Filosofía en español 
Filosofía en español

Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget

Parte primera. Bases filosóficas de la política y de la táctica

Base filosófica del comunismo científico


Correlación entre la filosofía y el comunismo científico

Para esclarecer la relación que existe entre el comunismo científico y la filosofía hay que decir unas palabras acerca de cómo la filosofía influye, en general, sobre el conocimiento científico y sobre el hacer práctico.

Veamos primero esa influencia en lo tocante a la naturaleza, a la metodología de la ciencia natural. En el pasado, la filosofía ejercía su influjo sobre esta ciencia principalmente a través de la filosofía de la naturaleza. Bastará recordar las ideas atomistas de Demócrito, las concepciones de Descartes en filosofía de la naturaleza y la hipótesis cosmogónica de Kant. No era pequeño su valor, y esas teorías se anticiparon con mucho a su tiempo. Mas ese tipo de filosofía de la naturaleza se formó cuando los datos de la ciencia eran todavía sumamente limitados, y se apoyaba, sobre todo, en nociones especulativas.

Con el nacimiento del materialismo dialéctico, la acción de la filosofía sobre las ciencias naturales se situó en el terreno científico, pues la propia filosofía pasó a ser la ciencia de las leyes más generales del desarrollo de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento. El influjo metodológico de la filosofía sobre la ciencia se basa, precisamente, en el conocimiento de las leyes y de las conexiones generales de la naturaleza, en la concepción materialista del mundo.

Ilustremos con unos ejemplos cómo se ejerce tal influjo.

En el siglo pasado, Marx y Engels formularon la idea de que el principio fundamental para la investigación de la naturaleza y de la sociedad, estriba en la necesidad de comprender su desarrollo y sus interconexiones. Expuestas estas tesis, la idea de desarrollo empezó a ser admitida en algunas ciencias naturales, pocas aún (en geología: doctrina de la evolución de la corteza terrestre; en biología: doctrina de Lamarck y luego de Darwin). Pero los denominados pequeños, ladrillos del fundamento propiamente dicho del mundo material –los átomos– se consideraban inmutables.

Así, pues, la idea materialista dialéctica de cambio y de desarrollo se formuló al observar una parte del mundo –el macro-mundo– y se hizo extensiva a la manera de concebir toda la naturaleza, toda la materia. Únicamente el siglo XX ha confirmado [185] por completo, en el terreno de las ciencias, la universalidad de la idea de desarrollo. Ha resultado que también los "pequeños ladrillos inmutables" de la materia –los átomos– son, en realidad, variables, divisibles y convertibles unos en otros. La ciencia ha materializado brillantemente la idea de Lenin de que el electrón es tan inagotable como el átomo.

Tomemos ahora el problema de la interconexión en la naturaleza. Ya en el siglo XIX, los clásicos del marxismo destacaban con insistencia la interconexión universal de las distintas formas del movimiento de la naturaleza. Engels, por ejemplo, escribió que la física es la mecánica de las moléculas, que la química es la física de los átomos y que la biología es la química de las albúminas, con lo cual subrayó la interconexión de las ciencias y el tránsito de unas a otras.

Sin embargo, dicha interconexión no se había descubierto todavía en la parte práctica científica. En líneas generales, tanto la biología como la química y la física siguieron avanzando más o menos aisladamente en todo el siglo XIX. Ha sido el siglo XX el que ha demostrado la real interconexión de las ciencias al elucidar las transiciones en la naturaleza –y, por tanta, en la ciencia– de la física a la química y de la química a la biología, al convertir el mundo orgánico en objeto de investigación no sólo desde el punto de vista biológico, sino, además, desde el punto de vista físico, químico, cibernético, &c. En esencia, para resolver los problemas de una ciencia hay que echar mano de todo el complejo de las ciencias naturales. Las diversas ciencias se influyen mutuamente, penetran unas en otras, y este fenómeno se ha convertido en necesidad ineludible para la feliz resolución de los problemas científicos.

Vemos. por estos ejemplos cómo la filosofía materialista dialéctica, gracias a su análisis de las tendencias del desarrollo del conocimiento, prevé a grandes rasgos en qué sentido se realizará tal desarrollo; vemos cómo, por comprender las leyes generales a que obedece el desarrollo del mundo, dicha filosofía influye sobre las ciencias naturales y, en primer término, sobre la resolución de los correspondientes problemas metodológicos.

