Filosofía en español 
Filosofía en español


Platón Ortiz

Chocano y Vasconcelos

Desde Lima, la ciudad que lo vio nacer, el poeta en asueto, don Santos Chocano, sigue disparando contra el ex secretario de Educación las flechas que heredó, diría él, de sus antepasados los incas. Estamos lejos de reprobarle esa actitud. Más nos gusta verlo lanzando la saeta que prosternado a los pies de un tirano, con el turíbulo. Sólo que parece descansar del arco, con el incensario. El ex ministro viajero, es un «farsante»; pero a continuación, Juan Vicente Gómez es un «formidable presidente».

Felizmente, la víctima del encono chocanesco se encuentra muy lejos. Hay entre ellos, de por medio, nada menos que el ancho océano, como diría el ampuloso Homero. Chocano derrocha inútilmente las aljabas de sus antepasados. Las flechas de esas aljabas se perderán en el vago viento, o se sumergirán en la onda salobre. Vasconcelos seguirá su éxtasis en Florencia, ante los cuadros del Beato Angélico.

¡Oh, contrastes! Al mismo tiempo que [130] Santos Chocano escribe en Lima: «Vasconcelos es un farsante, mientras que alguien no publique un artículo del tal contra Victoriano Huerta, Venustiano Carranza o Francisco Villa, cuando éstos vivían, puesto que los ha insultado después de muertos», Vasconcelos describe su éxtasis ante la Crucifixión del Señor: «La sala estaba sola, callada, me senté en un banco y miré por partes, miré el conjunto, me contagié de su unción. Mi pobre cuerpo, estropeado, fatigado, deshecho, se dejó desfallecer. El sueño me cerraba los párpados: yo los entreabría, cogía la visión y los volvía a cerrar. Por fin, se me durmió el cuerpo, y entonces, con los ojos del alma, que no conocen fatiga, comencé a mirar todo el cuadro. Lo vi más luminoso, con los ojos cerrados y dormidos; lo que el cuerpo no puede sentir, lo advertí en el ensueño, en ese semisueño que suele ser la verdadera vigilia del alma...»

Es decir, mientras el místico andante se halla en la nube de su éxtasis místico, o neoplatónico, en la tierra, su nombre o su vestidura es arrastrada sobre el fango de una querella. Pero, ¿qué le importa a él que su túnica sea arrastrada por el fango, si su alma flota en la altura, acariciada por inefables y dulcísimas visiones? ¿Qué le importan, dirá, los dicterios de un violento, mientras él disfruta de su ensueño seráfico? Santos Chocano podrá asaetearle el cuerpo, [131] pero su alma, nunca. Su alma es inaccesible. El señor Vasconcelos es uno de los pocos hombres que gozan del privilegio de tener alma, en estos tiempos en que nos hemos quedado sólo con cuerpo e instinto. A él sólo esos éxtasis sin mezcla como el que nos describe en su última crónica.

Pero volvamos al descendiente de Manco Capac. El desdeñoso silencio de Vasconcelos lo tiene fuera de sí. Ese silencio él lo considera un ultraje a «su» grandeza. Buscaba una polémica, algo ruidosa, espectacular y continental con el autor del Monismo estético, y éste le responde con un silencio que lo desconcierta. ¿Qué significa ese silencio? ¿Miedo? No lo creemos. El señor Chocano es un lamentable dialéctico. No conoce la ironía. Derrotarlo en una contienda de este género, ponerlo en ridículo, es una empresa bastante fácil. Vasconcelos tampoco es un ironista, pero maneja la prosa y ha demostrado, en más de una ocasión, ser fuerte en el ataque y hábil en la defensa. La prueba de lo primero está en el profundo escozor que produjeron a Santos Chocano las rápidas alusiones que hizo de él en un artículo el ex secretario de Educación. ¿Que Lugones comentó con una «simple carcajada» las invectivas de Vasconcelos? Nosotros creemos que no. Creemos que todavía sangra el señor Lugones de aquella herida. [132] Esas actitudes olímpicas son falsas. En el fondo, esos señores son unos pobres diablos que se conmueven de todo. Lugones debe estar esperando oportunidad para desquitarse, en La Nación, del artículo de Vasconcelos.

