Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-abril de 1955
Vol. III, número 11
páginas 40-44

Jorge Tallet

El principio de totalidad

La Filosofía aspira a interpretar las cosas en su totalidad. Dedicarse a la interpretación de sólo una parte de los hechos (cuando no se trata de una especialización metodológica), no reza con esta disciplina. Es preciso que lo incluya todo dentro de su visión última por la sola razón de que las cosas que integran ese todo existen, son, de una u otra manera.

De este modo, el objetivo de la Filosofía es, teoréticamente al menos, un todo-unidad que puede ser, simultáneamente, considerado como entidad única y como suma de entes parciales, aunque siempre subordinados a su relación continua gracias a que sólo el total de ellos es lo que coincide con lo existente.

Ahora bien; en la práctica filosófica pueden darse, y se dan, problemáticas que hablan en contra de una unidad efectiva en el total de los acontecimientos; las tendencias pluralistas, por ejemplo, hacen de la desunión la base de sus doctrinas. Por otra parte, la limitación de nuestros recursos gnoseológicos hace imposible, en nuestras actuales condiciones, el establecimiento de una visión total y definida sobre las cosas que no tenga grandes posibilidades en contra de sus pretensiones de certeza o coincidencia con el hecho real; coincidencia que, después de todo, resulta incomprobable por los mismos motivos que nos llevan a dudar de ella.

A pesar de todo eso, la Filosofía sigue hablando del todo-uno. Pero es que el todo, la existencia, el sér, (como quiera llamársele), el objetivo final a que en último término se refiere la Filosofía, tiene que ser para ésta, en principio, una especie de premisa indeterminada e informe, pero innegable; antes de interpretarlo, antes de descubrir su contenido, puede decirse que el todo es lo que sea, lo que haya y en la forma que fuere; la investigación interpretativa de esa totalidad es precisamente la conocida labor sistemática filosófica, su determinación es la tarea más ardua, pero el hecho de que ese sér esté ahí previamente es en verdad el fundamento de todo lo demás. Y la Filosofía acepta esa premisa sin la cual toda su labor ulterior no tendría sentido alguno.

Mas es el caso que toda actitud filosófica, para que sea satisfactoria, ha de explicar razonablemente todos los factores que forman sus planteamientos. [41] El hecho de que la totalidad en general sea indispensable sentarla como primera premisa fundamental para, de ahí, pasar a determinarla interpretativamente, no justifica, por evidente que pueda parecer esa entidad, que la aceptemos sin más ni más, como suele hacerse.

Ocurre muchas veces que la más adecuada explicación que es capaz de encontrar un filósofo para uno de los pasos de avance en su trabajo es simplemente el hecho de que ese paso y no otro es el más cómodo en las circunstancias del caso; sin duda, ya esto es una explicación aceptable (si es que no hay otra mejor), aunque las de este tipo son las que encierran el grado más pobre de probabilidad de certeza. Pero, por suerte, no creo que haya que recurrir a esta explicación para el establecimiento de la existencia de la totalidad.

Es mi propósito, pues, en el presente trabajo, tratar de probar (o explicar) sumariamente la presencia de esa entidad total, que por su propia apariencia de hecho evidente (muy natural, por otra parte), luce no necesitar prueba o explicación alguna. Es decir, vamos a ver de qué modo es evidente la totalidad.

Si ella fuera una entidad consciente, se probaría a sí misma por aprehensión directa de su propio sér; no tendría que recurrir a explicaciones intermedias. Ahora bien, somos nosotros quienes deseamos ser conscientes de la existencia toda, y nosotros somos entes parciales, incompletos, por así decirlo; sólo podemos intuir directamente nuestra propia existencia particular; de ahí que, a virtud de nuestra falta de todo lo demás de que, junto con nosotros, la totalidad se compone, nos veamos precisados a acudir al auxilio de factores de tipo intermedio para llegar a la conciencia de la misma.

Pero ya estamos dando por sentado cosas que precisamente queremos probar. Comencemos, pues, por el principio.

En el principio, ateniéndonos a una posición completa y lógicamente rigurosa, a tenor con un escepticismo estricto, nos encontramos con que lo único que tenemos de cierto es lo que hemos dado en llamar mundo de los Fenómenos. Desde luego que estoy dando por supuesto, pragmáticamente, el hecho de que los mundos fenoménicos, privados, de mis lectores, son similares al de mi yo, que, en esta actitud solipsista, es el único mundo verdaderamente válido. Por las mismas razones prácticas, estoy suponiendo la existencia sustancial de mis lectores, conclusión probable a que llego posteriormente.

