Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-abril de 1955
Vol. III, número 11
páginas 28-35

Rosaura García Tudurí

Influencia de Descartes en Varela

Es necesario para comprender la conducta de un hombre, situarlo en su ambiente y en su época, y nunca con más necesidad que en el caso del Padre Félix Varela.

La vida de Varela transcurre casi plenamente dentro de la primera mitad de la pasada centuria, pues nace el 27 de noviembre de 1788 y muere el 25 de febrero de 1853. Muy joven, en 1811, apenas contaba 23 años, empieza a explicar filosofía en el Seminario de San Carlos, y durante un decenio fue aquel profesor ejemplar el orientador de la juventud cubana, principalmente habanera, que ávida de su enseñanza y su palabra colmaba el espacio de sus aulas.

Bien sabemos que en 1821 inaugura, en el propio Seminario, la cátedra de Constitución, que ganara en reñidas oposiciones, y que en el decursar de ese año fue elegido Diputado ante las Cortes.

No volvió Varela a Cuba; la persecución y el destierro lo obligaron a vivir en Estados Unidos de Norteamérica, donde entregó su alma al Creador en ese año de 1853, tan preñado de fechas significativas para Cuba, en el que se enciende una antorcha luminosa para la Patria y se extingue una luz que iluminó el despertar de un pueblo.

Varela ha sido enjuiciado por algunos como un sacerdote rebelde, enemigo del Escolasticismo, que quiso barrer con cuanto éste significaba; como un mal religioso, que arremetió contra los propios sacerdotes, y que con un liberalismo modernista se opuso a la Iglesia, no faltando quien lo haya considerado no católico y materialista. Nada más absurdo y parcial que inculpar a Varela de tales actitudes: ante semejante acusación se levanta la vida inmaculada y de pura ortodoxia del presbítero cubano, y en cuanto a esas equivocadas opiniones responde con su autoridad religiosa y su profundo saber de investigador en la obra vareliana Mons. Eduardo Martínez Dalmau, en su trabajo: La ortodoxia filosófica y política del pensamiento patriótico del Pbro. Félix Varela, que aparece en los Cuadernos de Historia Habanera(28); y también un sacerdote jesuita, el Rvdo. Padre Gustavo Amigó, en un documentado artículo: El catolicismo del Padre Varela, publicado en la revista Lumen, de junio de 1947.

Nosotros sólo nos ocuparemos del eximio pensador en lo que respecta a su labor filosófica y a su posición en las corrientes modernas del pensamiento. [29]

La Edad Moderna ha sido llamada, desde el punto de vista filosófico, de la «Revolución Antiescolástica», dada la actitud de la nueva filosofía que en muchos aspectos es una reacción contra la decadencia de la corriente medieval. En el siglo XVII el escolasticismo, desprovisto de metafísica, y con marcado predominio occamista, arrastra el pensamiento por los vericuetos del excesivo desarrollo lógico y conduce al nominalismo, haciendo acopio de sutilezas inútiles.

La carencia de espíritu metafísico de los filósofos de la escuela en el siglo XVII, con excepción de algunos como Juan de Santo Tomás y Goudin, los lleva al planteamiento de una falsa oposición entre la ciencia tomista (que más que tomista era aristotélica) y las ciencias modernas, de notable y cierto adelanto por la investigación de la naturaleza a través de instrumentos y métodos nuevos, y de leyes matemáticas.

Los pensadores decadentes no supieron separar la metafísica escolástica, de verdad indiscutible, de aquellas derivaciones equivocadas a que conducía un ergotismo cada vez más vacío.

Ante tal obstinación, la filosofía moderna, en su origen, presenta a veces dos notas características, por una parte el liberalismo, en el sentido de la independencia humana de modo absoluto, ni dependiente de Dios ni de los hombres; y el laicismo, que lleva al filósofo sin fe a sustituir a Dios por el hombre, apelar a las fuerzas de la naturaleza y a los recursos del yo pensante.

La filosofía moderna se inicia en un plano fundamentalmente racionalista con Descartes, el gran genio matemático, y llega a su apogeo con la doctrina de Kant. En Descartes hay tres pesquisas perfectamente coordinadas y resueltas en su orgánica concepción; la Ontológica, la Gnoseológica y la Metodológica. En la primera, al buscar lo irreductible, plantea la dualidad de la realidad –la sustancia extendida o espacial; y la sustancia pensante o espiritual–así como la prueba de la realidad trascendente y de la misma divinidad basándose en la actividad de la última de esas dos sustancias. En la segunda analiza los problemas del conocimiento, que fundamenta en su tesis de las ideas innatas; y en la tercera completa el método científico, que iniciara Aristóteles 2,000 años antes, haciéndolo fecundo al volverlo hacia los fenómenos de la naturaleza y dándole, sobre todo un rigor sin el cual no hubiera tenido rango de camino científico. Este rigor consistió, principalmente, en lo que se ha llamado «duda metódica».

