Filosofía en español 
Filosofía en español

[«Anexo» a la edición de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Ediciones Jasón, Madrid 1930, páginas 445-462.]

V. Nevsky

El materialismo dialéctico y la filosofía de la muerta reacción

En una época en que la labor principal del proletariado es “transformar” el mundo, puede parecer inoportuno resucitar viejas verdades de orden teórico, ya perfectamente demostradas, puesto que nosotros tenemos demasiado que hacer en el terreno práctico, debemos aportar a él unos cambios tan profundos y decisivos que casi no nos queda tiempo para entregarnos a los placeres de la especulación. Y, sin embargo, nuestra causa, que tiene por objeto transformar radicalmente el mundo –como dijo Carlos Marx en su undécima proposición sobre L. Feuerbach– exige de todos los comunistas que no son indiferentes a los éxitos de la revolución, que al menos de vez en cuando, se entreguen al examen de esas cuestiones teóricas, desde mucho antes arregladas, y en un sentido que nadie ha sabido refutar todavía.

La necesidad, incluso en la época en que se libra una batalla sin precedentes entre el proletariado y la burguesía, de estudiar cuestiones filosóficas demasiado abstractas a primera vista, se impone a nosotros porque la reacción, las clases declinantes, sus defensores conscientes o inconscientes y sus ideólogos no ceden de buenas a primeras el terreno a la clase ascendente, a las nuevas opiniones y formas de pensamiento en todos los órdenes de la vida, y especialmente en el orden científico.

Mientras fingen aceptar resignados el nacimiento de un mundo nuevo, procuran minarlo en su interior, hacerlo saltar: unos obran conscientemente por completo, se han instalado en nuestras nuevas instituciones y organizaciones, en calidad de especialistas competentes y experimentados, “indispensables”, con objeto de vender y traicionar al proletariado; otros, los inconscientes, imaginándose sinceramente servir la nueva causa, dan a sus viejas ideas reaccionarias una apariencia de aspecto absolutamente científico e infectan con su gangrena la consciencia de las masas militantes.

Y es muy difícil decir si lo que más perjudica al proletariado, es la grosera maniobra del irritado burgués, que se finge acérrimo partidario del nuevo régimen, a fin de introducirse en el campo enemigo, o bien la tentativa del inconsciente que busca demostrar a las masas que una ideología reaccionaria será el arma más útil entre las manos del proletariado en su lucha contra el enemigo de clase.

Entre los que intentan persuadir al proletariado de que la filosofía de una reacción muerta y podrida es la última palabra de la ciencia, es menester colocar a A. Bogdanof y a sus adeptos, que se muestran asombrados de la formidable producción de este filósofo.

Lenín, en las últimas páginas de esta obra: Materialismo y Empiriocriticismo. Notas críticas sobre una Filosofía reaccionaria, tenía mucha razón al decir: “Es imposible no ver, tras la escolástica gnoseológica del empiriocriticismo, la lucha de los partidos en filosofía, lucha que explica, en el fondo, las tendencias y la ideología de las clases enemigas de la sociedad contemporánea. La filosofía moderna está tan penetrada del espíritu de partido, como la de hace dos mil años. El materialismo y el idealismo escondidos bajo nuevos rótulos pedantescos y charlatanescos o bajo una mediocre imparcialidad, están en realidad reñidos.” La filosofía del idealismo, disfrazada bajo pseudónimos, es la de A. Bogdanof, cuyas innumerables “obras” han sido publicadas en volúmenes o han aparecido en revistas.

Después de los Fundamentos de una Doctrina histórica de la Naturaleza, y los tres famosos tomos del Empiriomonismo, hemos tenido además estas obras poco vulgares: los Principios del Conocimiento desde un punto de vista histórico, La ciencia universal de la Organización o Tectología, en dos partes, La Ciencia de la Consciencia social, el Curso abreviado de la Ciencia ideológica por preguntas y respuestas, Los problemas del Socialismo, y varias colecciones de antiguos y nuevos artículos: Un nuevo Mundo, El Socialismo de la Ciencia (problemas científicos del proletariado), La filosofía de la Experiencia, Ensayos de Vulgarización, El Materialismo, el empiriocriticismo, el materialismo dialéctico, el empiriomonismo, ciencia del porvenir (nueva edición, la décima), el Curso breve de Ciencia económica, revisado y aumentado por Ch. M. Dvolaïsky, con el concurso del autor, el Curso elemental de Economía política (introducción a la economía política por preguntas y respuestas), diversos artículos y folletos de los que todavía no ha hecho libros el autor (ved, por ejemplo, en la revista La Cultura del Proletariado, números 7, 8, 9, 10, 11 y 12, sus artículos Ensayos sobre la Ciencia de la Organización, sus estudios sobre la poesía proletaria y otros).

