φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo segundo:3031323334353637383940Imprima esta página

§ 35. Abelardo

Este famoso discípulo de Roscelin, que por cierto merece por más de un concepto las mismas calificaciones de pseudo-philosophus y pseudo-christianus que él daba a su maestro, nació en Palais, cerca de Nantes, en 1073, y después de estudiar la gramática y la dialéctica en Melun y Corbeil, pasó a París, y se hizo discípulo de Guillermo de Champeaux. Su genio inquieto, disputador y orgulloso, no le permitió continuar mucho tiempo al lado de este maestro, del cual se separó para ponerse al frente de una escuela, que se vio pronto frecuentada por millares de discípulos, atraídos por la facundia, sutileza, erudición, pero acaso más todavía, por las condiciones especiales de carácter del nuevo maestro. Acusado y combatido varias veces por sus opiniones poco ortodoxas; condenadas y reprobadas algunas de sus doctrinas por un Concilio, por San Bernardo y por el Papa Inocencio II, Abelardo, después de sus aventuras erótico-trágicas y de vicisitudes varias, resultado de su imprudencia, orgullo y petulancia en su mayor parte, se reconcilió con la Iglesia, y pasó los últimos años de su vida entregado a la penitencia y la virtud en el monasterio de San Marcelo, donde falleció, a los sesenta y tres años de edad, en 1142. Sus obras principales son la Introductio ad Theologiam, la cual no corresponde a su título, puesto que es una especie de tratado acerca de la Trinidad, –Dialogus inter philosophum, christianum et judacum, –Theologia christiana. [142] – Un tratado, publicado por Cousin, y que lleva el epígrafe de Sic et Non, especie de arsenal o colección de sentencias y opiniones de los Padres de la Iglesia que aparecen contradictorias.

No obstante el empeño decidido que ha habido y hay en justificar la vida y escritos de Abelardo, empeño inspirado generalmente por preocupaciones anticristianas y racionalistas, es hoy incontestable que semejantes afirmaciones e ideas se hallan en contradicción con la verdad histórica. Sus modernos panegiristas sólo podrán engañar sobre este punto a los que no hayan leído los monumentos contemporáneos, sin excluir los escritos por sus discípulos y admiradores, y, lo que es más, las obras del mismo Abelardo.

Reconoce éste en su Historia calamitatis suae, verdadera autobiografía, que contiene los principales sucesos de su vida, que ya antes de entrar en casa de Fulberto, y con anterioridad a sus relaciones con Eloísa, se hallaba dominado por la soberbia y la liviandad, considerándose a sí mismo como el grande y único filósofo de su siglo (cum jam me solum in mundo superesse philosophum existimarem), y dando rienda suelta a la segunda (frena libidini laxare caepi) que le arrastró a la seducción de Eloísa con todas sus circunstancias y consecuencias, no menos escandalosas y reprobables{1} en sí mismas, [143] que funestas y trágicas para sus protagonistas.

Entrando ahora en el resumen de sus opiniones filosóficas o relacionadas con la Filosofía, diremos:

1.º Que con respecto a los universales, no consta con certeza, ni mucho menos, cuál fue su opinión sobre este problema. Por más que algunos críticos, biógrafos e historiadores de la Filosofía le hagan partidario del conceptualismo, y hasta le atribuyan la invención de este sistema, lo más probable es que anduvo indeciso y vacilante acerca de este punto, pero dando la preferencia a la solución nominalista; porque, si bien alguna vez parece no rechazar eam philosophicam [144] sententiam quae res ipsas, non tamen voces, genera et species esse confitetur, no cabe poner en duda la preferencia que concede a la solución nominalista, a juzgar por el testimonio de sus contemporáneos,{2} y más todavía por sus mismas palabras, siendo notable, por lo explícito, el siguiente pasaje: Nec rem ullam de pluribus dici, sed nomen tantum concedimus.{3}

2.º Que en sus escritos teológicos, y especialmente en su Theologia christiana, Abelardo tiende a borrar la línea que distingue y separa la Filosofía y la religión, la fe divina y la ciencia humana, pretendiendo explicar y comprender por la razón pura los misterios más sublimes del Cristianismo. De aquí los exagerados elogios que tributa a los filósofos en general, y con particularidad a Platón, a quien apellidamaximus philosophorum, y también a Aristóteles, de quien escribe: Si Aristotelem peripateticorum principem [145] culpare praesumamus, quem amplius in hac arte recipiemus? De aquí también su opinión acerca de la identidad entre la moral evangélica y la de la Filosofía pagana, doctrina que se roza y da la mano con la moderna teoría de la moral independiente: Si enim diligenter mo-ralia evangelii praecepta consideremus, nihil ea aliud quam reformationem legis naturalis inveniemus, quam secutos esse philosophos constat.

3.º Que no son menos peligrosas y erróneas sus opiniones acerca de Dios, ya cuando compara el Espíritu Santo al alma universal del mundo que admitía Platón, ya cuando se expresa en términos tan oscuros e inexactos que parece reducir la Trinidad divina a una trinidad nominal o de atributos en sentido sabelianista,{4} ya cuando enseña el optimismo absoluto y real del mundo.