Hasta qué punto participó Varela en los resultados de esas tres pesquisas cartesianas; qué reservas mantuvo frente a algunas de sus tesis y cuáles compartió ampliamente, es lo que nos vamos a proponer dilucidar en este trabajo.

En Cuba, en el siglo XVIII, se vivía aún en una etapa medieval. La Universidad de San Jerónimo se regía por los decadentes métodos escolásticos, y es sólo en el Seminario de San Carlos donde el Presbítero José Agustín Caballero, en 1795, levanta su voz contra el atraso imperante. [30]

No es pues de extrañar que al advenir al escenario de la cultura cubana el Padre Varela hiciera un abierto pronunciamiento contra el escolasticismo, e innovara en métodos y doctrinas, introduciendo el cartesianismo. Amante y conocedor de la nueva ciencia puso todo su entusiasmo en la enseñanza de estas disciplinas, fundando, a ese fin, nuestro primer gabinete de Física experimental.

Pero, ¿qué es lo que Varela combate en el escolasticismo?, él mismo lo dice en el tomo I de sus Lecciones: «Yo, que acaso he tenido inclinación a modernizar, jamás lo he hecho respecto de Santo Tomás, en materias teológicas, bien que en éstas abomino del modernismo. Si mis consejos pueden valer algo respecto de los jóvenes que estudien mis Lecciones de Filosofía y después pasen a estudiar las ciencias sagradas, yo me atrevería a suplicarles que no dejen de la mano la Suma Teológica». Es evidente que Varela se produce contra el abuso y corrupción de las formas de la Escolástica.

En sus Observaciones sobre el Escolasticismo hace un análisis crítico de la doctrina y nos dice que Santo Tomás «usó de la filosofía peripatética, porque era la admitida en su tiempo», y añade: «Escolastizada de este modo la filosofía, lo estuvieron por consiguiente las demás ciencias, a quienes sirve de preliminar, y el empeño de las interpretaciones, el juego de palabras, el misterio de las autoridades y las sutilezas de las cuestiones fueron los efectos de un método, que, separándose de la naturaleza, se fundaba en los hombres, y sin investigar el origen de las cosas, se contentaba con unos resultados que provenían de unos datos cuya prueba no era otra que la autoridad de algún maestro»... , y concluye más adelante: «si resucitara Santo Tomás, sería preciso que aprendiera con sus discípulos para entenderlos».

En efecto, nadie ha hecho una crítica más breve y precisa del escolasticismo decadente. El alejamiento cada vez mayor de los hechos, la ausencia del paso discursivo por la senda inductiva, habían ido llevando al escolasticismo a usar el aparato lógico para hacerle girar en el vacío. En esta situación, no sólo resultaba incapaz de indagar la verdad –objeto fundamental de toda búsqueda filosófica y científica– sino que desfiguraba la realidad y hacía inoperante toda la estructura del conocimiento.

Considera Varela el método en sí, usado por la escuela, como un orden de definiciones, divisiones y principios generales, aplicado a todas las materias. Las reglas no son más que: «unas observaciones prácticas del modo con que cada uno ha creído que puede dirigir el entendimiento, y por eso se observa que todas ellas se establecen, sin haber presentado antes los pasos analíticos que se dieron en la formación»...

Combate el uso del latín porque no es una lengua familiar entre nosotros, y así sus signos carecen de exactitud cuando se aplican a un objeto y lejos de representarlo con claridad producen nuevas confusiones.

En el capítulo IV de sus Apuntes Filosóficos sobre la dirección del Espíritu Humano, que le sirvieron de índice en el último curso que profesó en el Colegio de San Carlos, anota: [31] «De aquí hemos inferido que las ciencias se aprenden más fácilmente en el idioma nativo que en otro alguno, y que es un plan anti-ideológico enseñar a los españoles en otro idioma, y mucho más si es un idioma muerto como el latín. Mientras España quiera ser Romana no será nada».... Prosiguiendo en sus argumentos pone en boca del sabio Heineccio estas palabras: «...es muy difícil que aun al más versado no se escape algún defecto y no se habitúe a un lenguaje bárbaro».