Sabemos muy bien que no hemos dado la lista completa de las obras de este prolífico autor, pero, por ventura, ello no nos es necesario para terminar la labor que nos hemos asignado; la enumeración de las principales obras que acabamos de hacer es perfectamente suficiente para que, desde la primera ojeada, podamos comprobar que, como antaño, estamos en presencia del mismo idealismo, discípulo de Mach y de Avenarius, crítica del materialismo de Marx y Engels, con la diferencia tan sólo, de que, después de sus trabajos sobre el empiriomonismo, el compañero Bogdanof se ha decidido a criticar a Marx más francamente y de que su filosofía se va convirtiendo cada vez más en una reacción cadavérica.

Se convencerá uno de ello examinando el libro verdaderamente notable de Bogdanof: Filosofía de la… reacción muerta, no, ¡perdón! Filosofía de la experiencia viviente...

¿Cómo ha sido planteada la cuestión por los adversarios de Bogdanof y por los discípulos ortodoxos de Engels y de Marx, en el debate que habían entablado contra el autor de la Tectología, entre 1905 y 1910? En el mismo plano que adoptaron en su tiempo Marx y Engels, en su lucha contra los filósofos idealistas burgueses.

La gran cuestión esencial de cualquier filosofía, y en particular de la más moderna –dice F. Engels en su libro sobre Ludwig Feuerbach– es la de la relación del pensamiento al ser... los filósofos se han dividido en dos campos, según el modo que tengan de responder a la pregunta que esta cuestión plantea. Los que afirman la existencia del espíritu anterior a la de la naturaleza y, por consiguiente, admiten de una manera o de otra la creación del mundo –y en los filósofos, en Hegel, por ejemplo, dicha creación está explicada bajo un aspecto todavía más absurdo y más embrollado que en los cristianos ortodoxos– han formado el campo de los idealistas.
Pero los que ven el principio inicial en la naturaleza se han adscrito a las diversas escuelas del materialismo.{i1}
No hay otra cosa que buscar en los términos de materialismo y de idealismo, tomados en su sentido primordial. (F. Engels: Ludwig Feuerbach.){i2}

¿Cómo, pues, respondía A. Bogdanof a esa pregunta antes de la gran revolución de octubre? En el primer tomo del Empiriomonismo, definía la realidad objetiva del mundo y de los cuerpos como sigue: “El carácter objetivo del mundo físico consiste en que no existe solamente para mí yo individual, sino para todos, y en que para todos tiene un valor determinado, idéntico (según mi convicción), al que tiene para mí”{i3}. Bogdanof decía además: “En resumen, el mundo físico es un hecho de experiencia social concertada, socialmente organizada; es, en una palabra, una experiencia socialmente armonizada”.{i4}

La realidad objetiva del mundo físico, de esa naturaleza que, según Engels es el “principio inicial”, tiene por tanto su base en la esfera de la experiencia colectiva.

Así pensaba nuestro filósofo en la época en que creaba su sistema del empiriomonismo. ¿Juzga ese asunto, todavía de la misma manera, o bien ha renunciado a sus apreciaciones, las ha modificado? No, siempre está situado en el mismo punto de vista.

Consideramos la realidad –dice en su Filosofía de la experiencia viva– o mundo de la experiencia como una práctica colectiva de la humanidad en todo su contenido viviente, en toda la suma de los esfuerzos y resistencias que forman dicho contenido.{i5}

Y lo mismo que antaño, según A. Bogdanof, el mundo entero se reducía a los elementos-sensaciones, esos famosos elementos están todavía hoy, para él, en el origen de todo principio.

En el Empiriomonismo, se encontraba el esquema siguiente: los elementos, la experiencia psíquica de los hombres, su experiencia física y la consciencia. En la Filosofía de la experiencia viva, tal esquema sigue siendo esencialmente el mismo.

