φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo tercero:4041424344454647484950Imprima esta página

§ 42. Hobbes

No es posible hablar de Bacon sin hablar al propio tiempo de Hobbes, porque Hobbes, amigo y, en cierto modo, discípulo de Bacon, fue el intérprete más lógico y exacto de sus doctrinas, por confesión del mismo Bacon: qui neminem cogitata sua tanta facilitate concipere atque Th. Hobbium, passim praedicare solitus est.

Este filósofo, que nació en Malmesbury en el año de 1588 y murió en 1670, no solamente dio a las ideas de Bacon la precisión lógica que les faltaba en muchas materias, sino que las aplicó a todas las ramas o partes de la Filosofía, y con especialidad a la moral y a la política.

Para Hobbes el objeto de la Filosofía son los cuerpos (subjectum philosophiae sive materia circa quam versatur est corpus), y, por consiguiente, la ontología como ciencia de nociones metafísicas, y la psicología como ciencia del espíritu, y la teodicea misma como ciencia de Dios, o son palabras vanas, o no pertenecen a la Filosofía. Conocer las causas por los efectos y los efectos por las causas, es la función propia de la Filosofía; pero los medios para este conocimiento son únicamente la experiencia y la observación de los hechos, la sensibilidad externa y la sensibilidad interna. Las ciencias morales y políticas, lo mismo que las filosóficas, tienen su base, su ley y su medida en lo sensible, y son [188] el resultado del análisis o composición y descomposición de los cuerpos, verificada por medio de la sensación y el pensamiento.

Por lo demás, la sensación es el movimiento producido por los objetos en el medio ambiente y transmitido por éste al cerebro. El conocimiento intelectual no es más que la actividad cerebral comparando las sensaciones que la excitan; de manera que el pensamiento es una especie de cálculo (computatio), y la acción de pensar equivale a comparar y sumar sensaciones.

Hobbes es nominalista, como lo son generalmente, y por necesidad lógica, los materialistas. Para el filósofo inglés, «la universalidad de un mismo nombre dado a muchas cosas, es la causa de que los hombres hayan creído que estas cosas son universales en sí mismas...; pero es evidente que nada hay universal más que los nombres».

En relación con esta teoría nominalista, Hobbes añade que la metafísica no es más que un conjunto de palabras, y que lo que se llama verdades metafísicas no es más que la percepción de las relaciones más o menos lógicas que hay entre aquellas palabras, porque para la Filosofía no hay más realidad que la realidad finita, contingente y sensible.

Aunque es cierto que Hobbes habla de Dios y de su existencia, lo hace en términos que equivalen a su negación real. Los atributos que ponemos en la divinidad no son más que nombres con que expresamos, ora nuestra incapacidad para conocer a Dios, ora nuestro respeto a la divinidad. «Expresan o anuncian nuestra incapacidad, cuando decimos que Dios es [189] incomprensible e infinito: anuncian nuestro respeto, cuando le damos los nombres que nos sirven para designar las cosas que queremos alabar y ensalzar, como son los nombres de todopoderoso, omnisciente, justo, etc.» Lo mismo puede y debe entenderse cuando decimos que Dios es espíritu, expresión que sólo significa nuestro esfuerzo para no concebirle como una substancia corporal y grosera, sin que por eso deje de ser verdadero cuerpo, aunque sutil, porque «por la palabra espíritu, añade el filósofo inglés,{1} entendemos un cuerpo natural de tanta sutileza, que no obra sobre los sentidos, pero que llena un lugar. La concepción que tenemos de un espíritu es la de una figura sin color...; por consiguiente, concebir un espíritu, es concebir una cosa que tiene dimensiones».

En conformidad con esta doctrina, para Hobbes es una contradicción palpable el decir, hablando del alma humana, que está toda en todo el cuerpo y toda en cada parte del mismo, tota in toto et tota in qualibet parte corporis, proposición que no tiene fundamento ni en la razón ni en la revelación, sino que procede de la ignorancia de lo que son las cosas que se llaman espectros, de los que son las imágenes que se aparecen en la oscuridad a los niños y medrosos.

