas partes y esa Biblioteca recogió lo más selecto y moderno que se publicaba por entonces, introduciendo en España las obras de José de Maistre, Lamennais y otros muchos famosos escritores.
El plan se cumplió por nuestro Claustro con escrupulosidad, incluso lo tan estrechamente reglamentado como las comuniones.
Fue consejero director don José Cabanilles, que mostró mucho interés por la Universidad, si bien nada pudo hacer por los expulsados.
Las purificaciones y procesos continuaron siguiendo la causa el Magistrado don Mariano Antonio Collado, muy tolerante. Los purificados habían de acreditar su adhesión a la Real persona, no haber sido milicianos, ni pertenecido al llamado Gobierno constitucional, probando además su conducta moral, religiosa y política. Más tarde vinieron otros magistrados, los Sres. Baraíbar y Valdés Posada y como resultado final, fueron todos indultados, incluso aquellos para los que se pidió pena de muerte, menos los que se hallaban en rebeldía, como Pezuela, don Manuel Mª Acevedo, coronel Pola, don Pedro Celleruelo y algunos estudiantes.
Como se ve por estos y otros muchos testimonios, la política fue suavizándose en los últimos años del Rey, que llegó a temer tanto como a los liberales a sus propios y descontentos partidarios, que se lanzaron a movimientos en algunas regiones.
Poco más de carácter memorable ocurrió en Asturias por aquellos años, o al menos no he logrado recogerlo en las reducidas lecturas y consultas que pude hacer. [46]
El año 1825, se celebraron solemnes funerales por el Rey de Francia, Luis XVIII, muerto el año anterior, dando ello ocasión a manifestaciones de los realistas.
El año 1829 también se solemnizó con mucha pompa el matrimonio del Rey con su cuarta mujer, María Cristina, pero siento no haber encontrado datos muy extensos o detallados sobre las fiestas por el nacimiento de Isabel II en 1830 y su proclamación como heredera y Princesa de Asturias, que supongo hayan sido muy solemnes y populares y alborozadas por ser ella la esperanza de los liberales.
Por este nacimiento y por la revolución francesa que arrojó del trono a Carlos X y con él la primera y legítima rama de los Borbones de Francia, aumentaron las esperanzas y conspiraciones de los liberales que intentaron movimientos militares, siendo uno de los desterrados que se acercaron a la frontera de Cataluña, don Evaristo San Miguel.
A pesar de esta dulcificación de costumbres o métodos políticos a que hemos aludido, seguimos leyendo en cuantos se ocupan de aquella desdichada época, lo de abominables venganzas realistas, y patriotas liberales perseguidos.
A mí juicio es muy difícil acaparar la palabra patriota y aplicarla exclusivamente a los liberales, como si los demás, los que entonces se llamaban defensores del Altar y del Trono, sentimientos tan tradicionales y verdaderamente españoles, no fueran tan patriotas como pudiera serlo cualquier otro nacido en nuestra nación.
Es de esperar que con el tiempo, las cosas se vayan aclarando, sobre todo cuando historiadores serios y bien inspirados recojan tantos documentos como hay aún ocultos y no conocidos, cuando se suplan los que con poca reflexión y poco interés patriótico fueron destruidos y se coloquen para escribir en otro aspecto o punto de vista de la vida nacional, en el que parece prevalecer, por el momento al menos, en estos tiempos de glorioso movimiento.
Repito que en estas superficiales observaciones, no trato de justificar nada de lo hecho por el Gobierno en la «ominosa década» ni quiero referirme más que a lo ocurrido en Asturias, donde la oposición de ideas no fue tan sangrienta ni tenaz como en otras regiones de España. Aquí sólo [47] conservaban sus tradicionales sentimientos y fidelidad al Rey, el clero, sobre todo el rural, que más tarde ayudó al carlismo, el paisanaje de ciertas comarcas y algunos señores, pero no los de mayor influjo en la provincia. Eran los liberales mucho más potentes y numerosos y no tenían enfrente una masa, como en Cataluña, donde los realistas eran más ardorosos y el pueblo bajo, exaltado y creyente.