De modo que lo que directamente se presenta es el conjunto de los fenómenos, de los fenómenos aprehendidos por mi yo. Y fenómenos son todas esas manifestaciones que, si yo existo como parece que existo, yo siento, incluyéndome a mi dentro del grupo. El mundo fenoménico, pues, es lo primario, lo evidente en sí mismo. Está ahí y nada más. No importa ahora qué características tiene ni de dónde ha provenido. Existe y existe en tal y cual forma, eso es lo que prístinamente interesa. Ni siquiera establezco al yo como fundamento, sino que considero, por así presentarse ese mundo primario, que el yo no es más que una especia de conciencia psíquica del mismo y una de sus partes. [42]

Fuera del mundo de los fenómenos, el yo no distingue cosa alguna, cuando menos al modo directo e inconcuso con que percibe los propios fenómenos, cuyo conjunto es evidente para el yo por el solo hecho de estar presente e involucrar al yo como una de sus partes. La concienciación del mundo fenoménico por el yo es lo que llamo conocimiento directo, y es el único de esta índole y el único seguro acerca de estructuras definidas.

Porque el mundo de los fenómenos es una estructura definida. Llamo estructura definida a cualquier objeto cuya forma esté limitada por caracteres precisos y sin básicas contradicciones de acuerdo con la propia índole de la estructura. Y el mundo fenoménico tiene una forma precisada por características específicas y presenta un modo de ser determinado y congruente en general.

Ahora bien, el mundo fenoménico, como única entidad obvia y primaria, pudiera coincidir con esa totalidad de que hablábamos. Y, en efecto, para ciertas posiciones filosóficas, el conjunto de los fenómenos es todo lo que hay. Pero tal conclusión sería una interpretación ulterior sobre la base de la totalidad indefinida. Y es ésta sobre la que aquí tratamos: la que es evidente aunque muchas veces no nos percatamos de ello; la que va más allá de una mera estructura especial.

La estructura definida del mundo de los fenómenos hace que éste presente una forma parcial. Es decir, que en él mismo, por sus propios principios, se sugiere al menos la posibilidad de existencia de entidades a su forma. Tal posibilidad efectiva echa las bases para que la verdadera totalidad, ésa que constituye lo que sea, sea realmente una entidad que esté por encima de la estructura parcial (precisamente por serlo) del mundo de los fenómenos, incluyéndolo dentro de sí misma.

No obstante, las posibilidades de formas distintas a las del mundo fenoménico sólo expresan (gracias a que la estructura fenoménica es definida) que aquél sería parte de una totalidad más amplia que el mismo, a condición de que esa totalidad existiese de cierto. Pero ellas por sí solas no prueban la existencia efectiva de esa totalidad. De modo que, a fin de cuentas, caemos en el mismo punto de que sólo es evidente el mundo fenomenal.

Sin embargo, a mi juicio, es posible explicar la existencia de esa totalidad ultrafenoménica a partir del propio mundo de los fenómenos (por otra parte, no hay más apoyo), a través del propio proceso fenomenal que nos lleva a considerarla evidente. Es muy importante aclarar que, si después de haber admitido esa totalidad de candidatos a hechos reales, concluimos unos que las cosas tienen tal forma definida y otros, que tienen cual otra, esta es cuestión aparte. La totalidad detallada que después sentemos es lo que es (para nuestra opinión); la que ahora estarnos explicando se refiere a lo que sea (lo que es un plano global), a la armazón existencial en que el Universo real está inmerso, sea este Universo real sólo el mundo de los fenómenos, sea algo más que eso. [43]

Veamos, pues, el proceso de explicación o de evidenciación, por decirlo así, de la totalidad.

Los fenómenos, aunque manifiestan muchas veces cierta independencia o singularidad, se hallan concatenados en una entidad única y continua (ya que todos se comunizan en la forma directa de presentarse) llamada mundo de los fenómenos.

