Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ VII
Universalidad de las leyes naturales

Cuando se reconoció que el sol, la luna y los astros no eran cuerpos luminosos fijos en la bóveda celeste para alumbrar al género humano, ni la tierra era el escabel donde colocaba Dios los pies, sino un átomo en el océano de los mundos, la imaginación del hombre no vaciló en aventurarse en [50] lejanas regiones para encontrar allí lo que había perdido.

Entrevió un mundo remoto adornado con todo el esplendor y las maravillas del paraíso; hizo nacer en lejanos planetas seres etéreos y libres del yugo de la materia, y los que habían enseñado que la vida no era más que un aprendizaje para el otro mundo, se apresuraron a mostrar a sus discípulos la deliciosa e infinita perspectiva de una carrera siempre ascendente, de planeta en planeta, de sol en sol, donde serían los diligentes y los piadosos los primeros en llegar y los perezosos los últimos. Cualquiera que sean las delicias que ofrece semejante perspectiva a más de un espíritu acostumbrado a la disciplina escolástica, el estudio serio y formal de la Naturaleza no puede aceptar tales extravagancias. La cosmografía moderna demuestra que las mismas materias y las mismas leyes naturales que nos han formado y nos rodean en nuestro globo, componen todo el universo visible, obran en todas partes del mismo modo y obedecen a la misma necesidad. La astronomía y la física nos han dado bastantes pruebas de ello. Las leyes de la gravitación, es decir, las leyes de la atracción y del movimiento, son invariablemente las mismas allí donde hemos podido llegar por medio del telescopio y del cálculo. Los movimientos de todos los globos, aun de los más lejanos, están subordinados a las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos de la tierra, que hacen caer una piedra y oscilar el péndulo. Todos los cálculos astronómicos basados en estas leyes y aplicados a los globos lejanos y a sus movimientos, se ha demostrado que son verdaderos.

Los astrónomos han indicado, sólo por medio del cálculo, la existencia de astros que no ha [51] podido descubrir el telescopio hasta que se ha sabido en qué punto era preciso buscarlos. Esos mismos astrónomos predicen los eclipses de sol y de luna y la aparición de un cometa, más de cien años antes de que lleguemos a verlo. Por la ley de la rotación se reconoció la figura del planeta Júpiter, tal como después se ha visto por observaciones directas. Sabemos que los demás planetas tienen años, días y noches como la tierra, aunque con intervalos diferentes. Las leyes de la luz son en todo el universo exactamente iguales que en la tierra. En todas partes tiene la luz igual velocidad, la misma composición, y se refracta de idéntico modo. La luz que las estrellas fijas más lejanas nos envían a través de billones de leguas, en nada se diferencia de la de nuestro sol. Obra según las mismas leyes, y está de igual modo compuesta.

Otras pruebas demuestran que los cuerpos celestes tienen asimismo otras dos propiedades semejantes a la de nuestro planeta y sus cuerpos: la impenetrabilidad y la divisibilidad. Sucede con las leyes del calor como con las de la luz, que son iguales para todo el universo. El calor que recibimos del sol y los rayos caloríficos que emite la tierra obran exactamente y según los mismos principios. La solidez, la liquefacción y la condensación de los cuerpos dependen de las relaciones del calor, de manera que estas propiedades deben presentarse en todas partes bajo las mismas condiciones. La electricidad, el magnetismo, &c., están tan íntimamente ligados al calor, que no es posible separarlos de él. Por esta razón es necesario que estas fuerzas existan donde existe el calor, es decir, por todas partes. Lo mismo acontece respecto de las relaciones del calor con las distintas combinaciones y descomposiciones químicas que han de verificarse [52] en todo el universo del mismo modo. Una prueba más directa aún resulta de los meteoros, mensajeros visibles de un mundo no terrestre. La química no ha podido encontrar elemento alguno extraño a nuestra tierra en esos cuerpos procedentes de globos celestes o del éter primitivo. Sus formas cristalinas en nada difieren de las que nosotros conocemos. La historia del origen de nuestro globo ofrece también analogía con la historia del nacimiento y desarrollo de los demás mundos. Las irregularidades en la forma esférica de los planetas prueban que éstos se han visto, como nuestro globo, en estado líquido; de manera que el desarrollo sucesivo que ha conducido la tierra a su forma actual, debe haberse verificado también en los demás planetas.

