Filosofía en español 
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Polémica

Manuel Pizán

La Revolución científico-técnica, Richta y Pla

Hablando con franqueza, no entiendo por qué me dedica el señor Pla andanada tal como la publicada en el número anterior. Le doy razón en casi todo lo que dice, pero no sé a qué viene: no tiene mucho que ver con lo que yo decía en mi trabajo sobre Richta. ¡Se ha equivocado de blanco! ¿O es que, siguiendo la vieja tradición de los sofistas, se inventa un fantasma para apuñalarlo sin dificultad, como hecho a medida?

Lo que dijo acerca de lo que dice que he dicho es, naturalmente, el abc. Olvida, sin embargo, que una cosa son las condiciones determinantes y otras las decisivas: las contradicciones principales y las que, en determinado momento, aparecen en primer plano, e incluso que hay determinaciones que sólo lo son en última instancia, no de forma mecánica. El marxismo vulgar –que puede ser, entre otros, tanto el de Groucho como el de los habitantes del planeta Marte– es un bajío de antiguo reconocible sin dificultad: eso también es el abc. Parece, sin embargo, que hay que volver a hablar de él de cuando en cuando.

Creía haber dicho que el libro dirigido por Richta –y vale más no hablar de su comportamiento tras los acontecimientos del año 69, por no caer en argumentos ad hominem– constaba de dos grandes partes, inextricablemente interpolados, con lo que se nos planteaba el problema de separar su parte ideológica de la que consiste en una exposición teórica y científica de notable riqueza y profundidad acerca de los efectos globales de la Revolución Científico Técnica (RCT) sobre la nueva sociedad naciente. Trabajo, sin embargo, absolutamente necesario no sólo porque en buena parte es una interesante exposición sistemática de los aspectos desarrollistas del programa Dubcek, sino porque podemos tragarnos descuidadamente tesis sumamente discutibles entre datos científicos que son la evidencia misma.

El optimismo del equipo coordinado por Richta acerca de lo que la RCT puede significar también de revolución humana es ilimitado, y en mi opinión, justo. Richta ha sabido mantenerse equidistante, en base a una masa de datos objetivos, tanto de las jeremiadas apocalípticas de Marcuse como de los angélicos aleluyas de Garaudy. Aunque también es cierto, como decía Senant, que Richta es, ideológicamente al menos, un socialista utópico de la RCT, y sus confusiones y entusiasmos podrían atribuirse quizá en parte al desconcierto ante un nuevo mundo, en el que no sirven los viejos esquemas familiares. Algo de este fenómeno atisbó, en sus últimos años, el viejo Lukacs.

Por todo ello, y como dice Richta: “Es preciso ya pasar revista a los nuevos problemas de base de la civilización y prever su solución marxista”. La tesis de esta abra –que sí recogí, claro– es que “teóricamente, el terreno sobre el cual la RCT puede desarrollarse con toda su amplitud y aprovechar todos sus efectos, evitando lo peor, es el del modelo de desarrollo socialista y comunista”. En este orden presenta todo tipo de datos y tendencias para probar que este modelo social necesita, para realizarse sin deformaciones, de la RCT, tanto como ésta sólo encontrará su desarrollo óptimo en aquel modelo, libre de trabas de intereses particulares. El problema –y me gustaría que sobre esto reflexionase el señor Pla– es que, si bien la RCT es la premisa necesaria, no es la premisa suficiente para la puesta en acto del modelo social postulado, por hablar la rancia lengua de la Escuela. Aquí es donde Richta enlaza con lo peor de Kautsky. La RCT, por sí sola, no va a traer el sistema social que, sin embargo, necesita para expandirse totalmente. Los planteamientos ideológicos de algunas partes, no las científicas, de la obra coordinada por Richta –precisamente a las que me refería en mi anterior trabajo– caen de pleno en el tecnocratismo, el desarrollismo y el economicismo, como en los trabajos similares, si bien de menos altura, de la Rand Corporation o los futurólogos neoyorquinos. Carece de espinazo ideológico claro.