Lo que hay en él, además del yo o conciencia psíquica, son los fenómenos particulares, las sensaciones que, si yo existo como se aparenta en el mundo de los fenómenos, yo experimento, y, asimismo, ciertas relaciones también perceptibles directamente dentro de ese mundo. Tales relaciones son lo que llamamos universales, a virtud de cuya presencia (fenomenal) el mundo fenoménico se manifiesta como entidad íntegra.

Entre los universales hay algunos que expresan relaciones de relaciones en un sentido general, y son los que nominamos principios o principios generales, tales como las inadecuadamente llamadas leyes del pensamiento, los cuales, con motivo de la estructura específica del mundo fenomenal y del alcance generalizador de ellos mismos, suelen reflejar presuntamente su evidencia fenoménica fuera del propio ámbito de los fenómenos, hacia las otras posibilidades no definidas en nuestro mundo privado.

Entre los principios o super-relaciones fenoménicas, descubro uno que he dado en llamar principio de totalidad o de la totalidad. Tal principio expresa una relación total de existencia manifiesta en la presencia directa de los fenómenos, en el mismo hecho de que el mundo fenoménico es. Quizás pueda también nombrar a este principio, principio de la existencia, ya que revela en la presencia de los fenómenos, la existencia del existir.

Mas este existir, por su propia índole general, supone y se aplica a una totalidad infinita de posibilidades, totalidad, de tipo indefinido, que es la que estamos considerando.

De este modo, la totalidad de existencia o existencia total e indefinida que es por necesidad el algo que tiene que haber, es evidente para el yo (y, por eso, a pesar de las limitaciones de éste) a través del principio de totalidad implícito en la presencia obvia del mundo de los fenómenos. Tal principio refleja esa totalidad dentro de nuestro mundo privado, haciéndose así ésta objeto de un conocimiento directo a pesar de la ayuda intermediaria del principio de totalidad y aunque tenga implicaciones extrafenomenales, pero su índole es tan fundamental que aquel reflejo viene siendo la propia totalidad.

Esta totalidad es, repito, una entidad de posibilidades, y las posibilidades son infinitas. De esas posibilidades, la de los fenómenos estamos seguros de que se ha realizado o actualizado, al menos, como meros fenómenos.

Ahora bien; una vez echada la base de esta existencia primaria, la Filosofía puede darse a la tarea de tratar de descubrir e interpretar, dentro de aquélla, [44] la existencia o totalidad definida o efectiva que se compone de las posibilidades que se han hecho realidades –y de las que pueden hacerse dentro del ámbito de éstas–; e inclusive, las demás posibilidades, pero miradas desde el punto de vista de la existencia definida, detallada y factual. Esta labor es ya más precisa y minuciosa, y, como cuando sentamos el fundamento último de la totalidad global, hemos de partir, también aquí, de los datos fenoménicos, aunque, esta vez, a través de un proceso de meras probabilidades no del todo seguras, gracias al cual podemos suponer, con las debidas reservas, la existencia efectiva de un Universo que no se circunscribe sólo al mundo de los fenómenos.

Mas, a mi juicio, la tarea primordial, aunque la consideremos ociosa (indebidamente), es la del reconocimiento de la totalidad indefinida, encerradora de la existencia, digamos, absoluta. Tal entidad también pudo haberse manifestado en cualquier hecho diferente del de los fenómenos actuales, ya fuese de índole definida, ya no, y siempre, claro está, que hubiese habido una conciencia que se percatara de ella. Naturalmente, esa totalidad existencial sería la misma siempre, proveyendo a cualquier filosofía un básico todo-unidad de existencia posible sobre el que se puede descubrir un Universo en donde, a su vez, por ejemplo, prime estructuralmente un monismo o un pluralismo, lo mismo da.

Para abundamiento en detalles sobre el mundo fenoménico, remito al lector a mi libro «Perspectivas actuales de la Filosofía». En cuanto a la interpretación que se ha dado aquí acerca de la totalidad global, ella responde a mi consideración filosófica fundamental, que espero publicar próximamente en otro libro en que se especifican las características básicas de esta totalidad, más complejas de lo que aquí aparece expuesto.

La validez sistemática de la totalidad global consiste no tanto en saber su presencia –cosa evidente– como en otorgarle, por lo que ella es, el reconocimiento que, según mi criterio, se le debe a su importancia, cosa que no ha hecho la Filosofía. Aunque su valor definitivo no estriba en lo que pensemos sobre ella, sino en su propia existencia.

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