Filosofía en español 
Filosofía en español

Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget

Parte primera. Bases filosóficas de la política y de la táctica

Lenin y el desarrollo del materialismo histórico


El materialismo dialéctico, su teoría del conocimiento y la concepción materialista de la historia

La base filosófica del comunismo científico es el materialismo dialéctico. Desde el nacimiento del marxismo, sus enemigos han intentado celosamente –y siguen empeñados en sus vanas tentativas– destruir ese inconmovible fundamento teórico del movimiento revolucionario proletario y del conocimiento científico. En la época imperialista, cuando la revolución proletaria está al orden del día, cuando la sociedad ha entrado en el período en que el capitalismo se hunde y el socialismo triunfa, los ideólogos [12] de la burguesía han desencadenado ataques singularmente furiosos contra las bases filosóficas del socialismo proletario.

La premisa inicial de la teoría materialista del conocimiento estriba en admitir la realidad objetiva, que se refleja en la conciencia del hombre. Dicha realidad, en lo que a la sociedad se refiere, está formada por el ser social, es decir, por la vida material de la colectividad, independientemente de la conciencia del hombre.

El marxismo ha descubierto las leyes objetivas del cambio del ser social, las leyes objetivas del desarrollo histórico, ha demostrado que los métodos científicos de la generalización de los fenómenos y el análisis de las leyes a que éstos se hallan sujetos son totalmente aplicables a la vida de la sociedad. Gracias a la aplicación del materialismo dialéctico a la vida social, la verdad objetiva ha llegado a ser patrimonio no sólo de las ciencias naturales, sino, además, de las ciencias sociales basadas en el marxismo.

El gran jefe y teórico de la clase obrera, Lenin, que elevó el marxismo a un nuevo estadio, dio una nueva dimensión a la dialéctica materialista, como ciencia filosófica, desarrolló la teoría del conocimiento del materialismo dialéctico en la lucha contra las corrientes idealistas en las diferentes esferas del saber, defendió y enriqueció con nuevas tesis el materialismo histórico de Marx y Engels. Las ideas filosóficas cardinales de Lenin sirvieron de base teórica para el ulterior progreso tanto de las ciencias naturales como de las ciencias sociales.

El materialismo dialéctico es la concepción del mundo de la clase obrera, de su partido marxista-leninista. El marxismo defiende, con rigurosa consecuencia, el principio que afirma el espíritu de partido en filosofía. En última instancia, la lucha de las principales corrientes en filosofía -materialismo e idealismo- es expresión de la lucha de clases. El espíritu de partido de la filosofía marxista refleja el punto de vista de la clase más progresiva, la clase obrera, y asegura el conocimiento más cabal y exacto de la verdad objetiva. El marxismo-leninismo se manifiesta rotundamente contra la interpretación subjetivista del principio concerniente al espíritu de partido en filosofía.

El espíritu de partido burgués se halla indisolublemente unido a la tergiversación de la verdad objetiva. El espíritu de partido comunista estriba en aplicar con todo rigor el materialismo en la ciencia, es decir, en el conocimiento y en la defensa de la verdad objetiva. Precisamente a la concepción del espíritu de partido en el sentido de que es la expresión más compleja y exacta de la verdad objetiva se halla vinculada la conocida tesis del leninismo según la cual la historia no se debe mejorar, ni empeorar, ni adornar, ni menoscabar.

El marxismo es enemigo de toda violencia sobre los hechos, sobre la verdad histórica, sobre la verdad objetiva. El espíritu de partido de la concepción marxista-leninista del mundo exige [13] una actitud rigurosamente científica ante los fenómenos, un análisis exacto y una comprensión justa de las leyes objetivas del desarrollo, una lucha vigorosa, abnegada e infatigable por la transformación comunista de la sociedad en consonancia con las leyes objetivas que rigen su devenir. Esta es la razón de que el marxismo una de manera orgánica, interna e indisoluble el carácter científico, riguroso y consecuente, con la eficacia revolucionaria.

Constituyen una expresión del espíritu de partido de la ciencia marxista la elevada e inconmovible firmeza de principios de dicha ciencia, la lucha enérgica de los partidos comunistas contra toda suerte de desviaciones y errores teóricos, así como contra la estimación liberal de unas y otros. Es exigencia básica de la labor político-ideológica no encubrir las desviaciones del marxismo-leninismo en que incurran tales o cuales funcionarios, sino criticarlas valientemente, desenmascarar de manera sistemática la ideología enemiga y sus resabios.

Los filósofos burgueses, utilizando con una sutileza asombrosa las más pequeñas vacilaciones y repliegues idealistas en la ciencia, procuran introducir en ella el idealismo, tanto si se trata de las ciencias naturales como de las ciencias sociales. Reduciendo las contradicciones del capitalismo -inconciliables y cada vez más tensas- a meros choques ideológicos, intentan apartar las masas de la lucha por las transformaciones radicales de la estructura económica de la sociedad, procuran suplantar la lucha de clases revolucionaria por estériles discusiones en torno a las astutas maniobras, ideológicas y políticas, de la burguesía.

En esta empresa, ayudan activamente a los imperialistas los líderes socialistas de derecha, que encubren la política burguesa con frases pseudosocialistas. De la interpretación idealista de la historia han surgido distintas variedades de “socialismos” estériles, como el “socialismo religioso” de los “buscadores de Dios” rusos, el “socialismo ético” de los austromarxistas, el “socialismo democrático” de los socialdemócratas y de los laboristas ingleses. Todas estas teorías niegan la necesidad del cambio revolucionario de las condiciones sociales de vida.

Fieles a los legados de Lenin, el P.C.U.S., y todo el movimiento comunista del mundo contraponen a la ideología burguesa y reformista -en honda crisis- el examen científico, auténticamente revolucionario, de los problemas actuales del desarrollo social. Los ideólogos burgueses han desplegado la negra bandera del anticomunismo, arma político-ideológica principal del imperialismo. En este campo sin gloria de calumnias y tergiversaciones contra el comunismo y su movimiento, tanto a los ideólogos declarados del imperialismo como a sus secuaces, los socialistas de derecha, no les espera otra cosa que la bancarrota.

Los líderes derechistas de la socialdemocracia, sumisos a las riendas del anticomunismo, se han metido en un callejón político-ideológico [14] sin salida. En el nuevo Programa del P.C.U.S. se analizan a fondo esos procesos que acontecen en la socialdemocracia moderna. “Los socialistas de derecha -se subraya en el Programa- empezaron oponiendo las reformas sociales a la revolución socialista, y llegaron a defender el capitalismo monopolista del Estado. En el pasado inculcaban al proletariado que las divergencias existentes entre ellos y el marxismo revolucionario no afectan tanto al fin último del movimiento obrero cuanto a los medios para alcanzarlo. Ahora abjuran abiertamente del socialismo. Antes, los socialistas de derecha se negaban a llevar hasta la dictadura del proletariado el reconocimiento de la lucha de clases. Hoy, no sólo niegan la lucha de clases, sino, incluso, la existencia de clases antagónicas en la sociedad burguesa”.

Los sociólogos burgueses actuales, partiendo de las premisas del anticomunismo, no pueden resolver de manera científica los problemas básicos del desarrollo social moderno. Cuando intentan crear una teoría social de la actualidad, frente a la ciencia marxista-leninista que trata de las leyes del devenir social, se sitúan inevitablemente en el camino que conduce a negar la verdad objetiva. Dicha verdad, en la investigación de los problemas sociales de nuestro tiempo, estriba en reflejar las leyes del hundimiento del capitalismo, y de la edificación del socialismo, las leyes que rigen el cambio revolucionario de la formación económico-social capitalista por la socialista. Es en estas leyes objetivas en lo que se apoya la lucha revolucionaria del proletariado. El reflejo científico de las leyes del desarrollo social es inseparable de la ideología socialista, de la lucha contra el imperialismo. En su tiempo, habló Lenin de la gran tarea de abarcar en rasgos generales y fundamentales la lógica objetiva de la evolución del ser social con el fin de acomodar a dicha lógica -con la máxima claridad y precisión posibles- la conciencia social.

Hoy caracteriza a la ideología burguesa en su conjunto y, sobre todo, a los sociólogos anticomunistas, un febril anhelo de buscar y componer nuevas ideas “que funcionen” y que puedan ser opuestas a las ideas del comunismo. El hecho es ya de por sí sintomático; en cierto modo refleja el incremento que experimenta la ideología comunista y la pérdida de prestigio que registra la ideología burguesa entre las masas de los países capitalistas. La ideología burguesa ha quedado derrotada en lo fundamental y decisivo: en la aparición del curso y de las perspectivas de la evolución del mundo, y ello ha socavado su influjo entre las masas.

La concepción marxista-leninista del proceso histórico es la única que presupone el enfoque científico de los problemas que presenta el desarrollo de la sociedad. De ahí que carezcan de base y de toda solvencia científica las tentativas de los sociólogos burgueses para componer una concepción antimarxista coherente e íntegra acerca de dicho desarrollo. Y no deja de ser característico [15] el hecho de que, constituyendo el anticomunismo la médula del pensamiento político y sociológico burgués, cada vez resultan más frecuentes los intentos de hacer pasar subrepticiamente la idea de la coexistencia pacífica de las ideologías, los intentos de crear “nuevas” teorías que aproximen socialismo y capitalismo a costa de extirpar el contenido clasista de dichos conceptos. Entre los sociólogos burgueses oficialmente reconocidos, entre los diversos asesores del gobierno de los Estados Unidos en cuestiones ideológicas, resuenan, cada vez con más frecuencia, voces para afirmar que la división de las ideologías como sistemas de concepciones ya ha envejecido y que ha llegado la hora de excluir del diálogo intelectual los términos de “capitalismo” y “socialismo” como palabras -dicen ellos- carentes de significados concreto.

Ante las grandes victorias del socialismo y la crisis del capitalismo, cada vez más grave, ante las impetuosas transformaciones sociales en todo el orbe y el desplome del sistema colonial, ante el incremento, sin precedentes, de la lucha que contra el imperialismo sostienen los pueblos liberados, a los ideólogos burgueses les aterra el hecho de que masas cada vez más amplias de población comienzan a ver en el socialismo un nuevo estadio del desarrollo social, más progresivo y más elevado en comparación con el capitalismo. Ahora los ideólogos burgueses no pueden salir del paso con ideas vulgares sobre la inconsistencia del concepto de progreso histórico, sobre la necesidad de sustituir este concepto por el de “cambio”, vago e impreciso.

En la actualidad, empiezan a utilizarse, en la sociología burguesa, “teorías” por el estilo de la que habla de los “estadios del desarrollo económico”, formulada por Walt Rostow. El trabajo de Rostow lleva como subtítulo “Manifiesto no-comunista”, y este sociólogo presenta su concepción lisa y llanamente como “alternativa” frente a la interpretación marxista de la historia moderna{1}. El sentido de este manifiesto no-comunista consiste en contraponer a la concepción marxista de las formaciones económico-sociales y su evolución, la teoría de los estadios, según la cual capitalismo y socialismo son formas de una sociedad industrial, sociedad que, al entrar en la época del consumo de masas, supera las “limitaciones” de uno y otro. El sentido de semejante equilibrismo verbal radica en el propósito de encubrir el hecho indudable de que, históricamente, el capitalismo es una formación que ha dado ya de sí cuanto podía dar; se pretende, además, influir ideológicamente sobre los nuevos países que, liberados del yugo colonial, emprenden el camino de la industrialización, y mantener con tal influencia, las cadenas de su dependencia económica respecto a los estados imperialistas. [16]

Rostow intenta presentar el avance técnico, característico de varios países capitalistas también en nuestros días, como indiscutible exponente de que el capitalismo moderno sigue una línea ascendente. Hace caso omiso del carácter contradictorio del progreso capitalista, disimula las contradicciones reales del imperialismo, que son una clara manifestación de la decadencia y de la descomposición de la sociedad burguesa. Lenin, caracterizando las contradicciones del capitalismo, indicaba que “junto al crecimiento de la riqueza social, crece la desigualdad social, se ahonda y se amplía el abismo entre la clase de los propietarios (burguesía) y la clase proletaria”{2}.

La “teoría de los estadios” de Rostow es una de las tentativas seudocientíficas llevadas a cabo para “superar” la concepción marxista-leninista de las formaciones económico-sociales. La particularidad de esta teoría, así como de otras teorías análogas, estriba en que todas ellas adoptan, externamente, algunas tesis marxistas -sobre el papel de la producción, sobre el papel del desarrollo económico-, pero en realidad no son más que un revoltijo ecléctico, nuevas variantes de la famosa teoría de los factores, que sitúa en un mismo plano la influencia de la economía y la política, la estructura social, la jerarquía de valores y los factores psicológicos. De este modo, el nivel y el carácter de la producción no aparecen como determinantes decisivos del estadio del progreso social. Tal eclecticismo lleva a confundir las diversas formaciones sociales, priva a la sociología de criterio objetivo de progreso y sirve para justificar la política imperialista.

El carácter subjetivista y acientífico de las concepciones de los sociólogos burgueses, se vela, en ocasiones, con términos tomados del marxismo, con referencias a la importancia del factor económico y, a veces, con francas reverencias al marxismo.

