Revista Cubana de Filosofía
La Habana, mayo-diciembre de 1955
Vol. III, número 12
páginas 13-17

Rosaura García Tudurí

Reflexiones sobre el desarrollo y
clasificación de las ciencias{*}

Plantear como problemas antagónicos el saber de la filosofía y el de la ciencia es un absurdo, porque filosofía y ciencia no son dos saberes, sino dos formas del saber.

El saber inteligente es el que distingue el ser del parecer, y es capaz de definir, de señalar las esencias; es el que Scheler llama «saber culto», y de ese saber es del que devienen las formas filosófica y científicas.

Como ciencia viene de «scire» que en latín quiere decir saber, se han asimilado como sinónimo saber y ciencia, dándosele a esta última una extensión no usual. Saber es un término de mayor denotación, porque expresa el conjunto de saberes posibles, de ahí que se le identifique con teoría, en cuanto visión de lo que las cosas son verdaderamente.

De igual modo se usan como equivalentes saber y conocimiento, ya que éste es el resultado del acto de conocer, que aspira al saber de algo.

En un sentido restringido, saber significa la aprehensión de la realidad que se incorpora a nuestro espíritu, de ahí que Ortega haya dicho que es «saber a qué atenerse». Este modo de comprenderlo es una forma parcial, que equivale a lo técnico y a lo utilitario.

La contemplación desinteresada del objeto a fin de alcanzar su esencia o sus implicaciones esenciales, asemejan la actitud filosófica y la científica. Por eso ha dicho Bertrand Russell en su libro «Misticismo y Lógica» que «La curiosidad desinteresada, fuente de casi todo esfuerzo intelectual, encontrará con asombrada complacencia que la ciencia es capaz de revelar secretos que tal vez parecían imposibles de descubrir». Pero cuando la ciencia se enfrenta al objeto con fines utilitarios y prácticos, la ciencia se convierte en técnica.

El hombre ha usado y sigue usando de la técnica para saciar sus necesidades tanto materiales como sociales. Pero el exceso de técnica ha producido la superespecialización, y ha limitado su capacidad, ha perdido universalidad, a tal extremo, que no puede prever si el objeto a que dedica su esfuerzo producirá un fin bueno o malo, no sabe cuál será el destino futuro de su descubrimiento. [14]

Como dice García Bacca, todo hombre «tiene» y «debe» tomar una actitud en el mundo científico impulsado por la técnica; pero como bien hace notar tiene es una necesidad física, en tanto debe es una necesidad moral, y el debe es indudable que ha de implicar un control del tiene. Cuando las ciencias se aplican a la destrucción del hombre y de sus instituciones, encuentran allí su límite determinado por la libertad y dignidad humanas.

Podemos señalar dos propósitos distintos en la ciencia, uno teórico, dirigido a la unidad del mundo y a su heterogeneidad objetiva; el otro práctico, encaminado a la acción del hombre, a la evitación del peligro y a la satisfacción de las necesidades. Lo teórico y lo práctico están unidos entre sí, como el cuerpo y la sombra.

La misión de las ciencias de la realidad es descubrir los nexos, ya sea entre los fenómenos, ya entre los conceptos que los representan. Los límites de estas ciencias están determinados, de un lado, por la múltiple complejidad del Universo; de otra, por los medios instrumentales de que dispone.

Las ciencias son formas de saber particular con las que el hombre trata de descorrer el velo de la realidad: su carácter es el de ser verificables. Por otro lado, el conocimiento científico es producto colectivo, esto es, es el resultado del esfuerzo acumulado de muchos hombres, que se transmite y progresa en la medida en que se va logrando el dominio de la realidad.

En cambio, el hacer filosófico es individual, la mente sólo cuenta consigo misma, aunque sea capaz de usar los resultados precedentes. Pero ninguna filosofía que tenga como fundamento la realidad puede negar la ciencia, pues como bien se ha dicho, sería negar al hombre mismo, cuya existencia transcurre en un mundo de objetos.

El Universo es totalidad y multiplicidad, el conocimiento de esta multiplicidad como tal, exige la división y clasificación de sus conocimientos, así como su ordenamiento sistemático: esto ha determinado a lo largo de la historia de la cultura, un afán por la clasificación correcta de las ciencias.

