φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo tercero:12345678910Imprima esta página

§ 7. Escuela aristotélico-alejandrina

En su prólogo a la versión de las Enneadas de Plotino, escribe lo siguiente el antes citado Marsilio Ficino: «Casi todo el mundo en que dominan los peripatéticos se encuentra generalmente dividido en dos sectas, que son la Alejandrina y la Averroísta. Los partidarios de la primera opinan que nuestro entendimiento es mortal: los segundos pretenden que es único en todos los hombres. Unos y otros echan por tierra toda religión, principalmente porque, al parecer, niegan además que Dios tiene providencia de los hombres: en lo uno y en lo otro se apartan, según parece, de su maestro Aristóteles.{1}» [23]

Estas palabras de Ficino caracterizan con bastante exactitud el doble movimiento aristotélico y renaciente que tuvo lugar en las universidades italianas, y especialmente en las de Bolonia y Padua. El representante más notable del primero, o sea de la escuela aristotélico-alejandrina, fue el famoso

a) Pomponacio (Pietro Pomponazzi), que nació en Mantua año de 1462, y murió en Bolonia año de 1524. En sus escritos expone o pretende exponer la doctrina de Aristóteles, en conformidad y armonía con los comentarios e interpretación de Alejandro de Afrodisia, al cual cita a cada paso. Su libro De Animorum immortalitate, en el cual se esfuerza a probar que Aristóteles negó la inmortalidad del alma humana, y que la razón del hombre no puede demostrar dicha inmortalidad, por más que deba ser admitida por la autoridad de la Escritura y de la Iglesia, produjo grande sensación y escándalo no menor en toda Italia. Combatido vivamente por Agustín Nifo, escribió una Apología de su libro, y, como algunos otros de sus contemporáneos, procuró eludir la responsabilidad dogmático-cristiana de su peligrosa doctrina, diciendo que una proposición puede ser verdadera en Filosofía y falsa a la vez en Teología.

Por lo demás, Pomponazzi, lejos de ser averroísta, como afirmaron algunos, es adversario acérrimo del filósofo árabe y de sus teorías, pero con especialidad de la referente a la unidad del entendimiento humano, [24] teoría que Pomponazzi apellida figmentum maximum et inintelligibile. Con este motivo tributa grandes elogios a la refutación que de la misma hizo Santo Tomás, reconociendo que es tan vigorosa y contundente, que nada deja que desear, y nada que responder a los partidarios del averroísmo: Ut sententia mea nihil infactum nullamque responsionem quam quis pro Averroe adducere potest impugnatam relinquat; totum enim impugnat, dissipat, et annihilat, nullumque averroistis refugium relictum est, nisi convitia et maledicta in divinum et sanctum virum.

Escribió además De Fato, libero arbitrio, praedestinatione et providentia Dei, obra en la cual, lo mismo que en la que lleva por título De Incantationibus, se tropieza a cada paso con proposiciones y afirmaciones atrevidas y muy peligrosas desde el punto de vista cristiano. Las fuerzas desconocidas de la naturaleza, las de la imaginación del hombre y la influencia de los astros, sirven a Pomponazzi para negar la realidad de los maleficios diabólicos, de las posesiones demoníacas, de las curas milagrosas por medio de las reliquias de los santos.

En la última de las obras citadas, Pomponazzi enseña terminantemente que el dominio que ciertos hombres ejercen sobre las tempestades atmosféricas, sobre el mar y hasta sobre el demonio, es debido a la influencia de los astros (naturali vi pollent tempestatibus, mari, ipsique diabolo imperandi), y que ciertas plantas y piedras entrañan las fuerzas necesarias para producir milagros.

Después de afirmar que la Providencia divina y el libre albedrío son incompatibles (providentiam divinam [25] et liberum arbitrium humanum non posse simul stare in eodem), y después de rechazar e impugnar la doctrina de Santo Tomás acerca de la predestinación, esforzándose a probar que es incompatible con la libertad, el filósofo italiano, tomando pretexto de la aprobación dada por Jesucristo a la doctrina del Doctor Angélico, según se refiere en su vida, somete, o, mejor dicho, aparenta someter su juicio y sus ideas en la materia a la enseñanza de la Iglesia,{2} sin perjuicio de considerar las razones y fundamentos alegados por aquél como engaños o ilusiones (deceptiones et illusiones) que carecen de valor científico y real.