El influyente historiador y sociólogo inglés Arnold Toynbee habla del “gran descubrimiento de Marx”, y de que “los cambios sociales se derivan de los económicos”{3}. Mas, en su conjunto, la concepción sociológica de Toynbee parte de una visión no científica de las bases del desarrollo de la sociedad. Según su interpretación, la historia se divide en numerosas civilizaciones; explicar los lazos que existen entre ellas constituye, a juicio de Toynbee, una dificultad insuperable. Como quiera que niega las leyes realmente objetivas del desarrollo social, Toynbee llega a la conclusión de que “en vez del modelo cauliforme de la historia, debemos dibujar un modelo arboriforme, en el cual las civilizaciones crecen como numerosas ramas, unas junto a las otras”{4}. El no [17] tomar en consideración la fuerza motriz principal ni el criterio objetivo del cambio de las formaciones sociales abre la puerta al fideísmo. Toynbee mantiene una posición fideísta conscientemente, declara que la fe en Dios, interpretada como fe en la fraternidad universal, es indispensable para crear una comunidad realmente humana. “La verdad, profundamente oculta -ha escrito Toynbee- que se expresa en que los problemas sociales humanos solo pueden resolverse cuando se elevan del nivel social al nivel religioso, sigue siendo cierta para nuestro mundo europeo del siglo XX, como lo fue siempre y en todas las partes desde que el homínido se convirtió en hombre”{5}.

Los sociólogos idealistas intentan contraponer sus concepciones a la visión consecuentemente materialista del desarrollo social. A menudo, además, presentan sus ideas bajo el prisma del humanismo, como si tomaran en consideración las necesidades espirituales del hombre y como si, de este modo, “superaran” las imaginarias insuficiencias de la sociología marxista-leninista, a la cual imputan que exagera el factor económico y subestima los factores espirituales.

Los sociólogos idealistas especulan sobre todo con el hecho de que en la sociedad actúan seres que poseen conciencia y voluntad. De ahí parten para afirmar -de múltiples maneras- que la vida social es, en esencia, vida psíquica.

Así, el conocido sociólogo norteamericano, profesor R. Strausz-Hupé en su libro "La zona de la indiferencia" sostiene que el proceso social es puramente espiritual y que la vida de la sociedad está determinada por la acción de la conciencia colectiva. A su entender, "un régimen social no surge a consecuencia de una necesidad natural o histórica, sino porque determinadas teorías filosóficas, políticas y sociales han interesado a la gente y la han contraseñido a edificar una sociedad de conformidad con unas exigencias teóricas"{6}. El sociólogo norteamericano necesitaba de todas esas premisas idealistas para ocultar la raíz económica de la crisis que azota al capitalismo moderno. La crisis de nuestro tiempo, afirma R. Strausz-Hupé, es una crisis moral, cuya causa radica, a juicio suyo, en la "dislocación de la conciencia colectiva".

También puede servir como ejemplo de las argucias teóricas a que recurren los apologistas de la burguesía, la explicación que de las contradicciones sociales daba el sociólogo norteamericano Bogardus. Afirmaba Bogardus que los conflictos sociales, la discriminación racial contra "negros" y "amarillos", lo mismo que contra las clases "inferiores" tienen su origen en errores colectivos. [18]

Semejantes sutilezas idealistas alcanzaron singular relieve en la denominada semántica social. Según los partidarios de esta corriente filosófica, todas las calamidades sociales, las contradicciones políticas, las explosiones de la lucha de clases y también las guerras se deben a que las personas comprenden equivocadamente la naturaleza de las palabras e interpretan sin acierto los conceptos generales.

"Las palabras –ha declarado uno de los propagadores de la semántica, Stuart Chase–, pueden llevar a una comprensión errónea y provocar conflictos innecesarios. Muchos, si no la mayor parte, de los problemas políticos y sociales que hoy nos atormentan dimanan de un equivocado procedimiento de comunicación"{7}.

Resulta que de ello proceden, asimismo, todas las desventuras de la humanidad: las personas, tomando por realidades los conceptos abstractos, personificándolos, empiezan a luchar por ellos entre sí, y esto conduce, en fin de cuentas, a catástrofes. Los semánticos brindan una receta sumamente sencilla para la curación de la humanidad: la gente tiene que dominar la semántica, y entonces –manifiestan con aplomo estos apologistas del capitalismo– todas las catástrofes resultarán imposibles.

De este modo la explicación idealista de la vida social sirve de pantalla para ocultar la explotación y la opresión de las masas, sirve para justificar el imperialismo y las guerras. Los ideólogos burgueses difunden estas invenciones seudocientíficas para contener a las masas y evitar que se lancen a la lucha revolucionaria contra la verdadera causa del yugo social y nacional, contra el capitalismo.

Los sociólogos burgueses intentan hacer derivar la conducta humana de los actos –susceptibles de ser comprendidos de manera diversa, aunque psíquicamente determinados– de las personas que participan en el proceso social, El sociólogo norteamericano A. Green escribe: "Casi en todas las formas de la conducta social, el hombre se comporta siempre de acuerdo con sus concepciones y no en consonancia con las cosas. La embrollada telaraña de las significaciones constituye la base principal del hombre en la sociedad"{8}.

Concibiendo la historia humana como un producto de la conciencia, los sociólogos burgueses estudian directamente la actividad psicológico-social de las personas al margen del medio social y de las leyes objetivas que determinan dicha actividad. En la compilación titulada La sociología, hoy, hallamos la siguiente definición, muy característica: "Únicamente son fenómenos o magnitudes sociales reales las personas cuyas psicologías individuales forman el grupo dado"{9}.[19]

Los sociólogos burgueses repiten con insistencia que la base del desarrollo de la cultura no está en la producción material, sino en la conciencia, en el espíritu, &c. De esta manera quieren hacer patente su disconformidad con el materialismo.

El conocido sociólogo norteamericano T. Parsons ve la causa de las transformaciones sociales en los cambios de la conducta individual, de la psique del individuo; a la sociedad no la considera como un conjunto de relaciones sociales objetivas, históricamente formadas –con independencia de la voluntad y el deseo del hombre, a los que dichas relaciones determinan–, sino como un sistema de actos determinado por el desarrollo espiritual de las personas. Parsons expresa mediante categorías psicológicas las "estructuras funcionales" que constituyen el "sistema social". "Lo que se sobreentiende por estructura social –escribe– es un sistema de probabilidades características de los individuos que ocupan una determinada posición en el sistema social"{10}.

Los sociólogos burgueses consideran que para comprender la esencia de lo que se hace en una sociedad de grupos, capas, clases, &c., basta tomar en consideración los rasgos característicos de la conciencia de los individuos que forman los grupos de referencia. En calidad de categorías centrales de la sociología burguesa contemporánea, aparecen las de motivo y de fin de la actividad individual, la de orientación, &c.

Los teóricos de la "acción" niegan el valor de las conexiones y relaciones sociales objetivas –es decir, existentes al margen de la conciencia de los individuos– para la actividad del hombre en la sociedad. "La sociedad del individuo es la representación que él se forma", tal es el credo idealista subjetivo de la "teoría de la acción".

Las fantasías teórico-cognoscitivas de los idealistas han sido siempre utilizadas, y lo son hoy en día, por los críticos "socialistas" del marxismo para combatir la interpretación marxista de la vida social.

En su tiempo, los acólitos de Mach y los de Bogdánov, partiendo de la afirmación de que la vida social en todas sus manifestaciones es conscientemente psíquica, falseaban la cuestión de la prioridad del ser respecto a la conciencia.

Lenin dio una viva réplica a los sofismas con que Bogdánov encubría la suplantación del marxismo por el idealismo. El que las personas se relacionen como seres conscientes no significa de ningún modo –recalcaba Lenin– que la conciencia social sea idéntica al ser social. Aunque en la vida social actúan seres que poseen voluntad y conciencia, el resultado de la actuación de estos seres forma la cadena necesaria –independiente de ellos– del desarrollo social. [20]

En lucha contra las tergiversaciones idealistas del marxismo, Lenin desarrolló la tesis materialista sobre la relación entre la conciencia y el ser aplicándola a la vida social. Demostró que las leyes relativas al cambio de los fenómenos sociales poseen un carácter objetivo, y ello no en el sentido de que la sociedad existe y se desenvuelve al margen del hombre, sino en el de que las leyes del desarrollo del ser social son independientes de la conciencia social de los individuos.

De modo análogo a como la naturaleza existe independientemente de la conciencia, de las sensaciones y de las representaciones del hombre, el ser social se forma con independencia de la conciencia social, que es tan sólo un reflejo del ser. "El materialismo en general reconoce el ser objetivamente real (la materia) independiente de la conciencia, de la sensación, de la experiencia, &c., de la humanidad. El materialismo histórico reconoce el ser social independiente de la conciencia social de la humanidad. La conciencia, tanto allí como aquí, es sólo un reflejo del ser, y en el mejor de los casos su reflejo aproximadamente fiel (adecuado, idealmente preciso)"{11}.

Como indicaron los clásicos del marxismo, el materialismo histórico es la aplicación de las tesis del materialismo dialéctico en la esfera de los fenómenos sociales; es la ciencia que trata de las leyes. generales del desarrollo de la sociedad.

Sabido es que el problema fundamental de toda filosofía consiste en la relación del pensar, de la conciencia, con el ser. En la comprensión de las leyes concernientes al desarrollo de la sociedad, el problema principal es el de la relación entre la conciencia social y el ser social.

El viejo materialismo, mecanicista, concebía el ser en un sentido estrictamente naturalista, como mero proceso de intercambio natural de sustancias entre el hombre y la naturaleza. El marxismo enseña que es imposible identificar el ser social con los procesos biológicos. El ser social es la vida material de la sociedad; y esta vida material tiene en su base la producción de bienes materiales. De ahí que las leyes del desarrollo social sean, ante todo, leyes de producción. En el proceso de la producción, los individuos entran en determinadas relaciones sociales, independientes de la voluntad y de la conciencia. Este aspecto objetivo de la vida social, aspecto que se expresa en las relaciones de producción, constituye el ser social, determinante de la conciencia social.

Hasta hace poco tiempo, parecía que dicho problema no era objeto de discusión alguna, y entre los marxistas, todo el mundo admitía que el ser social es la vida material de la sociedad, su [21] faceta determinante, a diferencia de la faceta ideológica y política. Pero últimamente han aparecido varios artículos –incluso en la revista "Problemas de filosofía"– cuyos autores consideran necesario revisar el concepto indicado. Dicen que en el concepto de ser social no sólo se ha de incluir la vida material de la sociedad, sino, además, el régimen político. Razonan su punto de vista arguyendo que sobre la conciencia social influyen además de las relaciones económicas, las formas del régimen político, y que la política es de suma importancia para comprender la vida ideológica. Como quiera que la política influye sobre el arte, la moral, el derecho, la filosofía, &c., se ha de incluir la política –afirman los camaradas aludidos– en la categoría de ser social.

Cierto es que la política influye sobre todas las formas de la conciencia social, mas éste no es argumento suficiente para insertar la política, el régimen político, en el concepto de ser social. Porque también la filosofía influye sobre todas las demás formas de la conciencia social. Y es posible decir, asimismo, que también la religión durante siglos ejerció un gran influjo sobre otros aspectos de tal conciencia, en particular sobre la moral y el arte, amén de que la propia filosofía durante siglos enteros fue la sierva de la teología y se acomodaba a la religión. Pero de ningún modo se puede considerar la religión y sus organizaciones como formando parte del ser social.

En el materialismo histórico, la categoría de ser social ocupa un lugar como el de los conceptos de ser, materia y naturaleza en la filosofía. Así como en el materialismo dialéctico los conceptos de ser en general y de materia se correlacionan con los conceptos opuestos de conciencia, pensamiento y espíritu, también el concepto de ser social se corresponde (se contrapone) con el concepto de conciencia social, de vida espiritual o ideológica de la sociedad.

Lenin escribió acerca de este particular: "La conciencia en general refleja el ser, es una proposición de todo materialismo. Y no es posible no ver su conexión directa e indisoluble con la tesis del materialismo histórico, según la cual la conciencia social refleja el ser social"{12}.

La categoría de "ser social" tiene una amplitud máxima en el materialismo histórico. Ello induce a algunos camaradas a incluir en este concepto no ya la vida material de la sociedad, el modo de producción, sino, además, fenómenos y categorías como clan, tribu, familia, clase social, relaciones de clase, nación y relación de naciones entre sí. Esos camaradas olvidan, sin embargo, que todos los fenómenos que acabamos de citar abarcan una parte material y una parte espiritual. La clase es un fenómeno económico-social que representa determinadas relaciones de las personas [22] en la producción, y en este sentido el fenómeno se inserta en el concepto de ser social. Pero las relaciones de clase, la lucha de clases tienen asimismo una parte ideológica, y en lo tocante a dicha parte, no entran ni pueden entrar en el ser social. La relación de clases entra en el ser social como forma, históricamente determinada, de las relaciones de producción. Lo mismo puede decirse de fenómenos como la familia y la nación. La familia comprende relaciones naturales, económicas, jurídicas y morales. La nación también se caracteriza desde el punto de vista territorial, económico, cultural, de la lengua y psicológico. De ahí que tampoco se deba incluir por completo esos fenómenos en el concepto de ser social, sino únicamente su base económica material.

Resulta, pues, que sólo forma parte del concepto de ser social la base material de la sociedad. Ella es la que determina el desarrollo social, el cambio de conciencia y el carácter de la vida espiritual de la colectividad humana. La cuestión no está en que una cosa influya sobre otra, sino en ver qué es lo básico, cuál es la fuerza capital y determinante. Y lo determinante es, desde luego, la vida material de la sociedad. El desarrollo de esta vida material es lo que, en último término, imprime cierto carácter a las concepciones filosóficas, éticas y estéticas, y también a la política. Ésta y el régimen político se hallan subordinados a las leyes del devenir social, y la función determinante es la que corresponde precisamente a la vida material, al desarrollo económico de la sociedad. El que quiera incluir también la política en el concepto de ser social, confunde lo primario y lo secundario, la base y la superestructura.

