Filosofía en español 
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[ Hildegart Rodríguez Carballeira ]

Eugenesia

La labor de divulgación eugénica y anticoncepcionista no ha hallado en España, hasta aquí, decididos propagadores. Está abandonada, y no es extraño, por tanto, que las primeras ideas que sobre ello se lancen suenen a vacío, a un vacío que no es de público ni de opinión, sino de incomprensión.

Sin embargo, por el olvido en que hasta aquí hemos tenido estas cuestiones, no hemos de renunciar a exponerlas ahora, aun ante ese gesto de extrañeza no exento de avidez con que se acogieron, por ejemplo, las dos primeras lecciones de aquel curso que sobre tan importante tema se planeó durante la primera dictadura y fue suspendido arbitrariamente por ésta.

La eugenesia es una concepción médica, como el anticoncepcionismo es una idea económica. Pero aunque ambas tendencias parecen estar reducidas a una sola ciencia, acaso porque las ciencias, como todos los medios sociales, tienden a socializarse, hoy la eugenesia, aunque se refiere a Medicina, abarca los campos jurídico-económicomorales, al igual que el propio anticoncepcionismo. La eugenesia es, simplemente, ante la moralidad individual, que debe estar por encima de esa falsa moralidad social, el deber de tener hijos sanos, conscientemente, cumpliendo un primer deber para con nosotros y para con la sociedad, el de no traer a ella, voluntariamente, «lacras» que luego nos harán enrojecer de vergüenza, y a la sociedad apartarse de su contacto. Posiblemente, así enunciada, si acompañamos esta tesis de unos minutos de reflexión, no podemos menos de pensar que es innegable que los hechos afirmados son una realidad torturante en nuestro tiempo, y que el remedio propuesto es, por encima de todo, justo.

El anticoncepcionismo dice que no hay que traer al mundo más seres que aquellos que se puedan mantener, porque de lo contrario empeoramos la situación social, cargando la tierra de brazos inútiles y que no encuentran trabajo remunerador, y empeoramos la situación individual, sin capacidad para sostenerlos, obligándolos, o a enfermar por carencia de alimentación, vivienda sana, &c., o a incapacitarse de salir para siempre de su triste condición de proletarios por su carencia de cultura o de preparación.

Los padres, que habrán de desear, por su instinto primero, y por su naturaleza después, todas las mejoras para sus hijos, ¿cómo se atreven, conociendo la realidad con que ellos luchan, a agravar su situación, la de esos hijos y la de todos sus compañeros, y lo hacen con esa absoluta impunidad? «Los hijos son un lujo –decía Malthus– que no todos podemos mantener.» Es una frase dura, cruel, pero verdad. Tened en cuenta que esto es una de tantas barbaries del régimen capitalista, y que para acabar con ella, como con todas, tendríamos que acabar con él. Pero fijaos también en que si agraváis la situación haciendo que cada vez haya mayor número de proletarios, sea más reducido y concentrado el de los grandes capitalistas, y al propio tiempo por los progresos de la ciencia se llegue a una mayor racionalización de la industria o del trabajo, no lograréis nunca acabar con ese régimen. La revolución no se hace cuando se tiene hambre y miseria. Entonces se llega al caos de la anarquía y de la incertidumbre, y se vuelve a caer en los mismos extremos, bajo el mismo régimen, con otras personas a su cargo. La revolución de la Commune parisiense debe servirnos a todos de ejemplo. Veamos, por el contrario, en la revolución rusa cómo en la mente de todos los campesinos, eje y clave de todas las revoluciones futuras, existía, a la par que en la realidad, una honda institución comunal, aquel «mir» o tierra colectiva que les hizo ver las ventajas de la acción común y les impelió a la revolución política, seguida casi inmediatamente de la revolución social. Ello no hace más que probar nuestra tesis. La revolución se hace cuando el pueblo es consciente y está preparado, no cuando el hambre y el dolor y la ira le han conducido a un estado relativo de irresponsabilidad.

Llenar el mundo de proletarios es complicar vuestra situación, la suya en un futuro y la de todos los obreros del mañana. Y aunque hoy, viviendo nuestro presente, luchéis por una mejora de jornal o una rebaja en la jornada, no debéis olvidar nunca que todo ello son tantos efímeros, si se tiene en cuenta la necesidad imperiosa, aunque mediata, de llegar a la definitiva revolución social.

Vuestro presente, hoy, y vuestro ideal para el mañana os reclaman que prestéis un mayor interés a estas cuestiones.

Hildegart