Mientras, por una parte. acepta “un foso cada vez más profundo entre países desarrollados y subdesarrollados, (se) favorece el establecimiento de lazos más estrechos entre países industriales avanzados” –independientemente de si son socialistas o capitalistas, estableciendo una competencia pacífica en la que (¿exclusivamente?) el triunfo “dependerá de las condiciones exteriores o interiores de la autovaloración del capital”–, se postula una solución tecnocrática para los países subdesarrollados. Se espera que algo les tocará del desarrollo ajeno, pero son considerados más bien como un freno, ya que “mientras la RCT toma altura, las desigualdades en el desarrollo de la civilización continúan acentuándose”, al mismo tiempo que, según Richta, dentro de cada nivel de desarrollo, se establecen convergencias entre el capitalismo y el socialismo. Tesis ideológica –por otra parte, brillantemente desmontada por Frankel, y propia de la sociología burguesa– que alcanza cotas grotescas, come el querer presentarnos al “joven Ford” casi como un líder obrerista convergido, “preconizando atender menos al ‘factor máquina’ y más al ‘factor hombre’”..., por su cuenta y razón, claro. Pero esto sería otra historia.

Finalmente –y sin querer insistir en cómo se obvian por el esquema ideológico richtiano las clases sociales, el internacionalismo, etcétera–, aunque la realización de la RCT requiere el interés y plena participación de todos y cada uno por igual, no se les propone retribuirlos tan por igual. En su proyecto, los especialistas son seres privilegiados, con abundantes estímulos materiales. Se lamenta de que, incluso en un socialismo no igualatorio, “toda una serie de especialistas no son estimulados materialmente en el mismo grado que bajo el capitalismo, al no poder acrecentarse desmesuradamente las disparidades sociales”. En ese orden de cosas, es lógico que, aunque “pueden parecer a un observador superficial un retroceso hacia el capitalismo”, postule el “utilizar las leyes de mercado, las categorías de valor, etcétera”. En cambio, si bien potencia a los expertos, no cae en el tecnocratismo burdo de Monod, y recogiendo algunas tesis del último Lukacs y de Marcuse, critica el uso de la RCT por el capitalismo, donde la plusvalía relativa tiende a tomar el relevo de la plusvalía absoluta. Igualmente, critica aceradamente la alienación humana en esas condiciones, así como el intento de considerar como nuevas clases medias lo que, de hecho, son una ampliación objetiva de la vieja clase obrera manual, en nuevas condiciones y aun en la grave confusión subjetiva, ideológica, de que nos hablaba el viejo Lukacs, y siguiendo procesos descritos por Althusser. Hay, pues, que leer a Richta; es importante, muy importante. Pero también lo es leerle críticamente.

Lamento que mi contradictor no hubiera leído –o leído bien– mi trabajo, pues nos habríamos ahorrado, los lectores de TRIUNFO y yo, tener que explicarle lo que no debería hacer falta. En cuanto al tono crispado y agresivo con que me arremete, ¿qué quiere usted que le diga, señor Pla? Yo no juego a eso. Se trata de dialogar, no de que nos machaquemos la cabeza..., aparte de que la mía no se rompe así como así. Se es también firme y tenaz sin gritos ni insultos. A veces pueden ser útiles, así como el devolver las bofetadas a ciento por una. No es este el caso. Por eso, señor Pla, ¿para qué responderle en su mismo tono chirriante y gratuito? Cuando empezamos a educarnos algo en la escuela de la vida, recibiendo de ella golpes infinitamente más duros que el intentado por usted, comprenda, señor Pla, que su proceder sólo me cause tristeza. Porque es un ejemplo de cómo puede repercutir sobre las personas una situación, como algunas de este país, agresiva y crispada.

No vale la pena, pues, seguir con una polémica así planteada. Por mí, punto final.

Manuel Pizán

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1972.0408 La civilización, en la encrucijada, de Radovan Richta · Manuel Pizán
1972.0429 La civilización en la encrucijada [respuesta a Manuel Pizán] · Rafael Pla
1972.0506 La Revolución científico-técnica, Richta y Pla · Manuel Pizán