Encontraréis en él los mismos elementos de experiencia, la misma definición de lo objetivo, de lo físico, como de una experiencia socialmente organizada por los hombres.

Aquí tenemos una prueba:

El elemento de experiencia es el producto de un trabajo social encarnado en el conocimiento... Si unos hombres te dicen: Sí, nosotros vemos y oímos las mismas cosas que tú, es decir, “si tu experiencia coincide con la suya, si está socialmente organizada, es que tiene relación con objetos reales, con fenómenos objetivos o físicos”. Pero si otros hombres demuestran por el contrario, que para ellos no existe nada de eso sobre lo que se les interroga, es menester deducir de ello que su experiencia, en tal caso, no es más que “subjetiva”, psíquica; que es una ilusión, o, mejor dicho, una alucinación.

Estas citas, tomadas en las obras más recientes de A. Bogdanof, nos demuestran ya que éste sigue como antes en posición del más puro idealismo, puesto que se obstina en afirmar como siempre que el mundo físico es “una experiencia socialmente organizada”, dicho de otro modo, una experiencia de los hombres, y que, por consiguiente, ese mundo físico no existía mientras no ha habido una “experiencia socialmente organizada”. Absurdo al cual no puede llegar más que un empiriomonista, absurdo, puesto que al admitir que el mundo físico no reside más que en esa experiencia colectiva, ¿qué puede pensar el empiriomonista de la época en que no existía dicha experiencia, en que no había todavía hombres para organizar colectivamente tal experiencia?

Otra cita va a demostrarnos claramente que el batiburrillo creado por los antiguos trabajos de A. Bogdanof sigue lo mismo actualmente:

Un astrónomo descubre un nuevo cometa, calcula y determina su posición en el espacio, su trayectoria, sus dimensiones, su forma, su composición, &c., pero todavía no ha tenido tiempo de publicar todo eso y nadie, fuera de él, ha visto ese cometa, ni le conoce. Luego no pertenece aún más que a su experiencia individual, y no a la experiencia social. Sin embargo, el descubrimiento se ha hecho, los cálculos han sido establecidos, los estudios proseguidos con arreglo a los métodos “científicos”, colectivamente elaborados por los hombres para organizar su experiencia. En este sentido, el cometa pertenece ya a la experiencia “socialmente organizada”, ha tomado un sitio entre los fenómenos objetivos, físicos. Prácticamente eso se demostraría con que cualquiera otro observador vuelva a encontrar el cometa tal como el primero lo haya descrito y en el punto del espacio indicado por él.

No se podría pretender que Bogdanof al hablarnos de sus “elementos” y de su “experiencia socialmente organizada”, representante del mundo físico, objetivo, no haya comprendido que se tiraba en el charco del idealismo. Lo comprende muy bien, puesto que cita una observación que le ha sido hecha por el difunto Plekhanof; pero se hunde más deliberadamente todavía en sus patrañas idealistas.

La experiencia física –dice, replicando a Plekhanof–, es la experiencia de alguien, es exactamente la experiencia de toda la humanidad en su evolución. Es un mundo cuyas leyes están rigurosamente estudiadas y definidas, en el que las relaciones están determinadas con precisión; es el mundo bien arreglado en el cual tienen fuerza de ley todos los teoremas de la geometría, todas las fórmulas de la mecánica, de la astronomía, de la física, &c. ¿Puede considerarse ese mundo, ese sistema creado por la experiencia, como independiente de la humanidad, o puede decirse que ha existido antes que ella?

¿Qué responde Bogdanof a esa importante pregunta?; ¿que el mundo físico existía antes que el hombre, y que, por ejemplo, se ejercía en él la ley de atracción de los cuerpos?

Eliminad, dice Bogdanof, la “práctica social” de las mensuraciones, de las unidades de medida, de los cálculos, &c., y nada queda de la ley de gravedad universal. Luego si se dice que esa ley existía antes de la humanidad, no es lo mismo que decir que es “independiente” de la humanidad.

