Filosofía en español 
Filosofía en español


Notas

[ Nicolás Ramiro Rico ]

Eugenio Vegas Latapié, Escritos políticos, Madrid, “Cultura Española”, 1940, 255 págs.

Nos asombra hoy la indigencia doctrinal de las fuerzas políticas que operaron, en el siglo XVIII, la perversión y disgregación de la sociedad española. El destruccionismo español, en efecto, no rebasa un mundo ideológico formado con retazos arrancados al pensamiento enciclopedista, en sus versiones y refundiciones populares, ad usum vulgi. Nuestros seudólogos reciben el pensamiento de los enciclopedistas sin repensarlo, como una recua de consignas útiles para la agitación de las [132] plazas y confusión de los malaventurados que tuvieron la insana o candida curiosidad de prestarles escucha diligente y mansa, sí, pero no atención inteligente y crítica. En este siglo XVIII, llamado, quizá por antífrasis, de las luces, juzgaron los más de nuestras gentes letradas que su indispensable cometido era deshacer los «errores comunes», linaje de yerros difundidos entre los pueblos por arte malicioso de clérigos y serviles. Constituidos en procuradores del género humano, ilustraron, con ayuda de tal o cual centón francés, al ignaro vulgo, sobre los arcanos de la política, los recursos de la apologética, los errores de los exégetas bíblicos, los secretos de la golosa gastronomía cenobítica y sobre las mejores recetas para preparar el gustoso chocolate. De omni re scibili, et quisbusdam aliis, escribió, por ejemplo, Feijóo. Lecturas de esa laya ocuparon los ocios de caballeros y abates, de burgueses y togados.

Así, aquellos valores que fueron, en época pretérita, blanco y fin del español, pararon en manos del diablo. En las disciplinas políticas llegó a ser texto de escuela la doctrina de Martínez Marina, quien, si para sus días tuvo erudición certera, careció de serenidad crítica y discernimiento histórico. No adoctrinó, no historió; polemizó con el pasado de su pueblo, cediendo a los aires de allende el Pirineo{1}.

España fue desnaturalizada en su ser y herida en sus entrañas. Las réplicas, de Zeballos a Donoso, no faltaron. Pusieron en ellas, unos, voluntad ardorosa y método desdichado, como aquellos que pidieron armas al sensualismo, concediendo la mitad al adversario; otros, inteligencia apasionada y voluntad robusta; son los que están más cerca de nosotros; Don Marcelino, el primero de todos, digno de ser calificado con el verso de Dante,

tu duca, tu signare, e tu maestro, [133]

pues, como dice el escoliasta, duca porque nos guía, signore por su preeminencia y mando espiritual, y maestro porque nos muestra, nos enseña.

Pero agostado el pensamiento nacional y enervada la voluntad política, tuvieron curso despejado todos los subproductos de la inteligencia europea. Recibíase en España cualquier mendacidad –«todopoderosa para perder, impotente para salvar»–, fuera inglesa, francesa o alemana: el pensamiento no delinque, era la fórmula que acuñó el agnosticismo político. Así pudo haber secuaz de la secta krausista (y no filosofía), que se creyó buen cristiano, y hasta católico, apostólico romano: «nohay monstruosidad sin padrino», decía Gracián.

En este desorden intelectual vivió la Monarquía restaurada. ¿Quién la sirvió? ¿Con qué instrumentos políticos y doctrinales hizo ella frente a las realidades sociales? ¿Con qué filosofía política? Eugenio Vegas sentencia certeramente: «acción sin doctrina vale como edificar en la arena. Doctrina sin acción es un levantar castillos en el aire».

Se pretende que la Monarquía restaurada, viciosa en su origen, estaba condenada. Ello es falso. Cierto que era una Monarquía liberal, pero ningún fallo histórico mandaba que el adjetivo ejecutara al substantivo. La frase de Luis Veuillot, que Eugenio Vegas cita, «Monarquía, es decir, una cabeza para mandar; constitucional, es decir, un lazo para estrangular al mando…», parece harto superficial; en términos mucho más profundos planteó la cuestión una de las mayores inteligencias de Francia, Tocqueville.

Entre nosotros, los adversarios del régimen sabían que España era una Monarquía y que la institución, aunque menguada en sus energías, tenía fuerza substancial bastante para ser barrera de sus afanes. A «republicanizar» la Monarquía («República coronada») enderezaron sus primeros conatos, antesala del diluvio revolucionario. Las trincheras que se oponían a los designios declarados de los antinacionales eran llamadas por ellos los «obstáculos tradicionales», decir con que se significó en la polémica de partidos que Monarquía es algo más que «gobierno de uno». Pero la Monarquía, abandonada por los más, quedó a la intemperie. Con sobrada razón escribe Eugenio Vegas, [134] en el prólogo de este libro, que por su esfuerzo y con ayudas preciosas pudo fundarse una revista, Acción Española, «predestinada a defender… unos principios y doctrinas que nadie eficazmente defendía, no obstante ser los únicos verdaderos». Pues en verdad, si el adversario logró con mezquinos trebejos doctrinales asaltar el Poder, lo debió a la coetánea laceria de las fuerzas nacionales, complicada con factores económicos y sociales, que al hacer inaplazable una renovación de la constitución de España, no dieron respiro ni lugar a dilaciones.

No podemos ocuparnos de todos los temas tratados por Vegas en los artículos recopilados ahora bajo la denominación de «Escritos políticos»; pero, como final, queremos aludir, no más, a la enorme voluntad política que revela Eugenio Vegas, quien, homo politicus por vocación infusa, está obsesionado por un tema fascinante: la conexión dialéctica entre Idea (teoría) y Realidad. Ha visto, justamente, que en la zona política esa relación es sui generis, pues, como decía Hegel, «los planes y teorías pretenden realizarse; basta para ello que sean realizables, y su valor es el mismo alcancen o no realidad; pero una teoría del Estado, por el contrario, sólo se llama Estado y Constitución cuando lo es en el mundo real». A la utopía política más desbocada le es intrínseca la tendencia a encarnarse en realidad, por ello hay ideas políticas. Pero, aunque es un dislate, en el que no incurre Vegas, creer que sólo las ideas, los factores espirituales rigen la Historia, el objetivo de la especulación política no se agota en la elucubración, sino que pretende operar y modificar, para dominarla, la realidad, «…y únicamente tiene derecho a existir –escribe Dilthey– el pensamiento filosófico activo y eficaz».

Este libro de Eugenio Vegas está correctamente escrito, en prosa sencilla, que introduce al lector directamente en el pensamiento del autor. Vegas posee el raro don de la breviloquenza, un mérito más de estos «Escritos políticos».

N. R. R.

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{1} En la Teoría de las Cortes llega a decir: «…la nobleza hereditaria, esta clase siempre enemiga del pueblo, esta plaga del orden social, formó en medio de la nación otra nación, otro estado, un cuerpo numeroso, inquieto y turbulento, cuyas pretensiones ambiciosas y espíritu de insubordinación estaban en perpetuo choque así con la autoridad del príncipe como con los derechos del pueblo» (I, LIV).