Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Segundo Serrano Poncela ]

«Intelectual en España»

Hay que restituir a la palabra «intelectual» su valor verdadero, que ahora tiene perdido y que nadie aprecia y nadie concede atención. Aquí, en España. La inteligencia madura, de fruto serondo, crea el intelectual; y en verdad que hoy el intelectual es el pedante y el absurdo y el que no da valor ni rendimiento positivo alguno, como no sea vegetar. Hay que restituir a la palabra «intelectual» su valor verdadero; porque a todos nos conviene incluirla y clasificarla en una categoría de trabajadores, como si pudiese hacerse después Sociedad obrera de ellos.

Es triste ver cómo la palabra ha venido rodando de alto a bajo en esa trayectoria de niñas bordadoras, pero que descienden de buena familia, porque su padre fue coronel retirado o importante funcionario administrativo. Su descenso comenzó con una inflación de vida política, y hoy, para buscarla, es menester ir paso por paso, en horas de tertulia, por las mesas de los cafés, entre una caña de cerveza y un vaso «mitá y mitá» y una ración de esos mariscos que llaman gambas. ¡Descenso triste de la palabra, que también ha buscado refugio en los sillones de paja de los Ateneos, que huelen a pintura vieja y sostienen humanidades de hombres que concluyeron su carrera y piensan escribir un libro; y hombres que lo han escrito, pero no lo han publicado; y niños que buscan un externo aspecto de personas mayores, exponiendo opinión sobre sociología, sobre historia y sobre arte de la futura generación!

Se ve la desgracia habida a la palabra y su desprestigio sucio. Ha dejado observar que no es más que oropel, y la constante presencia de este latón falso no permite ya discernir lo poco bueno, de modo que uno y otro se arrastran por la senda de la burla sin poder buscar más que en pocos espíritus puros su rehabilitación. Y lo que más ha contribuido al desprestigio es la política. Política que es vida de la ciudad, vida pública, y que hace luz sobre todo, así como el arte literario y el arte musical y las ciencias matemáticas son círculos cerrados e intangibles que dejan siempre dentro de ellos, sin que apenas la luz se dé cuenta, un caso de pedantería.

Ha sido la política el desprestigio del intelectual, de la palabra «intelectual». Ya los monarcas absolutos fueron cavando la fosa sucia al nombre. Felipes y Fernandos hubo en España que estaban rodeados de proyectistas y de arbitristas con luminosas ideas. Árbitros y proyectos para cosas extrañas, que nunca dieron resultado práctico alguno. Quizá idiosincrasia española, ya que Don Quijote también quiso elevar al monarca un memorial indicándole cómo podía concluir la guerra con el infiel, enviándole tres o cuatro caballeros andantes que en un tres por cuatro descabezasen la moruna chusma, como quien descabeza el manojo dorado de trigo. Idiosincrasia y psicología especial. Árbitros y proyectistas que no son más que intelectuales de los falsos, de los de oropel; porque no hay en estos momentos un intelectual de los que nos venimos refiriendo que en su café, ante el mazo de cuartillas y la pluma y el tercio de cerveza, no haya proyectado algo, no haya arbitrado alguna cosa de Gobierno, ayudado de su calenturienta imaginación.

Hoy llenan los intelectuales de esta clase todo, como un producto híbrido de la República. Y le hacen el mismo daño que una llaga postillosa que mancha el cuerpo de un humor malo. Afortunadamente, a nuestro campo muy poco han podido llegar. Y ello es porque el intelectual es fantasioso y huraño y solitario por soberbia de pedante, y nosotros juntamos todas las soledades en una grata compañía y somos poco amigos de que trabaje la fantasía sin que con ella se hermane en el trabajar la inteligencia. El falso intelectual se ha forjado un intelecto a su medida, con la lectura mal cuajada y el filosofar sentado, pensando en lo que hacen este gobernante y este otro, que por mal que lo hagan siempre lo harán mejor que él. Añadiendo a todo esto la visión vital desde un plano que es falso y no tiene contacto alguno con realidades. ¡Qué bien a los intelectuales de abalorios un chapuzón en las aguas frías de la realidad, trabajando con la pala o el martillo o el palustre, o aunque sólo fuese con un fichero de contabilidad!

Por todo esto es necesario restituir a la palabra «intelectual» su valor verdadero; y nosotros, socialistas, debemos encargarnos de ello. Nuestra posición interesante y de conveniencia estaría aquí. Trabajadores, primero. Y después, trabajador intelectual; trabajador de la inteligencia. Que podía ser trabajar la inteligencia para hacerla aprovechable y dúctil, o trabajar con la inteligencia para el logro de fruto. Pero de cualquier modo, trabajar. Así la palabra «intelectual» sería prestigiada, y el verdadero intelectual sería también verdadero socialista, verdadero trabajador. En el trabajo está restituido el valor verdadero. A los otros, a los que han desprestigiado el vocablo, otro nombre cualquiera. Ante la mesa de café, en la silla olorosa a vieja pintura de ateneo, quizá se pudiera ensayar la calificación de «inintelectuales o de amorfa inteligencia».

S. Serrano Poncela