φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

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§ 36. Crítica

Los elogios que en estos últimos tiempos se han tributado a este filósofo, son, por lo menos, exagerados. Hombre de carácter ardiente y apasionado, de fácil ingenio y de imaginación fogosa y fecunda, el brillo de Abelardo fue el brillo del meteoro, que deslumbra, pero no ilumina. Su talento, que tenía más de ingenioso que de profundo, más de flexible que de sólido y original, removía y desfloraba todas las [147] cuestiones sin acertar a resolverlas. Así es que, a pesar del ruido que metió en su tiempo, a pesar de las turbas de discípulos que acudían a escuchar sus lecciones y de las obras que escribió, no vemos que haya dejado en pos de sí sistemas o métodos nuevos, ni alguna de esas concepciones grandes y profundas que dejan señalado su paso en la historia de la Filosofía.

Esto no obstante, la doctrina de Abelardo es una de tantas pruebas de la variedad y oposición de opiniones a que dio origen la Filosofía escolástica, y prueba también que en ella se encuentran, o explícitas, o apuntadas, no pocas teorías que se consideran originales y propias de la Filosofía moderna.

Acabamos de ver en Abelardo una teoría moral que tiende a negar la distinción esencial y primitiva entre el bien y el mal, como hacen algunas escuelas modernas; su optimismo coincide con el de Malebranche y demás partidarios de este sistema, y sus ideas acerca de la moral evangélica comparada con la moral enseñada por los filósofos, entraña el germen de la moderna teoría de la moral independiente.

Por lo que hace a las controversias y mortificaciones de Abelardo con motivo de su doctrina, sin negar que la envidia y determinadas circunstancias de la época hayan ejercido alguna influencia en ellas, es preciso reconocer que las causas principales, verdaderas y reales, fueron su soberbia y petulancia personal (cum totus in superbia et luxuria laborarem), según él mismo confiesa; pero ante todo y sobre todo, fueron sus doctrinas erróneas y peligrosas. Porque la verdad es que, aparte de algunas aserciones heterodoxas, de que hacemos aquí caso omiso por pertenecer al orden [148] puramente teológico-religioso, encuéntranse en las obras de Abelardo ideas y doctrinas más o menos erróneas e inaceptables en la Filosofía cristiana.

Aparte de lo que sobre este punto se ha indicado arriba, conviene no olvidar que en su Expositio in Hexameron, pero sobre todo en su Theologia Christiana, Abelardo se empeña en probar que los filósofos gentiles, y principalmente los platónicos, conocieron y enseñaron el misterio de la Trinidad en su acepción católica,{1} concluyendo por afirmar que se trata aquí de cosas que la razón natural enseña al hombre: quia haec de Deo naturaliter ratio unumquemque edocet.

Marchando en esta dirección, Abelardo ensalza sin medida la ciencia y las virtudes de los filósofos gentiles; opina que se salvaron en su mayor parte; nos presenta a Sócrates como un mártir que murió con la certeza de su premio o remuneración eterna (quasimartyrem et certum de remuneratione occubuisse), siendo tan exageradas sus ideas sobre esta materia, que justifican plenamente lo que de él decía San Bernardo: dum multum sudat quomodo Platonem faciat christianum, se probat ethnicum.

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{1} «Revolvatur et ille maximus Philosopliorum Plato, ejusque secuaces, qui totius Trinitatis summam post Prophetas patenter ediderunt; ubi videlicet, Mentem, quam Noyn vocant, ex Deo natam atque ipsi coaeternam esse perhibent, id est, Filium... qui nec Spiritus Sancti personam praetermisisse videntur, cum animam mundi esse astruerint tertiam a Deo et Noy personam.» Theol. Christ., lib. I, cap. V.