Filosofía en español 
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José Santos Chocano

El caso del farsante Vasconcelos

Una explicación necesaria, por respeto al público de México (Especial para Excélsior)

«Si usted ve a Chocano, dígale que es muy posible que Vasconcelos, que acaba de inaugurar las estatuas de Nervo, Darío y Gabriela, ordene que se esculpa también la suya. Ayer hablábamos de este asunto, y leíamos aquel poema de Chocano a Villa: “Caes... caes... no importa, bandolero divino.”»
Víctor Raúl Haya de la Torre.
México 23 de abril de 1924.

Apartado voluntariamente de México, no hube de escribir para el público una sola palabra más sobre los hombres ni las cosas de la política de ese grande y bello país. Sólo me impuse la obligación de defenderle, dondequiera [50] y cuando fuere menester, de los injustificados ataques que contra él hicieran propagandistas interesados o gentes apasionadas y poco escrupulosas. Conocida es la «PROCLAMA LÍRICA» que publiqué en Nueva York, apartado ya de México y de su política por completo, cuando la llamada «expedición punitiva». Desde entonces, no hay un solo mexicano, cualquiera su filiación política, que no hubiese tenido en mí un amigo sincero; la emigración residente en Nueva York, por los tiempos en que llegó como cónsul allí el ahora ex Presidente De la Huerta, puede desmentirme.

Ningún mexicano, pues, podrá llamarse a ofendido por palabras y actitudes mías, después de mi voluntaria salida de ese importantísimo país.

En su oportunidad cumplí con dar las gracias al representante de México –que lo era el señor Jiménez O'Farri, creo hoy residente en la capital de esa República– por las gestiones que hicieron en Guatemala a favor de mi vida y de mi libertad, sucesivamente, los Gobiernos de D. Venustiano Carranza y de D. Adolfo de la Huerta, sin que hubiese tenido yo que desenvolver ninguna acción política posterior provechosa para ellos, con lo que se patentiza a la vez la nobleza mexicana y mi tranquila corrección. [51]

Durante el Gobierno del general Obregón no he tenido con él más contacto que un cablegrama de saludo a México en su aniversario patrio; y hago constar, sin jactancia, que conservo recuerdos en mi poder de la amistad particular de D. Álvaro, como es un retrato suyo con dedicatoria del más entusiasta y cariñoso encomio para mí. Apelo a la caballerosidad del general Obregón para que haga saber en público si recibió de mi parte, durante todo su gobierno, una sola insinuación que pudiera traducirse en deseo de algún favor o si sabe de crítica hecha por mí en contra de él como general ni como gobernante. El silencio que él guarde no podrá ser más elocuente.

Enterado fui de la actuación ministerial que cerca del general Obregón desempeñaban el ingeniero Alberto J. Pani y el licenciado José Vasconcelos, con quienes había guardado correctas relaciones de amistad, aunque mayores con el primero, en mérito de haberlo podido tratar durante la Revolución; en que el ingeniero Pani hubo de actuar, mientras que el licenciado Vasconcelos no. Ni el uno ni el otro tampoco recibieron de mi parte solicitud de favor, ni tuvieron queja de la menor censura. Hube de darle a Ezequiel Balarezo («Gastón Roger») carta de presentación para el ingeniero Pani, y a Rafael Cardona, en Costa Rica, carta [52] de presentación para el licenciado Vasconcelos. Tanto el ingeniero Pani como el licenciado Vasconcelos manifestáronse muy atentos para con mis recomendados; y hube aún yo de recibir, en 1921, afectuosa carta del licenciado Vasconcelos, con quien no quise seguir en trato sólo por no verme comprometido a inmiscuirme de nuevo en la política militante de México.

Después de algún tiempo, me enteré de que el joven escritor Haya de la Torre –cuyas opiniones políticas no vienen al caso, pero cuya sinceridad dentro de ellas nadie puede negar– le decía en carta al poeta César Ferreyros, a quien aprecio de verdad, lo que el público habrá leído en el encabezamiento de este artículo. Cuando el licenciado Vasconcelos había acariciado el propósito de levantarme nada menos que una estatua en México, yo había sido «bufón» ya de Villa, Estrada Cabrera, Gómez y Leguía, según la opinión que más tarde hubiera de emitir al público Vasconcelos. Vasconcelos, pues, como queda demostrado, tiene en privado una opinión y en público otra. Esta «doctrina» de Vasconcelos es la única fija que le reconozco; y ya no me cabe la menor duda de que logró para ella numerosos prosélitos con su trato siempre «generoso». La carta está en mi poder y a la disposición del público, para que éste, que conoce la opinión que le ha emitido Vasconcelos [53] sobre mí, conozca por sus propios ojos también la opinión que sobre mí le emitiera en privado a Raúl Haya de la Torre.

Rafael Heliodoro Valle –que es un hombre leal– me manifestó en las vísperas del centenario de Ayacucho, a cuya celebración acudió él, que me traía saludos y recuerdos afectuosos de persona a quien yo no quería bien... Resultó que esa persona era Vasconcelos. –¿No querer bien yo a Vasconcelos? –le dije.– Pues tampoco mal. Él podrá tener sus ideas, tengo yo las mías; pero ninguno de los dos seríamos capaces de rebajar las ideas opuestas a la condición de pasiones contrarias. Rafael Heliodoro Valle, residente hoy en México, puede declarar si me trajo saludos y recuerdos de Vasconcelos, y si yo hube de deslizar palabra que juzgase él inconveniente.

