Filosofía en español 
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Juan de Dios de la Rada y Delgado

Métodos de enseñanza

Difícil, si no imposible, es comprender en las cortas líneas de un artículo, la multitud de ideas que despierta en nuestro espíritu la sola enunciación del epígrafe con que encabezamos el presente. Asunto sería para un trabajo especial, escrito por mejor cortada pluma que la nuestra, y que si por desgracia en España no ha ocupado a los hombres de la ciencia, ha sido objeto de más de una notable investigación en naciones extranjeras, y principalmente en Alemania, en ese cerebro de la Europa moderna según la feliz y exacta frase de un escritor.

Nosotros, por lo tanto, tendremos que caminar en más reducido espacio, pero sin que por esto dejemos de indicar, a lo menos nuestras ideas sobre tan importante ramo de la Instrucción, haciéndolo hoy de las bases que deban servir para plantearlo desde que el niño se prepara a recibir los primeros rudimentos de su educación intelectual.

Desgraciadamente la cuestión de métodos para enseñar, ha sido mirada de muy antiguo en nuestra patria con un notable abandono, siguiéndose únicamente el tradicional sistema que, reduciendo al alumno a una lastimosa pasividad, desarrollaba solo una parte de su inteligencia, la memoria; y aun esto de tal modo, que más bien se les formaba una memoria instintiva, si así pudiera decirse; de palabras, y no de pensamientos, consiguiendo hacer que los jóvenes supiesen el signo de la idea pero careciendo de ella, y adjudicando premios no a los más aprovechados, sino a los que tenían la facilidad de retener más número de palabras. Para iniciar al niño en los conocimientos humanos, se ha invertido el orden procediendo en sentido contrario del que la misma observación filosófica nos indica. A semejanza de lo que manifestamos en nuestro artículo segundo cuando establecimos que la ciencia debiera buscar al hombre en cualquiera condición que se encontrase, para los métodos de enseñanza el principio que en sí encierra todas las múltiples aplicaciones de la misma, la primera verdad en esta materia que aun todavía no quiere recibirse por la generalidad, es que no es el hombre quien debe aplicarse a las ciencias, sino las ciencias al hombre.

El joven necesita ideas concretas para elevarse a las abstractas; no ideas abstractas, que aun no puede comprender, para descender a las concretas. Por no conocerlo así, vemos que la educación de la juventud en su primera época queda sin resultados, y que quizá aquel niño qua más se distinguió en el certamen público recitando largos períodos de memoria, suele ser más tarde el que más carece de ideas.

La clave de la verdadera enseñanza, no se funda en la mera comunicación de reglas [2] inanimadas y abstractas, en definiciones áridas y superiores a la inteligencia de los discípulos, sino en desarrollar la actividad del niño en recibir intuiciones, y descubrir por esa actividad de sí propio los errores y equivocaciones en que haya incurrido. La conciencia de nuestro espíritu es el mayor distintivo del ser inteligente: es preciso, pues, acostumbrar al joven a sentir que siente, y a reflexionar que reflexiona. Despierta de este modo la actividad intelectual, podrá el niño adquirir ideas; de otro modo solo adquiere palabras.

Estimular la atención excitando la curiosidad que lleva al hombre a los mayores adelantos, vigorizar aquella, fijar el pensamiento, establecer la armonía entre éste y el signo exterior de comunicarlo por medio del lenguaje, he aquí la base del método en la enseñanza durante los primeros años de ella, y que nunca, debe perderse de vista aun en la enseñanza complementaria, si bien modificándola con relación al estado de adelantamientos intelectuales y científicos del joven.

La naturaleza y el mejoramiento social, han de ser los puntos de partida en la enseñanza.

La naturaleza, esa gran maestra de todas nuestras observaciones relativas a ella misma, siempre que en materia de enseñanza nos separemos de la marcha que sigue, vendremos a caer en el error, y mientras más adelante vayamos en nuestro camino, más nos apartaremos del fin a que nos dirigimos.

Ella nos enseña, que no en todos es igual el desarrollo natural de la inteligencia.

Que las ideas van adquiriéndose gradualmente y con tal enlace, que formando una larga cadena, no podría eslabonarse un extremo con otro, si se hallaba interrumpida en los intermedios.

Que en la adquisición de ideas que nos vienen del mundo exterior, siempre se va en escala ascendente, de lo conocido a lo desconocido, de lo fácil a lo difícil, de lo próximo a lo remoto.

Que el estímulo y la variación son los mejores medios de conservar siempre activa la curiosidad.

Luego la enseñanza en su primera época, si ha de dar beneficiosos resultados, debe ser conforme a la marcha de la naturaleza.

Ha de darse teniendo en cuenta el grado de desarrollo natural en que se encuentra el discípulo.

No debe procederse en ella con inconsecuencia, dejando en claro ideas que han de enlazar a las que les subsiguen.

Debe seguirse el método de intuiciones, y no enseñarse por lo tanto sino siguiendo una marcha analítica y sintética a la vez.

No debe pasarse a dar un conocimiento, sin que el anterior esté asimilado en el espíritu del joven.

Debe procurarse quitar al estudio la monotonía que le hace pesado y enfadoso y presentarlo con el atractivo de una variedad bien entendida.

Pero con estos principios, base de la enseñanza, emanados del examen de la misma naturaleza, no lo habríamos conseguido todo. El hombre vive en sociedad, y es necesario por lo tanto armonizar la enseñanza con ella, si ha de producir los beneficiosos resultados que se apetecen, si ha de ser bien dada.

La sociedad se renueva con los individuos que constituyen las generaciones.

De la manera con que estos individuos se formen por la educación, ha de depender su buen o mal destino.

Los conocimientos, por lo tanto, que empiecen a inculcarse en el espíritu del joven, han de ser de tal clase que le vayan preparando para que él mismo sea el agente de su porvenir.

La vida de la escuela ha de ser introducción de la vida social.

Por eso es necesario que la instrucción, aun en su primera época, se dé de tal modo, que ofrezca un valor real para el discípulo, en armonía con la clase de trabajos a que haya de dedicarse cuando pase a ser miembro útil de la sociedad.

Por eso no debe sobrecargárseles de conocimientos que aunque tengan un valor absoluto, pierdan el relativo por las circunstancias especiales que han de caracterizar el porvenir del individuo.

Por eso, en fin, es necesario que se procure ir armonizando la vida del joven, con la futura vida del ciudadano.

Fijando los métodos de enseñanza bajo estas bases en su primera época, modificadas en las posteriores según lo vayan exigiendo el estado de desarrollo de los jóvenes, y las diferentes clases de estudios a que tengan necesidad de dedicarse, casi nos atrevemos a asegurar que, saliendo la instrucción de las envejecidas rutinas hasta hoy seguidas, se conseguirán los fines que hemos indicado en nuestro artículo segundo, preparando de este modo el día feliz en que bien dada y generalizada esa misma instrucción, presentase [3] verdaderamente regenerado al pueblo, y capaz a la vez de conquistar un puesto avanzado en el camino de la civilización; de ir sembrando en el difícil campo del porvenir la fecunda semilla de la futura dicha del Estado.

Pero no debemos contentarnos con las indicaciones apuntadas. Demos más amplitud a las ideas, y pasemos a examinar la manera con que podía plantearse el mejor método para la primera instrucción, siguiendo los principios emitidos, dando a conocer ante todo, procediendo lógicamente, el método de intuiciones, debido al pensador Pestalozzi, lo cual será objeto de nuestro examen en el siguiente artículo.

J. de Dios de la Rada y Delgado.