En el pasado, la ascendencia de la filosofía sobre las ciencias sociales se manifestaba, principalmente, a través de la denominada filosofía de la historia, de raigambre idealista. El marxismo, aplicando el materialismo al conocimiento de la vida social, asentó en una nueva base la relación entre la filosofía y la sociología. La filosofía marxista-leninista influye sobre el conocimiento de la vida social gracias a la metodología de las ciencias sociales, gracias a la concepción materialista de la historia. Comoquiera que el materialismo histórico es el método común a todas esas ciencias, el influjo de la filosofía marxista en la sociología es perceptible en todas las ciencias concretas: economía, historia, derecho, estudios literarios, &c. [186]

La filosofía está llamada a influir en la vida práctica, a contribuir al cambio revolucionario de la sociedad. ¿De qué manera?: Sería pecar de simplistas suponer que la filosofía transforma el mundo directamente. La filosofía marxista-leninista proporciona al hombre una concepción científica del mundo, le arma con el conocimiento de las leyes generales del desarrollo tanto de la naturaleza como de la sociedad. Con ello ofrece una base metodológica para la recta comprensión de los procesos de la vida y de la actividad práctica. La filosofía actúa sobre la práctica revolucionaria, sobre los procesos, que transforman la vida. social, e influye en primer lugar mediante la teoría del comunismo científico.

Antes de que ésta naciera, la filosofía no podía repercutir seriamente en el decurso de la vida social, en los cambios revolucionarios. En el mejor de los casos, y gracias a sus corrientes más progresivas, tan sólo podía realizar una crítica filosófica general, de la realidad social. Mas entonces, como es lógico, la filosofía no podía contar con un programa científico íntegro de acción sobre la sociedad.

Platón decía que los filósofos debían gobernar el Estado. En realidad, la filosofía no enseñaba, ni enseña, directamente a gobernarlo. Debía surgir una ciencia especial acerca de la dirección de los negocios públicos y de cómo dirigir la lucha revolucionaria hacia la victoria del comunismo. Esta ciencia es la teoría del socialismo y del comunismo, y constituye la tercera parte componente del marxismo-leninismo, junto a la filosofía y a la economía política.

Bien conocida es la sentencia de Marx que dice: antes los filósofos sólo explicaban el mundo, cada uno a su modo, pero el problema está en transformarlo. Hay quien infiere de esto que los filósofos son los que están llamados a modificar el mundo, mientras que a los demás no les queda sino mirar cómo lo transforman.

Pero el sentido de la frase de Marx no es éste, desde luego. Dicha sentencia revela la debilidad de la vieja filosofía, su carácter contemplativo y pasivo, y destaca el papel activo y eficaz de la filosofía revolucionaria de la clase obrera, su tendencia vital. Ahora bien, la filosofía no basta para transformar el mundo.

Es necesario tener muy presente una importante observación que hizo Lenin en su trabajo Carlos Marx, donde explica, con sólidas razones, la necesidad del socialismo científico. Dice Lenin que sin esta parte activa del marxismo, sin aplicar la filosofía a la estrategia y a la táctica de la lucha de clases del proletariado, el materialismo sería incompleto, impreciso y unilateral.

Sabido es que el materialismo premarxista no era consecuente y traicionaba sus principios al explicar la vida social; con mayor motivo se abstenían entonces, los materialistas, de extender sus principios a las cuestiones que atañen a la dirección de la vida colectiva, a las cuestiones políticas. Sin embargo, cada día resultaba [187] más imperiosa la necesidad. de poseer la ciencia de la transformación socialista de la sociedad. Como demuestra el decurso de la historia, tal ciencia era imposible sin el materialismo. Así corno éste resulta incompleto y unilateral sin su prolongación –sin el comunismo científico–, también sería imposible el comunismo científico sin la comprensión materialista de la historia.

Para elaborar la concepción científica de la historia tuvo gran importancia la crítica que de la sociedad burguesa hicieron los `insignes representantes del socialismo utópico: Saint-Simon, Fourier y Owen. Éstos no sólo descubrieron la contraposición entre las clases privilegiadas y las que no lo eran, sino que mostraron, además, el carácter parasitario de los estamentos "superiores" y la necesidad de abolirlos. En sus teorías, reflejaban las contradicciones –que ya entonces afloraban– del capitalismo, las visibles tendencias que lo convertían en un obstáculo del progreso social y la desnaturalización que todos los frutos de la civilización sufrían en el régimen burgués. "El excesivo crecimiento de la industria –escribió Fourier– acarreará, al estado de la civilización, grandes infortunios si no se descubre el medio de hacer avanzar realmente por gradaciones el desarrollo social"{1}.