Creóse en España el cuerpo de Voluntarios realistas el 10 de julio de 1823, cuando todavía se luchaba por la libertad del Rey y en junio de 1826, se le dio la organización definitiva, formándose 486 batallones de infantería, 20 compañías de artillería, 52 escuadrones de caballería y algunas compañías de zapadores.
Asturias, como suele suceder en multitud de variadas cuestiones, entre las que podemos señalar las políticas, fue de las más entusiastas y formaban sus tropas la Cuarta Brigada, dependiente del subinspector de Castilla la vieja, don José O'Donell, Capitán General de Burgos.
Había, pues, en Asturias el antiguo regimiento de las milicias provinciales de Oviedo, que mandaba el coronel don Álvaro de Navia Osorio, siendo teniente coronel don Joaquín Lorenzo de Lena y sargento Mayor don Francisco Brandis y además los batallones de Voluntarios realistas que eran 35, con media compañía de caballería. Como puede advertirse, en comparación con las demás provincias, eran muchos los realistas asturianos voluntarios, aunque es de sospechar que algunos batallones no debían estar muy nutridos, a juzgar por el gran número de mandos que se hallaban vacantes. Leyendo la lista de los batallones, podrían sacarse consecuencias interesantísimas, que por el momento y en una breve conferencia, son casi imposibles.
Por ejemplo, estudiando la distribución de batallones por concejos, habría que averiguar por qué en Villaviciosa donde era tan poderosa la familia de Peón, cuyos miembros, como ya vimos, tuvieron parte tan destacada en la resistencia contra los franceses, en Villaviciosa digo, no había batallón en la capital y sí, dos en parroquias del concejo, en Bedriñana y en Lugás, pero en Cangas de Tineo, donde preponderaba la casa de Toreno, tan liberal, había tres; en los concejos donde [48] tenía más influjo la casa de Quirós, eran escasas las fuerzas realistas y partes importantes de Asturias, no tenían organización ninguna.
Había un batallón en Oviedo y otro en Naranco; dos en el concejo de Gijón, (uno dice en Vega y otro en Cenero); tres en Siero, (uno en la Pola, otro en La Carrera y otro en Bobes); dos en Lena; uno en villas tan importantes como Avilés, Salas, Llanes, Ribadesella, Cangas de Onís, Laviana, Grado, Luarca y Pola de Allande, en pequeños concejos como Morcín, Carreño, Caso, Nava, Sariego y Candamo, en otros mayores, como Langreo y Llanera y también en parroquias aisladas como San Juan de Vervio, Villamayor, Vioño y Collanzo, único en el extenso y poblado concejo de Aller.
Entre los jefes que mandaban estos batallones realistas suenan nombres muy asturianos, algunos de los cuales figuraron más tarde en la organización y luchas carlistas, como los Cuervo Arango, los Palacios de Morcín, Rubín de Celís, Castañón, Baones y otros que siempre tuvieron significación que se llamaba últimamente derechista, como Valdés Hevia, etcétera.
El jefe de Oviedo era don Miguel Campomanes y el que mandaba la caballería, don Francisco Berjano.
Sin embargo, leídos con detenimiento los nombres de los jefes realistas, se ve que los de más alcurnia, no pasaban de ser señores de los pueblos, modestos hidalgos como aquellos tan simpáticos de que hablé ya al tratar de la guerra de la Independencia, los que en muchos concejos fueron después carlistas, a los que describiré y nombraré más adelante cuando, llegue, si vuestra benévola atención me asiste, a la segunda guerra civil; pero no figura ningún título, ningún alto personaje de tantos como firmaban los manifiestos liberales de pocos años antes, y téngase en cuenta que habían pasado por los rigores del mando liberal exaltado. No parece que hubiera conversiones, como ahora.