Es evidente que desde semejante punto de vista, no existe materia ni nada en general en este mundo que se afanan por estudiar las ciencias naturales y en el cual vivimos nosotros, pobres diablos materialistas, que profesamos el culto de “Santa Materia”, como decía para embromarnos cierto crítico : Bazarof. Según Bogdanof, la materia no es más que una “resistencia a la actividad”, o bien una “resistencia al esfuerzo de labor colectiva”; según él también, “el hombre llama naturaleza al campo indefinidamente ampliado de su trabajo de experiencia”; “el universo nos aparece como una corriente inagotable de actividad en vías de organización”; “el mundo es una serie continua de formas de organización de los “elementos, de formas” que se desarrollan en la lucha y en sus influencias mutuas, sin origen en el pasado, sin fin en el porvenir”.

¡Henos aquí reducidos a los elementos, es decir, al “producto del trabajo social, encarnado en el conocimiento”!

En esos “ensayos de vulgarización”, en la Filosofía de la experiencia viva, encontramos, pues, expuesto todo lo esencial de las teorías idealistas de Bogdanof: el empiriomonista hace la crítica del materialismo de los antiguos, del materialismo del siglo XVIII, y, por último, del materialismo dialéctico de Marx y de Engels.

Nos enteramos así que “la misma concepción de la dialéctica, tanto en Marx como en Hegel, no ha llegado a una completa claridad ni a su total terminación; de donde se deduce que la aplicación del método dialéctico es inexacta e indecisa, que lo arbitrario interviene en su esquema y que no solamente están indeterminados los límites de la dialéctica, sino que su mismo sentido está grandemente adulterado”.

¡Y todo ello porque los creadores del socialismo científico no han sido capaces de concebir “la resistencia de la materia a la actividad”, “el proceso de organización”, &c.! En efecto, dice además Bogdanof, “con ayuda de nuestros métodos, hemos definido, desde el principio, la dialéctica de la manera siguiente: un proceso de organización, verificándose por la lucha de contrarias tendencias. ¿Concuerda eso con la concepción de Marx? Evidentemente, de ningún modo: se trata en él de evolución y no de un proceso de organización”.

¡Por fin ha dicho Bogdanof lo que tenía que decir! Nos revela que ha sobrepujado a Marx, que le es superior, que ha desarrollado su doctrina, que la ha “limpiado” de todos su errores y aberraciones.

Esa corrección de la doctrina de Marx y del materialismo dialéctico, está en la “tectología” de Bogdanof, es decir, en una ciencia universal de la organización.

¿Qué es esa ciencia que remedia tan bien las faltas y equivocaciones de Marx?

Es la ciencia de la construcción –la que debe “sistematizar la experiencia organizadora de la humanidad”.

Esta “tectología” en dos partes (solamente dos han aparecido por ahora en la Cultura proletaria, acompañadas de un artículo de “vulgarización”) nos hace retroceder; ¡cómo ha de ser!, a nuestros antiguos conocimientos de la filosofía bogdanofiana: a los complejos y a los elementos.

Nos enteramos primero que, en toda su actividad, en su trabajo y su pensamiento, la humanidad tiene por objeto “diversos complejos compuestos por diversos elementos{i6}; en segundo lugar, que las nociones de complejos y elementos son relativas entre sí; que el complejo es lo que se disocia en elementos y que los elementos son los que se agrupan en complejos; que los conceptos de resistencia y actividad son igualmente relativos entre sí; que una “resistencia es también una actividad considerada desde otro punto de vista, o sea oponiéndose a otra actividad”; y como el mundo o universo no es otra cosa que “una serie continua de formas de organización de los elementos”, “una indefinida corriente de actividad en vías de organización”{i7} (Filosofía de la Experiencia viva), la tectología abraza la materia de todas las ciencias; es la ciencia única que debe no solamente elaborar directamente sus métodos, sino profundizarlos y unificarlos: por consiguiente, corona el cielo de todas las demás ciencias”:

¿En qué consiste el método de tan curiosa ciencia que corona a todas las demás?

Para entrar en el terreno propio de la tectología hace falta abstraerse del carácter concreto y fisiológico de los elementos, substituir sus símbolos indiferentes y expresar sus relaciones por medio de un esquema abstracto. Dicho esquema será comparado a otros obtenidos por el mismo procedimiento, y así se irán elaborando unas generalizaciones tectológicas, que permitirán comprender las formas y los tipos de organizaciones sucesivas.