Varela está convencido de que la ciencia moderna ha de seguir «las lecciones de la razón y de la naturaleza», por eso asume una posición ecléctica que se reafirma en la razón y en la experiencia de la naturaleza, así, en el capítulo IX de los citados Asuntos, que denomina Aparato Científico, dice: «La exactitud de las ideas no depende del aire magnífico y del orden con que se presenta. Afectando el rigor matemático de Euclides, soñó Cartesio y se extravió Leibnitz. La verdad es más sencilla, ella no requiere adornos extranjeros, pues los suyos bastan para hacerla apreciable».

Vemos a Varela en una actitud combativa frente al anacronismo de un método y de una escuela; destruyendo lo viejo e introduciendo lo nuevo, pero ¿a qué filosofía se afilia el Presbítero? No podemos decir que se sume total e incondicionalmente a ninguna posición, pero a la vez parece aceptar las tesis modernas que hicieron avanzar las ciencias a través del procedimiento de la duda metódica.

El cartesianismo es una corriente idealista que fundamenta la verdad en el poder de la razón y en principios evidentes por el mismo, que parte de un innatismo mediante el cual relaciona y compara todas las nociones producto de la percepción y de la representación; y usa de un método de descubrimiento e invención, opuesto a la silogística aristotélica que había imperado. ¿Hasta qué punto comparte el profesor del Seminario tal filosofía?

El primer momento en la trayectoria del pensamiento de Descartes está representado por la duda universal; es necesario, nos dice en sus Meditaciones, que «se rechace como enteramente falso todo aquello en que pueda caber duda alguna, por pequeña que sea».

Varela en la lección VII de su Miscelánea Filosófica anota: «Cartesio que nos manda empezar dudando de todo, es un apreciable maestro»... Sigue el autor de la Miscelánea esa actitud de cautela frente a la investigación de las cosas, pero es un realista en su concepción ideológica, por lo que se coloca en campo metafísico, opuestamente al creador del Discurso del Método.

Al igual que Descartes en sus XXI Reglas, se preocupa el Presbítero por la Dirección del Espíritu humano. En la obra del filósofo francés se lee, en la Regla III... «vamos a enumerar aquí todos los actos de nuestra inteligencia por los cuales podemos llegar al conocimiento de las cosas, sin temor a error: No admitimos más que dos: la intuición y la inducción. Entiendo por intuición, no la creencia en el variable testimonio de los sentidos o en los juicios engañosos de la imaginación –mala reguladora– sino la concepción de un espíritu sano y atento, [32] tan distinta y tan fácil que ninguna duda quede sobre lo conocido; o lo que es lo mismo, la concepción firme que nace en un espíritu sano y atento, por las luces naturales de la razón»...

No comparte Varela esos razonamientos y así se ve en su lección I de los Ensayos Filosóficos: «El alma sin sentido no conocería la naturaleza. Sus primeros conocimientos tienen por objeto las sensaciones y se llaman ideas». Es decir, Varela se conduce en este aspecto como el más decidido aristotélico y tomista.

Esto nos lleva a pensar cuan frágil es lo que pudiéramos llamar la «íntima evidencia», es decir, la idea «distinta y fácil» que Descartes llama intuición. Para Varela no resultó ni tan distinta ni tan fácil sino que, por el contrario, consideró que sólo los sentidos merecían entero crédito. En cambio para todo el racionalismo idealista la evidencia de los sentidos era la que no resultaba capaz de fundamentar verdad alguna.

Es indudable que Varela se coloca en relación a esta cuestión en el campo sensualista, él mismo nos ofrece su testimonio en el Ensayo sobre el origen de nuestras ideas: «De lo que antecede el lector pensará sin duda que soy sensualista. Y en efecto, lo soy, en tanto en cuanto, no puedo admitir las ideas innatas, al menos como estas suelen ser explicadas». En el mismo Ensayo se afirma en el tomismo y opina que «Santo Tomás es tenido por sensualista», y se pregunta refiriéndose al aquitense: «Si no lo profesó ¿por qué Descartes atrajo tanta atención, cuando revivió la doctrina de Platón sobre las ideas innatas? Asegura que «no ha habido ni hay un solo tomista que no hubiese creído ni crea, de acuerdo con la doctrina de su maestro, que todas nuestras ideas proceden de nuestros sentidos».

En su Carta a un amigo respondiendo a algunas dudas ideológicas, aclara: «...todas las ideas que tenemos de los objetos de la naturaleza son compuestas, pues no hay uno (se refiere a los objetos) que no lo sea, y la idea no es más que su imagen...», y apunta en relación a su doctrina: «... de ella no se infiere que no tengamos idea del ser y de todas las propiedades en abstracto, perteneciendo a ellas un objeto real, quiero decir, una parte real de un objeto existente».