Estas coqueterías de Vasconcelos para conmigo, al través de un buen amigo de los dos, eran en el mes de diciembre de 1924; sin embargo –a pesar de no haberle dado yo motivo personal alguno, ni haber tenido desempeño político nuevo–, pocas semanas después, Vasconcelos publicaba su desgraciado articulejo en México, diciéndole insultativas torpezas a Leopoldo Lugones –que le puede enseñar de todo– y llamándome adulador del «asesino» Villa, vil asesino a mí mismo diz que por ametrallar con [54] mis propias manos al pueblo sublevado de Guatemala, adulador del formidable Presidente de Venezuela –sobre quien todavía no he publicado un solo artículo– y corifeo y compinche del «verdugo» Leguía, de quien se da a entender que ha implantado en el Perú también el «fusilamiento como sistema de gobierno», según lo que dijo –supongo que apasionadamente– un periódico de México, cuando uno de los ministros del «sistema» era el propio Vasconcelos...

Las opiniones que suelen emitirse contra los gobernantes por sus enemigos políticos en nuestra América alcanzan proporciones verdaderamente pintorescas; pero tenemos que consolarnos con la práctica similar en los Estados Unidos, según me entero por David F. Houston. «El ocupante de la silla presidencial es poco menos que un asesino». (Opinión sobre Jorge Wáshington.) «El presidente es un monstruo cuyo alimento favorito es la sangre humana.» (Opinión sobre Andrew Jackson.) Hubo críticos coetáneos de Lincoln que calificaron a éste de «gorila» y de «bufón», exactamente como el crítico Vasconcelos al poeta Chocano... En naciones apenas en formación, las verdaderas opiniones sobre los Gobiernos no las damos los escritores, sino las «estadísticas».

Como el 23 de abril de 1924 ya era yo merecedor de la opinión publicada por Vasconcelos [55] y como ya ahora se conoce la que le emitiera en privado a Haya de la Torre y la coquetería que en privado también tuvo para conmigo al través de la gentileza de Heliodoro Valle, viene a quedar demostrada, aun en el caso particular que a mí se refiere, la práctica constante por parte del «maestro de las juventudes» de la deslealtad y de la farsa.

Muchos me han dicho que no he debido conceder mayor importancia a la provocación de Vasconcelos, y comentarle –como Lugones– con una simple carcajada; pero...

Ya estoy harto de tantos insultos rufianescos, que siempre me han producido el mismo efecto que a las estatuas de mármol las salpicaduras de lodo. Yo no voy a hacerle caso a un tal Vargas Vila, reconocidamente «invertido», que no en vano hay jerarquías intelectuales y para algo está establecida la distinción del sexo. Vasconcelos sí me parece un buen editor responsable; la posición oficial que ha ocupado en México –y de la que él se ha valido para crearse con sus «generosidades» una reputación artificial, entre algunos estudiantes universitarios de unos pocoss países de América– le hace merecedor de responderme por todos. Así es como estoy resuelto a pedirle en primera oportunidad cuenta de cerca, por los insultos y las calumnias que me ha dedicado cuidadosamente de lejos. [56]

Hay, pues, una cuestión personal creada por él, en que a nadie le permito inmiscuirse, a menos que asuma la responsabilidad de los insultos con que he sido provocado, después de los saludos y recuerdos que se me enviaran, pocas semanas antes, por Rafael Heliodoro Valle.

La cuestión personal aparte, acepto, si, dos cosas: obligarme a demostrar que Vasconcelos es un «farsante» –bastaría la carta que hoy publico para demostrarlo– y demostrar que no tiene ideología fija de ninguna clase.

Vasconcelos es un «farsante», mientras que alguien –prescindiendo de palabrerías y cuentos– no publique un solo artículo del tal contra Victoriano Huerta, Venustiano Carranza o Francisco Villa, cuando éstos vivían, puesto que los ha insultado después de muertos.

Vasconcelos es un «farsante» –además de haber sido un servidor incondicional del general Obregón, de quien también ya ahora parece que habla mal– mientras que alguien no publique un solo artículo del tal discutiendo, impugnando o criticando en alguna forma acto cualquiera del general Obregón, mientras que éste estuvo en el poder.

Yo no sostengo que Vasconcelos es un «ladrón», ni que es un «asesino»; sostengo –y me basta– que Vasconcelos es un «farsante» mientras [57] que no se reproduzca un artículo de él contra Huerta, Carranza, Villa u Obregón, publicado inicialmente con la debida oportunidad, nadie podrá quitarle de encima mi inamovible acusación. Es un simple «farsante».

Mi única moral es la de los Incas: «No matar, no robar, no mentir.» Creo que ni yo ni Vasconcelos hemos matado ni robado a nadie; yo me corto la lengua con los dientes antes que mentir; él... es un simple «farsante»…

Tomen nota en América los estómagos agradecidos a Vasconcelos, que mientras que no se lea la reproducción de un solo artículo de él en que se proteste contra Huerta, o contra Carranza, o contra Villa, o se le hagan siquiera unas observaciones al general Obregón, los insultos no me producirán más efecto que el que les produce a las estatuas de mármol las salpicaduras de lodo.

Lima, octubre 29 de 1924 [sic, por 1925].

N. de la R.– Por una casual coincidencia, el poeta Santos Chocano escribió este artículo para Excélsior la víspera en que el bardo peruano hirió de muerte al periodista Edwin Elmore. El artículo de Santos Chocano está fechado el 29 de octubre, y el 30 de ese mismo mes ocurrió el lance de que dio cuenta la información cablegráfica y que fue una resultante de la aguda polémica suscitada en torno de lo que en Perú se llama «El Affaire Chocano-Vasconcelos».


Poetas y bufones. Polémica Vasconcelos-Chocano. El asesinato de Edwin Elmore
Agencia Mundial de Librería, Madrid 1926, páginas 49-57.