Pronto se da uno cuenta de que tales esquemas tectológicos, abstractos, despojados de todo lo superfluo, contienen muy poca cosa, pero son universales y “aplicables a una infinidad de casos diferentes”.

¡En efecto, más adelante, comprobamos que si algo le falta a Bogdanof, no son ciertamente los esquemas!

Como el principio de la selección tiene unas aplicaciones ilimitadas en la teoría y en la práctica, su carácter tectológico nos es claramente revelado: el mecanismo de la selección es universal; la selección puede ser conservadora o progresista; “la selección progresista modifica la estructura de los complejos”; ”la selección conservadora llega a resultados estáticos, cuyo tipo está en los equilibrios estabes”; “la selección positiva modifica la estructura del complejo en el sentido de una mayor heterogeneidad de los elementos y de una mayor complejidad de las relaciones íntimas; la selección negativa obra en el sentido de una mayor homogeneidad de los elementos, de una menor complejidad de sus relaciones”. En una palabra, la selección es un mecanismo elemental universal que permite explicarlo todo: el darwinismo, el malthusianismo, la evolución de la materia, las primordiales reacciones motrices del plasma viviente, los procedimientos de extracción del oro, y las organizaciones humanas, tales como las sectas y los partidos. Basándose en ese mecanismo elemental y universal de la selección estableció Bogdanof las leyes de la ingresión.

En ellas nos ofrece, ante todo, la noción del “vínculo valoral”, que es “la forma de nuestro pensamiento concerniente a las combinaciones organizadas”. Pero como dicho “vínculo valoral” entre los complejos no siempre puede ser establecido, hay necesidad de considerar unos complejos intermedios, y eso es la ingresión...

Bogdanof debe ser el único que sabe cuáles sean las leyes de la ingresión; en las dos partes de su Tectología, con excepción de unos esquemas desnudos, abstractos, que no nos dicen nada, el lector no puede sacar nada de provecho. Advertiremos que en dichos dos libros, los neologismos son innumerables y hacen aún más confuso el relato de tal sistema metafísico.

A. Bogdanof, a quien agrada protestar contra la terminología bárbara de la ciencia burguesa, amontona los neologismos. ¡Va cogiendo de todo por doquier! Habla de la copulación y de la conjugación, que toma de la biología, y cita la ingresión, y la egresión, y la degresión, y la desingresión, y la diferenciación de sistema, ¡y muchas otras combinaciones de símbolos, complejos y elementos{f1}!

No escribimos un artículo de crítica sobre las obras de A. Bogdanof, no damos aquí más que una nota a propósito de la publicación de su libro sobre el materialismo y el empiriocriticismo; luego no podemos exponer en detalle el contenido de las obras de este filósofo, ni el conjunto de su filosofía.

Nuestro objeto, al citar algunas de sus proposiciones esenciales, es demostrar que su filosofía tiene su punto de partida en las bases del idealismo, puesto que para ella los elementos son sensaciones y complejos, puesto que, si niega la materia, el mundo exterior, niega lo que está establecido por todo el materialismo y las ciencias naturales, niega que la materia sea (y no el espíritu) el principio fundamental y primordial del mundo.

Según las más recientes obras de Bogdanof, podría fácilmente demostrarse hasta qué punto se han pervertido sus razonamientos por las bases idealistas de su filosofía, cómo reduce ese idealismo todo lo que construye a formas abstractas y faltas de sentido, cómo ha llegado a afirmar que el mundo físico es una experiencia socialmente organizada, que la materia es una resistencia a la actividad, que la actividad es una resistencia, así como la resistencia es una actividad, que “la desingresión consiste en la destrucción recíproca de actividades dirigidas en sentido contrario”.{i8}

Pero no tenemos ni tiempo ni espacio.

Solamente nos importa advertir aquí que Bogdanof presenta a los obreros todas esas patrañas metafísicas en términos más sencillos que los de su Tectología, en la que hay conjugaciones, ingresiones, desingresiones, y otras “leyes” de ingresión.

Así es que en su artículo titulado La Ciencia y la clase obrera, sigue hablando de su famosa ciencia universal de la organización y, más generalmente, de la socialización de la ciencia.

