Filosofía en español 
Filosofía en español

Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget

Parte segunda. El progreso de la sociedad y del individuo

El humanismo y el mundo contemporáneo


El desarrollo integral de las facultades humanas

El marxismo coloca en un primer plano los términos objetivos de la solución del problema: son, precisamente, las condiciones materiales, económicas, de la vida y del desarrollo de la persona las más importantes, las determinantes y decisivas.

Sin embargo, esto no significa de ningún modo que para los marxistas constituya un fin en sí el comprender y transformar las condiciones "materiales", directamente económicas, de la actividad humana.

Para nosotros, tanto en la teoría como en la práctica, el fin siempre ha sido, y sigue siendo, el hombre, o dicho con otras palabras: crear dentro de la sociedad condiciones que permitan a cada individuo encontrar vastos horizontes abiertos al desarrollo de todas sus aptitudes, de toda su capacidad, de todas sus facultades.

El marxismo adopta posiciones realistas. Por este motivo no ve al hombre como cierta "mónada espiritual", opuesta a todo lo "material" como a algo "inferior" e "indigno", sino, ante todo, como sujeto vivo, real, que crea con su trabaja valores materiales y espirituales y, a la par, se crea sí mismo.

Las "condiciones objetivas" de que se trata, no son, en esencia, otra cosa que productos del hacer humano, formas y modos de actividad vital que han evolucionado históricamente en el transcurso del proceso creador.

Hablando en términos generales, diremos que el hombre entra en relación con la naturaleza, la incorpora a la órbita de su actividad, la convierte en objeto, en material, en instrumento o recurso de su trabaja. El material de la naturaleza, sumido en la "retorta de la civilización", funcionando en la producción social y según sus leyes, es lo que constituye la condición natural de la vida humana.

Incluso las estrellas, cuyo movimiento el hombre, desde luego, no puede modificar ni alterar, empezaron a desempeñar un papel en la vida humana tan pronto como se convirtieron en relojes "naturales", en brújula y calendario.

Reconocer el carácter primario de las condiciones objetivas no mengua en lo más mínimo la significación del sujeto y de su actividad; al contrario, pone de manifiesto su acción creadora. Es absurdo, por consiguiente, decir de los marxistas –y reprochárselo– que prefieren limitarse a hablar de los factores "objetivos", "materiales", de la vida humana, en detrimento de los "subjetivos".

En el marxismo se halla explicado y definido con precisión el importante papel que -los factores "subjetivos" desempeñan en la historia. Al mismo tiempo, se pone de relieve, asimismo, el nexo entre sujeto y objeto en el hacer práctico del hombre. En este plano, lo "subjetivo" se entiende en el sentido de actividad [302] eficiente, transformadora. Además, en el marxismo se trata precisamente del individuo, de las formas subjetivas de la existencia humana, si bien con la diferencia esencial de que por forma "subjetiva" no se entienden fantasías, ilusiones y frases que sobre sí mismo puede crear el hombre, sino formas y procedimientos reales –de hecho objetivamente comprobables– de trabajo humano, de una acción práctica que transforma el material de la naturaleza.

El marxismo rechaza la ilusoria idea de que el problema del desarrollo espiritual, del perfeccionamiento moral de los individuos puede resolverse antes e independientemente de una honda transformación de las condiciones reales de la vida, que educan y forman al hombre en grado muy superior a toda predicación moral.

El socialismo, a la vez que hace posible el progreso acelerada de la economía a ritmos nunca vistos en la historia, crea también las condiciones propicias al desarrollo intelectual de la persona, desarrollo que, a su vez, constituye un poderoso factor para acelerar el avance de la sociedad. Esta interconexión dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo es una ley irrevocable del socialismo, ley que condiciona el incesante incremento de la instrucción y de la cultura en los países socialistas. Así, por ejemplo, para satisfacer las crecientes necesidades espirituales de da gente, en el mundo socialista se publican muchos más libros que en todos los demás países. Actualmente, la tirada global de los libros que se editan en el mundo es de cinco mil millones de ejemplares al año, o sea, por término medio, menos de dos libros por habitante. En la Unión Soviética, ven la luz mil doscientos cincuenta millones de libros anualmente, o sea, seis ejemplares de libros nuevos por habitante, es decir, tres veces más que por habitante en el mundo. En la U.R.S.S. se publican libros en cantidad cuatro veces mayor que en los Estados Unidos. La demanda de libros es un índice del alto nivel intelectual del pueblo.

El comunismo significa un florecimiento multilateral –el más amplio– de las facultades humanas, significa que el hombre se cultiva tanto intelectualmente como en el aspecto físico, moral y estético, de modo que todo su talento y su capacidad alcanza una auténtica plenitud.

Nuestros enemigos presentan a menudo el socialismo corno el reino del igualitarismo y de la nivelación. Califican a nuestra lucha contra la desigualdad social como lucha por la unificación de gustos, aptitudes y hábitos. La verdad es, sin embargo, que la abolición de la desigualdad social significa precisamente establecer condiciones en que se ofrece en igual medida a todos los individuos la posibilidad de cultivar sus propias inclinaciones y facultades. Nosotros ponemos fin a la desigualdad social, pero comprendemos que los individuos no son iguales por su fuerza física ni por su capacidad espiritual. Por igualdad entendemos, [303] en el terreno político, igualdad de derechos; en la esfera económica, supresión del antagonismo y de las diferencias de clases. Y esto significa situar a los ciudadanos en relaciones iguales ante los medios de producción, significa que todos los ciudadanos tienen el mismo acceso al trabajo en la tierra colectiva, en las fábricas y factorías del país. Jamás han pensado los marxistas en propugnar una igualdad humana entendida como identidad de fuerzas físicas y de aptitudes anímicas.