Ahora ya son muchos los enemigos del marxismo que se ven obligados a reconocer la trascendencia de las condiciones económicas para la vida de la sociedad. Mas niegan el valor determinante de las relaciones económicas en el desarrollo social. Así, los sociólogos norteamericanos Rumney y Meyer declaran que las proposiciones marxistas acerca de la importancia determinante del modo de producción en el desarrollo histórico de la sociedad constituyen una "interpretación unilateral de la vida social". A juicio de estos sociólogos y de otros como ellos, no es posible distinguir ningún aspecto determinante en la interacción de las diversas partes de la vida social. Sin embargo, gracias a haber destacado las relaciones económicas como determinante, el marxismo-leninismo ha hecho posible el análisis científico de las leyes del desenvolvimiento de la sociedad.

El marxismo explica que en la naturaleza y en la sociedad se dan procesos objetivos que no dependen del deseo de las personas ni de los fines que éstas fijan. Gracias a los procesos biológicos, por ejemplo, se reproducen plantas y animales útiles para el hombre; pero también se reproducen organismos inútiles y nocivos, aparecen enfermedades que minan la salud de las personas o diezman el ganado o destruyen las cosechas. Por consiguiente, los procesos [23] biológicos no dependen de los deseos ni de los objetivos del hombre.

Las leyes económicas también actúan independientemente de que sean beneficiosas o perjudiciales para tales o cuales grupos de personas, para tales o cuales clases sociales. La evolución histórica ha proporcionado a la humanidad los bienes de la civilización. Mas la humanidad ha sufrido también numerosas calamidades. Las masas han sufrido a consecuencia de las guerras y de las crisis, durante largos siglos han llevado a cuestas el fardo de una explotación crudelísima, del yugo social y nacional. Hoy la sociedad ha llegado a un estadio de desarrollo en el que se dan las condiciones materiales necesarias para acabar en todas partes con la explotación y la opresión. Con pleno fundamento de causa se llama a nuestro siglo el siglo de la revolución social y de la liberación nacional contra el yugo imperialista, el siglo del comunismo.

El desarrollo de la sociedad –lo mismo que de la naturaleza–es un proceso histórico-natural; mas la acción de las leyes objetivas tiene en la sociedad sus peculiaridades. Mientras que en la naturaleza actúan fuerzas ciegas, inconscientes, en la historia de la sociedad actúan personas que poseen conciencia, producen bienes materiales, tienen ciertos intereses, se asignan objetivos concretos y luchan para conseguirlos. La historia de la sociedad resulta imposible sin la actividad práctica del hombre; las leyes objetivas no actúan automáticamente en la sociedad, sino como actividad, sujeta a ley, de los individuos mismos, se realizan en la lucha de las fuerzas avanzadas contra las fuerzas caducas, que presentan tenaz resistencia a lo nuevo, a lo progresivo. Frente al materialismo vulgar, que niega el valor de la conciencia social, el materialismo marxista reconoce el papel inmenso de las ideas en la vida colectiva y lucha incesantemente para difundir la ideología avanzada. La historia pone de manifiesto que las ideas adelantadas influyen de manera activa en el progreso social. La experiencia de la vida moderna nos permite ver con meridiana claridad cuán poderosa es la fuerza de ideas como la de socialismo, la de igualdad de derechos para la mujer, la de igualdad de las naciones, la de que los trabajadores se liberen de la explotación y de la opresión. Por otra parte, cada vez resulta más evidente el papel perjudicial de las teorías reaccionarias, arma ideológica del imperialismo.

El marxismo niega el punto de vista del fatalismo –que lleva a la pasividad y a la contemplación–, según el cual el hombre es esclavo de la necesidad. La historia nos demuestra que el hombre cuando conoce leyes objetivas puede utilizarlas para alcanzar determinados fines, y, en consonancia con ellas, puede transformar en su propio interés la naturaleza y la sociedad. La libertad, nos enseña el marxismo, implica conocer las leyes objetivas y actuar de acuerdo con ellas. El determinismo no excluye la libertad; al [24] contrario, hace posible la actividad racional del ser humano. Los enemigos del determinismo se jactan de defender el libre albedrío. Mas la libertad no presupone de ningún modo independencia frente a las leyes de la naturaleza y de la sociedad. La libertad es un producto del acontecer histórico, es un resultado del hacer práctico de la humanidad en todo el mundo y a través del tiempo. Las. teorías voluntaristas sobre la independencia del hombre respecto a las leyes objetivas conducen a renunciar a la ciencia, a adoptar posturas arbitrarias e irresponsables en el quehacer práctico.

Tenemos, pues, que la dialéctica materialista como teoría científica del conocimiento, como concepción coherente e íntegra del mundo, constituye el método de las ciencias sociales. y de la ciencia natural.

En El Capital, indicaba Lenin, se aplican a una ciencia la lógica, la dialéctica y la teoría del conocimiento del materialismo. Esta magna obra del marxismo, modelo de análisis histórico-materialista del capitalismo, constituye al mismo tiempo un ejemplo clásico de cómo la dialéctica materialista, la lógica y la teoría del conocimiento se aplican para descubrir todo el proceso de desarrollo de la sociedad capitalista.

Lenin confería una importancia enorme a la elaboración de la teoría materialista dialéctica del conocimiento. Así lo demuestra su gran obra Materialismo y empirio criticismo, en la cual, después de generalizar los datos más recientes que proporcionaban las ciencias naturales y la experiencia del desarrollo social, se da una nueva dimensión a las tesis básicas del materialismo dialéctico e histórico. Lo demuestra asimismo su gigantesca labor teórica, cuyos resultados figuran en los célebres Cuadernos filosóficos. Si se examinan los bosquejos de Lenin sobre dialéctica, sus observaciones sobre los dieciséis elementos de la dialéctica, sobre las partes de esta última tomadas en su conjunto, sobre sus categorías y conceptos, se descubre el acervo teórico –verdaderamente inmenso–que ha de utilizar plenamente en el análisis concreto de las diversas facetas de la vida social.

El materialismo rechaza la interpretación subjetivista, kantiana, de las formas del conocimiento como formas de ordenación de los fenómenos introducidas por el conocimiento en el mundo exterior. También son incompatibles con la ciencia, las fantasías de los idealistas semánticos de nuestro tiempo, quienes sostienen que no existe ningún lazo ni ninguna relación entre los conceptos generales y el mundo objetivo, y que las categorías filosóficas no son más que determinados "tipos de términos".

El marxismo-leninismo niega la interpretación idealista de las categorías y de los conceptos, pero reconoce el valor enorme de estas formas del conocimiento y subraya que en ellas han dejado su huella la práctica multisecular de la humanidad y la rica experiencia de la cognición. Lenin dijo reiteradamente que las categorías [25] y los conceptos constituyan formas del reflejo del mundo objetivo, grados del conocer. En la conciencia del hombre se graba la práctica repetida miles de millones de veces y quintaesenciada en las figuras de la lógica. Los conceptos y las categorías no son formas subjetivas de la organización o de la ordenación de los fenómenos, sino un reflejo de nexos, y relaciones objetivos, puntos cruciales en el proceso que nos lleva a conocer el complejo conjunto de nexos y relaciones del mundo real.

No es posible la ciencia sin la generalización, y ésta no es otra cosa que el conocimiento de lo que es común a diversos fenómenos. Las categorías constituyen un reflejo de eso aue es común y, al mismo tiempo, sirven de forma a la generalización científica de los distintos hechos de la vida. En las ciencias que tratan de la sociedad, las abstracciones científicas tienen una significación de especial importancia. Marx, a la vez confería gran valor al análisis cuantitativo de los fenómenos sociales, indicaba aue cuando se estudian las conexiones internas y las leyes de dichos fenómenos no es posible utilizar el microscopio ni los reactivos químicos ni otros recursos de la investigación de laboratorio: todo se ha de sustituir por la fuerza de la abstracción.

El método dialéctico permite descubrir la unidad de lo lógico y de lo histórico, es decir, poner de manifiesto que la exposición lógica de la interconexión de los fenómenos sociales es un reflejo del proceso histórico real. Toda ciencia social recurre a la abstracción y ello tanto cuando emplea el procedimiento lógico de examen corno cuando aplica el histórico. En economía política, en el campo de las ciencias históricas y jurídicas, no es posible reproducir lo concreto sin generalizar, sin el concurso de conceptos generales.

Indicaba Lenin que ante nosotros existe toda una red de fenómenos, una compleja interconexión de acontecimientos, y que hemos de llegar a captar esta interconexión en el proceso del conocer. Las categorías, los conceptos y las leyes, exponentes del grado de profundidad en que llegamos a conocer lo real, nos ayudan a orientarnos en la compleja red de acontecimientos y fenómenos. Stalin escribió que el pensamiento humano descubre las leyes de la ciencia abstrayéndose de lo particular v de lo concreto. Por ejemplo, al analizar los Problemas de lingüística indicó que la gramática es el resultado de un largo trabajo de abstracción del pensamiento humano.

En la formación de la, lógica dialéctica, lo principal ha de consistir en utilizar toda la riqueza de la dialéctica v de las formas del conocimiento para desentrañar los procesos de la vida social corno también de los fenómenos de la naturaleza. Las interconexiones de las categorías han de reflejar la realidad auténtica, la verdadera vida.

Se aprende a operar con categorías estudiando la historia de la filosofía y del conocimiento. El marxismo surgió como resultado [26] normal de todo el avance anterior de las ciencias, en particular de la filosofía. El análisis marxista-leninista de la historia de la sociedad demuestra el colosal valor de las abstracciones científicas en el proceso del conocimiento.

Para quienes se dedican al estudio de las ciencias sociales, quedará siempre como modelo “El Capital”, de Marx, obra en que se descubre de manera exhaustiva, en todos sus detalles y en toda su complejidad, la lógica objetiva de la sociedad capitalista. En el libro se dan la historia del capitalismo y el análisis de los conceptos que la sintetizan y que reflejan determinadas relaciones sociales.

Sabido es que Lenin prosiguió el examen del capitalismo, descubrió las leyes de la sociedad burguesa de la época imperialista, formuló el concepto científico de imperialismo, mostró las peculiaridades de las relaciones de producción y de las condiciones en que se libra la lucha de clases en esa fase del capitalismo.

La verdad objetiva se descubre en el proceso de conocimiento de las leyes del devenir social. En las ciencias sociales, como en las naturales, la ley no es expresión de acontecimientos aislados ni de casos singulares, sino de la interconexión general y del carácter causalmente condicionado de los fenómenos, de sus nexos y de sus relaciones esenciales y necesarias.

En la vida social, los cambios no se producen casualmente ni en una dirección cualquiera, sino por necesidad en un determinado sentido. La historia no registra un solo caso en que la sociedad, en vez de pasar de la servidumbre hacia adelante, hacia el capitalismo, haya seguido un rumbo opuesto, hacia la esclavitud o hacia el régimen de comunidad primitiva. Tampoco del capitalismo sale camino alguno hacia atrás, hacia el régimen de servidumbre o de esclavitud; el único camino que de él parte va hacia adelante, hacia un nivel más alto de desarrollo, hacia el socialismo. El marxismo, al descubrir las leyes del proceso social, hace posible la previsión científica. Las conclusiones a que llega acerca de las vías y perspectivas del progreso social descansan en el análisis de los procesos objetivos.

Los sociólogos burgueses no admiten que los fenómenos sociales se repitan, sostienen que tales fenómenos, rigurosamente individuales, no son susceptibles de generalización. El marxismo leninismo ha elaborado el concepto de formación económico-social considerando cada sistema de relaciones de producción como organismo social específico, con peculiares leyes de desarrollo y de transición a la forma superior. "El análisis de las relaciones sociales materiales –indicaba Lenin en seguida hizo posible notar la repetición y la regularidad, y generalizar los regímenes de diversos países en el concepto básico de formación social”{13}. [27]

El marxismo exige que se vaya de manera concreta a la comprensión del camino histórico recorrido por países distintos y que se tengan en cuenta las particularidades de su desarrollo. Por otra parte, no considera en absoluto, como subrayaba Lenin, que estas peculiaridades invaliden la regularidad general, el curso general de la historia. Lo que demuestra de manera más convincente que los pueblos se desarrollan siguiendo unos mismos caminos fundamentales y pasando por las mismas etapas básicas, es la regularidad del proceso histórico, el hecho de que los fenómenos sociales se repiten.

Durante mucho tiempo en la ciencia histórica dominó la teoría de que las vías de desarrollo del Oriente eran distintas de las del Occidente. Sin embargo, las investigaciones científicas han puesto de manifiesto que los países orientales –China, India y otros– han recorrido, en lineas generales, el mismo camino que los países occidentales. Se ha visto que aquéllos han pasado por el régimen de comunidad primitiva, cuya desintegración dio origen a las estructuras esclavistas. Igual que en Occidente, en los países del Oriente, al orden esclavista sucedió, el régimen feudal de servidumbre. Cierto es que el feudalismo se mantuvo en Occidente durante un milenio aproximadamente, mientras que en los países orientales subsistió mucho más; a lo largo del último siglo, el régimen de servidumbre feudal se fue descomponiendo, en estos países, con creciente intensidad, desplazado cada vez más por el capitalista. Lo mismo que en Occidente, en Oriente, desde la aparición de las clases sociales, toda la historia ha sido historia de la lucha de clases. Así, pues, una investigación seriamente realizada ha demostrado que las leyes que actúan en la historia de los países de la Europa occidental son válidas, asimismo, para los países del Oriente pese a todas las peculiaridades de su desarrollo.

