Filosofía en español 
Filosofía en español

Movimiento de la naturaleza

[ Ramón Bercial López ]
 

Movimiento de la naturaleza

por D. Ramón Bercial

 

 
———
Yo soy todo lo que fue,
todo lo que es, todo lo que
será, y queda levantado el
velo que me cubría.
———
 

 

Madrid 1838
 
Imprenta de D. Miguel de Burgos
 

 
El autor denunciará ante la ley al que le reimprima sin su permiso.

 

Índice

Mi querida Madre, 3

Prólogo. Cómo adquirí mis conocimientos, 5

Salutación al Sol, 17

Parte primera. Principio universal
Cap. I. La naturaleza, 19
Cap. II. La materia, 26
Cap. III. El movimiento, 32
Cap. IV. Causa del movimiento, 37
Cap. V. Orden general del Universo, 53

Parte segunda. Principio vital y vida.
Cap. I. Principio vital, 57
Cap. II. Vida, 71
Cap. III. Funciones de asimilación y desasimilación, 78
Cap. IV. Centro vital, 90

Parte tercera. Historia humana.
Cap. I. La generación, 101.
Cap. II. La infancia, 107.
Cap. III. La adolescencia, 120
Cap. IV. La edad viril y la vejez, 128
Cap. V. Muerte, 135

Índice, 141-142


Mi querida Madre:

¿A quien mejor que a vos dedicaré esté tratado? Cuando fui a la escuela ya sabía leer; vos me habíais enseñado: sois el primer maestro que tuve, y es un deber mío consagraros mis primeros trabajos.

La obra que os presento trata de la naturaleza; la naturaleza es nuestra común madre, y ensalzándola os ensalzo. ¿No habrá contribuido a la averiguación de mis descubrimientos el haberme la madre de todos donado la mejor de las madres? ¿Os acordáis que en la niñez me ofrecíais premios para que estudiase; y siempre que me veíais muy entretenido en las travesuras de mi edad me repetíais: Si pudiera, hijo mío, entrar en ti o comunicarte mis ideas, ¡cuánto te gustarían los libros! [4] Sabed, madre que idolatro, ya que entonces no lo conocíais, que vuestros ecos causaban en mí muy grande sensación.

También habrán contribuido vuestros virtuosos pensamientos y sensible corazón a que la naturaleza me haya animado; porque, teniendo en vos un constante ejemplo que imitar, me dominaron las buenas acciones, y nuestra común madre no inspira a los malvados.

Al tributaros este corto homenaje creo dar una prueba de gratitud a la madre universal. Me lo dice la exaltación de mi sensorio, y el gozo que enajena mi corazón mientras escribo: pienso en vos y conozco que cuando leáis mis productos llorareis de alegría y yo seré la causa. Sed feliz.

Ramón Bercial


Prólogo

Cómo adquirí mis conocimientos. Conócete a ti mismo.

Siempre miraron los sabios con preferencia a todo otro el estudio del hombre.

Desde que me matriculé en el colegio de Medicina y Cirugía, acogió mi pensamiento gustoso esta idea, y no podía permanecer tranquilo si no quedaba satisfecho. Ya antes mi mente se entretenía algunas veces contemplando los productos de la naturaleza; mas entonces irreflexiva, solo los observaba como objetos que meramente halagaban su curiosidad: aun me embebecía con las travesuras de [6] la infancia, y mi cerebro todavía inquieto no tenía afición al estudio. Sin embargo recordaba con viva emoción los nombres que honraron la filosofía, y conocía que mi amor propio envidiaba su gloria.

La anatomía me agradó sobremanera, y me complacía el frecuentar la sala de disección, donde aprendí a ver tal como es en sí el organismo humano: la primera vez que vi disecar un cerebro quede admirado; porque estaba persuadido de que era una masa al parecer informe, y me cautivó la estructura armoniosa de sus concavidades: me creía viendo describir la morada de un sabio mago. Todas estas impresiones me afectaban de un modo extraordinario, produciendo una revolución en mi sensorio que yo solo puedo saber.

A mi imaginación le gustaba mucho mas contemplar que aprender de memoria las ideas de los demás hombres, emitidas como resultado de sus afanosos desvelos: y debía encontrar todas sus delicias en la fisiología. [7] El complicado enlace de las multiplicadas funciones que ofrece la vida me enseñó un anchuroso espacio que recorrer, por donde podía libremente caminar mi pensamiento: leía las contrarias teorías de los autores, y me ocurrió naturalmente que la verdad es única y que no podían ser ciertas. Determiné estudiar los fenómenos sin averiguar su esencia; porque me decía a mí mismo: si me dejo seducir por alguna hipótesis halagüeña que no sea verdadera, y me pierdo en el laberinto que me enseñe, acaso cuando quiera retroceder no encontraré la salida.

Estos pensamientos me ocupaban cuando me apartaron del estudio distracciones propias de mi edad: como las pasiones de la juventud y las ciencias siguen un opuesto rumbo, difícilmente se hermanan; por lo que, alejado del primer camino, solo la necesidad y pocas veces el deseo me obligaron en adelante a entrar en él. Mas como mi cerebro estuvo recorriendo durante dos años [8] espacios imaginarios, y sufría frecuentemente con zozobra los azares de la ilusión, estas sensaciones me iban volviendo melancólico; y la tristeza de la cara que fue reemplazando a la fisonomía antes alegre, daba muy bien a conocer la constante cavilosidad de mi mente. Desde entonces se ha hecho mi pensamiento muy meditabundo, y si la pasión del amor no fue la causa de mis descubrimientos, lo ha sido al menos de que estos sean mas prematuros.

El carácter sombrío que cada vez predominaba mas en mí hacía que fuese poco sociable; y la permanencia en Madrid me consumía a la manera que a un tísico el aire vital; por lo que apetecía salir de él. La guerra ardía entonces en las provincias del norte de la Península, a donde se retiraran los restos del despotismo a disputar la libertad española.

Patria y libertad: estos nombres sagrados me entusiasmaron, y el deseo de ser útil al mismo tiempo a la humanidad, a la nación y a sus [9] defensores, me impulsó la idea de pasar a los hospitales militares del ejército: lo que pretendí y me fue concedido.

Salí de Madrid, y todos los objetos que veía me impresionaban por primera vez, produciendo nuevas ideas que necesariamente me distraían. Destinado al hospital de Logroño, me hizo conocer la conciencia el tiempo que había perdido, enseñándome que les era muy difícil cumplir con su obligación a los que se dedican a la ciencia de curar, no estudiando constantemente. Estas ideas me hicieron volver a tomar afición a los libros, y con ellos se fueron calmando poco a poco las sensaciones agitadas que tanto me habían impresionado: según recobraba la razón su imperio me iba siendo el estudio mas grato; pero como la ciudad de Logroño me ofrecía más distracciones de las que yo deseaba, y la amistad de algunos amigos y condiscípulos me obligaba a no rehusarlas; procuré pasar a Viana, donde, aunque me [10] aseguraban podía ser presa del enemigo, estaba enterado de que podría satisfacer mi objeto; y la idea que iba predominando en mí no me permitía ver el peligro; porque soy tenaz en llevar al cabo un pensamiento.

Por espacio de nueve meses estuve en el hospital militar de Viana, que era un convento situado extra muros de la ciudad; donde generalmente no tenía otras ocupaciones que el cumplimiento de mis deberes, que eran cortos por los pocos enfermos, el estudio y la meditación. De este modo adquirió mi mente una calma deliciosa, y en el día adora el estudio mirándole como causa de su felicidad.

Allí volvió a fijarse en mi pensamiento con enajenación el conocimiento de sí mismo, y la imaginación emprendedora deseaba ansiosa la satisfacción de sus deseos. Creía ya conocer regularmente la vida, y empecé a indagar la esencia de las funciones que desempeñan los órganos que la ejercen. Observando todos los [11] fenómenos que la organización produce, analizaba el feto, miraba al infante, observaba al hombre, ojeaba las enfermedades, y ofuscado al fin con tantas sensaciones tumultuosas, hacía propósito de abandonar aquellas ideas: mas entonces se presentaba a la memoria para mitigar sus disgustos el genio encantador que anima al hombre mientras vive, la esperanza, y se calmaba.

Siete meses se pasaron en estas contemplaciones, que fueron interrumpidas porque me acometió una intensa fiebre tifoidea, que me tuvo al borde del sepulcro: sin embargo triunfó en esta lucha la naturaleza orgánica de la universal, y me conservó la vida. Durante la convalecencia se apoderó de mi economía, entonces debilitada, una melancolía tan constante, que me era insoportable: e insté pasar a Vitoria, donde creía encontrar amigos y distracciones que me aliviasen. En esta última ciudad, permanecí pocos días, desde donde fui destinado a Santander. [12]

Nací en Laredo, de donde salí antes de cumplir nueve años, y hacía más de quince que no respiraba el aire de la provincia natal; y aunque no tenía objeto particular que llamase mi atención en el país, el afecto que conservaba a la patria en que respiré la vez primera, hizo que marchase gozoso al punto de mi destino, ¡como si presintiese que la naturaleza me animaría, y que en el clima que me vio nacer conseguiría lo que tanto anhelaba!

Cuando llegué a la capital de mi provincia la salud iba recobrando su vigor, y comencé a dedicarme pronto a mis tareas. Estaba persuadido de que conocía bien la organización y sus fenómenos, causándome sumo disgusto ver que, a pesar de esto, no averiguaba su esencia, e ignoraba por consiguiente todos los misterios. Eran pasados tres meses en Santander, y un día que había tomado con más empeño que otros la averiguación del principio vital, para lo que pedí a un compañero la fisiología de Richerand, [13] estaba leyendo este autor, y me llamó en él la atención el siguiente paralelo:

«La hipótesis del principio vital es a la física de los cuerpos animados lo que la atracción a la astronomía.» ¡Pensamiento feliz!

Efectivamente dije; ¿el hombre no es un producto natural como los demás seres? Luego debo buscar su principio en el principio universal. A los primeros momentos de reflexión hicieron en mí una sensación terrible las palabras principio universal, primera causa universal: mi cerebro estaba acostumbrado al principio vital, el que había repetido infinitas veces y vivía ya en armonía con él, pareciéndole mucho más fácil de comprender que el universal: no obstante, la imaginación tenía mucho camino recorrido y debía continuar al precipicio o a la cumbre.

Me separé entonces del hombre, y me dirigí a la naturaleza. Empecé a reflexionar sobre la palabra atracción, y me convencí muy pronto de [14] que era solo un nombre que de nada me daba idea. La olvide y me dediqué a observar todos los cuerpos que en el universo me impresionaban, para ver si me daban indicios por donde marchar al encuentro del enigma cuya resolución me fatigaba demasiado. Veía toda la naturaleza en movimiento, consultaba la fuerza que da a los cuerpos su velocidad, pareciéndome muy concebible el equilibrio universal; y estaba ya casi dispuesto a creer que el movimiento era la primera causa: mas comienzo a recorrer nuestro globo, y me enseña que no puedo explicar así la formación de sus productos. Sin embargo, observaba en todo acción, no me podía separar del movimiento, le veía en todas partes, y me decía a mí mismo: Si donde quiera que miro me impresiona, ¿no me ha de impresionar también su causa?

Me ocurrió al fin que el movimiento es efecto de la traslación de los cuerpos de unos puntos a otros; que no tenía más existencia que la [15] que los cuerpos le daban, y en consecuencia, que en ellos debía buscarle. Al momento despejé la incógnita.

Ni el rey que apeteciendo la prosperidad del reino se viese recompensado con la ternura de sus vasallos; ni el general que después de haber conseguido una gran victoria viera ceñidas sus sienes con laureada corona; ni el amante que esperando enajenado una sola mirada de su amada se viera imprimir un ósculo de amor en su semblante, serían tan felices como lo fui en los primeros momentos que miraba la causa del movimiento universal.

¡Encontré el escollo donde naufragaron todos los sabios! ¡daré un día de gloria a mi patria! ¡verán los extranjeros que al momento que comenzó a desarrollarse el embrión de la libertad española ha obtenido resultados que las demás no han podido conseguir en su apogeo! ¿Qué será cuando mi nación pueda decir a todas?... ¡miradme, ya soy libre! [16] Estas fueron las primeras ideas que me ocurrieron.

Después volví a recorrer el camino antes andado, y me fueron fáciles los restantes descubrimientos que verá el lector. [17]


Al Sol

Mansión de la luz, padre del fuego, que, espiritualizado en tenuísimos rayos, se difunde por el inmenso espacio, iluminando con admirable velocidad todos los seres que ofrece la naturaleza, ¡el mortal que más te admira te saluda!!!

¿Y podría, aunque quisiera, no tributarte homenaje? Si todo lo veo, y en todas partes te veo, es porque me iluminas; si pienso, es porque me animas; y si siento, es porque me haces tú sentir. Si observo mis facultades, las comparo con las de los demás, y después te miro; son las mías las que más te se parecen; [18] porque si tu luz es infinita, también lo es mi pensamiento; y si penetras en todos los seres, yo también los analizo. Si tu materia es indestructible, no lo es menos la mía; y este beneficio le disfrutan lo mismo que nosotros todos los seres.

Diriges la naturaleza que imperas desde el espacio en que te colocó el Destino, sin que te sea dado alejarte un punto de él: esto me enajena; porque te veo obligado a obedecer, como todo lo que existe, a la ley que está en el Hado impresa, y en esto somos todos iguales.

Eres la causa de mi sensibilidad. ¿Recibirás acaso sensaciones como yo? Creo que no, porque no te son necesarias: y entonces… ¡para qué más alabarte! [19]


Movimiento de la Naturaleza. Parte primera

Principio universal

Capítulo I. La naturaleza

Los infinitos cuerpos que ocupan el inmenso espacio, girando por él con uniforme movimiento, componen la naturaleza.

Todo cuanto existe le pertenece; sin su intervención no hay nada; en sí contiene las causas que la gobiernan, y a las que ha de sujetarse eternamente, sin poder cambiarlas.

Lo contrario se verifica con los fenómenos que produce; porque, como son efectos de sus causas, siendo estas constantemente invariables, es indispensable [20] que los fenómenos muden, si han de continuar existiendo del modo que existen.

De la misma manera que un carpintero (la naturaleza) teniendo en su oficina una cantidad fija de madera (sus causas) convertida ya en efectos de su industria (fenómenos que produce) necesita darles diversas formas si ha de continuar trabajando.

Empero no es concedido a la naturaleza la libertad que posee el artista para detener sus trabajos: sujeta a las leyes de sus causas, ni un instante puede dejar de observarlas; así como no es dado al piloto detener el movimiento de la embarcación mientras el ímpetu de los vientos la combate. Por esto se le presenta al observador constantemente en continua acción.

Basta para convencernos de esta verdad, que miremos con atención los cuerpos que vagan por el espacio etéreo: todos los verán cambiando su situación incesantemente: prueba evidente de su perpetuo movimiento. Mas ¿para qué recurrir a objetos apenas accesibles a nuestros sentidos? encontrando experimentos palpables en el planeta que habitamos; procuraremos inquirirlos, donde apenas podemos percibirlos. [21] ¿No es parte de la naturaleza, y por lo mismo tiene que reconocer las mismas causas en sus efectos que el todo?

Veamos pues nuestra morada, y conoceremos la naturaleza.

Cuando el invierno parece querer consumirnos con sus hielos; cuando minerales, vegetales y animales se resienten del olvido aparente de aquella a quien deben su existencia{1}; cuando todo en fin está próximo a sucumbir al frío intenso, entonces es cuando menos acción se nota en todo. Sin embargo, aun no está en inacción nuestra tierra; otra parte de la naturaleza (el Sol) que la dirige y presta su influjo, la fuerza a continuar obrando: a causa de la influencia de este astro se elevan de su superficie en vapor grandes masas de agua, que, volviendo al centro de donde no pueden alejarse mucho, no solo mitigan el rigor de la estación, sino que sirven para conducir el germen de los productos que la tierra oculta. Apenas el [22] astro de la luz comienza a ejercer su poder en nuestro amortiguado horizonte, y toda aquella parte poco antes árida y sin vida, se reanima gozosa. Raudales de agua giran por todas partes, haciendo que la tierra patentice los tesoros que oculta: los desencadenados vientos, chocándose en todas direcciones, ahuyentan los fríos opresores, templan la atmósfera, y los campos tributan las gracias, cubriendo con un verde manto su poco antes desnuda superficie. ¡Qué cuadros tan pintorescos se descubren por do quiera! los vegetales vuelven de su letargo, un calor suave mezclado con la savia les da nueva vida; sus ramas envueltas en las hojas que las visten anuncian la época de los amores.

Poco a poco la estación se presenta a la vista con todo el brillo de la hermosura: un apacible céfiro mece blandamente los tiernos matices, temiendo ajar osado sus frágiles colores: las orgullosas flores a quien la naturaleza prodiga todas sus bellezas cobran nueva osadía viendo que el refulgente pintor las colma de nuevas gracias, gozándose en sus amorosos juegos.

El padre del fuego ha llegado al apogeo de su esplendor, y parece va a aniquilarlo todo con sus abrasadores rayos, [23] la dorada yerba que antes presentaba el verdor de la primavera, aguarda que las cristalinas aguas de los arroyos, que con grato murmullo serpean por las praderas, refresquen sus marchitadas raíces. Los frondosos árboles, aunque sus ramas cubiertas de anchas hojas los ponen al abrigo del intenso calor, desean que el aire, descomponiendo su equilibrio, los reanime con su soplo. Se dirá que todo lo va a destruir el astro del día; mas no es así: estos son medios de que se vale la naturaleza para sazonar los frutos que han de servir para las producciones posteriores. Al alcance de todos se hallan estos maravillosos trabajos: estúdienlos bien y los comprenderán.

