Revista de las Españas
Madrid, agosto de 1926
2ª época, número 2
páginas 122-123

Gabriela Mistral

Algo sobre higiene social
en la América hispana

Caridad y beneficencia

La transformación de la caridad desordenada en una beneficencia organizada ha sido acontecimiento de los últimos diez años en la América española. La norma nos ha venido de varios países: Estados Unidos, Suiza, Alemania.

Una buena estadística de las llamadas «enfermedades sociales», muy difundida por la Prensa, dio la voz de alarma y obtuvo presupuesto fiscal y fuertes donaciones particulares. Todavía tenemos, respecto de Estados Unidos, la diferenciación de que entre nosotros el Estado sirve los dos tercios, y hasta los tres cuartos de la beneficencia. Se observa una clara reacción, que tiende a responsabilizar a los particulares, tanto como al Estado, de la salud pública.

Dos asombros

Dos descubrimientos abrumadores fueron para nosotros el de la investigación de la salud en la tropa (ejército) y el de la apertura de las Gotas de leche. La primera arrojó un formidable 60 por 100 de enfermos venéreos, y los médicos conocieron en las Gotas de leche la calidad de la futura generación. Ha llegado a hablarse por los pesimistas de una quiebra de la raza. ¡No tanto! Nos salvaremos gracias al fuerte aparejo –valga la expresión– que trajimos al mundo en la sangre española y en la indígena.

La estadística de la sífilis consiguió lo que no habían logrado las proclamas más excitantes de higiene. En México, en la Argentina, en Chile, los dispensarios se multiplicaron; se hizo una hábil propaganda de carteles, y la higiene sexual hoy forma parte hasta de los programas de radio.

Camina nuestro tiempo a una valorización nueva de los pueblos; no cuántos habitantes posee un país, sino cuántos hombres y mujeres con sangre liberada de vergüenza; no cuántos edificios monumentales, sino cuántos fuertes organismos de artesano; no cuántos círculos de arte, sino cuántos individuos de sentidos frescos y poderosos para la concepción artística.

Concepto de patriotismo

Junto con ordenarse la caridad ha evolucionado el concepto de lo que es una raza. Nuestro patriotismo fue ostentoso e infecundo. Las fiestas de la raza se celebran con programas de recitados épicos y de iluminaciones populares, efusión grotesca o ingenua del pueblo. La escuela forma el concepto de Patria a pura base de sentimentalismo, cuando no de bajos odios locales. Un día hemos despertado dándonos cuenta de que una raza es la célula humana puesta a desarrollarse bajo tal o cual clima y que contiene el ritmo de una u otra herencia. Nos nace una especie de patriotismo biológico, si se acepta la expresión, un concepto más objetivo que abstracto de raza.

Hemos visto salir de la fábrica un obrero agotado, de ojo muerto, de andar pesado; hemos mirado en el patio de la casa a la mujer tuberculosa que amamanta, envenenando, y hemos enseñado en el aula a un niño sin frescura, que llega a ser a veces una larva triste.

La raza no se hacía, pues, solamente con relatos de historia, ensoberbecedores, sino con luz, aire y nutrición abundante.

La habitación obrera

Después de la herencia, la habitación para conservar el cuerpo vigoroso que siembran los padres sanos.

No ha habido entre nosotros delito social mayor que el de la casa obrera. La llamamos casa solamente por la fatalidad del género, que hace nombrar del mismo modo las cosas de destino semejante. La habitación obrera, en muchos de nuestros países, es la incubadora de degeneración. El Estado, con un olvido cabal de que era el guardador de la salud pública, dejó al [123] industrial mover grandes empresas de explotación sin imponerle la formación de las poblaciones obreras. Hay que anotar entre las causas del desarrollo del comunismo la pereza del Estado en esta vigilancia humana. La higiene social cuenta entre las causas generadoras del orden.

Sociedades benefactoras

Los mejores obreros de la labor de salvamento que se ha comenzado son los siguientes: los patronatos de la infancia, los dispensarios para el tratamiento de la sífilis, las visitadoras sociales, algunas juntas de vigilancia de las cárceles, la Cruz Roja y el Desayuno escolar.

La escuela

Pero ninguna de ellas, por rico que sea el esfuerzo que gasten, tendrá la eficacia de la escuela para combatir las enfermedades sociales; ella puede hacer por sí sola casi toda la faena en el porvenir.