El hundimiento del régimen de explotación en varios países de Europa y de Asia, y luego en el hemisferio occidental, en Cuba, ofrece una evidente prueba de que la transición del capitalismo al socialismo no constituye un hecho casual, sino que es un fenómeno normal en el desarrollo progresivo de la humanidad.

Los ideólogos de la burguesía imperialista difunden la patraña de que los movimientos de liberación se exportan o se provocan gracias a la acción de grupos de conspiradores. Mas la historia enseña que es imposible provocar artificialmente ningún movimiento social de grandes proporciones. Y, por otra parte, no hay fuerza capaz de evitar que se produzcan los movimientos sociales debidos a las necesidades del desarrollo histórico. Las revoluciones sociales y los movimientos de liberación nacional no se introducen desde el exterior: los engendra inevitablemente la evolución, económica y política de la sociedad.

En Occidente, al descomponerse el feudalismo –y sobre todo a partir de la guerra revolucionaria del pueblo norteamericano por su independencia nacional, y de la revolución burguesa en [28] Francia, a fines del siglo XVIII–, se inició toda una época de movimientos nacionales. Sin crear Estados nacionales, sin poner fin al fraccionamiento de las naciones y sin derrocar el yugo extranjero, era imposible el avance económico y político de los pueblos de Europa.

Hoy, el movimiento de liberación nacional adquiere una fuerza arrolladora entre los pueblos oprimidos del Oriente, así como también en los países cuya independencia nacional se ve amenazada por el imperialismo. Las lecciones que nos ofrece la lucha de liberación nacional nos dicen que es imposible prohibir o detener el movimiento de los pueblos por su independencia y por su existencia como Estados soberanos.

Muchos sociólogos burgueses niegan la teoría de que la sociedad avanza por estadios ascendentes. No ven en la historia cambios radicales, y la presentan como alternancia de unos ciclos de civilización, siempre los mismos. No hay ni pizca de ciencia, por ejemplo, en las tentativas del historiador inglés Toynbee encaminadas a interpretar la situación internacional de nuestro tiempo por analogía con el mundo grecorromano. Es imposible considerar como partidario del progreso a quien ve en el pasado la imagen de la humanidad futura, repitiendo la manida frase: "No hay nada nuevo bajo el sol". Entre los sociólogos burgueses. también los hay que impugnan toda división de la historia en períodos en tanto que división basada en hechos objetivos y exponente de estadios consecutivos del progreso de la sociedad. Algunos hasta ponen en duda la subdivisión –comúnmente admitida en arqueología– de la prehistoria en período paleolítico, período neolítico, edad del bronce y edad del hierro. Todos esos artificios no son fruto de consideraciones científicas, sino de la posición que adoptan los grupos sociales reaccionarios que tienen miedo al curso ascendente de la historia.

Sabido es que actualmente, en el mundo occidental los ideó-logos de la burguesía reaccionaria se aplican con ahínco a revisar la historia eliminando de ella todo cuanto pueda justificar, por poco que sea, la democracia, los cambios revolucionarios, o el reconocimiento del progreso social de la humanidad. Muchos de ellos niegan en redondo que las revoluciones burguesas posean cierto significado democrático y aseguran que, en el sentido del progreso de la democracia, del parlamentarismo, esas revoluciones no han aportado absolutamente nada. Eso es una falsificación de la historia: acomoda el pasado a las concepciones reaccionarias de los políticos burgueses de nuestro tiempo. Los economistas e historiadores burgueses más reaccionarios, en sus trabajos de los últimos años, desestiman incluso conceptos, al parecer tan inofensivos, como el de "revolución industrial". Aseveran que no ha habido ninguna revolución de ese tipo. Según ellos, los cambios que con ese concepto se designan se iniciaron ya en el siglo XIV e [29] incluso en el XIII. De esta suerte, el cambio revolucionario "desaparece" y no queda más que una evolución lisa y llana.

Frente a este criterio, el marxismo concibe el desarrollo como tránsito de graduales cambios cuantitativos a cambios radicales, cualitativos, como constante ascensión de lo interior a Lo superior, de lo viejo a lo nuevo, a lo avanzado. De los instrumentos de, piedra del hombre primitivo a las complicadas máquinas modernas, de la invención de los medíos más simples para obtener el fuego al descubrimiento de la energía atómica, de los antiguos poblados a las enormes ciudades modernas, de los errantes grupos. de salvajes a las grandes naciones actuales, de los exiguos conocimientos en la antigüedad a la ciencia de nuestro tiempo: tal es el larga camino que ha recorrido la humanidad a través. de los estadios ascendentes de la historia.

La basé del progreso social estriba en el desarrollo de las fuerzas productivas. El progreso en la vida de la sociedad se halla vinculado a la actividad de las masas populares, que son las auténticas creadoras de la historia. Son ellas las que producen todos los bienes materiales, sin los cuales no hay manera de concebir la existencia de la colectividad humana. La lucha de las masas contra las clases explotadoras constituye la principal fuerza motriz de todos los cambios de estructura social y política. Las masas no sólo crean las premisas materiales de la cultura espiritual, sino que, además, la hacen progresar.

El nuevo estadio de progresa social alcanzado por la humanidad es el régimen socialista, régimen que ha triunfado en la Unión Soviética y que se está forjando en los países de democracia popular. Con el socialismo, no hay explotación, el poder se halla en manos de los trabajadores, que son los dueños de los medios de producción y de todos los resultados de su trabajo. La edificación de la sociedad socialista en varios países representa un nuevo paso de trascendencia histórico-mundial en el desarrollo de la sociedad de lo viejo a lo nuevo, de lo inferior a lo superior.

A veces se atribuye y se reprocha a los marxistas una postura imaginaria: se dice que consideran como invariable y como etapa final del progreso, el estadio del socialismo, ya alcanzado. En realidad, los marxistas consideran que la sociedad comunista se encuentra todavía en su fase inicial y que también en el régimen socialista la sociedad se mueve de lo inferior a lo superior. El socialismo lleva en sí las posibilidades de un progreso extraordinariamente rápido tanto en el aspecto material como en el espiritual.

Se podrá argüir que en la vida no sólo se observa el tránsito de lo viejo a lo nuevo, de lo atrasado a lo avanzado, sino, además, el movimiento de retroceso, de repliegue. Desde luego, suelen darse también casos de ese tipo. Es notorio, por ejemplo, que a raíz de la conquista del poder por los fascistas en varios países y de la guerra mundial que ellos desencadenaron, la civilización sufrió grave quebranto. Mas el empeño de los fascistas en esclavizar a [30] los pueblos y dar marcha atrás a la historia fracasó. En definitiva, la correlación de fuerzas cambió en beneficio del campo del socialismo y de la democracia. ¿Qué nos dice todo ello? Nos dice que el movimiento ascendente de la sociedad no transcurre llanamente y por sí mismo, sino como lucha encarnizada de las, fuerzas progresivas contra las decadentes. Lo viejo no cede el camino pacíficamente a lo nuevo, sino que ofrece una resistencia desesperada, intenta ahogar lo avanzado, lo que está en período de crecimiento. Mas el desarrollo ascendente de la sociedad se abre camino a través de todos los obstáculos.

Muchos filósofos idealistas vaticinan el fin del avance histórico, componen necrologías al progreso. Declaran que la técnica se ha convertido en un mal y que la humanidad perecerá a causa de la guerra atómica. El marxismo-leninismo nos explica que la civilización no puede perecer, mas sin duda alguna sucumbirán las clases reaccionarias que aspiran a sepultureras de aquélla. La excepcional vigilancia de los pueblos, su inquebrantable decisión de luchar enérgicamente por la paz, pueden domar a los instigadores de una nueva guerra, pueden impedirles que utilicen el arma atómica. Si, pese a todo, éstos empiezan la guerra atómica, será tan grande el estallido de indignación entre los pueblos de todos los países que los imperialistas quedarán barridos de la faz de la Tierra. Cierto, los maníacos de las armas atómicas, si no se los para a tiempo, pueden causar graves heridas a la humanidad e innumerables calamidades. Mas podemos estar seguros de que la humanidad no se dejará inmolar y de que se liberará revolucionariaranente de los grilletes del capitalismo. Nadie logrará matar en los pueblos la fe en sus propias fuerzas, en el triunfo del progreso histórico.

El movimiento ascendente, progresivo, de la sociedad es un proceso sujeto a ley, histórico-natural, y por esta razón, invencible.

Cuando se analizan los fenómenos sociales, es indispensable diferenciar las relaciones materiales y las ideológicas. Esto no significa que las últimas estén separadas de las primeras. Únicamente los idealistas pueden considerarlo así. Diferenciar las relaciones sociales de carácter material de las ideológicas significa que en los fenómenos sociales se han de ver dos aspectos y que se ha detener en cuenta la significación determinante de las relaciones materiales. En este terreno nos encontramos con las mismas correlaciones que se presentan cuando examinamos los conceptos de ser y conciencia.

La familia, por ejemplo, no puede considerarse como simple fenómeno material o como mero fenómeno espiritual, pues engloba relaciones económicas e ideológicas. Y el materialista entiende que lo básico es el desarrollo económico, del que depende el cambio de las formas de familia.

Tampoco la nación puede considerarse como fenómeno meramente material o ideológico. La nación no puede existir sin condiciones [31] materiales tales como comunidad de territorio y de vida económica. Mas tampoco cabe imaginarla sin una comunidad de tipo psíquico, que se manifiesta en una comunidad de cultura. Y el materialista ve la mentalidad como reflejo de las condiciones de vida del hombre.

De la misma manera se ha de proceder para analizar las relaciones entre las clases. La nota diferencial básica entre las clases es el lugar que ocupan en la producción social, su vínculo con los medios de producción. Como es notorio, las clases no sólo poseen determinadas condiciones económicas de existencia, sino, además, concepciones e ideas que les son propias. Las relaciones materiales forman la base de la lucha de clases, determinan el carácter de la ideología de cada clase.

De lo dicho se infiere que es un error oponer entre sí, de manera absoluta, las relaciones materiales y las ideológicas. Lenin explicó que la contraposición de materia y conciencia es relativa, admisible únicamente dentro de los límites de la teoría del conocimiento, en el ámbito del problema concerniente al carácter primario de la materia y al carácter secundario de la conciencia. En realidad, materia y conciencia forman una unidad, pues la conciencia no es más que una propiedad de la materia altamente organizada. "Naturalmente, la contradicción entre la materia y la conciencia no tiene significado absoluto más que dentro de los límites de un dominio muy restringido: en este caso, exclusivamente dentro de los límites de la cuestión gnoseológica fundamental acerca de qué es lo que hay que reconocer como lo primario y qué es lo que hay que reconocer como lo secundario. Más allá de estos límites, la relatividad de tal oposición no suscita duda alguna"{14}.

Nos dice el marxismo que el aspecto del desarrollo social que no depende de la voluntad ni de la conciencia del hombre es la vida material de la sociedad, en cuya base se encuentra la producción de los medios necesarios para la existencia y desarrollo de la colectividad humana. El marxismo no niega de ningún modo el aspecto subjetivo de la vida social, de la que es un reflejo. Esa parte subjetiva encuentra su expresión en la actividad consciente de los individuos, de los grupos sociales y de las clases, que utilizan determinadas ideas e instituciones al luchar en defensa de sus intereses.

Gracias a la distinción de las relaciones materiales como determinantes, se pudo resolver científicamente el problema de cómo se relacionan entre sí base y superestructura. Las relaciones materiales, de producción, forman la base económica de la sociedad. Las ideológicas, indicaba Lenin, "constituyen sólo una superestructura de las primeras, que se forman fuera de la voluntad y de [32] la conciencia del hombre, como forma (resultado) de la actividad de este último orientada hacia el mantenimiento de su existencia"{15}.

La explicación del papel que desempeñan las instituciones políticas y las formas jurídicas hay que buscarla también en las relaciones materiales. "El régimen económico es la base sobre la que se eleva la superestructura política...”{16}.

Tan sólo el materialismo dialéctico ha revelado de manera justa la correlación y la interconexión de los elementos subjetivos y objetivos en el devenir de la sociedad. La interpretación metafísica de este problema lleva al idealismo o al materialismo vulgar.

Los idealistas no ven más que el papel activo del elemento subjetivo, hacen caso omiso de la dependencia en que este elemento se halla respecto al ser social y le atribuyen un significado determinante en la vida de la sociedad; declaran que la vida material de esta última es un producto del desarrollo del espíritu. Los materialistas vulgares, en cambio, sólo ven el papel de las condiciones económicas en la vida social, niegan todo influjo del aspecto espiritual sobre la vida de la sociedad.