Increíble parece a primera vista que el hombre, desconociendo que todo lo debe a la naturaleza de quien forma parte como los demás seres; olvidando que sus ideas son efecto de las impresiones que los cuerpos han hecho en sus sentidos; que si estos no las trasmiten al sensorio no hay ideas, y por consiguiente que no podemos tenerlas de cosas que no nos hayan impresionado; increíble parece, repito, la producción de tantos sueños fantásticos, donde se han extraviado las imaginaciones acaloradas, inventando al parecer teorías, y entes abstractos, [24] que ni en el pensamiento pueden tener verdadera acogida. Sin embargo, observando con reflexión, se deduce lo contrario de su material existencia: veamos como.

Dotado el hombre de partes semejantes a todos los seres vivientes, le ha regalado no obstante la naturaleza organización muy complicada; cuya estructura, del modo que está modificado su enlazado mecanismo, da por resultado el pensamiento. Con este tesoro creyóse el hombre superior a cuanto sus sentidos le mostraban, y viéndose incapaz de dirigir el universo, el orgullo le condujo a buscar la causa donde no podía encontrarla. Soy superior, dijo, a lo que la naturaleza encierra; seres inferiores a mí podrán menos que yo lo que no puedo; busquemos el enigma en otra parte.

¿Y cuál fue el resultado? La invención de palabras ininteligibles, obscuras e incomprensibles, en las que quiso encontrar la causa de la creación, convirtiéndose de este modo él mismo en creador de absurdos. Preocupado el pensamiento con sus errores, en vano le indicaban sus sentidos el verdadero camino de la realidad: de nada servía que la experiencia le enseñase sin cesar el espacio de la luz con repetidos y constantes hechos; [25] porque se precipitó su raciocinio en el abismo de la obscuridad. ¡Miserable! ¡cuán fácil le hubiese sido buscar la verdad, observando lo que le rodeaba con un poco de reflexión! ¿Empero acaso no lo hizo? ciertamente que sí; porque, al momento que quiso explicar sus abstractos productos tuvo que materializarlos para comprenderlos; y únicamente los distinguió de los demás seres por medio de algunas frases de sentido ambiguo. No obstante, la verdad quedó eclipsada, porque el hombre hizo de los nombres seres.

«¿Pero qué es en el fondo la realidad que una idea general y abstracta tiene en nuestra alma? No es mas que un nombre; o si es alguna otra cosa, deja necesariamente de ser abstracta y general» (Condillac).

Es pues imposible adquirir ideas ciertas y evidentes sin concretarnos solo a la naturaleza: analicemos sus fenómenos, observémoslos bien, y así conoceremos los medios de que se vale para la formación de sus productos: nos hará ver que nada crea; que los cuerpos no hacen más que variar la forma separándose unos y combinándose sus partes con otros, que estas descomposiciones y composiciones perpetuas son la causa de su acción continua; [26] que en último resultado siempre existe el mismo todo; y últimamente que, precisada a obrar incesantemente, dispone de dos grandes causas, cuales son: la materia y el movimiento.

Capítulo II. La materia

Todo cuanto existe es materia.

El astro que da luz a nuestro globo, el planeta que nos refleja la luz que recibe, los cuerpos que contiene en sí el espacio sensible a nuestra vista, en cuyo extremo notamos muchos puntos luminosos, que son enormes masas miles de veces más grandes que la nuestra; la tierra que habitamos y cuanto existe en el universo forma parte del todo material. Si posible fuese al observador, considerando nuestro planeta como centro universal, del que partiesen radios en todas direcciones al gran círculo, marchar por cualquier punto con la velocidad del rayo, eternamente estaría caminando, sin cesar encontraría cuerpos, y nunca llegaría al fin. ¡Qué prodigio, qué delicia, qué encanto, donde la imaginación [27] se extravía y vuelve loco al pensamiento!!!

La materia es increada: observando con un poco de atención la naturaleza nos hará patente esta verdad.

La demostraré con evidencia.

«¿Se comprende lo que se quiere decir, cuando se suponen demostraciones que en rigor no lo son?
Una demostración, o no lo es, o lo es rigurosamente; pero es menester convenir en que si no se propone o explica en la lengua que debe explicarse, no parecerá lo que es: por esta razón no es defecto de las ciencias si ellas no demuestran con rigor: es defecto de los sabios que hablan mal.» (Condillac).

La palabra creación da a entender que una cosa que no ha existido comienza a existir. Este error conduce al siguiente: lo que existe debe y puede tener fin; puesto que de la misma manera que empezó podrá y deberá concluir.

Si el hombre no hubiese abusado de las palabras, y hubiera explicado sus ideas con exactitud, tomando siempre por bases cosas evidentes, positivas y que sus sentidos las palpasen, ¿le habrían conducido sus errores a donde le llevaron? ¡Cómo pudo olvidar jamás que nada se hace [28] de la nada! Si no por sus preocupaciones ¿hubiera dejado de ver que la esencia de los seres no pudo tener principio ni tendrá fin; que es siempre la misma, y que únicamente es mudable la forma, por ser accidental en la combinación de su materia? No hubiera creído entonces que todo es perecedero en el universo: yo le digo que, esencialmente hablando, todo es eterno, nada perece.

Un cuerpo para existir necesita tener indispensablemente partes materiales: luego todas las partes de la materia necesariamente son cuerpos.

Los cuerpos pueden unirse por cierto tiempo, durante el cual adquieren mutua dependencia; y entonces, sin estar separados del todo material, podrá considerárseles como aislados de los demás: a estos, si queremos distinguirlos, podremos llamarlos seres.

Todo ser consta de cuerpos que se le han agregado; necesita irremediablemente atraerlos de otra parte para su existencia, y para dejar de existir diseminarlos. A este sencillo mecanismo están reducidos todos los trabajos naturales, agregación en unas partes, separación en otras; y como lo que se une es igual a lo que se separa, siempre resulta el mismo todo. Es imposible que suceda otra cosa: [29] la nada no puede ser algo; lo que es algo no puede convertirse en nada.

Créeme, lector; estudia la naturaleza; ha sido mi principal maestro; y, observándola bien, jamás engaña. Ahora, continuando mis pruebas, voy a demostrarte que no has sido creado y eres eterno.

Las partes que el hombre y la mujer ponen en el acto de la concepción para la formación del nuevo ser, íntimamente enlazadas y en circunstancias necesarias para quedar vivificadas, son origen del individuo: he aquí el principio sin el cual es imposible nuestra existencia. Este origen le debemos a nuestros padres, o mas bien a la naturaleza que los inclina a obrar por un instinto irresistible. ¿Y qué sería de esta pequeña masa si la naturaleza no se encargase de su desarrollo? ¿Dejaría de existir? No: expelida por la matriz, contribuiría a la formación de otros seres, o bien, absorbida por la misma, formaría otra vez parte de los órganos de la madre. Empero, siguiendo el orden natural de la generación, la masa vivificada aumenta de volumen; para lo que necesita indispensablemente tomar partes de algún lado: como únicamente puede hacerlo de la matriz donde está encerrada, la vemos adherirse a ella; a cuyas expensas va desarrollando sus órganos [30] hasta tanto que son bastante firmes para hacerlo de otros seres.

En el momento que el nuevo individuo, o (para valerme de expresiones mas propias) el feto sale del claustro materno, empieza a existir independiente de la madre; más no por sí, no independiente de la naturaleza; entonces se llama niño. Pues bien, que este niño no robe las partes a otros seres para su aumento, que no coma, que no agregue a su ser lo necesario para ir creciendo, y veremos qué es de su vida: tomando partes para su desarrollo vive, y así se hace hombre.

Como la vida depende de un complicado mecanismo de órganos continuamente reanimados por un principio vital{2}, constantemente en uso dichos órganos mientras la vida dura, van siendo poco aptos para el desempeño de sus funciones, y al fin quedan inservibles. Entonces se acaba la vida, el hombre muere: muere sí, sin destruirse, el mismo todo existe, solo paró el movimiento de la vida: y como en la naturaleza ni el más pequeño cuerpo descansa un momento, empieza al instante la descomposición en el cadáver. [31] Las partes susceptibles de volatilizarse se evaporan; todos pueden notar las emanaciones que despide: las otras poco a poco se disgregan para unirse a otros cuerpos, constituyendo siempre partes de la materia como antes de ser hombre.

Todos pueden hacer la siguiente reflexión. Las partes que me componen habrán servido y servirán para la formación de infinitos seres.

Debemos pues la existencia a la materia, la forma a la naturaleza.

Lo dicho del hombre es aplicable a todo lo que existe: minerales, vegetales y animales obedecen a las mismas leyes, las naturales. Absolutamente hablando, todos se valen de los mismos medios para la existencia e inexistencia, agregación y separación de partes materiales: las diferencias que hay entre ellos son relativas a su composición o modo particular de existir. Los minerales, destituidos de órganos, crecen sobreponiendo sus partes, y dejan de ser separándolas. Los vegetales y animales, compuestos de órganos interiores, que reciben los materiales externos, por su complicado mecanismo aumentan desenvolviendo sus partes de dentro a fuera; y dejan de ser descomponiéndolas. Me parece queda demostrado que de la nada nada se hace. [32]

Acaso se me objetará, que las causas desconocidas, que los seres abstractos, aún cuando no sean partes materiales, son no obstante algo más que nada, cosa que no podemos concebir. A esto contestaré, que no puedo creer lo que no concibo y porque la naturaleza me ha hecho sensible para observar; me ha dado la razón para reflexionar; y me ha enseñado los hechos para demostrar. Las sensaciones me hacen ver lo que escribo: la razón me dice que es imposible creer otra cosa, porque le repugna concebirla: y los hechos me demuestran con evidencia mis ideas.

Capítulo III. El movimiento

El movimiento realmente no existe: nos valemos de esta palabra para dar a entender que un cuerpo ha mudado de lugar y ocupa distinto punto en el espacio{3}. Todos los cuerpos están [33] constantemente en movimiento, ni un instante ocupan el mismo puesto; porque si ellos particularmente no se mueven, son impelidos con el todo de quien forman parte. [34] Del mismo modo que la nave cuando surca los mares comunica su movimiento a lo que en sí contiene: cambia el todo de espacio, cambian las partes. [35]

En la naturaleza ni el más pequeño punto está vacío, y todo se halla ocupado por materia; porque de otro modo no podría obtenerse el equilibrio universal: además, la materia es impenetrable, esto es, dos cuerpos no pueden al mismo tiempo ocupar el mismo espacio. ¿Cómo pues pasan los cuerpos de un punto a otro? ¿Cómo se efectúa el movimiento?

Solo puede ser del modo siguiente: «Existiendo en la naturaleza un cuerpo que este en comunicación continua con todas sus partes; que todos los demás cuerpos se hallen impregnados en el{4}, [36] que tienda sin cesar al equilibrio y nunca haya podido equilibrarse.» En la causa del movimiento demuestro qué cuerpo es éste.

Siempre ha habido movimiento: esta proposición conduce a la siguiente: siempre ha existido la naturaleza.

La materia en movimiento constituye la naturaleza; sin él sería inerte e informe, porque todos los cuerpos estarían en perpetuo reposo. Estando en descanso los cuerpos, o más bien, habiendo recobrado el equilibrio, ¿quién los sacaría de él? Nadie. Esto me parece muy sencillo concebirlo. Una vez verificado el reposo, no podría comenzar el movimiento: luego es evidente que nunca empezó: luego siempre ha existido la naturaleza.

Empero, la naturaleza debe su existencia a la materia en movimiento; [37] el movimiento es causado por la falta de equilibrio de un cuerpo material: luego a este cuerpo debe la naturaleza su existencia: luego a este cuerpo deben los seres su forma: luego este cuerpo es la «primera causa universal».

Capítulo IV. Causa del movimiento

El calórico{5} es un cuerpo infinitamente sutil que se encuentra en todas partes; que tiene empapados dentro de sí [38] todos los demás, alcanzando su presencia hasta las moléculas más pequeñas; que da la forma a todos los seres, puesto que él es quien principalmente constituye su [39] modo de existir, cuya existencia nos es bien patente, y cuyo poder continuamente admiramos.

Dos sentidos nos demuestran con evidencia el inmenso poder del calórico y su existencia. Son: el tacto, cuando se [40] halla combinado con los demás cuerpos formando los seres: la vista, cuando aislado e independiente sobresale brillante entre todos, para hacernos ver que si combinado con los demás cuerpos nos muestra su omnipotencia, cuando está libre nos ilumina con su esplendor.

Los seres deben su modo de existir al calórico que contienen combinado entre sus partes, y que es el que realmente constituye su temperatura. Por esta razón, si se eleva la temperatura mucho, esto es, si se une a los cuerpos enlazados más calórico que el necesario para mantener la agregación, se separan; pero si la temperatura disminuye, es indispensable que se haya separado calórico de los cuerpos agregados, y entonces adquieren más unión: ejemplos bien palpables son los cuerpos abrasados y el agua helada.

A este cuerpo se debe la unión de las moléculas de diferente naturaleza, y por consiguiente materializada la afinidad de los químicos, se concebirá que es sustracción de calórico: debemos no obstante reflexionar que muchos cuerpos por su modo de ser le auxilian considerablemente en la producción de sus fenómenos, preparando los cuerpos a las nuevas combinaciones que el primer agente ha de darles, [41] pero no pasan de auxiliares; y por esta razón debemos no separarnos de la causa; del mismo modo que los hombres se valen de los animales de diferente especie, y de las máquinas que han inventado para adquirirse mas pronta y fácilmente todos los efectos que la sociedad ha hecho necesarios. Y así como cuando vemos algún convoy en los caminos, antes de distinguir quien le acompaña, juzgamos que trae hombres, porque ya sabemos que solo ellos pueden dirigirle; también cuando vemos composición de seres debemos formar el mismo juicio del calórico, porque siempre está en todos los cuerpos y jamás puede abandonarlos.

Observemos con atención la combinación de unos cuerpos con otros, y nos harán notar la elevación o disminución de temperatura que generalmente resulta en los compuestos, según adquieren más o menos unión que la que tenían los componentes: siendo algunas veces tanto el calórico sobrante, que queda aislado antes de pasar a otros cuerpos. Esto sucede fácilmente cuando se combinan dos aeriformes para mudar de estado; puesto que sus moléculas estaban antes poco enlazadas y contenían mucho calórico; pero al combinarse adquieren mucho más enlace y le desprenden en gran cantidad. [42]

El tacto nos da a conocer la temperatura de todos los cuerpos. Veamos como: nosotros tenemos una temperatura dada como los demás seres.

«Es preciso que reflexionemos que la impresión de los cuerpos en el sentido del tacto produce dos sensaciones; prueba evidente de que hubo dos impresiones: la una causada por el cuerpo para darnos una idea de su figura, magnitud, consistencia, &c.; y la otra por el calórico, para dárnosla de su temperatura.»

Los cuerpos que nos roban calórico tienen menos temperatura que la nuestra, y decimos que están fríos; pero si los comparamos unos con otros, conocemos que nos roban más o menos calórico, porque nos dan mayor o menor sensación de frío: lo mismo sucede con los que nos dan sensación de calor. De este modo juzgamos por el tacto de todas las temperaturas, comparando la mayor o menor sensación de calor o frío que los cuerpos nos producen.

Los seres deben su color, esto es, que los veamos, al calórico libre, o sea aislado de los demás cuerpos cuyo principal foco es el sol. Las sutilísimas partes que del sol emanan en forma de rayos, cuando llegan a los cuerpos unas son absorbidas, y las demás reflejadas en [43] diversas direcciones, según la superficie que presentan. Los rayos que formando un ángulo de reflexión igual al de incidencia entran por la pupila, nos impresionan, y dan idea del color: así que, la sensación de los colores la recibimos del calórico y no de los cuerpos; del mismo modo no los vemos porque no nos impresionan. Lo único que pueden hacer es absorber y reflejar más o menos rayos por el modo de ser de su superficie, sirviendo de medios para que conozcamos los diversos colores. Si por la vista juzgamos de la magnitud, extensión y figura, es porque desde el momento que nacemos empezamos a combinar ambos sentidos, tacto y vista: la idea que hemos adquirido por el tacto, comparada con la que también tenemos adquirida por la vista, por el modo y distancia a que nos reflejan el calórico los cuerpos, hacen que nos acostumbremos a juzgar de las relaciones que hay entre unos y otros con sola la vista y solo a cierta distancia; mas es bien seguro que un ciego de nacimiento, que la recobrase a los veinte años, se quedaría extático, sin saber qué veía hasta que el tacto le ilustrase; y si le obligaban a estar un tiempo dado sin tocar cuerpos, solo calórico y colores podría ver. Es imposible que veamos otra cosa que calórico. [44] ¡Qué grandiosa idea! ¡Qué inconcebible sensación experimento contemplando este cuerpo! ¡Nada puedo tocar sin tocarle! ¡Nada puedo ver sin verle! Aún más: ¡solo a él le veo!

He dicho que el sol es el principal foco del calórico aislado, porque le tenemos en nuestro globo también aislado en pequeñas cantidades; y es lo que conocemos con el nombre de fuego. Para concebir como se pone en libertad, debemos considerar que todos los seres tienen un calórico dado, que, cuando accidentalmente se aumenta en ellos, procura equilibrarse en cada uno antes de pasar a otro. Que cuando así no lo hace, es por la gran dificultad que encuentra al atravesar las partes. Debemos también tener presente, para no equivocarnos, el modo diferente de existir que los seres tienen; porque los que no tienden al equilibrio, que conocemos bajo el nombre de cuerpos sólidos, por el modo de ser de sus partes concentran el calórico en un punto, quedando así mucho más pronto libre en ellos, que en los que tienen tendencia al equilibrio, y conocemos con el nombre de fluidos: en estos, conforme va combinándose el calórico en cada partícula, a causa de su movilidad se eleva [45] sobre las demás por la ligereza que adquiere; y por la misma continúan elevándose por el aire sus moléculas, hasta que encuentran capas iguales a ellas en pesadez: todo lo que se verifica antes que pueda conseguir la libertad.