Una sorpresa nos trae el segundo artículo de Chocano publicado en un diario de esta localidad: esa estatua que el ex ministro de Educación pensaba levantar a don Santos Chocano. Como poeta, no dudamos que don Santos Chocano merezca una estatua. Merece, por lo menos, un busto. No desespere, algún día le han de erigir, si no la estatua, el busto, en alguna de nuestras capitales latinoamericanas. Pero esté seguro que esa consagración no será en la ciudad de Guatemala.

El señor Chocano, hombre excesivo, enfático y superabundante, sueña con una estatua, quizá semejante a la que Leguía tiene en una plaza de Lima. Una estatua a caballo, y con sable... Sólo que las estatuas ya no más convencen a los generales. La más ateniense consagración del genio o del simple talento es el busto en mármol o bronce. El autor de Los Trofeos no se siente deshonrado por el busto que le acaban de erigir los franceses en el Parque de Luxemburgo. Santos Chocano quisiera una estatua de cincuenta metros de altura sobre la cumbre de El Chimborazo. [133]

¿O el párrafo de Raúl Haya de la Torre no será otra cosa que una insinuación que hace Chocano a los mexicanos para que le erijan, a él también, un busto, junto con los de Nervo y Darío?

¿Es cierto que Haya de la Torre mandó al cantor de Villa, por medio de un amigo, el recado contenido en el párrafo de la carta que Chocano pone como epígrafe de su artículo: El caso del farsante Vasconcelos? ¿Es cierto que Heliodoro Valle, «hombre leal», si los hubo, llevó al señor Chocano saludos y recuerdos afectuosos del señor Vasconcelos? ¿Es cierto que el presidente Obregón nunca recibió de parte del poeta Chocano una sola insinuación que pudiera traducirse en deseo de algún favor? ¿Es cierto, por último, que «don Álvaro» regaló a don José Santos una foto suya (de Obregón) con la más cariñosa, entusiasta y encomiástica dedicatoria? No olvidemos que el señor Obregón fue poeta en sus mocedades. De ahí nace su simpatía hacia los poetas. Haya de la Torre contestará que todo era una blague, o una tomadura de pelo, como decimos en castellano. Heliodoro Valle guardará silencio o se saldrá por la tangente; el general Obregón, si acaso contesta algo, dirá que Cajeme no le deja tiempo para andar en chismes de cocina. Chismes de cocina, dimes y diretes, querella de rabaneras [134] es en verdad eso en que anda ahora envuelto el «poeta de las Américas»,

«Ya estoy harto de tantos insultos rufianescos, que siempre me han producido el mismo efecto que a las estatuas de mármol las salpicaduras de lodo.» Sí, pero lo mejor sería que las estatuas estuviesen sin salpicaduras. Esas salpicaduras afean el blanco mármol de las estatuas. Gustan los mármoles impolutos. El del poeta peruano ha sido tan mancillado que ya tiene una costra de impureza, y en veces gotea fango.

Si don Santos Chocano,, al compararme con las estatuas, ha querido hablar de su impasibilidad, no hay duda de que en punto a impasibilidad marmórea, Chocano les da punto y raya a las estatuas. ¡Ah, el impasible, el marmóreo Santos Chocano!

«Mi única moral es la de los incas: no matar, no robar, ni mentir.»

Al día siguiente mató. Ahora tendrá que modificar el precepto en esta forma: mi única moral es no robar, no mentir. ¿Pero nunca ha robado don Santos Chocano? ¿Nunca ha mentido? Y cuando envió a Rubén Darío este dístico famoso:

Tú que eres más borracho que Baco. Yo, que soy más ladrón que Caco...

Por lo demás, hay que temer, a ese hombre [135] terrible. Ayer un inofensivo fanfarrón, hoy se ha tornado en un «bufón» trágico y sanguinario. Un bufón de pluma y pistola. Que se cuide el maestro de la juventud de América. Su silencio tiene exasperado al asesino de Edwin Elmore. Puede cruzar el «charco», en un rapto de aguda neurosis, para ir a sorprenderlo, pistola en mano, en el instante mismo en que se entregue en Florencia a sus éxtasis extraterrenos.

Platón Ortiz.


Poetas y bufones. Polémica Vasconcelos-Chocano. El asesinato de Edwin Elmore
Agencia Mundial de Librería, Madrid 1926, páginas 129-135.