En resumen: la doctrina filosófica de Pomponazzi puede caracterizarse diciendo que en su fondo y en su esencia es aristotélico-naturalista, pero que es también escéptico-metafísica{3} y escéptico-religiosa con tendencias y direcciones anticristianas.

b) El discípulo más fiel de Pomponazzi fue el napolitano Simón Porta († 1555), el cual, en su obra De [26] rerum naturalibus principiis, y en la que lleva por epígrafe De anima et mente humana, reproduce y afirma las doctrinas naturalistas de su maestro, a la vez que sus ideas e hipótesis poco en armonía con el Cristianismo.

c) Santiago Zabarella, natural de Padua, donde fue profesor de Filosofía desde 1564 hasta su muerte, acaecida en 1589, siguió la dirección e interpretación de Alejandro de Afrodisia en las cuestiones psicológicas; pero haciendo ciertas reservas en favor de la inmortalidad del alma, enseñaba y defendía que, si bien nuestro entendimiento, o, mejor dicho, el alma racional no es inmortal de su naturaleza, en virtud de cierta iluminación divina se hace participante de la vida de Dios y de sus condiciones, y adquiere la inmortalidad.

d) Cesar Cremonini, que nació en 1552 y falleció en 1631, puede ser considerado como el último representante notable de la escuela aristotélico-alejandrina bajo el punto de vista psicológico; porque debe tenerse en cuenta que, tanto Cremonini como algunos otros, solían amalgamar el sentido averroístico con la interpretación alejandrina en varios puntos de la Filosofía aristotélica.

En realidad, Cremonini, Zabarella y algunos otros profesaban una especie de eclecticismo estrecho y limitado a la doctrina aristotélica, interpretada, ora en sentido alejandrino, ora en sentido averroísta, dando la preferencia en cada caso a las interpretaciones y soluciones más en armonía con la doctrina católica. Esto no obstante, algunos críticos, entre los cuales figuran Bayle y Renan, afirman, no sin algún fundamento, que [27] la ortodoxia de Cremonini, más bien que real e interna, era externa y aparente. Presenta y confirma, con razones más o menos sólidas, doctrinas heterodoxas, protestando que su objeto, al obrar así, no es exponer sus opiniones personales, sino las de Aristóteles, comentadas por Alejandro de Afrodisia y por Averroes. No pocos filósofos italianos del Renacimiento echaron mano de esta maniobra para ocultar su incredulidad o heterodoxia real, pudiendo aplicarse a la mayor parte lo que Bayle dice refiriéndose a Cremonini: Nihil habebat pietatis, et tamen pius haberi volebat.

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{1} «Totus fere terrarum orbis a peripateticis occupatus, in duas plurimum sectas divisus est, Alexandrinam et Averroicam: illi quidem intellectum nostrum esse mortalem existimant, hi vero unicum esse contendunt: utrique religionem omnen funditus aeque tollunt, praesertim quia divinam circa homines providentiam negare videntur, et utrobique a suo etiam Aristotele defecisse.» Plot. op. Marsilio Ficino inter.

{2} «Percelebre pervulgatumque est... D. Thomam habuisse a Redemptore, multis veraciter audientibus et non phantastice, omnia quae per eum Thomam scripa sunt, quae attinent ad theologiam, verissima esse et recte declarata. Quod si verum est, nihil est quod hic de praedestinatione dubitem. Nam quamquam mihi falsa et impossibilia esse videantur, immo deceptiones et illusiones potius quam enodationes, tamen, ut inquit Plato, impium est diis et eorum filiis non credere, etsi impossibilia videantur dicere, et juxta Apostoli sententiam, oportet captivare mentem nostram in obsequium Christi.» De Fato et libero arbitrio, lib. V, cap. VI.

{3} El escepticismo metafísico y religioso del profesor de Padua se descubre y refleja hasta en el epitafio que el minino escribió para su sepulcro: Hic sepultus jaceo. Quare? Nescio: nec si scis aut nescis curo. Si vales, bene est. Vivens valui. Fortasse nunc valeo: si aut non, dicere nequeo.