¿De qué socialización se trata? ¡Alá lo sabrá quizás! Pero es cuestión de trabajar inmediatamente para constituir la “tectología”, o, más bien, para organizarla, ya que existe de hecho desde hace tiempo.

Bogdanof parte del justo principio de que la burguesía no ha dado al proletariado más que una instrucción incompleta, una ciencia falsificada, de que la estructura misma de la ciencia burguesa corresponde a la estructura de la clase que la ha creado, de que los sabios burgueses han hecho una ciencia de clase; y de todo ello deduce que el proletariado debe crear su propia ciencia, que la debe socializar.

La difusión de la ciencia entre las masas no es una sencilla democratización, es una socialización.{i9}

En qué consiste ello casi no se ve, pero, según todas las apariencias, así trata la cuestión esa tectología en que Bogdanof nos ha dado, tan ampliamente, la vana y obscura metafísica.

Porque, habéis de saber que “la actividad organizadora siempre va dirigida hacia la formación de sistemas constituidos con partes y elementos”. (El Socialismo de la Ciencia). Y siempre seguimos, como veis, en los “elementos”: nunca saldremos de ellos.

¿Qué son, de un modo general, esos elementos? ¿Qué es lo que organiza el hombre por sus esfuerzos? ¿Qué es lo que la naturaleza organiza en sus procesos de evolución? Cualquiera que sea la diversidad de los casos, se afirma una característica aplicable a todos: tantas actividades como se organicen darán lugar a que se organicen otras tantas resistencias. Examinemos bien y veremos que no hay ahí dos características, sino una sola, y que ésta es de aplicación universal, sin ninguna excepción (El Socialismo de la Ciencia).

De este modo vulgariza Bogdanof sus ideas “científicas”, una doctrina que niega la existencia de la materia y substituye la materia que concibieron Marx y Engels con la energía: “La materia se reduce en un todo a “energía”, es decir: a acción, a actividad” (El socialismo de la Ciencia).

En vano preguntaríamos a Bogdanof de qué acción se trata, a qué está reducida esa materia, cuál es esa actividad. No oiríamos más que historietas, nos diría que la ciencia ha disociado ya a los átomos, que la actividad es una resistencia, que la resistencia es una actividad, que las ondas luminosas tienen interferencias según tales o cuáles leyes, que la conjugación es un hecho universal, que todo se reduce además a los elementos de la experiencia, a los complejos, o sea a esas diabluras metafísicas que, bajo una apariencia de ciencia, destruyen o intentan destruir en el lector esa convicción de que el mundo físico existía y existe independientemente de los “elementos” y de los “complejos”, y de que dichos elementos y complejos no son el hecho esencial y primordial; más bien son la materia que desagrada a Bogdanof y que, según él, no existe.

Así se organizan tales actividades; y de la “exacta definición de la organización, tal como dicho concepto se aplica universalmente a todos los grados de la existencia y no solamente al plano de la vida física”, llegamos a esta deducción notable:

Los más diversos elementos del universo, los más alejados entre sí, por la calidad y por la cantidad, pueden ser sometidos a los mismos métodos de organización, a las mismas formas de organización (El Socialismo de la Ciencia).

El secreto de la ciencia consiste en ligar diversas series inconmensurables de fenómenos, de donde resulta su previsión; y como todos los elementos del universo pueden ser sometidos a los mismos métodos de organización, la solución del enigma está encontrada: “es la obra de la ciencia universal de organización” (El Socialismo de la Ciencia). Desde el momento que esto es así, se hace necesario hacer conocer también a los obreros, en estos artículos de vulgarización, las “leyes tectológicas”; por ejemplo, la que acabamos de mencionar sobre la selección negativa y positiva; y eso es lo que hace Bogdanof en sus ensayos de ciencia organizadora publicados en la revista La Cultura proletaria.

Sin detenernos en todas esas “leyes tectológicas”, advertiremos que Bogdanof, en sus artículos destinados a las masas obreras, declara al materialismo dialéctico prescrito y desprovisto de carácter científico.

Me parece que hemos citado suficientemente a Bogdanof y todo lo que nos cuenta sobre los “elementos” y los “complejos”, las “actividades” y las “resistencias”, para comprobar que persiste en sus antiguos errores.

Sería perfectamente inútil dar trozos de otras obras de Bogdanof anteriormente mencionadas; el fondo sería siempre el mismo; el lector no hallaría en él nada de nuevo.