Las ciencias aparecen en Grecia en el siglo VI A.C., y científicos fueron los primeros filósofos de Jonia. Con Platón aparece un intento de clasificación al señalar las ciencias de acuerdo con las facultades del alma: por la percepción alcanzamos la doxa u opinión; por la razón, el episteme o conocimiento científico; por la voluntad la actuación. Posteriormente Aristóteles, siguiendo la finalidad de la actividad científica, establece dos grupos, el de las ciencias teóricas y el de las ciencias prácticas, clasificación que perduró hasta los tiempos modernos. También tuvo fortuna la clasificación estoica del sistema del saber, en Lógica, Física y Ética, subdividida cada una de estas disciplinas según el objeto examinado.

Pero en realidad los griegos no distinguieron entre la ciencia y la filosofía. La Física de Aristóteles no es sino una Filosofía de la naturaleza, y los antiguos la consideraron como verdadera ciencia de la naturaleza. [15]

Tal como hoy se la concibe, la ciencia viene a constituirse después de Descartes, Bacon y Galileo: como un saber de la naturaleza física y biológica a través de las matemáticas. A partir del siglo XIX, se hace más distinto el campo de las ciencias físico-matemáticas, no confundiéndose ya con la filosofía de la naturaleza, y lejos de esto, ocupan dichas ciencias el lugar de esta filosofía.

En tanto, la historia y la cultura cobran gran interés como saber científico. Esto representa un movimiento fácilmente advertible en nuestros días, de acercamiento mutuo entre filosofía y ciencia.

Con Bacon, en el siglo XVIII comienza la clasificación de la ciencia atendiendo al fenómeno epistemológico, esto es, a las facultades subjetivas; de ahí que él las agrupe en ciencias de la memoria, como la historia; de la imaginación, como la poesía; y del entendimiento, como la filosofía. Esta clasificación sirvió de base a las relaciones de la ciencia hasta el siglo XIX, en que aparece un nuevo ordenamiento fundamentado objetivamente.

Ya Hobbes había señalado el conocimiento de los hechos como punto de catalogación de las ciencias, agrupándolas en histórico-empíricas y científico-filosóficas. Schopenhauer. siguiendo esta idea, las divide en ciencias puras: teoría del principio del ser y del principio del conocer; y empíricas: teoría de las causas, de las excitaciones y de los motivos.

La clasificación de las ciencias fue de vital importancia en la etapa positivista, pues la verdadera filosofía, desposeída de la metafísica, se había convertido en una mera recapitulación de las ciencias. Liberada de la filosofía, Comte establece una ordenación lineal, atendiendo al grado de abstracción; por ello, las de mayor grado son las matemáticas, y las de un grado inferior de abstracción, la sociología. Entre ambas escalona todas las demás ciencias. Su concepción positivista sostiene que esa jerarquía de las ciencias coincide con el desarrollo histórico, siendo las más abstractas las que aparecen primero, y las menos las que surgen últimas.

Spencer modifica la clasificación anterior, y establece tres grupos de ciencias: abstractas, que son ciencias formales como la lógica y las matemáticas; concretas, ciencias de fenómenos, como la biología; abstracto-concretas, que participan de las características de las otras dos, como la física.

Más moderna es la actitud que a los fines de clasificar las ciencias tiene en cuenta los objetos y la esfera de la realidad a que pertenecen: mundo, hombre, espíritu, cultura. Sobre ésta está inspirada la clasificación de Wundt en ciencias reales y ciencias formales. Las reales comprenden las ciencias naturales, de la cultura y del espíritu; las formales o ideales están integradas por las matemáticas.

Las ciencias naturales son empíricas, causales; para Bacon el «saber verdaderamente es saber por las causas». Comprenden las ciencias de la naturaleza el vasto campo del mundo orgánico e inorgánico, que se reparten las ciencias biológicas y físico-químicas. Son ciencias de hechos, experimentales. [16]

Bertrand Russell ha dicho que hay «dos clases de unidad en el mundo de la experiencia, una es la que cabe calificar de unidad epistemológica... la otra, aquella unidad intentada y parcial que se manifiesta en la prevalencia de las leyes científicas en aquellas partes del mundo hasta ahora dominada por las ciencias».

Las ciencias culturales y del espíritu tienen por objeto la condición humana: el espíritu del hombre y la realidad que él crea, la cultura. Son también ciencias de lo real, pero no constituyen un saber de experiencia, sino de comprensión psíquico-espiritual, y tienen en cuenta un sistema de valores que las colocan en una relación inmediata con la axiología.