4.º Que en moral enseña que todas las obras son indiferentes de su naturaleza, y que la intención sola es la que constituye la moralidad de las acciones: opera omnia in se indifferentia, nec nisi pro intentione agentis, vel bona, vel mala dicenda sunt.

Abelardo enseñaba también el optimismo del mundo (facere quicquam nisi opportunum (Deus) non potest, immo nisi optimum) actual, y –lo que es error más [146] grave– negaba la libertad divina en orden a la creación del mismo: necessario itaque Deus mundum esse roluit ac fecit.{5}

Para concluir, advertiremos que en la exposición o comentarios sobre los primeros capítulos del Génesis, Abelardo combate las ideas de la astrología judiciaria, tan en boga en su tiempo; considera las almas de los brutos como partes sutiles de los elementos (illorum animas ex ipsis etiam elementis esse quasi quandam eorum raritatem vel subtilitatem), y opina que Adán y Eva vivieron en el paraíso por espacio de algunos años antes de la caída.

——

{1} Digan lo que quieran los historiadores anticristianos y los novelistas de profesión; digan lo que quieran los panegiristas y admiradores de Abelardo y Eloísa, su conducta es altamente censurable e inmoral, no ya sólo por parte de su caída primera, sino también por parte de sus hechos y sentimientos después de su conversión. Dejando a un lado lo dudoso de la vocación monástica de Abelardo, y concretándonos a Eloísa, es de suponer que los que tantos elogios le tributan y tanto preconizan sus virtudes, presentándonosla poco menos que como una santa, no habrán leído ciertos pasajes de sus cartas, que desdicen por completo de la virtud cristiana más vulgar y rudimentaria, cuanto más de la virtud heroica, propia de los Santos. Porque es cosa altamente inmoral, desde el punto de vista cristiano, decir como dice Eloísa que teme más ofender a Abelardo que a Dios, y que más desea agradar a su antiguo amante que al mismo Dios, poniendo a éste por testigo (Deus scit) de sentimientos anticristianos hasta rayar en blasfemos, y negando ella misma implícitamente la sinceridad y verdad de su vocación religiosa: In omni autem, Deus scit, vitae meae statu, te magis adhuc offendere, quam Deum vereor, tibi placere amplius quam ipsi appeto. Tua me ad religionis habitum, non divina traxit dilectio. ¡Donosa virtud cristiana la que inspiraba semejantes palabras!

Pero si esto no basta a los que tanto ensalzan la virtud de Eloisa y tantos elogios le prodigan, les recomendamos el siguiente pasaje de una de sus cartas, escrita diez años después de su conversión, pasaje que transcribimos en su lengua original, porque no nos atrevemos a ponerlo en castellano: «Et si uxoris nomen sanctius ac validius videtur, dulcius mihi semper extitit amicae vocabulum aut si non indignaris, concubinae vel scorti... Deum testem invoco si me Augustus universo praesidens mundo matrimonii honore, dignaretur... carius mihi et dignius videretur tua dici meretrix, quam illius imperatrix.»

{2} En confirmación y como prueba de lo dicho en el texto, véase lo que escribe su mismo discípulo Juan de Salisbury: «Alius sermones intuetur, et ad illos detorquet quidquid alicubi de universalibus meminit scriptum: in hac autem opinione deprehensus est peripateticus Palatinus Abaelardus noster... rem de re praedicari monstrum dicunt.» Metalog., lib. II, cap. XVII.

{3} No desconocemos que algunos biógrafos y escritores se empeñan en atribuir a Abelardo la teoría de que la universalidad conviene al discurso u oración gramatical; pero sabemos también que aún admitida esta como afirmación histórica, la solución del amante de Eloísa no saldría de la esfera nominalístico-conceptualista. Que la razón universal se atribuya a la palabra con separación de otras, o formando oración con éstas, mientras la denominación de universalis no se refiera a la realidad misma, o mientras se circunscriba al nombre y al concepto subjetivo, no se sale del terreno nominalista y conceptualista. Para la presente cuestión, importa poco que se denomine universal el quid incomplexum de los escolásticos, o que la denominación recaiga sobre el quid complexum de los mismos.

{4} Así lo afirma San Bernardo y se desprende también de las palabras de su mismo discípulo y admirador Otón de Freising, cuando escribe: «Sententiam ergo vocum seu nominum, non caute theologiae admiscuit, quare de sancta Trinitate docens et scribens, tres personas nimium attenuans, non bonis usus exemplis, inter caetera dixit: sicut eadem oratio est propositio, assumptio et conclusio, ita eadem essentia est pater, et filius et spiritus sanctus.» De Gest. Trid., lib. I, cap. XLVII.

{5} Toda esta doctrina se halla además contenida en el siguiente pasaje: «Quidquid itaque facit, sicut necessario vult, ita et necessario facit: tanta quippe est ejus bonitas, ut cum necessario ad bona quae potest facienda compellat, nec omnino possit abstinere quin bona quae potest efficiat, et quo melius potest, vel citius potest.» Theol. Chirist., lib. V.