Entiende que a todo término corresponde un objeto, lo cual no quiere decir a un término general corresponda un objeto general, pues «la universalidad es una propiedad del término que sólo expresa su aplicación universal, pero no su objeto universal, porque no hay ninguno de esta clase ni puede fingirse».

El mismo tema de la universalidad lo trata en los Asuntos, cuando dice: «La voz hombre no significa un individuo de la especie, sino que es una palabra general que expresa un individuo vago e indeterminado, y que así no puede ser fruto sino de una abstracción». [33]

No hay duda alguna de que, en el problema de los universales, que tanto había preocupado el pensamiento medieval, se declaraba nominalista, o más bien, conceptualista, frente a todo el realismo platónico.

A este respecto explica Varela que existen ciertas ideas, como la de los objetos espirituales, que no pueden ser producidas por una imagen sensorial:

«...ninguno ha pretendido nunca decir que nuestros sentidos puedan darnos la imagen de Dios o la de nuestra alma»... «La idea de Dios y algunas otras ideas son tan evidentes por sí mismas que las adquirimos muy fácilmente; no están representadas por ninguna imagen, pero nosotros podemos ser excitados a formar, a partir de ellas, la observación de los objetos sensibles». (Ensayo sobre el origen de nuestras ideas).

El sacerdote está planteando aquí un criterio de evidencia, pero tomada en sentido tomista, esto es: lo impuesto por el objeto al manifestarse tal como es, dándose en la adecuación entre el objeto conocido y el sujeto cognoscente. Esa evidencia puede tener lugar tanto en las naturalezas abstractas en frente de la inteligencia, como en los objetos concretos en frente de la intuición sensible, y también en la colaboración de ambas facultades cuando el mismo objeto conocido por los sentidos, se manifiesta evidentemente idéntico al contenido de la idea abstracta. Así el realismo tomista funda su criterio de verdad de la realidad exterior en el mundo sensible, y desde él trasciende hasta Dios a través de la analogía.

Pero esa evidencia a que alude Varela se distingue del criterio de evidencia cartesiano, pues éste pretende que esas ideas están en nosotros sin ser obra nuestra, y sin recibir su claridad del objeto, sino que Dios las ha colocado en nosotros, y aquí cabría argumentar como lo hace Varela en relación a las ideas innatas en su Ensayo, que: «Si así fuera, parece que Dios surte de modo muy diferente a estos almacenes espirituales».

La posición vareliana se distingue pues del cartesianismo en la consideración que hace este último de la experiencia, ya que rechaza el factor psicológico y se afirma sólo en el poder de la idea clara y en la fuerza de la razón a quien diviniza.

Es cierto que Varela señala la sensación como el principio del conocimiento de la naturaleza, pero es cierto también que no comparte esa doctrina en todos sus extremos; disiente del condillacismo, y así lo expresa al referirse a las ideas que considera como producto de la sensación: «Acerca de las ideas ejercemos la atención, cuando el alma se detiene en considerar un solo objeto por una propiedad; la abstracción cuando considere la propiedad como si fuera cosa distinta del objeto; y el juicio cuando se percibe o expresa un objeto por una sola propiedad que se nos hace sensible», y continúa: «el juicio no es la reunión de dos ideas, como dicen las escuelas, o una doble sensación, según quiere Condillac».

En otra parte de los Apuntes dice el sacerdote: «El juicio consiste en suprimir o desatender las diversas propiedades del objeto, y expresarlo por una sola, [34] y así cuando decimos hombre grande, sólo pretendemos que se atienda al tamaño, con exclusión de las demás propiedades». «Cuando Condillac dice que el juicio es una doble sensación, no ha reflexionado que cuando juzguemos atendemos a una sola, y que si Dios hubiera formado un cuerpo con solo la propiedad de la blancura diríamos cuerpo blanco, y la sensación sería una sola...»

No es nuestra intención entrar a considerar la concepción gnoseológica de Varela, sino solamente destacar la huella cartesiana en su pensamiento; pero no podemos por menos que recordar que si bien se encuentra distante nuestro inolvidable Presbítero del filósofo del «Cogito», también lo está del intelectualismo aristotélico-tomista y que repudia el juicio como la comparación de dos ideas o nociones.