El marxismo se alza, tajante, contra la interpretación subjetivista de las leyes del desarrollo económico, incluidas las leyes del capitalismo. El exacerbamiento de las contradicciones de este último constituye una ley histórica objetiva, y no hay sofismas de los gobiernos burgueses que puedan anularla. Son inútiles cuantas tentativas se hagan de "planificar" y "modernizar" el capitalismo para salvarlo. Tampoco tiene nada que ver con el marxismo la teoría de que es posible barrer el capitalismo en cualquier país y en cualquier momento –aunque no se dé una situación revolucionaria–, si así lo desea el partido revolucionario. Pero el marxismo es, asimismo, incompatible con el evolucionismo objetivo, vulgar. Lenin atacó con viva energía semejantes tergiversaciones en la manera de comprender las leyes del capitalismo moderno. Desenmascaró también el aventurerismo revolucionario y las afirmaciones oportunistas de que por medio de reformas es posible superar las contradicciones antagónicas del capitalismo, teoría propia de los líderes socialdemócratas y demás apologistas del régimen capitalista. Igual tergiversación del marxismo se da en la teoría del hundimiento "automático" del capitalismo, teoría sustentada en la idea de que la situación de la burguesía gobernante es desesperada, y sólo hace falta esperar a que el poder le caiga de las manos. Lenin aclaró que el capitalismo no se derrumbará por sí mismo. La burguesía realiza esfuerzos desesperados, se lanza a las más insensatas aventuras con el fin de mantener la existencia [33] de su régimen. El derrocamiento dei capitalismo es una cuestión que se resuelve mediante la lucha revolucionaria.

El leninismo también se atiene con todo rigor a la concepción dialéctica de las leyes objetivas en la edificación de la sociedad socialista, rechaza el subjetivismo y la teoría objetivista de la espontaneidad.

En nuestro tiempo, el problema de la correlación entre las condiciones objetivas y el factor subjetivo ha adquirido gran actualidad. Del mucho interés que despierta hablan las numerosas cartas que llegan a las instituciones científicas, a la dirección de las revistas y de los diarios. Mas dichas cartas también revelan que para algunos lectores hay, en el problema, muchas cosas incomprendidas, y en ciertos casos los autores. de las cartas tienen una idea errónea de los, factores objetivos y de las condiciones objetivas, de su correlación en el desarrollo social. Así, unos identifican las condiciones objetivas, con el objetivismo, y las subjetivas con el subjetivismo. "El factor subjetivo –se dice en una de las cartas– sólo puede tener concepciones subjetivas, que crean el subjetivismo". Partiendo de esta falsa representación del factor subjetivo, el autor de la carta niega categóricamente que pueda acrecentarse la importancia de dicho factor bajo el socialismo. En algunas cartas se da tal interpretación de los factores objetivos y de los subjetivos que, según ella, todo lo que ha creado la naturaleza, incluido el hombre, es factor de la vida de la sociedad, y todo cuanto ha creado el hombre a través de la historia –es decir, los frutos de la producción material, la riqueza producida por la sociedad humana– corresponde al factor subjetivo. En las cartas, las condiciones objetivas se confunden a veces con los procesos espontáneos, y las subjetivas, con el hacer planificada, organizado, basado en la necesidad conocida. Si así pensara tan sólo algún que otro lector, no valdría la pena detenerse especialmente en el examen de verdades más o menos conocidas de nuestra filosofía. Mas, por desgracia, tales representaciones no son raras. El materialismo dialéctico ha dado, al problema a que nos referimos, una solución profundamente científica.

En la filosofía marxista, habitualmente se consideran como condiciones o factores objetivos aquellos cuya existencia y cuya acción no depende de la conciencia, de la voluntad, de los deseos, de los sentimientos y de las vivencias de los individuos y ni siquiera de la humanidad toda. Como es obvio, a esa clase de factores pertenece, ante todo, la naturaleza, el medio geográfico en que el hombre vive y actúa. Mas hay que considerar, asimismo, como condiciones objetivas los medios materiales de *producción y de consumo que el hombre crea, pero que crea no en la esfera de la conciencia, sino en virtud de las leyes de la producción material, las cuales. no dependen de la voluntad ni de la mentalidad de los individuos. El hombre se da cuenta de que para vivir necesita alimentos, morada, vestidos, y crea conscientemente estas [34] condiciones de vida. Mas por sí mismo, el hecho de que el espíritu del hombre participe constantemente en los procesos de creación y de consumo de los bienes materiales de la vida no significa de ningún modo que tales procesos sean subjetivos y no objetivos. La cuestión está en que el ser humano no puede crear bienes materiales sin instrumentos de producción, sin cosas naturales, sin materias primas, combustible, &c. El proceso mismo de producción de los bienes materiales depende del nivel a que hayan llegado las fuerzas productivas.

Mas, a las condiciones objetivas no sólo pertenecen las fuerzas productivas de la sociedad, los recursos materiales de producción y de consumo, sino, además, las relaciones que se establecen entre los individuos en el proceso de la producción de bienes materiales. Se trata de relaciones materiales o económicas que, en la sociedad clasista, son relaciones entre clases.

Vemos, por ende, que las condiciones objetivas no han de quedar circunscritas a la naturaleza, al medio geográfico. Las fuerzas productivas que el hombre crea y las relaciones de producción que correspondientemente, se forman, también constituyen un factor objetivo –y, por añadidura, decisivo– del desarrollo social, cuyo carácter y orientación determina. De esto se sigue, también, que no todo lo que el hombre crea entra en el factor subjetivo.

Para comprender este problema nos sirve otra vez de punto de referencia la subdivisión –que debemos a Lenin– de las relaciones entre las personas en materiales e ideológicas. Las relaciones materiales son condiciones objetivas o formas de desarrollo de la sociedad, no se transforman gracias a la voluntad y a la conciencia de los individuos, sino en dependencia del desarrollo de las fuerzas productivas materiales.

Las relaciones ideológicas están constituidas por todo aquello que, de uno u otro modo, pasa por la conciencia del hombre y depende de ella. Son ellas las que, tomadas en su movimiento, en las organizaciones en que se plasman, constituyen los factores subjetivos del desarrollo social. El materialismo histórico entiende por condiciones subjetivas las distintas formas de la vida espiritual, de la conciencia colectiva de las personas, las formas de organización política, los ideales y los principios éticos y estéticos, las esperanzas, los sentimientos, los designios del hombre, sus estados de ánimo, su energía, la firmeza de sus convicciones y su capacidad para orientarse en la realidad que le circunda, sus principios teóricos, &c.

Las condiciones objetivas y las subjetivas no son dos motores independientes, de la historia, cada uno de los cuales –puestos en movimiento por distintos tipos de energía– mueve la historia en una dirección distinta. No, la historia de la sociedad conoce un solo motor: la actividad práctica del hombre, ante todo su hacer material en el aspecto productivo, base del progreso histórico. Es [35] esto, precisamente, lo que se expresa mediante la tesis marxista que dice: el pueblo es el creador de la historia.

No hay que dividir y separar entre sí las condiciones objetivas y las subjetivas del desarrollo de la sociedad, presentándolas como dos series de fenómenos desligados unos de otros.

Aunque las condiciones objetivas actúan también "independientemente de la voluntad y de la conciencia, de los sueños y de las teorías de tales o cuales individuos"{17}, la voluntad y la conciencia, la disposición de ánimo y la energía de las masas, así como su organización, son un resultado de la acción que ejercen determinadas condiciones objetivas, las cuales se reflejan más o menos fielmente en las distintas formas de la conciencia social y condicionan el contenido del factor subjetivo.

Al hablar de las condiciones en que se resuelve la contradicción objetiva de la sociedad burguesa, Lenin estimaba coma una de las condiciones subjetivas la "conciencia de la contradicción por parte de los trabajadores"{18}. La conciencia lo es siempre de ciertos procesos objetivos. Lo mismo puede decirse de otros elementos de las condiciones subjetivas. La conciencia social, recalcaba Lenin, en el mejor de los casos refleja las leyes del desarrollo, del cambio del ser social, mostrando en lo fundamental y básico la lógica objetiva de dichas transformaciones en su devenir histórico. La tarea más elevada de la humanidad, proseguía Lenin, es abarcar la lógica objetiva de la evolución del ser social "en sus rasgos generales y fundamentales, con objeto de adaptar a ella tan clara y netamente como le sea posible y con el mayor espíritu crítico, su conciencia social... "{19}. En. estas tesis de Lenin no sólo se recoge con toda nitidez la idea de que existe una profunda concatenación entre las condiciones subjetivas y las objetivas, sino que, además, se pone de manifiesto el activo papel que corresponde al factor subjetivo. El conocimiento, de la lógica objetiva ayuda a aclarar en qué condiciones está asegurado el éxito de la actividad social del hombre y a responder a la pregunta: "¿En qué consisten las garantías de que esa actividad no quede reducida a un acto aislado, sumergido en un mar de actos opuestos?”{20}.

Por este motivo la filosofía marxista-leninista, a la vez que insiste en que las condiciones objetivas –nivel alcanzado por las fuerzas productivas y carácter de las relaciones sociales– tienen un valor determinante para el desarrollo de la sociedad, reconoce categóricamente la importancia "de la energía revolucionaria, del espíritu revolucionario creador, de la iniciativa revolucionaria de las masas, y también, por supuesto, de determinados individuos, [36] Grupos, organizaciones, partidos..."{21}. Los mencheviques, escribió Lenin, no comprenden el materialismo dialéctico, niegan el papel revolucionario transformador del hacer práctico, con lo que quedan anclados en las. posiciones del viejo materialismo contemplativo. "Menoscaban la concepción materialista de la historia al hacer caso omiso del papel activo, dirigente y orientador que pueden y deben desempeñar en la historia los partidos que tienen conciencia de las condiciones materiales de la revolución y que se sitúan al frente de las clases avanzadas"{22}.

En la historia, el factor subjetivo sólo puede cumplir con éxito la función dirigente y orientadora si, con él, se tiene una clara comprensión de las leyes. y de las condiciones materiales de los procesos sociales, si unas y otras se reflejan en él de manera clara y acertada, si ese factor dirige la energía, la iniciativa y la actividad de las masas hacia el cauce de las tendencias objetivas de dichos procesos.

Resulta, pues, evidente que no se pueden identificar las condiciones objetivas con la espontaneidad, ni el factor subjetivo con la actividad planificada, consciente, fundada en el conocimiento de la necesidad. Bajo el socialismo, las leyes objetivas no se manifiestan espontáneamente, sino como actividad del hombre orientada según un plan. Verdad es que los fenómenos espontáneos de la naturaleza, así como los procesos espontáneos de la vida social provocados por errores de cálculo en la planificación y en la gestión rectora, pueden darse también bajo el socialismo, mas el rasgo determinante en el desarrollo de la sociedad socialista estriba en que dicho desarrollo responde a un plan previamente establecido. Por otra parte es obvio, asimismo, que el factor subjetivo no siempre se manifiesta como actividad organizada a tenor de un plan. Cuando las personas desconocen las leyes objetivas y no pueden guiarse por ellas, sus actos conducen a resultados que no se deseaban en absoluto.

El factor subjetivo se convierte en poderoso estímulo del progreso social tan sólo cuando la voluntad y la conciencia de los individuos, su organización, su iniciativa y su actuación se hallan fecundadas por el conocimiento y la comprensión de las leyes objetivas, cuyo funcionamiento no se ve como un hado fatal e inevitable, sino como una necesidad que puede ser conocida y utilizada en interés del hombre. Constituye una particularidad esencial del desarrollo de la sociedad el hecho de que sus leyes objetivas no actúan, no funcionan aparte de la actividad viva de las personas orientada hacia un fin determinado, sino, precisamente, a través del hacer humano, independientemente de qiie los propios individuos tengan de ello conciencia o lo ignoren. Por tanto, reconocer el activo papel del factor subjetivo no significa apartarse del materialismo [37] ni empequeñecer el valor de las condiciones objetivas, sino ver que es la forma necesaria o el mecanismo de la realización de dichas condiciones. Al margen de la actividad del hombre orientada hacia un determinado fin, de su voluntad y de sus intereses, las condiciones objetivas del desarrollo de la sociedad no pueden forjar la historia. En efecto: los creadores de la historia han sido siempre los hombres, con sus pasiones y sus anhelos, con sus esperanzas y sus afanes.

Por consiguiente, el saber diferenciar las condiciones objetivas y las subjetivas del desarrollo de la sociedad no sólo tiene importancia teórica, sino, además, una gran significación práctica. Tal significación adquiere singular trascendencia en la época del socialismo, cuando el Partido y el Estado son los que dirigen el progresa social, el desarrollo planificado de la economía, de la ciencia y de la cultura.

Precisamente para ejercer un influjo efectivo sobre éste o aquel proceso social es indispensable tener un conocimiento claro y preciso de sus condiciones objetivas y subjetivas, de sus estímulos materiales y morales.

La voluntad de los individuos o del Estado no puede eliminar o modificar arbitrariamente las condiciones objetivas. El reconocimiento de esta verdad no desarma al hombre, no le arroja al fatalismo y a la indiferencia en el caso de que conozca condiciones y leyes objetivas; al contrario, le arman con la facultad de prever el curso de los acontecimientos, de concordar racionalmente sus actos con las exigencias de las condiciones y leyes dadas. El mero hecho de saber que determinadas condiciones y leyes del devenir de la sociedad son condiciones objetivas, necesarias, previene al hombre contra gastos absurdos de energía y de recursos materiales en experimentos desprovistos de perspectivas, contra aspiraciones utópicas, que no se desprenden de las circunstancias obj etivas.