Con estos antecedentes estudiemos su aislamiento. Tomando dos cuerpos de superficie plana, cuyas partes tengan un mediano enlace, de modo que ni presenten un obstáculo insuperable a la separación, ni cedan fácilmente; si se frotan con ligereza uno con otro cierto tiempo quedan encendidos. En este estado si se les deja en una atmósfera quieta, se apagan; mas si el aire está agitado, o (lo que es lo mismo) haciendo viento, continúa desarrollándose calórico, hasta que ha separado las partes o se ha mudado la forma.

En este fenómeno se verifica lo siguiente: las pequeñas escabrosidades que hay en la superficie de los cuerpos chocan unas con otras mientras se rozan, y van poco a poco separándose de la superficie: como el calórico está entre la unión de las partes, siempre que éstas se separan del todo, necesaria e indispensablemente ha de quedar sobrante alguna porción de él, aunque sea muy diminuta: esta pequeñísima porción se combina [46] inmediatamente con el resto de los cuerpos: mas, continuando el roce la constante separación y combinación, aumenta considerablemente la temperatura de las partes contiguas a las superficies; de tal modo, que el calórico desprendido llega a ser mucho mas que el combinado, y queda libre. Una vez desprendido en una atmósfera tranquila, pasa más pronto al aire que a las demás partes de los cuerpos, por la dificultad que estos le ofrecen al atravesarlas; lo que ejecuta con más o menos rapidez según la temperatura de aquel: no obstante, aquí no queda en libertad por lo dicho de los fluidos; pero si hace viento mudan del todo las circunstancias, porque entonces, en lugar de permitirle paso el aire, le repele y obliga a continuar venciendo los obstáculos que los otros cuerpos le oponen separando al mismo tiempo parte del que entra en su composición: lo que se concebirá fácilmente si se reflexiona la gran cantidad que el aire tiene combinado entre sus moléculas, reparando en la gran movilidad que gozan. Cuando se ha conseguido aislar bastante cantidad de calórico, como sucede en un gran fuego, ya no es necesario el movimiento del aire para que se conserve en tal estado, hasta la destrucción de ciertos seres que se ponen [47] en contacto con él, pues que entonces, aunque el aire roba mucho, queda lo suficiente todavía para mezclarse con los que hay alrededor y separarlos: debiendo no olvidar para concebir esto, que los seres no vuelven a unirse, que los cuerpos que los componían se diseminan, y que todo el calórico que los unía queda sobrante.

El hombre, que parece formado por la naturaleza para que la observe, ha obtenido completos resultados mirando sus fenómenos; y así como ha enseñado a este ser emprendedor las cosas de que ha de servirse, le ha dado a conocer los medios de neutralizar sus poderosos esfuerzos. Los carruajes, tan útiles para el recíproco comercio de unos pueblos con otros, quedarían mil veces inservibles en medio de los caminos, si los que se valen de ellos no supiesen que el continuo movimiento de sus ejes y ruedas desprende gran cantidad de calórico: por esto han aprendido a regar con agua sus máquinas, para que este cuerpo destructor ejerza su imperio y continúe sus efectos sin causarles daño.

Últimamente este irresistible cuerpo que sin cesar está en relación con los compuestos, tiene impregnados dentro de sí a todos los cuerpos simples de los químicos, [48] o sean sustancias elementales. El hierro, el estaño, el plomo, el oro, &c., &c., por medio de la compresión, esto es, machacándolos fuertemente un rato, elevan mucho su temperatura; prueba evidente que tienen calórico: si no le contuviesen, ni podríamos comprimirlos ni separarlos; porque sus partes estarían perfectamente unidas y son impenetrables.

Es bien claro que todas estas mutaciones que hace el calórico de unas partes a otras nos prueban su constante inclinación al equilibrio; y así vemos siempre que pasa de los que tienen más a los en que hay menos, para conseguirle; sin que hasta ahora lo haya obtenido, como nos lo demuestran resultados continuos. No es menos evidente su cambio de sitio, y el que hace experimentar a todos los seres, que es lo que constituye el movimiento, como dije hablando de él.

Entonces manifesté que, para su ejecución, era indispensable la existencia de un cuerpo que tuviese todas sus partes en relación consigo mismo; que los demás se hallasen impregnados en él; y que continuamente se procurase el equilibrio, aunque jamás le haya conseguido. Todos pueden observar si el calórico es este cuerpo. [49]

Son tantos los hechos que nos lo enseñan, que no hay ser, cuerpo, ni parte, por pequeña que sea, donde dejemos de encontrar experimentos palpables para demostrar evidentemente esta incontestable verdad. ¿Quién no ve el movimiento de todo cuanto acercamos al fuego? Los combustibles le ofrecen paso libre, se interpone entre sus partes; las más inertes caen por su propio peso conforme se separan, hasta que encuentran obstáculos que les resisten: las susceptibles de elevarse por el aire se volatilizan, como nos lo dicen las masas de humo que siempre vemos en más o en menos cantidad, relativa a las partes de quien se han separado. El agua, según se va calentando, marcha elevada en vapor del mismo modo. El fuego que sirve para calentar las habitaciones contenido en braseros o estufas se va combinando con el aire, le dilata y establece así un continuo movimiento con los aposentos inmediatos, entrando por la parte inferior y marchando el que sale por la superior, como puede verse colocando una vela encendida en la puerta que sirva de comunicación: experimento bien conocido de los físicos.

¿Hay alguno que desconozca que el calórico es quien causa estos fenómenos? [50]

Remontémonos un momento sobre nuestro planeta, pasemos a observar el incalculable poder que ese gran foco de calórico, que esa inmensa mole de materia ígnea, que ese omnipotente cuerpo a quien llamamos sol, debe tener sobre nosotros, si hacemos un paralelo entre él y los pequeños focos que en nuestro globo vemos. Mas ¿para qué detenernos en comparaciones de analogía, cuando nuestros sentidos ni un momento dejan de manifestarnos su admirable providencia, su maravilloso influjo, y el continuo y ordenado movimiento que obliga a ejecutar a todos los seres?

Bien sabido es de todos el lúgubre aspecto que da el invierno a nuestro horizonte, y creo que nadie puede dudar es causado por la poca influencia del sol. Efectivamente, muy oblicuos entonces sus rayos, y poco duradera su presencia diaria, apenas nos da a conocer su poderío: las densas nubes que el agua elevada en vapor forma, causadas en aquella época más que por el padre del fuego por el calórico que ha absorbido nuestro globo en el estío, nos le obscurecen sin cesar, permitiendo débil paso a esa mágica cualidad que nos reanima, a esa divina luz a quien tanto debemos: solo ella causa y nos da a conocer la hermosura [51] que la naturaleza ofrece. Empero, en el momento que acercándose a nosotros comienza a ejercer su influencia, cual sucede en primavera, en todo advertimos movimiento: la nieve que cubre las montañas va absorbiendo sus rayos, los interponen entre sus partículas, estas se dilatan y corren en todas direcciones en forma de agua, como estaban antes: los árboles, cuyos tejidos estaban como paralizados por el poco calórico que contenían, absorben el necesario para salir de su aparente inercia; por lo que, reanimado el movimiento orgánico, chupan las partes necesarias de la tierra para desenvolver su ramaje y frutos: las pequeñas plantas, que parecían muertas, las semillas que el solícito labrador sembró, y las que, esparcidas por los vientos del otoño en medio de los campos, se adhirieron a la tierra, también mezclan partes caloríficas en su estructura orgánica; porque de lo contrario no veríamos después el horizonte con sucesivo movimiento cubrirse de alfombrado verde. Y si las partículas del calórico contenido en un aposento al combinarse con el aire, establecen el movimiento que dejo indicado con las piezas inmediatas, ¿con cuanta más razón debe verificarse la descomposición del equilibrio en el fluido atmosférico? [52] ¿Y cuan fácil nos es concebir la causa del impetuoso movimiento de los vientos, si observamos con un poco de atención las diversas estaciones, el movimiento diario de la tierra que nos hace ver las presencias y ausencias alternativas del sol; las infinitas partículas que, emanadas de este foco, se agregan al aire que alcanza su presencia, dilatándole, mientras que va separando otros del que se ausenta, condensándole? Añadamos a todo esto la gran cantidad de agua que, elevada en vapor, obliga al aeriforme fluido a que le ceda el espacio que ocupaba, y marche a los puntos que ella y el calórico que tiene entre sus moléculas han abandonado. ¿Habrá alguno que dude en adelante de la causa de estos movimientos?

En fin, todo lo anima, todo lo vivifica, todo lo mueve el padre del fuego, y solo podrá dudar de esta gran verdad, el que, imbuido de un supersticioso fanatismo, tenga absolutamente embotados sus sentidos para desconocer la luz de la razón. [53]

Capítulo V. Orden general del universo

Probada la causa del movimiento, creo de mi deber hacer una advertencia a los que se dedican a las ciencias naturales para que las analicen. Desde la infancia se fijó en mi mente la idea de conocer al hombre; para aprender esta parte de la Historia natural, me fue indispensable adquirir nociones generales en las ciencias que tienen por objeto el conocimiento de los seres de la naturaleza; y que con razón se exigen a los que se dedican a carreras literarias: mas en el momento que empecé la carrera, que aun no he concluido, abandonó mi imaginación los demás conocimientos, y se dedicó exclusivamente a su estudio: así que no es extraño que no pueda analizar las demás ciencias, teniendo de ellas solo ideas vagas. No obstante veo orden en el universo además de movimiento, y voy a dar un rápido parecer mío de este orden, para el que quiera profundizar analizando, entretanto que yo continúo gozando de las delicias que me ofrece esta sublime ciencia, la medico-quirúrgica. [54] El que bien la posee, es quien mejor penetra los arcanos de la naturaleza, pudiendo apenas dirigir en el viviente sus colosales fuerzas.

El orden general del universo depende: 1º Del contacto recíproco en que se hallan todas las partes de la materia. De ningún modo podría haber orden en el universo no estando en contacto continuo todos los cuerpos, esto es, existiendo el vacío; porque, comprimidas las partes unas por otras, marcharían a ocupar el espacio desocupado; sobre los nuevos vacíos que necesariamente resultarían se precipitarían otras; y así sucesivamente se hallaría siempre todo desordenado por falta de método: puesto que el mundo es una gran máquina enlazada, y todos sabemos que, falseando un resorte, todas las máquinas se desordenan. 2º De la velocidad del movimiento. No hay uno que desconozca la fuerza que da a los cuerpos la velocidad del movimiento; y si no muévase una bala de cañón con el impulso de la mano, y después con el que le da el cañón, y se verá la diferencia. Compárese el movimiento de un río con el de una presa de molino, y nos hará ver de lo que es capaz la vehemencia del agua; veamos [55] la debilidad del suave céfiro y la fuerza de los impetuosos aquilones. Comparemos reflexionando con estas velocidades la de las últimas capas de nuestra atmósfera, y calcularemos que deben oponer más resistencia que si fueran de diamantes. Hagamos las mismas observaciones con los demás astros, y deduciremos si así puede mantenerse el equilibrio. 3º De la figura que tienen todas las moléculas elementales. Las moléculas elementales de la materia sin duda deben ser perfectamente esféricas; pues de lo contrario ninguna partícula podría pasar de una a otra capa sin grave riesgo de trastornar el orden, y el sol no nos alumbraría con sus rayos. Todos pueden observar que un cuerpo redondo cuando se mueve no solo se traslada de un espacio a otro, sino que rueda alrededor de su eje: y como siendo perfectamente esférico cualquiera diámetro puede servir de eje, ejecutará el movimiento de rotación en todas direcciones con la misma facilidad. De este modo podemos concebir cuan sencillo es el paso ordenado de unas capas a otras.

Si las moléculas elementales tuviesen otra figura, ¿quién no advierte la gran dificultad que opondrían al movimiento, [56] y la exposición a su continuo trastorno? Si fuesen planas, cuadriláteras, oblongas, &c., ¿cómo podrían atravesar la velocidad de las capas en los movimientos encontrados? Solo puede ser por el movimiento rotatorio. De donde se deduce que los cuerpos forman al moverse una serie de círculos generales y particulares perfectamente encadenados.

Me parece muy concebible que el orden del universo es debido a la figura esférica de los elementos materiales, a la velocidad del movimiento, e inexistencia del vacío. [57]


Movimiento de la Naturaleza. Parte segunda

Principio vital y vida

Capítulo I. Principio vital

El hombre, ese bellísimo ser a quien ha prodigado la naturaleza sus dones más preciosos, engalanándole al exterior con linda forma y sublime presencia, y ennobleciendo su elevado rostro con grave aspecto, que intimida a los más fuertes animales; está compuesto de una complicada organización, cuya estructura, de distintos modos enlazada para formar los diversos órganos que le componen, es la más fina y delicada [58] que conocemos entre todos los seres que nuestro globo habitan.

El pensamiento, resultado del modo de ser de su organismo, se le ha donado, no para hacerle superior a los demás, porque todos son iguales; no para hacerle más perfecto, porque los otros son tanto como él; no para darle amplia libertad, porque está sujeto a sus leyes; sino que elevándole sobre los demás, se le ha dado para que la conozca. Empero, no debe mostrarse orgulloso el hombre por la elevación que a su inteligencia ha concedido la naturaleza; enhorabuena que, glorioso con sus efectos, se envanezca gozoso al contemplar sus dones; mas bórrese para siempre toda idea de superioridad en su presuntuosa mente; porque al momento que vea la naturaleza le dará a conocer que ni aun ella es superior; pues que todo es igual en el universo. Todos obedecen a unas mismas leyes.

Solo el orgullo, pasión indigna, que cuando ha dominado al hombre ha sido para denigrarle, pudo hacerle concebir la creación de un principio inmaterial en su organismo; y creyendo así ocupar un puesto más alto que los otros seres, quedó deprimido, inventando un ente más superior que él. [59] Sin embargo, los inventores de tamañas farsas, poseídos siempre de ideas dominadoras, vilipendiaron a sus semejantes, sometiéndolos a su imperio, porque eran menos sagaces: así han encontrado siempre tantos sectarios: así han abatido la especie humana: así se han erigido en señores; engañando a todos, y sometiéndolos al yugo de sus oscuras sombras. Conviene demostrarles evidentemente la verdad; conviene hacerles ver que el que busca la luz aborrece el engaño, y solo desea someter a los hombres bajo la respetable égida de las leyes{6}. [60] De este modo conseguirá la sociedad la felicidad posible, que no puede alcanzarse de otro modo sino respetando solo la verdad, la ley y la igualdad.

Y si el abismo de las tinieblas ha envuelto miles de veces a las naciones en lutos ominosos, ¿qué diremos de los profundos e irremediables daños que ha causado a la ciencia de curar? ¡Ciencia que tiene por objeto conservar al hombre lo más precioso para su dicha; devolverle la salud cuando la ha perdido, sin la que todas las felicidades son efímeras, y la vida un conjunto de insoportables desgracias!!! ¿Será posible dejar corrido el velo en esta sublime ciencia? No: la filantropía lo repugna. Es absolutamente indispensable descorrerle: la humanidad misma exige necesariamente que, si es posible, la hagamos tan palpable y exacta como las matemáticas. Desde este momento el profesor de la ciencia de curar debe quedar preservado para siempre de la creencia de entidades ideales; necesita despedirse para siempre de [61] la preocupación, alejándose para no volver a entrar más en el torrente que conduce irremediablemente al precipicio de la ignorancia: no vuelva a pensar ya en las abstracciones, fuerzas, principios y propiedades vitales, hasta tanto que, materializadas, conozca que son partes de un organismo todo material. Los vivos deseos que siempre me han animado de proporcionar el mayor bien posible a mis semejantes, me condujeron a las ideas que emito en este tratado; estoy persuadido de que, partiendo de bases tan sólidas, resultará indudablemente un gran beneficio a la especie humana: ¡feliz mil veces si lo consigo!

Todos los seres necesitan para vivir un movimiento interior que mantenga el enlace debido entre las partes del organismo: sin movimiento no hay vida, y sin causa motriz no hay movimiento. Por esta razón los seres vivientes indispensablemente han de tener todos, mientras vivan, causa motriz que desde ahora llamaré principio vital. El hombre es quien goza entre todos los organización más complicada, ofreciéndonos así su modo de existir resultados más numerosos y multiplicados; por lo que, aun cuando me concrete a él solo [62], si logro explicar su mecanismo, después creo será bien fácil comprender el de los demás.

El hombre es viviente y sensible; observación importante que es necesario tener siempre presente; porque es imposible sentir sin vivir; mas continuamente vemos que se puede vivir sin sentir.

Por sentir entiendo tener sensación actual: mientras tenemos sensación conocemos que vivimos; esto es bien patente: cuando estamos en un profundo sueño no sentimos, no obstante vivimos; esto es bien sencillo conocerlo: entre todos nuestros órganos conocemos que la cabeza es la que está encargada de las sensaciones, porque allí las notamos: y decimos por analogía, que los vivientes destituidos de ella no las tienen: nosotros no podemos sentirlo, mas la evidencia de razón nos lo manifiesta. Es visto que la sensación no puede dirigir la vida, porque la causa no puede abandonar su efecto; y vemos no solo vivientes que no tienen sensación, sino que abandona continuamente a los que gozan este privilegio.