Todos estos hechos prueban la universalidad de las leyes de la Naturaleza; porque estas leyes no se circunscriben a la tierra, sino que extienden su acción uniforme por todo el universo. En ningún punto del espacio encontramos un recinto en que la imaginación pueda colocar sus monstruosas producciones ni soñar una existencia fabulosa fuera de las leyes comunes.

No es preciso demostrar lo universal e infinito de cada una de las fuerzas naturales; basta haberlo hecho con algunas para evitar todo error. Allí donde obra una ley, obran todas las demás, pues su íntima unión impide toda separación. Cualquier excepción o desviación traería inmediatamente consigo una confusión irremediable, porque el equilibrio de las fuerzas es la condición fundamental de toda existencia. El mundo es un todo infinito, compuesto de las mismas materias y dirigido por idénticas fuerzas.

Al suponer Oersted la identidad de las leyes de [53] la Naturaleza y de la razón, supone también perfectamente una igualdad fundamental de la inteligencia de todo el universo. Si existieran seres dotados de razón fuera de nuestro planeta, y es probable que los haya, puesto que es preciso admitir que iguales causas produzcan en todas partes idénticos efectos, su inteligencia será semejante a la nuestra, diferenciándose sólo en cantidad. Lo mismo probablemente sucederá con la forma corporal de sus órganos, a pesar de una diferencia posible debida al influjo de causas exteriores. Indudablemente hay que admitir que en los límites mismos de la fuerza y de la materia se verifican las modificaciones y combinaciones más diversas que no podemos prever. Por esto es preciso no aventurarse demasiado en este campo lleno de conjeturas y de hipótesis. No cabe duda, sin embargo, que los elementos de las fuerzas corporales y espirituales de la vida orgánica e inorgánica deben ser idénticos. Materias y fuerzas semejantes producen al encontrarse seres semejantes, aunque distintos e infinitamente variados en punto a colores y matices. Aquí cesan las investigaciones directas; pero no sabemos si con el tiempo la perfección de nuestros instrumentos nos permitirá alcanzar más lejos con la vista.

«No dudamos –dice Zeise en su Infinito del macrocosmo y del microcosmo– que existen seres orgánicos más perfectos en los globos lejanos; pero serán ciertamente semejantes a los hombres que habitan la tierra, bajo el punto de vista intelectual, porque en todo el universo no se puede imaginar más que una sola y misma razón, con arreglo a la que todas las leyes naturales son leyes racionales.»

Todo cuanto hemos dicho al hablar de las relaciones de la fuerza y de la materia, nos conduce a [54] afirmar que las leyes naturales y racionales son siempre idénticas. Lo que llamamos espíritu, entendimiento, inteligencia, se compone de fuerzas naturales, aunque combinadas de una particular, que por su parte, y como cualquier otra fuerza natural, sólo puede manifestarse en ciertas y determinadas materias. Hallándose éstas combinadas en la vida orgánica de un modo indefinidamente complicado y bajo formas particulares, producen efectos que nos parecen a primera vista maravillosos e inexplicables, mientras que los procedimientos y efectos todos del mundo inorgánico son infinitamente más sencillos, y por consiguiente más fáciles de comprender. En el fondo, sin embargo, es siempre la misma materia, y la experiencia nos enseña a cada paso que las leyes de la inteligencia son las leyes del mundo.

«Lo que mejor nos prueba –dice Oersted– que las leyes naturales son leyes racionales, es que por medio del entendimiento podemos deducir, de leyes naturales conocidas, otras leyes desconocidas que vienen a ser confirmadas por la experiencia, siempre que no nos pruebe que hemos deducido consecuencias falsas. Dedúcese de aquí que las leyes de la inteligencia están en vigor también en la Naturaleza.»

Esta noción está perfecta y necesariamente de acuerdo con los resultados empíricos que obtendremos al tratar, a propósito de las ideas innatas, el modo que tiene de nacer el alma humana. Ignorando esta última completamente las ideas que se llaman absolutas, sobrenaturales, inmediatas o trascendentales, y no obteniendo sus ideas y conocimientos más que de la observación del mundo exterior, no es otra cosa que un producto de este mundo y de la Naturaleza, cuyas leyes se reproducen [55] en ella. Aunque sea difícil, y en muchas ocasiones hasta imposible, demostrar detalladamente la naturaleza de esta relación, no podemos, sin embargo, por razones empíricas, abrigar dudas acerca del hecho.

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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