El conocimiento de las condiciones y leyes objetivas, la pericia para ajustar la acción de las masas y de las organizaciones a sus reivindicaciones, es lo que forma el contenido más importante del factor subjetivo del progreso social. Y cuanto más profundo sea nuestro conocimiento de las condiciones y leyes objetivas del desarrollo de la economía socialista, cuanto mayor sea la maestría y la pericia para acomodar a sus, exigencias la actividad económica y administrativa, tanto más importante será el papel del factor subjetivo en el progreso social, tanto más libre y armoniosamente funcionarán las leyes objetivas de la vida económica, tanto más eficiente será su utilización en interés del progreso social. Además, el que la importancia del factor subjetivo, de la influencia rectora y orientadora del Partido y del Estado, se incremente, no está condicionado por la voluntad y el deseo de los individuos como tales, sino por el carácter mismo del avance social en el régimen [38] socialista. Y ese incremento no se produce a costa de cercenar el papel de las condiciones y leyes objetivas, sino gracias a un desenvolvimiento, más completo de unas y otras, gracias a un conocimiento más profundo de todas ellas.

Cuanto hemos dicho más arriba pone en evidencia el error que implica confundir e identificar las condiciones o factores objetivos y subjetivos del desarrollo social --partes necesarias de todo proceso social– con el objetivismo y el subjetivismo como procedimientos no científicos, unilaterales, para el examen de la vida de la sociedad. Mientras que el objetivismo se caracteriza por cerrar los ojos ante la importancia creadora del factor subjetivo y poner una fatalista esperanza en la acción espontánea de las condiciones objetivas, el subjetivismo se distingue, al contrario, por no prestar atención al valor determinante de las condiciones objetivas en el desarrollo de la sociedad.

Lenin dedicó mucha atención a la crítica del subjetivismo, al descubrimiento de las raíces y defectos de esta corriente. El subjetivista niega que el desarrollo de la sociedad sea un proceso histórico-natural, no comprende que la sociedad sea un organismo vivo, y no algo mecánicamente ensamblado que permita, en consecuencia, toda clase de combinaciones arbitrarias entre los elementos sociales particulares. El subjetivista prefiere hablar de ideales deseables o indeseables, y no de fenómenos importantes o esenciales y de fenómenos secundarios de la vida social, es incapaz de hallar un criterio objetivo para esta distinción. El rasgo más típico del subjetivismo consiste en que teme caracterizar y analizar directamente y con precisión la realidad, prefiere flotar en la esfera de los "ideales" sin reflexionar en que éstos han podido surgir sólo como cierto reflejo de la realidad, motivo por el cual es indispensable comprobarlos con los hechos, reducirlos a hechos, pues, en caso contrario, esos ideales "se quedarán en inocentes anhelos, sin probabilidad alguna de que las masas los acepten ni, por ende, de que se realicen"{23}.

De ahí que el subjetivista pueda vacilar fácilmente, caer en extremismos y adoptar posiciones directamente contrapuestas. En estrategia y táctica, se agarra a la frase, "a la repetición de las consignas revolucionarias sin tener en cuenta las circunstancias objetivas"{24}.

Consideraba Lenin que el subjetivismo es la singular manera de pensar y razonar acerca de las cuestiones y problemas sociales que puede calificarse de limitado engreimiento intelectual o, quizás, de pensamiento burocrático. El subjetivista siempre hace abstracción de los procesos reales de la vida, desdeña los- intereses y las tendencias de las masas, lo cual explica la asombrosa ligereza [39] con que se deja llevar por "la manía de hacer toda clase de proyectos sociales..."{25}.

Cualquiera que sea la forma y la circunstancia en que el subjetivismo se manifieste, se caracteriza por su incapacidad de comprender el curso objetivo de los procesos sociales, por la falta de todo análisis científico de la realidad objetiva, por tergiversar la idea de la función que compete al factor subjetivo. No es difícil, por tanto, llegar a la conclusión de que el subjetivismo, –el voluntarismo– surge donde se desconocen las leyes objetivas, donde se carece de maestría y de habilidad para organizar el quehacer práctico en consonancia con las exigencias de las leyes objetivas.

El peligro y la nocividad del subjetivismo no sólo consisten en que desdeña las condiciones y -las leyes objetivas, cuya manifestación impide durante cierto tiempo, sino que, además, agarrota también los factores subjetivos, les priva de eficacia, ahoga la iniciativa y aminora la acción de los trabajadores. Incluso cabe afirmar que si bien las condiciones y leyes objetivas más tarde o más temprano se abrirán paso a través de las estratificaciones del subjetivismo, cualesquiera que sean, el subjetivismo en la dirección causa al factor subjetivo –a la iniciativa y a la actividad de las masas, a sus tendencias creadoras, al perfeccionamiento de las formas de organización, de los individuos– un daño enorme, y es fuente de vana palabrería, de actitudes acomodaticias, de oportunismos e hipocresías. Huelga decir que en el régimen socialista, el subjetivismo constituye un serio frena para el progreso social. Contribuyen a superarlo definitivamente la difusión de la concepción materialista del mundo, el desarrollo y el perfeccionamiento, por todos los medios posibles, de la democracia socialista, y la elaboración de las bases científicas en que se asientan la dirección y la administración de la sociedad.

Resulta, pues, que sólo la dialéctica materialista hace posible el análisis concreto de las leyes económicas objetivas. Es digno de singular atención ver de qué manera los clásicos del marxismo-leninismo utilizan el rico acervo, de las categorías de la dialéctica al analizar dichas leyes, en particular las leyes económicas del socialismo. Tomemos, a guisa de ejemplo, el problema referente a la falta de proporcionalidad y a la proporcionalidad del desarrollo económico bajo el capitalismo y bajo el socialismo. En el análisis de este problema tienen gran importancia, entre otras, las categorías de casualidad y necesidad, de posibilidad y realidad.

Sabido es que, en el régimen capitalista, la proporcionalidad surge espontáneamente de la falta de armonía proporcional. En el desarrollo de la economía burguesa, esta desarmonía proporcional es una necesidad, mientras que la proporcionalidad aparece sólo como una casualidad en el movimiento de las fuerzas económicas [40] espontáneas. Ahora bien, lo casual se convierte en necesario, y una contradicción se trueca en otra cuando se produce un cambio social a fondo. Mientras que en el régimen capitalista la proporcionalidad no era más que una casualidad, un rasgo temporal, y surgía de la falta de armonía proporcional, en el régimen socialista pasa a ser la ley del desarrollo proporcional y planificado de la economía del país.

En la sociedad socialista, la falta de proporcionalidad ya no es una necesidad, no se deriva de la esencia de la producción socialista, y puede darse como casualidad, relacionada sea con fenómenos imprevisibles de la naturaleza, sea por errores de cálculo o fallas en la planificación, sea porque no se cumplen los planes en algunas ramas de la industria y en algunas empresas. De esta suerte, las categorías de necesidad y de casualidad ayudan a elucidar las particularidades que poseen las leyes del capitalismo por una parte y las del socialismo por otra.

Al analizar la ley del desarrollo proporcional y planificado, la ciencia hace hincapié en que dicha ley no se realiza por sí misma, automáticamente. La ley del desarrollo planificado de la economía nacional hace posible establecer con acierto los planes de la producción social, mas es necesario convertir en realidad esta posibilidad. Para ello hace falta dominar la ley del desarrollo planificado y elaborar proyectos que correspondan a las exigencias de dicha ley, es decir, que aseguren las proporciones óptimas.

Comprender acertadamente la correlación y la interconexión de los elementos. subjetivos y objetivos en el desarrollo, social significa ver el carácter determinante de la parte material en le vida de la sociedad y tener en cuenta el vivo influjo de las relaciones políticas e ideológicas sobre el decurso del acontecer social.

La concepción que del mundo tiene el Partido Comunista se formó en la lucha contra el idealismo, que niega el carácter primario de lo material en la vida de la sociedad. La interpretación idealista de la historia representaba un peligro para los revolucionarios: el de apartarlos de la lucha tendiente a modificar las condiciones de la vida material de la sociedad, el de empujarlos hacia el camino de la labor meramente cultural, hacia la propaganda abstracta de los ideales socialistas o bien hacia el camino de los conspiradores solitarios, aislados del movimiento revolucionario de las masas.. Sin superar los prejuicios idealistas en el movimiento obrero no era, posible acabar con el utopismo, con el individualismo pequeñoburgués y con el aventurerismo en política.

La ideología del Partido Comunista se formó también en la lucha contra el materialismo vulgar, que niega el papel de la parte ideológica en la vida social. La difusión de las idear del materialismo vulgar en el movimiento obrero habría significado incitar a la espera pasiva de que las leyes económicas actuaran por sí mismas, a la renuncia a toda acción revolucionaria dinámica.

[41] Sin superar el materialismo vulgar no mona sigo posible destruir la nociva idea de dejar que los acontecimientos se desarrollen espontáneamente, habría sido imposible poner fin a la táctica del seguidismo en el movimiento obrero.

La solución marxista-leninista del problema concerniente al ser y al pensar proporciona sólidos argumentos para explicar el inmenso papel movilizador de la teoría revolucionaria, la gran significación del partido revolucionario de la clase obrera.

Lenin desarrolló las proposiciones fundamentales de la filosofía marxista acerca de la relación entre la conciencia social y el ser social, concretó esas proposiciones aplicadas al problema de la formación y papel de la ideología socialista. Indicó que los obreros se inclinan espontáneamente hacia el socialismo, mas la ideología del proletariado –añadía– no se forma de manera espontánea.

Los fundadores del marxismo elaboraron la ideología socialista, generalizaron científicamente la experiencia revolucionaria de la lucha de clases y los mejores resultados del pensamiento social avanzado de todos los países. El socialismo científico fue la expresión teórica del movimiento proletario revolucionario.

El movimiento espontáneo –no ligado a la lucha por el socialismo– induce a la clase obrera a subordinarse a la ideología burguesa. De ahí el conocido principio leninista sobre la necesidad de que la protesta espontánea de las masas obreras se convierta en movimiento socialista consciente. La unión del socialismo con el movimiento obrero, la transformación del movimiento obrero espontáneo en movimiento socialista consciente puede considerarse, con pleno fundamento de causa, un salto cualitativo en el desarrollo de la lucha de clases. del proletariado.

Los "economistas", los mencheviques y otros enemigos del leninismo interpretaban de manera anticientífica y metafísica la tesis marxista de nue la conciencia social se halla determinada por el ser social y afirmaban ave el movimiento obrero espontáneo engendra por sí mismo la teoría del socialismo. Utilizaban con fines reaccionarios su explicación metafísica de la función de la conciencia social, se manifestaban contra el papel rector del Partido en la lincha de la clase obrera por su liberación, se oponían a que se introdujera la conciencia socialista en el movimiento obrero.

Lenin arrancó la careta a los traidores del socialismo y demostró que inclinarse ante la espontaneidad, rebajar la importancia de la conciencia socialista, significa traicionar a la clase obrera y apoyar a la burguesía: "La cuestión se presenta únicamente así: ideología burguesa o ideología socialista. Aquí no hay término medio... Por esto, todo empequeñecimiento de la ideología socialista, todo alejamiento de ella implica reforzar la ideología burguesa"{26}. [42]

En estos principios se inspira invariablemente el Partido Comunista de la Unión Soviética al ocuparse de la educación comunista de los trabajadores, al luchar consecuentemente contra la subestimación del trabajo ideológico. El Partido nos enseña que también en la sociedad soviética, aniquilado ya el capitalismo en la economía, la ideología socialista no se desarrolla y vence espontáneamente, sino luchando contra los restos de la ideología burguesa, que no se extingue por sí misma.

En la época actual, cada vez adquiere mayor virulencia en todo el orbe la lucha entre las dos ideologías opuestas: la comunista y la burguesa. En las presentes condiciones, los círculos dirigentes de los estados imperialistas ponen muchas esperanzas en las maniobras, ideológicas para luchar contra el mundo del socialismo.

El Partido Comunista desenmascara enérgicamente el sentido reaccionario de las tentativas encaminadas a hacer pasar subrepticiamente las concepciones que abogan por la coexistencia pacífica en el terreno ideológico. Todas las esperanzas de los imperialistas en las maniobras ideológicas diversionistas, en la coexistencia pacífica de las ideologías están condenadas al fracaso, pues no hay manera de ocultar el jesuítico carácter de su propósito, a saber: al socaire de la reconciliación de ideologías, desplegan la propaganda calumniosa del anticomunismo, la propaganda de las decadentes ideas burguesas. Nuestro Partido estima que hacer propaganda de la coexistencia pacífica de las ideologías es traicionar el marxismo-leninismo, traicionar la causa de los obreros y de los campesinos.

El Partido combate con toda decisión los influjos y las supervivencias de la ideología burguesa, consolida y extiende el principio del espíritu de partido en filosofía, orienta la labor de los teóricos hacia la lucha decisiva contra la ideología burguesa.

Las indicaciones de Lenin sobre las relaciones materiales e ideológicas nos ayudan a comprender acertadamente el carácter de las fuerzas motrices de la sociedad soviética. En un pasado reciente, en algunos artículos y conferencias se declaraba que las fuerzas motrices de la sociedad soviética como la unidad político-moral y la amistad de los pueblos son fuerzas de carácter ideológico o político-moral. En realidad, la unidad político-moral de la sociedad soviética es una relación entre las clases obrera y campesina, y también entre ellas y la intelectualidad, y constituye un exponente de la colaboración amistosa que existe entre estos grupos sociales. Semejante colaboración no implica solamente una unidad ideológica, sino, además, unas relaciones económicas, que son determinantes. La alianza de la clase obrera con el campesinado es la fuerza social medular del socialismo, y no sólo una categoría ideológica. Exactamente del mismo modo la amistad de los pueblos es una relación entre naciones, la cual estriba, precisamente, en la fraterna colaboración de los trabajadores [43] de todas las nacionalidades, y esta colaboración representa una poderosa fuerza, ideológica y social, que se apoya en relaciones económicas. Declarar como fuerza meramente ideológica la relación que existe entre las clases o entre los pueblos, significa rendir tributo al idealismo, ser inconsecuente en la concepción materialista de la historia.