«Como el hombre cifró la superioridad de la sensación, la colocó antes [63] que la vida, y de aquí nació su error.» «La hipótesis del principio vital es a la física de los cuerpos animados lo que la atracción a la astronomía.» (Richerand).

Del mismo modo que recurrí a la materia para conocer el principio universal, analizaré el organismo para ver si nos enseña el principio que anima al hombre; porque el hombre pertenece a la naturaleza y a la materia como los demás seres, y no puede menos de reconocer las mismas causas en sus efectos.

La organización solo puede vivir a beneficio de un continuo y no interrumpido estímulo externo: necesita además renovar a cada paso las partes de sus órganos con materiales también externos; no solo porque crecen como todos vemos, sino para la reparación de las partes que sin cesar separa el movimiento que el estímulo produce. La anatomía y fisiología nos enseñan que los materiales que han de reparar la máquina viviente pasan a los órganos contenidos en la cavidad abdominal, donde sufren algunas preparaciones, después de las que van pasando a una multitud de pequeños vasos, que, reunidos al fin en uno solo, [64] establecen de este modo comunicación con las venas: allí vierten los materiales que conducen, para que, mezclados con la sangre que traen las venas, marchen al corazón, centro común de donde salen los principios asimiladores que han de depositarse en toda la organización.

También es bien conocido de los anatómicos y fisiólogos, que esta sangre, antes de recorrer el organismo, ha de sufrir alguna preparación en los órganos contenidos en la cavidad del pecho; porque de lo contrario no estimula ni repara; antes bien quita la vida. Al atravesar la sangre dichos órganos, a sean los pulmones, se mezcla con el aire que entra en ellos durante la inspiración, y vuelve a entrar en el corazón con el estímulo suficiente para repartirse por toda la máquina viviente, excitándola a obrar. Es indudable que ha recibido este estimulo del aire. ¿Y qué estímulo es este? Creo muy en el orden, para ver si podemos conocerle, observar la sangre que recibió el corazón antes de la inspiración, y compararla con la que ha entrado en él después de mezclada con el aire; puesto que, como saben muy bien los fisiólogos, se encuentran separadas en sus ventrículos. Si miramos la sangre del [65] ventrículo derecho, que es quien la contiene antes de la inspiración, la encontramos de un color bajo, y con una temperatura regular; mas, comparándola con la del ventrículo opuesto, que recibe la que pasó por los pulmones, vemos que esta última tiene un color rojo subido, y la temperatura más elevada. Es decir, que adquirió en la mezcla con el aire color y temperatura. ¿Y a qué debemos atribuirlo? Es indudable que no puede ser a otra cosa que al calórico separado del aire e interpuesto en las moléculas sanguíneas; como demostré hablando de la causa del movimiento. No puede ser otra cosa el principio vital que calórico.

La sangre estimulada que sucesivamente va recibiendo el ventrículo izquierdo del corazón, es impelida por el constante movimiento de éste a los troncos arteriales; continúa por las ramificaciones de estos, y así va pasando hasta los más pequeños ramitos de las últimas arteriolas, sin que notemos en este tránsito alguna variación: al llegar aquí parece que ha querido la naturaleza ocultar sus trabajos a nuestros sentidos; puesto que no nos los ha dado bastante capaces para ver [66] estos hechos: sin embargo, nos ha concedido la razón, que no es mas que el efecto de la trasmisión de las impresiones de los sentidos, para que, observando los antecedentes, y comparándolos con los resultados, deduzcamos racionalmente de los intermedios. Si miramos la sangre que ha pasado de las últimas arteriolas a los primeros ramillos venosos, la veremos ya con su primitivo color y temperatura como antes de pasar a los pulmones; prueba evidente de que se ha separado el calórico que recibió: si observamos los órganos, notaremos una multitud de vasillos que están sin cesar extrayendo de ellos partes líquidas, no obstante que dichos órganos conservan su composición y enlace: prueba incontestable de que se recomponen. De estos resultados podemos deducir claramente que la sangre que traían las arterias dejó en los órganos partes componentes y calórico; las primeras, para reparar las pérdidas que sufren; y el segundo, para que pueda efectuarse la asimilación y desasimilación. Basta para concebir esto recordar lo que dije en el principio universal, donde demostré que solo al calórico, ese cuerpo que forma y destruye los seres, debía su unión [67] y desunión cuanto en sí contiene la naturaleza.

No debe quedarnos duda de que el equilibrio de la vida es debido al calórico que entra por los pulmones, y al que se desprende en todos los intersticios de los órganos en el acto de su asimilación y desasimilación. No quiero decir por esto que olvidemos la necesidad de alimentarse que tiene el hombre para la agregación de partes que continuamente disgrega su organismo; me es bien conocido que de la nada nada se hace; pero creo necesario dar siempre mas importancia a la primera causa, para no confundirnos. Y si no, ¿hay alguno que pueda negar la primacía del estímulo que produce el calórico, si forma un paralelo con la urgencia de tomar alimentos? Todos saben que pueden vivir algunos días sin comer; y ninguno ignora que muere en pocos momentos si no respira. Lo primero consiste en que los órganos, conservando el principio vital, continúan el movimiento de la vida con los materiales que tienen acumulados en la sangre y demás humores que absorben los vasos. Para concebir lo segundo es necesario que reflexionemos el gran trastorno que debe experimentar la economía [68] en el momento que falta el calórico; porque él solo es quien puede conservar la temperatura constante que se observa en los animales, manteniendo con ella el continuo movimiento. En efecto, el calórico que recibe la sangre al pasar por los pulmones, es la causa de la temperatura de la máquina viviente; y el que se separa en el ejercicio de sus funciones, además de contribuir a la temperatura, sirve para comunicársele por su superficie a los cuerpos que le rodean; los que generalmente tienen menos temperatura: así hay establecida una corriente no interrumpida de calórico que entra y sale sin cesar, y que no puede parar algunos instantes sin grave riesgo de la vida. Por esto observamos que, cuando por cualquiera causa no entra el aire en los pulmones, o, aunque entre, lo verifica impregnado de cuerpos incapaces de ceder el calórico a la sangre; sobreviene la muerte que conocemos con el nombre de asfixia: y cuando el aire tiene mucho menos calórico que nuestros cuerpos, les roba rápidamente lo que desarrollan; no bastando el que entra para reparar la gran pérdida que experimentan, y entonces sucede la muerte que conocemos con el [69] nombre de congelación. Estas solo son debidas a la falta del principio vital.

En este instante me representa el pensamiento una objeción que podría hacérseme, y que en mi concepto sirve para dar más fuerza a mi asunto; a saber: ¿cómo conserva el feto la vida no recibiendo el principio vital? porque encerrado en el claustro materno no respira.

El feto encerrado dentro de la matriz conserva siempre la temperatura de la madre, de quien todo lo va recibiendo mientras se halla allí contenido; y si no respira, tampoco le roban calórico los cuerpos exteriores, como sucede al niño desde que empieza la vida extra-uterina. Y si no, dígaseme, ¿qué es lo que sucede con los nuevos productos de las aves cuando están dentro de los huevos; pues que entonces no respiran, y estoy persuadido de que son los vivientes que más lo necesitan? Cualquiera puede observar, y esta es una prueba más para demostrar que el principio vital es el calórico, que solo adquieren su desarrollo a beneficio del calor que los padres les suministran, y que de lo contrario no se desenvuelven.

Empero el calórico vital, que es el mismo [70] cuerpo que aquel que contribuye a la formación de todos los seres, reconoce también por centro al astro luminoso que vemos brillante en el inmenso espacio, obedeciendo constante a sus inmutables leyes. Esta es la causa que nos obliga a notar tanto su falta en el invierno; y por lo que tememos el demasiado influjo que ejerce sobre nosotros durante los intensos calores del estío. Mas la naturaleza, que parece está cuidando siempre de nosotros, nos proporciona medios benéficos para tranquilizarnos: ella nos da los frutos de que extraemos los licores que suplen la falta del calórico: ella nos enseña los objetos que han de servir para que hagamos las ropas que deben abrigarnos: y cuando el intenso calor quiere sofocarnos por su ilimitado influjo, solo ella nos suministra las refrigerantes aguas que esparce por todas partes, para que calmen nuestra excitación y nos hagan patentes sus afanosos desvelos.

¿Querrá todavía el hombre, conociendo esto, mostrarse ingrato a esa naturaleza a quien tanto debe? ¿La olvidará en adelante, cuál hijo insensible a los solícitos afanes de una buena madre, para continuar tributando [71] homenaje a ideales sombras? Observe bien que todo lo recibe de ella: reflexione que el calórico es la primera causa, y no puede dejar de ser el primer agente universal que, dirigiendo a la naturaleza, le concede como esposo cariñoso todos los recursos que pueda necesitar en la conservación de sus queridos hijos.

Capítulo II. Vida

Vida es el movimiento ordenado que el calórico produce en los seres orgánicos.

Bien conocidas son de todos las diferencias que ofrece la naturaleza entre los seres organizados e inorgánicos; diferencias que dependen de su composición particular, no de leyes especiales, como se ha querido suponer: las mismas leyes que impelen la sangre a la parte inferior del cuerpo, la obligan a subir a la cabeza; y las mismas reconoce el agua cuando se licúa cayendo de la atmósfera, que cuando se eleva en vapor. Una impulsión mecánica [72] que separe las partes de un mineral sólido, no dejará muy unidas las de los vivientes; al contrario, los seres inorgánicos oponen más resistencia a la separación; porque parece les ha concedido la naturaleza más fuerza de unión en contraposición de los organizados, a los que generalmente ha dado más movilidad. Si vemos que los minerales conservan la existencia, aunque se separen sus partes, lo mismo observamos en muchísimos vivientes; pues colocándolos después de separados donde puedan tomar partes para su desarrollo, notamos que continúa la vida, porque crecen: y si en los demás no sucede lo mismo, depende de efectos particulares por su modo de ser, no de causas excepcionales.

Solo difieren por su estructura diversa, y basta tener ojos para conocerlo. Los inorgánicos solo presentan unión en sus partes; son accidentalmente sólidas o líquidas, y si alguna vez se encuentran líquidos mezclados con los sólidos, depende de circunstancias particulares, conservándose siempre independientes: además empiezan a existir por causas exteriores, asociándose sus partes y sobreponiéndolas unas a otras. Las partes de los organizados [73] están enlazadas, formando tejidos que necesariamente han de ser regados por líquidos que contengan en sí todos los elementos que componen el individuo: deben su origen a la generación, esto es, a la unión de dos individuos: circunstancia que es indispensable tener presente; porque prueban que constan de dos partes elementales muy diversas.

Los minerales se conservan en el mismo estado por más o menos tiempo, permaneciendo aislados; si se les unen otros aumentan de volumen siempre por sobreposición, y la duración de su existencia es indeterminada. Los vivientes están continuamente agregando y separando partes por el movimiento interior de su organismo; aumentan desenvolviéndolas; y se les acaba la vida en el momento en que se suspende el movimiento ordenado de sus órganos: esta conclusión de funciones orgánicas es consecuencia inevitable del ejercicio de la máquina viviente, sus causas existen en la organización; por lo que, si sigue ésta un orden regular, sucede en épocas determinadas: se denomina muerte.

No todos los vivientes nos ofrecen los mismos resultados; porque no todos tienen la misma complicación en su estructura. Simple en los vegetales, [74] observamos en general que sus partes son muy uniformes; porque en todas se encuentra el mismo enlace: de lo contrario no las veríamos colocadas en orden inverso convertirse unas en otras, ni podrían después de separadas crecer y prolongar su vida. Esta misma independencia parece que se observa en los animales menos complicados, quo son los que más asemejan a los vegetales; puesto que cuando se separan sus partes continúan viviendo. Mas bien pronto, elevándose en la escala, ofrecen resultados más compuestos; sus partes ya no están independientes, porque la vida se va centralizando: de este modo ascienden progresivamente enseñándonos cada vez un mecanismo más complicado, que da lugar a fenómenos más maravillosos, hasta llegar al hombre, último de la escala, donde se le encuentra todo grandioso. Estudiémosle bien, su vida nos pertenece, es toda nuestra: «conozcámonos a nosotros mismos.»

La organización del hombre perfectamente enlazada nos hace ver un conjunto de órganos encadenados de tal modo, que es imposible que padezca alguno un trastorno considerable sin que inmediatamente se resientan los demás: [75] unos se nos presentan semejantes, en otros advertimos diferencias, y algunos los creemos del todo diversos a los otros; mas es necesario reflexionar bien que no hay uno siquiera en cuya composición dejen de entrar dos partes esencialmente distintas, que son: nervios que estimulan; y vasos que conducen la sangre.

El sistema nervioso es sin duda alguna el que más importancia presenta en nuestro organismo; porque sin él no existiría ninguno de los fenómenos de la vida: era necesario que se encargasen en la formación del sublime sistema que eligió el principio vital, para ejercer sus admirables funciones; órganos de estructura esencialmente diferente a los demás que componen la economía. Mágica morada que escogió el primer Agente universal, para encantarnos con la producción de ideas infinitas; demostrándonos más y más su inmenso poderío.

Está repartido por toda la máquina viviente, enlazando todos los órganos y comunicándose hasta con las moléculas más pequeñas de ellos; puesto que, como saben muy bien los profesores de la ciencia de curar, solo los nervios pueden trasmitir las impresiones [76] de cualquier estímulo; y no hay molécula en la organización, por ínfima que sea, que deje de ser susceptible a la estimulación, y a darnos idea de haberla recibido: prueba evidente de que en todas partes se hallan los nervios. Si admirables son las funciones del sistema nervioso, no son menos prodigiosos los efectos que resultan de su complicado enlace. Efectivamente, como no hay parte que no tenga conexión una con otra, bien porque se nos presente de estructura análoga, o sea porque sirva para el ejercicio de una función, o porque desempeñe la misma; siempre que un estímulo inmoderado aumenta los fenómenos vitales en un punto, al momento conocemos que otras partes han participado de la misma estimulación. Estas son las simpatías que tanto han dado que pensar a los fisiólogos: observen bien que los nervios causantes de ellas son impelidos a obrar por ese ligerísimo cuerpo de la naturaleza, que es la misma velocidad; entonces notarán cuán sencillo es comprender la rapidez de su movimiento. Son centinelas avanzadas, si me es lícito usar este lenguaje, que envían partes a los demás órganos, cuando alguno corre peligro, [77] para que se preparen a la defensa; porque si el otro muere y permanecen inactivos, no les irá muy bien.

Si importante es el sistema nervioso para que empiece la vida, no lo es menos el sistema vascular para que sigan verificándose sus fenómenos. Él es quien repara todos los órganos incluso el nervioso, a quien sin cesar está mandando el estímulo para que no se acabe su corriente. Empero no demos la primacía al sistema vascular, no: es cierto que no puede marchar el estímulo sin la vida, mas es tan cierto que no puede haber vida sin que primero haya estímulo: esté es el resorte de la máquina. Del mismo modo que el muelle principal de un reloj produce el movimiento en todo él; pero es absolutamente indispensable la cuerda para que pueda moverse, y por consiguiente son ambos necesarios: mas ¿quién impele al movimiento, el muelle a la cuerda, o la cuerda al muelle?

Lo mismo que los nervios se encuentran los vasos ramificados por toda la economía, sin exceptuar la más mínima parte: ellos son los que conducen las partes de asimilación, y a los mismos vuelven las desasimiladas exceptuando las que se segregan de [78] la economía, que también marchan por vasos; estableciendo así el movimiento ordenado y perpetuo mientras la vida dura, que impide la muerte de todos los órganos. Los diversos actos por los que se ejecutan estos fenómenos forman el conjunto de las funciones llamadas de la digestión, absorción, respiración, circulación, nutrición, calorificación y secreciones.

Capítulo III. Funciones de asimilación y desasimilación

La vida del hombre solo puede subsistir quitándosela a otros seres; porque parece que solo en ellos encuentra los elementos orgánicos que puede asimilarse: mas, aunque las sustancias que le sirven de alimentos son análogas a sus órganos, necesita modificarlas, para que después se agreguen con facilidad a toda la economía en el acto de la nutrición. Necesita también tomar agua, la que disuelve y facilita el estado de fluidez indispensable a los [79] materiales en la circulación, para su movilidad.

Por estas necesidades ha dado la naturaleza al hombre los órganos contenidos en el abdomen; con una abertura superior que llamamos boca para recibir los alimentos que han de pasar al estómago; y otra inferior para expeler los residuos inservibles a la reparación. El hombre, que en todo demuestra la elevación de su mecanismo, toma los alimentos con las manos y los conduce a la cavidad de la boca donde los mastica e impregna con las secreciones de las glándulas salivales: con esta preparación le es más fácil dirigirlos hacia la faringe y esófago, los que, regados por los numerosos folículos mucosos que contienen, facilitan el descenso de las sustancias alimenticias al estómago. Conforme van entrando los alimentos en este órgano, se disminuye el apetito, y al fin queda satisfecho en el momento que se halla medianamente lleno; lo que debe servir de aviso, para no sobrecargarle demasiado, porque de lo contrario no ejecutará sus trabajos con facilidad y perfección: no deben introducirse más sustancias en llegando a este grado de satisfacción, y entonces queda [80] incomunicado para prepararse a trabajar; los orificios que conducen al esófago e intestinos quedan cerrados. Bien pronto simpatizado el corazón acelera su movimiento; se desvanece la languidez que ocasionaba el hambre, y se reanima todo el organismo: sin embargo este estado es pasajero, porque a poco rato se notan ligeros calofríos, más o menos perceptibles según los alimentos que se han tomado; los sentidos parece que se entorpecen y hay propensión a dormir: estas señales nos indican que el principio vital disminuye su influencia en los demás órganos, para ir a tomar parte en la digestión estomacal. Entonces este elaboratorio natural, con el auxilio de las mucosidades y saliva que condujeron las sustancias, con el de las secreciones que se elaboran en él, con la grande influencia del calórico, y el movimiento de perístole, convierte los alimentos en una masa homogénea al parecer, de consistencia de puches, de color gris, sabor dulce y algo ácido; a la que se da el nombre de quimo.