Sorprende que todavía hoy se atribuya a los marxistas el propósito de querer acabar con las diferencias de capacidad y de talento entre las personas. Sobre esta cuestión, hace ya medio siglo expuso Lenin con toda claridad el punto de vista del socialismo científico. Dijo: "...cuando los socialistas hablan de igualdad, siempre entienden por ella igualdad social, igualdad de posición social, pero de ningún modo igualdad de capacidad física y espiritual de los individuos"{14}.

No es posible hacer artificialmente de cada hambre un genio, y nadie puede prometer que cada niño llegará a ser un pintor, un sabio o un músico genial. Pero el sentido supremo del humanismo está en crear las condiciones sociales en que, corno dijo, Marx, todo aquel que lleva en sí un Rafael tenga la posibilidad de formarse y de descubrir su talento.

El comunismo no sólo crea esas condiciones, sino que, además, multiplica en enorme grado la demanda social de aptitudes y talento. Ésta es una exigencia objetiva del progreso comunista.

El desarrollo espiritual del hombre se acelera insólitamente bajo el comunismo, que se edifica en consonancia con el materialismo dialéctico. Resulta, pues, sumamente extraño que algunos "exégetas" de la filosofía marxista afirmen que el materialismo dialéctico niega los valores espirituales y lo reduce todo al aspecto material. En realidad, ésta no es la concepción marxista del materialismo, sino su concepción vulgar, criticada desde un punto de vista de principio, hace ya más de un siglo, por la filosofía marxista.

Es bastante típico de la mentalidad corriente e incluso de lo que creen los filósofos académicos del mundo burgués, imaginarse que el materialismo histórico reduce el hombre a la condición de objeta natural sensorial y que pone todas las acciones, las ideas y los principios morales del hombre en dependencia directa e inmediata del modo y grada en que se satisfacen las necesidades naturales del organismo. Según estas representaciones vulgares, todo materialismo ha de rematarse, inevitablemente, con una exaltación del desenfrenada culto al placer, al consumo puramente utilitario, de las cosas, con una visión biológica y pragmática de la cultura y de la moral. [304]

Por supuesto, ni teóricamente ni en el hacer práctico es posible abstraerse de que el hombre es una parte de la naturaleza, un ser que recibe y experimenta la acción del mundo material. Para satisfacer sus necesidades naturales, el hombre ha de utilizar, quiera o no, objetos del mundo circundante.

Pero el hombre no es sólo, ni preferentemente, un individuo biológico. Por su naturaleza, es un ser social, un miembro de la sociedad, y únicamente en ella descubre su auténtica substantividad. Todas sus necesidades, pasiones, sentimientos e inclinaciones se desarrollan y se satisfacen en consonancia con determinadas condiciones sociales e históricas, con principios y normas morales sociales.

No es propio, ni mucho menos, de la filosofía marxista considerar que el problema –complejo y multifacético– del perfeccionamiento del hombre se resuelve tan sólo con un simple aumento de los artículos de consumo, indispensables para satisfacer las exigencias naturales. De ser así, habría que considerar al glotón bien pertrechado como ideal de la perfección humana.

Algunos estados que han alcanzado, comparativamente, un alto nivel estadístico de producción por habitante, no pueden jactarse de haber resuelto, con ello, el problema del perfeccionamiento multilateral de la persona, de su libertad y de su moralidad. El hecho no es casual. Y la cuestión no consiste tan sólo en que en esos "Estados de bienestar general" no toda la población, ni mucho menos, goza de una vida holgada, y es muy grande el número de los desdichados. Incluso muchos de aquellos que, según parece, disponen de recursos materiales para vivir y perfeccionarse, desconocen los sentimientos, las pasiones y el placer auténticamente humanos. El ansia de beneficios se apodera de sus mentes y de sus corazones, ahoga todo noble impulso. En estas sociedades, las personas se tratan entre sí como un propietario a otro, o como el que posee capital a su asalariado.

Ciertos filósofos suponen que al hombre le domina su "naturaleza animal' y le arrastra invariablemente la pecaminosa inclinación al mal y a la caída. Pero, hablar de este modo significa encubrir lo más importante, a saber: que el sistema social capitalista no puede crear las condiciones propicias para el desarrollo integral del individuo, para convertir el ser humano en persona. Ello no es sólo, característico de los países en que la pobreza material salta a la vista con singular crudeza, sino incluso de aquellos cuyos progresos económicos son indudables, si bien tales progresos, en virtud de una paradójica ley social del régimen burgués, conducen a la miseria en medio de la abundancia.

Precisamente porque el hombre es un ser social y, en consecuencia, sólo puede desarrollarse en sociedad, necesita de las correspondientes condiciones de la vida colectiva. Para que el progreso material se combine con el espiritual, la sociedad ha de estar estructurada de tal modo que las relaciones entre los individuos [305] no se organicen en un sistema de dominio y subordinación, según el principio de la dependencia, sino que respondan al espíritu de colaboración y de ayuda mutua. La nueva sociedad que llega en sustitución del capitalismo, crea por primera vez condiciones de igualdad reales para todos.

Nuestra filosofía ve el régimen de sociedad ideal en el hecho de que todas las personas ocupen en ]a sociedad una misma situación, estén en unas mismas condiciones de trabajo y de distribución de bienes, tengan el mismo acceso a la instrucción y un mismo derecho a participar en la gestión de los negocios públicos.

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{14} V. I. Lenin, “Obras”, t. XXIV, p. 364.