La moral y la política de Hobbes se hallan en relación y armonía con estos principios. Procediendo o marchando sobre la base de que no existen espíritus puros, y de que el alma humana no se distingue de la substancia nerviosa y que se identifica con la actividad cerebral, Hobbes enseña que las ideas de bien y de mal [190] son puramente relativas, porque no hay más bien ni mal para el hombre que el placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable. El interés particular es la norma única del bien y del mal para el hombre, y es hablar de quimeras hablar de justicia absoluta y de moral absoluta, tanto más, cuanto que el hombre obra necesariamente o sujeto al determinismo, por más que se hace la ilusión de que obra con libertad.

Y si la libertad no existe en el orden filosófico y moral, claro es que tampoco puede existir en el orden social político. Luego el Estado, en tanto representa el derecho, en cuanto y porque representa la fuerza necesaria para impedir que los individuos se perjudiquen entre sí, o, digamos, se devoren (homo homini lupus) unos a otros.

El hombre, lejos de ser naturalmente sociable, es esencialmente individualista y egoísta, sin más cuidado que su propio bien o placer. El estado natural del hombre es la guerra contra todos los que pueden estorbar sus goces: su derecho absoluto y único es el derecho de aniquilar y apartar los obstáculos que se oponen a su bien propio y personal. Así es que la razón suficiente y la única de la institución de las sociedades es la necesidad de un poder o fuerza superior que establezca la paz entre los hombres particulares. El poder que gobierna esta sociedad representa la absorción de todos los derechos y de todas las libertades de los asociados, de donde resulta que es ilimitado y absoluto, procediendo de él únicamente el derecho y el deber, lo justo y lo injusto, lo tuyo y lo mío. Cualesquiera que sean sus mandatos, debe ser obedecido siempre, sin que nadie tenga derecho alguno contra el [191] que tiene el poder, el cual no está obligado a nada para con los súbditos. «Esta guerra de todo hombre contra todo hombre, escribe Hobbes,{2} tiene por consecuencia que nada hay que pueda ser injusto. Las nociones de derecho y torcido, de justicia y de injusticia, no tienen allí lugar alguno... La fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales en este estado de guerra. La justicia y la injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del alma.»

El derecho y lo útil son una misma cosa (jus et utile, unum atque idem), según Hobbes; el cual enseña también que el derecho de propiedad trae su origen, su sanción y su legitimidad, de la ley civil, o, mejor dicho, de la voluntad arbitraria y despótica del supremo gobernante, fuente y origen de todo derecho, de toda justicia y de todo deber. En cambio, éste no está sujeto a las leyes civiles, y ninguno de sus súbditos puede tener derechos contra él.

«El soberano, escribe el autor del Leviathan,{3} debe ser injusticiable, es decir, debe tener impunidad completa en todo cuanto emprende o hace. Es dueño, además, de establecer o señalar la religión que bien le parezca para sus súbditos, que están obligados a obedecerle en esto como en todo lo demás. El bien y el mal, la virtud y el vicio dependen también del soberano, cuyas leyes civiles contienen y determinan lo que sus súbditos deben tener por derecho y deber, por bueno o malo, por virtud o vicio.» «La ley civil y no la ley natural es la que enseña qué es lo que debe llamarse robo, asesinato, adulterio.» [192]

En suma: Hobbes es un nominalista perfecto y absoluto, y como, por otro lado, es un lógico severo, toda su doctrina se resuelve en sensualismo materialista: en psicología, el hombre es un conjunto de facultades naturales, nutrición, movimiento, sensibilidad, razón, voluntad, las cuales no son más que fases y manifestaciones del organismo. El yo es la resultante del conjunto orgánico, y la conciencia se identifica con la sensación. En moral, el placer y el dolor lo son todo: se identifican con el bien y el mal, los cuales dependen también de los temperamentos, climas y opiniones. En política, todo depende y se explica por el interés y la fuerza.

——

{1} De nat. hum. cap. XI.

{2} Leviathan, part. 1.ª, cap. XIII.

{3} Part. 2ª, cap. II.