Así como en el acto de la digestión el píloro impide el paso de los alimentos que contiene el estómago; cuando van ya quimificándose, [81] los deja marchar libremente al intestino duodeno. Conforme va exonerándose el estómago de las sustancias que contenía, se vuelve a disminuir el exceso de vitalidad que había adquirido; el que se esparce otra vez por todos los órganos, como nos lo dicen el aumento de temperatura, y en su consecuencia la animación y energía que se advierte en todo el organismo.

Pero todavía no han sufrido los alimentos las preparaciones suficientes con la quimificación; no todas sus partes son propias para incorporarse a la masa general de la sangre, porque no todas son a propósito para la nutrición; por esta razón necesitan algunas modificaciones que se efectúan en el primer intestino a donde llegan. Excitadas las paredes del duodeno por la materia quimosa, obran sobre ella impregnándola con sus secreciones, a las que se agregan la bilis y jugo pancreático que vierten el hígado y el páncreas. Después de estas modificaciones, el quimo muda de color, y el sabor se hace amargo: en este estado ya se encuentra con preparación suficiente para que los vasillos que se abren en la superficie de los intestinos tomen las partes que han de servir para la [82] nutrición, como diré en breve. Las trasformaciones que experimenta el quimo en el duodeno son prontas, porque está detenido poco tiempo en él.

El movimiento peristáltico impele los materiales, para que continúen marchando por los intestinos delgados, y las circunvoluciones y válvulas de estos impiden que la marcha sea más pronta que lo necesaria, para que los absorbentes chupen la parte nutritiva. El mismo movimiento peristáltico los obliga a pasar al primer intestino grueso donde ya presentan caracteres diferentes; lo que prueba que han dejado la mayor parte de la materia nutritiva: sin embargo aun sufren alguna ligera modificación en el paso lento de los intestinos gruesos hasta llegar al recto donde se van acumulando; y últimamente son expelidos fuera del cuerpo, cuyo acto se llama defecación.

En la cara interna de los intestinos se presentan las aberturas de muchísimos vasos capilares muy numerosos, cuanto más cerca del estómago están los intestinos: estos vasillos, estimulados de un modo conveniente para absorber la parte asimilable, solo a ella dan paso sus pequeñas bocas; y como si la razón les presidiese, [83] rechazan de la materia quimosa la parte no asimilable. ¡Prodigiosa naturaleza, que cuanto más te contemplo, más me encantas, no veo palpablemente que nadie hará lo que tú y que eres inimitable!!

La materia que ha de reparar la organización se la encuentra en dichos vasos en forma líquida, a la que se da el nombre de quilo: su color es blanco más o menos trasparente, de consistencia varia según los alimentos y bebidas, muy parecida a la sangre; de quien en mi concepto, esencialmente hablando, solo la diferencia el color que la da después el calórico. El quilo continúa marchando por los vasos absorbentes, que se van reuniendo poco a poco hasta formar uno solo llamado conducto torácico.

Diré de paso que los productos que se han separado en la asimilación, y desasimilación de los órganos, son absorbidos por una infinidad de vasillos absorbentes semejantes a los quilíferos; los que, reuniéndose del mismo modo, van a parar al conducto torácico: el líquido que conducen estos vasos, llamado linfa, prueba que no todas las partes desasimiladas son ineptas para la organización; antes al [84] contrario vuelven a ser componentes. Mezclados el quilo y la linfa siguen su marcha por dicho conducto hasta que, entrando en la vena subclavia son conducidos al ventrículo derecho del corazón, incorporados ya a la sangre venosa. Del corazón pasan a los pulmones donde se arterializan; y entonces vuelve la sangre al ventrículo izquierdo, con las circunstancias convenientes para ir a nutrir todos los órganos, como dije hablando del principio vital.

Preparada de este modo la sangre, se trasporta por el impulso del corazón y de las arterias a todos los tejidos de la máquina viviente, para proporcionarles la vivificación y reparación de las pérdidas que sufren. En todos los órganos de la economía se efectúa incesantemente la agregación y separación de las partes que los forman; y a este continuo movimiento es debido el constante estímulo e inalterable estado de la organización.

Muchas son las hipótesis inventadas para saber como se hace la nutrición; más o menos probables en mi concepto, más o menos falsas según los autores que las han descrito; porque los unos parece se han acercado [85] a observar la organización, a la par que los demás solo parece han querido crear teorías halagüeñas describiendo poéticas ficciones.

Investiguemos siempre los fenómenos de la naturaleza, mirándola; porque es el único medio por el que podremos acercarnos a la verdad. La organización es un conjunto de vasos y nervios; la sangre es conducida a todas las partes de la economía, sin exceptuar la más mínima, por vasos; los nervios se hallan igualmente en todo el organismo, porque se necesita su influencia en todas las funciones; además todo está completamente lleno de vasos que absorben muchas partes descompuestas, y segregan las restantes para que sean expelidas del organismo.

Un derrame interior, en la apoplejía por ejemplo, nos hace ver que el estímulo que produce alrededor llama la atención de las partes inmediatas: éstas dirigen hacia allí los líquidos que contienen; cuyo resultado es la formación de un saco mediante la sustracción del calórico; el cual envuelve el coágulo que formó el derrame sanguíneo: este saco tiene indudablemente influencia nerviosa, y es un enlace de vasos sin cuyo requisito no podría [86] segregar el líquido que disuelve el coágulo, ni reabsorberle después de disuelto. Cuantos hechos observemos en la máquina viviente análogos a éste, nos dirán que todo tiende en ella a organizarse cuando se solidifica; y que todo sólido orgánico es vaso que absorbe y segrega. Más claro: todo sólido orgánico se compone de vasos y nervios que dirigen siempre los líquidos que conducen a donde hay mayor estímulo.

A la vista de estos antecedentes ¿inventaremos teorías?

Por lo dicho me parece que la nutrición, o sea desasimilación y asimilación, se verifica del modo siguiente: cuando la materia que ha estado formando los órganos ya no es apta para continuar haciendo parte de ellos, obra de la misma manera que un cuerpo extraño, irritando los nervios; estos reservatorios del calórico le prestan el necesario para que fluidificada marche por los absorbentes: al mismo tiempo, como las partes que se han separado necesitan ser inmediatamente reparadas, para que permanezca el equilibrio, cada órgano absorbe de la sangre arterial la materia propia para su asimilación; de la misma manera que [87] en los intestinos los vasos quilíferos solo chupan el quilo, y entonces los nervios roban el calórico sobrante, para que se solidifique la parte que se asimila quedando efectuada la nutrición. En mi concepto estoy persuadido de que es así, porque no veo que pueda hacerse de otro modo.

La máquina viviente contiene en sí muchos órganos o aparatos llamados secretorios que separan de la masa sanguínea que los impregna varios humores; los cuales unos sirven para facilitar las funciones de la economía; tales son los que segregan el hígado, las glándulas salivales, membranas serosas, &c.; y otros para ser expelidos de ella como inútiles o perjudiciales, y son los que segregan la orina, la traspiración cutánea, &c.

Compuestos de vasos y nervios como las demás partes del organismo, la modificación de su estructura es relativa al líquido que han de separar; por lo que, si es cierto lo dicho de la nutrición, será bien fácil comprender el mecanismo de las secreciones. Esta es la razón por qué no hablo más de ellas; puesto que, los que quieran aprenderlas, pueden consultar las muchas obras de fisiología, donde las encontrarán mil [88] veces mejor descritas que podría yo hacerlo con los pocos conocimientos que mis años me permiten. Solo trataré de la traspiración cutánea en cuanto tiene relación para corroborar la base que siento por principio; habiéndome propuesto al escribir este tratado no decir más que lo que sirva para afirmarla con demostraciones concebibles.

El calórico que queda sobrante en la asimilación, y basta para convencernos de esta verdad observar que el líquido desasimilado tiene menos temperatura que la sangre que se solidifica, y el que debe sobrar también en el sistema nervioso, como se concebirá fácilmente cuando hable de la causa de la muerte, destruiría indudablemente las relaciones de la organización si no se expeliese de la economía sin aumentar la temperatura de esta; porque no puede aumentarse sin grave riesgo de trastornar el orden.

El principal uso del agua que circula por la organización es, en mi concepto, apoderarse del calórico que le sobra, y segregarle por la superficie cutánea{7}, como vemos generalmente: esta es la razón por qué se [89] prefieren los alimentos líquidos en los países templados y calientes, y los sólidos en los fríos; puesto que, aun cuando los líquidos tienen mas calórico, contienen también mucha más agua que le expele: y por la misma razón se prefieren las frutas y ensaladas durante el verano. No se ha descuidado la naturaleza en prodigar a sus productos todo cuanto necesitan para mantener ileso el enlace debido mientras ha de durarles la existencia; y si no lo consigue siempre, es porque nosotros constantemente la estamos contrariando. Solo ella es digna de nuestra incesante observación y admiración. [90]

Capítulo IV. Centro vital

Si solo conociésemos la organización del hombre mientras ejerce sus funciones con regularidad constante, casi desconoceríamos los fenómenos que produce; mas observando con atención los trastornos a que continuamente está sujeta, es indecible lo que nos ilustran. Las enfermedades{8} son [91] la física experimental del hombre. Valiéndome de ellas creo demostraré racionalmente el verdadero y primitivo centro de la máquina viviente, que me parece no está aun bien determinado. Si quisiéramos conocer el primitivo centro mirando la importancia de los órganos nunca podríamos determinarle; porque hay muchos absolutamente indispensables a la vida en el hombre y animales de orden más complicado; [92] y por otra parte es demasiado el enlace que ofrecen aquellos para reconocer centros diversos. En vista de esto deberemos investigar cuál es el órgano que interviene directamente en todas las funciones de la economía, y que dirige todos los fenómenos, teniendo encadenados los demás órganos de tal modo, que sin él nada puede ejecutarse; y si le encontramos, podremos decir con razón que hemos averiguado el primitivo centro orgánico.

Si observamos el conducto intestinal y los pulmones conoceremos inmediatamente que son muy necesarios a la vida; daremos, si se quiere, la preferencia a los pulmones, porque notamos mas pronto su falta; no obstante, reflexionando veremos que no presiden al movimiento interior del organismo, y que sirven de intermedios entre este y la naturaleza, para recibir de los seres externos las partes que mantienen el movimiento y el estímulo que le causa. Son las velas o máquina de vapor de una grande embarcación que no constituyen esencialmente la nave.

La vida la constituye el estímulo y el movimiento; y por consiguiente debemos buscar los centros del sistema nervioso y del vascular, para demostrar [93] cuál de los dos preside la economía. Es bien sabido que el movimiento de la vida empieza en el corazón, de donde pasa la sangre a los pulmones para recibir el estímulo vital, volviendo después al mismo centro: vuelve a salir otra vez distribuyéndose por todo el organismo para la asimilación; y en seguida va regresando por las venas; y en su tránsito se agregan los líquidos de descomposición y secreciones internas, a las que debe añadirse el quilo: de este modo entran todos en el corazón, que es el centro circulatorio, y por la misma razón centro de la vida.

Mas como la vida está sujeta al estímulo vital, y este estímulo tiene su asiento en el sistema nervioso, debemos buscar en él el primitivo centro. Efectivamente, ¿no nos dice el síncope que los nervios quedan sin acción, y que por eso para el movimiento? ¿No nos dice la inflamación aguda del corazón, con sus dolores, la dependencia de éste con el sistema nervioso; porque solo él puede trasmitir las impresiones? ¿Y qué nos dicen las palpitaciones, sino que las enfermedades nerviosas irradian al corazón el estímulo que le hace latir con violencia; [94] puesto que dichas palpitaciones no son mas que un síntoma de irritaciones nerviosas? Este aislamiento que se quiso dar al corazón, consiste en que, desde Bichat, han dividido los fisiólogos la vida en orgánica y animal, considerando la primera independiente de la voluntad; y como no sentimos el ejercicio de sus funciones independiente del cerebro, a esta vida se le ha dado un sistema nervioso peculiar, y el corazón como centro. El error de estos autores nació y continúa mandando, porque no concibieron que el cerebro solo es el órgano encargado de las sensaciones; mas no el centro que irradia el estímulo a los otros. ¿Y cómo había de presidir los fenómenos de la vida el órgano de las sensaciones, no siendo estas necesarias a dicha vida? ¿No vemos infinitos vivientes que no las necesitan? Y los que las disfrutamos ¿no podemos asegurar que casi la mitad del tiempo que vivimos no las tenemos? Está pues en otra parte el centro vital, y solo participan las sensaciones de los actos de la organización cuando es indispensable que así sea.

Vista la dependencia del corazón al sistema nervioso, debemos buscar el centro de éste, que indudablemente es [95] el de toda la máquina viviente.

El cerebro, cerebelo, medula espinal y los nervios esparcidos en todos los órganos componen el sistema nervioso. Todos los nervios van a parar a la medula, la que en su extremidad cerebral tiene una expansión llamada protuberancia anular, que sirve como de ganglio; a favor del cual entrecruzándose las fibras de la medula, como que se dilatan para formar el cerebro y el cerebelo. Este sistema está encargado de la sensibilidad; nos da ideas de cuanto existe en la naturaleza; por él conocemos nuestras relaciones con todos los seres; y fijamos últimamente como por encanto en sus órganos todas las bellezas que el universo ofrece.

Estas funciones, llamadas de inteligencia, residen en la masa cerebral, y para que tengan lugar es necesario que sientan las partes encargadas de ellas las impresiones trasmitidas. Sentir es lo mismo que recibir sensación. Sensación es la idea que adquiere el sensorio cuando se trasmite hasta él la impresión que un estímulo cualquiera ha producido en un órgano. Todos los órganos tienen relación con el sensorio; puesto que todos pueden dar idea de [96] sus estimulaciones cuando son bastante enérgicas para que lleguen a él: los dolores que se observan constantemente en todas las partes que se desarrolla una inflamación aguda, son una prueba incontestable de la dependencia que todas tienen con el cerebro; porque nos dan a conocer que se ha trasmitido la impresión a quien solo puede sentirla.

Empero, no todas las impresiones son conducidas hasta el sensorio, porque no todas las sentimos, y sin embargo se ejecutan sin la intervención de éste los fenómenos que aquellas originan: esto prueba que la parte del sistema nervioso que irradia la acción para que se efectúen dichos fenómenos, no es el cerebro; puesto que en todas las funciones se necesita la influencia nerviosa, y cuando no hay sensación, consiste en que no se ha trasmitido al sensorio el estímulo. De lo que se deduce que el centro a donde van a parar todas las estimulaciones de la máquina viviente, que llamaré centro de percepción, está antes de llegar al órgano de las sensaciones.

Todos los órganos ejercen sus funciones, como se verá después, bajo la influencia del centro perceptivo, sin exceptuar [97] las intelectuales; y por esta razón debe residir el centro vital en la protuberancia anular, que es el centro de unión de todo el sistema nervioso. Este mágico resorte cuando le llegan las impresiones de todos los sentidos, si le afectan de un modo nuevo consulta{9} (permítaseme este lenguaje que uso para que se me conciba mejor) al órgano sensitivo, para que le enseñe qué parte ha de mover para que se transmita el estímulo a quien motivó la impresión: mas cuando ha sido impresionado muchas veces no necesita guía, porque ha aprendido a mover por sí la parte que ha de irradiar la acción.

Los hechos siguientes demuestran lo que llevo expuesto.

La paralización de las funciones que se efectuaban por debajo de un nervio cortado, ligado o comprimido, prueba que es indispensable en todas partes la influencia perceptiva. [98]

La epilepsia y la catalepsia creo nos dicen muy bien donde está el centro de percepción, y su independencia del sensorio. Efectivamente, la epilepsia nos hace conocer que una causa ha interrumpido la comunicación entre el centro perceptivo y el órgano sensitivo, por lo que cesan las sensaciones; y sin embargo continúan las relaciones con todo el organismo: mas, si se propaga la interrupción a la parte que percibe, que no puede ser otra que la protuberancia, porque debe estar antes del cerebro, y después de la reunión de todos los nervios, entonces se van disminuyendo poco a poco las relaciones con los demás órganos, y puede ser tanta que haya una completa incomunicación, pareciendo que se ha extinguido la vida; y todo lo ha causado la falta de influencia del centro perceptivo: esto nos lo dice la catalepsia.