Hay que advertir, sin embargo, que Bogdanof se esfuerza en demostrar que ha sido mal comprendido por Plekhanof, por Iline [Lenin], por Ortodoxo [Liubov Axelrod], y por otros discípulos de Marx, que reconocen la existencia de la materia, cuando éstos atribuyen a los “elementos” de Bogdanof una naturaleza idéntica a la que encuentra en ellos Mach, por ejemplo.{i10}

Por desgracia, todavía sobre este punto no son convincentes los argumentos de Bogdanof. Porque, en efecto, ¿de qué hablan los partidarios mencionados del materialismo dialéctico de Marx?

En su discusión con Bogdanof, cualquiera que sea la diversidad de los argumentos y de los términos empleados, todos vienen a preguntar al empiriomonismo: ¿cuál es, a vuestro juicio, la base del mundo? ¿Es la materia o el espíritu? ¿En qué consisten vuestros elementos?

Bogdanof afirma que Plekhanof, Iline y Ortodoxo se equivocan cuando suponen que los elementos de la experiencia no significan otra cosa que sensaciones.

¡Sí, oidlo bien, Bogdanof ha sido interpretado de la manera más burda! Los “elementos” son, desde luego, para Mach y para los empiriocríticos, de naturaleza sensual, pero, en ellos, el mundo sensible está reconocido por la verdadera realidad y de ningún modo por sensaciones y representaciones que haga nacer en nosotros la acción de las “cosas en sí”. Todos los cuerpos están realizados en la sensación, sin haber otros que ellos; luego tales son también sus elementos: un árbol tiene, en efecto, sus colores particulares, su dureza, su olor, &c., independientemente del hecho de que se tenga o no la sensación de ello; y solamente cuando el individuo “siente” todo eso es cuando los elementos llegan a ser igualmente para él, “sensaciones”.

Agrega Bogdanof que muchas personas están desorientadas por el término de “experiencia”, que comprenden hasta ahora erróneamente, en el sentido de experiencia individual.

Sólo nos falta decir que, según Bogdanof, de cualquier manera que se comprenda dicha experiencia, el mundo físico o material, los “cuerpos” no son otra cosa que una experiencia socialmente organizada de los hombres, y que, por consiguiente... allá en donde falte esa experiencia colectiva, no hay cuerpos, no hay mundo físico, ni exterior; todos estos razonamientos sobre la experiencia individual y colectiva, sobre las actividades y las resistencias, no son, pues, por otra parte, más que estupideces y patrañas idealistas.

Ni que decir tiene que, en los demás libros de A. Bogdanof se encuentran otras muchas “leyes tectológicas” y opiniones de las más regocijantes, pero ya hemos sobrepasado los límites de una sencilla nota crítica y hemos de dar bien pronto de lado a las “ingresiones y “digresiones”, a los “elementos” y a los “complejos”. Agregaremos solamente que todavía encontramos “tectologismo” en la Ciencia del Conocimiento social, de A. Bogdanof, e incluso en su Compendio de Ciencia económica, y hasta en su Curso elemental de Economía política. Por último, ¿cómo no señalar esta curiosa circunstancia?: Bogdanof no dice una palabra en ninguno de sus libros sobre la producción o sobre los sistemas con arreglo a los cuales se la podría dirigir en la época de la dictadura del proletariado; no dice tampoco ni una sola palabra sobre esta dictadura proletaria.

Por otra parte, calla Bogdanof muchas otras cosas en los trabajos que ha publicado desde el establecimiento de la dictadura proletaria. En desquite, habla mucho de la “filosofía de la experiencia viviente”, que nosotros llamamos la filosofía de la reacción muerta.