Los socialistas utópicos se manifestaban contra los estamentos feudales privilegiados, pero no veían el antagonismo de clase que anidaba en el "estamento industrial". Saint-Simon, que hablaba de la necesidad de liquidar el dominio de unos hombres sobre otros, al fin confiaba nada menos que en los explotadores cuando trazó sus planes para el futuro "siglo de oro". El utopismo de su concepción se halla orgánicamente ligado al miedo a las transformaciones revolucionarias. Confesaba Saint-Simon que temía la guerra entre pobres y ricos, y no veía más camino que el de la prédica "neocristiana" de sus ideas para erigir la nueva sociedad. Ni siquiera Owen –no ajeno, en un determinado período de su actividad, al movimiento obrero– comprendió el papel de la lucha revolucionaria del proletariado, y acabó apartándose de dicho movimiento. Los socialistas utópicos no llegaron a reconocer la necesidad de la destrucción revolucionaria de las clases y de sus diferencias. No vieron las bases económicas de la división de la sociedad en clases, los lazos entre ciertas contradicciones de clase y la existencia de un determinado modo de producción.

El socialismo utópico crítico era un reflejo del período inmaduro de la lucha entre el proletariado y la burguesía, y en el primero veía sólo la clase más castigada, más oprimida, pero no veía la fuerza revolucionaria de esta clase, capaz de transformar la sociedad. [188]

El socialismo utópico está relacionado con el materialismo, pero con un materialismo metafísico, no con el dialéctico. Admitía que las representaciones y las costumbres de la gente dependen del medio circundante, mas no veía que el desarrollo, sujeto a ley, de la vida material de la sociedad constituye la base de todos los cambios sociales. Abundando en las concepciones de los viejos materialistas que consideraban la instrucción como la palanca básica del progreso social, los socialistas utópicos estimaban que el principal medio para realizar el socialismo era la predicación de las ideas sobre la estructura de la sociedad ideal.

Los epígonos del socialismo utópico –socialistas pequeñoburgueses– no iban más allá de la concepción burguesa del mundo. Proudhon, por ejemplo, que se indignaba ante las contradicciones de la vida burguesa, no pensaba siquiera en destruir la fuente misma de todas ellas: el régimen de explotación. Quería descubrir el "verdadero equilibrio" en el interior de la sociedad burguesa y reconciliar los contrarios. Después de proclamar que todas las categorías económicas tienen una parte "buena" y otra "mala", quiso hermanar las contradicciones entre la propiedad y la igualdad, entre la esclavitud y la libertad, entre la concurrencia y la colaboración, &c. Los socialistas pequeñoburgueses ni siquiera plantearon como problema la necesidad de extirpar la base –la propiedad privada– de tales contradicciones.

La concepción materialista de la historia se desarrolló sometiendo a una crítica multilateral el socialismo utópico. Las teorías de los socialistas utópicos carecían de un fundamento materialista científico, no se elevaron hasta conocer el valor histórico-mundial del movimiento obrero.

Los militantes –agrupados en diversas sociedades y círculos–que partían de las teorías idealistas del socialismo utópico no creían que el comunismo tuviera sus raíces en el desarrollo real de la sociedad, en la propia situación de la clase obrera, sino en incentivos ideológicos, en un abstracto sentimiento de "justicia" y de "amor del hombre por el hombre". No comprendían que únicamente da lucha de clases puede conducir al triunfo de la justicia, a una sociedad exenta de lacras sociales. "¿En qué consiste lo quimérico de los planes de los viejos cooperativistas, empezando con R.obert Owen? Consiste --escribió Lenin– en que soñaban con la transformación pacífica de la sociedad contemporánea, por medio del socialismo, sin tomar en consideración un problema tan fundamental como el de la lucha de clases, el de la conquista del poder político por parte de la clase obrera, el del derrocamiento de las clases explotadoras"{2}.

Antes de que naciera el marxismo, la clase obrera carecía de fina ideología de partido fundada en la ciencia. Carecía aún de líderes que dominaran la cultura de su tiempo y que fueran [189] capaces de explicar científicamente las leyes del devenir de la sociedad, la esencia y las perspectivas de la lucha de clases. En la Europa occidental de aquel entonces, los vulgares predicadores del socialismo no se hacían eco de los intereses ni del punto de vista del proletariado. Al manifestarse en nombre de toda la humanidad enarbolando la bandera del socialismo, defendían casi siempre los intereses de la aristocracia feudal, los de la pequeña burguesía o los de la burguesía.

Por otra parte, las organizaciones políticas secretas que en aquella época surgieron en Francia, con la participación de los obreros, y que seguían las tradiciones del babuvismo no salían del marco del comunismo utópico, no veían los caminos reales por los que los trabajadores podían librarse de la explotación.