Si se quieren pruebas que se hallen al alcance de todos, he aquí donde se encuentran. Todos saben bien que cuando los órganos que nos ponen en relación con los demás seres han estado obrando cierto tiempo necesitan descansar, como nos lo acreditan el abatimiento que en ellos notamos, y la dificultad con que ejercen sus trabajos: [99] entonces sobreviene el sueño. Si los órganos han experimentado poco más o menos los mismos trabajos, es perfecto, y dura igualmente en todos; y si no han trabajado tanto unos como otros, o de hallan algunos muy estimulados, despiertan antes que los demás. En ambos casos sigue constante el movimiento de la vida en todo el organismo, y el centro de percepción debe dirigirle, como nos lo demuestran los ensueños y el sonambulismo. En el sueño se ponen en vigilia órganos sensoriales, y en el sonambulismo órganos de los sentidos, del modo siguiente:

Cuando el sensorio está poco cansado o muy estimulado, se hallan dispuestos los órganos de las sensaciones al movimiento, y el estímulo de cualquiera de ellos se trasmite al centro perceptivo: entonces éste mueve generalmente las partes cerebrales más estimuladas; y por eso soñamos lo que deseamos siempre que ocupa alguna idea dominante a nuestro sensorio: si consiste el ensueño en el poco cansancio, se mueven por lo regular entonces indeterminadamente las partes cerebrales; y esta es la razón por que soñamos muchas veces con ideas remotas e inconexas. [100]

Del mismo modo los sonámbulos se mueven, escriben, continúan una conversación, &c. interviniendo solo el centro perceptivo; y ésta es la razón por que no tienen idea de haber soñado: al contrario de lo que sucede en los sueños de los que nos acordamos. Creo demostrado el centro vital. [101]


Movimiento de la naturaleza. Parte tercera

Historia humana

Capítulo I. La generación

La especie humana se compone, como todos los demás seres vivientes, de dos sistemas de órganos palpablemente distintos: el uno, que es el nervioso donde reside el principio vital, está encargado de animar toda la máquina viviente; y el otro, que es el vascular, residencia de la vida, donde observamos el constante movimiento de las partes que por él circulan. Enlazados estos sistemas forman los individuos de la especie que son semejantes en lo [102] general; pero que sin embargo no dejamos de notar en ellos diferencias bien marcadas y constantes, las cuales caracterizan los dos sexos varón y hembra. Estos dos productos resultantes de seres anteriores e iguales a ellos, compuestos de dos partes esencialmente diversas, necesitan indispensablemente unirse, porque de lo contrario no podrían producir otros seres que fuesen sus semejantes.

Por esta causa ha impreso la naturaleza en los seres vivientes el instinto irresistible de la reproducción, o sea deseo que exalta a los individuos de cada especie, convidando al amor a los sexos diferentes. Esta apreciable pasión, tanto más sublime cuanto es más natural, ha sido tan depravada en las costumbres sociales, que ha originado el vicio del libertinaje, muy digno de aversión, porque ha corrompido la especie humana, vilipendiándola y deteriorándola con destructoras enfermedades. Mas cuando el amor enciende naturalmente su ardorosa llama, deseando se le quemen inciensos en el templo de Venus, es una sensación virtuosa y no debe contrariarse: entonces es la delicia de los corazones sensibles; por lo que el vicio no liba su mágico [103] talismán, y sola la virtud se embriaga en el seno de sus encantos.

La naturaleza ha precavido con esta vehemente pasión que se destruya la especie humana; y si analizamos un poco los fines que se ha propuesto en su desarrollo, además de convencernos de las diferentes sensaciones que ha impreso en los sexos, nos demostrarán que es la base del amor filial.

El hombre, cuando el deseo de la reproducción enajena su sensorio, destinado por la naturaleza solo para comunicar al nuevo ser la base que ha de animarle, se queda absorto al lado de la mujer; y preocupada su imaginación delirante con la única idea que le agita, la mira en aquel momento como una divinidad que puede tranquilizar su trastornada mente: mas en el instante que, satisfecha la idea que le anonadaba, recobran sus sentidos la calma que perdieron, ya no hay divinidad, ya no hay encanto; y solo le inspira la mujer indiferencia si no tedio. Después el imperio de la razón vuelve a dirigir sus sensaciones, y se le recuerdan las ocupaciones públicas: le animan deseos de sobresalir entre todos los demás en el destino que ocupa, y solo piensa en su opinión y gloria; [104] pasiones no tan vehementes, pero sí más constantes, porque son en él más naturales.

La mujer, destinada por la naturaleza para dar la vida al nuevo ser en sus entrañas, y consagrarle después del nacimiento sus desvelos, prevé la falta que le ha de hacer el hombre en la conservación de sus queridos hijos; y aunque desea la unión para vivificar el germen que hay depositado en sus órganos, teme verse abandonada y sola si el varón la olvida; y por eso muestra resistencia hasta que cree segura la constancia. No queda satisfecha después de verificado el enlace de ambos: bien pronto la naturaleza le enseña a conocer que es madre; y entonces se esfuerza más y más en hechizar al hombre con su amabilidad y atractivos: en breve nace el producto de la concepción, y ve en él un ídolo que adora, y por quien daría mil vidas antes que perderle. ¡Desgraciada la madre que no experimenta estas sensaciones, porque indudablemente tiene viciado su sensorio, y la sociedad lo llorará algún día!: y ¡desdichados los hijos que no consiguen una buena madre! porque ¿quién se encargará si no de subvenir incesantemente a las continuas exigencias [105] de la primera infancia, conduciendo los niños por la senda del honor en la época de la vida que más se necesita fijar con solidez las primeras impresiones?

Animados de estas sensaciones los dos sexos se unen para contribuir cada uno con los medios que le pertenecen a dar la vida al nuevo individuo. ¿Y qué partes emplea cada uno para la animación de este producto? Analicemos los órganos sexuales y descubriremos la verdad.

Las partes de la generación de ambos sexos observadas con cuidado nos ofrecen mucha analogía, si hacemos un paralelo entre ellas. El pene del varón coincide perfectamente con el clítoris de la hembra; los testículos, conductos deferentes y vesículas seminales, se nos muestran análogos a los ovarios, trompas de Falopio y útero: los testículos preparan el semen, marcha por el conducto deferente, y se conserva en las vesículas; los ovarios preparan el nuevo producto, marcha por las trompas, y se conserva para su desarrollo en el útero. Reflexionando otra vez un momento que cada individuo de la especie consta de dos sistemas distintos, nervioso y vascular, notaremos al momento [106] el predominio nervioso en las partes sexuales del varón; y el predominio vascular en las partes sexuales de la hembra. Efectivamente, los principales órganos de la generación del hombre son casi del todo nerviosos, los de la mujer casi del todo vasculares: su sensibilidad y secreciones lo confirman. Con estos antecedentes ¿no deduciremos necesariamente que el hombre contribuye en la generación con la base del principio vital, o sea centro nervioso, y la mujer con la base de la vida, o sea centro vascular; que enlazadas estas dos partes pasan a la matriz para adherirse a ella de quien toman los materiales de desarrollo; que de este modo van desenvolviéndose los órganos; y últimamente que si tiene más preponderancia o sea fuerza de desarrollo el sistema nervioso será varón el individuo que nazca, y si prepondera el vascular será hembra? He aquí explicada la concepción de un modo claro y terminante, sin teorías ni ilusiones: solo observando lo que nos dice la naturaleza palpablemente al enseñarnos los hechos con evidencia y sencillez.

Con estas bases va formando la naturaleza el nuevo ser, tomando las partes materiales de la madre; donde las [107] encuentra ya preparadas; por lo que se conserva en la matriz hasta tanto que los órganos medianamente desarrollados puedan trabajar por sí, y resistir a las impresiones de los demás seres. Durante esta permanencia no tenemos sensaciones, porque no recibimos impresión alguna; si prescindimos de la que pueda ocasionar una mala postura, alguna pequeña compresión, u otra ligera causa que debemos no apreciar.

De todo lo antes dicho podemos deducir con fundamento que debemos el principio vital a nuestro padre, la vida a nuestra madre, la existencia a la materia, y la forma a la naturaleza.

Capítulo II. La infancia

En el momento que nace la criatura toda su superficie se pone en contacto con el aire de quien recibe la primera y más constante impresión durante la vida: la agitación que experimenta el recién nacido nos da a conocer que el centro vital ha participado de estas impresiones. Es indispensable que el [108] aire vaya a ejercer su influencia en el organismo, y la respiración se establece inmediatamente. Concluidas estas primeras impresiones, nuevas necesidades atormentan al tierno infante; porque le hace falta tomar partes asimilables, y nos lo anuncia con sus gritos: la calma que recobra cuando coge el pezón y empieza a mamar nos lo demuestran.

En estos primeros momentos de la vida extra-uterina dirige los fenómenos el centro perceptivo, o sea si se quiere instinto, o mas bien naturaleza, como la llamaré en adelante, que es el verdadero instinto: entendiendo por naturaleza «la facultad que tiene el organismo así enlazado, para producir por su conformación los efectos que notamos.»

Sin embargo nadie desconoce que muchos de los órganos que dan ahora estos resultados estarán en adelante bajo la dependencia de las sensaciones que aun no existen: porque después será libre el sensorio para modificar los movimientos, sometiéndolos a su voluntad. ¿Y habrá alguno que diga que el órgano de las ideas dirige los primeros movimientos y primeras succiones?

Aunque en el principio de la vida [109] no hay ideas, todas las impresiones que reciben los sentidos llegan al cerebro, y las partes de este comienzan a desarrollarse, o sea modificar la materia de sus órganos para que se mueva con orden, que es lo que constituye las sensaciones. Poco a poco empieza el niño a darnos muestras de que la naturaleza va reglando los movimientos confusos que hasta entonces habían recibido los órganos sensoriales, y se delinean los primeros rudimentos del entendimiento humano. Entiendo por en entendimiento las facultades del cerebro referidas aisladamente, o consideradas solo en los órganos que sienten. Le dirige siempre la naturaleza, y sus facultades no son efectos unas de otras, son sí efecto del movimiento de la materia cerebral.

Entonces mira el niño los objetos, oye los ruidos, y va desarrollándose la primera facultad del entendimiento: la atención. Bien pronto fija la vista en los objetos, y sigue sus movimientos; oye ruido y presta atención hacia el lado de donde salió el sonido: esto es, que aquella parte de la materia cerebral se mueve del mismo modo que se movió cuando había recibido aquellas mismas impresiones; como producen los mismos [110] efectos que antes, necesariamente dan por resultado en el órgano de la sensación las mismas ideas; el niño las recuerda y observa. De este modo va diseñándose la memoria, que no es otra cosa que la repetición de movimientos que han ejecutado otras veces las partes sensoriales.

Observando el niño los cuerpos que mira, nota al momento que no son semejantes, esto es, la impresión de los unos produce diferentes movimientos en el cerebro de los que causan los otros: así empieza a formar juicios, que no son otra cosa que la comparación de distintos cuerpos para venir en conocimiento de sus diferencias.

La consecuencia forzosa de este desarrollo de facultades es el conocimiento de los individuos que le rodean: reflexionen todos los que quieran sobre lo expuesto; observen bien el desenvolvimiento de los órganos del niño, y verán como coinciden sus observaciones con lo que digo. ¿Por qué conoce el infante mas que a nadie a quien le cría? ¿Por qué menos generalmente a sus padres y hermanos? ¿Por qué menos que a estos a las personas que no habitan en su casa? Porque a todos los tiene en su memoria, y de todos forma diferentes juicios, y conoce mas a los que mas observa, [111] porque han movido del mismo modo muchas mas veces su materia cerebral; mas si en este estado se separa al infante de la casa paterna, y se le conduce a otro lugar donde vea a otras personas que las que hasta entonces vio, ¿qué sucederá? Que el cerebro ya no recibe las sensaciones a que estaba acostumbrado; que los distintos cuerpos que ahora le impresionan mueven de otro modo las partes cerebrales; que éstas van adquiriendo la costumbre de los últimos movimientos por su repetición; hasta que al fin pierden absolutamente el uso de ejecutar los primeros. Vuélvase en este estado al niño a casa de sus padres, y desconoce a todas las personas que produjeron sus primeras ideas. ¿Qué se ha hecho de estas? ¿qué de la memoria? ¿a dónde fue la entidad de estas facultades? ¿Habrá quien dude que son efecto de los movimientos de la masa cerebral?

Ya hemos observado como se van multiplicando las facultades intelectuales en el infante; todavía no ha hecho mas que recibir las impresiones de los seres que le rodean, y comunicar el movimiento correspondiente al cerebro. Mas cuando la naturaleza se iba acostumbrando a estos movimientos, y el cerebro [112] los repetía siempre que el niño fijaba los ojos en objetos desconocidos, volvía la cabeza porque deseaba no verlos; si después veía a los conocidos, se regocijaba y sonreía: en estos movimientos indudablemente el centro de percepción reaccionaba sobre los músculos, y el cerebro recibía aquellas sensaciones. La naturaleza había observado estos efectos, esto es, nuestro organismo iba adquiriendo la costumbre de verificar estos movimientos unos después de otros con el orden que lo había hecho antes; y si recibía impresiones, no se contentaba con trasmitirlas, como lo ejecutaba hacía poco; sino que movía por sí otras partes que no habían recibido impresión alguna, solo porque las movió otras veces después de las que habían sido últimamente impresionadas. De este modo se reúnen la naturaleza y las ideas, o sea la percepción y el sensorio, para dirigir acordes la máquina viviente.

Desde entonces empieza el yo en el individuo, va sujetando todos sus actos a la voluntad, y tiene la facultad eminentemente enajenadora de ser libre, siempre que marche de acuerdo con la naturaleza y no se oponga a sus leyes. He aquí en bosquejo como principia el [113] pensamiento; que no es otra cosa que el conocimiento que conserva en sí la masa cerebral mientras ejecuta movimientos resultantes de impresiones que recibe o ha recibido.

El niño crece, y cada momento adquiere más conocimientos; aprende a mover sus extremidades con orden, y a ponerlas bajo el imperio de la voluntad; las personas que cuidan de su infancia le dan objetos para entretenerle: los analiza y aumenta sus ideas con las nuevas impresiones. Al mismo tiempo observa que, cuando llora, le dan los mismos objetos que le distraen; y bien pronto conoce la razón por qué se los dan: desde entonces siempre que ye alguna cosa que llama su atención, si no se la dan llora y se irrita; su cerebro se fija en aquella sensación, y experimenta los mismos movimientos hasta que queda satisfecho: como se trata de dar gusto en lo posible al niño porque incomodan sus canciones, generalmente acceden a sus deseos enseñándole de este modo lo que ha de hacer para conseguirlos, y por esta razón todos son muy soberbios: así comienzan a desarrollarse las pasiones.

Después se le ensaña poco a poco a hablar diciéndole palabras de pronunciación sencilla; [114] tales son, papa, mama, chacha, &c., las que le repiten frecuentemente, y significan cosas que continuamente ve; porque no puede adquirir ideas de las palabras, si no representan objetos, que pueda concebir.

La vista y el oído son los sentidos que principalmente contribuyen a estos conocimientos; y si falta alguno cuesta mucho trabajo adquirirlos; porque aun cuando suple el tacto, sus socorros son imperfectos. El arte ha corregido en parte la falta del oído, logrando hacer hablar a los sordos; sin embargo siempre les falta mucho, porque no conocen los sonidos: mas la falta de la vista con nada puede remediarse; y el ciego desconocerá siempre lo más bello de la naturaleza, los colores; ¡y nunca verá la luz!

Nadie duda que a proporción que el niño aprende a hablar aumenta prodigiosamente la suma de conocimientos. Entre tanto las personas que le cuidan van desarrollando imprudentemente sus pasiones; y si son poco dignas del hombre ¡cuánto daño le hacen! El acceder demasiado a sus gustos dije que conducía a la soberbia; y ahora haré ver que hay otra pasión también muy frecuente en los niños, que se hermana con esta, [115] y puede concebirse bien su desarrollo. Así como se satisfacen los gustos que sirven para distraer al infante, es generalmente el primer objeto de cariño de todos; tanto mas, cuanto que a medida que crece agradan mucho sus gracias: el que lo nota no puede resistir con calma que se hagan caricias a otros: se para en aquella sensación, y comienza la envidia. En los primeros tiempos se podría confundir la soberbia con la envidia; mas cuando nace otro hermano y le roba las caricias de sus padres, ya las distinguimos: va conociendo que el nuevo recién nacido se lleva la atención de todos los que antes le mimaban; al principio se incomoda, y suelen todavía darle gusto; mas, persuadido al fin del triunfo de su rival, ya no se enfada: el demasiado estímulo que ha sostenido la soberbia en la masa cerebral se disminuye; y da por resultado una insoportable tristeza. Creo saben muy bien todos que los efectos de esta vehemente pasión conducen muchos niños al sepulcro.

También es muy frecuente incitar a los niños a la venganza, cuando se hacen daño con algún objeto inanimado, mandándoles que le peguen: acostumbrados a estas sensaciones, [116] si jugueteando unos con otros se hacen mal, riñen encolerizados; el que vence, conmovido de los lamentos de su contrario, se rinde a la compasión; y al que queda vencido le acomete el miedo: en ambos el estímulo de las primeras pasiones ha cesado, dando lugar a otras que son consecuencia de su disminución. Por esto vemos que las pasiones que dependen de exaltación cerebral, reaccionan sobre el organismo excitándole; y las que provienen de depresión sensorial, causan abatimiento.

En lo que se necesita tener mucho cuidado, es en evitar el desarrollo de la crueldad en la infancia; y aquí pienso rebatir un error demasiado general. Se dice que los muchachos son naturalmente inclinados a hacer mal, y que le prefieren al bien: error crasísimo, y que si fuera cierto, me obligaría a disminuir la grandiosa idea que tengo formada de la naturaleza. La verdad es, que en la infancia se desconoce el bien y el mal; que en aquella época el cerebro está siempre sobre-excitado, y recibe las impresiones con vehemencia: que no solo no puede ocuparse en beneficio de los demás, sino que al contrario necesita que todos le socorran. Con las manos atadas para todo, [117] ¿qué bienes ha de proporcionar? Si no le iluminan y le abandonan, ¿no será malo necesariamente? Desconociendo las buenas acciones, y recibiendo generalmente malas emociones sensoriales, si no se le dirige ¿no se hará malo irremediablemente? Más aún: ¿no le estimulan continuamente los hombres a obrar mal? ¿no aplauden incesantemente sus travesuras, sin reparar que pueden ser funestas? Si procurasen inculcarles buenas máximas desde que nacen, con impresiones correspondientes, todos serían buenos.