Tan arraigadas tenían sus ideas y sus propósitos liberales por diferentes razones que a su tiempo procuraré penetrar y puntualizar, tan convencidos estaban, que no fueron suficientes para desengañarlos, ni las realidades, ni aún los excesos de los dos períodos constitucionales, a pesar de ir los tiros [49] dirigidos con bastante claridad contra las instituciones básicas de la nación, y no solo contra los defectos, que existían desgraciadamente, con intento de mejorarlos, sino contra las instituciones mismas.
Empleando un lenguaje a la moderna y trasladando a nuestro tiempo aquella tan semejante situación, podríamos decir que los señores y clases directoras de entonces, tenían tanto en las entrañas las avanzadas ideas de su época, que no se desengañaron con el Gobierno dos veces ensayado del frente popular, ni con los intentos de una revolución fracasada como la del año 1934 y así, repetimos, que los que encarcelaban a los ocultos enemigos del sistema, desterraban Obispos y suspendían temporalidades, los condes y marqueses, los grandes y ricos señores, no figuraban en los mandos de los batallones realistas el año 1832; estaban esperando, con la espada en alto, la muerte del Rey caduco y acabado en la fuerza de la edad, para volver a los ideales del año 12 y del 20 al 23, exacerbados con las venganzas y persecuciones de la «década».
La guerra civil estaba latente. Por todas partes había síntomas y presagios y tanto los liberales como los realistas impacientes, provocaban trastornos que atemorizaban al Rey y no sabía darse mano, ni contentar a blancos ni a negros. Por trances en extremo parecidos hemos pasado los aquí presentes varias veces en estos últimos tiempos.
Así sorprendió a Asturias la muerte de Fernando; cada uno en su puesto, pero el puesto mayor, inmensamente mayor, para los liberales, porque pocos señores y curas y paisanaje podía oponerse a tantos poderosos elementos como predominaban desde la ya casi lejana época de las cortes de Cádiz, contando además con la flojedad de los batallones realistas que aquí, como en el resto de España, no sirvieron para nada.
Abierta la Universidad, los estudiantes, como en el año 20 secundaron el grito de Riego, esperaban ahora el cambio político, renovando sus sentimientos liberales y luciendo en sus vestimentas la escarapela de Cristina, que había de dar el nombre a todos los elementos en que se apoyó para asegurar [50] el trono a Dª Isabel, elementos tan diversos unidos por el mismo interés, que no se llamaron isabelinos, sino cristinos, hasta que ella misma fue su víctima.
Y sobre todo esto resonaban las estrofas del himno famoso:
Blandamos el hierro que el tímido esclavo, del libre, del bravo, la faz no osa ver...
El caso es, según parece, que el esclavo no era tan tímido como se decía, osó ver la faz del libre, se midió con él y la consecuencia inmediata fue la primera guerra civil que duró siete años.
La conferencia anterior, fue la primera de una serie cuya continuación en el programa del Cursillo de Luarca en Agosto de 1937, decía así:
II
La guerra civil de los siete años. – Escasa repercusión en la provincia. – Expediciones de Gómez Damas y Sanz. – El 19 de Octubre. – Asturias liberal. – Los moderados. – Personalidades sobresalientes. – La sociedad ovetense en 1850. – Movimiento ideológico en el bienio progresista. – Se acusan las distintas tendencias políticas.
III
La revolución del 68. – Preparación política. – Campañas periodísticas. – Personalidades. – Las elecciones de 1869 y 1871. – Representación carlista de Asturias. – La segunda guerra civil. – Voluntarios. – Organización. – Escaramuzas y víctimas. [51]
IV
La política en Asturias después de la Restauración. – Personalidades. – El caciquismo. – Consecuencias del Caciquismo. – Organización civil del Tradicionalismo. – Prensa. – Elecciones. – Representación en los Ayuntamientos. – Las elecciones de 1917. – Escisiones. – Vida lánguida en estos últimos años.
Rogamos a los lectores perdonen las omisiones, errores y faltas que puedan advertir en este modesto trabajo, teniendo en cuenta que apenas fue retocado y por razones que no son para exponer ahora, se dio a la imprenta con precipitación.
Transcripción íntegra del texto contenido en las 51 páginas del opúsculo impreso en 1939.
|