Stumpf usa de varios principios en su clasificación. Atendiendo a los objetos, divide a las ciencias en ciencias de las funciones y ciencias de los fenómenos psíquicos. Las unas, que son ciencias del espíritu, se subdividen en psicología y en ciencias del espíritu en general; las primeras se refieren a las funciones elementales, las segundas a las funciones complejas. Atendiendo a los objetos derivados de los fenómenos, señala las ciencias naturales; y teniendo en cuenta los fenómenos propiamente, la fenomenología y la eidología, y también las ciencias de las relaciones. A la metafísica correspondería, en esta clasificación, la investigación de las relaciones entre los distintos tipos de objetos. Según otro punto de vista, Stumpf divide las ciencias en individuales y generales, esto es, ciencias de hechos o de leyes; en homogéneas como las matemáticas y heterogéneas como todas las ciencias restantes; en ciencia de lo que es y ciencia de lo que debe ser.

Husserl nos ofrece una última clasificación, atendiendo a la forma lógica que las ciencias guardan al enlazar sus conocimientos. De este modo las divide en ciencias teoréticas o eidéticas, que se refieren a las leyes, por lo tanto a ideas; y ciencias fácticas que se contraen a los hechos.

En el panorama que ofrecen las ciencias actualmente, puede apreciarse que falta a las llamadas ciencias del espíritu o de la cultura una doble conformidad: en el fundamento gnoseológico y en el procedimiento metodológico. En las ciencias de la naturaleza hay una extralimitación, van más allá del supuesto teórico que las fundamentan, porque ellas no pueden llevarnos a la captación de las esencias, sino sólo a la generalización de sus relaciones.

La lógica aristotélica y la geometría de Euclides han sido completadas por una lógica no aristotélica y una geometría no euclidiana. La física causal de Newton ha dado paso a sistemas que la superan y contemplan una realidad nueva; pero toda concepción de la física gira alrededor de ciertos términos: fuerza, causa, energía, capacidad de trabajo, determinados en función del tiempo. Ahora bien, la investigación de la naturaleza del tiempo no es un problema científico, sino que pertenece plenamente al dominio de la filosofía. La filosofía, como ha dicho Oswaldo Robles, sigue siendo un saber rector.

Todo intento del espíritu de investigar una realidad que no sea el mismo, dice Meyerson, implica premisas de orden metafísico. [17] El pensamiento científico está fundamentado sobre tres hipótesis metafísicas: la realidad del mundo exterior; la relación de los fenómenos en el espacio y en el tiempo regulada por leyes; y las leyes cognoscibles por la razón.

En el conocimiento de un mundo exterior a nuestro espíritu, se está reconociendo un ser ajeno a nuestro ser, y si el positivismo científico quisiera negar esa realidad, se reduciría a un estrecho solipsismo del yo.

El conjunto de las ciencias naturales desestimando los fundamentos filosóficos, se encontró ante la evidencia de que sus supuestos teóricos no tenían mayor fuerza que la fundamentación metafísica. Científicos notables han convenido de nuevo en considerar los principios metafísicos de la ciencia. La autorizada palabra de Einstein dice a este respecto: «La creencia en la existencia de un mundo exterior independiente del sujeto perceptor, es la base de las ciencias naturales». (Einstein: «The World as I see it»). Y Max Plank se ha expresado de modo semejante: «Saltamos al reino de la metafísica, pues aceptamos la hipótesis de que las percepciones sensoriales no crean por sí mismas el mundo físico que nos rodea, sino que más bien aportan noticias de otro mundo que se haya fuera y es completamente independiente», y más adelante agrega, «existen dos teoremas que en conjunto forman el punto cardinal hacia el cual se dirige la total estructura de la ciencia física. Estos teoremas son: uno, hay un mundo real externo que existe independiente de nuestro acto de conocer; dos, el mundo real externo no es directamente cognoscible» (Max Plank: «¿A dónde va la ciencia?»)

Todo lo dicho hasta ahora en relación a la historia del desarrollo y clasificación de las ciencias, nos hace evidente que no se ha alcanzado el punto que deba satisfacer la unidad del saber humano. Partiendo de nuestra tesis inicial de que el saber científico no es más que una forma del saber total estimamos que, para una clasificación cabal de las ciencias particulares ha de tenerse en cuenta la vinculación con las demás ciencias dentro del ámbito total del saber.

La parcelación de ciertas formas del conocimiento, como sucede con las ciencias especiales, no se opone a su natural jerarquización, y son universos complementarios y no antípodas las esferas científicas y filosóficas. Un punto de vista integrador para clasificar todas las formas del saber, es lo que nosotros propugnamos. Un punto lo suficientemente alto –o bajo– que permita partir, sin interferencias a todos los caminos del conocimiento humano.

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{*} Conferencia ofrecida en la Sociedad Cubana de Filosofía el 16 de diciembre [1954].

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