En medio de este laberinto caminan los muchachos, siempre expuestos a extraviarse: las pasiones que primero le han desarrollado son poco propias para que ame la virtud; al contrario, le predisponen al vicio. La soberbia y venganza, que son las que más ha ejercitado, las pondrá en uso en todas las ocasiones que se le presenten, y especialmente cuando crea abatido su amor propio; que será tantas veces como le incomoden personas de quien no pueda vengarse. Entonces calmará su furor rompiendo cuantos objetos pueda para satisfacer su gusto, y aun encontrará mucho placer si son del que le haya causado la incomodidad. [118]

Así se va acostumbrando a las maldades, y como el instinto de su conservación le hace sagaz, procura cuando hace daño, eludir la vigilancia de los que puedan observarle y corregirle. Todas estas inclinaciones le conducen después naturalmente a atormentar a los animales; y aunque al principio le detiene un impulso de compasión, la repetición de actos le acostumbra a la indiferencia; y al fin se recrea y complace oyendo sus lamentos. De este modo se hacen crueles los muchachos, y si se les deja caminar libremente al precipicio, serán indudablemente hombres depravados, verdugos de sus semejantes, y trastornadores del orden social{10}. [119]

Bien patente se ve la necesidad que hay de fijar con solidez las impresiones que dan por resultado acciones dignas de la especie humana, desde los primeros momentos de la vida. Veo ciertamente que los individuos de esta especie son generalmente malos en la infancia; pero aun es más cierto para mí que se abandona su educación cuando era más forzoso educarlos; y aquí encuentro la causa del mal, no en la tendencia natural del organismo.

El entendimiento se ha desenvuelto de un modo maravilloso, aunque todavía está muy distante de llegar a la perfección: la naturaleza que le dirige y a la que no puede oponerse se ocupa en los demás órganos, y no le permite hacer más hasta que todos estén desarrollados. No le es dado aún reflexionar: apenas raciocina, presta sí atención a los objetos materiales nuevos que ve, y el deseo de distinguirlos le impele a conocerlos más sin fijarse en ellos, pues al momento le distraerá la cosa más frívola: por eso le vemos siempre inquieto y voluble, vagando de [120] conocimiento en conocimiento, y mudando continuamente de ideas. Hagamos cuantos esfuerzos podamos para perfeccionar la inteligencia antes que llegue a su complemento la organización, y nos convenceremos de la inutilidad de nuestros deseos. En vista de esto ¿no podremos asegurar que el desarrollo de la materia es quien desenvuelve el pensamiento? ¿Y queremos que dependa de él nuestra libertad? Nunca es libre si se opone a la naturaleza.

Capítulo III. La adolescencia

Bien pronto la adolescencia ocasiona un cambio general en toda la economía, y esta admirable revolución parece que ha convertido en otra la máquina viviente. El joven va aproximándose a su completo desarrollo, le agitan nuevos deseos, y se hace reflexivo. ¡Qué maravilla! La naturaleza, burlándose de las lecciones, ha efectuado en un momento lo que no se ha conseguido en muchos años.

Los órganos reproductores que hasta [121] ahora no habían dado señal alguna de sus usos, principian a ponerse en acción; y los sexos que habían estado como confundidos, esto es, participando indiferentes de los juegos de la niñez, no pueden mirarse ya sin experimentar una sensación interior que los conmueve. Por esto vemos que no so concedidas al hombre las facultades de la generación hasta que adquiere todo el organismo la fuerza e inteligencia indispensables para vivir por sí, y cuidar de los nuevos productos.

Analizando los fenómenos que se observan en la pubertad, vemos que todos los órganos reciben su último aumento: el corazón, el sistema sanguíneo dependiente de él, los órganos de la respiración, los músculos, &c. adquieren una energía vital. Sin embargo los usos de todas estas partes nos eran ya conocidos; y no deben llamar tanto nuestra atención como los fenómenos que notamos en órganos cuyas funciones desconocíamos: tales son el incremento momentáneo del cerebelo, y las secreciones de las partes de la generación. Esta coincidencia de desarrollo entre el cerebelo y órganos reproductores con las demás partes de la economía, ¿no nos conducen naturalmente [122] a las siguientes explicaciones que concibo de estos hechos?

El desarrollo del feto comienza por los órganos interiores, que son los que mantienen el movimiento de la vida; y los órganos que le ponen después en relación casi no hacen mas que formarse. Desde el nacimiento en adelante sucede todo lo contrario; porque el sin número de impresiones que reciben las partes externas las desenvuelve en razón inversa de los órganos interiores que van recibiendo cada vez menos impulso, hasta que, equilibrada toda la organización en la pubertad, llega por una impulsión general al ultimo grado de perfección. Estos dos órdenes de funciones nos hacen presumir dos órdenes de nervios que trasmiten unos las estimulaciones externas, y los otros las internas: sabemos que a las primeras preside el cerebro, no sabemos donde van a parar las segundas; pero la adolescencia nos ha enseñado que las partes de la generación, que son pertenecientes a los órganos interiores, han aumentado en unión del cerebelo; y que el resultado ha sido aumento de nutrición y complemento de la máquina: y esto nos debe hacer creer que a las segundas preside el cerebelo. [123]

De todos estos antecedentes me parece podremos deducir racionalmente que el cerebro y cerebelo, enlazados en la protuberancia anular, centro común de todo el organismo, se reúnen para formar la medula espinal, que es la que da los nervios a toda la máquina; que los procedentes del cerebro van a distribuirse por los sentidos externos, y los que vienen del cerebelo por los órganos interiores, enviando unos y otros ramificaciones a las partes que deban participar del común enlace. Como todos reconocen por centro general la protuberancia, nos es fácil concebir que los grandes trastornos de las vísceras darán sensaciones al cerebro, y que las pasiones vehementes se harán sentir en los órganos interiores.

Después que ha empezado la pubertad, parece que se ha conducido al joven a un mundo que desconocía: observa cuanto le rodea, raciocina sobre los objetos que ve, y se hace reflexivo contemplando sus nuevas facultades. Entonces se apodera de él la presunción; porque el amor propio le seduce, haciéndole creer que es capaz, por la facilidad que advierte en su pensamiento, de superar todas las dificultades que se le opongan, y presume tener [124] más mérito que los demás. Sin embargo, el amor a la gloria todavía se halla poco manifiesto, no es donde más gusto encuentra en los raciocinios; aún le domina la inconstancia; y lo que principalmente le obliga a ser pensador es la inclinación invencible que tiene al bello sexo. Desea agradar a cuantas jóvenes ve; si alguna le sorprende casualmente en los juegos de la infancia a los que no ha perdido la inclinación, se avergüenza, y promete en su interior abstenerse de ellos; porque quiere se le considere como hombre, y esto es lo que contribuye a hacerle formal.

Las jóvenes, a quien la naturaleza no concede un sistema nervioso tan fuerte para el firme desarrollo de sus órganos, se perfecciona conservando la estructura poco consistente de la infancia, y una sensibilidad casi enigmática. La finura de la piel y redondez de sus delicados miembros contribuyen mucho a su belleza; pero por esta misma razón las impresiones afectan de un modo singular todas sus partes, las que están trasmitiendo continuamente vivas e inconstantes sensaciones: así las vemos generalmente dotadas de imaginación fecunda y pasiones vehementes; [125] mas las ideas no se fijan con la solidez que en el hombre.

Formadas para el amor, le consagran en adelante sus más constantes desvelos; y aunque tratan de ocultar disimulando, la confusión que existe en sus sensaciones tumultuosas, la seducción de sus expresivos ojos nos dan bien a entender la agitación que experimentan. No obstante la naturaleza ha encargado a la virtud el cuidado del tesoro que contienen en depósito; y el respeto que infunde la hermosura del semblante cubierta con el velo de la modestia, opone una resistencia casi invencible a los impetuosos seductores, si la inocencia virginal purifica sus pensamientos. Después que son madres, no solo se afanan con esmero en procurar los continuos y no interrumpidos socorros que necesitan los productos del amor, sino que mitigan compasivas los frecuentes pesares que la vida social nos proporciona. Procuremos siempre amarlas, porque son dignas de nuestra gratitud y reconocimiento, y tengamos con ellas todas cuantas consideraciones se merecen. ¿Podremos acaso olvidar jamás lo que les debemos? En nuestra tierna infancia todos los deseos de sus solícitos desvelos se dirigen a [126] nuestra educación y felicidad; durante la juventud son el más bello ornamento de la sociedad, y nos embelesan con sus donosos atractivos; y en adelante, cuando los disgustos de las ocupaciones públicas conducirían indudablemente muchas veces a la desesperación, solo ellas dulcifican la existencia de nuestra vida.

Por lo antes dicho vemos cuán propia es del joven la pasión que en esta época de la vida le domina; sin embargo, formado para otras ocupaciones que principalmente le pertenecen es necesario que empiece a conocerlas y enseñárselas, no sea que el abuso de las pasiones le conduzca al precipicio. Reflexiónese bien que en esta edad aún se pueden modificar mucho las costumbres, si la educación ha sido descuidada en la infancia; porque, aunque no comienzan las impresiones, se ordenan, y conocen sus efectos{11}. Todavía es [127] tiempo de que el hombre marche por la senda del honor, haciéndole conocer sus delicias, y apartándole de los vicios; conmutando el camino de los tormentos y zozobras que conduce a la desgracia por otro ameno y tranquilo, único que tiene en su conclusión la felicidad.

De este modo se ira acostumbrando a reformar los juicios que haya adquirido precipitadamente, y descubriendo los errores sabrá rectificarlos. Así llegará a su perfección; y si ha cultivado las facultades intelectuales, podrá, analizando todos los cuerpos que le impresionan, llegar a poseer un conjunto de conocimientos admirable. [128]

Capítulo IV. La edad viril y la vejez

Entonces goza el hombre de la mayor libertad posible para obrar con plena voluntad: mas observemos bien que esta misma voluntad está enlazada con la naturaleza en tales términos que no puede determinar ninguno de sus actos sin sujetarse a ella. Nos lo demuestran bien los movimientos impetuosos del cerebro a consecuencia de enérgicas impresiones; en cuyos casos se separan la naturaleza y el pensamiento, y nos vemos forzados a obedecer a la primera.

Todos los estímulos demasiado vivos, las emociones instantáneas que afectan nuestro sensorio con una alegría inmoderada por la vista de objetos muy gratos, o con un profunda sentimiento por la inmediación de precipicios, o exposición a grandes desgracias; las ideas dominantes que resultan de pasiones que no podemos vencer, &c., &c. ¿no nos enseñan palpablemente la limitación de nuestra voluntad?{12} [129]. Obedeciendo a la naturaleza es el hombre libre. Solo así le vemos reflexivo contemplar las bellezas que el universo le ofrece, y coordinar las ideas de las impresiones que le han trasmitido, para comunicarnos por escrito con descripciones pintorescas los cuadros halagüeños que inventa su imaginación.

Empero nunca creará ni siquiera una idea abstracta que no represente [130] objeto material, porque si no la hace significar cosa que pueda impresionarnos, será solo un nombre vago e indeterminado, que él no concebirá, y mucho menos le hará capaz de que los demás le concibamos.

Si cualquiera se empeña en crear nombres, o en explicar cosas con palabras que todos los demás desconocen, es claro que no podrá ser entendido. Yo, por ejemplo, me propongo crear una palabra o nombre, a saber bisacto, y para darla a conocer, digo que su significado es representar una cosa sin longitud, latitud, ni profundidad, inextensa e incorpórea. ¿Habrá alguno que diga que ha concebido el objeto para que he creado esta palabra? ¿Cómo, si yo mismo no he formado idea? Mas si hago saber que con ella quiero expresar la doble acción de los cuerpos circulares cuando se mueven, siempre que escriba, el movimiento general de la naturaleza es bisacto, las partes de la materia se mueven bisactas, los cuerpos redondos marchan bisactos; querré decir, el movimiento general de la naturaleza es de traslación y rotación, las partes de la materia se mueven trasladándose y rodando; los cuerpos redondos al trasladarse de un punto [131] a otro giran alrededor de su eje; y creo que así se me habrá entendido.

Lo mismo sucederá si para describir cualquier objeto material me valgo solamente de frases que no comprendemos. Si me empeño en pintar una jóven adornada y rodeada de todo lo más bello que ofrece la creación del modo siguiente:

En un inespacioso jardín rodeado de inmateriales paredes, y amenísimo como la eternidad del infinito, me entré a contemplar la inextensidad que le creó, y fui sorprendido con la vista de una hermosura que yacía reclinada en la espiritualidad de la ilatitud, pasando a su lado con grato murmullo la pureza cristalina de la nada. La inestimable gracia de su altísimo e informe cuerpo, la maravillosa delicia de su inaéreo e invisible talle, la suavidad de su inevangélico rostro divinizado con las emanaciones de la glorificación, y la dulcísima voz que parecía salida de su improfunda boca; al trasmitir los inauditos ínsonos producían una insentimental sensación en la incorpórea inmortalidad. La indivisibilidad de los rayos de sus eficacísimas luces, puras como la fe virginal, la hacían irresistible a la inanimación; y su corazón impalpitable [132] a la manera que las fluctuantes ondas del vacío, deificaban su invenerado semblante. Encantado con la vista de esta inclara maravilla, no pude menos de exclamar: ¡guárdete el cielo, incomprensible beldad, que, simplificada por la inmaterialidad del imposible, eres solo digna de habitar la inexistencia! ¿quién habrá formado una idea verdadera de su belleza después de leída la descripción? Yo mismo que la invento, no la comprendo.

No sucederá lo mismo si empleo en su formación nombres inteligibles, y que signifiquen cosas que todos conozcan: entonces si los objetos comparados son dignos de la comparación, resultará un enlace muy concebible y sencillo; hé aquí el ejemplo:

Una fresca mañana de primavera, que el aire mantenía el equilibrio levemente agitado por la suave brisa, y el fulgente planeta desde la bóveda azul empezaba a brillar en nuestro horizonte, salí a gozar de la grata impresión que experimentan los sentidos con las emanaciones de las plantas. Nada empañaba la pureza trasparente de la atmósfera; y la sin par naturaleza enajenaba al pensamiento. Deseando gustar del paseo a que la alegría de la luz me [133] convidaba, me interné en un ameno bosquecillo alfombrado de verde y salpicado con florecillas odoríferas; por donde, anonadado en medio de tantas maravillas, caminaba con extática distracción, analizando los productos naturales; cuando perdí de repente el delicioso sosiego con una sensación tumultuosa que, cual mágica chispa eléctrica, recibió mi cerebro: me la causó una sin igual belleza, sentada en medio de la entrelazada yerba, y adorada por las vistosas flores que, colocadas en su torno, la reanimaban con sus colores al reflejarla los rayos del sol. Mi mente preocupada con la agitación que experimentó, viéndola reclinada en aquel sitio de la inocencia, creyó era la diosa de la felicidad. Sus expresivos ojos como el amor seductores, embellecían su modesto semblante: los rizos de sus negros cabellos pendían a los lados fluctuando con el ligero movimiento que el suave céfiro les comunicaba; y un cuello que la nieve envidiara su blancura sostenía el todo muy más bello que cuanto en su derredor había. Conocí que pura como los botones vírgenes al desenvolverse en rosas, tenía la imaginación tan tranquila como el eterno sueño que la vida roba; y al verme, [134] coloró su cara el carmín del pudor, porque palpitaba su corazón sensible, y la virtud dirigía el movimiento.

Es visto que la imaginación no puede crear nada, ni tener mas conocimientos que los que le suministran las impresiones que ha recibido el sensorio de todos los objetos que le ofrece la naturaleza. Con ellos forma el mecánico los productos artísticos; y cuando por medio de diferentes combinaciones obtiene resultados que eran desconocidos, y forma nuevas máquinas, podremos decir que inventa: mas sin razón diremos que cuando un literato combina palabras y escribe elocuentes descripciones ha creado ideas; porque, o se representaron en su imaginación cuando escribía imágenes existentes, y entonces la descripción es, sin ser cierta, posible, y deberá llamarse invento; o bien usó de palabras no conocidas, o que no nos dan ideas, y entonces la descripción solo será un conjunto de palabras ordenadas y letras combinadas que nada signifiquen.

El hombre desarrollado de este modo goza por espacio de muchos años de todas sus facultades llegando al último grado de la posible perfección, hasta que al fin los sentidos van perdiendo [135] su actividad y reciben con dificultad las impresiones que apenas trasmiten ya los nervios: este sistema, endurecido, casi no recibe las sensaciones, ni reacciona sobre los órganos el principio vital que los animaba; y así sucede que todas las partes comienzan a osificarse. La digestión se hace difícil, la absorción de materiales encuentra obstáculos en su curso, el corazón pierde su energía, apenas reciben el aire vital los pulmones, la circulación es cada vez más lenta, y últimamente para el movimiento orgánico.

Capítulo V. Muerte

La muerte, término inevitable de la vida, la constituye la suspensión del movimiento ordenado del organismo.

Es las mas veces accidental: los grandes trastornos que experimentan todos los órganos por el abuso de alimentos y bebidas, y por las repetidas emociones sensoriales que la vida social produce; las alternativas atmosféricas que nos impresionan repentinamente reaccionando sobre órganos demasiado excitados; [136] las ciudades populosas, donde engolfados en una vida siempre activa, participamos de sus incesantes convulsiones, ¿no nos dicen bien las causas de las muertes prematuras? Todas estas causas obran siempre sobre los órganos inhabilitándolos para que continúen el movimiento de la vida; y por esta razón cuesta mucho trabajo cuando se trastornan, o sea cuando enferman, restituirlos a su primitivo estado.