Eran asimismo endebles, desde el punto de vista teórico, las concepciones de los comunistas utópicos de Alemania, cuya figura más brillante fue Weitling. Se dirigía Weitling a los trabajadores exhortándolos, con encendidos llamamientos, a tomar en sus propias manos la causa de su liberación. "No esperéis lograr nada –decía a los obreros– mediante acuerdos con vuestros enemigos. Vuestra esperanza está sólo en vuestra propia espada"{3}. Pero aunque soñaba con la revolución proletaria y hablaba de la misión revolucionaria de la clase obrera, revestía estos sueños y llamamientos suyos con la forma mística de una novísima predicación religiosa, no generalizaba científicamente –lejos estaba de ello– la verdadera práctica revolucionaria del movimiento proletario y toleraba la acción escisionista en la "Liga de los comunistas".

Entre todos los ideólogos del movimiento de liberación anterior al del proletariado, los que tuvieron concepciones más progresivas fueron los demócratas, revolucionarios rusos del siglo XIX, quienes no sólo se proponían liquidar el régimen de servidumbre, sino que, además, deseaban abolir toda explotación de las masas trabajadoras y realizaban una activa propaganda de las ideas socialistas. Luchaban enérgicamente contra la ideología de las clases explotadoras y propagaban la idea de la revolución campesina. Sus obras, en especial las de Chernishevski, están saturadas del espíritu de la lucha de clases. Los demócratas revolucionarios rusos reconocieron el importante papel de la lucha política, y ello fue uno de sus grandes méritos. Además, sus ideas revolucionarias estaban limpias de la envoltura místico-religiosa tan característica de muchas teorías utópicas del socialismo premarxista.

Los demócratas revolucionarios rusos se dieron cuenta de la importante significación del factor económico en la vida social, reconocieron el papel decisivo de las masas, y no de los individuos aislados, en la historia, realizaron varios descubrimientos en la [190] interpretación del proceso histórico. Chernishevski, superando varias ideas utópicas de los socialistas de entonces, intentó reiteradamente ligar la causa socialista con el desarrollo económico, partiendo para ello de la idea que tenía acerca del importante papel de los intereses materiales en la vida de la sociedad. La verdad es, sin embargo, que dichas ideas no llegaron a ser determinantes para la concepción sociológica de los demócratas revolucionarios rusos.

Uno de los grandes méritos de estos revolucionarios fue haber tratado la dialéctica no como una justificación de lo existente, sino como el "álgebra de la revolución" (Herzen). Herzen, Belinski, Dobroliúbov y Chernishevski, grandes revolucionarios de su tiempo, fueron los antecesores del socialismo marxista en Rusia.

Sin embargo, aún siendo ilustres filósofos materialistas del período anterior a Marx, los demócratas revolucionarios rusos permanecieron, en general, adscritos al idealismo al explicar el curso de la historia: no vieron, en el modo de producción de los bienes materiales, el factor determinante de la vida y del desarrollo de la sociedad. El atraso de la Rusia de su tiempo les impidió apreciar la función del proletariado como portador material del socialismo, como fuerza principal en la transformación socialista de la sociedad. Por hallarse entonces, el proletariado ruso, en estado embrionario, esos demócratas fueron los ideólogos del movimiento revolucionario que precedió al del proletariado.

Los demócratas revolucionarios rusos fueron los representantes del socialismo revolucionario, pero el socialismo marxista también se distingue de ellos por haber sido el primero en comprender el singular papel histórico de la clase obrera, cosa que no comprendieron ni siquiera mentes tan preclaras del siglo XIX como Chernishevski, Herzen y Dobroliúbov. Y su socialismo era utópico, precisamente, porque no se asentaba en una teoría consecuentemente científica de la vida social. A todos esos pensadores cabe aplicar, sin reservas, la caracterización de las concepciones filosóficas de Herzen, quien, según palabras de Lenin, llegó hasta el umbral del materialismo dialéctico y se detuvo ante el materialismo histórico.

¿Por qué no podía ser científico el socialismo premarxista? Es evidente que para convertir el socialismo en una ciencia se requerían determinadas premisas, hacía falta una fuerza social capaz de trocar el socialismo en realidad, es decir, la clase obrera. Pero también se necesitaba dotar de una sólida base filosófica y económica al socialismo científico.

——

{1} Ch. Fourier, “Obras escogidas”, t. III, pp. 92-93 (edición rusa).

{2} V. I. Lenin, “Obras”, t. XLV p. 375.

{3} W. Weitling, “La humanidad como es y como deberá ser”, Petrogrado, 1918, p. 22.