fin

V. Nevsky


Nota sobre este texto y su edición. Se transcribe aquí el texto del «Anexo» que acompaña a la primera edición en español de Materialismo y empiriocriticismo de Lenin (Ediciones Jasón, Madrid 1930, páginas 445-462, “traducción de Asís de Rodas”). Este anexo de V. Nevsky figura en el tomo XIII de la edición en ruso de издании Сочинений Ленинаla, y también en la primera edición en alemán de 1927, en la primera edición en inglés (“Dialectic materialism and the philosophy of dead reaction”, Nueva York 1927, páginas 329-336, vertida del ruso por David Kvitko) y en la primera edición en francés (“Le matérialisme dialectique et la philosophie de la réaction morte”, París 1928 [en el índice de nombres ya figura Bogdánov como fallecido, y murió el 7 abril 1928], páginas 333-342, traducida del ruso por Victor Serge). En la edición inglesa de Nueva York este texto lleva diez notas a pie de página con los detalles de las citas, lo que no sucede en la edición francesa de París ni en la española de Madrid. Dando por supuesto que Asís de Rodas no tradujo a Lenin directamente del ruso, puede asegurarse que su versión procede de la francesa por numerosos indicios y rastros, por ejemplo: la noción de Bogdanov que en inglés vierten “valid connection”, en francés figura “lien valoral” y en español “vínculo valoral”…

Pero como Ediciones Jasón ofrece una composición tipográfica descuidada por lo uniforme, donde equipara todos los párrafos sin diferenciar lo que son citas de Engels y de Bogdánov, y dificulta y aún imposibilita la distinción entre texto y citas, máxime cuando no utiliza cursiva para títulos o términos resaltados, que también entrecomilla; mejoramos la edición de este texto publicado en Madrid 1930, respetando la literalidad de la traducción (excepto la confusión o errata del párrafo que comienza “Como el principio...”, donde la edición de 1930 dice equilibrios estatales en vez de equilibrios estables), teniendo a la vista la edición francesa. Entre corchetes añadimos también las paginaciones y notas de la edición neoyorquina que no son notas al pie, y no aparecen en la francesa.

Conviene recordar que Vladimiro Nevski (1876-1937), director del Instituto de Filosofía Científica (1923-28) cuando redacta esta nota demoledora contra Alejandro Bogdánov (1873-1928) –cuñado de Lunarcharski, retirado desde 1926 al instituto de transfusión de sangre que había fundado: murió precisamente mientras buscaba rejuvenecer transfundiéndose sangre–, anexo que acompaña las primeras ediciones en alemán, inglés y francés; fue detenido en febrero de 1935, condenado por pertenecer desde 1929 a organización terrorista contrarrevolucionaria, y ejecutado en mayo de 1937. Al año siguiente se ordena retirar los retratos de Nevski por enemigo del pueblo y en 1939 destruir los libros en los que hubiese colaborado. Por eso es normal que la segunda edición en español de Materialismo y empiriocriticismo, la argentina de Editorial El Quijote, Buenos Aires 1946, que sigue la traducción de Asís de Rodas, carezca de este anexo firmado por Nevski. Texto que, aunque Nevski fuera rehabilitado en 1955, ya no vuelve a figurar en las ediciones en español de Materialismo y empiriocriticismo, por lo que sólo se publicó en español en Madrid 1930… y ahora en 2016.

Ofrecemos a continuación las diez notas de la versión neoyorkina y la única nota de la parisina, que ignora la madrileña de 1930:

{i1} «Ludwig Feuerbach, p. 56.» (Nueva York 1927, pág. 330.)

{i2} «Ibid., p. 58.» (Nueva York 1927, pág. 330.)

{i3} «Loc. cit., p. 25.» (Nueva York 1927, pág. 331.)

{i4} «Ibid., p. 36.» (Nueva York 1927, pág. 331.)

{i5} «Philosophy of Vital Experience, p. 214.» (Nueva York 1927, pág. 331.)

{i6} «Tectology, Part I, p. 29.» (Nueva York 1927, pág. 333.)

{i7} «Philosophy of Vital Experience, pp. 240-241.» (Nueva York 1927, pág. 333.)

{i8} «Tectology, Part II, p. 14.» (Nueva York 1927, pág. 334.)

{i9} «Socialism of Science, p. 31 (in Russian).» (Nueva York 1927, pág. 335.)

{i10} «The Philosophy of Vital Experience, pp. 140, 202, 224.» (Nueva York 1927, pág. 336.)

{f1} «Ces termes sont tous parfaitement admis dans notre langage philosophique. L'auteur reproche à Bogdanov de les avoir purement et simplement transcrits, au lieu de leur chercher des équivalents dans la langue russe. (N.D.L.R.)» (París 1928, pág. 339.)

gbs