Hay una clase de muertes accidentales ocasionadas por la sola suspensión del principio vital; y en éstas, cuando no hay lesión de los tejidos, que sucede frecuentemente, podrá restablecerse el equilibrio del movimiento ordenado, volviendo la vida a los órganos, con tal que no hayan perdido la susceptibilidad a la inervación que el estímulo vital produce. Tales son las asfixias.

Acaso chocará a muchos este modo de expresarme: mas como me he propuesto decir todo lo que concibo según me parece que es, atropellando por toda clase de preocupaciones, digo, que estoy bien seguro de que entonces falta el movimiento y por consiguiente la vida. Si se me contesta que es un medio entre la vida y la muerte, preguntaré: ¿hay medio entre el movimiento y el reposo? [137]

Sirva esta advertencia de aviso a muchos profesores para que no abandonen antes de tiempo a semejantes desgraciados; agotando durante muchas horas los recursos que en su imaginación conciban, aunque no adviertan la más mínima señal de movimiento{13}.

Hagamos cuantos esfuerzos podamos para acercar los seres de nuestra especie a la muerte natural: la que, cuando llega el término prescrito, será imposible que se retarde, por más medios que inventen para rejuvenecer los que poseen imaginaciones ilusorias. No hay remedio, el sucesivo movimiento conduce a la vejez, que es la precursora de nuestro reposo eterno, considerados como seres humanos.

¿Y cuál es la causa de la muerte?

Si me dejase seducir por la idea [138] halagüeña de Richerand, comparando la organización con la nave de los argonautas, no la encontraría; porque una embarcación cuyas partes se renovaran según fuesen haciéndose inservibles, podría existir eternamente. Debemos pues creer que no todas las partes del organismo se renuevan, porque de lo contrario el hombre viviría siempre; y aquí es necesario buscar la causa.

¿Pero cuáles son estas partes?

Observemos la economía humana, que acaso nos ilustrará como la única que puede hacerlo.

Hablando de la nutrición, dije que era indispensable, para que se desasimilen las partes que los órganos separan, que éstas estimulen los nervios, que son los que dirigen todos los fenómenos de la vida. Mas el sistema nervioso ¿qué partes estimula para que intervengan en su descomposición? Es claro que ninguna, como no se estimule a sí mismo, que era obrar la causa en la causa. Y si se desasimilase, ¿quién no concibe los trastornos a que deberían estar expuestas todas las funciones? Y si, analizando toda la materia nerviosa, paramos nuestra reflexión en el exactísimo y constante enlace que deben tener los órganos intelectuales, ¿hay alguno [139] que pueda dudar de los grandes desórdenes que se seguirán a su reparación? Creo muy racional atribuir la causa de la muerte al sistema nervioso, cuyas partes no se descomponen durante la vida.

Por esta razón notamos que, endurecido, va inhabilitándose en sus usos; y el principio vital no recorre su morada con la facilidad que lo hacía antes, manteniendo así apenas la movilidad que los órganos necesitan, de donde resulta su mayor unión y solidez. Poco después sobreviene la consecuencia infalible de los seres animados; y entonces el hombre… queda constante en la eternidad de la materia.

Fin.

———

{1} Aunque digo que minerales, vegetales y animales deben su existencia a la naturaleza, no debe creer el lector que esencialmente es así; pues solo deberá entenderse cuando se les considera individualmente, esto es, con respecto a su forma; porque los principios esenciales o elementales existen por sí.

{2} Más adelante se verá que este principio es material.

{3} Me veo precisado a combatir a un célebre observador de la naturaleza, a Condillac, que tanto respeto me infunde: cuyas ideas en general son por mí veneradas. Empero como en el momento que se apartó de la senda natural natural erró, [33] me creo obligado a desvanecer este error; temible para mí si le dejo pasar en silencio; porque he citado en apoyo de mi opinión a este grande hombre, y podría argüírseme con él mismo si callase. Mis principios son dondequiera que encuentro la verdad y el error demostrarla y rebatirle.

Lógica de Condillac traducida por D. Bernardo María de Calzada, parte 1ª en la página 46, el capítulo 5º empieza: «De las ideas de las cosas que no tocan los sentidos.»

El mismo, pág. 24, cap. 3º da la siguiente definición: «Las sensaciones, consideradas como representando los objetos sensibles, se llaman ideas: expresión figurada que propiamente significa lo mismo que imágenes

En la página siguiente aclara más el concepto diciendo: «Otras tantas especies de ideas como sensaciones diferentes distinguimos; y estas ideas son o sensaciones actuales, o memoria de las sensaciones que hemos tenido.»

Según la misma doctrina de Condillac no podemos tener sensación sin que una cosa haya tocado nuestros sentidos, y estos la hayan trasmitido al sensorio: luego si no tenemos sensación tampoco idea: luego es falsa la base del cap. 5º.

Continúa: «Cómo los efectos nos hacen juzgar de la existencia de una cosa de que no nos dan idea. Observando los objetos sensibles, nos elevamos naturalmente al conocimiento de los objetos que no tocan nuestros sentidos, porque los efectos que notamos nos conducen a juzgar de las causas que no vemos.» [35]

¿Cómo hemos de juzgar de la existencia de una cosa de que no tenemos idea? ¿Cómo nos han de conducir los efectos a juzgar de las causas que no vemos? ¿Qué es juicio? Veamos la lógica de Condillac: parte 1ª, cap. 7º, pág. 59, dice:

«El Juicio. No podemos comparar dos objetos, o experimentar uno al lado del otro las dos sensaciones que hacen exclusivamente en nosotros, sin que al momento percibamos que se parecen o no. Es así que distinguir semejanzas o diferencias es juzgar: luego los juicios son también sensaciones.»

Vemos pues que los juicios son sensaciones; es así que las ideas también son sensaciones: luego, si no podemos tener idea de una cosa que no toca nuestros sentidos, tampoco podremos juzgar de ella. Mas, para juzgar es menester distinguir semejanzas o diferencias; se necesita que haya al menos dos sensaciones, esto es, trasmisión de la impresión de dos objetos: por esta razón, aunque veamos el efecto no podemos juzgar de la causa si no la vemos; porque solo tenemos una idea que es el efecto, y para formar juicio debíamos tener las dos.

Queda demostrado que no podemos juzgar de las causas que no vemos por los efectos que notamos: lo único que se puede es hacer suposiciones que casualmente serán ciertas o falsas: no obstante, valiera mas, en mi concepto, cuando se trata de fijar bases, antes que suponer, abandonar la explicación.

Cuando no vemos las causas, no es porque [35] nuestros sentidos nos las enseñan, sino porque no sabemos verlos.

Condillac fijó las bases que dejo rebatidas para explicar que el movimiento de un cuerpo es un efecto, y que por consiguiente tiene una causa: esta causa que creyó no le manifestaban los sentidos, la llama fuerza. Ciertamente no se hubiera equivocado si, en lugar de atenerse a la palabra movimiento, hubiese observado los cuerpos, que son los que le originan, que son los que le constituyen al mudar de situación: entonces acaso habría descubierto el mecanismo y aclarado la verdad.

Reflexionemos siempre sobre las cosas, jamás sobre las palabras.

{4} Para que concibamos fácilmente como el cuerpo que causa el movimiento, además de hallarse constantemente en relación con sus partes, impregna en sí a los otros, observemos lo que sucede con los cuerpos que sumergidos en el agua son susceptibles de que ésta se [36] interponga entre todas sus partículas. La madera, el corcho, el cartón, &c., después que han estado metidos cierto tiempo en este líquido, quedan perfectamente impregnados en él; alcanzando su presencia hasta las moléculas más mínimas, como podemos ver cortándolos por cuantas partes nos sea posible: por eso decimos que se hallan empapados en el agua. No de otra suerte (y esto lo debemos tener sin cesar presente para concebir el movimiento) el cuerpo que le causa empapa en sí a todos los demás que existen en la naturaleza.

{5} Estoy firmemente persuadido de que el calórico es esencialmente un solo cuerpo, aunque se haga sensible de tres modos a nuestros sentidos. 1º Cuando le vemos aislado; y a este modo de ser le han llamado lumínico; 2º Cuando combinado en los cuerpos está en equilibrio; y aunque se aumente en algunos con lentitud, va disminuyendo del mismo modo hasta que le recobra; y a este modo de estar le han llamado calórico; y 3º Cuando accidentalmente se acumula en algunos cuerpos en más cantidad que en los que están al rededor; donde puede decirse que se halla como encarcelado y deseando marchar con rapidez para recobrar su natural estado de equilibrio; y a este modo de ser le han llamado electricidad. Sean enhorabuena tres los efectos, déseles el nombre que se quiera; la esencia es una, [38] único el cuerpo, único el movimiento que de él depende.

¿Habrá alguno que pueda dudarlo? En todas partes se hallan la luz, el calórico y la electricidad: la luz, el calórico y el eléctrico inflaman los combustibles: y en fin todos los cuerpos por frotación y comunicación dan luz, calórico y electricidad. ¿Y deberemos establecer diferencias porque no sepamos analizar algunos pequeños fenómenos, siendo así que vemos la unidad en general? ¿Diremos que el eléctrico es diferente de los otros, porque esparce olor? Creo más racional que este olor dependa de las partículas que ha desprendido en los cuerpos que abandona. Y porque el lumínico atraviese fácilmente los cuerpos diáfanos, y a los otros les presente más dificultades, ¿estableceremos también diferencias? Creo deberá más bien atribuirse a la velocidad que traen los rayos luminosos, y modo de ser de los cuerpos trasparentes. Y aunque algunos cuerpos no nos dan impresión de calórico aislado no obstante que lucen, creo consista en la diafanidad de las partes que combinan el calórico: de este modo, aunque aislado para la vista, está combinado para el tacto; como sucede cuando untada la mano con espíritu de vino arde algunos momentos sin dar sensación de calórico.

Pasemos del raciocinio a los hechos; observemos los mas evidentes; aquellos en que el calórico hace patentes en toda su extensión las fuerzas de que dispone, para que no duden un instante de su ilimitado poder los habitantes [39] del globo terráqueo; y nos harán ver con certeza la unidad del calórico. Las tempestades que repentinamente aparecen durante el verano, estación en la que este cuerpo se encuentra aumentado en todas partes, son una prueba evidente: muy combinado entonces en el aire, necesita también combinarse en mucha más cantidad en el agua para elevarla que otras veces: en las nubes que se forman necesariamente ha de quedar gran cantidad de calórico sobrante al caer el agua: esta gran porción, no pudiendo ya combinarse en el vapor, porque no admiten sus moléculas más capacidad para contenerle, se va aislando: entonces comienza el paso continuo de unas nubes a otras o a la tierra para recuperar el equilibrio que perdió: entonces ven todos palpablemente los efectos omnipotentes de este cuerpo, como lo demuestran los relámpagos, truenos y rayos, que con razón intimidan a los mortales; porque desgraciadamente son bien patentes sus estragos. ¿Qué es el relámpago sino el paso del calórico de una nube a otra? ¿Qué el trueno sino el movimiento a que se ven impulsadas las moléculas aéreas en la marcha del relámpago? Y si alguna duda nos quedase, observemos al rayo: le veremos luminoso bajar en las alas del movimiento abrasando cuanto se opone a su rápida marcha. ¿Atribuirá alguno ahora estos fenómenos luminosos, ígneos y eléctricos a otra cosa que al cuerpo que llamo calórico?

{6} La Religión es una de las primeras bases sociales: a ella también deben someterse todos los hombres. Por esto desde mi niñez veneré, continúo venerando, y veneraré mientras viva, la que sostiene el gobierno de mi patria: el que así no juzgase sería tan temerario como el que tratara de oponerse a la corriente de los ríos. Mas del mismo modo que conozco esto, veo también cuánto se ha abusado de este precioso don social; porque desgraciadamente están aun muy recientes las heridas que en los últimos siglos abriera la dominación ontológica; y estoy evidentemente convencido de que jamás podrá ser tan dañoso el imperio de la ley, permitiendo la más amplia extensión a la filosofía.

Creo por estas razones, y pienso me entenderán los que deseo me comprendan, que la teología y la filosofía deben estar separadas [60] por un impenetrable muro: en la actualidad, la primera debe solo ocuparse en sí; y los demás hombres solo en hacer dichosa la sociedad.

{7} También se segrega por la pulmonar y génito-urinaria, las que pueden considerarse como suplentes o auxiliares de la superficie cutánea.

{8} Increíble parece a donde conduce la preocupación de una opinión teórica que no cuenta con el apoyo de una verdadera observación. ¿Es posible que en el método curativo de las enfermedades hayan tenido cabida hipótesis tan contrarias a la naturaleza? ¿Por qué se han empleado métodos tan opuestos en la curación de enfermedades semejantes o iguales?

Porque los médicos no han observado; porque muchos han sido ciegos partidarios del sistema que vieron descrito en los libros: mas las enfermedades no existen en ellos, están en los enfermos, y solo allí pueden aprenderse. Consideren bien los profesores de la ciencia de curar que sus errores podrán conducir víctimas al sepulcro; que son responsables de ellas; y que esta idea debe estar siempre en su mente. No quiero decir con esto que han de curar a todos los enfermos; es bien sencillo [91] conocer que esto es imposible; solo deseo que todo médico medite y reflexione: está obligado a observar cuanto sea posible la naturaleza, dirigiéndola después con cautela: su deber es éste; ni puede ni debe hacer más. De este modo conseguirá muchas veces resultados, acaso superiores a sus esperanzas; porque no hay remedio: sabiendo encontrar la voz de la naturaleza, estoy persuadido de que siempre habla en los enfermos. Si un enfermo tiene sed intensa ¿no es un anuncio para que la mitiguemos? Y si está demasiado débil, ¿no nos indica que respetemos las evacuaciones sanguíneas? Si refieren a un mismo paraje siempre los dolores que experimenta, ¿no será conveniente buscar allí la enfermedad? Y si se agolpan al mismo tiempo muchos síntomas confusamente, ¿no habrá generalmente algunos que sobresalgan más para darnos indicios? La medicina no reconoce más base que la observación.

Escribo esta nota porque he visto en los dos años que llevo en los hospitales militares del ejército algunos médicos, entre otros muy buenos, más irreflexivos de lo que podía figurarme antes que me convenciese la experiencia.

{9} Esta consulta debe entenderse solamente con relación a las funciones que dependen de la voluntad, porque las demás las dirige el centro de percepción por sí; que es lo mismo que decir, si me separo del lenguaje figurado: son una consecuencia necesaria del enlace del organismo por el modo de ser, o sea por su especial conformación.

{10} Entre estos hombres habrá todavía algunos de quienes se podría esperar mucho, si se les dirigiese con castigos propios para olvidar sus primitivas inclinaciones. Por esta razón debería haber establecimientos, como creo sucede en otras naciones, donde se les enseñase el horror al vicio y el amor a la virtud; haciendo que se dedicaran a continuos trabajos, que son los mejores antídotos de los viciosos. Estas casas era necesario que las dirigiesen hombres muy virtuosos, porque de lo contrario no producirían el objeto apetecido. Si de este modo se sujetase a los criminales, y los que se corrigiesen entraran otra vez en el seno de la sociedad, quedando apartados [119] de ella para siempre los que no lo hiciesen, podría conseguirse que la mayor parte se volviesen capaces de ser muy útiles a su patria.

{11} La mejor corrección de costumbres en semejante edad, si la educación se ha descuidado, creo sea obligar al joven a ejercitarse en continuos trabajos, bien sean corporales o mentales.

El trabajo el la base de la virtud, la ociosidad del vicio: el que ama el trabajo casi siempre es feliz; el ocioso siempre desdichado.

No en vano se ha dicho que el camino que [127] conduce al templo de la virtud, al principio está lleno de dificultades, pero bien pronto se hace delicioso: al contrario sucede con el que lleva al templo del vicio, que sembrado primero de engañosas flores, después que se marchitan, queda solo con punzantes aguijones.

{12} Tengan esto muy presente los jueces y legisladores; porque ¿cuántas veces la desesperación impele al crimen a hombres buenos? ¿Y sería justo imponerles la misma pena que a un malvado? ¿Y no es injusto e imprudente tenerlos mezclados en la cárcel con los malévolos? Deberían dictarse leyes para impedir con rigor que los delincuentes que no fueron malvados estuviesen en las mismas estancias que los demás presos, evitando además que los custodiasen las mismas personas. Los que tratan con semejantes hombres tienen su corazón endurecido, y más propio para desarrollar el vicio que para inclinar a la virtud. Así se ve con frecuencia que entran en las cárceles hombres de medianas costumbres, y salen de ellas convertidos en pérfidos. Bien conozco que a los poderosos se les trate con consideración. ¡Qué desgracia! Paréceme que son en sociedad sinónimas las palabras Riqueza, Bondad y Virtud; y en razón inversa, Pobreza, Maldad y Vicio. ¡Legisladores! vuestro primer deber es procurar la felicidad de los asociados; y esto solo se consigue haciendo que siempre mande la ley, y nunca la tiranía.

{13} La humanidad se resentirá siempre de la ignorancia y barbarie. He visto que con los ahogados se procura generalmente hacer que arrojen el agua comprimiendo el abdomen con movimientos tan violentos que bastarían en mi concepto para causar la muerte destrozando las vísceras. ¡Como si se restituyese la vida expeliendo el agua del conducto intestinal! Pero lo que más admiración me ha causado, fue ver a algunos profesores de la ciencia de curar, que, si no lo habían mandado, con su presencia y silencio me daban a conocer su aprobación. ¡A qué errores conduce no conocer el organismo!

[ Transcripción íntegra del texto contenido en el original impreso sobre 142 páginas. Se han renumerado las notas al pie de página. ]