Contra el innatismo cartesiano se produce Varela, por lo que queriendo salvar de este error al filósofo francés, escribe en el capitulo II de los Principios Lógicos: «La Lógica de los modernos ha destruido la hipótesis de las ideas innatas que Cartesio no estableció en ninguna de sus dos obras principales, que son los Ensayos de la Filosofía, las Meditaciones y los Principios, sino en unas notas contra un programa de Le Roy, y que por eso deben tenerse como un ensayo temerario de aquel gran talento. Sin embargo, en destruir las ideas innatas, se ha hecho un gran bien a la Ideología».

Pudiéramos pensar que esta actitud de Varela esté influenciada por la tesis de Locke, cuya filosofía de hecho conoció, y que como todos sabemos rechaza el innatismo y señala que el hombre adquiere las ideas en un proceso psicológico, coincidiendo, tanto el pensador inglés como el cubano, con Aristóteles en el punto de considerar la mente como una tabula rasa en la que la experiencia va dejando sus impresiones.

Un último punto que hemos señalado acerca del cartesianismo, aquel que se refiere al método, sí influye esencialmente en Varela. Toda la actividad docente de este gran maestro, guiada a través de los nuevos caminos, produjo un adelanto tal, que la cultura cubana se incorporó a la corriente moderna europea, como lo hacían otros países de América.

Cuando el Presbítero Félix Varela trata de la corrección de las operaciones del alma nos señala que: «Como quiera que el juicio consiste sólo en simplificar la idea que tenemos de un objeto, o mejor dicho, en una idea simple, se infiere que no puede tener otras reglas para su corrección, sino una práctica racional y metódica, pues la atención bien ejercitada es la que enseña a aislar los objetos. En todo análisis se procede de lo conocido a lo desconocido, de lo fácil a lo difícil. Las propiedades deben estar enlazadas, pues no basta observarlas si ellas no forman una gran cadena».

Jamás se aparta el sacerdote cubano del análisis; hace suyo el método cartesiano de la duda metódica, y expresa en sus Lecciones de Filosofía: «El verdadero filósofo, cuando empieza una investigación, debe figurarse que nada sabe sobre aquellas materias, [35] y entonces debe poner en ejercicio su espíritu hasta ver todos los pasos que debe dar, según enseñaba Cartesio «... y anota en el Elenco de 1816: «... la duda metódica es la que corresponde a los sabios»...

Sintetizando todo lo antes expuesto, podríamos situar a Varela dentro de la corriente moderna del pensamiento en el siglo XIX, asumiendo una actitud personal de cierta originalidad. En primer término es un cartesiano en cuanto al método, pero no en cuanto a la posición idealista de la doctrina. Se nos argumentará que Descartes, en último extremo, no renuncia a la realidad inteligible, y que del inmanentismo del Cogito trasciende a la demostración de la existencia de Dios, de la sustancialidad del alma y de la extensión de los cuerpos, pero, es ese el reconocimiento de una realidad reflejada en el espíritu.

El profesor del Seminario es un realista al estilo tomista, que estima que el espíritu asimila el mundo real que viene de fuera.

Es Varela un sensualista en cuanto a los primeros conocimientos de la naturaleza, pero no se aviene a Condillac en el contenido de su filosofía. De igual modo comparte con Locke ciertas opiniones acerca del proceso psicológico, pero basta hojear las páginas de sus Apuntes Filosóficos para que advirtamos como disiente del filósofo inglés.

Donde mejor podríamos ubicar a Varela es en la corriente de los «ideólogos»; movimiento que se produce del siglo XVIII al XIX, y que partiendo en su fundamento de Condillac, y en parte de Locke, muy pronto difirió de éstos. La preocupación de los «ideólogos» fue marcadamente psicológica, aunque también revistió carácter ético y político. Pero los «ideólogos» entre sí se diferencian grandemente; desde un Pierre Cabanis, médico para quien entre lo moral y lo físico no había diferencia esencial, y que estimaba que el pensamiento era el producto de la actividad cerebral, hasta un Destutt de Tracy, a quien el Presbítero sigue en su programa de filosofía, y de cuya obra Principios Lógicos nos ofrece los extractos comentados en la primera parte de su Miscelánea.

Tampoco suscribe Varela en todos sus aspectos la opinión del conde de Tracy. Producto de la selección en las diversas corrientes, podemos decir que la posición del pensador cubano es ecléctica. Mantiene el sacerdote incólume sus postulados espirituales y se aparta de toda actitud que atente contra sus principios religiosos y morales, por eso ha dicho Juan J. Remos, que Varela: «siendo sacerdote reconoció la verdad, y siendo filósofo reverenció la Divinidad».

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Revista Cubana de Filosofía 1950-1959
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