Algo que no llamaríamos el pudor español, sino la mojigatería latina, ha impedido hasta hoy el establecimiento de la enseñanza sexual en los colegios. Hay mucho del escondite cándido de los niños en esta falsa vergüenza colectiva. Se piensa que las falsedades humanas, guardadas en un sótano, dejan de existir por el hecho de que no se exhalan en la atmósfera abierta. Con una torpeza sin nombre, las madres nuestras creen posible una enseñanza honrada de la fisiología que se salta las funciones sexuales. Son esas las mismas madres que no defienden a sus hijas de las excitantes costumbres contemporáneas: el bajo teatro, el baile procaz, la literatura pútrida.

La educación en nuestros países no podría llamarse científica mientras siga haciendo una concesión tan fatal al perjuicio colectivo.

Las visitadoras sociales

Empieza a crearse en la América este servicio bajo el modelo belga. La visitadora es un tipo mixto de médica, maestra y policía sanitaria; ella observa, enseña y, en los casos graves, denuncia. Observa cómo está constituida la familia en el pueblo; vigila la habitación que se da al obrero; procura la cama en el hospital para el enfermo contagioso, y da al Ministerio del Trabajo sugestiones estimables. Entregada una misión de esta excelencia a mujeres de conciencia madura, puede esperarse la información moral más valiosa que nunca se haya recibido sobre las condiciones en que vive el pueblo.

La lucha contra la tuberculosis

También aquí la higiene ha empezado la solución del problema social. El obrero tuberculoso fue la denuncia viva de la fábrica insalubre, así como el niño habló con su pobrecita carne del vergonzoso edificio escolar. Los médicos hicieron revelaciones para el legislador, que ha debido, por fin, responder con la legislación del trabajo.

Países de excelente clima son los nuestros y no puede justificarse en ellos el desarrollo fabuloso de la tuberculosis sino confesando la barbarie a que ha estado entregada la faena humana. Constituye un absurdo el que nuestras razas, llamadas por tantos pueblos solares, tengan la mitad del vigor de la escandinava o la inglesa.

El alcoholismo

La ley seca levanta una oposición formidable en la América española. El reparo más fuerte que se le hace es el siguiente: «Francia y España beben su vino cotidiano y no son alcohólicas.» O bien éste»: «Si Estados Unidos, con su admirable policía sanitaria, ha conseguido poco de la ley seca, ¿qué obtendrían nuestros países?» Sin embargo, se ha aceptado un mínimo de prohibición, creando la zona seca en los grandes centros obreros.

No tiene el alcoholismo las mismas causas en los diversos países. En Chile creo que sus fuentes son: la miseria, que hace al hombre buscar fuera de la alimentación una fuerza artificial; el hogar feo, que no retiene al obrero junto a la compañera; el enorme descuido del Estado respecto a las recreaciones populares. Chile sufre, además, la fatalidad de haber cubierto con viñedos un décimo de su suelo cultivado.

Los deportes

Es estimable el progreso que han hecho los deportes en las ciudades hispanoamericanas. Pero si la pasión de la vida física vigorosa ha cogido a la población ciudadana, la masa campesina sigue bárbara en este capítulo. Nunca se repetirá lo bastante que cada progreso en los países españoles es enteramente urbano y que la cultura no se ha aproximado siquiera a las inmensas regiones rurales, abandonadas a una vergonzosa Edad Media.

Las cárceles

El problema carcelario está casi intacto; hasta podría mostrarse a la mayoría de nuestras casas correccionales como las peores del mundo.

Castigar presupone intención moral cuando el castigo se coloca en las manos del Derecho. Así considerada, la condena es algo más que un despliegue de fuerza de parte de la sociedad poderosa. Este concepto del castigo como ejercicio de moral colectiva no rige nuestro sistema carcelario; la cárcel recibe un malhechor y devuelve un malhechor, entregando, además, un degenerado, con un organismo deshecho. Acaso el ápice de una cultura se señale precisamente en la forma cómo la sociedad trata al delincuente, ya que no puede ser testimonio la norma que ejerce con el justo... Si nuestra cultura fuese juzgada por el capítulo que anotamos, habría para esconder la ficha moral que nos sería asignada.

En países donde la tierra sobra para toda empresa, la colonia penal agrícola no ha sido realizada con provecho y se pierde en la tierra la ayuda más poderosa que Dios ha dejado al hombre para mejorar a su semejante.

 

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