Para el avance de la teoría y de la práctica revolucionarias tiene un valor enorme la doctrina marxista-leninista acerca del papel decisivo que las masas desempeñan como elemento auténticamente creador y motor de la historia. Esta doctrina, indisolublemente unida a la teoría materialista del conocimiento, a la tesis que afirma el valor primario de la vida material de la sociedad, constituye una profunda generalización filosófica del hacer práctico de la humanidad a través de los tiempos.

Lenin puso de manifiesto que el idealismo, en sociología, presupone necesariamente negar la función creadora de las masas. Es bien notorio que los demócratas revolucionarios más consecuentes, que llegaron casi a comprender el auténtico papel de las masas en la historia, se liberaron de los esquemas, escolásticos del idealismo y se situaron en el terreno de la realidad viva. Mas no pudieron explicar científicamente el papel de los trabajadores como principal fuerza productiva de la sociedad y como creadores de la historia. En cuanto a los falsos "amigos del pueblo", siguiendo las huellas de quienes defendían abiertamente a los explotadores, menospreciaban en todos sentidos a las masas. Lenin, prosiguiendo y ampliando la crítica marxista de la sociología idealista, puso totalmente al desnudo y ridiculizó sin compasión las teorías de los populistas, de los socialistas-revolucionarios, de los anarquistas y demás enemigos del marxismo, que pretendían "salvar", "hacer bien" a las masas, pero reducían la función de las mismas al de un principio rutinario, inerte, a modo de lastre del progresa histórico.

El leninismo arremete decididamente contra la representación de las masas como un objeto pasivo de la historia, con el cual –como si se tratara de una especie de material en bruto– están llamados a trabajar los "individuos eminentes", para modelarlo en consonancia con objetivos por ellos establecidos.

La dialéctica exige que se examine la actividad de las masas, lo mismo que toda la vida social, de manera históricamente concreta. No se ha de creer que en todos los tiempos el papel de las masas ha sido el mismo, ni que todas las capas de las amplias masas de la población han dado pruebas de actuar con el mismo vigor. En la interpretación del papel histórico de las masas es preciso hacer hincapié en dos aspectos.

En primer lugar, se ha de ver el proceso histórico relativo al crecimiento de la actividad de las masas, el proceso en que su conducta espontánea, inconsciente y a menudo pasiva se convierte en actividad consciente. Lenin formuló este importante principio [44] histórico y filosófico de la teoría marxista con las siguientes palabras: "A medida que se amplía y se ahonda la creación histórica del hombre, ha de incrementarse también el alcance de la masa de la población que constituye un factor histórico consciente"{27}.

En segundo lugar, a las masas hay que considerarlas con un criterio clasista, es. decir, no hay que pensar en las masas en general, en la masa trabajadora tomada en su conjunto, sino que se han de diferenciar las diversas clases de la población, las condiciones de vida que pueden estimular o debilitar e incluso paralizar la acción propia y consciente de estos creadores de la historia. Fue, precisamente, este análisis, el que permitió descubrir la singular misión histórica del proletariado como fuerza dirigente en la lucha para poner fin al antagonismo secular de las clases y crear una sociedad en la que éstas ya no existan, También es necesario examinar desde un punto de vista histórico y concreto el papel de la clase obrera, es decir, su actitud frente a otras clases, ante las tareas de la lucha revolucionaria para derrocar al capitalismo. "El proletariado –indicaba Lenin– únicamente se vuelve revolucionario en la medida en que no se encierra en los estrechos marcos gremiales, en la medida en que está presente en todas las manifestaciones y en todos los campos de la vida social, como jefe de todos los trabajadores y de toda la masa explotada, y no puede establecer su dictadura si no está dispuesto a realizar grandes sacrificios y no es capaz de realizarlos en aras de la victoria sobre la burguesía”{28}.

La comprensión científica del panel de las masas en la vida social es de primordial importancia para elaborar la política y la táctica del Partido. para poner en claro cuáles son las fuerzas en que es necesario apoyarse para resolver las tareas ineludibles del progreso histórico. Mientras que los subjetivistas ponen sus más firmes esperanzas. en los "héroes", el materialismo explica la necesidad de estimular por todos los medios la energía creadora de las masas. "La historia –nos enseña Lenin– la crean Ahora por su cuenta millones y decenas de millones de personas”{29}.

Observando que en la época moderna se acelera con fantástica rapidez el proceso del desarrollo histórico. Lenin indicaba: "La causa principal de esta enorme aceleración del desarrollo del mundo es que a este desarrollo se incorporan centenares y centenares de millones de nuevas personas"{30}.

Lenin no sólo defendió consecuentemente las tesis marxistas acerca de la participación decisiva de las masas populares en la historia, acerca de la misión histórica de la ,clase trabajadora, sino [45] que, además, las aplicó prácticamente al dirigir la primera revolución socialista triunfante, la formación del primer Estado obrero y campesino del mundo. La lucha revolucionaria de las masas en la época moderna –época de la transición del capitalismo al socialismo y al comunismo, del hundimiento del colonialismo y de la victoria de las revoluciones de liberación nacional– constituye una confirmación decisiva de la razón que tenía Lenin al combatir los infundios idealistas con que se pretendía demostrar que no son las masas, sino algunos individuos, los propulsores de la historia.

La intensa actividad teórica y práctica de Lenin estuvo consagrada por entero a la liberación y a la elevación de las masas del pueblo, al desarrollo de la conciencia y del espíritu de iniciativa de estas masas, de su imaginación creadora y de su actividad en la edificación de la sociedad comunista.

El Partido Comunista sostiene una lucha a fondo contra las supervivencias de las concepciones idealistas subjetivas relativas al papel del individuo en la historia y contra el culto a la personalidad; educa a las masas trabajadoras en el sentido de que tengan fe en sus propias fuerzas y adquieran conciencia de su misión histórica. La concepción materialista de la historia sirve de arma eficacísima para desenmascarar y superar las ideas y los prejuicios antimarxistas, condenados por el Partido, que menosprecian la actividad creadora de las masas populares.

El materialismo marxista fue el primero en dar una explicación científica de las leyes a que obedece el desarrollo de la sociedad, en demostrar científicamente que las leyes del desarrollo social son cognoscibles. Mientras en la concepción de la historia imperó el idealismo, se la concebía como un caos de casualidades, como obra arbitraria de cesares, reyes, caudillos militares, &c. Los sociólogos estimaban los fenómenos como importantes o como secundarios partiendo exclusivamente de sus inclinaciones personales, subjetivas, determinadas, a su vez, por la posición de clase. En su condición de idealistas, situaban en el primer plano, como es natural, las relaciones ideológicas, a las que asignaban la mayor importancia, y desdeñaban las relaciones materiales por considerarlas secundarias. Adoptando semejante postura ante los fenómenos sociales, era imposible llegar a ver las leyes del desarrollo y cambio de los fenómenos sociales, llegar a descubrir las leyes objetivas del devenir de la sociedad.

Lenin fundamentó de manera omnilateral y profunda la regularidad y la necesidad de aplicar con todo rigor la teoría materialista dialéctica del conocimiento, la teoría del reflejo, al estudio de los fenómenos de la vida social. "Así como el conocimiento del hombre refleja, independientemente de este último, la naturaleza existente, o sea, la materia en desarrollo, así el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas concepciones y doctrinas [46] filosóficas, religiosas, políticas, &c.) es un reflejo del régimen económico de la sociedad"{31}.

La teoría marxista-leninista del conocimiento es el arma más eficaz para desenmascarar las corrientes idealistas de toda clase en las ciencias sociales. Las concepciones reaccionarias de sociólogos, historiadores, economistas, juristas y críticos de arte burgueses tienen como base gnoseológica distintas variedades de idealismo. Los semánticos, por ejemplo, especulan con las tergiversaciones idealistas de lo general y lo particular, de concepto y objeto. Los existencialistas, separan metafísicamente esencia y fenómeno, desechando, al socaire de la crítica de la esencia, la realidad objetiva.

Los sociólogos burgueses o niegan en redondo las leyes del desarrollo social o les dan una interpretación estrictamente idealista. Algunos representantes de estas tendencias, por el estilo del filósofo Santayana, declaran que la historia es un caos, un amontonamiento de fenómenos casuales e incomprensibles,. En un pasado no lejano, los historiadores burgueses reconocían que la teoría de la historia es necesaria, aunque la concebían en un sentido idealista; ahora muchos de ellos niegan la teoría en general, la califican de ideología, y presentan la ciencia histórica como una colección de conocimientos empíricos.

En la sociología burguesa actual predominan varias tendencias neopositivistas. Sea directamente, sea en forma velada, todas ellas niegan que exista la verdad objetiva. Hay sociólogos que reconocen de palabra las leyes históricas y declaran incluso que el estudio de las leyes de la dinámica social es objeto de la sociología. Pero un examen más atento, pone de manifiesto que lo que entienden por tales leyes no son nexos objetivos de los fenómenos sociales, sino representaciones subjetivas de la vida, denominadas "valores" o ideales. Desde su punto de vista, la ciencia social no ha de investigar las leyes de la historia, sino que ha de introducir en la vida social ciertas categorías apriorísticas.

La aplicación del materialismo dialéctico a la vida social permitió descubrir las leyes objetivas del devenir histórico y elevar a ciencia el estudio de la historia de la sociedad.

La posibilidad de conocer la vida social, lo mismo que los fenómenos de la naturaleza, tiene su raíz en la unidad del hombre con el mundo exterior. El conocimiento humano no es algo ajeno al ser, algo del más allá. El pensamiento es un producto del cerebro humano, y el hombre mismo lo es de la naturaleza. Los conceptos no son más que una expresión consciente de las leyes de la naturaleza que poseen existencia objetiva y actúan independientemente de la conciencia. Lenin subrayaba que "la idea de causalidad, de necesidad, de ley, &c., es un reflejo, [47] en la mente humana, de las leyes de la naturaleza, del mundo real..."{32}.

La objetividad y la autenticidad del contenido de la conciencia humana se demuestran no sólo mediante conclusiones lógicas, sino, además, mediante toda la práctica social. El hacer práctico del hombre es una comprobación de la certeza de nuestros conocimientos, es el criterio de la verdad.

El materialismo dialéctico reconoce el carácter relativo, históricamente condicionado, de nuestros conocimientos, pero recalca que nuestras verdades relativamente ciertas son grados de aproximación a la verdad absoluta, la cual se compone de una suma de verdades relativas. Las verdades comprobadas y confirmadas por la práctica, son verdades ciertas, objetivas.

La doctrina de la verdad absoluta y la verdad relativa es perfectamente aplicable al marxismo, lo mismo que a cualquier otra ciencia. Declarar que todos los principios concretos del marxismo son una verdad absoluta, negar el carácter relativo de algunas de sus tesis significa caer en el dogmatismo, condenar la ciencia marxista al estancamiento, inmovilizar el espíritu creador de la teoría marxista. Sabido es que los oportunistas "de izquierda" y de derecha, aferrándose a algunas tesis ya viejas del marxismo, han utilizado ese dogmatismo contra la teoría y la práctica revolucionarias.

Por otra parte, presentar el marxismo tan sólo como una colección de verdades relativas, negar en el marxismo el aspecto del saber absoluto significa deslizarse en sociología, hacia el relativismo, que siempre ha conducido a alguna variante de revisionismo.

El marxismo es una verdad objetiva, confirmada por la práctica de todo el movimiento obrero. Los principios medulares del marxismo son inmutables e inconmovibles, mas la teoría marxista –verdad objetiva– no permanece estancada, invariable. Se desarrolla con espíritu creador, se perfecciona, se enriquece con nuevas experiencias. El marxismo reconoce el carácter históricamente condicionado de nuestros conocimientos, su índole relativa, pero considera que tales conocimientos constituyen una aproximación a la verdad absoluta, la cual se compone de una suma de verdades relativas.

Sabemos por la historia que los partidos comunistas han tenido que romper lanzas contra dos variedades de revisionismo, contra las dos formas en que pueden concretarse las desviaciones del marxismo: el dogmatismo y el relativismo.

Con frecuencia el revisionismo se ha lanzado a la palestra enarbolando como bandera la fidelidad al marxismo, pregonando dogmáticamente la intangibilidad precisamente de tesis que ya [48] han envejecido y no corresponden a las necesidades del desarrollo económico, a las nuevas condiciones de la lucha de clases del proletariado. Los dogmáticos olvidan el principio marxista de que la verdad abstracta no existe, de que la verdad siempre es concreta. Los lacayos mencheviques, trotskistas y zinovietistas de la burguesía se agarraban, por ejemplo, a la vieja tesis de Marx y Engels –formulada ya en el período premonopolista del capitalismo– según la cual la revolución socialista sólo puede vencer si triunfa al mismo tiempo en todos los países civilizados, y es imposible en un solo país. Combatían la aplicación del espíritu creador en el marxismo, la conclusión leninista de que en las nuevas condiciones, –las del imperialismo– la victoria del socialismo puede darse inicialmente en unos cuantos países capitalistas, e incluso en uno solo. Los dogmáticos no comprenden que el desarrollo creador de la teoría presupone la elaboración de nuevas proposiciones teóricas en consonancia con los cambios objetivos de la vida social, proposiciones que sustituyen a las que ya han perdido su vigencia.

Por otra parte, los revisionistas relativistas en más de una ocasión han declarado periclitadas las tesis más importantes del marxismo arguyendo que la situación ha cambiado y que han surgido nuevas condiciones. Han desechado los principios capitales del marxismo sobre la lucha de clases, sobre la dictadura del proletariado, sobre el empobrecimiento relativo y absoluto de la clase obrera, &c. Descubriendo el peligro de ese tipo de revisionismo, decía Lenin que cada vez que cambia la situación se encuentran aficionados a "reexaminar" y "retocar" las bases fundamentales del marxismo, pese a que esos propios cambios de situación sólo pueden explicarse por completo, científicamente, desde el punto de vista de los fundamentos del marxismo. Es del dominio común la tesis del trabajo de Lenin Marxismo y revisionismo, dirigida contra las tentativas de negar el carácter inevitable de las crisis económicas bajo el capitalismo. "Sólo las personas más cortas de vista –escribió Lenin– han podido pensar en rehacer, los fundamentos de la doctrina de Marx bajo el influjo de unos cuantos años de auge industrial y de florecimiento"{33}.

Vemos, pues, que si, por una parte, el dogmatismo conduce al estancamiento, al anauilosamiento-, a la inmovilización del pensamiento teórico y de la práctica, por otra, el relativismo constituye una forma de revisionismo no menos peligrosa. En la lucha por la pureza del marxismo-leninismo y por su desarrollo creador, el Partido siempre se ha alzado tanto contra el dogmatismo, contra la inercia y el estancamiento del pensamiento teórico. como contra los intentos relativistas de "rehacer" los fundamentos de la doctrina de Marx. [49]

Aplicar a las ciencias sociales la doctrina de la verdad absoluta y relativa significa que, en dichas ciencias, hay que guiarse siempre, firme y consecuentemente, por los principios fundamentales del marxismo, y que sólo partiendo de dichos principios es Posible hacer progresar las ciencias que tratan de la sociedad. No se ha de olvidar, además, que la base del conocimiento y el criterio de la verdad es la práctica social.

Los enemigos del socialismo reiteradamente han calificado de "dogmatismo" la fidelidad al marxismo, cuya validez queda confirmada por toda la práctica de la vida. Han reclamado "libertad de crítica", o Fea, libertad para revisar la doctrina marxista. Dando una réplica demoledora a tales "críticos", escribía Lenin hace casi medio siglo: "Pero como el criterio de la práctica, es decir, el desarrollo de todos los países capitalistas en_ los últimos decenios, demuestra sólo la verdad objetiva de toda la teoría económico-social de Marx en general, y no de ésta o la otra parte, formulación, &c., está claro que hablar aquí del "dogmatismo" de los marxistas, es hacer una concesión imperdonable a la economía burguesa. La única conclusión que se puede sacar de la opinión, compartida por los marxistas, de que la teoría de Marx es una verdad objetiva, es la siguiente: yendo por la senda de la teoría de Marx, nos, aproximaremos cada vez más a la verdad objetiva (sin alcanzarla nunca en su totalidad); yendo, en cambio, por cualquier otra senda, no podemos llegar más que a la confusión y a la mentira"{34}. En el decurso de los cambios de la sociedad, la práctica demuestra la inconsistencia tanto del reformismo o revisionismo "de derecha", como del dogmatismo, aventurerismo "de izquierda".

El criterio de la práctica es. el único criterio objetivo de la verdad. No hay ni puede haber otro índice, más o menos seguro, de la medida en que los principios teóricos concuerdan con la realidad objetiva.

Los pragmatistas americanos –ideólogos del espíritu de empresa capitalista– consideran que es verdad lo que es útil, lo que resulta lucrativo al hombre de negocios.. Los marxistas impugnan la interpretación pragmatista del criterio de la verdad entendida como éxito y granjería de determinados individuos o grupos_ No hay ni puede haber ciencia sin reconocer que en la naturaleza y en la sociedad actúan procesos objetivos, independientes del deseo y de los objetivos de las personas. La medida de la verdad no es el provecho de unos individuos, sino la práctica de toda la humanidad a través de los tiempos.

La ciencia sólo puede establecer verdades ciertas si descubre procesos objetivos y no tergiversa la historia por consideraciones [50] de utilidad y beneficio de tal o cual grupo de individuos, de tal o cual clase social. "El conocimiento puede ser biológicamente útil, en la práctica del hombre, en la conservación de la vida, en la conservación de la especie, únicamente cuando refleja la verdad objetiva, independiente del hombre. Para el materialista, el "éxito" de la práctica humana demuestra la concordancia de nuestras representaciones con la naturaleza objetiva de las cosas que percibimos"{35}.

En el proceso de la práctica social se puntualizan los conocimientos del hombre, y así, en el transcurso del conocimiento, con las verdades relativas se va formando la verdad absoluta.

Desde el punto de vista del marxismo, la relación entre ciencia social y política no consiste en trasponer al pasado las relaciones políticas actuales, sino en determinar, con acierto político, la posición ante los acontecimientos partiendo del análisis objetivo de los mismos y de su significación, y ello desde las posiciones de la clase obrera, tomando como guía de la labor científica el marxismo-leninismo y elaborando los fundamentos científicos de la política del Partido Comunista.

El nexo entre la teoría y la práctica sirve de punto de apoyo a toda fecunda labor científica, al estudio –con espíritu creador–de nuevas cuestiones. La separación entre teoría y práctica es la causa principal del dogmatismo. Sólo es posible precisar y ampliar los principios teóricos si se generalizan los resultados que la práctica proporciona. Mas, para ello, es necesario recordar las palabras de Lenin de que es preciso elevarse a lo general partiendo de los fenómenos particulares, es decir, hay que utilizar todos los recursos de la dialéctica, la potencia toda de nuestro método, y de este modo elevar el nivel del trabajo de investigación. De otro modo, la labor científica está condenada al empirismo, al comentario de los acontecimientos del día.

Desde luego, no hay que imaginarse, de manera simplista, que en el trabajo, científico el empirismo significa tan sólo conocimiento sensorial o contemplación de hechos aislados. En las obras científicas, el empirismo se manifiesta en que tienen un carácter eminentemente descriptivo. Semejante enfoque de la labor científica no corresponde a las exigencias de la dialéctica materialista. Sabido es que el apartarse del análisis teórico de los fenómenos, el renunciar al descubrimiento de las leyes objetivas lleva a apartarse del marxismo en un sentido positivista.

Para que el hacer práctico fecunde realmente la teoría, lo necesario no es exponer empíricamente los hechos, sino generalizar teóricamente la experiencia práctica.

Los enemigos del marxismo niegan las leyes objetivas de la vida social, no admiten que pueda conocerse la verdad objetiva [51] en ciencias sociales. Califican de metafísico el reconocimiento de las leyes económicas, afirman que éstas no tienen valor alguno para el conocimiento.

La fuente principal de este agnosticismo en sociología radica en el miedo de la burguesía a la verdad histórica, a las leyes objetivas de la vida, que llevan a la destrucción de la sociedad capitalista. Los ideólogos de la burguesía, ante la imposibilidad de negar que el mundo burgués sufre una crisis cada vez más grave, hacen mangas y capirotes para demostrar que los fenómenos de crisis derivan de casualidades y no están sujetos a ley. Al sociólogo estadounidense R. Strausz-Hupé, citado ya más arriba, pertenece la siguiente afirmación: "No existe ley económica que haga necesaria una crisis o que determine la salida de esta crisis"{36}. En las obras de los economistas burgueses pueden encontrarse comentarios en el sentido de que las enfermedades y contradicciones del capitalismo no se deben a leyes objetivas, sino a errores de cálculo de los gobiernos, errores que se pueden corregir; tales economistas arremeten contra las "leyes de hierro de la economía", proclaman que los estados burgueses tienen derecho a "elegir libremente" y a "obrar con toda libertad".

Es característico de quienes pregonan la réaccionaria doctrina subjetivista del "libre albedrío", el afán de desentenderse del análisis científico de la realidad actual, así como de todas las leyes del acontecer histórico. Las peroraciones. sobre la "libertad de elección" y la "libertad de actuación" encubren la incapacidad de los ideólogos burgueses para dar un análisis científico del desarrollo social, de las verdaderas contradicciones y tendencias de la economía capitalista.

La doctrina marxista sobre las. leyes de la vida social refuta categóricamente las lucubraciones idealistas sobre el "libre albedrío", sobre la independencia del hombre respecto a la necesidad exterior. Al mismo tiempo, el marxismo niega también el punto de vista del fatalismo y demuestra que es posible utilizar las leyes objetivas para la transformación de la naturaleza y de la sociedad, "El determinismo no sólo no presupone el fatalismo, sino que, al contrario, hace posible precisamente la actuación racional"{37}.

En esto se basa la solución que da el marxismo al problema de la libertad y la necesidad. Lenin demostró que la libertad –es decir, el conocimiento de las leyes objetivas, y el saber utilizarlas– es un producto del desarrollo histórico, es un resultado de la práctica histórica de la humanidad. La libertad no invalida la necesidad, pues también las leyes conocidas actúan con independencia de la voluntad y de la conciencia de las personas. Significa [52] tan sólo, que el hombre ha aprendido a comprender el curso objetiva del desarrollo y a utilizar estas leyes en su propio interés.

La doctrina leninista es la base científica de la política de nuestro Partido, orientada hacia la formación de la sociedad comunista. Nuestro Partido ha elaborado un plan concreto para edificar una sociedad nueva, y lo ha hecho apoyándose en las leyes conocidas del desarrollo de la sociedad; ha señalado cuáles son las etapas necesarias de la edificación comunista. El comunismo no llega porque así lo desee alguien; ha de estar económicamente fundado y ha de entrar en la vida como resultado de avances radicales en la producción, cuando se haya creado ya la correspondiente base material y técnica y se hayan desarrollado relaciones sociales comunistas. Los principios leninistas de la edificación comunista son incompatibles con el subjetivismo, con la proyectomanía, con el desdén por las conclusiones de la ciencia al resolver los problemas económicos del país.

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{1} W.W. Rostov, “The stages of economic growth; a non communist manifesto”, Cambridge, 1960, p. 2.

{2} V. I. Lenin, “Obras”, t. VI, p. 204.

{3} A. Toynbee, Ph. Toynbee, “Comparing notes: a dialogue across a generation”, Londres, 1963, p. 74.

{4} A. Toynbee, “A study of history. What I am trying to do”, “International affairs”, Londres, 1955, vol. 31, Nº 1, p. 3.

{5} A. Toynbee, “A study of history”, vol. IX, Londres-Nueva York-Toronto, 1954, pp. 593-594.

{6} R. Strausz-Hupé, “The Zone of indifference, Nueva York, 1962, p. 24.

{7} S. Chase, “The proper study of mankind”, 1957, pp. 276-277.

{8} A. W. Green, “Sociology”, Nueva York, 1960, p. 1.

{9} “Sociology today” Ed. R Merton, L. Broom, L. Cottrell, vol. II, N. Y., 1965, p. 260.

{10} T. Parsons, “Essays in Sociological Theory”, Glencoe, Illinois, 1954, p. 337.

{11} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVIII, p. 346. (“Materialismo y empiriocriticismo”, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1962, p. 364).

{12} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVIII, p. 343. (“Materialismo y empiriocriticismo”, edic. cit., 1962, p. 362).

{13} V. I. Lenin, “Obras”, t. I, p. 137.

{14} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVIII, p. 151. (“Materialismo y empiriocriticismo”, edic. cit., 1962, p. 155).

{15} V. I. Lenin, “Obras”, t. I, p. 149.

{16} V. I. Lenin, “Obras”, t. XXIII, p. 44.

{17} V. I. Lenin, “Obras”, t. X, p. 58.

{18} V. I. Lenin, “Obras”, t. IV, p. 161.

{19} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVIII, p. 345. (“Materialismo y empiriocriticismo”, edic. cit., 1962, p. 364).

{20} V. I. Lenin, “Obras”, t. I, p. 159.

{21} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVI, p. 23.

{22} V. I. Lenin, “Obras”, t. XI, p. 31.

{23} V. I. Lenin, “Obras”, t. I, p. 436.

{24} V. I. Lenin, “Obras”, t. XXXV, p. 343.

{25} V. I. Lenin, “Obras”, t. II, p. 539.

{26} V. I. Lenin, “Obras”, t. VI, pp. 39-40.

{27} V. I. Lenin, “Obras”, t. II, pp. 539-540.

{28} V. I. Lenin, “Obras”, t. XLI, pp. 193-194.

{29} V. I. Lenin, “Obras”, t. XXXVI, pp. 82.

{30} V. I. Lenin, “Obras”, t. XLV, p. 174.

{31} V. I. Lenin, “Obras”, t. XXIII, p. 44.

{32} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVIII, p. 6.

{33} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVII, p. 21.

{34} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVIII, p. 146. (“Materialismo y empiriocriticismo”, edic. cit., 1962, p. 150).

{35} Ibíd., p. 142. (“Materialismo y empiriocriticismo”, edic. cit., 1962, p. 146).

{36} R. Strausz-Hupé, “The Zone of indifference”, p. 23.

{37} V. I. Lenin, “Obras”, t. I, p. 440.